Parecía un día perfecto.

Era una hermosa mañana soleada, con alguna que otra nube siendo arrastrada por el viento. Las personas más relajadas incluso se detenían con sus hijos para jugar a buscarles formas. En la zona del mercado se podía observar como familias, con sus compras del día acabadas, se retiraban para preparar sus respectivos almuerzos.

Si bien había un flujo constante de gente en las calles comerciales, cualquiera que viviera en la aldea podía notar que faltaban algunos clientes usuales. La razón era que una parte de la población se encontraba reunida para un evento importante para muchas familias de Konoha. Como todos los años para esta fecha, los estudiantes de la respetada Academia Ninja saldrían de ésta como las nuevas adquisiciones militares de la aldea.

Conforme los exámenes de graduación se fueron completando exitosamente, los niños salieron del recinto; la alegría y entusiasmo claros en sus rostros jóvenes. La zona se llenó rápido de gritos de felicidad, lágrimas de emoción, charlas a todo volumen y abrazos. Cuando se terminaron las promesas de regalos y almuerzos especiales, los niños (ahora excompañeros) se felicitaron y bromearon entre ellos.

La zona rebosaba energía, lo cual no era raro considerando que los seis cursos habían logrado aprobar. Era normal que semejante hecho pusiera a la multitud en el mejor de los estados de ánimo.

Bueno, a todos excepto una persona.

Resulta que un niño salió por la puerta sin nadie del otro lado para recibirlo. Ni siquiera intentó buscar caras conocidas en la multitud. Solo la atravesó con sus ojos fijos en el piso.

Un cartel pegado fuera de la academia presentaba los datos de la promoción recién graduada. Los nombres de los 30 alumnos estaban en orden académico, con sus promedios finales en otra columna. En el último puesto se encontraba el nombre del niño, aquél con las peores calificaciones: Uzumaki Naruto.

Sin querer llamar la atención, fue acercándose a la sombra de un árbol con los hombros caídos y las manos metidas en los bolsillos. Su objetivo era un pequeño columpio protegido del sol, el cual había utilizado muy seguido a lo largo de su vida. Era el rincón perfecto para observar a las familias normales, con la distancia suficiente para que todas las miradas de odio que le daban parecieran más leves.

Se había acostumbrado a estas miradas, ya que no solía pasar mucho tiempo antes de recibirlas. Siempre había sido así y hoy no era la excepción. Podía escuchar incluso como comentaban acerca de su fracaso. Sobre cómo no había logrado ser un ninja.

Había experimentado muchas emociones en el día: alegría, miedo e ira. Ahora lo único que podía sentir era una profunda tristeza. Tendría que seguir repitiendo el último curso hasta que lograra graduarse, lo cual era un gran obstáculo en su sueño de ser Hokage.

Debía ser lindo tener a alguien en momentos así que levante el ánimo y haga compañía.

Cuando se cansó de escuchar las críticas hirientes, se colocó sus antiparras, listo para irse. Fue entonces cuando sintió a alguien a su lado y al voltearse reconoció a Mizuki-sensei.

―Por un momento pensé que ya te habías ido ―El profesor le dedicó una pequeña sonrisa―. Me gustaría hablar contigo si no tienes nada que hacer.

―Seguro… ―contestó el niño, encogiéndose de hombros.


― ¡¿CÓMO QUE NO ESTÁ?!

―Es la verdad. El edificio fue revisado por completo y no lo encontraron.

―El Hokage mismo nos mandó a buscar al niño.

― ¿Y cómo hizo un tonto como él para robarlo? ¡No tiene sentido!

― ¡Es por eso que tenemos que apurarnos! Alguien le debe haber dicho que hoy habría una reunión.

―Mierda… Eso significa que el chico es solo un mensajero. Deberíamos… ¡Ey, Mizuki! ¿A dónde vas?

―Necesitamos refuerzos para buscarlo señor. Hay que hacer lo que sea para que el pergamino no caiga en malas manos.


Naruto nunca había estado tan emocionado en su vida. Estaba seguro de que Iruka-sensei lo aprobaría y al fin podría ser un ninja de Konoha. Y todo gracias a que Mizuki-sensei le había dado la clave para graduarse sin tener que volver a la academia. No sólo eso, sino que además le había explicado el razonamiento de su profesor y ya no le guardaba tanto rencor.

El pasto le hizo cosquillas en la piel expuesta al sentarse en el suelo. En ese momento se encontraba en medio del bosque, cerca de un viejo depósito que se usaba muy poco según su profesor. Hacía rato que estaba practicando allí una técnica del Pergamino Prohibido que, a pesar del nombre extraño del objeto, no le había parecido muy complicada. Según el pergamino, la técnica se llamaba "Clones de Sombra".

Mientras descansaba por el esfuerzo, una sombra apareció en el suelo frente a sus ojos. Alguien estaba por caer delante suyo y su instinto le hizo alejarse deprisa. Al levantar la mirada, se encontró con un ninja al que nunca había visto.

―Con que aquí estabas ladroncito, ¿a quién pensabas entregarle ese pergamino? ―preguntó furioso el desconocido mientras se acercaba―.

― ¿E-entregar? ¡Solo lo tomé prestado! ―dijo Naruto retrocediendo―.

―Ahórrate las mentiras ―El joven lo neutralizó al suelo en un abrir y cerrar de ojos, antes de quitarle el pergamino―. Ahora le vas a explicar todo al Hokage.

― ¡SUÉLTAME!

Naruto forcejeó para quitárselo de encima, pero era difícil luchar contra el peso del adulto, aun cuando el mismo estaba ocupado revisando la autenticidad del pergamino.

Después de unos segundos, el ruido de alguien aterrizando en una rama llamó la atención de ambos. Mizuki los observó desde arriba con una expresión indescifrable, pero luego silbó.

―Mira que tenemos aquí… ―dijo éste, notando como Naruto lo miraba como si fuera su salvador―. Así que tú lo encontraste. Bueno, felicidades, el Hokage estará complacido.

― ¡¿QUÉ?! ―exclamó el chico―. ¡Pero si usted fue el que…!

― ¡Suficiente Naruto! ―Bajó del árbol y caminó hasta pararse a su lado―. ¡Tienes que responder por tus acciones!

Naruto abrió la boca para gritarle, pero su profesor lo calló presionando su cara contra el suelo. Los ojos del captor se abrieron como platos, aunque no cuestionó a Mizuki.

―Kanaye-san, ¿verdad? ―El susodicho asintió―. Debo decir que de todos los genins adultos a los que pude informar de la situación, no pensé que sería uno de ustedes el que finalmente lo encontrara ―El calor subió por el cuello y rostro de Naruto. Sus gritos fueron sofocados a murmullos con la restricción de Mizuki―. Tienes una tarea complicada que realizar. Quizás sería prudente que me dejaras llevar el pergamino por ti.

―No se ofenda, pero busco un ascenso y creo que se vería mucho mejor para mí si presento todo por mi cuenta. Ya sabe… para evitar confusiones.

Hubo una corta batalla de miradas, pero Mizuki terminó soltando a Naruto y se alejó un poco. El niño comenzó a escupir, intentando deshacerse del poco de tierra que había logrado meterse en su boca, para luego ser levantado y forzado a caminar. Volteó la cabeza un segundo hacia su profesor y tanto él como el tal Kanaye notaron como Mizuki sonreía exasperado.

― ¡¿Qué demonios está pasando, sensei?!

En vez de una respuesta, Naruto solo se ganó otro empujón. Desgraciadamente, eso evitó que él o su captor vieran al profesor armarse con uno de sus shurikens gigantes.

Solo alcanzaron a realizar un par de pasos hacia adelante. Naruto se resistió en cada uno, hasta que un grito desgarrador le heló los huesos. No tuvo tiempo de saber que pasó, porque el peso de su captor lo arrastró consigo al suelo y tuvo que maniobrar para no caer de cara. Lo próximo que registró fue dolor por el mal aterrizaje y a su captor, a su lado, con el arma clavada en su espalda. Kanaye usó los brazos para separar su cara de la tierra y, temblando por el esfuerzo, volteó para ver a su atacante. Su cara estaba contorsionada por la ira mientras que Mizuki sonreía. Sus ojos expresaban la locura y maldad de un demonio.

Naruto no comprendía nada. Hasta hace unos minutos lo estaban acusando de robo (que puede que fuera cierto, pero planeaba devolver el pergamino) y ahora su sensei había atacado a otro ninja de la aldea. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué Mizuki-sensei cambió de actitud tan abruptamente? ¿Era real o fingía? Si se arriesgaba a huir, ¿el profesor iría tras él?...

― Esta farsa estaba tomando demasiado ―La voz de su profesor lo devolvió a la realidad―. Esperaba que nadie hallara este lugar, pero no podía tener tanta suerte en un solo día, ¿verdad?

—¡¿Entonces para qué fuiste pidiendo ayuda por todos lados?! Si tanto querías el mérito…

― ¿En serio crees que me mancharía las manos solo para besarle los pies al Hokage? ―Mizuki dejó salir una carcajada―. Yo solo quiero el pergamino. Si, se me ocurrió que hacer por ahí el numerito del compatriota preocupado evitaría que me descubrieran, pero no esperaba que alguien de verdad lo encontrara... ¡Felicidades! ―agregó burlón―.

― ¡Hi-hijo de puta! ―gritó el ninja antes de perder fuerza en un brazo―.

―De nuevo, felicidades, aunque no sé de qué van a servirte si ya estás muerto; estoy seguro de que te di en un órgano vital.

Naruto no podía creer nada de lo que estaba sucediendo. Era como si se hubiera metido en el río y tanto su visión como audición estuvieran distorsionadas. No podía dejar de ver como la sangre de Kanaye iba empapando la ropa del mismo. Parecía un truco hipnótico. Cuando el hombre empezó a toser y gotas rojas chorrearon de su boca, los sentidos de Naruto se despejaron. Cayó en la cuenta de que esto era real, muy real, e intentó arrastrarse lejos.

— ¡Ah… sí, Naruto! También tengo que encargarme de ti —comentó como si nada su profesor mientras metía la mano en su bolsa porta armas—.

Unas ganas de vomitar intensas se apoderaron del niño. Mizuki-sensei de verdad quería matarlo. Intentó correr cuando avanzó rápidamente hacia él, pero no pudo hacer mucho. En unos segundos varios kunais habían sido lanzados y solo pudo girar un poco su cuerpo para intentar esquivarlos. Aunque logró evitar un par en el proceso, uno le hizo un corte profundo en el brazo y el último se le clavó en la pierna. La adrenalina no pudo enmascarar el dolor y su grito resonó en la zona. Se vio obligado a detenerse, lo que le dejó a merced del chuunin, quien lo envió de una patada contra el depósito.

Naruto voló como si fuera una simple pluma hasta estrellarse contra la pared de la pequeña cabaña. No podía reaccionar; el aire había sido expulsado de sus pulmones y cada parte de su cuerpo temblaba. Mizuki se acercó lentamente, como si disfrutara el momento. El niño aprovechó para observar cómo se encontraba el otro ninja y se arrepintió de inmediato: había mucha más sangre y ya no podía asegurar que todavía siguiera respirando. El shuriken gigante destacaba mucho en la escena grotesca, tanto que le hizo vaciar su estómago.

― ¿A esto ha sido reducido el Zorro? La verdad que es una gran decepción.

― ¿El Zorro? ¿De qué estás hablando? ―preguntó Naruto con dificultad―.

Un escalofrío le recorrió la espalda cuando vio la sonrisa maligna que le dedicó el adulto. Mizuki comenzó a contarle la verdad. Una sonrisa casi psicópata en su rostro mientras relataba todo desde el principio hasta el final. Como él era el portador del Kyuubi.

― Lo entiendes ahora ¿verdad? Eres el bastardo de la aldea, odiado por todos, amado por nadie. Hasta Iruka te detesta, sus padres murieron gracias al demonio que vive en ti. El Hokage solo te mantiene en la aldea porque eres una herramienta. Eres perfectamente desechable. Si no cumples sus expectativas, te mataran y usaran a alguien más. Para todos, incluyéndome, tú eres el Zorro de las Nueve Colas.

Cada palabra de Mizuki era como un puñal, el cual se iba enterrando más y más en su corazón. Casi pudo ver las piezas del rompecabezas uniéndose. Todo tenía sentido. Había experimentado toda una vida de maltrato por alguna razón desconocida y al fin sabía que era por algo sobre lo que no tenía control alguno. ¿Qué acaso los habitantes de Konoha no tenían corazón? ¿Cómo podían maltratar tanto a un niño que tenía la edad de sus hijos? ¿Lo habían tratado así de mal incluso de bebé? Las preguntas se iban acumulando, así como la ira y tristeza, que trataba tan duro de reprimir.

Pero llego el momento perfecto para dejar salir sus emociones. En su estado de shock no notó que Mizuki ya tenía su otro shuriken gigante preparado para él. Cuando éste lo lanzo al grito de "¡Ahora, muere!", simplemente dejó de pensar.

Era una vista impresionante. En el segundo que le tomó al arma acercarse a Naruto, él ya había hecho las posiciones de manos necesarias para que cientos de clones de sombra llenaran la zona. Muchos desaparecieron por culpa del shuriken, pero antes de que pudiera alcanzar su objetivo, los clones empujaron a su creador. El arma terminó incrustada en la pared del depósito; el jinchuuriki a salvo.

Mizuki palideció; se notaba que nunca pensó que algo semejante podría ocurrir. Intentó huir, pero ante esa cantidad de enemigos era algo imposible. Algunos lo sujetaron mientras él repelía a los que se acercaban con sus piernas, aunque no pudo con todos. Fue superado pronto y recibió una larga cadena de puñetazos y patadas.

Probablemente tenía algunas costillas rotas, al igual que su tabique y al menos un diente menos. Naruto estaba seguro de que le sería difícil moverse por un tiempo.


¿Qué se suponía que hiciera ahora? No tenía idea. Toda su vida había sido evitado e insultado sin motivo aparente. Ahora que sabía el por qué, no le gustaba ni un poco. Su aldea, la gente que tanto había deseado que lo reconocieran y aceptaran, lo consideraba un monstruo despiadado. ¿Acaso los vendedores de Ichiraku Ramen pensaban igual? No, ellos eran sus amigos. ¿Verdad?

Estaba muy confundido y su llanto solo estaba haciendo que le doliera la cabeza.

Todavía seguía en el bosque, minutos después de haber vencido a su antiguo profesor. Estaba sentado con la cabeza apoyada en sus rodillas, sin mirar a nada en específico. Su pierna había sido vendada con un trozo de tela que encontró en el almacén.

Tenía mucho que procesar. Un ninja había sido atacado frente a sus ojos; otro idiota más que lo había odiado sin conocerlo, pero inocente, a fin de cuentas. Para cuando había acabado con el bastardo de Mizuki, Kanaye ya no se movía. Su palidez y falta de respiración lo perturbó. ¿Esto era lo que tanta gente quería hacerle? ¿O tenían métodos más dolorosos y sangrientos planeados?

Tenía que decidir. ¿Debía fingir que no sabía nada? Si lo hacía, ¿podría evitar pelear con los que lo trataban mal? ¿O tenía que confrontar al Hokage y pedir explicaciones? Le aterraba el pensamiento del Viejo creyendo que su conocimiento sobre su situación fuera un peligro.

Además, lo que dijo Mizuki no dejaba de darle vueltas en la cabeza. Si todos pensaban tan mal de él, entonces no podía confiar en nadie. Tampoco tenía amigos o familia a los cuales recurrir. Esto lo llevó a pensar, ¿sus padres también habían creído que él era un demonio? ¿Y si ellos lo habían abandonado? Peor, ¿y si seguían viviendo en la aldea y solo tuvieron más hijos para reemplazarlo?

Su sueño de ser Hokage parecía cada vez más imposible. Después de todo, nunca podría ser el líder si toda su aldea lo odiaba a muerte.

Su única opción era mostrarles lo que se estaban perdiendo.

Una idea tomó forma en su mente. Sabía que tenía que hacer algo; algo que provocara que todos se arrepintieran por la forma en que lo trataron desde pequeño. No solo se haría fuerte como ningún otro; esa misma noche, Uzumaki Naruto abandonaría Konoha y no volvería nunca.

La nueva oleada de determinación le permitió ponerse de rodillas y secarse las lágrimas. Al bajar el brazo, se quedó mirando su manga naranja. Intentó contar cuantos ninjas de la aldea usaban un color similar; pero cuando la cuenta fue nula, se quitó la campera y la tiró al suelo. Si iba a escapar, vestir algo que lo distinguía del resto era una mala idea. Usó sus piernas como peso para poder cortar cómodamente una de las mangas y utilizarla como venda para su brazo.

Mientras apretaba los dientes por el dolor y trabajaba lo más delicadamente posible, recordó algo muy importante. Él era solo una herramienta para Konoha, y como tal, no lo dejarían irse así nada más; el Kyuubi les pertenecía. Si se iba sin precauciones lo encontrarían y encerrarían (o algo peor).

Tenía que poner su cerebro en acción si quería ganar ventaja, así que se paró y comenzó a andar en círculos. Esconderse hasta que se presentara una oportunidad de escape no serviría; las narices de los Inuzuka eran demasiado buenas como para caer en un truco tan barato. Tampoco es como si pudiera crear caos con tal de distraer a los guardias de la puerta. No tenía tiempo o material y era seguro que lo estaban esperando.

Se pasó una mano por el cabello, despeinándose más todavía. No tener ni una idea le resultaba demasiado frustrante. Sólo un fantasma podría salir de la aldea en ese momento. Tan pronto como el pensamiento pasó por su mente, irguió la cabeza a tal velocidad que casi se fractura el cuello. Al único que los guardias no esperarían intentando fugarse sería a un muerto. Y si se volvía uno…

Sabía que no los engañaría eternamente, pero le compraría un par de horas. Analizó un rato su alrededor para ver qué podía hacer y terminó optando por incendiar el depósito. No requería mucho esfuerzo y tardarían al menos un día en darse cuenta del engaño (o eso esperaba). Juntó cada libro y pergamino que encontró para que hicieran de combustible y recogió unas piedras para poder iniciar las llamas.

Mientras su pequeña obra se esparcía, Naruto puso un poco de distancia entre él y la cabaña. Por el rabillo del ojo captó el color característico de su campera, tirada sobre el pasto, y se acercó para levantarla. Algo se retorció dentro de él cuando sostuvo la prenda rota y manchada con sangre. Estaba relacionada con tantos recuerdos: la primera vez que juntó el dinero necesario para tener algo propio y no donado; la vez que oyó a una madre regañar a su hijo porque tendría que reparar un hoyo en su pantalón y cuando Naruto revisó el suyo, notó que estaba agujereado en varios lugares; la semana que se pasó intentando espiar a distintas mujeres mientras cosían y tejían, para aprender a usar una aguja; su primer parche defectuoso, pero funcional y como las burlas de sus compañeros sobre el estado de su vestimenta lo llevaron a inventar que era sólo un chiste sobre moda.

Tirar la campera dentro de la cabaña, junto con todo lo naranja que tenía encima, no le llevó más de unos segundos. Aunque para él parecieron horas.

El calor proveniente del incendio hizo que su piel se sintiera pegajosa, pero no podía irse sin dejar en claro que Mizuki era el traidor, por lo que le rayó la banda con su propio kunai. Era algo que habían explicado en la Academia sobre los ninjas desertores y esperaba que le diera una pista al Hokage sobre lo que había ocurrido.

Se sorprendió mucho cuando empezó a toser por culpa del humo. Nunca había presenciado un incendio antes, así que no tenía idea de que tan rápido podían crecer. Las llamas estaban ganando mucha altura dentro de la cabaña. Si no se iba en ese momento, lo atraparían aquellos atraídos por la inmensa humareda.

El proceso de alejarse fue algo difícil y lento, debido a la herida en su pierna. No ayudaba mucho que cada vez que se detenía a descansar, un cosquilleo en la nuca le hacía creer que estaba siendo observado. Para su buena suerte, las calles estaban desiertas, indicando que ya debía ser muy tarde. De los únicos que se tuvo que esconder fue de un par de borrachos.

No tardó mucho más en llegar a su departamento y una vez que comprobó que no había moros en la costa, entró a su fortaleza. Buscó su mochila y comenzó a llenarla de todas las cosas que pensó que le serían útiles a la larga (como su gorrito para dormir). Además, enrolló encima de su mochila una bolsa de dormir y se puso unas vendas decentes, remera y pantalones. Contaba con que una simple transformación le permitiría abandonar la aldea sin problemas. No quería tomarse todo el trabajo de encubrir su huida para que lo atraparan los que cuidaban la puerta.


Un joven con muletas observó por última vez la aldea. Había hablado con un viejo carpintero, el cual se iba a la madrugada, para que lo acercara a la primera posada fuera de Konoha. Este era el método de viaje más seguro que se le había ocurrido, considerando que los vendedores de muebles no solían ser los objetivos principales de los atracadores.

Su momento dramático fue interrumpido por un pequeño grupo de ninjas avanzando velozmente por los tejados arriba suyo. Dos de ellos llamaron su atención ya que tenían uniformes grises con sobretodos negros. No había estado mucho tiempo en Konoha, pero sabía que ese no era un uniforme típico de los shinobi. Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando vio las cicatrices que poseía uno en la cara.

—Todo listo—dijo el anciano desde el frente de la carreta—.

El chico puso una mano en cada mejilla y golpeó levemente. El tiempo para distracciones había terminado, su transporte partiría pronto. Se acercó y, con el soporte de sus muletas, subió despacio a la parte trasera de la carreta. Ni bien dejó su bolso, extendió una mano para ayudar a su acompañante a ponerse a su lado. Le agradeció una vez más como ya había hecho antes. Gracias a sus encantos no tendría que pagar el viaje y podría darle un mejor uso al poco dinero que tenía.

El comerciante y su hijo hicieron que su caballo avanzara, arrastrando consigo el vehículo, y lentamente fueron ganando velocidad hasta llegar a las puertas de la aldea.

El muchacho al menos sabía que no se aburriría en el camino; la dulce niña rubia que iba con él se había entusiasmado contándole sobre las ventajas del ramen, en un ataque de nervios quizás, mientras tocaba sus propios vendajes.