Buenos días/tardes/noches!
Bien, les traigo aquí un fanfic con el que la verdad me siento muy entusiasmada hasta tal punto que quise dibujarle yo misma una portada (Muy entusiasmada)
Antes de comenzar a leer, me gustaría dejar algunas aclaraciones. Por favor, lean atentamente esto, puede que luego se arrepientan de no haber leído las advertencias y empiecen con que "Musume! no me esperaba esto, por favor, cambialo!" porque... nope, no se cambiará U.
1. El fanfic es de temática oscura, muy oscura. Por lo que lo dejaré en Rated M. Ya que tendrá algunas escenas de violencia extrema, gore, insinuaciones sexuales, etc etc.
2. NO ES APTO PARA PERSONAS SENSIBLES: Sí, quizás sea raro que un fanfic diga esto, pero tengo que advertirlo. Si eres muy propenso a traumarte... no lo leas, no me gustaría perder un lector por esto xD
3. La historia ya está pensada de principio a fin, por lo que si en algún review llegaran a dejar que algo de aquí no les gusto, no hay cambio, lo siento mucho xD
4. Es un AU basado en los años 50 y contiene OoC, demasiado OoC ya que la historia lo necesita para ser llevada a cabo.
5. Finalmente. No escribiré más aclaraciones antes de los capítulos ya que esta historia no necesita más. Solo escribiré aclaraciones cuando el capítulo lo necesite. Trataré de actualizar una vez a la semana.
Disclaimer: Los personajes (o mejor dicho los nombres de los personajes) no me pertenecen. Pertenecen a Sorachi Hideaki, autor de Gintama.
Capítulo 1
3 de Octubre de 1952.
Era un día gris en aquella granja, aunque todos los días eran lúgubres, esa tarde en especial se mostraba más nublada y ambientalmente tensa de lo que ya era.
Ella vivía en una casa de madera barnizada y grande, la más lujosa que podría encontrarse a kilómetros de distancia. La granja se basaba en un estilo puro de occidente, después de todo al terminar la Segunda Guerra Mundial, Japón empezó a adquirir algunos paisajes con influencia estadounidense.
La vivienda se componía de dos pisos, con una hermosa vista a los pastizales y a las plantaciones en general. Poseía un gran entretecho, en el que un adulto podía caber perfectamente de pie.
En conclusión, la granja fácilmente podría costar millones de yenes.
Luego de quedar viuda por la muerte de su esposo durante el ataque aéreo hacia la isla Pearl Harbor, Kagura había heredado los millones que le correspondían por parte de la acomodada familia de su marido, quien poseía empresas armamentistas evaluadas en grandes cantidades de dinero, las cuales pasaban de generación en generación. Además, por parte de su familia, ella también era adinerada. Su padre era el presidente de la empresa cazadora de animales exóticos más grande de Japón. Por lo que, como era tradición, los hijos de familias acomodadas debían casarse entre sí, aunque no hubiera atracción alguna entre ellos; este era el caso de Kagura.
Se casó con Gintoki Sakata por orden de su padre. Su matrimonio ya había estado decidido desde el día en que nacieron, incluso desde antes, por lo que a sus padres nada les importaba la gran diferencia de edad que había entre los dos. Sin embargo, cuando Kagura ya tenía 14 y Gintoki 26, comenzaron a conocerse y ellos no se veían de la misma forma en que sus padres querían que se vieran; ellos se tenían un amor fraternal, siempre se quisieron como hermanos y nadie podía cambiar eso.
Se casaron a los dos años después de conocerse. Kagura nunca tuvo hijos, le era imposible poder concebir hijos con Gintoki, y a él también le sucedía lo mismo. Solo se casaron por compromiso. Eran libres de hacer lo que quisieran.
Eran tan libres que a Kagura no le importó cuando Gintoki se enamoró de una joven rubia de ojos amatista llamada Tsukuyo. Se enteró de ella por medio de las cartas que él le mandaba mientras estaba en la guerra. Era una enfermera del cuerpo médico militar.
La chica de cabello bermellón y ojos azules estaba feliz por el enamoramiento de su marido, a quien seguía considerando su hermano hasta su fallecimiento. Ella en cambio, nunca se enamoró ni sentía la necesidad de hacerlo.Habían pasado 11 años desde que Kagura enviudó. Ya tenía casi 29 años y era la actual dueña de las empresas armamentistas que le había dejado su marido, esto debido a que Gintoki era hijo único y no había a quien más dejar el cargo de presidente. El problema de esto es que Kagura no tenía hijos, por lo que lo más seguro es que le dejarían la empresa al primo del peliplateado, Shinpachi Shimura, quien estaba presente como última opción en ser el mandamás, y esto no era porque el chico fuera desordenado con los asuntos administrativos, para nada en lo absoluto, sino porque no poseía el mismo apellido que su primo.
En ese día gris, más gris que los demás, ella llevaba una falda larga hasta las pantorrillas, acompañada de una blusa apretada que hacía notar su cintura. La blusa tenía mangas hasta los codos en las cuales se manifestaba un doblez falso que más bien servía de adorno. Su cuello estaba tapado por esta blusa y el conjunto entero era de un color rojo grisáceo y sin fuerza.
Habían tocado el timbre y como era de esperarse, sus empleados se encargaban de abrir la puerta.
Había empleados más fieles que otros y entre ellos se encontraba Sougo Okita, su empleado más fiel y leal.
Le llevaba 4 años y algunos meses de diferencia por ventaja. De ojos carmesí y cabello castaño el chico no quedaba atrás en cuanto a hombres apuestos se tratase. De buen porte y ojos seductores. Llevaba siempre una camisa con unos pantalones negros y de vez en cuando un saco para cubrirse en los días de frío. Usualmente usaba suspensores ya que eran más cómodos.
Sougo abrió la puerta para dejar entrar al invitado de Kagura.
— Señora Kagura – se dirigió a ella formalmente, como siempre lo hacía.
— Dime, Sougo. – la bermellón se encontraba leyendo una de sus novelas favoritas mientras estaba sentada en un sillón de piel roja.
— Vino un señor a verla.
— Hazlo pasar.
Un joven de cabellos castaños y ojos verde oscuro, más bajo que Sougo y al parecer más joven, de unos 27 años, entraba a la sala de estar de aquella gran casa. Llevaba consigo una maleta de cuero y vestía el más fino traje, con zapatos lustrados a la perfección y una corbata bien planchada.
— Buenas tardes… Soy Hongou Hisashi, he venido por el anuncio que colocó en el periódico. – podía notarse un poco nervioso ante la presencia de aquella bella dama, Kagura.
— Ya veo, así que eres el primero en tomar atención de aquel anuncio – ella se levantó para dirigirse a él y quedar de frente a frente. Se dio cuenta de que era ligeramente más alto que ella, sin embargo no tanto.
— Vine a desposarla, Sra. Sakata. Usted puso en el periódico que buscaba a un hombre que la desposara para poder tener hijos…
— Efectivamente – respondió, sin ningún ápice de asombro ante tal afirmación de Hisashi, después de todo, era cierto.
— Y que necesitaba dinero para pagarme el hospedaje, así que le traje todo esto… – le mostró la maleta, la cual abrió dejando mostrar fajos y fajos de dinero.
Sougo solo miraba la escena en silencio, no estaba sorprendido tampoco. Sabía perfectamente que Kagura había dejado un anuncio de esa categoría en el periódico, y obviamente, solo dirigido a hombres provenientes de la alta alcurnia.
Kagura dio media vuelta y se dirigió a la mesa más cercana. Ya no lo miraba, mas sí le dirigió la palabra.
— ¿Usted sabe que no vino a desposarme al primer día de su llegada, cierto?
— No, señora, por eso le traje dinero para el hospedaje, conocerla y ganarme su corazón…
— Perfecto, puede pasar a dejar sus cosas. Mi empleado lo guiará.
Se dirigió nuevamente a su sillón para seguir leyendo su libro. Sougo tomó el equipaje de Hisashi y lo guio a una de las habitaciones del segundo piso.
— Espero que su estadía sea agradable – manifestó el de ojos carmesí, sin ánimos y con indiferencia.
— Sí, gracias… – Hisashi por alguna extraña razón sentía que el ambiente de aquella casa no le era del todo agradable. Un ambiente lúgubre rodeaba todas las habitaciones. Además, la presencia del empleado le causaba cierta desconfianza. Pensó que quizás era porque recién se conocían, por lo que decidió hablarle de algo. Cualquier cosa servía. – La dama es muy bella… y parece ser refinada.
No recibió respuesta, solo era observado. Pasaron unos segundos para que Sougo reaccionara de alguna manera. Le sonrió de lado.
— Espero que su estadía sea "agradable" – volvió a decir, recalcando esta última palabra con una tenebrosa sonrisa en el rostro.
Sougo salió, dejando a Hisashi ordenando sus cosas. Algo raro estaba sucediendo con todo aquello.
— ¿Ya lo guiaste a su habitación? – le dijo Kagura, al sentirlo bajar por la escalera mientras seguía leyendo su libro.
— Sí, mi señora.
— Recuerda que hoy debes alimentar a los cerdos, Sougo.
— Eso está resuelto, ya compré más comida para los cerdos.
Kagura lo miró manifestando una bella curvatura en sus labios, tal como lo hacía su hermana cuando él era niño.
Sougo le correspondió la mirada mientras un calor le recorría el pecho.
— Eres mi más fiel empleado, espero que eso nunca cambie.
— No, mi señora, siempre le seré fiel y leal, cueste lo que cueste.
La chica cerró sus ojos y esbozó una sonrisa tras escuchar esto.
Le ordenó a Sougo que se dirigiera a la cocina para decirle a sus empleados que empezarán a preparar la cena, ya habían pasado las horas y eran cerca de las 19:30.
No había pasado mucho de interesante ese día, apenas había ruido y provenía de un tocadiscos que reproducía Jazz de vez en cuando, aunque no a muy alto volumen, para no perturbar la lectura de la bermellón de ojos azules.20:30 Horas.
— Señora Sakata – Hisashi se encontraba cenando frente a Kagura en la misma mesa, mientras Sougo se posicionaba de pie cerca de ella expectante a cualquier favor que pudiera pedirle. – ¿Cuál es el motivo de tener hijos tan apresuradamente hasta el punto de haber dejado un anuncio en el periódico por aquello?
— No tengo a quien dejar mi herencia cuando muera.
Una respuesta corta y concisa. El ambiente tenso del lugar podía cortarse con un cuchillo, más aún ahora que ella contestaba tan fríamente la pregunta de su invitado mientras daba un pequeño sorbo a su copa de vino.
Kagura notó que la copa de Hisashi estaba casi vacía.
— Sougo – se dirigió a su empleado, con la misma indiferencia con la que le había respondido al castaño de ojos verdes.
— ¿Sí, mi señora?
— Tráele más vino al señor Hisashi, seguramente sigue sediento.
Sougo sonrió ante aquello y se dirigió a la cocina, para luego llegar con una nueva botella de vino al comedor.
— ¿Por qué trajo una nueva botella? Aún queda vino en esa – dijo Hisashi, señalando la botella que se encontraba en el centro de la mesa.
— Este vino es uno de los más difíciles de encontrar. Ya sabe, a inicios de la Primera Guerra Mundial muchos viñedos fueron desapareciendo debido a las catástrofes, especialmente los europeos. Aquel viene de aquellos lares. Por favor, acéptelo. Lo tenemos reservado para invitados. – Kagura, tras decir esto, alzó su copa de vino en señal de "salud" mientras Sougo terminaba de servir la bebida al castaño de ojos verdes.
— De verdad usted es muy refinada, Sra. Sakata – Hisashi alzó su copa también en señal de salud y tomó un sorbo de aquel vino – Ciertamente está delicioso.
— ¿Qué hace usted, Sr. Hisashi? ¿En qué trabaja? – preguntó la bermellón, por cortesía simplemente. No se veía interesada en aquel muchacho sentado frente a ella.
— Tengo una red de hoteles al estilo clásico japonés. Soy propietario de diez establecimientos alrededor de todo Japón. Soy el fundador de Hoteles Hisashi. – decía orgulloso mientras trataba de acercar una tarjeta de presentación a la chica de cabellos bermellón.
— ¿No está muy joven para tener una red hotelera tan grande y decir que es el fundador? – habló el ojicarmín con tono neutral, pero en sus ojos podía verse el odio que le estaba empezando a tener al chico de ojos verdes. Para él era inaceptable que alguien osara engañar de esa manera a Kagura.
— Sougo – le llamó la atención la ojiazul mirándolo de reojo.
— Mis disculpas, mi señora.
— B-Bueno… él tiene razón. La verdad es que no soy el dueño de nada. Vivo a costillas de mi padre, el verdadero propietario de Hoteles Hisashi. Cuando él fallezca la empresa quedará a mi cargo, y no falta mucho para que eso pase. Lamentablemente sufrió graves consecuencias por la bomba atómica y tiene una enfermedad terminal.
— Ya veo… es la realidad de muchos en Japón. – Kagura miraba fijamente su copa de vino mientras jugaba con ella. Al parecer no le estaba dando mucha importancia a la historia de su invitado.
— E-espero que la relación de ambos no vaya a decaer con esa pequeña mentira… – Hisashi estaba nervioso y Sougo podía sentirlo. De vez en cuando miraba por el rabillo del ojo al invitado de su empleadora.
— Tranquilo. Está bien. – Kagura se levantó de su asiento y se limpió ligeramente la boca con una servilleta de tela – Muchas gracias por la comida.
— ¿Dije algo malo? – Hisashi vio como la bermellón se retiraba.
— No, es solo que es tarde y las mujeres necesitamos nuestro sueño de belleza. – ella sonrió. Sougo logró esbozar una pequeña sonrisa.El reloj de pared indicaba las 21:30 horas. Hisashi ya no se encontraba en el comedor. Hace algunos minutos había decidido subir a su habitación para poder reposar un poco la cena. Se sentía cansado y fatigado por el viaje, estas fueron las razones que pudo darle al misterioso dolor de estómago y pecho que estaba sintiendo en esos momentos. Aunque, la verdad, las explicaciones a esos dolores eran otras.
Dispuesto a dar un paseo por la casa, ya que pensó que así aquellos malestares cesarían, se encontró con Sougo, quien se encontraba a un lado del tocadiscos escuchando a Mozart, de pie, sin hacer nada más y mirando este aparato como si su vida dependiera de ello.
– ¡Oh! Usted sr… Sr. Sougo. ¿Tiene algún medicamento para el dolor de pecho? Tengo un malestar que no me deja dormir. – preguntó inocentemente el de ojos verdosos.
— Así que ya surtió efecto… – una voz gruesa y seria, casi de ultratumba provino del ojicarmín. Lo primero que logro ver Hisashi en él fue una sádica sonrisa formándose en su rostro.
El chico estaba confundido, aterrado. El dolor en su pecho y estomago aumentaron hasta el punto de caer al suelo y tirar fuertemente de su camisa con la mano.
— Que mal… Que mal… ¿Nunca te enseñaron tus padres a no entrar en casas de personas desconocidas? – Sougo se acercaba cada vez más a Hisashi, poniéndose a su altura y tirándole del cabello para que el atacado vea su sádica expresión. – ¿Acaso no te pareció raro el sabor de ese vino? ¿Es que ni siquiera sabes diferenciar un vino normal de uno envenenado, Hisashi?
— T-Tú… ¿Q-Qué hiciste?... — Hisashi empezó a botar sangre por la boca y por la nariz, el veneno se lo estaba comiendo por dentro.
— Es delicioso el vino con un poco de veneno para ratas, ¿no? – Sougo soltó la cabeza del envenenado haciendo que ésta se azotara contra el suelo. – Por si querías saber la causa de tu muerte antes de irte de este mundo… Nadie se acerca de esa manera a ella. Nos veremos en el infierno, mal nacido.
Lo último que vio Hisashi en esos momentos fue la sádica sonrisa de Sougo mientras sus ojos se cerraban lentamente. Luego de eso, solo había oscuridad.Sougo lo primero que hizo fue arrastrar el cadáver a la cocina. No estaba nervioso, no estaba preocupado. Los demás empleados estaban plácidamente durmiendo gracias a él. Se cercioró de que nadie lo descubriese poniendo gotas para dormir en los vasos con agua que tomaban sus compañeros antes de ir a la cama. De Kagura no estaba preocupado, la chica por más refinada que fuese, dormía como un tronco y él bien lo sabía. Todas las noches se dirigía a su habitación para ver dormir a su amada.
Antes que todo, se quitó la camisa blanca que llevaba puesta y en su lugar se puso el delantal que usaba el carnicero para cuando cortaba carne.
Tomó una cierra y comenzó a cortar cada extremidad del cuerpo de Hisashi. Podía sentir como el filo de la hoja pasaba sin problemas por la tersa carne del castaño. Sus manos se llenaban de sangre. Las pupilas de Sougo se iban dilatando cada vez más y su sonrisa era más grande que la de un niño en un parque de diversiones, con la diferencia que esta sonrisa no era para nada inocente.
Un brazo, una pierna, el torso. Todo lo cortaba en partes pequeñas, como si fuera a cocinar un delicioso estofado de carne humana. Procuró dejar los huesos en un saco de harina vacío y empezar a cocinar la carne.
— Los cerdos comerán bien esta noche, ¿cierto, Hisashi?
A un lado de la olla donde los restos del invitado se cocinaban, se podían apreciar las vísceras esparcidas en una fuente grande de cerámica. No se confiaba en cocinarlas, para nada. Aún podían tener restos del veneno y no quería que nada malo le pasara a los preciados cerdos de Kagura.
Enterró un cuchillo en la carne para comprobar que estaba lista y en medio de la noche, no pasadas las 23:40 horas, Sougo empezó a triturar la carne cocida para poder hacerla papilla y dársela a los cerdos, junto con frutas y demás cosas sin importancia.
Tomó el costal de huesos y echó sin tapujos las vísceras dentro, no le importó que la blanca tela del saco se manchara con sangre.
Salió al gran patio que la casa poseía, había montón de hectáreas disponibles para que él enterrara la evidencia donde mejor se le plazca. Buscó el lugar más alejado de la casa y empezó a cavar un hoyo ahí. Tenía que ser profundo, las vísceras desprenderían un putrefacto hedor en algunos días más y no quería que eso pasara.
Cuando ya tuvo listo aquel gran agujero, tiró el saco de huesos como si se tratara de cualquier cosa y empezó a rellenar con tierra la sepultura.
Pasó el tiempo, ya eran las 00:30 horas.
Volvió a casa, entrando por la puerta de la cocina, y lo primero que vió fue el plato con la carne hecha papilla.
Casi se olvidaba de alimentar a los cerdos. Matar a alguien cansaba, no era algo que se hiciera todos los días, aunque el mal nacido de Sougo lo disfrutaba.
Tomó algunos pedazos de frutas, menjunjes de vegetales que sobraron de la cena y el plato con la carne. Nuevamente salió al patio, al sector de los cerdos y ahí dejó la "comida", en los posillos especiales de los porcinos.
Antes de terminar todo, volvió a la cocina y procuró limpiar cada esquina de la escena del crimen. Todo debía quedar limpio para el siguiente día. En eso le dieron las 01:30 AM.
Ya estaba cansado. Se dirigió al baño para tomar una ducha. Cuando salió, fue a la habitación de huéspedes y sacó todas las cosas de Hisashi, guardándolas en el gran entretecho de la casa. Todo con real sigilo, para no despertar a nadie en aquel lugar.
Terminó sus tareas como si de quehaceres del hogar se tratase y se disponía a dormir. Pero antes, debía hacer algo que ya era costumbre de todas las noches.
Se paró en el umbral de la puerta de la habitación de Kagura, podía ver cómo dormía plácidamente y ligeramente destapada. Esa noche hacía calor.
Llevaba un pijama ligero de tirantes, dejando ver sus blanquecinos hombros. Sus piernas brillaban a la luz de la luna. De vez en cuando se movía, dejando ver a ratos parte de su ropa interior.
No llevaba sostén, por lo que sus pezones podían notarse un poco por debajo de ese delgado pijama. Para Sougo esto era un espectáculo fenomenal que tenía el lujo de ver todas las noches. Kagura nunca cerraba la puerta de su habitación.
Se acercó a ella, hasta quedar cerca de su rostro y se dirigió a su oreja.
— Ya le di comida a los cerdos… mi señora… – le susurró. Kagura no respondió, él sabía que tenía el sueño más pesado que un tronco, así que no le importó mucho.
Salió de aquella habitación cerrando la puerta lentamente mientras seguía observándola por la orilla del umbral.
Sougo se fue a dormir, seguramente aquella noche soñaría con los ángeles de Lucifer.