Hacía bastante tiempo tenía programado un despertador a las siete de la mañana con la intención de "aprovechar" el día; aunque, como siempre, terminaba por darle un matonaso al celular y apagar la enlatada musiquita del ringtone con tal de dormir unas horas más. Pero esa mañana fue la excepción, siendo él quien despertaba antes que la alarma por una diferencia ínfima.
Le dolían un poco los ojos por la luz que entraba por el ventanal, bostezó por inercia mañanera y decidió sentarse en la cama, esperando el momento donde, cuando su mano se apoyara en la mitad de la cama, pudiera sentir el calor que el otro cuerpo irradiaba.
Excepto que no había nadie allí.
Dirigió una mirada rápida hacia el lado derecho del colchón y analizó como las almohadas de ese lado no habían sido quitadas, algo que le pareció totalmente extraño, ya que Akaashi solía dormir sobre su propio brazo.
Salió de la cama para dirigirse a la sala de estar y ver si Keiji se había levantado antes que él, pero tampoco estaba allí. Entonces, sin pensarlo mucho, se dirigió al cuarto donde dormían Kenma y Kuroo, abriendo la puerta con la lentitud de un muerto y buscando el interruptor de luz en esa oscura habitación, encontrándolo luego de varios segundos donde siquiera recordaba porqué estaba allí dado el sueño.
—¿Vieron a Akaashi? —preguntó, notando como los cuerpos debajo de la gran colcha beige se removían y la nube negra de cabello de su mejor amigo hacía presencia en la escena con ojitos achinados.
—¡Vete a dormir! —contestó en voz ronca, por consiguiente le tiró una almohada por la cara con muy mala puntería.
Bo la esquivó, cerrando la puerta nuevamente.
Se decidió a ponerse un abrigo cualquiera del perchero y salir con el frío que hacía. Eso sí, esta vez se puso unos pantalones de dormir que desconocía y estaba seguro serían de Akaashi. Pero con la cabeza en las nubes por saber dónde carajos se había quedado Keiji, poco le importaba si sus ropas combinaban o tomaba un pantalón prestado.
Miró su celular nuevamente, para notar como antes que los mensajes no le llegaban al pelinegro y su última conexión había sido alrededor de las cuatro de la madrugada.
Tenía miedo de encontrarlo tirado por ahí, inconsciente por haberse defendido de un robo o algo parecido. Era consciente que el barrio local se ponía feo cuando pasaba al fin de semana y más con el nuevo bar a unas cuadras de la florería. No solo el gobierno los dejaba sin plata, sino que salías a la calle con miedo a no volver.
"En diez minutos llego a casa" Akaasheeeeee [04:12]
Guardó nuevamente su celular, para apurar el paso por la calle hacia el local de flores, sintiendo el frío entumecer sus mejillas pero no sus preocupaciones.
Llegó, por fin, a la cuadra donde se podía decir que empezaba el paseo por los locales; notando enseguida como las paredes habían vuelvo a ser pintadas, pero esta vez de azul.
¿Por qué le mandaría un mensaje diciendo que llegaría a casa, si no iba a llegar?
Comenzó a trotar para acortar distancia de forma más rápida, notando como en algunos lugares donde el agua se había estancado, comenzaba a helarse y reflectarse así el sol en ella. Era una mañana helada y lo notaba en la brusca forma del aire entrando por su garganta y raspándole el pecho. Faltaba una cuadra cuando decidió parar de correr como loquito, o sino podría enfermarse y Keiji tendría que cuidarlo, porque si no era él, Kuroo seguro le metería las pastillas equivocadas en la bebida y con Kenma… él le dejaría morir, directamente.
Se encontró de lleno con el vidrio graffiteado de la florería, sin dar mucha importancia a lo escrito allí, sacó la llave del saco que olía al pelinegro y abrió la puerta de vidrio, haciendo sonar la campanilla sin piedad.
—¿Akaashi? —preguntó alto, esperando la respuesta de un fantasma.
La puerta había estado cerrada, así que él había salido o seguía allí. Caminó por el pasillo, hasta darse el codo con la mesa pegada a las sillas giratorias y abrir la puerta del almacén; viendo el cuerpo bajo sobre las sábanas.
—¡Akaashi! —lo llamó, despertándole en un exalto y viendo como se cambiaba del lado apoyado, enfrentándolo a él en esos momentos.
Se agachó para abrazarlo con una sonrisa en el rostro, notando como Keiji seguía acomodándose entre sus brazos bajo suyo en la cama provisoria del local. Le picaban los pelitos oscuros en el cuello, pero no le importaba. Era más: Le agradaba. Estaba abrazando al pelinegro con euforia suficiente como para materializarla y formar un palacio.
—Me dormí, perdón —susurró Akaashi contra su oreja. Lo hizo con esa voz ronca y grave que tanto le agradaba escuchar. Incluso le daban ganas de que fuera su despertador, en vez de la música ruidosa.
Por el momento no dijo lo que debió conversar. Dejaría la situación fluir; se prometió Bokuto.
Entonces, sin ton ni son, comenzó a darle besitos por todo el rostro como lo había soñado la noche anterior. Y aunque las rodillas le dolieran por haberse estampado contra el suelo anteriormente, solo se concentraba en la forma que las mejillas del pelinegro se hacían bolitas por la sonrisa ancha en sus labios y dejaba que la risa reconfortante de su compañero llenara el lugar entero.
—¿Qué haces? —preguntó Keiji, dejándose llevar por la calidez del otro.
Esta vez, Bokuto no respondió ni dejó responder. De pronto, lo besó. Suave, con todo el tiempo del mundo y tomando la mejilla del otro sin pensarlo dos veces. Le alegraba el pecho haberlo encontrado. Ahí, en ese momento y vida.
En su cabeza era un romántico perdido.
Cuando se separaron, porque ya comenzaba a extrañar verle el rostro, pudo notar como los ojos del otro siguieron cerrados por un momento y en una acción tardía, se echó para atrás y llevó ambas manos hacia su boca, tapándola en el intento.
El sueño se le había ido; como reemplazo llegó el calor a sus mejillas. Lo vio tratando de decir algo, porque salían sonidos sin terminar de su boca y la mirada la tenia finalmente despierta del todo.
—Me alegra haberte encontrado —comentó, esta vez en voz alta.
Akaashi se recostó de lleno en la colcha, cerrando los ojos por un momento, estabilizándose como pudo y devolviendo una mirada mucho más tranquila.
—Empecemos el día.
A pesar de todo, ahora el pelinegro había vuelto a la suya y él no tuvo oportunidad ni de formular en palabras todo lo que llevaba pensando esos días y, especialmente, en la corrida que se había pegado esa madrugada desde su apartamento hasta allí en busca de Akaashi.
Ahora mismo se encontraba mirando por la ventana con bronca por la tintura azul utilizada sobre el acrílico que presentaba la florería y el vidrio en sí. Nuevamente habían pinturrajeado el barrio y su local sufrió las consecuencias de, tal vez, tener que comprar nuevos vinilos para la vidriera principal. No podían dejar aquello en mal estado, menos querían limpiar la tintura y borrar con ella las impresiones.
—Vuelvo en un rato —prometió Keiji, esperando cumplirlo esta vez.
Así quedó Bokuto a cargo de limpiar la vidriera con producto mientras su amigo se encaminaba hacia la ferretería en busca de una solución.
Volvió antes de lo esperado, con el producto en mano y respiración agitada.
—¿Pasó algo? —preguntó Bo, dejando de jugar con dos macetas que había encontrado semanas atrás en el despacho y por consiguiente, en mitad de un martes aburrido, había pintado con marcador permanente caras en ellas y así pretender que eran figuras de acción. La verdad era que, muy de vez en cuando, Akaashi se le unía a jugar con esas macetas mal pintadas, solo para meterse en el rol de lucha y caerse de risa ante las cosas inventadas por la mente del peliblanco.
Keiji había cerrado de un portazo la puerta, haciendo sonar locamente la campanilla dorada sobre esta y caminando con bolsa en mano y de forma rápida hacia el despacho. Bokuto se preocupó al verlo así; se notaba que había corrido. ¿Por qué? Akaashi odiaba correr, porque perdía el aire y sentía como el pecho se le cerraba a la falta de práctica. Además, le gustaba el invierno, pero no para hacerse una maratón y tener dolores de garganta luego, a causa de respirar por la boca. Le gustaba estar calentito en su ropa color neutro y acolchados blancos mientras pasaba música por YouTube y dormía como lechón.
—Vi a los que graffitean la calle a unas cuadras y me dio cosa —contestó, tratando de volver a la normalidad—. Son muchísimos.
—¿Un grupo entero?
—Vi más de veinte chicos ahí.
—No creo que te vayan a hacer algo o te hayan siquiera reconocido —tranquilizó Kotaro.
Akaashi pasó a un lado suyo para dejar el abrigo sobre la camilla.
—Nos conocen, aunque sea de cara —aseguró, dándole la espalda al mayor—. Si a Okami le escribieron "Vieja pasa".
—Al menos no mienten.
Keiji rió levemente ante la sinceridad de Bokuto, quien ya había comentado lo mismo de frente a Okami.
—No creo que nos vayan a hacer algo a plena luz del día —convenció Bokuto, acercándose a Keiji y sonriéndole cálidamente.
El pelinegro juró ser contemple de una escena sacada de un cuento de hadas, donde por la ventana entraba ese tipo de rayo solar el cual iluminaba cálidamente el ambiente en mitad de tonos grises, entre estos se podía notar el polvo volando como si la gravedad no existiera y detrás de este, Bokuto. El príncipe del cuento con una sonrisa confiada y ojitos de ángel.
Eso lo fue hasta ver como en sus manos llevaba las macetas con dibujos expresivos, haciéndole recordar que el príncipe delante suyo era, al igual que él, un muchacho mundano de cabeza en las nubes.
Faltaban dos horas para cerrar y siendo domingo, la tienda se movía más al haber más personas en su día libre caminando por allí, buscando algo en específico o simplemente paseando. Bokuto se había ido a la parte de atrás para cuidar todas las plantas que aún no terminaban de crecer como para ponerlas en macetas propias y mientras canturreaba una de las canciones pop de la radio dentro de la florería, hasta que escuchó como se le daba un portazo a la puerta y vio al pelinegro fruncir el ceño al otro lado del vidrio.
Sin pensarlo mucho se sacó los guantes de jardinería, notando como las acciones de Keiji se hacían brutas y el rostro se le llenaba de enojo; entonces los tiró a quién sabía dónde, para encaminarse hacia la puerta y entrar en escena.
—¿Qué pasa? —preguntó, viendo el grupo reducido de estudiantes de secundaria frente suyo.
—Pasaron y le dieron una patada a las plantas —explicó Keiji, en tono alto.
La gente que pasaba caminando por ahí les miró raro por un momento.
Los cuatro chicos, de no más de dieciséis años, estaban parados frente suyo con mirada despreocupada y soberbia, de manos en los bolsillos de sus pantalones grises hasta el momento donde el de más a la derecha, poco más bajo que Keiji y definitivamente fornido como él, quien sacó la mano de atrás de la tela, para arreglarse el cabello caído a un costado.
—Exagerado, es sólo una florcita.
Su mano estaba totalmente pintada por spray azul y a Bokuto se le dio la no tan loca idea de quiénes eran ellos.
—Páguenlas y no habrá problema —intervino él, tratando de pararse a la par de Keiji.
El muchacho contrario a quien anteriormente había hablado rió burlón.
—No pienses que pagaremos por esa mierda. Ya dijimos que no fue nuestra culpa.
Podía notar como los puños de su compañero eran apretados ante su propia ira controlada y ahora mismo él se sentía igual que Keiji. Porque no importaba si era trabajo o no, terminó por gustarle cuidar aquellas delicadas y bellas formas de vida, las cuales dependían de él. Desde su punto de vista, él fue capaz de crear y cuidar una pequeña vida. Nada le estaba enojando más que un tarado rompiendo el esfuerzo de meses en algo tan precioso como lirios.
"Así se debió haber sentido Akaashi conmigo cuando nos conocimos", rió en su cabeza, recordando la escena.
Sin previo aviso, los adolescentes se dieron la vuelta en plan de continuar su caminata. Siquiera le dio el tiempo para ver lo que pasó, sino, sintió el alboroto apenas terminó.
De repente Keiji le había lanzado la maceta anteriormente tirada al suelo a la espalda del último conversador, llenando su chaqueta de tierra recién mojada y pétalos suaves. Pudo escuchar algo, pero no lo entendió. Y cuando quiso acordar, Akaashi había lanzado el puño.
No entendió cuándo, ni cómo, menos el porqué. De pronto lo vio enfurecido como una caricatura, de puño cerrado y cejo fruncido. El otro le pegó un golpe con la rodilla en la panza; pudo verlo caer y cuando pretendió agarrarlo, no tuvo porqué.
Eso no se suponía que debía pasar.
Pero igualmente, el pelinegro le había logrado girar la cara del golpe.
—¡Basta! —reaccionó, por fin.
Lo pretendió separar, pero el pelinegro que pensaba conocer no estaba ahí. Lo sentía, nuevamente, al otro lado del mundo, en una isla muy lejana donde la recepción no llegaba y se le era imposible ser contactado. Lo forzó, luego, tomándole de ambos brazos. Notó como los acompañantes del otro hacían lo mismo.
Igualmente, los dos forcejeaban y Bokuto podía notar como Akaashi movía la boca para algo que él no quería escuchar.
—Golpeas como niña, marica —rabió el contrincante con la nariz sangrando y la mejilla roja.
—Pero bien que una niña te hizo sangrar.
—Ya, vamos que nos esperan en la sala —Dijo quien habló primero de todos, obligando al metido de nariz medio rota a girarse y comenzar a caminar por donde el frío envolvía cada vez más.
Pasaron unos segundos hasta que todo se logre calmar luego de perder a los machitos por el horizonte. Akaashi, en un movimiento brusco, se zafó de él. Hasta el momento se había tratado de ir, murmurando con rabia la misma palabra.
—Suéltame —Bramó, alejándose—. No necesito que me cuides. Puedo hacer las cosas solo.
—Tu labio sangrando no dice lo mismo —ironizó Bokuto, señalando como de éste salía una fina gotita de sangre a causa de uno de los fugases golpes.
—¡A la mierda el labio! ¿Acaso no ves como nos pasaron por arriba? Si yo no hacía algo, dudo que tú fueras a hacerlo.
Bokuto inhaló profundamente, tratando de ponerse en lugar.
—No me subestimes, porque tampoco hiciste nada más que lío.
—¿Pero qué dices? ¡Protegí mi putísima tienda!
Odiaba eso, pero se le había salido el tornillo y juraba que este había caído sobre las frías calles de Japón y finalmente se perdió por la ranura de desvío de agua alado suyo. Cansado y a punto de explotar ante la distancia que se comían por la furia y no pasión mañanera, le gritó con un nudo en la garganta:
—¡Dices proteger la tienda, pero mira quién es ahora el que rompe las flores!