APEX PREDATOR
Somewhere Over The Rainbow

Primer Round

1A. Preludio

Silencio y quietud. Un abismo de vacío total, un resquicio de nada absoluta en las tinieblas insondables donde nada hay, donde no debe haber nada porque nada puede haber ahí.

Y de pronto, un sonido, estridente y continuo. Una alarma, sondando, repicando locamente, como desesperada. Tres docenas de pasos a todo correr por pasillos de superficie lustrosa, por las entrañas de un enorme castillo teñido de color rojo sangre.

También, luces de neón y una atmosfera siniestra, como de una hoguera artificial manando de las profundidades, de los mismos cimientos de la estructura, dando un tinte sobrenatural fingido, pintando las paredes de block carmín de aquel castillo que flotaba en la oscuridad sin nombre de un vacío infinito.

Dentro, el elevador se detuvo y las puertas se abrieron.

Las paredes uniformes de color rojo le dieron la bienvenida a Moon que bajó del ascensor plantando sus pies firmes en el suelo negro pulido y reflejante.

Sus puños se apretaban con arrojo y en sus vivaces ojos de color azul pálido brillaba el coraje y el valor. No lo parecía, pero ella era la amenaza que hizo sonar la alarma en el castillo. Ella era un elemento peligroso que llegó a poner fin a la quietud macabra de aquel lugar que flotaba como un ascua de rojo fuego, diminuta en la noche sin fronteras.

Lo que Moon si parecía, era una niña de trece años, porque precisamente eso era. Medía poco menos de metro y medio, de piel rosada y un poco pálida, tenía el cabello sedoso y muy oscuro adornado por un gracioso sombrerito rojo, además de una complexión muy esbelta y ropa floja y escaza, lo que se espera de vivir en una región costera de clima tropical. En general, lucia como una energética, decidida y aventurera niña que había llegado a patearle el trasero a una especie de organización criminal intergaláctica… o algo así, en realidad no estaba segura.

Dio varios pasos por el pasillo cuando a sus oídos llegó el sonido de un pequeño ejército de pies que se dirigían hacia ella a toda velocidad.

Más maleantes, pensó ella, más batallas que voy a ganar.

Comenzó a andar más de prisa, como persiguiendo al desafío, como buscando a sus agresores antes de darles oportunidad de encontrarla a ella… y de pronto, ¡zap!

No supo cómo y no supo de donde, algo la tomó con fuerza del brazo tirando de ella, casi haciéndola caer al piso y forzándola a entrar violentamente en un discreto pasadizo tan estrecho que al pasar a unos metros de él, no había notado que se hallaba en la pared.

Una apretada rejilla de ventilación se cerró justo detrás de ella, bloqueando el acceso hacia el escondite desde afuera y sumiendo el reducido espacio donde se encontraba en una oscuridad parcial solo interrumpida por la poca luz rojiza que se colaba entre las ranuras de la ventila. Después de la confusión inicial y el golpe contra la pared sobre su nuca que la aturdió un poco, Moon abrió sus ojos y descubrió delante de ella, a escasos centímetros, una perspicaz y analítica mirada castaña en el rostro impasible de otra chica.

―¡Hey! ―exclamó entonces, en parte desafiante ante la revelación inesperada de la desconocida, en parte reclamando que la otra la soltase, pues la tenía aun firmemente agarrada de la muñeca, en parte como queja, sobándose con fuerza la cabeza donde se golpeó al entrar con rudeza por el diminuto conducto.

―Shhh…― le indicó en un susurro la otra, llevándose un dedo enguantado a los labios y desviando la mirada castaña a un lado donde las líneas de luz que escapaban de la rejilla se entrecortaban de manera intermitente al tiempo que pasaba frente a ella un nutrido grupo de individuos uniformados.

Debían ser por lo menos una veintena, todos, hombres y mujeres, estaban vestidos de negro con boinas del mismo color además de botas y guantes grisáceos.

Una insignia en el pecho de cada uniforme resaltaba vivamente. Tenía la forma de una gran letra R pintada de siete diferentes colores.

Cuando el sonido de la muchedumbre su hubo alejado, durante varios tensos segundos, Moon miró a la chica desconocida, sosteniendo su mirada, como si con ello le transmitiera toda su desconfianza. La otra no se inmutó un segundo, aun cuando estaban apretujadas en un lugar tan estrecho que cada que respiraba una, la otra podía sentir el aliento sobre su piel.

―Bien. Se han ido. Ahora, por acá ―dijo la misteriosa muchacha, tirando de la mano de Moon, como ordenándole que la siguiera mientras se adentraba en la oscuridad distante del túnel de ventilación.

―¿Qué? ¡No! ―chilló la chica de cabello moreno, tirando de su brazo para liberarse del apretón, lastimando levemente su muñeca en el intento ―¿Quién eres tú? ¿A dónde me quieres llevar?

―Shhh, baja la voz ―demandó la otra. Una larga cabellera de cabello castaño cenizo claro le caía a la espalda al tiempo que dos mechones a cada lado de la cabeza le enmarcaban el rostro ―Te van a encontrar y tú no quieres eso.

―¿Y cómo lo sabes? Yo iba a enfrentarme a todos ellos y a vencerlos. ―rebatió Moon, tratando de que la emoción de su voz no se elevara demasiado, pero fallando al intentar mantener el volumen al nivel de un susurro ―No tienen una oportunidad. ¡No contra la Primera Campeona de la Región de Alola!

―Tal vez ―se encogió de hombros la otra, resoplando con indiferencia ―Tal vez habrías podido si te enfrentaran en un duelo uno-contra-uno, pero me temo, su majestad, que se encuentra usted ahora muy lejos de casa.

El rostro pálido de Moon entonces se enrojeció mucho por el enfado cuando la desconocida dijo esas últimas palabras en un tono burlón, rematándolas con una tenue reverencia, para después añadir:

―Aquí no hay reglas. Y nada les hubiera impedido enfrentarte todos al mismo tiempo. ¿Cuántos podías haber vencido antes de fatigar completamente a tu equipo? ¿Una docena o dos? Ese era solo el comité de bienvenida. Los salones de esta fortaleza están a reventar de lacayos y no durarías suficiente para enfrentarte a la décima parte de ellos. Se lo que te digo. Confía en mí.

Moon entonces entornó la mirada, plantó ambos pies firmemente en el suelo, echando mano a su morral tomando con destreza la pokebola donde residía aquel de sus amigos pokémon a quien tenía mayor confianza. Estaba lista para luchar y con los ojos llenos del fuego del conflicto respondió, ya sin preocuparse por hacer demasiado ruido.

―¡¿Por qué?! ¿Por qué debería confiar en ti? ¡No sé ni tu nombre y para mi es claro que eres uno de ellos!

Por el contrario, la muchacha misteriosa frunció el ceño con molestia, en parte harta, en parte resignada y sin retroceder un paso siquiera, respondió aun en un susurro:

―Si fuera uno de ellos, ¿Por qué te estoy ayudando a esconderte? Un "gracias, Leaf" hubiera sido más que suficiente y si lo que te preocupa es esto ―dijo sujetando con dos dedos de su mano la ropa que llevaba ―¿no te ha pasado por la mente que puede tratarse de un disfraz? Veo que la discreción y la sutileza no son tu fuerte, pero eso no quiere decir que todos seamos tan limitados de recursos como tú.

Y no era para menos. Ella sabía que la preocupación de Moon era justificada pues, además de aparecerse de la nada y sin avisar, la chica venia vistiendo el mismo uniforme y boina negros, los mismos guantes y botas grises, así como la misma insignia de la R multicolor sobre el pecho.

―Pero si tu nombre es Leaf… ―reflexiva, la chica de cabello oscuro había bajado la pokebola así como el volumen de su voz ―entonces tu mandaste el llamado de auxilio.

―Le has dado al clavo, campeona, ahora si quisieras seguirme…

―¿Por qué lo enviaste? No pareces estar prisionera ―Moon había echado a andar tras ella pero seguía guardando reservas sobre la situación. Todo le parecía demasiado extraño. ―Y puedes llamarme Moon, es un placer.

Sonrió, pero la otra no respondió al gesto y posiblemente no lo viera. Caminaba sigilosa pero apresuradamente delante de ella por el estrecho y oscuro pasillo que servía como ducto de ventilación. Era lo suficientemente alto como para que pudieran andar de pie, pero demasiado estrecho como para que pudiera caminar una al lado de la otra.

―Bien, Moon. Es cierto que no estoy prisionera, pero si recuerdas el mensaje, no dije que lo estuviera. Dije que había en este sitio chicas que si lo estaban y que necesitaban ayuda lo antes posible.

Ésta rascó su cabeza de oscura cabellera pensativa, tratando de recordar, mientras su guía continuaba avanzando por los conductos sin detenerse. Trató de hacer memoria para recordar el mensaje, pero pronto descubrió que apenas si lo había escuchado una vez y no le había puesto demasiada atención.

Tan pronto fue llamada al Paraíso de la Fundación Aether por la señora Lusamine, quien era la Presidenta así como la madre de Lillie, su mejor amiga, Moon se apareció allí y le fue informado que habían recibido un mensaje misterioso. En él la voz entrecortada y desesperada de una chica que se identificaba a si misma con el nombre de Leaf rogaba mandaran ayuda para rescatar a un grupo de niñas que al parecer se encontraban prisioneras y en poder de una alguna suerte de organización criminal en una especie de fortaleza.

La grabación estaba distorsionada y era de pésima calidad, mientras que la voz de la chica hablaba rápidamente intercalando sollozos y gritos desesperados. Era difícil sacar algo en limpio, pero Moon, poco o nada entendió con la mente puesta en el reto de la aventura y en saltar de inmediato a la acción de poner en su sitio algunos villanos.

Al parecer, la señal fue captada y su origen rastreado hacia algún olvidado rincón del Ultra Espacio, aquella dimensión alterna que era algo así como un tipo de puente entre diversos y muy distintos mundos… o versiones del mismo mundo o lo que fuera. Ella no entendía nada de esas cosas. No era del tipo de chica que llega, lee las reglas y aprende a jugar. Ella conoció el juego jugándolo y era así como había aprendido a moverse a través de los agujeros de gusano y navegar el Ultra Espacio en el lomo de Nebby su fiel compañera pokémon.

De esa manera, Moon había recibido instrucciones para encontrar aquel siniestro castillo y, aunque sabía que podía enviar señales de auxilio de vuelta a la Fundación si era necesario, también le dijeron que no era prudente que ellos se comunicasen con ella de manera continua, pues de hacerlo, delatarían su posición a los criminales y ellos podían usar esa información para encontrarlos, así como la gente del mundo donde estaba el Paraíso Aether habían podido encontrar a los criminales.

Y ahora estaba ahí, recorriendo en silencio los resquicios más oscuros de aquel perverso complejo asistida por una persona que decía ser la autora de la llamada de auxilio pero que se notaba bastante más segura y autosuficiente de lo que ella hubiera esperado encontrarla.

Y no es que Leaf diera especialmente mala espina. En realidad parecía una chica agradable. Un poco seria y algo mandona de primera impresión, pero era no era mucho mayor que ella misma, si acaso tendría unos quince años como máximo y aunque parecía de complexión más robusta que la propia Moon, talvez era una percepción causada por aquel ajustado uniforme negro cuya falda dejaba ver las piernas a partir de la altura de los muslos y cuya blusa corta y muy apretada hacía lucir el busto de su portadora más grande de lo que en realidad era.

En esto cavilaba la chica cuando chocó abruptamente contra su compañera quien venía adelante, pues esta se había detenido y levantado una mano como para hacer señal de que parasen.

―Ouch, lo siento. Venía distraída ―se disculpó la de cabello oscuro, pero no pudo decir más porque de inmediato la otra volteó haciendo nuevamente la señal de que guardase silencio.

―Shhh. ―murmuró la otra ―No hagas ruido. Llegamos.

―¿A dónde?

Leaf se hizo a un lado. Pero no había mucho espacio a donde hacerse. El ducto era tan estrecho como siempre y al pegarse de espaldas a una de las paredes para que Moon pudiera acercarse y ver, el poco espacio que dejaba demandaba que ella también se pusiera de espaldas contra la otra pared, quedando ambas encontradas de frente con el cuerpo pegado la una a la otra.

El pasillo por el que habían andado se terminaba ahí mismo, en otra rejilla de ventilación como la anterior, pero esta parecía firmemente sujeta. Al otro lado, un oscuro y amplio recinto, ubicado a un salto de por lo menos dos pisos por debajo de la altura de la ventila, mostraba un par de muebles que eran visibles solo porque descansaban justo debajo de las únicas fuentes de luz del lugar.

Eran dos sillas de altos respaldos y de una construcción sólida y fuerte. Sentadas en ellas, un par de chicas parecían reposar, una en cada silla. Pero al inspeccionarlas con más detenimiento, Moon pudo darse cuenta que no estaban dormidas ni tampoco descansaban. En realidad, tenían manos y piernas férreamente sujetas a las sillas por gruesas correas de cuero reforzado. Una de ellas, tenía la cabeza caída sobre el pecho en una posición que lucía sumamente incomoda pero que era solo posible porque el resto del cuerpo de la chica, incluidos sus hombros y torso estaban sujetos con firmeza al mueble.

―¡Son ellas! Vamos ayudarlas de inmediato ―suspiró Moon con entusiasmo y preocupación en partes iguales ―Ven, ayúdame a abrir esto.

Leaf levantó su mano, pero no para ayudarla, sino para detener una de las manos de Moon que trataban de aferrar la rejilla que las separaba de las niñas cautivas. Ella levantó la mirada a su compañera, a lo que la de ojos castaños negó con la cabeza, pidió silencio con un dedo sobre sus labios y después sugirió que escuchara, señalando su oído.

Moon no comprendió de inmediato, pero al concentrarse en escuchar, le pareció percibir momentos después el sonido distante de un andar por el suelo bajo ellas.

No era como los desordenados y veloces pasos de las toscas suelas de las botas del ejército de secuaces que había escuchado descender por los pasillos a todo correr. Este andar era acompasado, rítmico, elegante. Era el sonido de finos zapatos de dura suela andar por un piso pulido y limpísimo.

Pero ellas no eran las únicas que lo habían escuchado. Las chicas maniatadas dentro de la habitación a oscuras lo habían oído también. La respiración de una de ellas se alteró y levantó la cara con el rostro torcido en un rictus de puro horror.

―Hilda… Hilda, creo que lo escucho. ¡Es él! ¡Ahí viene! ―comenzó a sollozar la primera prisionera con el cabello largo, lacio y oscuro sobre la cara, cayéndole de debajo de un sobrero tejido de color blanco.

―Lo sé, Dawn. También lo escucho. Cálmate por favor… ―respondió la chica atada a la otra silla, aquella que tenía la posición incómoda. No levantó el rostro pero por la tensión en su voz era obvio que estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por contenerse a sí misma. Tenía una larga melena de cabello castaño y ondulado que se le escapaba de debajo de una cachucha deportiva.

―No puedo. No puedo más. No lo soportaré. No de nuevo. Por favor, Hilda, haz algo. Haz que pare, por favor… ―rogaba Dawn con gruesas lagrimas corriéndole por las mejillas, manando de un par de grandes y bellos ojos grisáceos. Debía tener unos 14 años.

―Lo siento, Dawn, no puedo. ―Hilda tragó saliva, estaba temblando, pero al decir lo siguiente levantó el rostro, un rostro hermoso de 16 años iluminado por dos ojos de azul intenso―Pero no le des el gusto de escucharte rogar. Es lo que él quiere. Se fuerte, por favor.

La chica prisionera de cabello oscuro contuvo difícilmente el llanto, mordiéndose un labio con desesperación y tratando de forzar sus ataduras para liberarse.

Ante tal escena, Moon asustada y conmovida al mismo tiempo, se aferró con más fuerza a las barras de la rejilla de ventilación que la separaba a ella y a Leaf de las otras y trató de derribarla. Su compañera castaña sin soltarle la muñeca con su mano, la apretó más para tratar de impedírselo y buscándole la mirada negó con la cabeza enfáticamente.

Ambas chicas parecían discutir sólo con las expresiones de sus rostros sin hacer ruido alguno, únicamente torciendo contrariados y efusivos gestos, hasta que el ruido de los pasos se volvió más fuerte y claro y los sollozos mal reprimidos de Dawn les indicaron que el dueño de aquellos pies había entrado al recinto.

―Buenos días, mis niñas ―dijo una voz grave y levemente rasposa después que con un sonido raudo, el deslizar de una puerta automática dejara pasar un potente raudal de pura luz blanca al oscuro cuarto.

Sobre el camino de la luz, la sombra monstruosamente alargada de un hombre alto se dibujaba a lo largo de la habitación.

―Espero que hayan podido descansar. Sé que es difícil adecuarse a la ausencia de la luz del día pero encontraran que es más eficiente trabajar con un horario que no dependa de las idas y venidas de las lumbreras celestes. Denle tiempo. Se acostumbraran. ―el hombre siguió hablando y al acercarse, apareció en el rango de visión de las dos intrusas que se asomaban entre las aberturas de la ventila.

Su figura se reveló como la de un hombre de entre cuarenta y cincuenta, alto, delgado, impecablemente vestido con un smoking de color negro y zapatos relucientes del mismo color. No podían ver su rostro, pues estaba de espaldas, pero sí pudieron notar que usaba el cabello oscurísimo muy muy corto casi al ras de su cabeza.

Había traído consigo un sencillo banco y lo que parecía ser un libro pequeño.

―Sé que nuestra última sesión fue un poco brusca, pero mírenlo por el lado amable. Lo que aprendieron aquella vez les ayudara a comportarse a partir de ahora ―siguió diciendo mientras se acercaba a las sillas donde estaban férreamente sujetas sus prisioneras. Se acercó primero a Dawn y acariciándole suavemente el rostro añadió ―Nada de intentos de escape. Nada de escupir tampoco. Es de mala educación.

Dijo esto último sin dejar de acariciar a la chica a su izquierda, pero volteando a mirar a Hilda que estaba a su derecha y lo miraba con los ojos llenos de desprecio.

―P-por favor… déjenos ir a casa. De verdad no diremos nada. Lo prometemos, pero déjenos libres, por favor ―los ojos de Dawn se anegaron en lágrimas nuevamente y su ruego se empapó de llanto levantando el rostro hacia aquel hombre.

―Ah, pero mi niña ¿no lo has comprendido aun? ―mientras lo miraba, aquel individuo se aferró con su mano al rostro de la chica apretándole el mentón y los labios en una mezcla perversa de agresión y caricia ―Nadie va a irse hasta que no entiendan lo que pretendo enseñarles aquí. Es en ese momento en que las voy a dejar libres, cuando comprendan que ahora ésta es su casa.

Dawn quedó sollozando y jadeando aterrada cuando el hombre la soltó. Éste dio dos pasos atrás y colocando el banco sobre el suelo, se sentó cruzando elegantemente una sus piernas y abrió cuidadosamente el libro que traía donde lo señalaba un separador.

―Hoy quiero leerles otra historia ¿Dónde nos quedamos la vez anterior?

―No, por favor. No de nuevo. Eso no… ―Dawn rompió en llanto sacudiendo la cabeza desesperada como si tratara de protegerse así de lo que ahí iba a ocurrir.

Mientras tanto, arriba en la ventila, aquella discusión de miradas que habían sostenido Moon y Leaf se había transformado en una silenciosa batalla de manos. La castaña pugnaba por alejar a la otra de la reja mientras esta se aferraba insistentemente en derribarla para saltar al cuarto de inmediato y rescatar a las pobres prisioneras. Simplemente, en la mente de Moon no cabía que Leaf pudiera sólo quedarse ahí sin hacer nada mientras veía a aquellas niñas sufrir tan atrozmente. Por su parte, la propia Leaf solo rogaba en su mente que a Moon no se le ocurriera abrir la boca y decir cualquier cosa.

¡BLAM!

Poniéndose tenso, el hombre del banco cerró su libro de golpe y su voz normalmente gentil y calmada se escuchó firme y severa cuando dijo sin levantarse de su asiento siquiera.

―No está bien interrumpir a alguien cuando va a leer. Es de muy mala educación ―aseveró. No era posible verlo desde lo alto y con aquella luz, pero seguro que estaba fulminando con los ojos a Dawn pues Hilda, notándolo, se apresuró a distraerle mientras la otra cautiva intentaba reunir fuerzas para contener su llanto.

―Nos dijo la otra vez que nos contaría la historia de una chica que conoció en una piscina. Dijo que era especial, pues fue la única a la que visitó dos veces.

―Ah, es cierto. Esa historia me encanta. Ya entenderán porque. ―dijo el hombre alegrándose y abriendo el libro de nuevo, hurgó unos momentos entre las páginas hasta que se detuvo en una disponiéndose a leer.

Para entonces, los apagados quejidos de Dawn casi no se escuchaban pero seguramente se debía a que la chica hizo acopio de toda su fuerza para morderse la lengua y obligarse a guardar silencio. Al mismo tiempo, la acallada contienda que se daba en los túneles de la ventilación varios metros más arriba había concluido con una ganadora, por lo menos provisionalmente.

Y es que Leaf no estaba dispuesta a permitir que Moon las delatara y, valiéndose de su mayor potencia física, obligó a la enérgica chica de ojos azules a retirar las manos de sobre la rejilla y colocándole el antebrazo sobre el cuello para someterla contra la pared, usó su otra mano para apretarle sólidamente la boca e impedir que gritara o emitiera sonido alguno.

Y así, contra su voluntad, al igual que las dos chicas amarradas a las sillas abajo, Moon tuvo que escuchar la historia que leía relatándoles aquel hombre.