Volver a tener a ese bebé en brazos era lo único en la vida que la hacía sentir bien y mal a la vez. Bien, porque despertaba en ella una ternura y un amor que jamás había experimentado. Mal, porque la hacía desear tener a su propio bebé en brazos. Un bebé de ella y de Heiji. Un bebé que se negaba a llegar por mucho que lo esperaran y lo desearan…

- Está tan tranquilo contigo, eres increíble Kazuha. – le dijo su amiga Ran. Kazuha la miró.

- ¿De verdad? – volvió a dirigir la mirada hacia el bebé y le sonrió.

- Sí, no bromeo. Creo que ni conmigo se siente tan a gusto. Serás una madre estupenda.

Aquella afirmación le partió el corazón. Si era así, ¿por qué no lograba quedarse embarazada? ¿Por qué, después de casi un año de intentos, ese bebé que tanto quería aún no llegaba? ¿Es que Dios la estaba castigando por alguna razón? ¿Es que no se merecía ser madre? Se hacía tantísimas preguntas… Cada una la atormentaba y era desesperante no encontrar respuestas.

- Kazuha, no te preocupes. Vuestro bebé acabará viniendo. No te angusties más. – la joven la miró con ojos llorosos. Sabía que Ran tenía razón, pero era fácil decir aquello sin estar en su situación… El hijo de Shinichi y Ran apenas había nacido hacía unos meses y fue una sorpresa para ambos. No lo esperaban, pero lo recibieron con los brazos abiertos y con todo el amor del mundo. Claro, para Ran tranquilizar a Kazuha era fácil…

La joven de Osaka sentía que no había nadie en el mundo que la entendiera. Ni siquiera Heiji. Su marido se preocupaba más por ella que por el hecho de no poder concebir, por el momento, a ningún niño. Le preocupaba que aquello la acabara afectando psicológicamente de una forma irreversible. Pero es que para Kazuha era una tortura que cada mes le bajara el período, porque aquello quería decir que sus intentos habían sido infructíferos un mes más. Ya llevaban 9 meses intentándolo en serio… Pero el éxito se resistía en llegar.

Heiji sabía que cada mes tenía que soportar a una Kazuha llorando y lamentándose en cama durante al menos una semana. Se convirtió en algo matemático: cada vez que llegaba por la noche y no la podía encontrar en ningún rincón del apartamento, iba a su habitación de matrimonio. Allí se la encontraba, llorando como una magdalena, acostada en la cama y a oscuras. Y no había forma de animarla, porque su Kazuha se sumergía en un pozo de negatividad del que no salía hasta días después. Al principio, él la intentaba ani[EJ1] mar con bromas. Los primeros meses le decía que no pasaba nada por no haberla dejado embarazada, porque él se lo pasaba muy bien en sus intentos y que no le importaba repetir día a día, mes a mes. Pero aquella broma pronto dejó de hacerle gracia a Kazuha. Y lo cierto es que a Heiji pronto le dejó de apetecer hacer bromas relacionadas con ese tema, porque mes a mes el estado de Kazuha le preocupaba más.

- Por Dios, Kazuha… no soporto verte así. Vamos a dar una vuelta, te despejarás, te irá bien, de verdad. No puedes estar encerrada aquí eternamente. – le dijo una de las veces de los meses más recientes. Ella le negó con la cabeza.

- No quiero… No puedo ni moverme…

Heiji empezó a pensar que los intentos frustrados de quedarse embarazada estaban sumiendo a Kazuha en una depresión. Y aunque él no estaba estresado por no poder concebir, ver a Kazuha en aquella situación empezó a desesperarlo también y comenzó a desear con muchísimas ganas que se quedaran embarazados de una buena vez. No importaba que dejaran de hacer los intentos que tanto le gustaban. Lo único que Heiji quería era ver a Kazuha feliz y si un bebé podía brindarle esa felicidad, entonces él también desearía a ese bebé con las mismas ganas que Kazuha.

Ya eran mediados de junio y el calor estaba empezando a llegar. En una semana Heiji y ella celebraban 3 años de matrimonio, los años más felices de su vida. Kazuha cogió la foto que tenía encima de su escritorio en la oficina y la observó con emoción. En ella aparecían ambos, Kazuha recordaba que se tomaron aquella foto en los primeros años de su noviazgo. En realidad siempre había sido feliz con él, desde pequeña. Pero ser su esposa, ser la señora Hattori, había sido un sueño hecho realidad para ella. El día de su boda… Dios, aquel había sido el día más feliz de toda su vida. Heiji estaba tan guapo y recordó lo nerviosa que estuvo en su noche de bodas. Tan nerviosa como si fuera su primera experiencia con el sexo. Era absurdo, porque hacía muchos años que se acostaban juntos, pero era el ambiente, las emociones del día y la felicidad por ser la mujer de Heiji Hattori lo que la habían hecho sentir como si aquella fuera su primera vez con el hombre de su vida. A Kazuha se le cayeron dos lágrimas al recordar todos aquellos momentos y salió disparada de la oficina.

Heiji temía el momento de llegar a casa. En la oficina, los compañeros de Kazuha le habían dicho que se había marchado de pronto sin decir palabra y que les había dado la sensación de que había estado llorando. Por eso, Heiji pensó que cuando llegara a casa se encontraría lo mismo de cada mes: a Kazuha en cama, llorando y con la habitación a oscuras. Un mes más… Otro fracaso… Otro intento infértil… ¿De verdad no podían tener hijos? El desánimo empezaba a hacer mella en él también…

Llegó a casa y estaba todo a oscuras, por lo que encendió la luz. Entonces vio que el hogar que compartía con Kazuha estaba decorado con guirnaldas, globos flotantes y demás material de fiesta. Entró en la habitación matrimonial y allí estaba ella, su Kazuha, sentada en el borde de la cama. Y cuando sus miradas se cruzaron ella se acercó a él ofreciéndole una copa de champán.

- Aunque sé que nuestro aniversario es la semana que viene… No me he podido resistir a hacerte este pequeño detalle. Por todo lo que haces por mí día a día, por lo que me cuidas, por los dolores de cabeza que te doy cada mes… - al decir aquello, Kazuha sintió unas ganas irrefrenables de llorar, pero pudo aguantárselas. – Heiji, no te preocupes más por mí. Pase lo que pase, sé que quiero estar a tu lado y que tú estés al mío. Que venzamos juntos todas las adversidades y que… si no podemos tener hijos… - la voz se le empezó a entrecortar por las lágrimas. – Que si no podemos tener hijos, también lo superemos juntos. Es lo único que pido, que estemos juntos hasta el final. Si te tengo a ti, el resto me da igual. Todo lo demás deja de ser importante. Me basta con que estemos juntos y seguir amándote como he hecho toda mi vida. – Kazuha vio que Heiji se limpiaba una única lágrima de su rostro y recordó que su marido ni siquiera había llorado el día de su boda.

- Tonta, claro que sí. Te lo dije hace 3 años y te lo vuelvo a decir ahora; "Hasta que la muerte nos separe." – ambos se sonrieron y se fundieron en un beso cargado de emoción y sentimientos.

Ya había llegado agosto y el calor no hacía más que incrementarse día a día. Kazuha estaba de vacaciones y había quedado con unas amigas, pero notaba que en la calle hacía tanto calor que no le apetecía nada salir. "Habría estado mejor en casa con el aire acondicionado a toda potencia…", pensó. Heiji aún estaba trabajando, no cogía sus vacaciones hasta la semana que viene y por eso ella había aprovechado para quedar con sus amigas antes de irse de viaje con su marido, por lo que no podía cancelar la cita.

Efectivamente quedar con ellas un día caluroso no había sido una buena idea. Al poco rato de empezar a caminar por las calles de Osaka con sus amigas, Kazuha empezó a encontrarse mal. Empezó a marearse y a sentir un poco de náuseas. Pensó en que debería haber desayunado algo antes de salir de casa pero llevaba unos días con el estómago cerrado y había optado por no comer nada. Se paró y se apoyó levemente en una pared cuando notó que sus ojos empezaban a ver borroso. Lo último que oyó fue a una de sus amigas preguntándole si estaba bien…

Despertó en el hospital, rodeada de sus amigas y de Heiji. Enseguida entró el doctor y una enfermera, que pidieron que todo el mundo, incluido Heiji, los dejaran a solas con la paciente. Empezaron a hacerle muchas preguntas y Kazuha aún seguía algo aturdida, por lo que no estaba siendo muy explicativa.

- ¿Cuánto hace que no tiene su periodo? – dijo el doctor. Kazuha se quedó pensando.

- Creo que la última vez fue… hacia mediados o finales de junio, no estoy segura. No suelo ser meticulosa con este tema porque soy algo irregular... – la enfermera le dio un test de embarazo y le pidió que se lo hiciera en aquel momento. Se lo hizo y Kazuha no podía creerse lo que estaba viendo: dos rayitas que fueron un milagro para ella. Lloró de felicidad durante unos minutos. ¡Aquello estaba siendo real! ¡Después de tanto tiempo, por fin estaba embarazada! Salió del baño prácticamente pálida, sin podérselo creer aún, y afirmó con la cabeza, una señal que tanto el doctor como la enfermera entendieron perfectamente. – Por favor, no le digan nada a mi marido. Quiero que lo sepa por mí.

Cuando los facultativos abandonaron la habitación, Heiji volvió a entrar. Kazuha le mintió. Le dijo que los médicos solo le habían hecho algunas preguntas y que creían que todo se debía a un golpe de calor. "Nada importante, no te preocupes. Ya nos podemos ir a casa", le dijo ella. Por nada del mundo quería darle una noticia tan importante como aquella en un hospital. Así que Kazuha pensó en una forma divertida e ingeniosa de contárselo. A los pocos días, cuando Heiji ya estaba de vacaciones, recibió un paquete a su nombre. Le extrañó mucho, puesto que no había comprado nada.

- ¿Kazuha, has comprado algo a mi nombre? – le preguntó. Su mujer le negó con la cabeza y Heiji empezó a abrir el paquete. Eran dos patucos y Heiji frunció el ceño. – Alguien se habrá equivocado, yo no he comprado dos patucos…

- No, no es un error. El paquete es para ti. – Heiji miró a su esposa extrañado, aún incapaz de entender nada.

- M-me… ¿me estás diciendo… que…?

- Sí. ¡Vamos a ser padres! – Heiji tiró el paquete al suelo y corrió a abrazar a su esposa. Un abrazo que duró una eternidad. Dos cuerpos con las emociones a flor de piel y unos corazones que se sentían plenos al saber que en 9 meses su sueño de tener un bebé se cumpliría.

Y así fue. La hija de Heiji y Kazuha nació en primavera, en pleno florecimiento de las sakuras, y llenó el hogar de los Hattori de pura ternura, felicidad y más amor.