Chicos, el momento ha llegado. Quiero agradecer a todos los que me apoyaron con esta historia y les pido que sigan apoyándome en las que sigan, me animan a mejorar y a ser más benevolente con los pobres personajes que tanto me gusta lastimar.

Le quiero dar las gracias a mi waifu que siempre me apoya y me da su opinión, así como espero que todos los otros lectores que visitan esta historia también comenten y me hablen de que les ha parecido, me ayudaría mucho.

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Sin más preámbulo, les dejo el ultimo capitulo, ¡Disfruten!


Capítulo Final: Sentimientos Descontrolados.

Las cosas parecían empeorar. La situación se había salido de control. Los gritos nefastos de los bandidos agitaban el aire a su alrededor.

No quería seguir peleando. No quería.

Todo el lugar se quedó en silencio. Ya había cerrado sus ojos, esperando el último golpe que la dejaría fuera de combate, así que tuvo que volver a abrirlos.

Unos pasos ajenos se sintieron dentro del cuadrilátero.

Alguien había entrado.

"¿O sea que me dejarás?"

Kuvira se quedó de piedra. Todos se quedaron de piedra.

No había escuchado su voz tan triste. Desolada. Tan rota en todo ese tiempo.

Baatar entró al ring. Al parecer él no estaría esa noche, por eso Kuvira había hablado tan tranquila sobre el fin de su matrimonio. Pero ahí estaba él, con su rostro pálido y las lágrimas a punto de salir de sus ojos. Ya no estaba tan serio y apacible como siempre. Estaba roto.

Era un perro desechado por su dueño.

Baatar Junior estaba realmente enamorado de Kuvira, lo podía saber por el brillo en sus ojos.

Lo sabía. Cuando la conoció, él estaba siempre a su lado, acompañándola. Incluso cuando ella peleaba, o hacía cualquier cosa, ahí estaba él, como su sombra. Sus ojos la miraban con amor y admiración. Pensaba, antes, que solo era un capricho masculino, pero ahora que recordaba los ojos de él, y recordaba sus mismos ojos cuando miraba a Asami, lograba descifrar lo importante que era Kuvira para él.

Pero Kuvira solo se amaba a sí misma. A sí misma y sus objetivos.

El coloso no tenía espacio para el amor.

"Baatar…"

"Dijiste que éramos un equipo, que esta unión sería nuestro comienzo, por eso nos uniríamos por la eternidad. ¡Te ayudé en todo, y prometiste que te casarías conmigo cuando la fábrica funcionara!"

"Y lo es, somos socios, este es nuestro objetivo. Nuestro futuro juntos."

Kuvira tenía miedo, su voz temblaba, aunque casi imperceptiblemente.

Lo entendía. Baatar la había ayudado mucho. Quitando quien sabe cuánto obstáculo para seguir haciendo de las suyas sin ser atrapada por la ley. Si Baatar no estaba contento, no estaba ligado a ella, él podría destruirla fácilmente. Podía ser una gran piedra en su camino. Su vida podía llegar a ser un caos sin él.

"No, este es tu objetivo. Pensé que realmente me amabas, pero al parecer todo lo que te importa es esto. ¡Fingiste en todo momento! Y dijiste aceptarme para que te ayudara…"

La mujer se quedó en silencio, mientras el chico se limpiaba los ojos con la manga de su camisa. Sus ojos se veían serios. Enojados. Derrotados.

No era la forma para enterarse de algo así. No había una buena forma para enterarse de algo así.

"Encubrí lo de Hiroshi por ti. Encubrí cada muerte que aquí ocurrió. Hice todo por ti ¿Y así me pagas? ¿¡A la primera duda me traicionas!?"

Estaba enojado. Sus gritos eran como los de un niño histérico. Triste. Desesperado. Sus lamentos desolados le partían el alma. Podía ser empática. De solo imaginarse esa situación, en sus propios pies, podría empezar a llorar. La traición siempre era difícil de superar.

El coloso estaba desorientado. Estaba entre la espada y la pared. Si intentaba ganarse a Baatar, perdería a sus peleadores, si intentaba ganarse a sus peleadores, perdería a Baatar.

¿Qué hacer?

Su mente debía estar funcionando al tope. Intentando buscar alguna cosa que la dejara bien parada. Pero el escenario era oscuro. Era oscuro y sin retorno.

De todas formas, su plan terminaría en la miseria.

Los ojos de Baatar brillaron diferentes. Con ira. Su rostro demostraba que era su turno. Que iba a vengarse. El rostro de Kuvira palideció.

"Si me utilizas a mí, que nos conocemos hace tantos años y me necesitas de verdad, no puedo imaginarme lo que le harás a todos los peleadores que engañas con tus palabras manipula-"

Antes de que pudiese terminar, Kuvira le había dado un fuerte golpe en el pecho que hizo tronar su esternón. Se movió deprisa, nadie pudo preverlo. Uso todas sus reservas, toda su fuerza, en ese único movimiento. Baatar había caído al suelo inconsciente en cosa de segundos, luego de que su cuerpo chocara con la pared, aumentando más el rigor del golpe.

El ring estaba en un silencio abrasador. Nadie decía nada, solo estaban atentos a aquella mujer que miraba el cuerpo inerte de su prometido desde la altura.

Sus ojos se veían molestos. No conformes con su acto.

Tuvo miedo de lo que vio en esos ojos oscuros.

Iba a matarlo.

Kuvira iba a matar a su prometido en frente de todos.

"Siempre consigo lo que quiero."

La voz Kuvira sonó rota y fuerte. Sacó una daga de su ropa.

No sabía cuánto tiempo llevaba el arma ahí, pero parecía tan filosa que desgarraría la carne al mínimo tacto.

Sintió su cuerpo temblar. Era el hijo de Suyin, hermana de Lin, la mujer en la que más confiaba, confiaba en ambas mujeres. No podía dejar que lo matara. No podía permitir que la madre sufriera, ni sus hermanos, con la perdida. Si antes no había evitado las muertes en ese lugar, era porque nunca las había presenciado. No podía permitirlo. No se perdonaría nunca si no intentaba detenerla.

Además, Él era el único que conocía los detalles de todos los crímenes que Kuvira había cometido. Si Kuvira terminaba escapando, y mataba al chico, no habría quien pudiese hacerla pagar por sus pecados. No habría quien contara la verdad. Quien respondiera ante las muertes.

Se levantó como pudo, temblando como un recién nacido, y corrió hacia ella. Sus piernas amainaban, pero aun funcionaban. Su intención era detenerla, pero no fue necesario. Se detuvo antes de impactar contra dos peleadores que habían saltado desde las bancas hasta el ring. Mucho más rápidos y en buenas condiciones de pelear, completamente diferente a su estado actual.

Los dos eran criminales de la tierra de Kuvira. Ellos habían viajado con ella desde que empezó con esa cruzada. Eran los más asociados con ella. Peleadores estrella. Los mejores.

Era de esperarse que estuviesen fastidiados. Habían sido traicionados.

Ahí fue donde la verdadera batalla comenzó.

Kuvira voló varios metros hasta chocar con la pared del ring. La daga había quedado en el olvido. La sangre de la chica estaba llenando el suelo. Kuvira era fuerte. Kuvira podía derrotar a esos hombres sin problema. Pero estaba cansada, de mente y de cuerpo, así como la considerable diferencia de fuerza y numero. No podía con dos a la vez. Era imposible.

Su cuerpo ni siquiera resistiría una batalla con uno de ellos en esas condiciones.

Solo pudo detener el avance de uno de ellos, pero no fue suficiente. El otro seguía peleando, aun con la sed de sangre. Pronto el otro se levantaría y seguiría arremetiendo contra ella.

El público que quedaba ya se había retirado. No querían más problemas. Solo les quedaba huir. Seguir huyendo. Ya no estaban a salvo ahí.

Korra creyó que sentiría alivio al ver a Kuvira ser asesinada por los hombres que utilizaba para asesinar, pero no fue así. No sentía alivio alguno. Matar no estaba bien. Nadie debía morir de semejante forma.

No.

Ella debía pagar, pero esa no era la forma. No podía seguir viendo eso.

Se vio deteniendo un ataque que iba hacía la mujer. Había intervenido. Detuvo dos puños vigorosos con sus manos. Ellos tenían mucha fuerza, ya los había tenido que enfrentar una vez. No podría darles pelea en su estado. Sus pies resbalaran en el suelo. No debía permitir que siguieran haciendo eso.

"¡Deténganse!"

"¿Qué haces, Avatar? ¡Déjanos matarla!"

El segundo se había levantado y le gritaba desde otro lado del lugar.

Solo apretó los dientes. ¿Quién era ella para decirles que hacer? Eran asesinos, no entenderían que matar es algo malo.

Kuvira la miraba con asombro. Su rostro sangraba, su cuerpo sangraba, pero se le notaba aterrada. No comprendía la situación en la que estaba. No sabía en qué momento las cosas había acabado así. Sintió el cuerpo de la mujer caer al suelo en ese mismo instante. Era demasiado para ella. No podía seguir de pie.

Cerró los ojos, concentrándose en no soltar al agresor. Necesitaba pensar en una forma para retenerlos. Para hacerlos desistir. No podía dejar que se acercaran.

Kuvira se lo merecía.

Quería aceptar aquello, pero era el Avatar. No debía permitir actos atroces como aquellos. Tenía que luchar por las enseñanzas que le habían dado.

Tenía que impedir que la humanidad desapareciera.

¿Acaso podría?

"Les sugiero que se retiren de este lugar."

Dio un salto al escuchar esa voz conocida.

Su corazón empezó a latir de emoción y confusión. También con algo de terror.

Buscó con sus ojos azules el origen de la voz.

Ahí estaba, entrando al ring con una caminata tranquila. La dueña de Industrias Futuro había aparecido.

La dueña de su corazón.

¿Qué hacía ahí?

"¿Asami?"

Los hombres detuvieron su ataque y se enfocaron en su nueva víctima. Los delincuentes no aceptaban que nadie les diera órdenes. Que nadie los viera cometer sus crímenes. Ellos atacarían sin duda alguna, hasta que cualquier testigo dejara de respirar.

Uno de ellos corrió en dirección a la pelinegra. Korra solo pudo sostener al que tenía agarrado para que no se le ocurriera hacer lo mismo. Lo abrazó como pudo, aunque sus ligamentos parecían desgarrarse y sus pulmones apretarse contra sus huesos rotos.

"¿¡Quién te crees, chica bonita!?"

Asami solo efectuó dos movimientos certeros y simples y tuvo al chico con la cara en el suelo. Ambos delincuentes se quedaron boquiabiertos. Unos tipos como ellos jamás entenderían la eficiencia de los movimientos singulares de las técnicas ancestrales. Ellos solo usaban fuerza bruta.

"La policía viene en camino, les sugiero que se retiren antes que sean deportados a sus naciones correspondientes."

Se miran entre ellos y detienen su ataque por completo. Se empujan torpemente entre ellos hacía la salida. No querían tener aún más problemas de los que tenían. La venganza y las ganas de matar a la unificadora no eran tan fuertes como sus ganas de libertad. Sobre todo, siendo perseguidos por la ley de sus países, con la pena de muerte inminente.

Todo pasó tan rápido. Aun no lo asumía del todo.

La leve sonrisa de Asami bastó para hacer que todo el aire que llevaba aguantando en sus pulmones saliera a la superficie, aunque ese simple acto la hizo toser de dolor, derramando un poco de sangre. Sentía su cuerpo roto, sin embargo, se dio la fuerza suficiente para acercarse a la pelinegra y darle un abrazo. Mas bien se dejó caer en los brazos de la mayor, brazos que la arroparon con cuidado.

Sentía sus huesos rotos y sus órganos muertos. Sentía que iba a morir.

Ya no podía mantenerse en pie siquiera. Solo la pelinegra la mantenía erguida, de pie. Era lo único que la mantenía viva, consciente.

No quería volver pisar un ring en un buen tiempo.

"Así que la hija de Hiroshi Sato hizo su aparición."

Ambas fueron sacadas de su tranquilidad momentánea por la voz de Kuvira. Esta se levantaba del suelo con mucho esfuerzo. Había recuperado las fuerzas. Se tomaba uno de sus brazos, y había sangre corriéndole por los labios, por las manos, por el rostro. Aun en ese estado aun intentaba mantenerse superior al resto. Con su mirada altanera.

¿Cómo podía siquiera levantarse con tanto dolor?

Su voluntad era demasiada.

"¿Querías ganar para alejarme de ella, Avatar? ¿Sacrificar tu pellejo para proteger a la niña Sato?"

Le dio una mirada a la mujer, cuyo estado era tan deplorable como en suyo mismo, para luego mirar a Asami. Ambos ojos, verdes oscuros y los verdes claros, luchaban en ese duelo de miradas. En ese duelo de poder.

Nunca había visto esa mirada en Asami. Esa mirada llena de odio. De dolor. De ira.

Esa sed de venganza.

Si, Asami Sato sabía que estaba mirando a la culpable de la muerte de su padre.

Lo sabía todo.

Kuvira se sentía halagada por la mirada que la heredera le daba. Como si se alimentara de eso, como si le diera fuerzas. Kuvira era un monstruo. Estaba con un maldito pie en la tumba y aun podía regocijarse con el dolor ajeno.

"¿Viniste a matarme, Sato?"

"Ya has hecho mucho daño, a mi padre, a Korra, a mí. Creo que ya es hora de que pagues por lo que hiciste."

"Aceptaré cualquier castigo que creas necesario. Mientras lo hagas con tus manos."

La sonrisa de Kuvira solo se agrandó. Se puso en posición de pelea. Aun con su cuerpo adolorido, muerto, débil, aun así, podía seguir.

El coloso era indestructible.

Sintió que los brazos de Asami dejaban de abrazarla y la ayudaban a caer suavemente al suelo. Quiso detenerla, pero sus manos no respondían. Su cuerpo ya no respondía. No tenía fuerzas. No tenía fuerza alguna. Ni siquiera su boca era capaz de emitir sonido.

Ni siquiera era capaz de decirle algo.

Asami se acercó a Kuvira, lentamente. Como una leona a segundos de atacar a su presa. Asami era un depredador. ¿Iba realmente a ensuciar sus manos? ¿Iba a vengarse? Kuvira no podía darle pelea en su estado. Podía matarla fácilmente.

Ambas chicas, imponentes, poderosas, independientes, se miraron con fuerza. Teniendo su propia pelea. Peleando de una manera diferente. Destrozándose sin siquiera tocarse. Sus miradas podían hacer mucho daño y decir mucho.

Korra pensó para sí misma, que no le gustaría tener que pelear contra ambas mujeres. Esa simplemente sería su muerte inminente. No podría contra ambas. Era algo imposible.

Soltó un suspiro, la única cosa que su sistema pudo hacer con eficiencia, aunque el dolor en el pecho se sintió como una estocada.

No le gustaba que la gente se matara entre sí. No quería que eso pasara. Tampoco quería que Asami se volviera una asesina. Pero si había alguien que tuviese en su derecho el matar a Kuvira, esa sería Asami. Kuvira había acabado con su padre, y eso no lo podía negar. La venganza sería la mejor solución para su dilema.

Aun así, la imagen de la débil y lastimada Kuvira le recordó a si misma cuando peleó con Zaheer. Como él la atacó con furia y determinación, aunque ella no pudiese defenderse.

No era lo mismo en lo absoluto, pero la sensación en su estómago le decía lo contrario.

Su cuerpo les daba la espalda a ambas chicas, pero aun así su rostro intentaba mirar, intentaba detenerlo, lo que dejó de hacer en ese segundo. Volvió su mirada al frente, alejándola de la escena tras de ella. Si Asami quería matar a Kuvira, podía hacerlo, no la iba a detener. Pero no quería ser testigo de eso. No quería. Si miraba, intentaría evitarlo.

¿Si lo evitaba, Asami la odiaría por aquello?

Si no veía, las imágenes no la consumirían por dentro. Probablemente sería otro estigma más en su vida.

¿Podría seguir viendo a Asami a los ojos sabiendo que era una asesina?

Aunque ella misma era una asesina, y no podría perdonarse por eso nunca.

Escuchó un grito y un cuerpo cayendo al suelo. Apretó los dientes con impotencia.

No quiso mirar. No quería. Sus manos temblaban. Tenía miedo. Era un miedo diferente. Un miedo que jamás había experimentado. Se sentía extraño y confuso.

¿Por qué se sentía así?

"Korra, amor, ¿Estas bien?"

Giró su rostro al escuchar la voz de Asami, tan cariñosa y cordial como siempre.

Se giró en busca de la verdad. Kuvira estaba en el suelo, podía ver su pecho inflarse, señalando que solo estaba inconsciente.

La sonrisa carmín de Asami hizo que pudiese al fin calmarse.

Las sirenas se escucharon por los alrededores, retumbando en su cabeza dolorida. Pisadas. Seguros de armas. Hasta que Lin y Suyin entraron en el ring, ambas con chalecos antibalas y armas en sus manos. Dieron el aviso a sus subalternos de que no había peligro, que estaba despejado, y avanzaron con quietud hasta las dos chicas.

"Gracias Asami por avisarnos."

"No puedo creer que mi hijo estuviese involucrado en algo así."

Las tres mujeres hablaban como si hubiese habido una búsqueda incesante. ¿Sabían de aquello? ¿Cómo? Korra vio entrar a Mako y Bolin, el primero con unos papeles en sus manos. El mundo se movía tan rápido. Sus voces sonaban difusas, y sus caras borrosas. Solo podía enfocar su mirada sus manos, pálidas y sangrantes. No entendía que ocurría a su alrededor. No quería saberlo. No quería escucharlos.

Solo quería dormir.

"¡jefa, encontramos la evidencia que nos faltaba!"

"Muy bien, chico. Solo nos queda terminar de encontrar a los criminales que aquí peleaban y deportarlos de la ciudad."

No entendía que ocurría en lo absoluto.

Sentía sus ojos humedecerse poco a poco. Dejó de usar sus fuerzas para mantenerse sentada y se dejó caer, acostándose en el suelo. Apenas sintió el dolor de caer, ya estaba demasiado herida, por dentro y por fuera, para seguir sintiendo alguna cosa.

Era similar al dolor del día donde perdió sus piernas.

Ya no le importaba el olor a sangre, a metal, a tierra o la suciedad del suelo en el que había caído. Eso solo significaba que todo había acabado, y no quería seguir pensando en aquello. De hecho, aun le intrigaba como sus sentidos aun funcionaban. Debía verse pésimo.

Nunca se había sentido así de cansada. Tan herida.

Las mujeres mayores tomaron a Kuvira y se la llevaron, mientras otros oficiales tomaban a Baatar. Anunciando que serían tratados de sus heridas en la estación de policía. Luego de unos minutos no había ningún oficial ahí. Mandarían a otro grupo de policías para marcar el lugar, encontrar más evidencia, sacar muestras de sangre, lo que sea para encontrar a los demás involucrados. Los involucrados en los homicidios.

Así como también habían pedido una ambulancia para ella.

Su mente aun funcionaba. Comprendiendo su alrededor mientras su mirada solo se enfocaba en un foco de luz que tintineaba sobre ella. Quería acabar con eso. Con el ruido. Con los pensamientos. Con los olores. Con todo.

El dolor de su cuerpo no la dejaba dormir. Alejarse del mundo vivo.

No había escapatoria. Todo había acabado, pero el estar consciente de que todo había sido real, la consumía por dentro. Toda esa larga pesadilla era real.

Sintió a Asami sentarse a su lado. No veía su rostro, solo su cabello cayendo por su espalda. Incluso con sus ojos mirando la escena difusa, podía notar la belleza del cuadro. La elegancia. La hermosura de esa mujer. Eso la quitó de ese letargo en la que estaba metida.

Le recordó una época donde casi perdió la vida entre la nieve y el hielo.

Dormirse solo significaba la muerte.

Ahora esa diosa la llevaba de vuelta a la vida.

"Empecé a indagar cuando me hablaste de que alguien estaba amenazándote. Encontré un par de pistas, y hablé con Mako al respecto. Luego empecé a tener reuniones con Lin. Cuando me dijiste lo de la pelea, supe que era momento de retomar la búsqueda. Vine aquí, pero ya tenías controlada la situación y cuando Baatar entró al ring, hice el llamado a las autoridades. Sabía que las cosas podrían salirse de control. Logre grabar lo sucedido como evidencia. Necesitaba tiempo para que ella dijera algo útil, siento no haberte ayudado antes, por mi culpa estas tan herida. Realmente quería bajar y salvarte, pero iba a arruinar toda la operación. ¿Me perdonas?"

Los focos malgastados del lugar empezaban a hacer que sus ojos ardieran. Quizás solo quería botar aquellas lagrimas acumuladas en sus ojos. Si, por eso todo estaba tan nublado. Debían ser las lágrimas.

Asami cumplió lo que dijo aquel día. Que la ayudaría a solucionar ese problema. Mientras ella seguía peleando, aguantando, la pelinegra trabajaba desde las sombras.

¿Cómo no perdonarla?

En realidad, ¿Acaso podía estar más agradecida?

"¿Crees que me encierren a mí también, junto con los otros peleadores?"

Quiso reírse de su voz, de su deplorable estado, pero el pánico era más fuerte y su debilidad era insoportable. Decir esa frase la hizo toser un poco, haciendo que sus órganos se estabilizaran.

Su miedo era ese. Otro de sus tantos miedos. No quería que la alejaran de Asami. Que la alejaran del mundo. Estar encerrada en su habitación por meses fue horrible, no imaginaba lo desesperante que podría llegar a ser en una celda.

Sintió la mano de Asami en la suya, quitándole ese dolor y ese miedo de encima.

"No, todos sabíamos que si te convertías en una soplona ellos acabarían contigo, y sé que tampoco cometiste un crimen. No mataste a nadie, solo te viste envuelta en situaciones que no eran de tu agrado. Y si alguien quisiera culparte, me las arreglaré para protegerte, así como me has protegido a mí."

Estaba llorando. Lo supo cuando vio el rostro de Asami completamente borroso. Como sentía el cosquilleo por sus mejillas debido al paso de las lágrimas. Al menos aun sentía.

Si, había llegado el momento.

Al fin era libre de Kuvira. De las muertes. Ya no tendría que verse obligada a ser alguien que no quería ser. Una asesina estrella.

¿Pero que iba a pasar de ahora en adelante?

¿Qué iba a hacer?

¿Quién iba a ser?

Quería estar lejos de las peleas, pero a la vez quería cumplir su sueño. Era imposible después de todo. Quería burlarse de sus deseos imposibles e infantiles.

Los brazos la rodearon con suavidad. Tener el cuerpo de Asami sobre el suyo bastaba para acallar sus lamentos. Sus dudas. Sus miedos. No importaba lo que pasara, si tenía a Asami a su lado, era suficiente.

Con Asami todo estaría bien.

Su peso, su cabello, sus labios, sus ojos. En ese momento, era la razón para seguir viviendo.

Las sirenas volvieron a sonar. Era como un llamado de los ángeles.

"Nos merecemos un descanso de todo este infierno, Korra."

Abrió los ojos de golpe.

El sudor corría por su rostro.

Aun veía la cara de Kuvira en sus sueños. La cara de Zaheer. La cara de P'li. La cara de toda la gente con la que se enfrentó en su vida. El pánico la llenaba cada noche.

Logró normalizar su respiración luego de unos segundos.

Recordó las palabras de Katara, como si se tratara de un mantra que se había aprendido de memoria para salvarse de ese terror.

"Mientras tu cuerpo esté herido, mientras arda, mientras te aqueje, te sentirás en peligro, pero sanarás, así como ya lo has hecho antes, y no estarás sola en el proceso."

Se levantó de la cama y fue al baño. Ya había amanecido. Se dio una ducha rápida, solamente para despertar y acallar la presión en su pecho. Presión física y psicológica.

Sintió la puerta ser golpeada cuando salió del baño rodeando su cuerpo con una toalla.

Su madre entró por la puerta.

¿Hace cuánto que no veía a Senna, su madre?

Su rostro lucía más mayor, un poco más arrugado, pero seguía teniendo esa tranquilidad y afecto en sus ojos.

"¿Te ayudo con los vendajes, cariño?"

La voz de su madre la reconfortaba. Se sentía bien ser ayudada por ella.

Sus nudillos tardaban en sanar luego de dejar sus huesos al descubierto. Sus manos temblaran aun después de dos semanas de aquel día. Ella le ayudó con otras heridas, y le ayudó a vendar y fajar su torso. Uno de sus órganos resultó muy dañado, al igual que cuatro costillas.

Se reponía lentamente. Iba a terapias y recibía cuidados y masajes. Y si, ahora no estaba sola.

Su padre entró con una silla de ruedas a la habitación, sin golpear ni nada, llevándose un regaño por su madre.

¿Hace cuánto que no veía a Tonraq, su padre?

Con su cuerpo grande, pero delicado. Con su voz gruesa, pero cariñosa.

Él la ayudó a sentarse en la silla y a guiarla por los pasillos.

Era curioso, incluso irónico, que después de ocultarles a ellos lo de su accidente, de todas formas, terminarían ayudándola con cuidados y empujando de una silla de ruedas.

La historia se repetía.

Eso la deprimía un poco. El destino era muy fastidioso e inoportuno.

Pero el ser llevada por los pasillos, hasta el patio, donde la naturaleza aflorara, donde el aire soplaba, su pensamiento cambio.

Ahí estaba Asami.

Bañada en aceite, moviendo tuercas y piezas metálicas de un lado a otro, construyendo un aparatoso prototipo, mientras Naga estaba acostada mirándola moverse sin parar, sin descanso.

Ya no era lo mismo que antes.

Estaba en la mansión Sato, en vez de su departamento.

Ya no se sentía sola y encerrada, se sentía acompañada y libre, incluso en su primera semana de reposo absoluto.

No eran las mismas circunstancias en lo absoluto.

No estaba en una silla por ser débil, estaba en una silla por ser fuerte y valiente.

Sus heridas sanarían con el tiempo y el descanso.

No era algo perpetuo. No era algo vergonzoso.

Había ayudado a detener a una criminal.

Eso era lo que sus padres supieron cuando Asami Sato les dio una llamaba. Cuando los invitó a su mansión, les pagó los pasajes en avión, y les comunicó de su relación con su hija.

Asami se había hecho cargo de todo. Todo lo que ella misma, en su estado delicado, no podía hacer.

Pero seguía ocupada. Asami siempre estaba ocupada, haciendo absolutamente todo. Ocupándose de todo. Estaba trabajando desde muy temprano, dejándola sola en la cama, pero todo porque quería terminar todo antes de partir.

Si, partir.

Quería viajar al sur. Tomarse unas vacaciones. Y para eso debía dejar la empresa en buen estado. Iba a cumplir su palabra de ir al sur, la cual le prometió aquel día en la cama.

No podía dejar de sonreír al verla trabajar con ánimo y esfuerzo.

No podía dejar de sonreír al sentir las manos de sus padres en sus hombros, apoyándola.

No podía dejar de sonreír al saber que su vida estaba tomando un camino nuevo y refrescante.

Ahora sentía que nada le faltaba.

Podía cerrar los ojos y sentirse tranquila.

Como una nueva vida empezaba.

Korra despertó, meses después de volver del sur. Estiró su mano, buscando el cuerpo faltante en la cama.

Soltó un suspiro. Nuevamente Asami estaba trabajando de más.

Rodó los ojos y se estiró, sintiendo su cuerpo completamente sano, acomodarse luego de horas de descanso. Podía ver las cicatrices de las operaciones y de las peleas en su cuerpo desnudo. Un recordatorio de los buenos y malos tiempos.

Salió de la habitación de la mansión, con camiseta y pantalones, hacía la cocina. Necesitaba un poco de agua. Buscó por los alrededores a la heredera mientras peregrinaba hasta su objetivo, pero no estaba en la sala ni en el comedor. Al entrar en la cocina tomó su ansiado liquido e hizo funcionar la cafetera, preparando dos tazas.

Ya sabía dónde estaba su pelinegra, y no iba a llegar con las manos vacías.

Soltó un bostezo antes de subir las escaleras, con las tazas humeantes en sus manos. Siempre que subía aquellas escaleras miraba con adoración los cuadros bien cuidados de la dueña de ese hogar. Su familia. Su madre. Su padre. Y la pequeña pelinegra con piel de porcelana. Se quedó mirando un nuevo cuadro, donde estaba Asami, rodeada de otra familia. Si, su familia. Ahora era la familia de ambas.

Miró el anillo que tenía en uno de sus dedos.

Las cosas habían mejorado más de lo que creyó posible.

No podía evitar sentirse una esposa algo inútil. Ayudar en dojos de la ciudad no era tan productivo como ser la directora ejecutiva de la empresa más prestigiosa del mundo. Soltó un suspiro pesado para seguir su camino. No podía competir contra eso.

Las puertas del estudio estaban cerradas. O al menos eso parecía. Empujó un poco una de las puertas con su pie descalzo, mientras daba una mirada rápida hacia el interior, para estar segura de que su esposa estaba ahí y que su presencia no iba a perturbarla en su trabajo.

Ahí estaba, sentada, en el asiento de cuero que su padre le había heredado. Ya no era tan aterrador como en la época donde Hiroshi lo administraba. Ahora era igual de serio, pero algo más cálido. Lleno de libros, fotografías, decoraciones costosas y objetos útiles cuya función era desconocida. Asami había hecho de ese lugar, un lugar para ella, pero conservando la esencia de su padre.

Sonrió cuando los esmeraldas se percataron de su intromisión. Los labios carmín sonrieron en respuesta, permitiéndole el paso.

"Te traje una taza de café."

"Gracias, cariño."

Se sentó en una de las sillas frente a la pelinegra. En la silla de al lado había una caja adornada con una cinta. Parecía un regalo. No pudo evitar mirar la tarjeta que decía su nombre. Era extraño que la pelinegra dejara algo secreto tan a la vista, no era así de despistada.

"¿Y eso?"

"Es para ti."

Miró a la pelinegra, que la miraba con una sonrisa perspicaz. Su cumpleaños sería pronto, pero dejar eso ahí era una tortura.

"¿Puedo abrirlo?"

"No todavía."

Le hizo un puchero a la mayor, para recibir una pequeña risa. Miró nuevamente el paquete. Era bastante grande. No podía ni imaginarse que es lo que había ahí dentro. Tenía mucha curiosidad. Quería abrirlo cuanto antes. Y Asami sabía eso.

Se tomó el líquido de su taza mientras mirada de reojo a su mujer y el misterioso regalo a su lado. ¿Era ropa? ¿Sería una chaqueta de cuero nueva? ¿Unas botas? ¿Sería algún tipo de objeto tecnológico de punta hecho por Industrias Futuro?

La duda empezaba a enloquecerla.

Asami disfrutaba de la situación, mientras bebía del cálido líquido. Se reía por dentro mientras miraba por la ventana del estudio que daba hacia las calles de la Ciudad República.

Korra no podía ni imaginarse que dentro de esa caja había un traje de pelea con el logo de Industrias Futuro.

Korra no podía ni imaginarse que su sueño iba a hacerse realidad.

..

.


¡Hey! ¿Qué tal? ¡Este es el final!

¿Qué les ha parecido? ¿Bueno? ¿Malo? ¿Debo renunciar o seguir así?

Insisto, gracias por acompañarme en esta cruzada. ¡Ha sido un placer compartir esto con ustedes!

¡Espero sigan leyendo mis historias!

Nos leemos pronto.