La Cámara De Los Secretos


Por fin concluyó el trimestre, y sobre el colegio cayó un silencio tan vasto como la nieve en los campos. Con el diario, ya en manos de Harry, todo parecía ir perfecto. Sin embargo, más que tranquilizador a Draco le pareció lúgubre, todos sus amigos habían regresado a casa para las vacaciones navideñas, y se molestó de ser el único que se quedase a investigar sobre la cámara de los secretos.

Amaneció el día de Navidad, frío y blanco. Draco despertó temprano, era el único ser en aquel dormitorio. Quito los regalos que yacían sobre él, y se dispuso a vestirse.

Estaba por salir del dormitorio, cuando Hedwig aterrizó es su cama, llevando en el pico un paquete muy pequeño.

—Hola —dijo contento Draco—, ¿Qué traes para mí?

La lechuza le picó en la oreja de manera afectuosa, gesto que resultó ser mucho mejor regalo que los que le llevaba, que era de Harry y de Dudley. El primero le enviada una carta explicando nuevamente la entrada de la cámara de los secretos y chocolates, y el segundo le enviaba una novela ligera.

El resto de los regalos de Navidad de Draco fueron bastante más generosos. Blaise le enviaba una grande de colección de libros oscuros que decidió leer después; Pansy le regaló un bolso.

—¡¿Por qué yo recibí un bolso?! ¡Dijo que Dudley, le iba a regalar, un viñedo boutique que se localiza al norte de México! ¡Pansy Parkinson, debes reorganizar tus prioridades!

Luna le había comprado una lujosa pluma de águila para escribir; Crabbe y Goyle le regalaron una NIMBUS 2001. Draco abrió el último regalo y encontró un anillo, y una nota que decía:«Padre, lo iba enviar al director. Se que sabrás que hacer».

—Incluso, sin firma, sé que eres tú… Theo.

Cogió la tarjeta con un renovado sentimiento de nostalgia, acordándose de su infancia en Prince Manor, los celos de sus tres amigos al recibir los mimos de lady Snape, a quien no había vuelto a ver desde la fiesta de Harry. Le dolía ver, a una familia tan unida, separada. Acaso su padrino, no mecería ser feliz.

«Snape, tuvo el papel de espía para ambos bandos. Murió a colmillos de Nagini».

—Mentiroso, es un gran pocisionista, no pudo haber muerto. Eres un mentiroso, Harry.

El Gran Comedor relucía por todas partes. No sólo había una docena de árboles de Navidad cubiertos de escarcha, y gruesas serpentinas de acebo y muérdago que se entrecruzaban en el techo, sino que de lo alto caía nieve mágica, cálida y seca. Cantaron villancicos, y Dumbledore los dirigió en algunos de sus favoritos. Hagrid gritaba más fuerte a cada copa de ponche que tomaba. Desde su lugar, Draco, podía ver al Perfecto de Gryffindor, que no se había dado cuenta de que los gemelos Weasley le había encantado su insignia de prefecto, en la que ahora podía leerse «Cabeza de Chorlito», no paraba de preguntar a todos de qué se reían. Draco ni siquiera se preocupaba por los insidiosos comentarios que desde la mesa de Gryffindor hacía Ronald Weasley, en voz alta, sobre su solitaria navidad en Hogwarts.

Draco apenas había terminado su primer trozo de tarta de Navidad, cuando miro a Granger, y Weasley y su sequito salir del salón. Sin darle importancia, tranquilamente, termino su desayuno.

Al salir del comedor, ascendió por las escaleras más cercanas y fue por el largo corredor de los mensajes en la pared, hasta la puerta de los aseos de Myrtle la Llorona.

Myrtle la Llorona estaba sentada sobre la cisterna del último retrete.

—¡Ah, eres tú! —dijo ella, al ver a Draco—. ¿De qué quieres conversar esta vez?

—Disculpa, ¿podrías contarme cómo moriste?

El aspecto de Myrtle cambió de repente. Parecía como si nunca hubiera oído una pregunta que la halagara tanto.

—¡Oooooooh, fue horrible! —dijo encantada—. Sucedió aquí mismo. Morí en este mismo retrete. Lo recuerdo perfectamente. Me había escondido porque Olive Hornby se reía de mis gafas. La puerta estaba cerrada y yo lloraba, y entonces oí que entraba alguien. Decían algo raro. Pienso que debían de estar hablando en una lengua extraña. De cualquier manera, lo que de verdad me llamó la atención es que era un chico el que hablaba. Así que abrí la puerta para decirle que se fuera y utilizara sus aseos, pero entonces... —Myrtle estaba henchida de orgullo, el rostro iluminado— me morí.

—¿Así fue? —preguntó Draco.

—Así fue —dijo Myrtle en voz muy baja—. Recuerdo haber visto unos grandes ojos amarillos. Todo mi cuerpo quedó como paralizado, y luego me fui flotando... —dirigió a Draco una mirada ensoñadora—. Y luego regresé. Estaba decidida a hacerle un embrujo a Olive Hornby. Ah, pero ella estaba arrepentida de haberse reído de mis gafas.

—Claro que estaba arrepentida —dijo Draco—. Privo al mundo de una carismática bruja.

—¡Eh! Yo…yo…eh… ¡mira fue aquí! —contestó, nerviosa, Myrtle, señalando vagamente hacia el lavabo que había enfrente de su retrete.

Draco se acercó a toda prisa. Myrtle se quedó atrás, con una boba sonrisa en el rostro.

Parecía un lavabo normal. Examino cada centímetro de su superficie, por dentro y por fuera, incluyendo las cañerías de debajo. Y entonces Draco lo vio: había una diminuta serpiente grabada en un lado de uno de los grifos de cobre.

—Ese grifo no ha funcionado nunca —dijo Myrtle con alegría, cuando intento accionarlo.

—Myrtle —dijo Draco—, ¿me acompañarías?

Eh…

Draco suspiro. Cuando cumplió tres años había logrado, por primera vez, hablar en lengua pársel, en esa ocasiónestaba delante de una verdadera serpiente. Su padrino dijo que era peligroso que la comunidad mágica se enterase, por lo que mantuvo su habilidad oculta por muchos años.

Recuerda, el día que Severus descubrió que hablaba la lengua de las serpientes, acaba de cumplió cuatro años, estaba jugando con los hermanos Snape y su primo cuando una serpiente se aproximó hacia ellos hasta, Draco le pidió que le alejara, fue casualidad que su padrino estuviese cerca para preciar aquella escena. Después de ese día, Dudley y Harry, insistieron en que les enseñara hablar con las serpientes, fue difícil, pero divertido. Y entre los dos, Dudley, era quien más habilidad tenía con la lengua de las serpientes.

Se concentró en la diminuta figura, intentando imaginar que era una serpiente de verdad.

—Ábrete — De él un extraño silbido salió, y de repente el grifo brilló con una luz blanca y comenzó a girar. Al cabo de un segundo, el lavabo empezó a moverse. El lavabo, de hecho, se hundió, desapareció, dejando a la vista una tubería grande, lo bastante ancha para meter un hombre dentro.

Draco oyó que Myrtle exhalaba un grito ahogado y levantó la vista. Estaba planeando qué era lo que había que hacer.

—Bajaré por él —dijo.

No podía echarse atrás, tenía que descubrir la auténtica cámara de los secretos, pues esta solo era la recepción.

—Voy contigo —dijo Myrtle.

Hubo una pausa.

—Bien, tu presencia será conveniente —dijo Draco, con una sonrisa. Se metió en la tubería y se dejó caer.

Era como tirarse por un tobogán interminable, viscoso y oscuro. Podía ver otras tuberías que surgían como ramas en todas las direcciones, pero ninguna era tan larga como aquella por la que iban, que se curvaba y retorcía, descendiendo súbitamente. Calculaba que ya estaban por debajo incluso de las mazmorras del castillo. A su lado podía oír a Myrtle, murmurar.

Y entonces, cuando se empezaba a preguntar qué sucedería cuando llegara al final, la tubería tomó una dirección horizontal, apunto su varita al húmedo suelo de un oscuro túnel de piedra, y suavizó su caída, una acción bastante rápida que le permitió caer de pie sin quedar cubierto de barro.

—Debemos encontrarnos a kilómetros de distancia del colegio —dijo Myrtle, y su voz resonaba en el negro túnel.

—Debajo del lago, ¿quizá? ¡Lumos! —ordenó Draco a su varita, y la lucecita se encendió—. Vamos

Draco y Myrtle, comenzaron a andar. Los pasos de Draco retumbaban en el húmedo suelo. El túnel estaba tan oscuro que sólo podían ver a corta distancia. Su sombra, proyectada en las húmedas paredes por la luz de la varita, parecían figuras monstruosas.

—Recuerda —dijo Draco en voz baja, mientras caminaba con cautela—: al menor signo de movimiento, hay que cerrar los ojos inmediatamente.

Pero el túnel estaba tranquilo como una tumba, y el primer sonido inesperado que oyeron fue cuando pisó el cráneo de una rata. Draco bajó la varita para alumbrar el suelo y vio que estaba repleto de huesos de pequeños animales.

Doblaron una oscura curva.

—Ahí hay algo... —dijo Myrtle con la voz chillona, traspasando el hombro de Draco.

Se quedaron quietos, mirando. Draco podía la silueta de una cosa grande y encorvada que yacía de un lado a otro del túnel. No se movía.

Avanzó con la varita en alto.

La luz iluminó la piel de una serpiente gigantesca, una piel de un verde intenso, ponzoñoso, que yacía atravesada en el suelo del túnel, retorcida y vacía. El animal que había dejado allí su muda debía de medir al menos nueve metros.

—¡Majestuoso! —exclamó Draco con voz débil.

Algo se movió de pronto detrás de ellos. Un joven se había ido corriendo.

—Vamos, no hay que perderle —le dijo Draco con brusquedad, a Myrtle.

Levantó en el aire la varita mágica, y gritó:

¡Fango!

De la varita salió un rayo café que se desplomo contra el suelo. Enseguida vio que se el suelo de piedra se convertía en un charco de barro.

—¡Wow! —grito—, ¿Qué fue ese hechizo, Draco?

—Convierte el suelo en lodo —La voz de Draco sonaba agitaba.

Escuchó un ruido sordo y un fuerte «¡ay!», como el joven acabara de desplomarse contra el duro suelo.

—¿Y ahora qué? —dijo Myrtle—. Lo hemos perdido.

—Sigamos las huellas.

Draco alzo la vista, se hallaban en el extremo de una sala muy grande, apenas iluminada. Altísimas columnas de piedra talladas con serpientes enlazadas se elevaban para sostener un techo que se perdía en la oscuridad, proyectando largas sombras negras sobre la extraña penumbra verdosa que reinaba en la estancia.

Se aferro a su varita y avanzó por entre las columnas decoradas con serpientes. Sus pasos resonaban en los muros sombríos. Iba con los ojos entornados, dispuesto a cerrarlos completamente al menor indicio de movimiento. Le parecía que las serpientes de piedra lo vigilaban desde las cuencas vacías de sus ojos. Por primera vez, el corazón le dio un vuelco al creer que alguna se movía.

Al llegar al último par de columnas, vio una estatua, tan alta como la misma cámara, que surgía imponente, adosada al muro del fondo.

Draco tuvo que echar atrás la cabeza para poder ver el rostro gigantesco que la coronaba: era un rostro antiguo y simiesco, con una barba larga y fina que le llegaba casi hasta el final de la amplia túnica de mago, donde unos enormes pies de color gris se asentaban sobre el liso suelo.

—¿Cómo? —dijo una voz suave.

Draco se volvió hacia la voz.

Un muchacho alto, de pelo negro, estaba apoyado contra la columna más cercana, mirándole. Tenía los ojos empañados, y el rostro lleno de hematomas, como si lo estuvieran acosando. Pero no había dudas sobre quién era.

—Abuelo Tomi... ¿Tom Sorvolo?

Tom asintió con la cabeza, sin apartar los ojos del rostro de Draco.

—¿Cómo entraste al colegio? ¿Por qué estás aquí? —dijo Draco desesperado—. ¿Si alguien te descubre... si te descubren...?

—No te preocupes —contestó Tom—, me iré pronto.

Draco suspiro derrotado. Tom Sorvolo Ryddle había estudiado en Hogwarts hacía cincuenta años, era amigo de su abuelo Abraxas y sin embargo allí, bajo aquella luz rara, neblinosa y brillante, aparentaba tener dieciséis años, ni un día más.

—¿Acaso los semidioses no envejecen? —preguntó Draco dubitativo.

—Lo hacemos, pero de una forma lenta —respondió tranquilamente—, ese es mi anillo, ¿Por qué lo tienes?

Tom señaló hacia los dedos de la mano derecha de Draco. Allí se encontraba, puesto, el majestuoso anillo que Theodore había enviado.

—El director lo quería, Abuelo Tomi —dijo Draco, volviendo a levantar la cabeza del anillo—. Mi padre y mi padrino buscan la forma de separar el alma de Voldemort del alma del abuelo Tomi.

Tom se inmuto.

—¿Padre...?

Tom bajo mirada… y comenzó a juguetear con la varita entre los dedos.

—Si, Hades—dijo Draco—. Eres su hijo favorito después de todo. Dicen que estuvo a punto de subir, cuando se entero que él come dulces había atado tu alma a la suya, obligándote a realizar actos atroces.

Una sonrisa curvó las comisuras de la boca de Tom. Miro a Draco, jugando indolente con la varita.

—Escucha —dijo Tom con pereza—. ¡Usa el veneno de basilisco! Destruye los Horrocrux...

—No matare a mi abuelo —dijo Draco con toda tranquilidad.

La sonrisa de Tom se hizo más evidente.

—Mocoso mimado, ¿qué quieres hacer?

—Solo disfruta del espectáculo —repuso.

Tom lo miró.

—¿A qué te refieres, Draco no...?

—¡Oh, Abuelo! —interrumpió Draco—. ¿Sabes algo sobre la Cámara de los Secretos?

—La Cámara de los Secretos —dijo Tom, sin perder la paciencia—, me parece que estas confundido: estamos en una de las salidas de emergencia Cámara de los Secretos. La entraba principal, se encuentra en la chimenea de la sala común de Slytherin. Desde aquí, tendrías que caminar, una hora.

—¿Para ser una salida de emergencia en muy amplio? —dijo Draco, sin dejar de sonreír, y se guardó en el bolsillo la varita.

—Bueno, ésa es una cuestión interesante —dijo Tom, con agrado—. Es una larga historia. Supongo que el verdadero motivo por el que es muy amplio es que fue construido para que los estudiantes de Slytherin entrenaran sus habilidades en este lugar.

Draco abrió la boca, pero no dijo nada.

Myrtle insistía en que debían retirarse. Una extraña música empezó. Tom se volvió para comprobar que en la cámara no había nadie más. Pero aquella música sonaba cada vez más y más fuerte. Era inquietante, estremecedora, sobrenatural.

—¡Corre, Draco! ¡El viejo sabe que estoy aquí! ¡Corre, haré tiempo!

A Draco le puso los pelos de punta y le pareció que el corazón iba a salírsele del pecho. Luego, cuando la música alcanzó tal fuerza que Draco la sentía vibrar en su interior, surgieron llamas de la columna más cercana a él.

Apareció de repente el basilisco y con un azote de su cola contra el suelo, mando caer a Draco sobre su cabeza. A lo lejos podía ver a un pájaro carmesí del tamaño de un cisne, que entonaba hacia el techo abovedado su rara música. Tenía una cola dorada y brillante, tan larga como la de un pavo real, y brillantes garras doradas.

El pájaro con sus garras comenzó a atacar a Tom.

—Asqueroso fénix, donde esta tu amo —dijo Tom, devolviéndole una mirada perspicaz.

Tom rio. Rio tan fuerte que su risa se multiplicó en la oscura cámara, como si estuvieran riendo diez Tomis al mismo tiempo.

—¡Dumbledore, cobarde, envía a un pájaro hacer su trabajo! ¿Te sientes más seguro en tu oficina, maldito viejo? ¿Te sientes a salvo en un colegio rodeado de niños?

El basilisco se deslizaba ágilmente por las cañerías. El monstruo giro de nuevo, y entonces levantó la cabeza, sin darse cuenta Draco y Myrtle estaban nuevamente en los baños.