"Desde hace miles de años, siglos antes de que el humano inventara la rueda o descubriera el fuego, antes de que existiera la primera lengua o se escribiera la primera palabra; nuestra raza ha existido antes de todo eso. Las arpías hemos existido antes de todo eso.

Las arpías han caminado en este mundo tanto tiempo como los hombres y los magos. Quizá incluso antes que ellos.

Entre los hombres existen varios mitos sobre nosotras. Se dice que somos aves de rapiña con rostros de mujer, que vivimos en zonas montañosas y nos comunicamos por medio de graznidos. También se dice que capturamos hombres para luego devorarlos sin molestarnos en matarlos primero. Y las historias que se cuentan entre los magos son prácticamente las mismas.

Sin embargo, la realidad no puede estar más alejada de dichos mitos.

Las arpías son mujeres hermosas, mucho más hermosas que las Veelas descoloridas o las suntuosas sirenas. Con su cabello plateado, su piel de porcelana, sus ojos centelleantes y sus figuras curvilíneas, las arpías son las criaturas más bellas que han existido jamás.

Un par de esplendorosas alas emplumadas retráctiles las distinguen del resto de las criaturas, junto con su poder de dominar los cinco elementos naturales: el agua, el aire, el fuego, la tierra y la magia.

Las arpías vivían en pequeñas aldeas situadas en zonas montañosas, pero en la época de apareamiento viajaban a pueblos cercanos para seducir al hombre más atractivo que puedan encontrar, y yacer con él una sola noche; lo suficiente para quedar encinta.

Las arpías son siempre mujeres, y si la cría resulta ser un 'macho', éste será completamente humano; dependiendo del padre, puede ser un hombre o un mago. En estos casos las crías permanecían en sus hogares junto a sus madres, pero las demás arpías tenían prohibido aparearse con ellos.

Todas estas cosas, y muchas más, me las contó mi abuela Aldora, la líder de nuestro clan. O de lo que queda de él.

Desde hace unos siglos, las arpías han comenzado a extinguirse, en su mayoría, debido a las encarnizadas luchas entre clanes. Esta situación llegó a tal grado que, cuando mi madre nació, los únicos clanes que quedaban eran el de mi abuela, y el de Galathia Rimos. Ambos situados en el país que los hombres conocen como Grecia.

Mi abuela y Galathia tenían un acuerdo de no agresión entre ellas, lo que garantizaba la supervivencia de ambos clanes. O al menos eso creían.

Mi madre tenía diez años cuando todo empezó.

Galathia hizo tratos con un mago oscuro egipcio, revelándole la existencia y ubicación de ambos clanes de arpías a cambio de unos brazaletes encantados. Mi abuela estaba lívida cuando se enteró.

No pasó ni un año, cuando el mago egipcio se presentó ante su clan para intentar esclavizarlas y usar su poder para su propio beneficio. Las arpías de Galathia lo superaron fácilmente, pero el mago no estaba solo. Él y su ejército les dieron dos opciones al clan: rendirse o morir. Ninguna arpía sobrevivió.

Mi abuela era consciente que su clan, el único clan de arpías restante, sería el próximo objetivo de aquel mago, así que ideó un plan de huida hacia la enorme isla de Gran Bretaña.

Era el día de la huida, cuando el mago decidió atacar el clan de mi abuela. Cincuenta arpías perdieron la vida en la batalla, así como el mago y su ejército. Sólo diez quedaron con vida, y cinco de ellas iban heridas. Sólo tres llegaron a salvo a Gran Bretaña: mi abuela, su hermana y mi madre.

Luego de tres días, lograron llegar a un antiguo castillo, en el cual habitaba un viejo mago y sus dos sirvientes.

Mi abuela mató a los tres y se apoderó del castillo.

Nadie en el pueblo sospechó de su historia: una mujer griega de buena familia, que estuvo casada con el hombre por corto tiempo antes de tener que regresar a su tierra natal para cuidar de su madre enferma. El viaje tomó más de lo esperado, y una vez su madre murió, regresó con una hija de su esposo, sólo para que éste muriera en sus brazos.

La hermana de mi abuela se hizo cargo de los negocios de aquel viejo mago, haciéndolos fructificar en poco tiempo. Pronto, la mansión contaba con más de cincuenta sirvientes, y mi abuela se convirtió en la viuda más respetada del mundo mágico.

Mi madre fue admitida en el colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, en donde se volvió muy popular por su inigualable belleza y su talento para la magia.

Esto dio paso a numerosas peticiones para cortejar a mi madre. A las arpías no les importaba nada más que lo físico a la hora de elegir a los padres de sus crías, y generalmente sólo se quedaban con ellos la noche de la concepción.

No obstante, mi abuela sabía que mi madre tendría muchas más ventajas si se casaba con un hombre de buena familia, así que se decidió a casarla con un mago sangre pura que le doblaba la edad a mi madre, de apellido Noir.

No pasó ni un año de su boda cuando yo nací. Y yo no tenía ni dos meses de nacida cuando padre murió bajo circunstancias por demás sospechosas. Claro que nadie sospecharía de mi madre o su familia, quienes fácilmente culparon a una sirvienta resentida con su amo por haber rechazado sus dones de doncella.

Para mi décimo quinto cumpleaños mi madre había recibido el doble de peticiones de cortejo que mi abuela recibió de ella, y, como con ella, mi madre escogió al más adinerado, de mejor familia y con la sangre más pura.

Jean-Philippe era un joven de veinte años, alto, apuesto, con cabellos negros y ondulados y la piel de caramelo. Su familia se había mudado a Inglaterra hacía ya un par de años de Francia, debido a una espantosa tragedia.

La Inquisición, o caza de brujas, había escalado hasta convertirse en una masacre de personas, con magia o sin ellas. La familia de Jean-Philippe había estado a salvo de cualquier sospecha, hasta que unos aldeanos descubrieron a su hermana Odile, de mi edad, practicando hechizos en el bosque.

Odile fue cruelmente torturada por hombres que se decían santos, para luego ser colgada en la orca.

La familia de Jean-Philippe quedó destrozada, pero sabían que no podían hacer nada. Si se vengaban sospecharían de ellos, y correrían la misma suerte que Odile. Lo único que podían hacer era alejarse de aquel terrible lugar, y así fue como acabaron instalándose en Inglaterra.

La boda se llevó a cabo dos meses después de conocernos. Dos meses en los que me había enamorado perdidamente de Jean-Philippe.

No podía matarlo como mi madre hizo con mi padre, mi corazón no me lo permitía. Sin embargo, sabía que, si llegaba a dar a luz una hija, Jean-Philippe descubriría la verdad acerca de nuestro origen, y no podía permitir que mi familia corriera peligro.

Y entonces, tuve que hacer lo único que me garantizaba que no lo perdería todo.

La magia de las arpías era muy antigua, y más poderosa que la de los magos. Así, con ayuda de mi madre, mi abuela y mi tía-abuela, hicimos un ritual para lanzar un hechizo. Un hechizo, que si surtía efecto, duraría por generaciones.

Ningún descendiente de la línea de mi esposo engendraría mujeres. Todos los hijos de mi esposo, los hijos de estos, y así en lo sucesivo, todos serían varones.

De esta manera me aseguraría de que mi secreto prevaleciera por algunos siglos, hasta que la magia se disipara.

A cambio de ésto, solamente fui capaz de darle un hijo a mi amado. Un hermoso niño de cabellos plateados y ojos centelleantes al que llamé Jean-Pierre. Su rostro, sin embargo, era idéntico al de su padre. Era el niño más amado y dotado del mundo.

Sin embargo, así como mi esposo sólo engendró un hijo, así nuestro hijo, y el hijo de éste sólo tuvieron un un varón.

La familia de mi esposo se lo achacó a la trágica muerte de Odile, la última mujer en su línea. La última mujer Mal-Foi.

Si alguien llega a leer esto, le ruego mi perdón, y le deseo suerte en su camino. En este diario está explicado a detalle todo lo que sé sobre las arpías, para cuando vuelva a nacer una arpía en la familia, no esté pérdida.

–Althea Mal-Foi".