Nunca hurgues las cosas de otros si no quieres verte comprometido en la situación

De la lluvia apenas quedaban las gotas de rocío que se veían entre las plantas y partes de edificios. El samurái carmín y la china de blanco se habían quedado en el silencio del atardecer. Un silencio interrumpido por el primer mencionado.

-Vamos

-¿Eh? ¿A dónde? – la chica pregunta con sorpresa

-¿No es obvio? A cambiarnos de ropa. El cuartel queda cerca y nadie nos va ir a molestar allí

Kagura se lo pensó un momento, pero al final lo acompaño en silencio y Sadaharu los siguió. No deseaba quedarse sola tan pronto y esa tristeza volviera a embargarla nuevamente. Cuando por fin llegaron la puerta principal tenía cintas amarillas. Unas caídas y otras puestas de nuevo. ¿Quién diría que en el nuevo gobierno los perros del Bakufu son los enemigos más buscados? Sougo no tuvo que abrir demasiado la puerta más que lo suficiente por el perro gigante de la China. Cuando todos estaban dentro, Okita volvió a cerrar la puerta y guió a Kagura su habitación, mientras que Sadaharu se quedó en el jardín.

Ya dentro de la habitación, Sougo se dirigió a revisar unas cosas de su armario y algunos cajones, ambos con apenas unas cuantas cosas. Kagura solo lo miraba seria de reojo apoyada a una pared. Él sacó varias cosas y las fue medio acomodando en dos pilas, entre ellas un tatami que extendió en el piso. Acto seguido el ronin tomó una de las dos pilas para entregárselas a Kagura.

-Ten, no es gran cosa, pero te cubrirá mientras tu ropa se seca, puedes extenderla allá – señalándole un lugar en el patio – Pueden quedarse tú y tu perro a pasar la noche aquí…

-No pienso acostarme contigo pervertido – Kagura lo interrumpió de repente

- ¿De qué diablos hablas, estúpida China? En el cuartel no hay nadie y solo tengo este tatami que por supuesto no compartiría contigo, pero debe haber otros tatamis para que duermas. Utiliza la habitación que quieras- decía Sougo con una venita en la frente mientras se dirigía al segundo montículo que había hecho y dejaba el listón que amarraba su cabello en la mesa.

-Bien, ¿y donde se supone que me cambie de ropa?

-Aquí

-Idiota, tú estás aquí

Del enojo anterior, Sougo sonrió levemente. Desde que llegaron al Shinsengumi, incluso antes la China ya parecía estar volviendo a ser la de antes, bueno al menos tenía el ánimo de insultarlo o quizá comenzar una pelea entre ellos dos pronto y esa idea le agradó bastante. Después de todo en tiempos como ese, a veces su afición favorita no era tan satisfactoria como molestar a su rival favorita. Y por cómo se dirigían las cosas al parecer el samurái pronto podría disfrutar de ambas cosas.

Pudo haberle dicho algún comentario que iniciará la pelea, pero lo cierto es que el día con ella y la lluvia cargada de la tarde, había dejado un poco cansado al ex capitán de la primera división. Si las cosas seguían justo como ahora, él entonces buscaría un modo de molestarla mañana para volver aunque sea unos instantes a esos días de antaño, donde todos eran felices.

Ambos bandos Yorozuya y Shinsengumi peleaban siempre frente a frente pero también cuidando la espalda de cada grupo. El ronin esperaba que esos días regresarán lo más pronto posible. Recuperar ambos jefes era la misión más importante para comenzar a restaurar algunas cosas perdidas.

-Yo iré al baño a cambiarme, y como sabes el baño del cuartel es público, así que no tendrás privacidad, además tocaré la puerta de mi cuarto por si aún sigues aquí para saber si estás lista. Estate tranquila por favor. Puedes quedarte en la habitación que te plazca sin problemas. Incluso tu perro puede utilizar la habitación de Hijikata-san como sanitario.

-Sigues odiando a Toushiro ¿eh?

-Siempre lo haré

-¿También sigues con la idea de ver quién de los dos es más fuerte?

Sougo no respondió y salió de la habitación con una sonrisa socarrona que Kagura no pudo ver. Por su parte ella se quedó en la amplia y sencilla habitación en la que le había dejado, Kagura rápidamente se desvistió completamente para tenderla luego y se puso la bata que le había dado, lo menos que deseaba es que ese bastardo la encontrará desvestida dando algún malentendido. ¿Cómo se sentiría su exquisita piel desnuda abrazándola y que sus dedos tracen un camino en el cuerpo de ella, mientras sus labios sirvan de guía? pensar en ello hacía que la sangre le cubriera sus mejillas, eso sí le añade a la explosión de sentimientos que sintió hace un rato cuando ella lo besó. Nunca en su vida había besado a nadie pero con Okita Sougo simplemente se dejó llevar por el momento, eso era…solo un momento nada más, tenía que olvidar ese beso, ella solo debía concentrarse en hallar a su tutor, además el romance en un mundo tan acabado como este era solo una pérdida de tiempo.

Todo esto reflexionaba la mujer de ojos azules mientras se paseaba por la habitación. Era la primera vez que estaba en el cuarto de Sougo, y de un vistazo rápido pudo ver que era parecida a la de cualquier habitación japonesa con un tatami, un armario e incluso una mesa. En la mesa habían solo dos cosas que parecían jamás moverse: una espada con una saya que le recordaba a los orbes rubíes de su rival, que asemejaba nunca haber sido utilizada más que como adorno. Kusanagi. Lo segundo que había en la mesa y que más le había llamado la atención era un retrato de una chica con una linda sonrisa y características físicas similares al sádico -¿Su madre? -Pensó la de bermellón, mientras pensaba con un deje de melancolía en su propia madre.

En otro lado, cierto hombre que la acompaño hasta el cuartel, se encontraba tomando un baño, mientras el agua de la regadera le avivaban lo recuerdos de esa tarde. Si bien, era bastante divertido torturar y matar gente, especialmente a los que se interponían en el camino entre China y él; también reflexionaba que todo lo que finalmente hizo, al menos con los intromisores lo llevaron a ese camino. Ella tuvo la iniciativa de besarlo esa tarde, no es como imaginaba que iban a pasar las cosas pero el hecho de hacerlo, podía notar varias cosas entre sus labios y los suyos. Ya no había vuelta atrás al respecto, si realmente quería recuperar a la China tonta sonriente que peleaba con él por todo, ese era un buen punto de partida. Y con esa resolución en su cabeza, salió del baño.

Volviendo con Kagura, de los objetos que también estaban en la mesa, se encontraba el listón que el samurái había dejado hace unos momentos, lo tomó para mirarlo con curiosidad y se acercó a un pequeño espejo hexagonal que estaba en una pared. No había probado ella llevar el cabello en cola, así que sujetó su cabello con una mano, mientras se ponía el listón. Estaba en ello, cuando escucha un pequeño golpeteo en la puerta.

-Pasa- dijo mientras se admiraba en el espejo con el look que se había hecho en ese momento.

Era de esperarse que la curiosidad de la China hurgará sus cosas, pero ¿porque había tomado ese listón? El listón pertenecía a su hermana cuando era una adolescente, era la única cosa que podía llevar de él consigo a cualquier lado sin que pudiera preocuparse de perderlo o serle arrebatado; le hacía sentir que aún estaba con él, aunque ella hubiera partido hace mucho tiempo.

A Sougo le encolerizaba que otra persona que no se apellidará Okita lo pudiera llevar. Trato de controlar su rabia, porque incluso ver a Kagura con el cabello así, se le hacía bastante linda, pero no era suficiente para soportar la idea que fisgoneen entre sus cosas, especialmente las que tienen que ver con sus recuerdos más hermosos.

Sin decir nada, la toma de los hombros, casi arrastrándola hasta la silla que estaba junto a la mesa, ese acto la sorprende y la enoja mucho pero ante de zafarse de su agarre ella ya se encontraba sentada; por impulso a reclamarle algo intenta pararse pero Sougo le toma uno de los hombros mientras que con una mano toma el cepillo asentado en la mesa.

La mano que tomaba el hombro con fuerza le toma uno de sus mechones para acercárselo a su nariz. Su cabello desprendía un exquisito y sutil aroma de fresas y rosas, que el samurái grabó en todo su ser. Acto seguido tiró del listón que amarraba el cabello de Kagura y lo dejo en la mesa. A punto de quejarse la bermellón, él ya la peinaba con una armonía y quietud que nunca se lo hubiera imaginado viniendo de él. Se sentía una tranquilidad y paz en el ambiente que Kagura disfrutaba con total plenitud ese pequeño momento de felicidad.

-No te queda bien tu cabello amarrado –dijo el ronin de repente, interrumpiendo la serenidad del momento

-¡Oye!-ese hombre sí que sabía sacarla de quicio enseguida

-Cuando te conocí, pensé que tus estúpidos bollos chinos eran para tener una mejor vista a la hora de pelear o tu peinado solo cubría tu cerebro de pensar –Kagura enserio ya estaba rabiando por sus palabras, no faltaba mucho para mandar a la mierda ese momento de quietud y golpearlo, sin embargo el samurái perdido en sus pensamientos y en el acto de peinarla continuo hablando – pero esta tarde que te vi acción, entendí que no necesitabas nada de eso y podías pelear bastante bien. Además no puedo dejar que te pongas esto –comento esto último dejando el cepillo y tomando el listón para amarrarse su cabello –No eres una Okita – susurro esto último cerca de su oído, sonriéndole de manera dulce y picarona.

A la pelirroja se le subieron los colores a la cabeza ¿En qué diablos estaba pensando? ¿Qué tipo de extraños ritos familiares tenía el samurái para pedir la mano de alguien con un simple listón? Ella lo miro de reojo aún sonrojada, él estaba a punto de sujetarse el cabello pero ella le arrebató el listón y tomo el cepillo; antes de que Sougo pudiera replicar algo de enojo, pudo sentir como las manos de ella tomaban su larga cabellera de manera delicada, para cepillarla.

Él seguía siendo bastante alto, y a pesar de lo que ella creció estos últimos años, no se le hizo nada difícil cepillarlo estando parado, su cabello aún seguía húmedo mientras le llegaba a sus fosas nasales un olor amizclado de manzanilla y maderas, era delicioso.

Sougo se quedó quieto ante la sorpresa de su acto, su corazón latía rápido, bastaba solamente un arrebato carnal de quitarle el cepillo y rodearla para besarla con fuerza, pero todo ello se quedó en su propio imaginario. Él permanecía a la expectativa ante los movimientos de la chica, Kagura por su parte dejo de cepillar para amarrarle su cabello. Sougo aprovecha para romper el silencio

-Le pertenecía mi hermana-señalando la foto de la chica con sonrisa cálida que la bermellón había visto antes- el listón era suyo. Cuando deje crecer mi cabello decidí usarlo. A veces siento que ella está conmigo.

Kagura ahora entendía porque le parecía importante ese objeto

–Yo perdí mi madre cuando era pequeña, por eso aún tengo estos adornos conmigo, me hacen sentir cerca de ella y de mi familia.

Sougo gira rápidamente para abrazarla fuertemente, ella le corresponde el abrazo con fuerza y dolor. El ambiente de quietud se tornó en una nota melancólica. Ambos habían perdido algo y ambos querían recuperar o dejar algo de ello consigo.

– Kagura, ¿No crees que los recuerdos son tan hermosos como los cerezos? Nunca sabremos, cuál florecerá primero, cuál será el más hermoso, pero al final cada uno, sin importar como llevó su ciclo de vida el resto del año, inundará a Japón con su belleza mientras van y vienen –Sougo le dijo todo esto con una sonrisa triste y cálida que ella no podía ver, por primera vez el samurái le hablaba de la manera más limpia y honesta que su corazón podría ofrecerle en ese momento. Él no quería que ella siguiera sufriendo por el pasado, o nada que le agobiará, quería a la China tonta y feliz de antes, aunque sabía lo doloroso o inapropiado que podía ser intentar regresar el tiempo atrás.

Kagura estuvo a punto de llorar, pero se contuvo y solo hundió su cabeza en su hombro. Su abrazo duro unos momentos más, hasta que Sougo finalmente sintió que ella no iba a ser poner triste y la fue alejando poco a poco del abrazo quedando demasiado cerca las miradas de agua y fuego en silencio y a escasos centímetros, era bastante seguro que tarde o temprano uno cedería hacia el otro, culminando a otra clase de fuerza elemental. Para Kagura aún le resonaban las últimas palabras del samurái y parpadeo lentamente con el corazón agitado. Si, era el turno que el agua sucumbiera ante el fuego, pero no fue así. El de la mirada de fuego sabía que aún no era buen momento y se alejó - ¿Quieres beber algo? – Le preguntó a la ojiazul.

-Me muero de hambre- dijo la China con alto porte manteniendo su compostura, después de estar a escasos centímetros y que otro momento como el del parque pudiera darse. Agradeció en silencio que no fuera así.

-China, ¿tu estomago sigue siendo un pozo infinito?- río un poco el samurái, sin esperar respuesta – bien, pero intenta no acabar con el resto de la reserva que queda.

La chica parecía que le iba a seguir a donde se dirigió el samurái. Pero en vez de ello desvió su camino al sanitario. Una ducha fría posterior a lo de esa tarde era lo que necesitaba.