Kyoko da vueltas en el futón, incapaz de dormir…

Sí, prometió que haría su mejor esfuerzo, pero este Tsuruga Ren tan imperfectamente humano y tan real —por más que tenga un cuerpo de dios griego—, es demasiado para su pobre corazón… ¿Por qué? Pues porque ese maldito hombre le hace creer que sí, que cualquier cosa es posible…

Y si no, para muestra, ella misma. Empezó como enemiga juramentada, pasó luego a renuente kohai, de ahí, dio el salto al respetadísimo y reverenciado sempai, y ahora era algo parecido a una amiga… Su amiga… ¿Qué sería lo próximo? ¿Su novia?

¡Ja! Tan solo semanas antes, esa peregrina idea ni siquiera se le hubiera pasado por la cabeza, de tan disparatada que era, pero ahora… Ahora estar cerca de él era peligroso, porque antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, estaba tomando su mano. ¡Su mano! ¡SU MANO!

Kyoko se tapa los ojos con las manos y da vueltas, mejor dicho, se revuelca en su futón, mientras ahoga un grito escandalizado.

¿Ves? ¡Por eso mismo era peligroso! Porque ahora mismo debería estar retorciéndose por el remordimiento de haberse atrevido a profanar a su adorado sempai, y no, no lo estaba haciendo. Sí, bueno, el sentido de culpa y vergüenza sigue ahí, claro, no va a desaparecer de un día para otro, pero 'ahora' no le importa tanto, ¿por qué? Pues por la razón más simple de todas: porque él realmente necesitaba una mano amiga. Bastante literalmente, eso sí…

Así que esa era la razón: se estaba revolcando en la autocomplacencia porque le había tomado la mano a un hombre. ¡A un hombre!

Y qué hombre, por todos los dioses…


Ren, por su parte, duerme como un bebé. Aunque en sus sueños, Kim arrincona a Meiko contra la puerta del baño —sí, el lugar más romántico del mundo—, y le susurra groserías subidas de tono que la escandalizan y ruborizan a partes iguales…

Solo que ni Kim era Kim, ni Meiko era Meiko…


Al final, Kyoko también sueña. O algo parecido… Transita ya en ese estado de feliz abandono, en el que aún queda una sola neurona despierta, pero ya los sueños comienzan a confundirse con los pensamientos semiconscientes.

Sueña con aquel Corn emergiendo del mar, como un dios de los océanos.

Sueña con Kim con la bata abierta.

Con el pecho de Cain bajo sus manos…

Con el febril Tsuruga-san llamándola Kyoko-chan.

Con el rubio Tsuruga-san llamándola Kyoko-chan.

Con Corn rogando por llamarla Kyoko-chan…

Con sus voces, sus medidas perfectas, sus proporciones idénticas y la magia de un buen tinte para el cabello…

Y Corn - Kim - Cain - Ren se superponen en su entrevela. Uno tras otro, hasta que solo queda uno, que es todos ellos y ninguno…

—Oh —exclama entonces Kyoko, con los ojos abiertos de par en par e incorporándose con rapidez hasta quedar sentada en su futón—. ¿Cómo no me di cuenta antes?

¿Quién más puede ser tan idéntico a Tsuruga-san en rubio y con los ojos verdes?

Pues el propio Tsuruga-san, claro.


La semana pasa como un borrón. Kyoko hace su trabajo con la debida diligencia, pero más allá de eso, apenas recuerda nada. Salvo los esfuerzos plenamente conscientes por evitar a Tsuruga-san y la demora intencionada en responder a sus mensajes de una manera tan impersonal y distante que incluso a ella le dañaban el corazón.

Y cuando llega el sábado —el día en que él estará en el plató—, la maquilladora hace un comentario suave —no destinado a herir— sobre la necesidad de dormir mientras aplica capa tras capa sobre sus ojeras. Kyoko se abstiene de responder la verdad sobre sus noches insomnes y murmura algo parecido a un 'lo sé', o quizás un 'lo intento', destinado más a sosegar a la maquilladora que a sí misma.

No está preparada para verlo aún. No puede…

Dos de los hombres más importantes de su vida han resultado ser la misma persona, y ¿cómo va a mirarlo ahora a la cara? Él, que conoce lo que siempre debió haber sido un secreto entre Corn y ella; él, que sabe que ella se inventó mentiras para justificar que se 'pareciera' a Tsuruga Ren…

Ella, que lo ha necesitado tanto, tanto…

Él, que la ha besado…

¿Cómo va a sobrevivir sabiendo que él es Corn?


Mentiría si dijera que no estaba preocupado. Se repetía una y otra vez que Kyoko tenía todo el derecho del mundo a reclamar su propio espacio. Y que él tenía que dárselo, si es eso lo que ella quería…

Pero para él estaba claro como el día que lo estaba evitando. Tan cierto como que hasta Kijima se había dado cuenta, y había enarcado una ceja confusa cuando Kyoko tomó su bento y se fue a comerlo en el camerino, bajo el pretexto de repasar su guión a solas, en vez de sentarse todos juntos como habían venido haciendo desde el principio. Incluso Morikawa frunció el ceño con extrañeza…

Ella no es descortés, ni siquiera fría, al menos, no del todo. Sigue habiendo en ella esa calidez tan suya, pero algo se siente mal… Como si algo en ella se hubiera roto para siempre y ella no supiera aún cómo recomponerse. Sí, hasta ese punto la conoce. Pues claro que sí. ¿Cómo no iba a darse cuenta? De la muchacha que tan solo el domingo pasado le había hablado directamente a su corazón tan solo quedaban las sombras, y casi había desaparecido…


A la luz menguante del atardecer, cuando ya la noche derrota al día, Meiko lo ve, desde su escondite al otro lado de la plaza, al amigo de hace tantos años, a Kento, convertido hoy en un hombre. Él sigue esperándola, sin saber que ya se han cruzado sus pasos. Él no la reconoció, claro. Él buscaba a alguien que ella dejó de ser tiempo atrás. Ya no es guapa ni admirada, ni siquiera linda, así que Meiko avisó a Hima-hime y su amiga fingió ser ella. Meiko prefiere que recuerde a aquella niña que conoció, y no arruinar así el recuerdo de ese primer amor, de ese primer beso inocente entre niños, y que no sepa nunca en lo que se convirtió. Que no vea la mujer que es hoy: fea, fracasada, horrible…

Y las palabras tiempo atrás pronunciadas resuenan en su cabeza: inútil, torpe, buena para nada…, porque son palabras que tocan demasiado cerca… Kyoko las espanta e intenta ignorar la punzada dolorosa de su corazón, porque ella ve en esta escena, tan aparentemente sencilla, su propia vida en estos momentos, como un espejo deformado. Pero él, Corn —quienquiera que sea el niño que ella conoció, cualquiera que sea su nombre real— no es Meiko, ni Tsuruga Ren es Hima-hime. Ella tampoco es Kento. O quizás sí… Quizás ella estaba buscando aún a su príncipe de las hadas, herido y maldito, roto, pero Corn no le permitió saber que siempre estuvo a su lado… No le dio la opción a elegir querer tenerlo en su vida… En vez de eso, vino Tsuruga Ren y le mintió una y otra vez, y cada mentira era mayor que la anterior, y acababan enredándose hasta no dejarle respirar… Y ella se las tragó todas. ¡Pobre idiota crédula!

Sí, duele dejar la infancia atrás… Y duele más saber que él no confió en ella.

Duele que siempre duela…


Tras la línea de cámara, Ren la observa, y se pregunta qué diría ella si supiera que su amigo de la infancia está ahí mismo, de vuelta en su vida, aunque ella no pueda saberlo, mientras él se pregunta si ella alguna vez podrá superar el dolor de su primer amor y darle una oportunidad al suyo. Porque él nunca olvidó a aquella niña de coletas…

—¿Todo bien? —pregunta él cuando la escena termina.

—Oh, sí, por supuesto, Tsuruga-san —responde ella, con su sonrisa profesional de okami, y continúa su camino, dejándolo atrás, para que la desmaquillen y terminar la jornada.

—Pareces triste… —comenta él, en voz baja, pero para su sorpresa, ella lo escuchó, porque detuvo sus pasos y volteó la cabeza para contestarle.

—Tonterías —dijo tan solo.

Pero Ren esta vez tampoco la creyó.