Después de tantos años sin subir nada en esta página y sin esperar que haya nadie por aquí me siga leyendo... Subo esta nueva historia que lleva años en mi cajón de ideas esperando a salir.

Iruna.


ALETEO

CAPÍTULO 1: El cambio

Paseaba arriba y abajo por el castillo sin rumbo fijo. Necesitaba distraerse y pensar en todo lo que había pasado unas horas atrás, pero no quería hacerlo delante de Ron o Hermione. Su amiga le había estado leyendo la cartilla como si fuera una madre que reprende a su hijo tras romper un jarrón muy caro y eso era lo último que necesitaba en esos momentos. Lanzar ese hechizo del Príncipe Mestizo contra Malfoy había sido una gran error, uno muy grande, y le inquietaba que el Príncipe Mestizo lo hubiera escrito en su libro. Pero eso era algo que no penaba confesar en voz alta, no al menos delante de Hermione. Harry adoraba a su amiga, pero a veces le encantaría que fuera menos… menos Hermione.

El rugido de sus tripas le sacó de sus pensamientos. Había estado contándoles lo sucedido a sus amigos y se había olvidado completamente de la cena. La sangre, los gritos de Malfoy y los nervios acumulados le habían quitado el apetito, pero ahora mismo mataría por llevarse algo a la boca.

A lo lejos vio a Sanpe cerrando las puertas del Gran Comedor. Mierda. Era demasiado tarde para querer cenar algo. Su profesor se alejó por el pasillo blandiendo su oscura túnica negra y tuvo que reprimir el impulso de hacerle un corte de mangas. Estúpido Snape… Le había castigado todos los sábados hasta final de curso y no iba a poder jugar la final de Quidditch. Harry siguió caminando sin rumbo fijo, paseando con desgana por los largos pasillos del castillo. Tenía que pensar cómo les iba a decir mañana a todos los del equipo que no iba a poder jugar la final con ellos. Ginny… hacía unas horas no había sido capaz de comunicarle que iba a sustituirle como buscadora y estaba seguro que no iba a hacerle ninguna gracia.

La idea de que Ginny se enfadara con él no le apetecía lo más mínimo.

Se sentó en un banco de piedra que tenía cerca y se frotó los ojos bajo las gafas, cansado, malhumorado y con ninguna gana de volver a la sala común con sus amigos. No sabía cuánto tiempo había estado así, con los brazos apoyados en las rodillas y los dedos masajeando sus ojos lenta y distraídamente cuando una voz le devolvió a la realidad.

- ¿Compadeciéndote de ti mismo?

Le costó unos segundo enfocar la vista. Ginny estaba apoyada en la pared, observándole con los brazos cruzados. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí mirándole?

- Eh…

Notó cómo Ginny reprimía una sonrisa al verle tan confuso y se acercaba más a él.

- Ya sé que todo el asunto del libro es un asco pero no puedes ir por los pasillos como alma en pena dándole vueltas en tu cabeza una y otra vez.- ¿Alma en pena? ¿Ese aspecto tenía?- No te mortifiques, Harry.

- Yo no me mortifico.

Sus palabras sonaron más serias de lo que pretendía. ¿Mortificarse? ¿Él? Quizá sí que lo hacía… No era de esos que olvidaran las cosas fácilmente o que expresaran en voz alta lo que pasaba por su cabeza. Era más sencillo guardar silencio y debatir sus pensamientos consigo mismo.

- Vale…- Se disculpó Ginny.

Le miró fijamente unos segundos con una expresión que él no terminó de entender y, asintiendo con la cabeza, se giró lentamente con intención de dejarle allí solo con sus pensamientos. Joder, eres idiota, Potter.

- Perdona.- Se apresuró a decir.- Estoy de mal humor.

Ginny estaba de espaldas, pero pudo notar cómo sus hombros y su cabeza se movían lentamente. ¿Estaba suspirando? Llevaba semanas buscando cualquier excusa para poder quedarse a solas con ella lejos de Ron o de cualquier otra persona que les molestara. Y ahora que por fin tenían un momento así no quería que se enfadara con él por culpa de su mal humor. Ginny volvió a girarse hacia él, con los brazos en jarras.

- Gracias por defenderme antes delante de Hermione.

Ginny se encogió de hombros restándole importancia y se sentó a su lado.

- Ya tienes bastante, supongo. Tú sabes lo que has hecho, no hace falta que te lo recordemos.

- Gracias de todas formas.

Volvió a encogerse de hombros y clavó los ojos en sus zapatillas. Harry la miró, sentada a su lado, sin decir ni una palabra y sin obligarle a él a que dijera nada más sobre ese tema. Llevaba puesto unos vaqueros desgastados y un jersey verde que realzaba el color rojo de su pelo. Un mechón rebelde se le escapaba de detrás de la oreja y la luz tenue de las antorchas del pasillo hacía que sus pecas resaltaran mucho más alrededor de su nariz. ¿Cómo había tardado tanto tiempo en fijarse en lo guapa que era? Ginny le miró un segundo por el rabillo del ojo y aclaró su garganta.

- Bueno… Adoro a Hermione, no me malinterpretes, pero sé que a veces puede llegar a ser demasiado… Bueno, demasiado Hermione.

Harry rio al notar cómo los dos habían hecho la misma observación sobre su amiga.

- Sí, tienes razón.

- Vaya, Harry Potter riéndose, eso no es algo que se vea todos los días.

- Tú siempre consigues hacerme reír.- Se sinceró.

Parecía que Ginny se había quedado sin palabras, mirándole con las cejas levantadas, y de repente empezó a sentirse un poco tonto. No quería ser demasiado evidente respecto a sus nuevos sentimientos hacia ella, no sin antes estar seguro de que eran unos sentimientos mínimamente correspondidos. Había cortado con Dean y eso le allanaba bastante el camino, sin olvidar que últimamente se habían acercado mucho. Pero hasta donde él sabía, Ginny se había olvidado de él en un sentido romántico hacía mucho tiempo. Ya no era aquella niña que metía el codo en la mantequilla y se ponía roja nada más verle. ¿Cómo podía saber si tenía alguna pequeña posibilidad con ella? Una parte de él, la que tenía más confianza y seguridad, le decía que Ginny todavía podía sentir algo por él. Pero no estaba dispuesto a lanzarse a la piscina de cabeza, no sin asegurarse que dentro hubiera suficiente agua.

- ¿Te hago reír?

- Siempre.

Y Harry notó cómo las mejillas de Ginny empezaban a ponerse ligeramente rosadas, pero con la poca luz que había no podía distinguirlo bien. ¿Habían sido imaginaciones suyas?

- Me gusta ser la que te hace reír.

Ginny le miraba fijamente con sus intensos ojos marrones y podía notar su respiración muy cerca de él. No sabía cuándo se habían acercado tanto el uno al otro, sentados en aquel banco de piedra. Tragó saliva lentamente y se acercó un poco más a ella, despacio, con precaución y con el corazón a mil por hora. Y ella no se apartó. Esa era buena señal, ¿verdad? Quizá la piscina sí que tuviera suficiente agua…

Inclinó levemente la cabeza y bajó su mirada hasta sus labios. Ginný abrió la boca ligeramente, cogiendo aire y dejándolo salir muy despacio. Parecía tan nerviosa como él y eso le dio fuerzas. El monstruito que había crecido semanas atrás en su interior le estaba gritando desesperado que se lanzara, que fuera valiente y la besara. Volvió a mirarla a los ojos y esta vez fue ella la que acortó distancia entre los dos. Le sudaban las manos. Era el momento. Iba a pasar. Por fin iba a besarla.

Entonces un grupo de tres chicos de Ravenclaw de segundo o tercer año pasaron por el pasillo frente a ellos, hablando animadamente del próximo y gran partido que iba a jugar su casa dentro de unos días. Y todo el clima que se había formado entre ellos hacía unos segundos se desvaneció igual que se explota una pompa de jabón. Ginny carraspeó y se separó de él, colocándose bien el pelo y estirando la espalda.

- Parece que está todo el mundo como loco con el partido ¿eh?

- ¿Mmm?

¿Partido? ¿Qué? Harry sólo podía seguir pensando en lo cerca que había tenido los labios de Ginny…

- Ravenclaw, jugamos la final contra ellos ¿recuerdas?- Rio.

- ¿Qué? La final, sí, claro.

Harry también se separó. Ginny le hablaba como si hiciera unos segundos no hubieran estado a punto de… ¿Habían sido imaginaciones suyas? ¿Sólo él había sentido ese momento?

- No te veo muy seguro, capitán.

Mierda. No sólo se había arruinado por completo el momento que habían tenido hacía unos segundos, sino que ahora no tenía escapatoria y tendría que hablar con Ginny del partido. Y eso significaba ver cómo esos ojos marrones se llenaban de furia contra él.

- No, yo… Bueno, el partido…

- ¿Pasa algo?

- Snape me ha castigado, por todo lo que ha pasado con el libro.- Ginny le escuchaba atentamente, esperando que continuara.- Estoy seguro que lo ha hecho a propósito, ya sabes el aprecio que me tiene… Así que…

- No vas a poder jugar el partido.- Adivinó.

- No… Me ha castigado todos los sábados hasta fin de curso.

Notó cómo apretaba los labios y juraría que estaba conteniendo el impulso de darle una buena reprimenda. Ginny adoraba el quidditch y volar incluso más que él y se tomaba el campeonato muy en serio. Pero no dejaba de ser más que un juego, ¿no? ¿O le molestaba algo más?

- ¿Quieres que vuelva a sustituirte como buscadora?

- Eres la que mejor vuela del equipo… Sólo confío en ti para reemplazarme.- Intentó suavizar la situación.

- Entonces competiré contra Cho.

Harry se sorprendió. No se había dado cuenta de ese detalle hasta ese momento.

- No tiene nada que hacer, tú eres mucho mejor que ella.

- Ya, claro.- Dijo poniendo los ojos en blanco y cruzándose de brazos.

¿Por qué estaba tan molesta? El partido era muy importante, se jugaban mucho, sí, pero… ¿O acaso no estaban hablando sólo del partido? Arqueó una ceja, confundido.

- ¿Quién me sustituye a mí, entonces?

- Bueno… De hecho, había pensado que fuera Dean quien lo hiciera.

No quería que Dean volviera al equipo, eso hacía que ellos dos volvieran a pasar mucho tiempo juntos y él no podría estar delante para ver qué hacían. Y la alegría y la euforia de ganar el partido quizá era el empujoncito que necesitaban para reconciliarse. Joder… ¿y si ganan sin mí e intenta reconquistarla en la fiesta? Pero no podía, y no quería, pensar en eso. Tenía que hacer lo mejor para el equipo y con Dean como cazador tendrían más oportunidades de ganar.

- Genial…- Ginny se levantó soltando un gran suspiro.- Anda, volvamos a la sala común antes de que sigas dándome grandes noticias.

Harry sonrió y la siguió por el pasillo. No se había enfadado con él y seguía sacándole una sonrisa. Y ahora más que nunca quería volver a intentar besarla.


- ¿Qué vas a hacer con el libro?- Preguntó Ginny mientras doblaban una esquina.

- ¿Qué quieres decir?

- ¿Vas a intentar recuperarlo no? Aunque Hermione te haya dicho que no lo hagas- Harry se sorprendió. ¿Tan transparente era?

- Bueno… sí. No es un libro tan peligroso como cree ella.

- ¿Dónde lo escondiste?

- En la Sala de los Menesteres.

- Te acompaño.

- ¿A dónde?

- A recuperar el libro.

Ginny le sonrió ampliamente, como si fuera evidente lo que acababa de decir, y comenzó a subir las escaleras hacia el séptimo piso. Igual lograba crear otro acercamiento como el que habían tenido hacía un momento… y esta vez no iba a dudar en besarla.


Harry seguía a Ginny a través de la gran habitación que habían creado con su pensamiento. La Sala de los Menesteres se había convertido en un gran almacén. Hileras de diferentes objetos desordenados formaban las paredes de unos estrechos pasillos por los que caminaban. Parecía un laberinto de chatarra, antigüedades y recuerdos olvidados. Wow… Cuando estuvo allí escondiendo el libro del Príncipe Mestizo no se había fijado con tanto detalle, pero ahora que tenía oportunidad no podía despegar la vista de la cantidad de cosas que había delante de ellos. ¿Cuántos años, siglos quizá, llevaban los alumnos de Hogwarts escondiendo allí sus objetos? Estaba seguro de que esa sala contenía más historia del colegio que la propia biblioteca.

- Y yo creía que mi habitación estaba desordenada…

Ginny miraba con la boca abierta hacia las altas "paredes" de objetos.

- Creo que no soy el único que ha querido esconder algo alguna vez.

- Todos tenemos secretos.

Ginny se encogió de hombros y empezó a mirar distraída una de las hileras, pasando despacio los dedos por los variados artilugios que tenía delante. Una máquina de escribir, una maleta llena de papeles y libros, un plumero, un espejo de mano, un ramo de flores disecadas, la rueda de una bicicleta… Todos tenemos secretos. ¿Qué secretos tenía ella?

- ¿Tú también?

- Tengo seis hermanos mayores, Harry. Estoy llena de secretos.

Le guiñó un ojo y desapareció detrás de un armario grande de madera de caoba. Harry sonrió y sacudió la cabeza para desprenderse de los sentimientos que le hacía tener ese simple gesto.

- ¿Dónde dejaste el libro?- Escuchó la voz de Ginny al otro lado.

- Pues…

Harry miró alrededor. Recordaba haber escondido el libro dentro de un armario viejo y haber colocado encima de él el busto de un mago viejo y feo, con una peluca y una diadema encima. Así sería más fácil recordar dónde lo había dejado. ¿Pero dónde estaba aquella cabeza de piedra vieja?

- No te acuerdas ¿verdad?

Ginny apareció con un sombrero verde chillón de terciopelo puesto en la cabeza y unas gafas de sol redondas y enormes que le ocupaban casi toda la cara.

- ¿Qué llevas puesto?- Rio entre dientes.

- ¿No te gusta mi nuevo look?- Ginny hizo una pose exagerada, como si estuviera posando para la portada de una revista famosa y se quitó las gafas como si estuviera actuando en una película.

- Muy favorecedor.- Respondió divertido.

Una vez más, conseguía que algo tan aburrido como buscar un libro entre trastos viejos acabara sacándole una sonrisa de la cara.

- Mi primer año en Hogwarts odié ser pelirroja.- Harry la miró sin entender.- Porque todo el mundo cuando me veía daba por hecho que era una Weasley.- Explicó.

- Y no querías llamar la atención.

- Todas las mañanas me miraba al espejo y me imaginaba teniendo el pelo negro.

En cuanto terminó de decir esas palabras, el sombrero verde chillón se movió solo. Se sacudió encima de su cabeza y dio dos pequeños saltos encima de ella. Y de pronto, en menos de tres segundos, Ginny tenía una larga y lisa melena negra.

- Ginny…

- ¿Qué?

Harry le pasó el espejo de mano que estaba cerca de él e hizo que se mirara.

- ¡Por las barbas de Merlín!

- ¿Qué has hecho?

- No lo sé, yo sólo… me lo estaba imaginando en mi cabeza, supongo. ¿Ha sido el sombrero?

Se acercó a ella, le quitó el sombrero de la cabeza y ambos lo inspeccionaron con cuidado. Ni etiqueta, ni costuras. Parecía estar hecho en una sola pieza. El terciopelo estaba gastado en algunos puntos y olía a cerrado, como algunos pasillos que iban hacia las mazmorras del colegio.

- Prueba otra vez.

Ginny volvió a colocárselo en su cabeza y cerró los ojos. Harry vio cómo el sombrero volvía a dar dos pequeños saltitos y Ginny volvía a ser pelirroja.

- ¿Vuelvo a ser yo?- Preguntó abriendo un ojo.

- Sigues siendo una Weasley.

Volvió a darle el espejo de mano y vio cómo el reflejo le devolvía la sonrisa de Ginny, más pelirroja que nunca.

- ¡Qué pasada! ¿Sabes lo que daría cualquier chica por tener uno de estos?- Y señaló el sombrero.

- ¿Podrá cambiar más cosas?

Harry tocaba con cuidado el sombrero, todavía en la cabeza de Ginny. Siempre había adorado su capa de invisibilidad, con ella había conseguido muchas cosas y había conseguido desaparecer a los ojos del mundo en más de una ocasión. Pero ese sombrero podría serle muy útil para poder espiar a Malfoy y descubrir sus intenciones. No ser invisible a los ojos pero sí lograr que no te reconozcan... Como un disfraz. Tal vez podría incluso engañar a Volvemort.

- Piensa en cambiarte algo más.

Esta vez Ginny no cerró los ojos. Miró con decisión al espejo de mano con Harry detrás de ella y unos segundos más tarde el sombrero volvía a saltar sobre su cabeza. El pelo de Ginny volvió transformarse en la larga cabellera negra de antes. Pero no fue lo único que cambió. Las pecas que cubrían sus mejillas y su nariz empezaron a desaparecer. Sus labios se hicieron más estrechos y sus pómulos se ensancharon, haciendo más redonda su cara. Era Ginny, pero ya no lo era.

- Ha funcionado.

Le miraba sorprendida a través del reflejo del espejo. Seguía teniendo sus penetrantes ojos marrones.

- ¿En qué has pensado?

Pudo notar cómo Ginny apartaba la mirada de él y sus mejillas se sonrojaban. ¿Qué había pensado que hacía que se avergonzara?

Un ruido enorme los sobresaltó y se dieron la vuelta con las varitas en la mano. Siempre en guardia. Una de las hileras de objetos más altas se había caído sobre otra y habían formado una gran montaña de objetos rotos y polvo.

- ¡Qué susto!- Ginny se llevó la mano al pecho.

- Vámonos de aquí antes de que nos caiga algo a nosotros encima.

- ¿Y el libro?

- Ya lo buscaré yo otro día. Ron y Hermione se preguntarán dónde estamos.

El monstruito que tenía en sus entrañas empezó a ponerse nervioso. No quería tener una charla con Ron sobre por qué había desaparecido tanto rato por ahí con su hermana en una sala secreta del colegio. Además, quería investigar más sobre ese sombrero, ver si Hermione había leído algo alguna vez. Definitivamente, le iba a ser muy útil. Ginny empezó a caminar hacia la salida todavía mirando los objetos que tenían a su alrededor.

- ¿No vas a volver a cambiarte a tu verdadero aspecto?

- ¡Ni hablar! Estoy deseando ver si Hermione o mi hermanito consiguen reconocerme.

Ginny sonrió de oreja a oreja mientras se dirigía a la puerta blandiendo su ahora negra cabellera. Harry se rascó la cabeza. No le gustaba verla sin su color natural de pelo, pero una broma a Ron siempre era divertida. La vio abrir la puerta y se acercó a ella, que estaba parada en el dintel sin terminar de salir. Ginny sacó un poco la cabeza y se giró para mirarlo, muy seria.

- Harry… Algo no va bien.


Harry asomó la cabeza por la puerta, junto a Ginny. Las antorchas del castillo estaban apagadas, una columna del pasillo estaba hecha añicos y cortaba el paso hacia la izquierda, el suelo estaba cubierto de hojas secas y papeles descoloridos. Todo estaba oscuro, tenue, gris… Y hacía frío, mucho frío. Una de las sensaciones que más le gustaban a Harry era la calidez del castillo, con sus grandes chimeneas y sus pasillos llenos de antorchas. Y lo que tenían delante de ellos no se parecía en nada al Hogwarts que ellos conocían. Terminaron de salir de la Sala de los Menesteres y la puerta que se había formado hacía un rato para dejarles entrar volvió a desaparecer tras ellos. Volvía a haber una gran pared vacía de piedra.

Harry se acercó hasta el banco que tenían frente a ellos. Encima había una túnica de Hufflepuff rasgada y machada de un color marrón rojizo que parecía sangre seca. Ginny, a su lado, se acercó hasta uno de los poster que normalmente sujetaban las antorchas del colegio. Estaba vacío y cubierto de telarañas.

- ¿Qué ha pasado aquí…?

Ginny habló en voz bajita mientras acariciaba la piedra con cuidado. Harry no contestó y miró serio a su alrededor. Había vivido suficientes aventuras como para saber que algo raro, muy raro, había pasado. Y no era algo bueno. Le hizo un gesto con la cabeza para que le siguiera por el pasillo en silencio.

Los dos estaban en guardia, caminando por el castillo con la varita en mano y muy arrimados a la pared intentando hacer el menor ruido posible. El colegio entero estaba vacío y en silencio. Sólo entraba la luz de la luna por las ventanas y había armarios caídos y rotos. Las banderas de las casas colgaban rasgadas y descoloridas y un par de ventanas estaban rotas.

- Ten cuidado con los cristales.

Harry le señaló el suelo y Ginny le devolvió una mirada interrogativa. ¿Qué diablos había pasado ahí? Apenas habían estado veinte minutos en la Sala de los Menesteres, media hora como mucho. ¿Qué había pasado en treinta minutos que había hecho que el castillo estuviera así? Se acercó al aula más cercana y abrió la puerta con cuidado, inspeccionando el interior. Estaba vacía y destrozada, como si la hubieran saqueado hacía tiempo. Sintió un escalofrío que le recorría la nuca. Todo era diferente. Todo había cambiado.

- Harry.

Ginny había cogido uno de los papeles del suelo y lo miraba seria. Se acercó a ella y vio lo que tenía entre las manos. Era un folleto grande y descolorido, roto por la parte de abajo. A Harry le empezó a latir fuerte el corazón al leerlo: "En busca y captura de cualquier miembro de la familia Weasley".

¿Pero qué demonios…? Miró al suelo y cogió otro folleto, donde con las mismas letras grandes ponía: "Recompensa por la caza de los traidores a la sangre". Y bajo la frase estaba la foto de un envejecido y magullado Señor Weasley. Harry le entregó la hoja a Ginny, que ahogó un grito al cogerla.

- Si esto es una broma no tiene ninguna gracia.

- No creo que sea una broma… Algo va mal, muy mal.

Ginny le miró con los ojos llenos de preocupación y angustia, pero ni rastro de miedo. Vio cómo se guardaba las dos hojas en el bolsillo de sus vaqueros y agarraba con fuerza su varita mientras seguía andando. Eso le encantaba de ella, siempre parecía valiente y decidida a todo, hasta en la peor de las situaciones. Pero sabía que estaba tan asustada y confundida como él. Ginny siguió caminando y dobló la esquina.

Todo lo demás pasó muy rápido. Un fogonazo azul cegó a Harry, que apuntaba a ciegas con su varita sin saber de dónde venía. Escuchó a Ginny gritar y se le heló la sangre. ¡Ginny! ¡No! Salió corriendo hacia donde había desaparecido la pequeña de los Weasley y en cuanto dobló la esquina sintió cómo una fuerza le obligaba a agacharse en el suelo, golpeando con fuerza las rodillas en la dura piedra del castillo. Alguien murmuró un hechizo y sintió cómo una cuerda le rodeaba las manos, dejándoselas inmóviles detrás de la espalda. Gruñó intentando desatar las cuerdas pero no consiguió nada. Alzó la cabeza intentado recuperar la visión pero sólo vio tres figuras borrosas que se acercaban a él. ¡Ginny! ¡Ginny! ¡GINNY! ¿Dónde…? Abrió la boca para gritar, pero antes de poder decir nada volvió a escuchar un murmullo y un pañuelo salió disparado hacia su cabeza y se ató alrededor de ella, tapándole la boca e impidiéndole decir una sola palabra.

Parpadeó varias veces, recuperando la visión e intentado librarse también de la mordaza, pero no consiguió nada. Giró su cabeza y por fin respiró tranquilo. Cerca de él, a su lado, vio a Ginny. Estaba sentada de rodillas, con las manos y la boca también inmóviles y mirándole a los ojos con la respiración agitada.

Volvió a mirar al frente y esta vez pudo distinguir mejor las tres figuras que tenían delante de ellos. Les apuntaban con sus varitas y vestían ropa de calle, bastante desgastada y de colores neutros. Pantalones, jerséis, capas… y unos pañuelos grandes cubriéndoles la cabeza y dejándoles al descubierto poco más que los ojos. El de la izquierda era bajito, fuerte y se le escapaban unos cuantos mechones rubios del flequillo. El que estaba en medio tenía unos ojos azules muy grandes y parecía que había sido él el que los había atado y amordazado. La que estaba a la derecha parecía una chica, alta y delgada con la piel negra, como sus ojos.

El que estaba en el centro se llevó la mano a la boca e hizo un silbido que parecía una señal entre ellos. A los pocos segundos apareció detrás de ellos una cuarta persona. Tenía también la cabeza cubierta y se aproximaba con la varita en la mano. Miró a Ginny de reojo, que respiraba entrecortadamente e intentaba en vano deshacerse de las cuerdas que le sujetaban las manos.

La cuarta persona terminó de acercarse y le apuntó con la varita iluminada. Era un chico alto y de ojos azules… ¡Un momento…! Conocía esos ojos azules. Dejó de apuntarle a él y se dirigió a Ginny, acercándole la luz de la varita a su cara. Y el chico se quedó mirándola fijamente a los ojos, paralizado durante unos segundos eternos. Entonces sacudió la cabeza y se alejó un par de pasos de ellos, todavía mirando a Ginny. Bajó ligeramente la varita y se quitó con una sola mano el pañuelo que le rodeaba la cara, dejándose ver por completo. ¿Qué? ¿Pero…? ¡Joder!

Era Ron.


Para Susana, a quien no merezco y sigue confiando en mí.

Espero volver pronto.

Iruna