Habían quedado a eso de las cinco menos veinte en la cafetería de Tweek para ir juntos a la casa de Cartman y llegar poco antes de las cinco, hora a la que, según habían escuchado en el colegio, abría la peluquería. Caminaron tomados de la mano, despreocupados, hablando sobre sus cosas y riendo. El humor de Tweek era inmejorable, y eso a Craig le encantaba. A pesar de lo que uno se pudiera imaginar, caminaba tranquilo, sin preocuparse aparentemente por lo que iba a pasarle a su pelo en breves minutos.
Cuando llegaron a la casa de Cartman, la madre del chico los invitó a pasar. En el jardín había montado algo parecido a una peluquería, pero cutre. Varias sillitas de plástico formaban una improvisada sala de espera, cajas de cartón hacían de mesa, y los espejos eran objetos de mano, de tamaño mediano, que estaban sobre las mismas. Había una ensaladera de plástico al lado de una manguera, lo que supuestamente era un centro de lavado. Los champús y acondicionadores tenían la etiqueta quitada, y Craig pensó para sí que Cartman, en otro soberano intento por putear a los demás, podía haber comprado jabón para perros y usarlo con sus clientes. Se esperaba cualquier cosa de ese chico. Los tintes no eran más que botes de pintura de distintos colores, algo que podía dañar el cabello mucho más que el propio champú para mascotas.
El material de peluquería estaba a la vista sobre la única mesita de plástico de la estampa. Lo más decente era un cortapelo a pilas. El resto consistía en peines de púas gastados, algún que otro cepillo lleno de pelos y tijeras de punta redonda que parecía imposible que cortasen algo que no fuera papel.
Stan y Kyle estaban en un lugar un poco más apartado, ambos dedicados a sus teléfonos, con un cuaderno entre sus manos.
Cuando ingresaron en el jardín, Cartman les recibió con los brazos abiertos.
– ¡Craig, Tweek! ¡Mis queridos amigos! He dejado la agenda libre solo por vosotros dos. ¡Me alegra veros tan pronto!
– ¡Es increíble que ¡aah! aceptaras peinarnos, Cartman! Cuando hablé con Stan esta mañana, me dijo que era imposible ya.
– ¿Stan te dijo eso? ¡Será desgraciado! ¡Eh, Stan! – El aludido se giró a mirarle, sin apartar el teléfono del oído. – ¡Eres un caraculo! ¿Te enteras? ¡Cara, culo! Hablaré con el más tarde – añadió, volviendo al tono normal, hablando solo con ellos. – Pero, la próxima vez, ven a mí directamente. Estoy rodeado de aficionados.
– Corta el rollo, Cartman. Empieza a peinar a Tweek.
– No – su perturbada sonrisa apareció en sus labios. – Primero te peinaré a ti, Craig. Luego va Tweek.
– ¿No nos podéis peinar a los dos? ¿Qué hacen Stan y Kyle entonces?
– Ellos se dedican a tareas más administrativas. Mi otro peluquero es Butters, pero todavía no ha llegado. Si llega antes de que termine contigo, empezará a peinar a Tweek. Pero primero vas tú, Craig.
El mencionado puso los ojos en blanco. El interés de Cartman sobre él parecía insaciable. Insano, se atrevería a puntualizar. Apretó la mano de Tweek y se giró a mirarle.
– Pues me toca a mí. Espérame sentado ahí, babe.
– ¡Agh! Craig, ¿estás seguro de esto? – El interrogante del rostro de su novio le forzó a continuar. Antes de hacerlo, sin embargo, buscó algo de intimidad, alejándose unos metros de Cartman, quien comenzó a mirarles con desconfianza. – ¿De verdad quieres hacerlo? No me importa peinarme yo solo. ¡Ngh!
Si eso fuera posible, pensó Craig. Pero no: si quería que Tweek fuese feliz y tuviera su horrible peinado, tenía que sacrificarse. Estaba dispuesto a lo que fuera por su novio.
– Lo que importa aquí es que tú estés seguro – soltó su mano y le miró con seriedad. – Tweek, ¿de verdad quieres peinarte así? Es una moda pasajera, en una semana ya nadie lo llevará, pero el pelo tardará más tiempo en volver a la normalidad. Dime, ¿de verdad lo quieres?
– ¿Por qué ¡ugh! insistes tanto? ¡Claro que lo quiero! No tengo dudas. Me da mucha envidia ver a los demás con pelos tan geniales.
Craig suspiró. Seguía sin ver la genialidad dentro de la locura de los demás. Se dijo que, al menos, lo había intentado.
– Entonces, por mí está bien. Siéntate allí, en seguida terminaré.
– Ah, ¡Craig! – llamó Tweek cuando este comenzaba a alejarse de él. Se giró a mirarle, algo que le amedrentó un poco. – Q-Quería decir… ¡Agh! ¡Quería decirte que gracias! ¡Gracias por lo que siempre haces por mí!
Craig le sonrió dulcemente e hizo un gesto con la cabeza a modo de despedida. Cuando se giró y tuvo frente a él la gorda cara de Cartman, esa sonrisa se borró. La de Cartman, en cambio, volvió a aparecer.
– Bueeeeno… ¿preparado?
– Cuando quieras.
– Bien, sígueme. Por aquí.
Craig se sentó en una silla frente a una de esas mesas de cartón que tenían un espejo de mano sobre ella. Cogió el espejo y enfocó su reflejo en él. Antes de que Cartman se lo quitara, cogió su chullo y se quedó con él en la otra mano. A su espalda, vio cómo su verdugo comenzaba a toquetear su cabello con una cara de asco injustificada. Craig no era dado a presumir, pero asumió que esa expresión se debía a que, frente a él, estaba el pelo que mejor había sido valorado por las niñas. Este pensamiento le sacó una carcajada interna. Cartman pasó alrededor de su cuello un triste babero antes de comenzar a hablar.
– Bueno, ¿por dónde empezamos? Había pensado en cortar al cero por aquí, aquí y aquí – señaló varios puntos al azar sobre su cabeza. – Luego, recortar un poco más por aquí y aquí, teñir esta zona de verde, esta otra de rosa, un poco de amarillo por aquí y culminar con naranja aquí. También podemos plantearnos poner alguna que otra extensión… quizá por aquí.
Craig observó con aburrimiento el juego de manos de Cartman sobre su cabeza. Como si le importase lo más mínimo lo que fuera a hacerle: fuera como fuese, iba a ser igual de horrible. Había desconectado de esa verborrea, así que se sorprendió cuando vio a Cartman pendiente de él, como esperando una confirmación. Se aclaró la garganta.
– Sí, claro. Me parece…
Su teléfono móvil sonó. No pudo disimular su sonrisa. Bajo la desaprobación de Cartman, lo sacó de su bolsillo.
– Te agradecería que ahora lo pusieras en silencio. Los genios no debemos ser perturbados.
– Claro – descolgó la llamada y habló. – Hola, mamá.
– ¿Mamá? Tío, soy yo, Token. Me pediste que te llamara a las 5, y eso he hecho.
– No, no estoy ocupado. ¿Por qué?
– Tío, ¿me estás escuchando?
– ¿A Ruby? ¿Y no puedes tú?
– Vale, esto es demasiado raro. Voy a colgar. Espero que luego me expliques de qué iba todo esto.
Craig, metido en su papel, sacó el dedo a la nada en cuanto escuchó el pitido que le indicaba que la llamada había finalizado. Pero no había sido suficiente.
– Vale, me haré cargo. Pero quiero una buena recompensa por ello. Adiós.
Lo primero que hizo tras colgar fue quitarse ese ridículo babero de encima y volver a colocar su preciado gorro sobre su cabeza. Cartman le miró con la desconfianza volviendo a brillar en sus ojos.
– Oye, qué haces. Qué ha pasado.
– Lo siento, tío. Mi madre me ha llamado. Tiene que ir a hacer yo que sé qué, y Ruby ha quedado con una amiga. Tengo que acompañarla.
– Cómo que tienes que acompañarla.
– Mi madre opina que es demasiado pequeña para ir sola.
– Espera, tú no te vas.
– Tengo que irme. Si no, me castigarán.
– No. Me lo prometiste, Craig.
Craig se levantó de la silla, desoyendo cualquier queja de Cartman.
– Empieza peinando a Tweek. Yo volveré en cuanto pueda.
– Craig, me lo prometiste.
– ¿Q-Qué pasa? – se acercó Tweek, viendo el descontento del autoproclamado peluquero. – ¿Va todo bien? ¡Erk!
– Tengo que irme. Mi madre me ha llamado.
– Oh.
– He dicho que no te vas.
– Cartman me ha dicho que empezará peinándote a ti.
– Eh, yo no he dicho…
– ¿De verdad? ¡Qué bien!
– Oye, yo no…
– Te veré luego – Craig acarició la mejilla de Tweek, quien le sonrió.
– Vale. Espero q-que vaya bien.
– Gracias. Adiós, Cartman.
– Entonces, ¿me toca a mí ya? ¡Agh!
Cartman se mantuvo en silencio. Craig desaceleró el paso, esperando escuchar su respuesta. Cuando estuvo a un paso de atravesar el portón de cristal que daba entrada a la casa, esa espera concluyó.
– ¡Vale! Pero luego quiero peinar a Craig. Si no… ¡me enfadaré! ¡Me enfadaré mucho!
Victorioso, Craig salió de la casa. Había sido un truco muy simple y fácil, pero muy efectivo. Localizó un banco frente a la casa vecina, y se sentó en él. De la mochila que le acompañaba, extrajo una PSP y empezó a jugar a uno de los videojuegos de Red Racer que tenía.
Haría lo que fuera por Tweek, no esperaba que alguien pusiera en duda eso. Tweek era muy volátil y muchas veces acababa arrastrándolo, como en esa ocasión, a situaciones que, por lo general, él evitaría. Y por eso mismo podía asegurar que haría lo que fuera por él, porque siempre le acompañaba y le apoyaba. Pero dar en las narices a Cartman con su propio plan era demasiado tentador. Además, una cosa era apoyar a Tweek, y otra muy distinta era lanzarse de cabeza y sin protección a una piscina sin agua. No podía evitar ser racional, y esa estúpida moda le parecía precisamente eso, estúpida. No quería ser partícipe, pero apoyaría a su novio, porque eso era lo que debía hacer.
Cuando la tendencia pasara, también estaría ahí para él. Volvería a ayudarle, porque era lo que quería hacer.
Nadie podía recriminarle nada de su relación con su novio. Porque ahí estaba él, fuera de la casa de Cartman, sentado en un banco, decidido a esperar a que saliera toda la tarde si hacía falta.
Mostró una pequeña sonrisa. Todo su monólogo interior servía para aclarar que haría todo lo que fuera por su novio, siempre que estuviera dentro de un límite razonable. Y eso le parecía exactamente eso: razonable; lógico. Y tener un sentimiento razonable y lógico hacia una persona era, para él, lo más puro y sincero que podía ofrecer. Porque lo pasional y los sentimientos pueden enfriarse, pero una relación racional y equilibrada es lo que más dura en el tiempo.
La tarde fue pasando poco a poco. Supuso que Cartman estaba reteniendo a Tweek todo lo posible, con la esperanza de que volviera a buscarle. No iba a darle ese placer. A la hora del atardecer, vio por fin aparecer a su novio por la puerta principal de la residencia Cartman. Se lamentó de que hubiera malgastado toda esa tarde, perdiendo el tiempo seguramente, en casa de ese imbécil extorsionador. Sin embargo, la sonrisa en el rostro de Tweek le dio a entender que no le había importado pasar allí el tiempo. Cuando llevó su vista hacia su cabeza, dio un respingo.
Era su novio, pero ningún otro calificativo que no fuera horrible u horroroso le venía a la mente.
El alborotado y salvaje pelo de Tweek que tanto le gustaba, que muchas veces le había recordado a la melena de un león, estaba ahora hecho un desastre. Había dos círculos perfectos, a derecha e izquierda del centro, rapados al cero. El resto del pelo estaba recortado tan mal que, indudablemente, se había hecho con esas tijeras de punta redonda. Tenía mechas en varios sitios al azar, de colores tan dispares como azul, rojo, negro o morado. La zona de su frente también estaba más afeitada de lo normal. Y Tweek sonreía como un niño con un juguete nuevo entre sus manos.
Por muchas vueltas que le diera, Craig no era capaz de entenderlo.
Temiendo que no le viera, guardó la videoconsola y se puso en pie. Ese movimiento llamó la atención de su pareja, quien se giró a mirarle y le saludó con una mano. Ambos avanzaron el uno hacia el otro, encontrándose en un punto medio.
– ¡Hola! ¡Ark! ¿Llevas mucho tiempo aquí?
– Un rato.
– Cartman no ha parado de preguntar por ti. Estaba muy enfadado, no sé por qué.
– Al final decidí que me gusta mi pelo tal y como está.
– Me alegra. A mí también me gusta tu pelo como lo llevas siempre – Craig sintió una punzada en su pecho: él era de la misma opinión respecto a Tweek. – ¡Mira como me ha dejado el mío! ¿Qué ¡aah! te parece?
¿Qué podía decir? La verdad, desde luego y si quería no discutir, no.
– Es… innovador. Y curioso.
– ¡A que sí! ¡Me encanta! Estoy deseando ir a clase mañana para que todos lo vean.
Una parte de Craig se alegró por ver a Tweek así de ilusionado. Otra parte no paraba de lamentarse y temerse lo peor. Solo esperaba que esa moda durase lo suficiente para que el cabello de Tweek pudiera recuperarse por completo.
Tomó a su novio de la mano, sujetándole con firmeza.
– ¿Nos vamos a casa?
Tweek le enseñó una encantadora sonrisa.
– Vamos.
Craig se sorprendió cuando abrió la puerta ese sábado por la tarde. Cinco días después de que su novio, completamente feliz y consciente de su decisión, eligiera lucir un extravagante peinado nuevo, ahora se presentaba en su casa cubierto por la capucha de su sudadera verde. Craig mentiría si dijera que no se había esperado esa situación, pero no había pensado que llegaría tan pronto. Quizá esa no era la afirmación correcta. Más bien, había pedido porque no llegara tan pronto. Sin todavía mediar palabra, se hizo a un lado.
– Hola, babe. ¿Qué tal?
– Craig… – Tweek entró en la casa, pero se quedó en el vestíbulo. Craig cerró la puerta y le prestó atención. – Tenías razón.
Era obvio que Tweek hablaba de su pelo y su pareja, a pesar de lo fuerte que palpitaba en su interior un hiriente "te lo dije", optó, haciendo gala de gran autocontrol, por poner los ojos en blanco y suspirar.
– ¿Te arrepientes del peinado?
– Ya no se lleva; los demás niños han vuelto a cubrir sus cabezas. Las peluquerías de Cartman han cerrado y Eric no quiere arreglar este destrozo. Es horrible…
Tweek estaba al borde del sollozo, Craig podía notarlo. Con un punzante dolor en el pecho, se recriminó a sí mismo el no haber intentado detener con mayor ahínco a su novio; una discusión que habrían solucionado a los tres días habría ahorrado a Tweek todo ese sufrimiento. Culpable, Craig agarró la mano de Tweek, apretándosela con cariño. Tweek alzó la mirada y la fijó en los contenidos ojos de Craig.
– No te preocupes, cielo. Es solo pelo. En un par de semanas volverá a la normalidad.
– Pero voy a ser el hazmerreír del colegio hasta entonces. ¡Aah! ¡No quiero que se rían de mí! ¡Es demasiada presión!
– Tranquilo…
– ¡No me digas que me tranquilice! Tenía que ¡erk! haberte hecho caso desde el principio. Intentaste advertirme, pero yo, como un tonto, caí en el estúpido ¡ngh! juego de Cartman. ¡Es injusto! Pero es lo que me merezco.
– No digas eso – pidió Craig, serio. Tweek se amedrentó ante su tono. – Cartman es un imbécil, y nadie se merece ser víctima de sus estúpidos planes. Ya sé: sube a mi habitación, yo voy a preparar algo de beber y enseguida me reúno contigo.
– V-Vale…
Obedientemente, Tweek soltó, con pesar, la mano de Craig, y subió por las escaleras. Craig se dirigió a la cocina; preparó un café y cogió un bote de batido de chocolate de la nevera. En una pequeña bandeja que solía usar en estas ocasiones, subió ambas bebidas hasta su cuarto. Cuando entró, se encontró a Tweek tumbado en su cama, de lado y con las piernas colgando por el lateral, con la cabeza escondida bajo su capucha y con sus manos agarrando el borde de la misma, forzando a que siguiera así de oculta. Craig resopló por lo bajo. Dejó ambas bebidas en su mesita de noche y posó la bandeja en su escritorio. Luego, se sentó en el borde de su cama. Posó su mano sobre la cabeza de su novio, acariciándole rítmicamente a través de la tela que les separaba.
– El peinado no es tan horrible.
– Mentiroso…
– Al menos, es un problema que tiene solución.
– Ah, ¿sí? ¡Agh! ¿Cuál es la solución?
Craig se tomó unos segundos para pensar antes de responder.
– Cuando estés más tranquilo, iremos a una peluquería. Vas a raparte el pelo al cero para que comience a crecer limpio.
– ¡Estaré semanas calvo! ¡Yo no quiero eso!
– Pero cielo, es la única forma de que recuperes tu cabello.
– Maldito Cartman…
Sí, Craig pensaba exactamente lo mismo. Posó su vista sobre la taza en su mesita.
– Tweek, si no te levantas, se te va a enfriar el café.
Esa era la palabra clave. Siempre que Tweek escuchaba "café", reaccionaba al instante. Esta vez, se hizo un poco el remolón, pero a los pocos segundos acabó incorporándose y sentándose en el borde de la cama, al lado de Craig. Cuando se estiró para coger su taza, su capucha se deslizó sobre su cabeza. Tweek se dio cuenta. Avergonzado, rápidamente se olvidó de su café para volver a colocarse la capucha. Craig posó sus manos sobre las de su pareja, quien se giró a mirarle, alterado. Le sonrió amablemente.
En un auténtico y honesto acto de amor, Craig se quitó su inseparable chullo azul y lo colocó sobre la cabeza de Tweek. Ambos se miraron, uno con afecto y otro con sorpresa.
– Es un préstamo – aclaró Craig. – Puedes quedártelo el tiempo que necesites, pero cuando todo esté bien ya, me lo tienes que devolver.
– Yo… – Tweek estaba sin palabras. Con algo de reparo, llevó sus manos al gorro que ahora le cubría. Sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa. – No sé qué decir.
– Un "gracias" estaría bien.
– ¡Gracias! Por supuesto que gracias. Pero… – sin saber muy bien qué hacer, se inclinó sobre su pareja, regalándole un beso en la mejilla. Craig abrió los ojos ante este acto. – ¡Muchas gracias!
Craig llevó su mano a la mejilla donde Tweek le había besado. Como un tonto, esbozó una tímida sonrisa. Ahora fue él quien se inclinó sobre su pareja; esta vez, para besar sus labios. Ahora fue Tweek quien abrió los ojos de sorpresa. Ese tierno e ingenuo contacto apenas duró unos segundos, pero fueron suficientes para que Tweek se sonrojara. Craig amplió su sonrisa.
– Esto es suficiente como agradecimiento.
Tweek, sin saber qué decir, se limitó a esbozar una suave sonrisa. Craig le ofreció jugar un rato a Red Racer con él. La tarde era joven y tenían tiempo luego de ir a una peluquería. Esta vez, a una de verdad, una con todas las licencias, y seguridad y eficacia.
Apenas un par de semanas después, el pelo de Tweek ya había crecido lo suficiente como para no necesitar llevar el chullo de Craig, pero Tweek lo alargó un poco más en el tiempo. Ver cómo su novio se había convertido en el referente de las chicas y la envidia de los chicos por su look le hacía sentirse orgulloso. Especialmente, se regodeaba cuando veía a Cartman rabiar. Craig le había contado la historia completa, y estaba muy contento de que su novio se hubiera escabullido de las zarpas de ese gordo manipulador. Verle tan infeliz, tan desdichado, verle derrotado, era un regalo para la vista.
Cuando su pelo comenzó a salirse de los bordes del gorro, no tuvo más remedio que devolvérselo a su dueño, a su pesar. Al fin y al cabo, Craig no disfrutaba particularmente de toda la atención que estaba recibiendo. Tweek, con el gorro en la cabeza, había sentido que una parte de su novio estaba siempre a su lado. Craig se dio cuenta de que su preciado chullo se había convertido en algo importante también para su pareja, y en las tardes de juego y charlas, de vez en cuando y en su privacidad, volvía a compartirlo con Tweek.
Estaban dispuestos a caer nuevamente en cualquier trampa tediosa que Cartman organizara como propio entretenimiento o venganza. Si les unía más de lo que ya estaban, como había pasado en esta ocasión, sería un placer dejarse llevar por las locuras de ese pueblo una vez más.
No he sentido un especial apego por esta historia, y por eso me he saltado detalles como el día de después del corte de pelo en el colegio; la charla entre Cartman y Craig. El final a mi gusto también es precipitado, pero a medida que se desarrollaba la historia, me iba gustando cada vez menos. Creo que lo mío es seguir escribiendo "días extrañamente normales" xD.
Decir que agradezco todas las reviews que recibo, y que siento mucho no contestarlas, pero siempre he pensado que el sistema de reviews de esta página es lioso. Muchas gracias a todos los que me dejan algún comentario, ya sea aquí o en los fics de One Piece.
Espero que os haya gustado.