Shingeki no Kyojin es propiedad de Hajime Isayama. La siguiente es solo por hobby sin fines lucrativos.
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Este es el epilogo y precuela de [Anillo de Bodas], cómo y por qué había ido Levi a esa tienda donde conoció a Eren.
La bufanda azul
Cuando era joven, más incluso, los días de otoño me parecían los más dulces, con sus tonos cálidos. Con sus vientos traviesos. Las risas de la gente tras las máscaras de día de brujas. Los dulces. La ropa abrigada. Los preparativos para navidad. Todo era maravilloso para mí en esas fechas tan especiales. Pero no fue sino hasta una cálida primavera que le conocí.
Había terminado la universidad y llevaba poco trabajando como contadora de un despacho de abogados. Gracias a las influencias de mi padre que conocía al fundador del despacho, conseguí estar de primeras ahí. Claro que ese hombre no era un benefactor, ni mucho menos. Me ayudó a conseguir mi primer empleo, pero por meses no me pago hasta que viese que hacia las cosas bien, realmente era un tirano, sin embargo, muy encantador a su modo.
Su sencillez y forma de ser tan brusca me hacían sentir que debía romper esa coraza, la curiosidad me forzaba a ver hasta que tan fondo podía escarbar en él. Pese a las dificultades que ponía frente a mí, todos esos obstáculos los trepe hasta romperme. Sin darme cuenta me había enamorado de ese cruel hombre. Me había enamorado de su ser tan despiadado, de su ser tan frio que a veces confundía como amable. Mis ilusiones me cegaban, haciéndolo ver como un dios envuelto de negro y el humo del tabaco. Realmente estaba perdida en su ser.
Al pasar de los meses y el cambio de estación, el otoño había llegado de nuevo a mi vida, pero no me importo su luz cándida, ni su frio acogedor, solo quería aquel hombre de negro con ojos cual zafiro, aquel que con mano dura me reprendía cuando hacia cosas absurdas por llamar su atención.
No sabía cómo, no sabía por qué, una mañana de noviembre me invitó a cenar. Había pasado más de seis meses a su cargo, realmente ser invitada por ese frio hombre con una suave voz, me hacía sentir embelesada. Estaba enamorada. Las cenas fueron frecuentes después de semanas y sin darme cuenta había sido una mártir de su cuerpo, cayendo hacia sus pies la primera ocasión que me pidió estar en su cama. Fueron seguidas las noches que me perdí en su calidez desnuda y supe por primera vez que eso que no decía por ser un hombre de poca voz, lo demostraba con los obsequios y detalles que sin que hiciera falta de preguntar, sabía que eran de él.
Un otoño, dos años después, nos casamos en privado con nada más que nuestros votos y un testigo. No me importo ser tan discretos, la verdad es que no. Mucho menos cuando en su preciosa torre de marfil me escondió. Estaba encantada, lo amaba demasiado y yo era su dulce alegría. No lo veía sonreír, pero así me decía, así me llamaba, así me deseaba. Siempre obediente, siempre sonriente.
«Como una cara muñeca». Había dicho una vez y sentí un fuerte nudo en mi ser, me sentía muy completa a su lado. Sin embargo, algo le molestaba, algo lo ponía nervioso después de tres meses juntos al fin como esposos.
«¿Es que no quieres nada?» Preguntaba y yo siempre respondía lo mismo: «Contigo estoy conforme». Y él solo parecía abatido, ¿Qué sucedía? ¿Hice algo malo? No solía causar molestias, solía hacer todo como le gustaba, no exigía, no rezongaba. ¿Qué había de malo de mí que lo hacía llegar hasta la madrugada del otro día completamente borracho? ¿Qué ocurría? Dijo que quería que dejara de trabajar y lo hice, por eso me daba miedo ya no verle de día. Pero ahora parecía más triste. ¿Por qué si hago lo que dice? ¿Qué le pone tan triste? Dijo que no quería que nadie supiera de la boda y lo hice, ¿Qué ha pasado? El día de la boda se sentía solitario. Pero si me tenía a mí.
Él me quería consentir, no quería que yo fuera solo para él, quería que fuéramos complementarios, quería darme amor, no solo recibirlo. Eso había dicho mientras estaba gritándome borracho, él estaba enojado porque quería complacerlo como siempre y el se negó, empujándome contra el suelo. ¿Qué había hecho yo? Hice lo que quería, le pedí algo al fin.
«Una bufanda azul». Susurré, volviendo a sonreír como siempre. Él estaba contento también, aunque en sus ojos note esa tristeza. Ese día salió, con su hermosa gabardina negra y sus guantes de piel. Ese día salió, no trabajaba y por eso aprovecho para comprarme la bufanda y esa noche no regresó.
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Las luces de amanecer irrumpían sus ojos, había estado durmiendo como hacia tanto no lo hacía, se sentía satisfecho, al menos por un rato. Sus ojos veían borroso y sus cabellos enmarañados cubrían su frente. Al levantarse algo le había desconcertado, su pequeño compañero nocturno había desaparecido, se sentía traicionado. Quiso sentirse culpable por lo que hizo, pero no pudo, hasta eso, se atrevió a sonreír. Mas aun cuando leía la notita en la mesa, le encantaba que fuera así, tan desgraciado.
− Maldito mocoso −gruñó, con una sonrisa en los labios, al anotar el numero en su celular y guardarlo, rememorando con lucidez el nombre de ese exquisito ángel de piel morena−. Eren…
Si, Eren, a Eren le gustaba ser caprichoso, más de lo que en su vida aquel abogado podría soportar. Pero tanto tiempo siendo consentido lo estaba hartando, no era un niño, ni mucho menos una dama, él era un hombre, él era independiente, él era autosuficiente, él era su propio jefe y él se podría dar sus propios gustos. Por eso no dudo ni un segundo en salir con esa mujer, pese a lo que dijeran. Por eso no dudó en casarse con ella, aunque su padre se opusiera. Por eso no vacilo en llevarse a ese mocoso a la cama, pese a ser casado. Y al final de cuenta, aun viendo que su anillo de bodas rodaba junto a la nota, quiso seguir buscando al mocoso de ojos verdes y piel morena de anoche, ese mocoso descarado que se atrevió abandonarlo antes de que el sol saliera.
No importaba ser abandonado, él iría a buscarlo, porque le había gustado estar con el travieso de Eren que, aun sabiendo que era casado, quiso estar con él.
− ¿Bueno?
− Eren, soy yo, necesitamos vernos.
− De acuerdo, Sr. Ackerman.
¿Review?