Hey Arnold!

Arnold / Helga

Advertencia: ninguna, sólo que de verdad es el tan anunciado final.


Capítulo VI

Sin sus abuelos y ya habiendo decidido olvidar a Helga, se permitió a si mismo vivir más de las bondades que la vida de universitario brindaba, y aunque le costó acostumbrarse al principio a la vida nocturna, era fácil dejarse arrastrar una vez que pasaba de la tercera copa. Fue de esa manera que conoció otros labios al comienzo y otros cuerpos no mucho después, que conseguían alejar los recuerdos y la melancolía, que desaparecían paulatinamente. De a poco las remembranzas se fueron haciendo menos nítidas, aunque en ocasiones lo alcanzaban, porque no se sentía del todo cómodo despertar y no recordar del todo los hechos acontecidos antes de esa incómoda y cada vez más recurrente situación.

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—Hijo –le habló su madre —. Hay algo de lo que queremos hablarte.

Si sus padres tenían que decirle algo, él siempre los escuchaba atento, pero en esa oportunidad no tenía deseos. La cabeza le dolía y aunque ya se sentía bien era como si el alcohol hubiese fermentado en su estómago. Él mismo sabía que apestaba y cínicamente, no le gusta que sus padres lo notaran, aunque no estaba seguro de que aquello pudiera ser cubierto con el infaltable perfume que siempre llevaba consigo.

—¿Debe ser ahora? —averiguó con timidez.

No era que no quisiera enterarse, era que simplemente quería seguir manteniendo la imagen que creía que ellos aún tenían de él.

—Sí —respondió su padre.

Se sentó sin tener otra opción, tratando de prestarles la atención requerida, aunque anhelando un baño, el resguardo de su habitación y su música. Había sido una noche agotadora

—No nos molesta que salgas, entendemos que es parte de ser joven el experimentar… —habló su madre —. Y no queremos preguntarte qué es lo que haces o con quienes te juntas, solo queremos que esta etapa de tu vida no deje consecuencias.

Esa charla ya la habían tenido cuando había llegado un día muy tarde de la casa de Helga y ellos simplemente asumieron que ellos ya no compartían sólo besos y abrazos.

—Está todo bien —aseguró —. Sé a lo que se refieren y no se preocupen...

—Me alegra oír eso —respondió su padre.

El tono serio de la conversación se terminó, y sus padres siguieron conversando sobre asuntos triviales de la casa, y se sorprendió así mismo preguntando por qué no lo interrogaban más al respecto.

—¿No preguntaran nada más? —indagó.

—No –negaron al unísono.

—Confiamos en tu palabra —respondió su madre —. Nunca nos has dado motivo para creer lo contrario.

Lo que había hecho esa misma noche no creía que ellos lo catalogarían como algo que haría alguien confiable, y se sintió ligeramente incómodo consigo mismo pero duró sólo hasta que llegó a su cama y se durmió, sin siquiera tomar antes esa deseada ducha porque no fue capaz.

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—¿Es una broma? ¿De verdad tú…? —expresó completamente consternado.

—Estoy casado —aseguró.

Su mejor amigo se había casado sin haber hecho una ceremonia apoteósica, y de hecho ni siquiera se lo había comunicado a él hasta ese momento.

—Sólo queríamos vivir juntos y sus padres se oponían —relató —. Su padre piensa que ella está para cosas más grandes que el matrimonio, y no creo que esté alejado de la realidad, pero subestima a Pheobe si sostiene que ella no es capaz de realizarse tanto de manera profesional como sentimental.

Lo tomaba por sorpresa, nunca hubiese imaginado que algo así sucedería, aun cuando sabía lo estable que era la relación de ellos. Era demasiado pronto apenas cumplirían veinte años…

—Te felicito —aseguró de manera sincera —. De verdad espero que este nuevo hito en tu vida vaya de la mejor manera. Mereces todo lo bueno que te pase.

Estaba feliz por su amigo, pero ligeramente incomodo consigo mismo a la vez.

—¿Y tú? —quiso saber -. ¿Has conocido alguna chica interesante?

Había conocido muchas, pero no podía decir que alguna fuera especial. Ninguna resultaba ser lo suficientemente inteligente, graciosa o linda. No se veía estableciendo una relación con ninguna.

—En realidad no –contestó.

—No hay que tener prisa en esta clase de cosas –comentó al oír su respuesta -. Ya conocerás a la indicada.

Se encogió de hombros y se preguntó si realmente sería así.

—¿Y Pheobe? –quiso saber.

—Está en Inglaterra –comentó -. Le regalaron los pasajes y estará allá dos semanas.

La sutileza de su amigo le parecía conmovedora, que todavía tuviera la delicadeza de no mencionar su nombre aun sabiendo que evidentemente se trataba de ella.

—¿Ya separándose y siendo recién casados? –se burló.

—El tiempo personal es algo importante para ambos —le explicó —. Ella quería ir y, ¿cómo podría impedirle hacer algo que sé que le hará bien? Si ella está bien y contenta, yo lo estoy también. Tenemos todo el resto del año para estar juntos…

Su respuesta era profunda y madura. Ellos de verdad no se habían tomado su relación a la ligera. Se conocían, se daban su espacio, se respetaban y se amaban…

—¿Le está yendo bien a ella…? –averiguó algo tímido.

Tenía curiosidad y sólo con él podía sincerarse. Él había sido quien no había querido saber, pero ya no eran las cosas como antes, era parte de superarlo el enfrentarlo, y creía que ya estaba preparado.

—Sí –respondió -. Consiguió una segunda impresión del último libro que no había sido publicado hacía mucho.

Aquello era cosa de tiempo. Ella había nacido para escribir, su éxito no le sorprendía en lo más mínimo.

—¿Lo has leído? –averiguó.

—No –respondió.

Al principio era de manera deliberada que evitaba enterarse de ella y después fue de manera natural.

—No sé si decírtelo, pero creo que respecto a la información que te daré es tu decisión si haces algo al respecto –dijo su amigo con seriedad.

Lo miró con extrañeza.

—Creo que deberías leerlo –sugirió.

Le parecía raro que su amigo siempre cauto con sus comentarios respecto a ella lo invitara a leer algo que tenía pleno conocimiento que evitaba.

—No creo que lo haga –fue honesto.

—De acuerdo –convino.

No hubo más comentario al respecto, pero a la noche cuando Gerald se fue, notó que dejó algo escondido. Lo había visto pero hizo como que no, si él estaba haciendo esa parafernalia era por algo, pero no quería demostrar interés.

—Te llamo –se despidió.

Esperó oír el ruido de la puerta al cerrarse y cuando finalmente lo hizo, ignoró el libro por unos momentos, pero luego se abalanzó sobre él y al abrirlo miró una nota escrita a mano, que estaba firmada por Pheobe.

Arnold, había prometido no entrometerme pero las cosas son así:

¿Recuerdas el pasaporte que fueron a sacar con tu madre porque se había vencido el de ella? No fue casualidad. Todos somos parte de esto.

Dejen de ser estúpidos.

(Sin ánimos de ofender)

Pheobe

¿Por qué después de todo ese tiempo…? No es que el momento que estaba viviendo fuera mejor que cuando todos estaban en preparatoria y el objetivo en común de todos era querer salir pronto de la escuela, pero se había acostumbrado a que esa era su realidad y que aquellos viejos buenos tiempos ya no regresarían, y no le parecía del todo mal. Era parte de la vida.

¿Por qué si ellos mismos lo habían ayudado a olvidarla teniendo el cuidado de no mencionarla cuando se juntaban en ese momento le estaba diciendo que todo el esfuerzo emocional hecho debía ser arrojado a la basura?

Hojeó el libro y leyó la página en la que había un marcador y supo que no era un hecho aislado. Pheobe no dejaba nada al azar.

"Quiso decirle que no la dejara ir, que le pidiera que se quedara y ella no volvería a irse de su lado, sin embargo al parecer él tenía otros planes en los que su presencia no era necesaria y tuvo que aceptar que él no quisiera mantener el contacto, porque había sido ella quien lo rechazó cuando intentó mantener viva la relación, por sus propios miedos e inseguridades que una relación a distancia le hacía sentir…

Esa situación era como la de ellos, como cuando había regresado por la muerte de sus abuelos. ¿Ella se hubiese quedado de habérselo pedido? ¡Ella había sido la que no dijo una palabra sobre lo que había pasado entre ellos! ¿Cómo iba él a saber que esperaba que le pidiera que se quedara con él?

Sintió su corazón contraerse, pareciéndose peligrosamente al que alguna vez lo afectó antes.

¿Estarían juntos de haber enfrentado el tema?

Helga había escrito antes basado en experiencias vividas con él, pero ese párrafo era demasiado: era la descripción fiel de la última vez que se habían visto, de cómo se habían separado.

Intentó convencerse de que ese recurso había sido utilizado porque calzaba con la historia, pero él bien sabía que eran infinitas sus fuentes.

¿Era esa una manera de darle un mensaje?

Se castigó mentalmente por pensar de esa manera tan egocéntrica y tratando insistentemente de pensar en otra cosa que no fuera aquel objeto rectangular, sin conseguirlo, porque si ella había descrito esa escena tan similar –por no decir idéntica - ¿habría otras situaciones autoreferentes…? La curiosidad estaba pudiendo con él y sus dedos picaban por saber más y al inclinar un poco más el libro cayó algo, y observó con sorpresa que eran unos pasajes de avión con destino a Londres con su nombre. Los dejó sobre su cama sin entender demasiado a qué se debía todo eso.

¿Qué estaba sucediendo…? ¿Por qué se estaban esmerando en que reviviera un sentimiento que había podido disminuir de manera significativa con el tiempo a costa de un gran esfuerzo?

—Las cosas están bien como están… —se autoconvenció —. Todo esto es sólo producto de mi imaginación…

Había tomado una decisión, la más difícil y era de los que se responsabilizaban.

Salió de su habitación y se dirigió al baño. Saldría a dar una vuelta y volvió hasta muy entrada la noche

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Escuchaba pasos, pero quiso creer que eran parte de una mala broma, porque no tenía deseos de despertar. Sin embargo no pudo ignorar la sensación de una presencia en su habitación y abrió un ojo con cuidado para no ser descubierto despierto y se encontró a Gerald mirándolo fijamente mientras lo mecía sin nada de delicadeza.

—Despierta Arnold, tenemos que ir al aeropuerto –demandó.

—¿Ya te vas? –despertó súbitamente

Apenas y había llegado, ¿por qué se iría tan pronto…? El tiempo que pasaban juntos no era suficiente, pero eso era ya una exageración.

—No soy yo el que se va, eres tú…- le indicó.

Ya más atento a su entorno y a los estímulos externos, se rio de manera burlona.

—¿Y a dónde? Que no me he enterado aun… -replicó.

—Londres –respondió.

Volvió a reír. Eso le pareció aún más gracioso que toda la situación.

—¿Acaso no viste el libro? –preguntó.

—Sí –admitió -. ¿Y qué?

—¿Y qué? Arnold, por favor deja de engañarte –solicitó hastiado.

—¿De qué estás hablando? –lo interpeló molesto.

—De que este comportamiento autodestructivo tuyo está relacionado a que no puedes olvidar a Helga –aseguró -. Ten el valor de ir a donde ella está y decírselo.

Del divertido estado de desconcierto pasó a uno de indignación: ¿quién se creía él que era para asegurar algo semejante?

—¿Piensas que sabes mucho de mí? –lo encaró -. No tienes idea…

—Si lo sé –afirmó molesto -. Sé que te acuestas con distintas chicas, que no en solo una oportunidad has temido haber embarazado a alguna porque no te has cuidado. También tengo pleno conocimiento de que bebes mucho más de lo que deberías.

¿Cómo lo sabía él si a nadie se lo había contado…?

—Despierta, Arnold y deja de comportarte como un imbécil porque no lo eres –demandó -. Al menos no solías serlo, aunque ahora no estoy tan seguro…

Había discutido con Gerald un par de ocasiones y nunca habían llegado a los golpes, sin embargo el que estuviera diciendo esa clase de cosas lo había irritado a ese punto de considerarlo seriamente. Lo miró fijamente unos segundos y ante la mirada desafiante de su amigo empuñó su mano y la dirigió voluntariamente con fuerza a la mejilla de Gerald.

—¿Ahora resuelves tus problemas con tus puños? –lo increpó -. Te perdiste en el camino, tú no eres mi amigo ¡Tráelo de regreso! Este Arnold no me agrada… ¡es patético! ¡Devuélvemlo!

Volvió a golpearlo, pero en esa oportunidad fue con completa alevosía, y Gerald respondió, y la primera pelea de su vida tuvo lugar con quien nunca creyó que sería un candidato para hacerlo.

—Quien iba a pensar que aunque el único ejercicio que haces es el de levantar el brazo para beber la cerveza haría que tuvieras fuerza –su amigo se burló.

Él nunca le había dicho algo al respecto, porque cuando le contaba algunas cosas Gerald trataba de no evidenciar el abuso del alcohol que el mismo sabía no era algo de lo que estar orgulloso.

—¿Eso es lo que piensas de mí? –exigió saber -. ¿Qué soy un alcohólico?

—¿Puedes decir que no es cierto? –interpeló.

¿Por qué su amigo estaba tan incisivo? Era como si estuviera enojado con él.

—¿Y a ti en qué te afecta en caso de que fuese así? –contestó bruscamente.

—¿De verdad crees que no me preocupa que algo te pueda pasar? –lo interrogó notablemente molesto -. ¿De que no me afecta verte así?

—¿Así como? –demandó conocer el motivo.

La espera para saber esa respuesta se le hizo eterna, y algo se rompió dentro de él luego de oírlo.

—Tan perceptiblemente infeliz… -soltó.

Eso lo afectó al punto que soltó la ropa de la que tenía sujetado a Gerald, quien dio un paso atrás mientras con las manos trataba de quitar las arrugas que se formaron por su agarre.

Era cierto que no estaba contento con la vida que llevaba, pero no se imaginó que representara esa lastimosa imagen a los ojos de su mejor amigo.

—No todos podemos tener la vida que deseamos –recriminó dolido.

Gerald se tiró a la cama con los brazos abiertos y estiró las piernas una vez que se acomodó sobre aquella cómoda superficie horizontal.

—No tienes que enrostrarme lo afortunado que eres porque todo lo que esperabas para ti ha resultado como lo planeaste –soltó.

—Es cierto que me ha resultado, pero no ha sido fácil como tú crees –aclaró -. Simplemente es porque yo si he tenido el valor de luchar por lo que quiero.

Arnold se burló.

—¿Ah, sí? ¿Y en qué? –consultó suspicaz.

—¿Crees que es fácil estar con una persona que sus padres están convencidos que no eres lo suficiente bueno para ella? –indicó -. Constantemente están probándome y dejándomelo saber y a veces quiero rendirme, pero después pienso en que si lo hiciera perdería algo más valioso, y mis fuerzas se restauran.

La voz de Gerald tembló y lágrimas silenciosas cayeron de sus ojos.

—Yo sé que ella es mejor que yo –declaró -. Me gustaría poder decirles que todo el tiempo han tenido la razón y que siempre he estado consciente de eso, sin embargo soy egoísta y hasta la convencí de que se casara conmigo por temor a que un día escuchara a sus padres y se diera cuenta.

¿De verdad su amigo estaba llorando? Hacía tan sólo un momento estaban peleando por el resentimiento que repentinamente tuvo contra su mejor amigo por lo que asumía era su perfecta vida y luego sólo podía pensar en que no quería que él se sintiera de esa manera.

—La que subestima a Pheobe en realidad eres tú –recalcó -. Siendo Pheobe tan inteligente como es, ¿crees que ella hubiese hecho algo sin haber pensado antes en las consecuencias de sus actos? Ella lo hizo sabiendo que podía significar una ruptura con sus padres y aun así… ella te eligió a ti…

Era fácil poder verlo, ¿por qué él no se daba cuenta de ello cuando era tan evidente?

—Nunca lo había visto de esa manera –reconoció -. Cuando se trata de ella soy inseguro, ¿sabes…? No es fácil querer tanto a alguien… me siento tan vulnerable…

Entendía perfectamente a lo que se refería mientras observó que no quedaba rastro de las lágrimas repentinas antes derramadas. Sintió alivio porque no le gustó ni un poco la sensación de angustia que le causo la tristeza de su amigo.

—¿Y tú…? –quiso saber -. ¿Qué vas a hacer?

Se refería sin lugar a dudas al motivo por el que él había llegado en primer lugar, a ese viaje a Londres que no entendía del todo como se había involucrado.

—Una cosa son tú y Pheobe y otra distinta es lo que hay, en realidad hubo, entre Helga y yo –aclaró.

Sonrió con tristeza. Si tenía que ser honesto hablar de su pasado con ella dolía menos cada vez, sin embargo seguía siendo difícil tratar acerca de ello.

—Arnold… -llamó su atención -. Helga realmente va a dar vuelta la página si no haces algo al respecto…

Era lo que se suponía que ya debía haber pasado, sin embargo tanta insistencia realmente estaba haciendo que las dudas surgieran.

—¿Qué sabes? –bajó la guardia.

—Ella es… -comenzó -. Helga tiene…

—Gerald, por favor basta, sólo dime –rogó.

—De verdad no puedo decirte nada excepto una cosa: sólo ve –solicitó -. No lo lamentarás, te lo puedo jurar… confía en mí.

La decisión estaba tomada luego que la mirada implorante de su amigo lo convenciera. Podía estar seguro que si lo solicitaba de esa manera era por algun motivo.

—Y si las cosas no salen bien yo creo que sólo ahí podrás avanzar de verdad… no vas a encontrar a Helga en el fondo de la botella, puedes creerme –expuso burlón.

Había sido gracioso el comentario pero fue incapaz de reírse. Estaba comenzando a sentirse adolorido por los golpes y el remezón emocional al que su amigo lo había expuesto.

—Jamás le dijiste lo que realmente sentías con respecto a todo lo que pasó –se lamentó -. Dile la verdad, exorciza ese demonio de tu cuerpo y espera a ver lo que te dirá. Enfréntalo. De verdad es lo más sano que puedes hacer.

Ya no podía seguir negando que la aparición del fantasma de su relación Helga estaba causando estragos en su vida.

—Sí… -afirmó que tienes razón.

El silencio los rodeó y se levantó a ordenar sus cosas, mientras Gerald se acomodó y se cruzó de brazos.

—¿Quién hubiese dicho que el que iniciaría una pelea serías tú…? –se mofó -. Pero estoy menos preocupado ahora… creo que podrías defenderte bien tú solo en caso de meterte en problemas.

Arnold sonrió.

—A veces despertaba en la noche preocupado pensando qué haría si mi amigo se involucraba en una pelea –se burló -. Ahora dormiré tranquilo sabiendo que tiene fuerza y que sabe empuñar sus manos…

Le arrojó una almohada con fuerza a la cara para que se callara. Sintió vergüenza por lo que había hecho; él sólo había iniciado todo pensando en su bien y él le había retribuido golpeándolo al sentirse atacado.

—Discúlpame por eso por favor –pidió -. Me siento avergonzado.

—Arnold… ¡de verdad me preocupaba y me sentía inquieto por las noches! –se mofó.

Sintió alivio al comprobar que su amigo no estaba enojado con él.

—Estoy listo –anunció -. Vamos… el aeropuerto no está tan cerca y no hay nada directo desde aquí.

—Pues te equivocas –se acercó y lo abrazó por los hombros -. Tengo esto que nos llevará directo a donde necesitamos ir.

Se metió la mano al bolsillo y mostró una llave.

—Vengo a preparado para llevarte hasta allá–dijo con orgullo.

Eso le alegró mucho, el viaje podía tardar más de una hora al aeropuerto y en auto podían ser poco más de quince minutos.

—Sólo tengo una duda –quiso saber -. En realidad dos.

—Pregunta -concedió

—¿Ella sabe que iré? –consultó.

—Por supuesto que no –confirmó -. Pheobe te esperará allá.

—¿Y los pasajes? –averiguó -. No son baratos…

—Bueno… originalmente eran para mí por la luna de miel –declaró.

Su amigo había renunciado a un viaje significativo a otro continente con su novia por su bien…

—Gracias –soltó emocionado.

—No es nada Arnold… -respondió -. Aunque si te quedas allá tendrás que reembolsármelos algún día.

—Como si eso pudiera pasar –sonrió.

—Es una posibilidad –le recordó.

—No lo es –aseguró -. Iré y le diré todo, luego volveré y mi vida será igual que antes.

Gerald lo miró con enojo.

—No igual –corrigió -. Cambiarán algunas cosas.

—Eso espero viejo –agregó él -. Nada bueno se saca de empinar el vaso… ya sabes lo que le ocurrió a mi hermano y no quiero que te pase algo peor que el susto de convertirte en padre por no haberte protegido.

El hermano mayor de Gerald había despertado después de un mes internado luego de que lo dejaran tirado en el hospital con un riñón menos. Él había llevado su vida hasta ese momento con liviandad, trabajando un día y bebiendo al otro, hasta que ocurrió ese abominable suceso.

—Entendí… -aseguró -. De verdad.

—Eso espero –le contestó con una sonrisa -. No tengo problema en obligarte a hacerlo.

Su amigo empuño su mano y se le mostró el puño perfectamente formado y sonrió. Comprendió que la pelea sostenida sería tema recurrente, pero no había quebrado la amistad forjada por años, y se sintió relajado.

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—Papá –saludó -. Hola, ¿cómo están?

—Bien, todo está en orden por acá –informó -. ¿Y allá? ¿Vas a quedarte hasta el fin de las vacaciones?

Hubo un silencio. Decir lo que realmente quería contarle era algo que por lo general se conversaba en persona, sin embargo no había manera de que eso ocurriera en plazo corto, porque no sabía cuando los volvería a ver en persona, y ya había dilatado lo suficiente el tema.

—En realidad… no voy a regresar –se sinceró.

Primero había sido un viaje por una semana, luego dos y finalmente casi tres.

—¿Es lo que realmente quieres hacer? –quiso saber él.

Sí, era lo que quería. Desde que Pheobe había decidido inmiscuirse y había encontrado la manera de reunirlos, todo funcionaba como si fuera parte de un sueño. Helga le explicó que en ese momento de la despedida había estado dispuesta a quedarse en Hillwood, pero que las circunstancias habían cambiado desde entonces y él lo entendió. Tenía compromisos contractuales que debía cumplir; ella no era completamente libre de ir y venir a diferencia de él. Ella no regresaría, y él quería estar con ella y para ello sólo había una solución.

—Sí –confirmó decidido.

Es decisión de los hijos dejar el nido cuando encuentran que es el momento –recalcó él -. Me siento orgulloso de ti y de que hayas tomado esa resolución.

—Además… -agregó -. No puedo irme.

—¿Estás bien? ¿y Helga? –se oyó preocupado -. ¿Le sucedió algo a ella?

—Arnold… –expresó impaciente.

—Helga se fue embarazada de Hillwood la última vez que estuvo allá–musitó.

Escuchó un silencio largo que le hizo preguntarse si realmente había alguien al otro lado de la línea.

—¿Papá…? –preguntó.

Según lo que supo más tarde su estado había puesto en peligro su beca y sólo se habían calmado las cosas cuando ella expresamente juró y firmó un documento de que no iba a ser un impedimento para ninguno de sus proyectos, y luego de eso había pasado por todo sola, hasta que se vio superada y llamó a Olga, quien no dudó en ir en su rescate…

—¿Estas queriéndome decir que soy abuelo? –preguntó.

Se oía consternado, y no lo culpaba. Había querido evadir el tema porque él mismo se llevó la sorpresa de su vida al ver esa pequeña niña rubia de un año y un par de meses de edad de edad.

—Sí –confirmó.

En un comienzo se había enojado con Pheobe, Gerald y especialmente con Helga por no habérselo contado, pero pronto se enteró que en realidad ella había guardado el secreto de todos.

No se oía a nadie del otro lado de la línea y por lo mismo no le había dicho antes acerca del descubrimiento hecho en esas hasta entonces tierras desconocidas. Miró el contador de minutos que seguía avanzando, por lo que esperó a que su padre dijera algo.

—Pero si son tan jóvenes… -expresó su padre con suavidad.

No pudo evitar sentir alguna clase de reproche en esa respuesta.

—Sólo ocurrió… y estoy feliz con ello, papá –confesó -. Es rubia, pequeña y traviesa. Ninguna barrera parece lo suficientemente alta para ella y todo lo trepa con una agilidad que me sorprende con esas piernas cortas…

Conocerla fue el descubrimiento más importante de su vida. Al principio creyó que era hija de Olga porque el primer encuentro fue estando con ella, pero fue ella misma quien negó el hecho, diciéndole la edad de la niña y que recordara su participación en la existencia de ella.

No lo comprendió en un principio, y recordó el libro que Gerald le había dejado. Y todo tuvo sentido luego de que leer aquel libro...

Ella lo visitó y se aprovechó de la vulnerabilidad generada por la reciente pérdida de sus abuelos. Una caricia había bastado, y con tan solo un roce de labios ella anheló calmar la creciente necesidad que su ausencia había generado. Existía un anhelo que no le avergonzaba, entendía que era parte de querer a alguien el desear una conexión física con esa persona, pero sabía que no había sido el momento ni el lugar… su padres estaban en los alrededores y resultaba incómodo el estar tan al tanto de que ellos sabían que ella se encontraba ahí, pero cuando él manifestó con un beso que de algún modo seguía interesado en ella, fue suficiente para olvidar el recato y la vergüenza y sucumbir al apetito sexual que no se había atrevido a saciar con alguien distinto, porque no era otra persona sino esa la que lo ocasionaba…

¿Culpabilidad? ¿De qué? Se había sentido bien y lo había disfrutado. Eran adultos y aunque era cierto que la muerte de sus abuelos había significado en su vida un antes y un después, con ella él siempre quería todo lo que pudiera obtener.

Tras eso, se comunicó con Pheobe y el encuentro con Helga fue menos dramático de lo que hubiese podido esperar. El sentimiento por parte de ambos estaba, nunca dejó de existir y ella sólo sonrió cuando lo vio.

—¿Y tus padres…? –quiso saber ella.

—Ellos estarán bien sin mí –aseguró -. Pero yo no estoy bien sin ti…

Le pareció cursi, pero era toda la verdad que conocía.

—Tendrás que decírselo tú a tu madre –respondió finalmente su padre.

Entendió que era lo justo, una noticia como esa no era cualquier cosa.

—¿Está ella por ahí? –quiso saber él.

—En persona, hijo –contestó.

—Pero yo no puedo… -dijo afligido.

—Pero nosotros sí… -anunció.

Luego de coordinar un futuro viaje, la llamada terminó, y se quedó mirando el teléfono unos momentos, algo aturdido de que las cosas hubiesen terminado de esa manera.

—¿Arnold? –escuchó a Helga llamarlo.

Ella realmente no tenía tanto tiempo libre, sin embargo, se las arreglaba para siempre estar presente.

La miró y se sintió emocionado.

—Le dije a mi padre acerca de nuestra hija –reveló.

Observó que ella se tensó, sabía que sus padres eran buenas personas, pero de algún modo siempre había temido que cambiaran de opinión acerca de ella. Él suponía que era la huella que sus padres habían dejado en ella, acerca del cariño condicionado.

—¿Por teléfono? –quiso comprobar.

—Bueno… pues sí –afirmó.

Ella se mostró evidentemente nerviosa, mascullando distintas cosas que él no alcanzaba a entender, pero algo captó acerca de que no había sido una buena idea.

—Tranquilízate por favor –pidió.

—No quiero que piensen mal de mí –soltó finalmente.

—Ellos no pensarán nada malo de ti –aseguró - . Ellos te adoran, Helga y amarán a su nieta también…

Se acercó a ella y la abrazó.

—¿Venías a decirme algo? –recordó de pronto.

Helga pensó unos momentos, y luego de lo que pareció un esfuerzo mental real, remembró:

—En realidad no –admitió -. Sólo quería comprobar que estabas aquí.

Esa inquietud él la sentía muchas veces al día, y se preguntaba infinidad de veces si todo aquello que estaba viviendo era real, y si acaso lo merecía.

La besó y al ser correspondido se sintió pleno. Ese sentimiento de vacío era difícil de llenar con algo distinto a su presencia.

—No quiero separarme de ti nunca más –expresó avergonzado.

—Vivamos el día a día –propuso ella -. Si tenemos expectativas demasiado altas podemos fracasar en el intento…

De mis expectativas me hago cargo yo –respondió -. Y fallar no es tan malo, ¿sabes? De las malas experiencias son de las que más se aprende.

Ella buscó distancia, y la expresión de ella cambió un poco.

—¿Lo dices por las cosas que hiciste? –pregunto de manera inquisidora.

Sintió temor, porque ciertamente se arrepentía de muchas de ellas, sino la mayoría.

—Sí –admitió.

Lo último que quería era que ella supiera la clase de persona en la que se había convertido durante un tiempo, pero no estaba dispuesto a mentirle.

—Yo te orillé a eso –le dijo ella -. Era parte del crecimiento que insistí debíamos estar expuestos… no puedo decir que no me importa, pero aquello te trajo de regreso a mi… lo que hayas hecho no quiero saberlo.

Sin duda ella había madurado también.

—Además… tampoco puedo decir que vestí santos durante el tiempo que tú no estuviste –admitió.

Se le contrajo el pecho ante esa confesión, pero no podían recriminarse el tiempo en el que no habían estado juntos.

—No hablemos de eso –pidió él.

Ella asintió y antes de poder decir otra palabra, oyeron un estruendo, y un montón de ruido.

—¡Mierda! -expresó ella.

Corrieron hacia el lugar donde identificaron vino el sonido y se encontraron con que su hija había volteado la cuna y ella no se veía en ningún lugar. Él con miedo y con la adrenalina a flor de piel la levanto y descubrió que la niña estaba acostada de espalda mirándolos mientras sostenía un juguete que él recordaba bien lo había dejado en la repisa.

La examinaron de pies a cabeza, sin encontrar nada anormal.

—¿Cómo haremos para que deje de trepar? –preguntó con preocupación.

—No sé si quiera impedirle llegar tan alto como pueda –respondió ella -. Pero creo que debemos acolchar al menos su habitación y enseñarle a caer…

Él la miró extrañado por su respuesta y sin entender a qué se refería estuvo de acuerdo con ella.

—Por cierto –agregó él -. Mis padres vendrán en el primer vuelo que puedan abordar…

La cara de pánico de Helga fue real y él rio.

—Mi madre no lo sabe aún –expuso -. ¿Crees que debemos decirle antes o simplemente dejar que la vea y saque sus conclusiones?

Ella se paralizó y él se llevó a la pequeña a la cocina mientras vio a Helga ordenar sin conseguir alistar nada.

—Cariño, ¿quieres leche? –le preguntó.

La niña sonrió al reconocer la palabra que tanto le gustaba.

—Yo te la daré, mamá tiene cosas con las que lidiar de momento –le contó a modo de secreto.

El hecho de que su hija fuera tan ágil le sorprendía, ya que él mismo no se caracterizaba por ello.

—¿De dónde habrás heredado la habilidad de llegar a los lugares más insospechados…? –consultó.

Se encogió de hombros al desconocer la respuesta y simplemente se conformó con no obtener la respuesta certera, aunque sospechaba que podía venir del lado materno…

—No importa… da igual, porque desde el día en que te conocí y de aquí en adelante, ten en cuenta que si te caes voy a estar siempre para ayudarte –prometió -. Toda la vida…

Fin

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Muchas gracias a los lectores que hicieron que me animara a terminar esta historia, me costó un poco terminarla, pero ya está acá y espero que les haya agradado… espero que les guste y me lo hagan saber a través de reviews, aunque no prometo que escriba algo nuevo, es posible que lo considere…

Hasta siempre y muchas gracias por las lindas palabras y el tiempo que invirtieron al seguir esta historia.

¡Gracias!