Y finalmente, y a dos años de comenzar este especial, subo el último episodio.
(Soy una bestia)
"El ingrediente perfecto"
Parte II
…
.
Naruto entró en casa, completamente entusiasmado.
Anunció su llegada, abandonó sus zapatos y corrió escaleras arriba directamente hasta su cuarto.
Finalmente, ¡todo estaba listo! Gracias a Sasuke, ¡para el final del día él tendría una cita con Hinata!
Bueno, no era exactamente de esa forma. En realidad, él se encontraría con Sasuke, quién estaría celebrando el Día Blanco con Sakura, ¡y ella había invitado a Hinata! De esa forma, él podría integrarse sin que resultase algo sospechoso.
Claro, no se trataba de un plan perfecto, pero Naruto pensaba que por algún lugar tenía que empezar, ¿no?
Se dirigió hacia su cuarto con prisa. Aún faltaba mucho por hacer y solo tenía seis horas hasta la reunión.
Necesitaba preparar su ropa y arreglar el desastre que era su cabello ese día. Necesitaba practicar su confesión. Pero, sobre todo, necesitaba evitar desmayarse de la emoción. Pese al enorme nerviosismo que comenzaba a gestare en su interior, la satisfacción de que finalmente todo estuviese saliendo tal cual lo planeado se anteponía como una ola de alivio.
Los bombones por los que tanto había trabajado se encontraban a salvo en la cocina. Cuando fuese el momento de marcharse pasaría a recogerlos y los envolvería en una de las cajas decoradas de la tienda. Quedarían hermosos.
A Hinata le gustarían, él se sentía seguro de ello.
- ¡Todo va perfecto-ttebayo! -exclamó, incapaz de contener por más tiempo su entusiasmo.
Fue entrando en su propia habitación, que Naruto tuvo que detenerse a causa de la inesperada figura que parecía haberla invadido. Recostado sobre su cama, y mirándole con cierto gesto de satisfacción, se encontraba un muchacho pelirrojo, que aparentaba su misma edad y tenía ojos azules idénticos a los suyos.
Naruto reconoció inmediatamente a su primo.
- ¡¿Kyubi?! -gritó, sin querer, aquel apodo que el muchacho detestaba. Contra lo esperado, el joven parecía estar de suficiente buen humor como para pasar por alto aquel desliz.
- Ah, Naruto -saludó de vuelta con una sonrisa y un simple movimiento de cabeza, demasiado a gusto como para moverse-. ¿Qué sucede? ¿Por qué gritas?
- Lo siento -se disculpó de inmediato, avergonzado. Colgó su bolso en una percha y avanzó dentro-. Solo me has sorprendido. ¿Qué haces aquí?
El joven le miró de vuelta con una sonrisa divertida, como si le indicara que su pregunta era absurda. Naruto no pudo evitar compararlo con un zorro -de ahí el gracioso apodo- al ver aquella expresión aparecer.
- Estoy de vacaciones -le recordó entonces algo que en realidad él ya sabía. Después de todo, cada año era exactamente lo mismo.
- Ah, bueno -y nada más agregó.
Decidido a no permitir que la repentina presencia del muchacho pudiera entorpecer el día más importante de su adolescencia, y tal vez de su vida, Naruto fue en búsqueda de la ropa que había seleccionado para su cita.
No era que su primo le desagradara. No, en lo absoluto. Ellos solían llevarse de maravillas la mayor parte del tiempo que compartían. Sin embargo, el chico también solía ser algo… destructivo para el gusto de Naruto.
Bueno, no destructivo. ¿Tal vez un poco…?
- Catastrófico -el joven sonrió hacia su teléfono celular, antes de sacar una selfie que, Naruto adivinó, postearía en sus redes sociales. Casi no pudo evitar rodar sus ojos al verlo.
Sí, catastrófico. Y condenadamente popular con las chicas, a diferencia suya.
Su madre solía decir que lo que lo hacía tan encantador y dulce era la cantidad de pasteles y chocolates que comía siempre. Y, a pesar de eso, ninguna carie había obstaculizado el camino de su primo a una diabetes adolescente.
De hecho, en ese preciso instante estaba saboreando algunos bombones.
El joven rubio suspiró. Estaba seguro de que los bombones en la tienda se habían agotado, ¿cómo era que su primo había conseguido aquellos?
Los únicos bombones al interior de la casa eran…
-Un minuto, ¿qué es lo que estás comiendo-ttebayo? -el temor lo golpeó apenas aquella oscura posibilidad invadió su mente.
Otro de los bombones desapareció en el interior de la boca de su primo.
- Chocolate, los encontré por allí.
- ¿Dónde allí?
- En la cocina, dentro del refrigerador -contestó con calma, devorando otro más-. Tía Kushina dijo que podía comer lo que sea que encontra…
No alcanzó a decir una sola palabra más, Naruto ya le había saltado encima.
…
- ¿Entonces ambos se encontrarán al atardecer, en la fuente que se encuentra justo frente al viejo templo Higashi? -ante la pregunta, el chico dedicó un rápido asentimiento de cabeza, antes de volver a su trabajo de preparar el chocolate. Por primera vez desde que le hubiese descubierto comiendo aquellos bombones, la tensión entre ambos pareció disminuir un poco-. Vaya, eso es muy romántico.
- Sí… bueno, supongo que sería romántico si tuviese chocolate para regalarle -fue su replica, acompañada de una severa mirada de advertencia.
Ciertamente, si las miradas mataran, él ya estaría seis metros bajo tierra.
El adolescente pelirrojo no pudo evitar frustrarse ante aquel injusto trato. ¡No era que lo hubiese hecho a propósito!
¿Cómo iba a saber que aquellos chocolates eran para que su primo pudiese declararse a la chica que le gustaban si él no les había colocado una nota encima? ¿Tan difícil era redactar una advertencia?
- Vamos, ya me disculpé, ¿no es así? Además, ¿cómo iba a saber que eran un obsequio para alguien más?
- No se supone que registres el refrigerador de una casa que no es tuya -Naruto contestó, claramente enfadado por la situación. Llevaba en sus manos una serie de ingredientes, que depositó sobre el mesón de la cocina. Desde su posición, distinguió chocolate en polvo, mantequilla y otras cosas.
Durante los siguientes veinte minutos se dedicó a observarlo en silencio, apreciando la preparación de los pequeños bombones a salvo en la entrada de la cocina. Seguramente su primo le metería una golpiza si solo intentaba asomar su nariz sobre el chocolate revolviéndose lentamente al fuego.
Naruto lucía ciertamente estresado, su mirada fija sobre el chocolate que, por cierto, ya comenzaba a oler de maravilla.
Ah, esa familia tenía manos de oro.
- ¿No es algo poco? -consultó con su infaltable curiosidad. Pese a ser un amante del chocolate, poco era en realidad lo que conocía sobre el proceso para hacerlo. Sin embargo, su pregunta no funcionó para aliviar aquella incomoda tensión. Naruto tan solo le arrojó una mirada cargada de silencioso reproche, antes de mirar nuevamente a la olla y contestarle.
- Son los únicos ingredientes que quedan.
- Ya veo… ¿Y por qué no les das uno de los de tu madre?
Aquello lo ofendió, pudo verlo en su mirada. Recordó entonces lo orgulloso que solía ser el chico, un defecto que estaba seguro pocos conocían.
- Porque deben ser míos -replicó su primo con energía, y volvió a su labor.
El joven suspiró, aburrido. Francamente no era así como imaginaba pasar la tarde con el muchacho.
- Tarda mucho -no pudo contener su queja, al cabo de un par de minutos.
- Se requiere paciencia para cocinar -fue la respuesta dada, entre dientes y con enfado-, maldito zorro.
- Oye, ¡no te pases!
Naruto sintió un empujón, que casi lo hizo derramar el chocolate que estaba preparando. Simplemente no pudo contenerse, los años de camaradería y rivalidad con su primo le habían enseñado a devolver cada golpe recibido. Antes de poder pensar en lo que hacía, había abandonado la olla sobre el fuego encendido y no fue sino hasta la advertencia de su primo que recordó que se encontraba cocinando.
Con urgencia apagó la llama, y sacudió el paño de cocina para apartar el humo que comenzaba a ascender a su alrededor.
- No, no, no, no, no… -musitó desesperado ante el desastroso e intenso aroma. No dudo en verter el contenido sobrante sobre los moldes, sin embargo, sus años de ensayo y error ya comenzaban a recordarle lo que en realidad él ya sabía.
Había quemado el chocolate.
Y eso significaba una pérdida total.
El sentimiento de desesperación arrasó como un tsunami en su interior. Pronto, todo su entusiasmo y confianza recientemente adquiridas se derrumbaron tras la enorme ola. Lo único claro en su cabeza era…
- No podré hacerlo.
Su confesión salió a borbotones, con el único fin de materializar lo sucedido. Con cierta desesperación buscó a la única persona que se encontraba en la habitación, como si esperara que le dijese que todo se trataba de una broma o que le diese un pellizco para hacerlo despertar de su pesadilla. En lugar de todo eso, el chico de ojos azules aclaró su garganta antes de hablar.
- Bueno… puedes darles esos -se encogió de hombros con simpleza, apuntando con su cabeza al molde relleno del chocolate quemado.
A Naruto la ira lo invadió por su estúpida solución o, más bien, por el tono tan tranquilo que había utilizado para proponerla. Como si se tratara de algo tan simple, como si no hubiese arruinado todo su esfuerzo -años de trabajo- por su absurdo capricho.
- ¡Esto es tu culpa! -le acusó, recordando entonces porque era que se encontraba en la cocina en primer lugar. Pese a ser el responsable, el muchacho pelirrojo se permitió actuar con sorpresa.
- Un segundo, ¿mi culpa?
- ¡Sí! ¡Si no estuvieras comiendo chocolates todo el día como un cerdo y rebuscando en dónde no te incumbe esto no habría sucedido! ¡Zorro embustero!
- ¡Hey! ¡No te enfades conmigo solo porque eres demasiado cobarde como para declararte!
Aquello fue la gota que rebalsó el vaso.
De un segundo a otro, los empujones comenzaron entre ambos y, antes de darse cuenta, las cosas se salieron de control. Naruto no recordaba que ninguna de sus peleas anteriores hubiese sido tan seria, pero supuso que se debía a que ya no eran los niños que se empujaban hasta que uno de los dos cayera al suelo.
Su padre venía bajando por la escalera en cuanto se topó con ambos peleando en medio del estrecho pasillo. A su madre la atrajo el escándalo de los insultos que llegaban hasta la tienda familiar.
- ¡Naruto Namikaze!
Su sola voz fue suficiente para detener el enfrentamiento. Como si hubiese despertado de un hechizo, el joven vio entonces el desastre que había causado: los ingredientes y utensilios desparramados por la cocina.
- Estás castigado -antes de poder decir algo, de poder explicar lo que lo había llevado tan lejos, su madre habló. Naruto vio en su mirada el evidente dolor que le generaba ordenar aquel castigo-. Limpiarás este desorden, y luego te quedarás a cargo de la tienda el resto del día, ¿de acuerdo?
- ¡Pero mamá, él fue quién…!
- Ya escuchaste a tu madre -su padre intervino entonces. Tal y como ella, se mostraba realmente decepcionado-. Te hemos enseñado de responsabilidad, Naruto. Lo sabes.
- Pero… ¡pero se supone que hoy…! ¡Si él no hubiera…!
- Naruto, ya basta -su madre suspiró, irritada. Seguramente en la tienda los clientes estaban esperando-. Limpien lo que dejaron en la cocina, ambos. Naruto, luego tomarás el turno de la tarde, cuidarás la tienda.
- ¿El turno de la tarde? ¡No, espera! ¡Veré a Hinata por la tarde!
- Puedes verla mañana -replicó su padre, con mayor calma.
- ¡Debe ser hoy! -sin embargo, su grito no fue suficiente para cambiar la decisión de sus padres. Ambos adultos regresaron a sus respectivos lugares, dejando a los adolescentes en el pasillo-. Debe… debía ser hoy…
Sin atreverse a perseguirlos, volvió por sobre sus pasos hasta la cocina, observando el desastre generado y sin saber por donde comenzar. De milagro, el molde de los chocolates continuaba en su lugar. En medio de toda la pelea no había caído. Casi en modo automático, y solo por no saber en qué otro lugar colocarlo, Naruto lo metió en el congelador.
El silencio a continuación fue pesado, asfixiante e incómodo.
¿Cómo las cosas habían dado un giro tan desalentador? ¿En verdad necesitaría esperar otro año para declararse?
- Ve.
Naruto miró a su primo, quién desde el umbral de la puerta le observaba con seriedad. Su labio, justo allí en dónde le había golpeado con fuerza, comenzaba a hincharse.
- ¿Qué?
- Yo te reemplazaré -gruñó. Apartó su mirada, más algo ardió en sus ojos, ¿quizás la culpa?-. Nadie lo notará. Tú ve.
- Pero ya no tengo los chocolates, ni ingredientes para preparar uno nuevo.
- ¿Eres tonto? -esta vez su primo dejó notar su molestia, frunciendo su ceño-. No necesitas los chocolates.
Naruto hizo silencio, apartó su mirada. Sentía que cargaba con una tormenta de emociones, amenazando con estallar en cualquier segundo.
- No lo entiendes -fue lo que finalmente dijo. Su primo se mostró desafiante, cruzándose de brazos para enfrentarlo.
- ¿Y qué es lo que necesito entender? -cuestionó, con la cabeza en alto. Pero no obtuvo respuesta alguna.
El ligero rastro de ira que lo invadió que se desvaneció rápidamente. Estaba demasiado cansado como para seguir peleando.
- Es mi castigo, lo voy a tomar -decidió, dejando que fuera su orgullo quién hablara por él. La sensación agria en su boca no desapareció en cuanto comenzó a limpiar, como esperaba, sino que se intensificó-. Ahora vete, no quiero tu ayuda.
De pie en la puerta, el joven pelirrojo resopló ante su respuesta, recordando la terrible terquedad del chico. Dio media vuelta, decidido a salir, sin embargo, fue incapaz de contener lo que tenía en la mente.
- Solo eres un cobarde, primo -habló, observándolo apretar sus dientes-. Si no eres capaz de declararte es porque simplemente no estás seguro de tus sentimientos.
.
…
.
Antes de siquiera notarlo, el día ya estaba terminando.
Lo supo por la suave luz dorada del atardecer que comenzaba a colarse en la tienda, inundándola tal y como si se tratase del final de un hechizo.
La hora mágica, recordó Naruto, el nombre que le habían otorgado a aquellos minutos entre la puesta del sol y el comienzo del anochecer. Aunque él no conseguía entender que podía haber de "mágico" en ella.
Era un atardecer, sin nada en especial.
Hundido en el silencio -levemente interrumpido por el tic-tac del reloj- y rodeado de los estantes vacíos, el joven no podía recordar un solo momento en el que se hubiese sentido tan solo, tan frustrado y tan…
…tan decepcionado de sí mismo.
Por haber arruinado las cosas desde un comienzo, pero, sobre todo, por no haber tenido el valor de asistir sin los chocolates, escondiéndose en su lugar tras el castigo de su madre. Ocultándose año a año tras ridículas excusas, se dio cuenta de que no era más que un…
- Cobarde.
No hubo respuesta alguna a su lamento.
Claro, estaba solo. Su padre había llevado a su madre a cenar fuera, en celebración por el día. Mientras que él…
Solo.
Que sentimiento tan horrible era aquel, acompañando al peso en su pecho que no dejaba de atormentarlo.
Cuando las campanillas resonaron, interrumpiendo la hora mágica, Naruto necesito un par de segundos para salir del largo letargo en el que se encontraba sumido. Comenzaba a quedarse dormido. ¿Por qué mejor no cerrar la tienda de una vez?
- Bienvenido -su voz fue apenas un simple murmullo. Por el rabillo del ojo hizo un rápido repaso por los estantes vacíos, buscando alguna caja de bombones o bolsa de galletas para el comprador inesperado-. Lo siento, pero nuestros productos están…
- Na… Naruto-kun.
Fue un simple instante lo que le tomó reconocer aquella voz, aquella forma tan particular de mencionar su nombre. Giro con lentitud, haciendo frente al vuelco que su corazón había dado de un segundo a otro.
¿Acaso se trataba de una ilusión?, porque… ¿cómo iba a tratarse de ella?
Y, sin embargo -comprobó- allí estaba, justo en la entrada de la pastelería, mirándolo con verdadera preocupación.
¿Hinata?
Sí. Hinata.
- Me… me dijeron que estarías aquí -ella avanzó tan solo un par de pasos en su dirección, pero fue suficiente para que él sintiese que estaba perdiendo el aire con solo verla.
Hinata lucia realmente preciosa. Con aquel atuendo y con su cabello cayendo por sobre uno de sus hombros. Su rostro bañado por el atardecer.
- ¿Te… dijeron? -confundido como se sentía, fue lo único capaz de decir. Hizo un esfuerzo por aclarar su mente, incapaz de alejar su mirada de ella-. ¿Quién te…?
Sus ojos pasaron más allá de Hinata, hasta el cristal de la entrada. Su primo estaba allí, haciendo señales realmente evidentes desde la calle, alzando sus pulgares y sonriendo.
"¿Entonces se encontrarán al atardecer, en la fuente que se encuentra justo frente al viejo templo Higashi?"
No le tomó más que un instante juntar las pistas en su mente.
¿De verdad su primo había hecho eso por él… después de todo lo sucedido? ¿Había ido hasta allá solo para convencerla de ir a la tienda? ¿Por qué?
"Si no eres capaz de declararte, es porque simplemente no estás seguro de tus sentimientos"
- Naruto-kun -Hinata siguió la dirección de su mirada-, ¿qué está…?
- ¡Espérame un segundo, por favor! -suplicó interrumpiéndola, generándole un pequeño sobresalto.
Sin esperar una respuesta salió corriendo hacia la trastienda, tropezando en el pasillo hacia su casa e improvisando una carrera hasta la cocina. Chocó con la pared, se golpeó la muñeca abriendo la puerta del refrigerador y, al regresar, golpeó su pie contra aquel viejo taburete que hacía años había dejado de necesitar.
De vuelta, notó que ya no había rastros de su primo, o al menos eso pudo determinar por el rabillo del ojo porque pronto toda su atención se volcó hacia la joven de pie frente a él.
Hinata, quién aún se encontraba esperándolo, le miraba con un gesto de preocupación en su rostro.
En cuanto sus miradas chocaron, Naruto estuvo seguro de entender porque era que a aquellos minutos se les llamaba "la hora mágica".
¿Cuánto había pasado desde la última vez que hubiese estado tan cerca de ella?
Todo lo que supo en ese instante era que nunca más quería pasar tanto tiempo sin poder verla a los ojos.
Respiró profundo, agotado por aquella improvisada carrera, y con lentitud estiró su mano para tomar la suya, esforzándose por vencer el nerviosismo que amenazaba con hacerlo cometer alguna tontería.
Mientras le pasaba el pequeño bombón, una fuerte sensación de déjà vu lo invadió, aunque fue incapaz de determinar de dónde provenía.
¿Aquello ya había sucedido antes o solo se trataba del recuerdo de un sueño?
- ¿Qué… qué cosa es? -preguntó Hinata, en cuanto él soltó su mano.
- Ten, por favor -contestó de vuelta, sin decir nada en realidad. Las palabras que tantas veces había ensayado en su mente se esfumaron, obligándolo a improvisar-. Es… es algo que esperaba obsequiarte, hace mucho…
Hinata abrió su mano con cuidado, mostrándose realmente sorprendida al ver el pequeño chocolate. Naruto, por su parte, no pudo evitar observar todas las imperfecciones de este.
¿En verdad había estado trabajado tan duro solo para entregarle un dulce quemado?
Realmente si ella no lo desechaba… es porque se trataba de la chica más amable y bondadosa que jamás hubiese conocido.
- ¿Es para mí? -preguntó ella. Su voz de pronto sonaba insegura, como el graznido de un ave. Sus ojos, con aquella mirada llena de sorpresa, aún continuaba fijos en el chocolate.
- Sé que es un dulce pequeño y que está muy quemado, realmente no era como debía terminar, pero sucedió un accidente está tarde y…
- No -ella negó con su cabeza, alzando su vista para fijarla en él. Sus ojos se encontraron nuevamente-. ¿Por qué razón… me obsequias esto?
El joven fue testigo silencioso de su expresión suplicante, de su preocupación y su temor, todo en aquella mirada que parecía atravesarlo por completo solo para instalarse en lo más profundo de su ser.
Y, estuvo seguro, de que aquella mirada jamás se iría de él. Al menos no mientras siguiera conteniendo sus sentimientos.
- Porque estoy enamorado de ti.
La forma en que Hinata lo observaba cambió por completo. Tantos sentimientos amenazaron con desbordarla, y él fue incapaz de distinguirlos.
Por un breve instante, incluso sintió que ya no estaba respirando. Pero comprobó que continuaba de pie frente a ella, sintiendo como el aire en su cuerpo lo iba abandonando lentamente tras aquella declaración.
- ¿Qué?
- Que estoy… enamorado de ti -decirlo por segunda vez resultó un poco más fácil. El nerviosismo que se aferraba a su cuerpo poco a poco comenzó a desaparecer, para dar paso al brote de emociones que había estado conteniendo los últimos años-. Yo llevo… llevo los últimos años intentando declararme.
Sorpresa, sospecha incluso. ¿Acaso ella intentaba decidir si se trataba de algo real o de solo una broma?
- Pero tú… tú… -Hinata cerró sus ojos e inspiró profundo, tal vez intentando darse valor a sí misma-. Tú me rechazaste, cuando íbamos en secundaria -mencionó, y él pudo notar el dolor que aquel recuerdo aún le causaba, porque también lo sintió.
- No quise hacerlo -sin pensarlo dos veces, y para sorpresa de la joven, él se inclinó en una reverencia-. ¡No sabes cuánto lo siento, Hinata! Sé que te lastime y en verdad lo siento muchísimo, todo fue un verdadero malentendido. Y, desde entonces, no hay día en que no me arrepienta de haber sido el causante de que nuestra amistad…
- Pero… pero no has sido tú -ella lo interrumpió, alzando su voz por primera vez-. Fue culpa mía.
Naruto no recordaba la cantidad de veces en que había deseado vencer la barrera que los separaba solo para aclarar los sucesos de aquel día, sin embargo, en ese instante, rememorar aquel fatídico episodio de su infancia resultaba algo devastador.
- No es así -negó con su cabeza, firmemente-. Si yo no hubiese sido tan desconfiado sobre tus intenciones, si hubiese aceptado tu chocolate en lugar de decirte que no lo quería, ¡nosotros nunca…!
- Pero fui yo quien se alejó, Naruto-kun -en esa ocasión, la voz de Hinata se quebró. Asustado, volvió a enderezarse, y su corazón se oprimió ante las lágrimas que surcaban su rostro. De pie a solo algunos pasos de él, parecía completamente devastada-. Incluso si Sakura-chan intentó convencerme de que no era tan grave, no tuve el valor de enfrentarte otra vez. Siempre me sentí terrible por esa distancia, pero yo nunca… ¡nunca me detuve a pensar en cómo tú te sentías con todo esto! -ella sollozó, cubriendo su rostro-. Intenté disculparme, muchas veces, pero nunca tuve el valor de acercarme, y mientras más tiempo pasaba…
- Hinata…
- ¡Lo siento! -esta vez, fue su turno de inclinarse-. Lo siento mucho, ¡yo fui la causante de que nuestra amistad terminara!
Su voz volvió a romperse, mientras comenzaba a llorar. Sin tener idea de qué hacer para consolarla, Naruto sintió como su cuerpo se congelaba de la misma manera que en el día en que ella rechazó su chocolate de disculpas, cuatro años atrás. La desesperación por no saber qué decir o hacer para solucionar aquello comenzó a inundarlo, y sin quererlo, pensó en el tiempo perdido, y en la amistad rota cuyo trozos se habían extraviado.
Recordó los largos y dolorosos días de escuela, anhelando en secreto que ella volviese a hablarle, solo para terminar conformándose con observarla desde la distancia.
Cada día, durante cuatro largos años.
La había extrañado.
Realmente la había extrañado.
- ¡¿Cómo va a ser tu culpa si fui yo quién olvidó lavar sus dientes-ttebayo?!
Ella alzó su mirada, aún sollozando, evidentemente desconcertada por su pregunta. Observó la expresión desconsolada que el muchacho cargaba, las pequeñas lágrimas que rápidamente se apresuró en secar. Y luego de eso, Naruto soltó una pequeña risa, como si intentara recomponerse.
- Pensar que llevo tantos años deseando hablar contigo otra vez -confesó, en medio de aquel sepulcral silencio-, y lo único que consigo decir es eso. Que lamentable, ¿no? Y todo… todo por culpa una estúpida carie -su garganta se apretó, y tuvo que cerrar sus ojos al sentir las lágrimas desbordarse sin control-, ¡no acepté tu chocolate porque tenía una estúpida carie!
Ella perdió el aire, durante aquel efímero instante en que la sorpresa la invadió. Con cuidado, recordó el pequeño chocolate entre sus manos que seguramente él había preparado con un esfuerzo incalculable. Sus verdaderos sentimientos depositados en aquella invaluable pieza.
Finalmente, con su ojos aún humedecidos por el llanto, sonrió.
- Yo me equivoqué mientras lo preparaba -confesó por fin, recordando aquella anécdota que por años había deseado contarle-. Usé sal en lugar de azúcar. Sabía tan mal que con Sakura no pudimos terminar de comerlo.
Fue incapaz de contener su risa ante la expresión sorprendida de Naruto, quién al verla sonreír casi de inmediato comenzó a reír también. En aquel instante, la enorme angustia que en los últimos años se había instalado de forma definitiva en su pecho pareció desaparecer y, la siguiente vez que Hinata respiró, se sintió libre de un enorme peso que había estado arrastrando.
- Seamos amigos otra vez, por favor -Naruto hizo su propuesta, sonriendo con calma. Lucía verdaderamente aliviado. Con el dorso de su mano, ella secó el rastro de lágrimas en sus ojos, y asintió sin dudarlo.
- Me gustaría mucho -abrió sus manos, en dónde el pequeño chocolate descansaba aún. Antes de que el muchacho pudiese advertirle que no era necesario que lo aceptara, ella le dio una pequeña mordida.
Los segundos pasaron, guiados por el tic-tac del reloj. El atardecer terminaba de perderse y la prueba era la cada vez mayor oscuridad que los rodeada. La hora mágica ya había terminado. No obstante, en el interior de ambos aún continuaba la sensación de que el tiempo a su alrededor se había congelado.
Repentinamente, los ojos de la joven se volvieron acuosos. Incluso si ella intentó disimularlo, girando su rostro, él fue capaz de distinguir las nuevas lágrimas.
No, no, no… Hinata…
¡¿Hinata estaba llorando?!
¡¿Tan malo estaba aquel dulce?! ¡¿Tantos años de repostería para arruinarlo de esa manera?!
- ¡Lo siento! -sintió el miedo inundarlo. La idea de que ella diese media vuelta y se marchara sin decir otra cosa fue suficiente para que volviese a realizar otra reverencia-. ¡Yo, de verdad lo siento, Hinata!
La joven se apresuró a negar con su cabeza, sin dejar de sonreír.
- Está delicioso -afirmó. Naruto, quién no le creyó al escucharla, alzó su vista para examinar el resto del bombón.
Maltratado y quemado. Sin embargo, la mirada de Hinara era honesta.
Deliciosos. Realmente deliciosos.
El alivio lo golpeó en aquel instante, más fuerte que cualquier otro sentimiento en aquellos inciertos minutos. Y todo en lo que consiguió pensar, fue en que su padre no lo había engañado con respecto al ingrediente secreto de su madre.
- Que alivio, debe ser el amor.
Le tomó un par de segundos procesar sus propias palabras. Sintió la sangre subir a su rostro, y supo sin dudas que se había sonrojado.
Hinata apartó su mirada en ese momento. Su piel tan clara permitía que su sonrojo fuese aún más notorio que el suyo.
Pensó que la situación no podía ser más vergonzosa, solo para recordar que se había declarado tan solo unos minutos atrás. Y se preguntó si acaso ella recordaría esa parte.
- El siguiente año… el siguiente año me esforzaré -aseguró la joven, en un leve murmullo. Él supo sin lugar a dudas que se refería a San Valentín, y no pudo contener su sonrisa al imaginarlo. Ella alzó su mano con la intención de apartar un mechón de su cabello que se encontraba fuera de lugar.
Se trataba de un gesto que él ya conocía de memoria, no en vano había fantaseado tantos años por ser quién lo hiciese.
Dejándose llevar por la situación, Naruto la detuvo estirando su propia mano y alcanzando aquel rebelde mechón de cabello en su lugar, para luego llevarlo tras la oreja de la joven.
Sin decir palabras, ella lo espió a través de su flequillo. Su pequeña sonrisa y la expresión tan calmada que llevaba le conferían un aspecto realmente pacifico. Y sintió que podía permanecer allí por horas, tan solo observando aquella expresión que le contagiaba tranquilidad.
Casi sin ser consciente de lo que hacía, Hinata sostuvo su mano. Disfrutó la manera en que el gesto de Naruto cambió. La sonrisa nerviosa que apareció en su rostro, como si recién hubiese caído en la cuenta de lo hecho y de lo cerca que estaba de ella.
- Lo siento -él se disculpó de forma apresurada-. No quise…
- No, está bien -ella murmuró, consciente del nuevo sonrojo que debía decorar sus mejillas-. Creo que… mientras seas tú…
Naruto asintió. No necesitaban más palabras.
Inclinó su cabeza levemente, permitiendo que su frente se apoyara contra la suya. Y allí permaneció, respirando lentamente, y tratando de grabar en su memoria aquel instante tan simple y mágico.
Ella disfrutó de su cercanía, del roce de sus manos encontradas, y no pudo evitar pensar nuevamente en la pequeña mano de aquel niño escurridizo de hace tantos años. En comparación, la mano que ahora sostenía resultaba grande y cálida. Tan desconocida y, al mismo tiempo, tan familiar.
Hinata supo, en aquel instante, que no quería volver a soltarla nunca más.