Ya era hora. El sol estaba en la mitad del cielo y comenzaba su lento descenso. Su luz se reflejaba en el marco de la fotografía que Mito sostenía, y que miraba atentamente.

"¿Cómo pude ser tan idiota?", pensó con melancolía. Su esposo la miraba con su apenas leve sonrisa. La fotografía había captado el momento en que se casaron.

Dejó el marco a un lado, se puso de pie y dirigió su vista hacia el patio.

Sintió su cuerpo tensarse. Recorrió todo el patio con sus ojos, pero él ya no estaba. Los latidos de su corazón se aceleraron, dejándola al borde del pánico.

—¡Giiiiiing! —gritó hasta quedar sin aliento mientras corría hacia fuera. Esperó unos segundos por una respuesta, pero ésta no vino. Su corazón se agitó aún más. Tomó todo el aire que pudo, y volvió a gritar, con más fuerza que antes.

—¡Giiiiiiiiiing!

Esperó otra vez, y nada. Su angustia estaba creciendo, pero sintió un tirón en la falda, seguido de una voz familiar que la hizo girarse.

—¿Mamá? —el pequeño Ging la miraba con sus grandes ojos negros, y Mito sintió cómo se humedecían los suyos.

Lo veía todos los días, pero todavía no terminaba de asimilar que tenía un hijo. Por primera vez en su vida sentía ese tipo distinto de amor, uno incondicional, profundo y eterno, que sólo las madres sienten hacia sus hijos. Tener eso la hacía feliz, pero a veces hacía que se preocupara en exceso.

—¿¡Dónde estabas!? —preguntó enojada.

—Con la Abuela —dijo el niño con la boca abierta en un semicírculo, entrecerrando sus grandes ojos.

A pesar de tener apenas dos años, Ging ya hablaba con claridad y entendía casi todo lo que se le decía. El doctor del pueblo dijo que tal vez en el futuro sería un genio superdotado. Desde un inicio mostró signos de un crecimiento acelerado: A los 6 meses dijo sus primeras palabras y poco después empezó a caminar. Al año de vida ya podía decir frases cortas. Y a los 2 ya hablaba mejor que muchos niños con el doble de su edad y estaba aprendiendo a leer. Mito sentía que su hijo se le arrancaba, siempre, aún cuando rara vez lo perdía de vista. El niño vivía a una velocidad que la hacía estar siempre de puntillas, atenta a qué podría hacer esta vez.

La abuela hacía su trabajo más difícil, ya que, a diferencia de Mito, ella dejaba al niño hacer lo que se le antojara.

—No te vi entrar —dijo Mito.

"¿Tan perdida estaba en mis pensamientos?"

—Ven —continuó—, tienes que arreglarte, Papá está por llegar y debemos ir a recibirlo. —Tomó a su hijo de la mano y lo llevó hacia dentro.

Dentro estaba su abuela, preparándoles algo para comer. Una mujer de edad avanzada, pero aún fuerte, que había sobrevivido a todo: La muerte de su esposo, hace ya tantos años; la de su hijo menor y su esposa, que eran los padres de Mito, y la desaparición de su hijo mayor. Prácticamente, crió ella sola a sus cuatro descendientes. Y, ahora, ayudaba a criar su pequeño bisnieto.

—Mito —dijo la Abuela, sin dejar de poner atención a lo que hacía—. No tienes que preocuparte tanto, Ging es obediente, sabe que no tiene que salir lejos sin tu permiso ¿Verdad, hijo? —La Abuela se giró un momento para mirar al niño, con una gran sonrisa.

"Ha pasado por tanto y sin embargo sigue sonriendo... Tal vez tiene razón."

—Síp. —El niño la miró, tratando de imitar la sonrisa de la Abuela, pero se veía como si alguien le estuviera estirando las comisuras de los labios.

—Lo sé, pero, Abuela…

—¿Dime, hija?

—No, nada.

"No quiero haga lo mismo que el otro Ging."

La Abuela la miró como sabiendo que ocultaba algo, pero no quiso preguntar más.

—Él debe estar por llegar, ¿verdad? —dijo la anciana.

—Sí, el barco llega a las 2.

La abuela miró el viejo reloj de madera que había colgado en la pared.

—Entonces ya deben estar saliendo.

—Sí. sí, ya vamos —se giró hacia su hijo—. Ging, ven, vamos a cambiarte esa ropa.

—¿Puedo llevar a Dany?

—No.

Pasaron los minutos. Mito salió de su hogar con el pequeño Ging de la mano, vestido con una jardinera celeste, una camiseta verde claro y un gorrito con visera. Faltaba media hora para el gran reencuentro.

—¿Crees que Papá me reconozca mamá?

—No lo sé, hijo, ha pasado tanto tiempo…

El pequeño hizo una mueca de tristeza.

—¡Es broma, broma! —Mito le dio unas palmaditas a su hijo en la cabeza. El niño la miró aún con el ceño fruncido.

—¿Me tomas en brazos?

—No no no, pesas mucho, Mamá ya no puede cargarte como antes —pausó para dar un respiro y calmarse, sintió que eso último lo había dicho con algo de enojo—. Pero estoy segura que Papá va a querer cargarte todo el camino de vuelta —trató de sonreír.

—Está bien —dijo el niño. Miró hacia la orilla del camino y vio una rama. Se acercó a ella de unos pasitos y la tomó. La empezó a batir como si fuera una espada.

Siguieron por el camino hasta llegar al pueblo. Allí estaban los pocos vecinos que habitaban la isla. Todos se conocían unos a otros, y la mayoría eran familia lejana. Aunque Mito no era cercana con nadie. Cuando era niña había aún menos personas, y no había niños de su edad. Mito pasó la mayor parte de su infancia sola, sólo con ella y su imaginación. Recién en la adolescencia comenzó a conocer más personas. Algunos hombres empezaron a prestarle atención luego de que creciera su cuerpo, la mayoría demasiado mayores como para captar su interés, pero unos cuantos lograron cautivar su alma indomable.

—¡Mito! —un hombre grande, de barba negra y frondosa le habló mientras pasaba.

—Ho… hola —Mito trató de ser cortés. El hombre dejó unas cajas que estaba cargando en el suelo y se acercó, le dio un fuerte abrazo y un beso en la mejilla. Mito se encogió en disgusto.

—Tanto tiempo que no te veía —el hombre la miraba con una gran sonrisa, tan ancha como su barbilla llena de pelos. De pronto miró hacia abajo—. ¿Y este pequeñín quién es?

—Mi hijo. Ahm, Ging, saluda al tío Darbon.

—Hola… —Ging se apegó a la falda de su madre.

—¡Pero qué cosa más adorable! Tiene tus ojos.

"Si sé, ahora piérdete."

—Gracias —le respondió Mito, cortante—. Bueno, fue un agrado verte, ahora tenemos que hacer algo, si nos disculpas…

—Sí, sí, claro. Mándale mis saludos a la abuela.

"No le diré un carajo."

—Adiós.

Siguieron su camino a través de las calles.

—¿Mami quién era él?

—Un viejo conocido —la imagen de Darbon empujándola cruzó su cabeza. Mito estaba llorando en el suelo.

El barco ya se veía en la distancia. El pequeño Ging corrió hacia el puerto apenas lo vio.

—¡Oye, espera!

Mito salió corriendo tras su hijo. De repente chocó con alguien y se tropezó. La persona la ayudó a pararse.

—¿Estás bien, Mito?

—Sí. Gracias, Doña Yuga.

Era Yuga, la clarividente del pueblo.

—Parece que se te escapó alguien —la anciana era siempre ambigua y críptica en su lenguaje. Todos en el pueblo le temían, pero Mito no creía en esas cosas.

—Sí —Mito trataba de buscar a su hijo con la mirada.

—Es una real pena no tener cerca a quiénes uno más ama. Pero tranquila hija, no será así por siempre.

—¿A qué se refiere?

La anciana la tomó de la mano y la miró directo a los ojos.

—No los escuches. Cuando llegue el tiempo, haz lo que tienes que hacer. No estás atada por cadenas. Es sólo una ilusión. Vuela, hija mía. Vuela.

—Bien… —Mito no entendió, pero le agradeció de todas formas y siguió su camino.

Corrió lo más rápido que pudo. Al llegar al puerto vio a un hombre de espaldas, con un niño en sus brazos, saludando a unas personas en el barco. Su pelo largo marrón se ondeaba con el viento. Sintió unas lágrimas bajar por sus mejillas.

—Kite…

Su esposo se giró, y la pareja conectó sus miradas después de varios meses de estar alejados. Mito corrió hacia él y le dio un abrazo y beso de bienvenida.

El camino a casa fue más incómodo y silencioso, Kite parecía feliz por reencontrarse con su familia, pero a Mito la inundaba un extraño sentimiento de pena. En sus brazos cargaba a Ging, a quien Kite había nombrado en honor a su maestro. El Ging original había decidido nunca volver a su hogar en Isla Ballena; Mito, su prima, lo odiaba por esa razón. En un comienzo no quería llamar a su hijo así, pero finalmente aceptó para hacer feliz a la Abuela.

—¿Cómo es Kakin, Papá? —los dos grandes ojos negros de su hijo observaban a Kite con curiosidad.

—Es… parecido a acá, solo que mucho más… grande —Kite miraba a su hijo, como impresionado por su tamaño.

—¿Hay zorro-osos allá también?

—No, no hay, pero está lleno de otros animales increíbles. Mira. —Sacó su cámara digital de uno de sus bolsillos—. Como estos.

—¡Woooh! —los ojos de Ging se iluminaron como si hubiera visto una pila de diamantes—. ¡Parecen divertidos! ¡Quiero ir para allá!

—Cuando seas mayor te llevaré de paseo, ¿trato?

—Trato. —La sonrisa de Ging le llegaba de oreja a oreja.

Caminaron un poco más. En la mitad del trayecto había un gran árbol que se distinguía de los demás por su tamaño y porque no tenía hojas. Al verlo, una sensación de nostalgia invadió el cuerpo de Mito.

Miró a su esposo para ver si él también lo había notado, pero él parecía más interesado en su hijo, lo que la molestó un poco.

Ging seguía hablando sin parar de las cosas que hacía cuando iban de paseo al bosque.

—…entonces salió un patito, y la abuela dijo algo como "Ya tenemos cena" —comentó riendo. Kite trató de seguir la conversación.

—Tu madre me contó que estabas aprendiendo a leer.

—Síp.

—¿Qué libros has leído?

—Ahmm —se llevó una mano a la boca— ¡"El zorro-oso pescador", "Viaje al nuevo mundo" y toda la saga de "Las aventuras del Cazador Marrón"!

—¿Viaje al Nuevo Mundo? —Kite miró a Mito— ¿Y tu mamá lo sabe?

—Nop.

"Claro que lo sé, tú y la Abuela no pueden ocultarme nada."

—Bueno, ahora lo sabe —comentó Kite riendo.

"Hay algo que quiero." —Mito recordó a su primo y lo que dijo justo antes de irse.

—Es el libro favorito de tu tío ¿Sabías? —siguió Kite.

—No hablemos de eso —Mito interrumpió de la nada. Kite la miró extrañado.

"No va a pasar. No voy a dejar que pase de nuevo, nunca."

—Está bien… ¿Pasa algo querida?

Mito lo miró en silencio.

—Nada.

Ya estaban por llegar. El sol del atardecer iluminaba su casa con sus rayos anaranjados, haciéndola parecer un santuario dorado.

—Este lugar tiene la mejor vista de todo el mundo; no lo cambiaría por nada —Kite le comentó a su esposa mientras abría el portón—. Quien sea que haya decidido construir esta casa aquí, tenía muy buen gusto.

—No lo sé. La abuela tampoco era de por aquí originalmente. Una vez me dijo que cuando se mudaron la casa ya estaba y pertenecía a la familia del Abuelo. Parece que los Freecss llevamos muchos años viviendo aquí.

—Vaya. Sí que es antigua.

Los tres entraron a la casa. La Abuela estaba terminando de preparar la cena. En el comedor había un mueble cercano a la mesa, sobre el cual estaba la fotografía que Mito había estado observando unas horas antes. En esa época Ging ya había nacido, y Mito lo cargaba en sus brazos.

—Kite, hijo, ven aquí a saludar a la abuela. —Kite se acercó y la abuela le dio un débil abrazo.

—¿Cómo está mi nieto? —Le preguntó con curiosidad.

—B-bien. Sólo hablamos una vez, por teléfono. Él me llamó, para el cumpleaños de Ging. Me preguntó cómo estaban.

—¿Y no es capaz de llamar acá el muy mal nacido? —comentó Mito, furiosa.

—Mito. No hables de esa forma frente al niño. —La dulce voz de la abuela sonó tan cortante como mil cuchillos. Mito se sintió obligada a cerrar la boca.

—En verdad me alegro que esté bien... —continuó la anciana, esta vez con su tono normal de voz.

Después de eso cenaron. Mito continuó en silencio, hundida en su tristeza. Ging llenó a su padre con preguntas, algunas de las cuales Kite no sabía cómo responder. La abuela lo informó de todas las cosas importantes que habían pasado en la Isla durante su ausencia.

Llegó la noche, y con ella la hora de enfrentar por fin lo que había estado evitando todo el día.

Todos fueron a sus habitaciones, pero Mito tenía algo que hacer antes de irse a dormir.

—Voy a hacer dormir al niño —le dijo a su esposo.

—Sí, te espero en la habitación —él la miró, un poco más sombrío de lo usual.

Mito fue a la habitación de su hijo, que estaba sentado, abrazado de su gran zorro-oso de peluche, "Dany".

Ging tenía problemas para dormir solo. Estaba acostumbrado a dormir con ella, así que para su cumpleaños Mito le hizo ese peluche de regalo, y el niño no se despegaba de él desde entonces.

—Mami, ¿estás enojada?

—No, hijo, ¿por qué iba a estarlo?

—Por lo del libro. La abuela me dijo que no te dijera, pero se me olvidó.

—Nah, no pasa nada, tranquilo. Sólo es un libro, lo ibas a leer tarde o temprano.

—Bueno —el niño pausó para bostezar—. ¿Me cantas una canción?

—Claro.

Mari la sirena en el pozo está

Espera a su príncipe Garlan Harlan

Mari y el príncipe amantes son

Pero su gente nunca lo permitió.

Ay ay llora Marita en soledad

Ay ay llora Mari a su amado Garlan

Ay ay espera Mari lo que él prometió

Ay ay piensa Mari Garlan le mintió.

Mito miró a su hijo y el niño estaba ya con los ojos cerrados.

"Buenas noches, Ging."

Cuando Mito llegó a su cuarto Kite estaba despierto, mirando por la ventana. Al escucharla entrar se giró para verla. En su torso desnudo lucía varias cicatrices de sus años de peleas y entrenamientos, pero había dos en particular que se las había hecho la propia Mito.

"Directo en el corazón."

—¿Ya está durmiendo? —le preguntó Kite, mirándola directamente. La luz nocturna dibujaba una silueta blanca alrededor de todo su cuerpo.

—Sí.

Estuvieron en silencio unos segundos. Mito seguía parada en la puerta. Kite comenzó a caminar en su dirección.

—¿Me vas a decir ahora... lo que te pasa? —Kite se sentó en la cama, frente a ella, con los brazos apoyados en las piernas.

—Creo… —comenzó Mito—. Creo que ya no puedo seguir viviendo de esta forma.

Kite se puso más serio de lo normal.

—¿Quieres...? —algo pareció dejarlo sin aire y no pudo pronunciar la palabra, pero Mito sabía lo que iba a decir.

—No, no; no es eso.

—¿Entonces?

—¿No es obvio? Quiero…—Se detuvo unos segundos, mirándolo con los párpados bien abiertos. Tenía que contenerse para no estallar en llanto. Apartó su mirada hacia el piso—. Quiero… tenerte aquí, conmigo.

—Lo entiendo, pero…

—¡No! —lo interrumpió con un grito apagado—. No quiero escuchar tus excusas. ¿Sabes lo que es estar…? —Un sollozo de dolor le quitó el aliento.

—Sí —Kite dijo con una mezcla de seriedad y tristeza—. Lo sé.

Mito sintió como se le derretía el corazón. Odiaba cuando Kite ponía esa cara. No podía enojarse con él. De repente sintió culpa por haberle dicho eso.

—No me refería a…

—Tranquila. Los tengo a ustedes ahora, pero te entiendo. Esta vez me quedaré más tiempo —intentó sonreír. Mito se acercó a abrazarlo, y los dos se entrelazaron con ternura.

De pronto Mito era más joven. Kite llevaba cerca de dos semanas viviendo en su casa. Ella lo había encontrado malherido después de un accidente, y junto a su abuela lo habían cuidado todo ese tiempo.

Mito tenía un plan. Había estado practicando con la espada de Kite a escondidas, mientras él estaba con la abuela, conversando por horas y horas sobre quién sabe qué. Hoy lo iba a retar a un combate, y si ella ganaba, tendría que contarle su secreto, la razón detrás de lo que dijo cuando se conocieron: "Encontré lo que estaba buscando". Desde que pasó eso, Mito no paraba de pensar en eso. Cuestión que irritaba hasta su novio de ese entonces, Darbon, porque hablaba siempre de Kite.

La habitación estaba vacía, cómo todos los días a esa hora, y la espada estaba colgada en la pared, como siempre. Mito se acercó, tomó la espada por el mango, y admiró unos segundos su filo. La volteó, y miró otra vez.

"En verdad es bonita."

De pronto una figura se acercó velozmente por detrás y la tomó del cuello, ella se giró empuñando la espada en un ataque, por alguna razón entró en pánico. Cuando abrió los ojos, vio que Kite sostenía el filo de la espada, con su mano desnuda, y que la punta estaba atravesándole el pecho.

—¡Kite! —exclamó, mientras su corazón se aceleraba—. ¡S-suéltala!

—Sabía que eras tú —tiró la espada a un lado, manchando de sangre el piso—. Pero no quería creerlo —la miraba con sus ojos de muerto, más serios que nunca.

Mito nunca pensó que podría sentir miedo de alguien como él. Comenzó a llorar.

—Kite, yo, no quería…

—Tranquila, esto no es nada —su expresión cambió, mostrando preocupación, y luego una sonrisa nerviosa—. Fue mi culpa, quise hacerte una broma acercándome de sorpresa para quitártela, pero creo que mis habilidades se han reducido… drásticamente.

—Yo… traeré algo para curarte, espérame —Mito salió con apuro de la habitación.

"Esta vez lo llevé demasiado lejos. Idiota. Soy una maldita idiota." —No era la primera vez que intentaba algo así. Ya había intentado sacarle la verdad de muchas formas, todas sin éxito.

Después de curarlo, la abuela regañó a Mito, y le hizo jurar que nunca más haría algo así. Mito se arrodilló frente a Kite, que sólo se reía pidiéndoles que por favor no se preocuparan tanto. Mito no entendía cómo podía estar tan calmado después de casi haber muerto.

"Si no la hubiera parado, esa espada le habría atravesado el corazón. Es una suerte que solo fuera una herida superficial."

Al otro día, su novio, Darbon, la fue a buscar al trabajo. Habían tenido problemas durante todo el último mes. Mito a veces se olvidaba que existía. No era la primera vez que tenían problemas, unos meses antes Darbon la había engañado con una pescadora llamada Tauken, pero Mito ya lo había perdonado. No entendía por qué, de repente se volvía acordar de eso. Cuando no pensaba en Kite, lloraba pensando en su novio, y extrañándolo, pero cuando lo veía parecía no querer tenerlo cerca. Finalmente, luego de varios días de aguantar, él la enfrentó.

—Es el lisiado que tienes en la casa ¿verdad? —le preguntó irritado.

—¿Qué pasa con él?

—Con quien me estás engañando.

—¿Perdón? —Mito lo miró enojada—. ¿Te pasa algo? ¿De qué hablas?

—No te hagas la desentendida, cariño. Conozco a las mujeres, y cuando comienzan a distanciarse y ponerse así es porque alguien más les está revolviendo las tripas —La miró desde arriba, como un padre regañando a su hija.

—¡No! ¡¿Cómo te atreves a…

—A mí no me engañas —le tocó el cuello con un dedo—. Esto ¿te lo hizo él?

—¿Qué? ¿Qué tengo?

—Una mancha roja, eso tienes ¿Ahora te acuerdas?

—No… ¡Eso fue porque…

—A ver, dime.

—Me metí a su cuarto y tomé su espada y…

—¿Tomaste su espada? —La miró con ira—. ¿Y luego qué? ¿Te agarró del cuello mientras le tomabas la espada?

—Sí, eso. Digo. No. No es lo que te imaginas.

Él la empujó. Mito cayó sentada al suelo y vio como Darbon se iba dando pasos furiosos.

"No…"

—¡Vuelve, es un malentendido! —le gritó, mientras se paraba como podía—. Vuelve… —terminó, aterrizando con las rodillas en el suelo. Mientras lloraba recordó todos los momentos que habían pasado juntos, todas las veces que él la había sostenido entre sus brazos, su primer beso, cuando paseaban juntos tomados de la mano y lo feliz que eso la hacía. La cantidad de recuerdos y emociones hacían que le doliera la cabeza, y sus lágrimas salían casi hirviendo de sus ojos. De repente sintió un asco enorme hacia sí misma, y una arcada hizo temblar todo su cuerpo. Apoyó sus brazos en la tierra, y devolvió todo lo que había comido ese día. Se sentía una niña idiota e inmadura, no podía creer que hubiera olvidado todo eso, y se odiaba por esa razón. También se sentía inútil; la pena, el miedo y los temblores la tenían paralizada en el suelo. Le hubiera gustado que Darbon se devolviera y la ayudara a levantarse, y quizás era eso lo que estaba esperando, pero su querido novio nunca llegó, y Mito se tuvo que levantar sola, cuando pasaron los temblores, y devolverse llorando hasta su casa. Lo peor es que en el camino no se encontró a nadie, ningún conocido que pudiera sentir compasión por ella. Lo único que pareció acogerla unos segundos, fue un gran árbol sin hojas que había en el camino. Al mirarlo siempre sentía una extraña paz y seguridad, como si alguien que conocía lo hubiera plantado ahí hace cientos de años.

Al llegar a casa, la Abuela la vio y pensó que había tenido un accidente, por lo mal que se veía, y la cobijó y animó como pudo. Mito quería seguir llorando, pero ya no le quedaban lágrimas; sus ojos rojos le ardían. Tenía fiebre, y la Abuela pensaba que tal vez se había contagiado de gripe. Kite salió de su cuarto, y al verla perdió su seriedad por unos segundos. Lo último que observó fue el rostro preocupado de Kite desvaneciéndose ante un fondo negro.

De repente era niña otra vez, y un niño un poco más grande la acompañaba. "Mira, te traje un regalo", le dijo él, que tenía por rostro sólo una sombra. Mito estiró su mano para recibirlo, y el niño le soltó encima lo que parecía ser una semilla. La semilla se introdujo en su palma, y comenzó a crecer, hasta formar una hermosa flor roja, con diecinueve pétalos gruesos que parecían estar hechos de piel. El niño se volteó. "Hay algo que quiero", le dijo, y del cielo cayó una escalera, que llevaba a un barco que estaba volando. El niño sin rostro subió y subió hasta desaparecer. "¡Espera!" le gritaba ella, "¡Espera, no me dejes sola, espera…!". Trató de subir la escalera, pero su cuerpo pesaba demasiado, y cayó de espaldas al suelo, mientras veía la nave partir a través del cielo nocturno. "No puedes irte", le dijeron unas voces. "No puedes", eran cientos de personas, todas muertas, caminando hacia ella. La escalera desapareció, y en su lugar surgió un gran árbol sin hojas. Sus ramas se retorcían hasta el cielo infinito. Mito trató de levantarse, pero no podía, alguien estaba sentado en su vientre. Era un niño gordo, gigante y deforme, que apenas la dejaba respirar. "No puedes", seguían repitiendo las voces. "¡Mito, despierta!", decía alguien. El niño gordo comenzó a gritar, llorando. "¡Despierta!", seguía diciendo esa voz. El alarido se hizo tan fuerte que Mito sentía que sus oídos iban a explotar. Y al despertar era ella la que estaba gritando, en su cuarto, con Kite a su lado tratando de despertarla. Lo primero que hizo fue abrazarlo, y llorar apretada contra su pecho.

—La Abuela viene en camino, tranquila. Fue a buscar al doctor —le dijo mientras le acariciaba torpemente la espalda con su mano vendada. En ese momento no parecía tan lejano como siempre, y Mito se sentía segura junto a él. Cerró los ojos y sintió su corazón, que sonaba como si fuera un bombo.

Después de una hora llegó el doctor, quien la atendió y la hizo sentir mejor con unas hierbas medicinales.

Al otro día se despertó con una mala noticia. Darbon se había ido de la isla. La abuela le contó, y dijo que lo habían visto con Tauken, otra vez. Mito sintió pena, y quiso llorar, pero ya no valía la pena.

"No fue un malentendido —comprendió—, él me iba a dejar de todos modos."

Empezó a recordar otra vez, pero la imagen de Kite en su cabeza la detenía. Aún sentía la calidez de su pecho en la mejilla, y su corazón haciendo Bobom, bobom, bobom, en su oído. La hacía sentir viva.

Pero esa tarde no lo vio. La Abuela le dijo que Kite ya estaba lo suficientemente fuerte, y que había decidido salir a cazar algo.

Cuando llegó la noche, apareció en su cuarto. Y Mito sintió esta vez su propio corazón palpitando, y una emoción inmensa de verlo. Solo tenerlo cerca la hacía sentir mejor. Comieron juntos, y después se fue a dormir.

Pasaron unos días más, y Mito ya se sentía algo mejor. Kite ya caminaba perfectamente. El doctor estaba impresionado, no podía creer que se hubiera curado de todas esas fracturas tan rápido, pero él le dijo que no era la gran cosa, que las personas de su profesión se solían curar de sus heridas más pronto.

"¿Su profesión? —Mito nunca había pensado en eso—, ¡Tal vez su secreto tenga que ver con eso!"

Y entonces, llegada la tarde, lo anunció:

—Señoras. Les debo la vida —las miró a las dos—. Abuela, Mito, mañana me marcho.

El corazón de Mito empezó a retumbar al oír esas palabras.

"No..."

—Ya estaba bueno, si no te ibas la otra semana, yo te iba a echar—dijo la Abuela, que empezó a reír junto a Kite luego de eso.

"No, no puedes...", pensó, pero no pudo decirlo.

Kite no era el tipo de hombre que le gustaba. O eso creía. Todos sus novios habían sido similares: Hombres grandes, con carácter fuerte y carismáticos. Mito se había enamorado de unos cuantos así. En la isla abundaban, pero no entre los pobladores, sino en el puerto. "Los hombres del mar", como les decía ella, llegaban constantemente en sus barcos, y la asechaban todo el tiempo. Ella solía quedarse con el más guapo, que generalmente era también el más fuerte. "Dios no es justo repartiendo esos atributos", decía la Abuela. Kite era delgado, con ojos de muerto, serio y con nada de carisma. Además, a ella le gustaban mayores, y él tenía casi su misma edad. Lo único raro que sentía por él era una extraña familiaridad que no se podía explicar.

"¿Por qué entonces? —se preguntaba— ¿Por qué siento este miedo de perderlo?"

En la tarde le dijo que fueran de paseo al rio. Para salir con él aunque sea una vez antes de que se fuera. Estando allí, le pidió que le enseñara a pescar. Por supuesto, Mito ya sabía, pero quería una excusa para tenerlo cerca. Él le explicó con mucha paciencia, paso a paso, cómo se hacía, y ella no paraba de mirarlo directo a los ojos, como navegando entre esos ojos oscuros. Kite perdía el aliento mientras explicaba, y trataba de no mirarla, aunque lo hacía de vez en cuando. En medio de la explicación, Kite se detuvo.

—Creo que no me estás prestando atención… ¿Te pasa algo?

—No… sí te pongo atención.

—¿Qué fue lo último que dije?

—No tengo idea —Mito no le quitaba los ojos de encima.

—¿Ves? No me pones nada de… —Mito lo interrumpió con un sorpresivo abrazo—. ¿Y eso… a qué viene?

—Kite, quiero... decirte algo. Tú me gustas.

—¿Qué? —Su cuerpo estaba temblando—. ¡Pero si tienes novio! ¿De qué hablas?

—No tengo, se fue, tú mismo lo escuchaste.

—Sí, se fue, hace como tres días. No lo he olvidado. ¿Tú sí?

—Me rompes el corazón…

—No, tú estás comportándote extraña… —Se detuvo unos segundos—. ¿Quieres…? ¿Quieres saber por qué dije eso cuando me desperté ese día?

—Sí.

Kite se paró, muy ofendido.

—No puedo creer que inventaras esto sólo para sacarme esa información, Mito, esta vez caíste bajo. Estoy muy decepcionado de ti.

—¡No, no es por eso…!

"¿Por qué actúas así? Estaba segura de que me amabas…"

—Vamos, se está haciendo tarde —le dijo, volteándose.

"¿Tal vez estuve equivocada todo este tiempo?"

Se devolvieron juntos a casa, en silencio. Mito se sentía mal, porque pensaba que tal vez Kite tenía razón. Era imposible que hubiera olvidado a Darbon tan rápido. Pero de verdad sentía que Kite ahora le gustaba.

A la mañana siguiente Kite se despidió de ella y la abuela. Mito se ofreció para acompañarlo. Cuando estaban a mitad de camino, apareció a su derecha ese árbol que le causaba tanta paz y nostalgia, y Mito, en un arranque de impulsividad, le dijo que se detuvieran.

—¿Qué pasa? —le dijo Kite, que la miraba con preocupación.

—Es que... —mientras decía esto su cuerpo temblaba— Quería pedirte perdón por lo de ayer. Fue inapropiado.

—Aahh, eso. Sí, lo fue. De mi parte también. Creo que fui demasiado duro contigo, discúlpame.

Los dos se miraban, parados al lado del árbol.

—Sabes… —Mito rompió el hielo—, recordé algo. Este árbol, era el escondite favorito de mi primo —El recuerdo que le causaba nostalgia de pronto se desbloqueó.

—¿Primo…? —Kite parecía extrañamente interesado.

—Sí, ah, nunca te hablé de él, vivía aquí con nosotros, hasta que se fue.

—Lo sé.

—¿Cómo? —Mito estaba extrañada. La respuesta surgió en su cabeza inmediatamente.

—La Abuela —dijeron los dos al mismo tiempo.

—Así que conversaron de eso —añadió Mito.

—Sí, bueno, y otras cosas. Mito —la miró serio—. ¿Quieres saber por qué dije eso? Tranquila, esta vez no me enojaré.

—Sí, cuéntame —su voz apenas salía. Miraron al árbol, que parecía llamarlos—. Ven, acá —le dijo.

Los dos asomaron su cabeza detrás del árbol, apartaron un poco de maleza, y vieron un sendero que estaba allí, oculto. Caminaron por unos segundos, y llegaron a un claro rodeado de árboles.

—Sentémonos aquí un rato —Mito le indicó, y así hicieron.

—Verás... —comenzó Kite—, la verdad es que hay cosas que no sabes de mí —se detuvo unos segundos—. Soy un cazador —al decir esto la miró directamente con sus ojos muertos.

Mito pensaba que no podía estar más nerviosa, pero al parecer estaba equivocada. "Quiero ser un cazador", el rostro de Ging apareció en su cabeza diciendo eso. "¡Ging!" Miles de imágenes pasaron por su mente, y de pronto todo cobró sentido.

—Ging. Conoces a Ging —cuando dijo esto, vio cómo los ojos de Kite se abrían de par en par.

—¿Ya... sabías? —dijo, tratando de parecer calmado.

—No. Pero lo deduje.

"Ahora lo entiendo. Porqué sentía esta extraña familiaridad con él."

—Vaya... bueno, ya lo sabes. Pero hay algo más, no solo lo conozco, Ging es...

—Tu maestro. ¿Verdad? Sí, ahora lo veo con claridad —lo miraba con pasión, perdida entre sus ojos negros.

—¿Cómo? —Kite estaba muy impresionado.

—Tus gestos. Tu forma de hablar. Sabía que me eran familiares —Mito se acercó un poco—. Seguramente pasaron mucho tiempo juntos —acercó su mano y tomó suavemente un mechón de su cabello—, pero no son completamente iguales.

"Tiene algo que me gusta después de todo. Este cabello tan largo."

—Eres impresionante —al decir esto Kite perdió la expresión de sorpresa, y se puso serio otra vez. Con esos ojos muertos, que ahora tanto le gustaban.

—Gracias…

Hubo un largo silencio, y ambos se miraban, con sus cuerpos casi tocándose.

—¿Y qué era lo que buscabas? —inquirió Mito.

—Cierto, ya lo olvidaba: Información. Ging me dio una última prueba para reconocerme como cazador, y esa es encontrarlo. La verdad es que… no lo veo desde hace como un año.

—Y la Abuela te dio una idea de dónde podría estar.

—Efectivamente. Aunque igual me tomará tiempo, creo que…

—¿Pero volverás? —Mito acariciaba el mechón de cabello que le había tomado—, después de que lo encuentres.

—Claro… —Sus rostros ya no podían estar más cerca, y sus cuerpos tampoco. Mito podía sentir los latidos de Kite, que la miraba con tristeza—. Mito, se hace tarde, debo...

Ella le puso un dedo en la boca y se acercó aún más.

—No puedes irte. Aún no me has pagado por la estadía.

Mito despertó con el corazón agitado. Fue un sueño muy real. El sol le iluminaba la cara, ya había amanecido hace unas horas, y Kite no estaba en la cama. Se asomó por la ventana y vio que estaba en el patio, jugando con su hijo.

Mito sabía que Kite no podía dejar su trabajo por ellos. Simplemente era el tipo de hombre que era, pero no podía evitar sentirse mal cada vez que estaba lejos.

"Pero ya lo sabía cuando nos casamos. Mito Freecss, este es el hombre que escogiste para compartir el resto de tu vida", se recordó.

Esta vez Kite se quedó por un mes con ella y su hijo; y luego de eso partió una vez más, en su aventura como cazador.