Capítulo VIII: Las reglas del amor.


Unos cuantos rayos del sol y el sonido de las aves canturreando despertó a ambos jóvenes hylianos. Link fue el primero en anonadarse con la vista de la joven rubia. Zelda le siguió y enrojeció de las mejillas al verle a su lado, completamente desnudo, sintiendo todo de él.

– Buenos días, princesa – Le dijo con ternura el hyliano.

– Buenos días, Link – Comentó Zelda, acurrucándose en sus brazos.

El saco de dormir era un tanto pequeño, pero suficiente para ambos. Así se tenían más cerca el uno al otro. Sonrieron al día y se estiraron las extremidades para relajarlas.

– Deberíamos irnos con los demás. Seguramente se preocuparon o algo – Dijo Link con una mano en la cabeza – Espero que el perico moreno no haga demasiadas preguntas – Zelda sonrió al escuchar a Link expresarse así de Revali. Estaba claro que hablaba sobre él. Le parecía que hablaba mucho, y el color azabache de su cabello delataba el adjetivo "moreno"

– No creo que vaya a preguntar nada. Sabe exactamente las cosas que pasan entre nosotros. – Respondió Zelda, relajando el gesto de Link. Esta se colocó detrás de sus hombros y le abrazó aun con el pecho descubierto.

Link volteó la cabeza a un lado, para poder verle. Se miraron el uno al otro y se besaron. Link se dio la vuelta y beso desde su abdomen hasta sus labios – Me gustaría volver a hacerlo, antes de volver…. – Comentó Link con una sonrisa traviesa.

Zelda le dio pasó libre para ello…


Campamento – Con Revali y Mipha.

– Buenos… ah, qué bueno que no tengo que saludar a ese estúpido – comentó el de cabello azabache dándose cuenta de que estaba sólo. Salió de la tienda de acampar y se encontró con Mipha, cocinando algo.

– Buenos días, Mipha… – Revali reparó en que no estaban ni Link ni Zelda. Mipha también tenía una expresión un tanto decaída – ¿y dónde están esos dos? – se preguntó un poco desconcertado.

Mipha negó con la cabeza – Anoche me levanté al baño y Zelda tampoco estaba. Pensé que estaba en alguna parte, pero no vi a nadie. Luego desperté temprano y tampoco… t-tampoco – Algunas cuantas lágrimas resbalaron por sus mejillas con la misma expresión.

Qué terrible luce – Dijo Revali para sí mismo con un poco de nervio al encontrarla así.

– D-Diosas… – Mipha comenzó a retirarse las lágrimas que habían salido inconscientemente de sus ojos.

Revali suspiró con cansancio. Así había visto a su amiga antes. Toda una semana de llantos estúpidos, y no le parecían precisamente estúpidos porque Zelda sollozara, sino que la razón le parecía estúpida: Link.

Nuevamente volvió a sentirse impotente. Aunque, vamos, esa chica ni era su amiga o parecido. Le conocía de vista, y cuando almorzaba con Zelda, ahí estaba ella, acaramelada con el imbécil al que no le veía nada bueno, pero las demás si, hasta su amiga rubia.

Sin poder aguantar más segundos se sacó un pañuelo del bolsillo. Era una costumbre por lo antes ya mencionado. Se acercó hasta la pequeña jovencita y le extendió con una mano el pañuelo. Esta se quedó sorprendida por el gesto de ese muchacho. Sólo eran conocidos, pero aun así se estaba comportando muy amablemente, aunque de lejos parecía más seco y serio.

– No creo que debas llorar – Dijo este con una mueca en el rostro – Quiero decir… hay más chicos por ahí, y alguien como el rubito no me parece un motivo para llorar. Créeme, hay copias y copias de él por todo Hyrule. Aunque ¿quién soy yo para juzgar a semejante galán? Por Hylia, es el chico más popular del colegio, juzgarle sería un pecado – El tono irónico de Revali hizo que Mipha sonriera un poco. Claro que todo aquello no le había terminado de gustar a la pelirroja, pero sentía que las palabras del joven habían sido en tono más de sátira que de una verdad, por ello comenzó a reír.

Una vez dejó de llorar, se limpió con el amable pañuelo que Revali le había concebido. – Muchas gracias, Revali, de verdad te agradezco que estés intentado animarme.

– De nada – Dijo este con la misma sonrisa cómplice de ella.

Al cabo de un rato, Zelda y Link aparecieron, ella en la espalda del joven. De inmediato, la sonrisa que tenía Mipha se hizo trizas. Había una tristeza inmensa, pero algo nuevo también. Una molestia significativa. Sabía que se habían ido. Pero no estaba enfadada con Zelda, sino con Link.

– Disculpen… – Anunció el hyliano de cabello rubio – Hemos ido a un lugar secreto de nuestra infancia. – Pero su rostro parecía muy diferente al contexto que planteaba.

– ¿Seguro que sólo eso? – Cuestionó de repente Mipha, con una voz casi inaudible. Ninguno respondió nada – Supongo que no. ¿Podemos hablar, Link?

Al escuchar eso de parte de Mipha, y más por su tono en dictarlo, cambio su semblante relajado a uno tenso. Zelda bajó con delicadeza de la espalda de Link.

Ambos se alejaron lo suficiente para que ni Revali o Zelda pudieran escucharlos. Mipha suspiró hondo, y luego observó a Link hasta que este pudo finalmente unirse al juego de miradas.

– Sé que ayer quedaron bien claros tus sentimientos. Aun así, me engañaste. Creo que eso supone una disculpa – Dijo Mipha con un tonó de voz que nunca le había escuchado, uno enfadado y muy serio.

– Yo… l-lo siento mucho – Link le tomó ambas manos, y las pego a su pecho – En serio lo siento. Pero quiero que sepas que en ningún momento me tome a la ligera lo que teníamos. Iba en serio.

– Ibas en serio, mintiéndote. Por eso estoy molesta, muy a pesar de que ayer quedó todo claro – Mipha colocó una de sus pequeñas manos en la mejilla derecha de Link, y luego le dijo – Sé feliz con ella. No cometas más tonterías, ¿vale? Y no vuelvas a mentirte, pues hacerlo es peor que mentirle a los demás, es lastimarte a ti mismo.

Se dieron un enérgico abrazo. Link aprovechó para besarle la frente a la joven de forma afectiva, pero como una simple amiga. Se observaron unos segundos a los ojos y se sonrieron con diversión.

– Espero que el día de mañana también encuentres a la persona especial, que te ame como mereces, Mipha. – Recitó el rubio con una sonrisa en los labios.

Volvieron a donde estaban Revali y Zelda, que los esperaban con unos bocadillos. Aún era temprano, no pasaban de las once.

– ¿No eligió nuestra princesa un buen día para fugarse? Justo un día antes del fin de semana. – Comentó Revali divertidamente, Link le siguió.

– Nuestra princesa es muy inteligente. Por algo es la presidenta de su clase – Entre ambos rubios hubo una enorme sonrisa.

En mucho tiempo, ni Revali o Mipha, habían visto tan felices a cada quien. Ni siquiera a Link, que había mantenido una sonrisa radiante siempre que estaba con la pelirroja, pero como si algo le faltase.

Pasaron la media tarde en el sitio, hasta que se hicieron las tres. Mipha fue cortésmente llevada a su casa por Revali, aunque había insistido en que se pediría un taxi, este se negó. Se despidieron y sólo quedaron Link y Zelda.

El joven ayudo a cargar todas las cosas que había comprado Zelda, las metió a el auto de Daria. Pero antes de irse, fueron hacia la tienda de la señora con la que Link había hablado la noche anterior.

La campanilla de la puerta sonó, alertando a la viejecilla. Entonces, al ver pasar a ambos apareció una enorme sonrisa en su rostro.

– Dichosos estos ojos ya viejos que aún pueden ver a la niña de las flores – Zelda y Link se acercaron hasta quedar cara a cara con la señora. La rubia estaba confundida. Ya le diría Link que pasaba luego.

– Le dije que volvería, señora. ¿Es posible que tomemos un poco de su tiempo? – Preguntó el rubio con una sonrisa alegre.

– Claro que sí, muchacho – La señora los encaminó hasta una pequeña sala. Ahí había un joven, administrando algunas cajas y otras cosas. También tenía una zona de descanso, aunque pequeña, acogedora. – Héctor, te encargó la tienda.

– Si, abuela… ¿¡Link!? – El muchacho había volteado y quedado totalmente en shock. El muchacho parecía de unos veintidós años. Link no sabía quién era, pero Héctor sí – ¡Soy yo, Héctor! ¿Ya no te acuerdas de mí? Venias los veranos a cazar cigarras, y yo te enseñaba.

De repente, como una mecha acabada, explotaron algunos cuantos recuerdos. ¿Qué sucedía con él? Quizá lo de Zelda era comprensible. Siempre despistada y torpe, yéndose a otra ciudad y teniendo más amigos, y sobre todo, centrándose en sus estudios, pero él siempre había tenido una memoria envidiable, y ahora parecía que no.

– Disculpa, los años me han dejado muy confundido. – Tras sus palabras, Zelda definitivamente no entendía lo que sucedía. Al ver su rostro, Link le tomó una mano y sonrió – ¿Entonces, podría contarme lo que sucedió aquel día?

La señora asintió con una tierna mirada a la acción de Link.

Aquel día, llegaste acompañado de una niña muy bonita, de cabello rubio y corto a los hombros, con dos ventanillas asomándose por su boca. Tendrían unos cinco, a lo mucho, seis años. Gritaban y corrían alrededor del sitio de acampado.

Pero ese día desaparecieron. Sus padres estaban muy preocupados, realmente preocupados.

No aparecieron hasta el siguiente día. Enloquecieron a medio mundo y ustedes solo regresaron con una sonrisa cómplice, como si hubieran hecho una travesía. Tú tenías un brazo lastimado, pero te aguantaste bien el dolor. Ella estaba intacta, por lo que la gente pensó que la habías protegido. Pero lo más sorprende paso cuando en las manos de la niña había una hermosa florecilla que sólo crecía en esas fuentes.

– Seguramente se llevaron la regañada de sus vidas, pero parecían haberla pasado muy bien. Desde ese día la gente más vieja que aun trabaja aledaño a Farone aún recuerda a la pareja de pequeños que encontró la flor que muchos enamorados vienen sólo aquí para buscarla. Mis abuelos me dijeron que sólo aquellos con un verdadero amor se la van a encontrar, por obra del destino y no porque la busquen.

Al escuchar el relato, Zelda se tornó completamente roja. Como si aquello dicho fuera sumamente importante para lo que había actualmente. Sus ojos cayeron justo frente a los de Link, mirándolos, como si quisiera quedarse así por siempre, y viceversa.

– Muchas gracias por su tiempo, señora. Nosotros debemos irnos ya – Link le tendió la mano a la viejecilla, está la acepto y la apretó con ambas manos.

– Tengan un buen viaje, muchachos – Dijo la señora de cabello platinado y ojos rojos con una leve sonrisa.

Héctor también se despidió de ellos al salir de la tienda, quedando a solas con su abuela.

– Abue Impa, ¿crees que esa pareja va a permanecer junta? – Cuestionó Héctor, mirando a través de la ventana las dulces sonrisas que se daban mutuamente Zelda y Link tras salir de la tienda.

– Ante toda adversidad, mi niño – Dijo con tanta seguridad que su nieto alzó el rostro con una pequeña sonrisa incrédula.

Por otro lado, Zelda se había subido al asiento del copiloto, mientras que Link conduciría hasta Hyrule.

Se observaron unos segundos, y luego se besaron tiernamente en los labios. Link alzo una ceja con picardía y luego le acaricio el mentón, justo antes de encender el coche.

Pasaron todo el rato platicando de ese recuerdo, y de pequeños fragmentos de recuerdos que habían olvidado por completo.

Esa tarde había un poco de tráfico del norte hacia el sur, por lo que al contrario, hacia la ciudad de Hyrule no había absolutamente nada de tráfico. Mucha gente iría seguramente hasta la ciudad de Onaona. A las playas de Hatelia, quizá a la Ciudad Gerudo. Quién sabe.

Llegaron aproximadamente a las seis de la tarde a la capital. Entre guardar todo, hablar con la señora, y salir hacia la autopista para la ciudad, tardaron una media hora. Más el trayecto. Pasaron a un centro comercial, para comprar algo de cenar, suponiendo que Daria trabajaría hasta tarde, cosas que paso, puesto que al llegar nadie los recibió.

Zelda comenzó su labor en la cocina, ayudada por Link, claro.

De entrada, una crema de elote, y como plato fuerte, una rica pechuga asada de pollo, con verdura y puré de patatas al lado. Cenaron deliciosamente, en compañía uno del otro. Zelda luego pidió los deberes a Mipha por el chat, tarea que dejaría pendiente para el fin de semana.

Vieron alguna película, y luego llegó Daria, anunciando que eran pasadas de las doce de la noche.

– Me alegro verlos tan contentos – Anunció la mujer al toparse con su hijo, acostado en el regazo de Zelda. Ambos miraban en la pantalla una película de animación.

– Muy buenas noches, señorita Daria – Respondió Zelda ante el comentario, con una sonrisa radiante que no le había visto desde hacía un tiempo.

– Buenas noches, madre – Dijo Link observando su rostro. Claramente le daba a entender a Link que era un casanova.

– Ah, tengo mucho sueño. Iré a dormir, jóvenes. No se duerman tarde, sé que mañana no hay escuela, pero no deben descuidar su salud – Daria se despidió con un gesto, subió las escalerillas y se alejó de ellos.

Se miraron mutuamente. Era bastante tarde y debían dormir.

– ¿Quiere salir a algún lado mañana, princesa? – Inquirió el joven con una tierna sonrisa, acariciando el cabello de Zelda desde su posición.

– No lo sé. Veamos… ¿y si vamos por un helado? ¡Tengo ganas de uno de frambuesa!

– Lo que mi princesa desee – Link se levantó de su regazo y acercó a Zelda hasta él. Le beso suavemente mientras sonreía como idiota – Lo que mi princesa quiera y ordene.

Apagaron la pantalla, subieron hacia las habitaciones con las manos una en la otra, y finalmente se soltaron al llegar a estas.

– Buenas noches, Link.

– Buenas noches, Zel.

Se despidieron con un tierno beso en los labios y luego salieron del sitio.

Todo empezaría como debió ser desde el principio.


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