Descargo de responsabilidad: Skip Beat! no me pertenece, pero estas ruindades que vas a leer sí. Tampoco me pertenece el título, que ha sido tomado de la serie Juego de tronos, que le pertenece a HBO y a George R.R. Martin :)


SHAME, SHAME ON YOU

La primera vez que ella le tocó, los dos fingían que eran otros… Él sintió el fuego de su femineidad sobre su piel, o quizás era él el que estaba en llamas… Espectador privilegiado, las vio, y el transparente encaje negro de Setsu llenó sus horas de cama de solitarios éxtasis con el nombre de Kyoko en los labios.

Aquella vez que la vio en biquini, un dos piezas clásico y tradicional, de un blanco que no hacía más que resaltar cada curva virginal, tuvo que pensar en esquimales vendiendo hielo, o en la lista de los presidentes de Estados Unidos o en la de los ganadores de la Super Bowl. Al final, tuvo que excusarse y marcharse de allí. Cuando cerraba los ojos, aún podía verla… Tentadora...

Otras veces, la calidez de la risa de Kyoko al teléfono le enciende el alma, y él ya no recuerda cuándo fue la primera vez que quiso sentirla, tocarla, que quiso devorar esa sonrisa con su boca…

Y las cenas… Las cenas son lo peor… Ellos dos, a solas, en su apartamento… Pobre inocente corderito en la guarida del lobo hambriento… Porque eso es lo que Kuon siente, hambre de ella… De su compañía, de sus ojos, del sonido de su voz, de la calidez de su piel bajo sus manos…

Hambre y anhelo…

Una parte de él, la más indómita, pensaba que así, en la silenciosa condena de sus sábanas manchadas con el nombre de Kyoko, la mantenía a salvo de él, de esa hambre, esa ansia por hacerla suya, en cuerpo y alma…

Pero otra parte, la más sensata y que solo la dan los años, le pedía paciencia, porque Kyoko cargaba con sus propias heridas, pero él la conoce. Él sabe que ella hoy es más fuerte, mucho más fuerte, que lo que fue aquella niña de coletas… Y justo antes de alcanzarle el sueño, Kuon se permitía soñar con qué pasaría si ella lo supiera, si le contara su verdad…

Y en las noches como las de hoy, cuando el olor de Kyoko le impregna el alma y él se muere de añoranza, cuando la tiene al otro lado del pasillo, durmiendo ajena a sus frustraciones y desesperos, él se vuelve audaz… Se busca bajo las telas de su pijama y se toca pensando que es ella quien lo pone duro con su boca. Su mano se mueve arriba y abajo, y él se muerde el labio por no susurrar su nombre. La imagina entre sus piernas, mirándole victoriosa, mientras su lengua traza círculos húmedos en su miembro palpitante de deseo. Hasta que lo engulle. Hasta que desaparece dentro de su boca.

Y entonces la llama.

Como ha hecho cientos de veces, como ha hecho siempre…

—Kyoko… —sus caderas se sacuden, primero suavemente, luego más y más rápido, y la frente se le perla de sudor; las sábanas le molestan, le incomodan en sus menesteres y las destierra bruscamente del lecho con la mano libre—. Kyoko —gime de nuevo bajo el estímulo de su pulgar. Deja salir un suspiro enronquecido, salvaje, y su mano acelera con movimientos más cortos y más rápidos—. Kyoko —la llama, una vez más.

Y el éxtasis le llega tragándose su nombre en un gemido de bestia hambrienta.

Cuando todo pasa, saciada la urgencia, se entrega al abandono y la lasitud. Vacía lentamente los pulmones y se pasa un brazo sobre los ojos.

—Kyoko, mi Kyoko —le susurra al aire de la habitación—, ¿cuándo seré tuyo?

Y una exclamación entrecortada le hace incorporarse de golpe sobre la cama. Su peor pesadilla se torna real, bien real, porque Kyoko —esa misma Kyoko a la que llama en sus fantasías onanistas— está ahí, en la puerta, con sus ojos de gacela abiertos como platos.

Vergüenza, Kuon, vergüenza debería darte…

¿Qué vas a decirle ahora?