Huellas de Inocencia


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Capítulo 3

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El día decaía con pereza al atardecer en Paoz y a medida que las sombras se estiraban, fundiéndose con los árboles y las plantaciones de hortalizas de la familia Son, el aire se llenaba de una dulce melancolía.

Hace un año atrás habían escogido el atardecer para llevar a cabo la ceremonia en conmemoración de la muerte de Milk porque a todos les parecía la hora menos solitaria del día: las jornadas terminaban, las familias empezaban a reunirse después del ajetreo diario y el ritmo de la vida se tornaba manso en antesala a la calma nocturna.

La de color azul te queda muy bien, Gohan, pero ¿estás seguro de querer usar un traje? Después de todo, será algo informal.

Videl se acercó a su esposo por la espalda después de volver a repasar la línea del impecable traje sastre que acababa de ponerse, al tiempo que hacía el último cruce para armar el nudo de la corbata azul que Gohan había elegido.

Cuando terminó de anudarla y levantó la vista para verse reflejada a su lado en el espejo, advirtió de inmediato la vulnerabilidad en su mirada.

Ya sé que es algo informal, pero… mamá nunca quiso que yo fuera un rebelde y así se lo prometí. Me gustaría darle en el gusto también ahora.

Videl lo abrazó instintivamente, resintiendo la tristeza en su voz; había algo de niño perdido en Gohan que hacía doler el corazón. Cuadrado y esquemático al punto ser desesperante, y se volvía peor a medida que envejecía, pero así es como ella lo amaba.

Gohan puso sus manos sobre las de ella y se detuvo a observar la imagen que los enfrentaba. Videl se veía tan menuda que cualquiera pensaría que era una mujer frágil ¿Podría alguien llegar a adivinar que era ella el pilar inamovible entre ambos? Quién iba a decir cuánto camino habrían de recorrer juntos.

Gohan suspiró hondo.

¿Deberíamos bajar ya? — el tono de tristeza en su voz dejaba claro que, de poder elegir, se quedaría en ese cuarto que sus padres habían compartido durante años hasta que el día terminara.

Videl se empinó y lo besó en la barbilla. Lo consolaría con todo el amor que pudiera.

Podemos quedarnos aquí un poco más, después de todo, los invitados son familia. Además, Goten está abajo y Mai está con él.

Entonces, — le dijo Gohan apoyando la cabeza en la suya— quedémonos un rato más.

Siempre es difícil definir el ambiente que rodea a la muerte. Entre más cerca haya ocurrido el aire es denso y las palabras escasas, voladas por el espanto de lo inevitable. A medida que va pasando el tiempo la pena alivia el peso en el alma cada vez más, hasta que la memoria, en un acto de sanación, permite recordar a quienes nos dejan con más liviandad y aceptar a la tristeza como perenne compañera, entenderla y convivir a su lado. Nos reímos de las anécdotas de quien ya no está más entre nosotros, entremezclamos los recuerdos con los de otros y así construimos la imagen de esa persona tan amada que habrá de perdurar entre quienes vuelvan a invocar su nombre cada vez.

Pero llegar hasta allí es complicado, un camino difícil lleno de las trampas del dolor, de la despedida y de la fatalidad inevitable. Por eso las manos amigas son tan importantes en el duelo; para sostenerte e impedir que se te enrede el corazón en la tristeza.

¿Está bien aquí, Goten?

Mai se asomaba desde atrás del gran ramo de lirios que trataba de acomodar en el centro de la mesa del comedor.

¡Goten! — insistió ante la ausencia del hombre que estaba de espaldas a ella con los ojos perdidos en la ventana mirando hacia el jardín.

Dejó el arreglo en la mesa y se acercó a él. Tironeó su oreja en reproche, ante lo que Goten reaccionó de un salto volteándose a verla con sorpresa.

¿Estás ahí?

¡Lo siento! — se disculpó sonriendo avergonzado— Estaba pensando.

Mai negó con cariñosa resignación; ya se había hecho a la idea de que Goten no estaría nunca con ambos pies en la tierra. Había algo efímero en su alma, algo etéreo a lo que no había que quitarle los ojos de encima, porque era tan precioso y tan volátil, que podía perderse para siempre. Como esas semillas blancas, casi transparentes, que se escapan de su flor para volar por el mundo.

Lo tomó del brazo y descansó la cabeza en su hombro. Ahora veían el mismo paisaje.

Me pregunto dónde andará esa cabeza ahora.

Él sonrió mirándola hacia abajo. Gracias al cielo llegó un día en que él fue mucho más alto que ella. Así, Mai no podría ver cuando se ruborizaba a su lado.

Pensaba en mamá — dijo al fin — ¿Sabías que ella fue la primera en enseñarme a pelear?

Siempre creí que tu papá les había enseñado a todos.

No, papá estaba muerto cuando yo era pequeño.

De acuerdo, otra rareza de tu familia para la lista — se mofó Mai, ya acostumbrada a deambular al filo de la realidad y la magia desde que se había quedado cerca de ellos. Goten carcajeó con su respuesta.

En el caso de Gohan fue el señor Piccoro el primero en enseñarle y se convirtió para siempre en su Maestro, incluso cuando después entrenara con papá. Me alegro de que haya sido así, porque gracias a eso Gohan todavía cuanta con él a su lado, además de Videl y Pan. Es bueno saber que nunca estará solo.

Ella le dio un apretón en el brazo; quería asegurarse de que él supiera que estaba a su lado.

Trunks y tú se aman a un nivel que no logro dimensionar y él siempre estará a tu lado, pero sabes que cuentas también conmigo ¿verdad? — inquirió Mai buscando su mirada en la altura.

Es tu amiga y Trunks la ama… Olvídate del resto.

Una vez más el cruel recordatorio le caía encima a Goten. Pero es que resultaba tan fácil obviar cualquier razonamiento teniéndola tan cerca, y mucho más en un día como ese.

Lo sé — le sonrió con ternura — Gracias.

Ese es mi Goten — sentenció ella al ver, al fin, ese punto de luz siempre tan claro en sus ojos.

¿Cómo era su Goten?

Si le preguntaban a Mai, ella respondería siempre con una sola palabra: imposible. Era imposible que alguien fuera en realidad tan dulce como él, menos que existiera una persona así de ingenua y torpe. Goten era de esos raros especímenes, de esas criaturas que, de no conocerlas en persona, sólo crees que existen en alguna cursi novela romántica; un personaje de cuento.

Goten era bueno, más que todos, y merecía ser feliz, más que ningún otro.

Él, diestro con sus pasos de equilibrista, se había hecho un lugar muy especial en el corazón de Mai. Esquivaba con presteza, pero sobre todo con paciencia, la indiferencia y distancia que ella se obstinó en imponer entre ellos en los primeros años de convivencia y luego se convirtió en un experto en manejar los embates de su carácter y, más meritorio aún, los reveses del carácter de Trunks.

Goten era calma en un mundo demasiado turbulento, y pese a sus encontronazos y tensiones, Mai y Trunks lo defenderían a toda costa del sufrimiento. Y si no podían hacerlo, lo apuntalarían lado a lado, para pasar los tragos amargos. Era parte de su forma de querer, tan parecida, y de quererlo a él.

Goten y Trunks eran tan diferentes que a Mai le tomó años encontrar qué era lo que tenían en común para amarse de esa forma tan especial en que lo hacían. Más que amigos, parecían dos partes de un solo ser. Se movían al tiempo, pero cada uno en su ritmo. Hasta que al final lo entendió: no era aquello que compartían lo que los unía, todo lo contrario, eran las abismales diferencias entre ambos las que los hacían necesitar al otro.

Era un asunto de blanco y negro, de todo o nada. Goten era la calidez que el corazón de Trunks apenas lograba evocar y que la adultez alejaba cada vez más; Trunks era la frialdad que Goten necesitaba para resistir en un mundo que no tenía piedad con la nobleza. Juntos, lograban encontrar los matices.

¿Y ella? Ella tenía un poco de ambos, más la experiencia que a ellos una vida jamás les alcanzaría para tener, pues para eso se debe vivir dos veces.

Mai lo quería, realmente lo quería mucho. Era a quien más extrañaba en cada una de sus ausencias, y al primero al que visitaba al volver, después del necesario abrazo a Pilaf y Shuu, que eran parte de sí misma.

Tras años de observar y estudiar duro tras los pasos de Bulma, ambas mujeres descubrieron que podían trabajar muy bien juntas. Bulma se regodeaba no tan secretamente en la admiración que Mai le profesaba, y se asombraba gratamente de los aportes que la joven podía hacerle. A Bulma se le facilitó mucho el trabajo teniéndola a su lado, pues Mai era solícita con ella como no lo era con nadie más, lo que enfermaba de celos a Trunks.

Una vez que Mai cumplió la mayoría de edad le ofreció un contrato indefinido como parte de su equipo de trabajo más cercano en la Corporación. Así, la aprendiz voluntaria pasó a ser parte del enorme conglomerado. Tras la muerte del querido Doctor Brief a nadie le extrañó que Bulma la convirtiera en su mano derecha de forma oficial. Desde entonces, comenzaron las largas ausencias.

Junto con el contrato, Bulma le extendió la invitación a quedarse en la casa y seguir viviendo con la familia, tanto ella como Pilaf y Shuu. Con una sonrisa honestamente conmovida hacia esa familia, pues nunca alguien le había ofrecido un hogar además de Trunks, le agradeció de corazón y le aseguró que Pilaf y Shuu estarían felices de poder quedarse, sin embargo, ella se marcharía.

Ya que nunca les habían cobrado nada por quedarse allí y había comida en la cocina a todas horas, Mai había logrado ahorrar una cantidad bastante decente de dinero y ya tenía los ojos puestos en el perfecto refugio: un departamento antiguo en un barrio que había nacido como un sector residencial, pero que la explosión demográfica del siglo pasado había obligado a mezclarse con el bullente comercio ambulante y la vida del centro de la Capital del Oeste. Así, como un oasis en medio de banderines coloridos, gritos de pregoneros anunciando la novedad para los más pequeños y un alquiler sorpresivamente barato debido a la creciente tasa de asaltos en el lugar, se había convertido en el lugar ideal para ella.

Bulma no le insistió más en quedarse porque conocía muy bien la resolución que había en Mai. Ella misma se abandonó a ese sentimiento apenas cumplió los dieciséis y se marchó a la aventura de su vida sin pensarlo dos veces, amparada por la dulce negligencia de sus padres.

Ella sabía de eso: la necesidad de independencia y libertad era algo irresistible. Después de todo, parecía que ambas mujeres estaban cortadas de una tela similar.

Habiéndose ganado su confianza, Bulma solía enviarla a recorrer diversos lugares del mundo en busca de materiales novedosos, ideas inspiradoras y tecnologías innovadoras que pudiesen impulsar aún más la Compañía, lo que Mai agradecía no sólo por el viaje en sí, sino porque además le daba la oportunidad de guardar sus distancias con Vegeta, a quien nunca dejó de temerle del todo.

De esta manera, poco a poco, Mai recuperó la pasión de los viejos días; según el destino asignado se montaba en alguna de las naves de la Corporación o partía con su motocicleta equipada para sobrevivir en cualquier lugar. Conocer, viajar y descubrir.

Cada vez que volvía traía, fuera de toda la información que enviaba por la computadora desde lugares remotos, una tonelada de notas, muestras en frascos, fotografías y demás artilugios que pudiesen servirle a Bulma, junto con los informes sobre el funcionamiento de las filiales de la Corporación recientemente instaladas en lugares lejanos, porque, fiel a su antigua crianza, estaba convencida que no había nada más fidedigno que las palabras de puño y letra.

Además de la valiosa información siempre traía en sus alforjas paquetes con misteriosas especias, raíces y productos exóticos para la cocina de Goten, de la cual era ferviente adepta.

Hace apenas dos días había regresado de su viaje más largo. Ocho meses habían transcurrido desde que la despidieron la mañana de un martes.

Gracias por haber venido, Mai. No sabes lo importante que es para mí que me acompañes hoy. Es bueno poder tenerlos a los dos conmigo — le agradeció Goten con esa expresión de ternura que siempre lo acompañaba, incluso en la tristeza.

Ella bajó la cabeza, avergonzada.

Lamento mucho no haber estado aquí para Trunks, con todo el asunto del señor Vegeta. Lo llamé por teléfono varias veces al principio y luego le escribí mensajes y correos, pero jamás me contestó. De no ser por ti, no me hubiese enterado de nada.

Goten acarició con suavidad su espalda en consuelo. Luego se separó de ella y se acercó a la mesa, comprobando que todo lo que había preparado para recibir a los invitados estaba ya en su lugar. Se preguntaba qué pensaría Milk de ver la mesa arreglada con tanto esmero. Se preguntó, como hacía cada tanto, si ella estaría orgullosa de él.

Para serte sincero, Mai, Trunks no está bien. Sé que parece el más cuerdo en esa casa este último tiempo, pero hay algo… Hay algo en la forma en que hace las cosas, en su expresión, que me preocupa. Parece demasiado entero. No me extraña que no te haya contestado, creo que está desconectado de sí mismo a un nivel muy profundo.

Espero que no le moleste verme aquí. Si es como dices, tal vez la sorpresa no le agrade en lo más mínimo.

Goten le dio la espalda, riendo nervioso de pronto.

Mai lo estudió dos segundos antes de rodar los ojos con exasperación.

¡¿Es que no hay nada que no le digas?!

Jamás le contaré a Trunks que estoy enamorado de ti desde que era un niño, porque eso es un secreto.

Sintiéndose cogido en doble falta, Goten se encogió de hombros, mientras la sonrisa de una travesura se le escapaba del gesto de disculpa.

La figura rígida contra el marco de la puerta no les sacaba los ojos de encima, unos ojos tan fríos que podrían llegar a matar si quieran.

Tiempo sin verte, Mai.

La voz de Trunks, cargada de seriedad, los pilló desprevenidos desde el otro lado de la sala de estar.

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¡Qué aburrido eres, Piccoro! — le reclamaba Gokú a su antiguo amigo, quien se esmeraba en serio en ignorarlo desde hacía un rato.

¡Ya te dije que no!

Gokú, finalmente, abandonó su pose de ataque. Cuando Piccoro usaba ese tono tajante, sabía que su voluntad resultaba inamovible. Se encontraban en el jardín, en ese límite difuso en que el terreno de la casa se perdía para confundirse con el amplio valle que se extendía entre las montañas. A unos metros, las tumbas sombrías aguardaban a sus visitantes.

La ceremonia había sido fijada para las siete de la tarde, y faltando tan sólo unos minutos, los invitados no tardarían en aparecer desde distintas partes. Algunos llegaban en automóviles o naves en su mayoría proporcionadas por la Corporación; otros volando por el cielo sin artilugio alguno.

Gokú había pasado el día desde muy temprano en esa casa que parecía haber dejado con tanta facilidad. Hace tiempo que nadie estaba por allí y el polvo sobre los muebles los sorprendió a todos cuando abrieron las puertas. Sobre ellos flotaba la palabra abandono con dolorosa resonancia.

Con sus mejores ropas de aseo, Gohan y su familia, acompañados de Goku, se entregaron de lleno a la tarea de dejar impecable cada rincón. Sacudieron manteles y cortinas, limpiaron cada superficie y tallaron las ventanas hasta que los cristales estuvieron más traslucidos que nunca. Cerca del almuerzo, Goten hizo su aparición cargado de ingredientes para preparar la comida con que recibirán a los amigos y fue relegado a la cocina bajo la amenaza terrible de su sobrina de dejarla en las mismas condiciones que ellos: limpia y ordenada.

Gohan, Videl y Pan sacudían, azuzando de cerca a Gokú para que no se escabullera de su labor de limpiar las lámparas del techo, mientras Goten se esmeraba entre ollas y sartenes. Todos parecían trabajar en penitencia; de alguna forma sentían que le habían fallado a Milk. Habían dejado de ir a la casa por un tiempo y el estropicio avanzó con voracidad, como suele ocurrir en el campo y los espacios abiertos. Las tumbas necesitaban ser podadas, pues lucían varios centímetros de mala hierba creciendo a su alrededor, tarea que Piccoro cumplía con mala cara pero sin quejarse, imposibilitado de negarse a Pan, quien lo había arrastrado a ayudar.

Limpiar y ordenar la casa, tal como Milk solía mantenerla, era una forma de pedirle disculpas a su memoria.

Ahora sólo quedaba esperar por Bulma y Krillin y su familia, que venían con algo de retraso, para poder empezar el rito. Bra se había presentado hace un rato atrás y después de saludar a su maestro y recriminarle su ausencia durante la mañana, guardaba su distancia deambulando entre Pan y el grupo de Mai, Goten y su hermano. Estaba extrañamente silenciosa.

Gracias a su propia indiscreción se sentía perturbada por una conversación que había oído a la mala.

Los demás amigos se paseaban por las cercanías, con vasos y tazas de té en las manos, manteniendo conversaciones en pequeños núcleos que creaban una sensación de vida que la soledad se había robado de esa casa.

Gokú, quien se había escaqueado finalmente de su trabajo más temprano, encontró a Piccoro sentado en el jardín en apacible meditación, y no tardó un segundo en incitarlo a un rápido entrenamiento antes de que los demás llegasen.

Piccoro, ¿estás seguro? Podría ser un entrenamiento rápido ¿Dos de tres? — quiso tentarlo una vez más, sin resultados.

¡Este no es momento para entrenar, Gokú! Pronto van a llegar los demás y va a empezar la ceremonia ¿Es que ni en un día así puedes dejar de ser tan infantil?

Finalmente, resignado y con la misma expresión de un niño sermoneado, Gokú se sentó en el suelo a su lado. Estaban bajo la sombra de un gran árbol que en primavera se llenaba de flores amarillas, pero que en ese momento lucía tan solo verdes retoños.

No es de infantil, Piccoro — quiso explicar Gokú, recostándose en el suelo. Con la cara hacia el cielo límpido y claro todavía, no se resistió a la tentación de cerrar los ojos y fingir que nada había cambiado en los últimos años— Creo que estoy ansioso en realidad. Es algo tonto, pero estando así es como si todo siguiera igual que antes, ¿no crees? Hay un olor delicioso a comida, hay personas conversando, las ventanas están abiertas, Gohan y Goten están aquí de nuevo. Otra vez hay luz en la casa.

Piccoro abrió los ojos al escucharlo y lo observó con curiosidad. Gokú era torpe, pero no tonto. Aunque la liviandad era un estado en el que se encontraba muy cómodo, todos los años que había vivido habían tenido su efecto, aunque por fuera su rostro no hubiese cambiado demasiado.

Si hubiese tenido que definirlo con alguna palabra, seguramente Piccoro habría dicho que Gokú estaba triste, a su propio modo, claro está. Extraño en él, pero palpable con un poco de detalle. La preocupación que Pan le había comentado hace ya tiempo volvió a su mente, pese a que en su minuto no le prestó demasiada atención. Tal vez no lo había notado antes debido a que últimamente Gokú pasaba los días en casa de Bulma, otro asunto que los tenía a todos preocupados.

¿Y bien? ¿Hay alguna novedad? — Interrogó finalmente, queriendo aligerar el ambiente — ¿Se ha sabido algo respecto al tema de Vegeta?

Gokú se enderezó y se sentó con las piernas cruzadas junto al namekiano.

Me he contactado un par de veces con Wiss, pero nada. No ha querido decirme nada y ya ha pasado mucho tiempo.

¿Tú crees que Vegeta realmente...?

El corazón de Bra respondió con un salto a esa pregunta, mientras el namek dejaba que el resto se perdiera en el silencio, como un oscuro presagio. Con el mayor de los sigilos se había acercado hasta instalarse del otro lado del gran árbol que les daba sombra a Gokú y Piccoro, manteniéndose oculta tras el tronco. Ella no alcazaba a verlos, pero el delicado oído de Piccoro sí la había detectado. Lamentablemente, lo hizo justo después de haber formulado la fatídica pregunta.

Bra esperaba conteniendo el aliento. De pronto, había caído en cuenta del hecho de haber confiado ciegamente en Gokú. Nunca pasó por su cabeza en todo el tiempo que llevaba a su lado, la posibilidad de que él les estuviera mintiendo y en realidad supiera más de lo que decía, o bien, de que sus palabras de certera esperanza respecto a su padre fueran sólo una fachada, un cuento para ella.

Necesitaba saber qué respondería él. De alguna manera, su propio corazón estaba en juego a la espera de la respuesta de Gokú.

No, no puedo imaginarme algo así. Vegeta no puede estar muerto.

El corazón de Bra volvió a latir y una sonrisa tierna se le escapó. Podía confiar, gracias a Dios. Podía seguir creyendo.

¿Y Bulma? ¿Qué pasa con ella? — quiso saber Piccoro para tratar de desviar el tema de Vegeta, consciente de su repentina auditora, pero también con genuino interés. Él la había visto en la torre de Karin suplicando por ayuda; entonces estaba destrozada.

Gokú, sorprendiéndolo, dejó escapar un hondo suspiro.

Bulma… lo está intentando, de verdad se esfuerza. Es sólo que, a veces siento que… no puedo alcanzarla.

Piccoro lo miró sin entender a qué se refería. Tampoco pudo descifrar el punto de frustración en los ojos de Gokú.

Yo quiero… yo quisiera poder hacer más por ella, Piccoro. Quiero ayudarla, pero no sé muy bien cómo hacerlo. Me pregunto qué debería hacer para que ella no se pierda.

Gokú nunca fue una persona demasiado elocuente, prefería que su cuerpo hablara por él a la hora de un enfrentamiento, campo en el que mejor se desenvolvía. El plano de las emociones, siempre tan sutiles y cambiantes, le resultaba confuso, pero esa era su forma de ver el asunto; empezaba a anidar en su interior el temor de perder a Bulma. Y no en un sentido literal, pues se preocupaba de tenerla siempre en un radio más o menos cercano en el que él pudiese llegar hasta ella en unos segundos de ser necesario. El temor era por una pérdida más grande, más trascendental, que él no tenía como poner en palabras.

Gokú temía que la curiosidad, el empuje y la porfía de Buma se perdieran. Temía que la altanería y la actividad de ella se disolvieran poco a poco en esa tortuosa indiferencia que comenzaba a asomar en su corazón.

"¿Cómo puedo hacerlo, Gokú, si duele tanto?"

Las palabras de ella y el tinte agónico de su voz no lo dejaban en paz, como un acertijo que tenía la misión de responder, aunque nunca se le habían dado tales sutilezas ¿Como podía él hacerlo?

Vegeta era una presencia tan imponente, tan formidable en el universo, que era sencillamente inolvidable. Era de esas personas cuya ausencia, lejos de pasar desapercibida, dolía con el constante recordatorio del sitio vacío. Desde que había entrado en sus vidas, Vegeta simplemente había arrasado con todo, instalándose y campando a sus anchas; era imparable ¿Cómo llenar esa ausencia, entonces?

¿Cómo puedo hacerlo, Piccoro, si no quiero perder a Bulma?

No supo si fue la selección de palabras o la forma pesarosa en la que lo dijo, pero, sin importar qué fuera, a Bra esas palabras le dolieron. Por una parte, porque ella había contribuido también a esos temores. De a poco, su familia parecía diluirse y alejarse cada vez más. Pero le dolieron también, porque se sitió de alguna retorcida manera traicionada, desplazada.

En el preciso momento en que había decidido abandonar su lugar tras el gran árbol, el sonido cercano de un motor la detuvo.

En medio del jardín y escondida a medias tras la polvareda del aterrizaje, Bulma descendía de su nave con un ramo de rosas en la mano.

En cuanto la nave se redujo a una diminuta cápsula que yacía en el suelo, Gokú se apresuró en ir a su lado para recibirla. Piccoro, desde su lugar, los estudió con atención. Hace un par de meses ya que no había visto a Bulma y ciertamente no esperaba encontrarse con esa imagen, menos tras lo que Gokú acababa de decirle.

El último recuerdo que guardaba de ella era sin duda sobrecogedor; demacrada y con un resabio de locura en la mirada, Bulma, entre gritos y amenazas, exigía que trajeran a Vegeta ante ella inmediatamente. La última vez la había visto subir a su nave entre lágrimas y groserías gritadas a un volumen demasiado alto para una presencia sacrosanta como era la de Dendé.

Había supuesto que eso sólo podía ir de mal a peor. Por eso se sorprendió realmente con la imagen frente a él.

La espalda de Bulma se curvaba bajo un peso invisible que parecía aplastar esa antigua prepotencia suya; antes siempre llegaba a cada sitio pisando como si fuera la dueña del lugar, con la cabeza siempre en alto, haciendo preguntas, exigiendo respuestas y dando órdenes a diestra y siniestra. Esta Bulma se veía derrotada y cansada, como si hiciera un esfuerzo por mantenerse erguida. Sin embargo, allí estaba, entera y de pie; ojerosa, pero con la mirada clara. Conversaba con Gokú sobre una tontería acerca de una mesa del comedor que Piccoro no alcanzó a comprender, pero gracias a las dos cabezas que el guerrero le sacaba en altura, Bulma estaba obligada a mirar hacia arriba.

Piccoro supuso, entonces, que ahí estaba la respuesta que Gokú buscaba. Había algo dentro de ella que se había roto y que jamás podría recomponerse, porque él había aprendido hace mucho cómo funciona el corazón de los terrícolas. Sin embargo, pese a todo lo herida que estaba, tuvo la certeza de que ella estaría bien; Bulma sólo debía seguir mirando hacia arriba.

Todos comenzaron a reunirse en torno a ella, incluidos Piccoro y la misma Bra, que lo seguía a algunos pasos de distancia. Bulma siempre había sido la líder, después de todo.

Mientras se fundía en un tierno abrazo con Yamcha, amigo de tantas décadas, Bra alcanzó a oír perfectamente las palabras que Piccoro tenía que decirle a Gokú, y se sintió terriblemente intranquila.

Quédate a su lado, Gokú, y ella podrá mirar hacia arriba cada vez más. Esa es la respuesta que buscabas.

Gokú asintió en silencio. Piccoro no estuvo seguro de si había entendido el alcance de su consejo, o si comprendía siquiera de qué le estaba hablando, pero la sonrisa que mantuvo el hombre a su lado le hizo creer que así había sido. No se detuvo a considerarlo demasiado tiempo, porque la pesadumbre en la expresión de Gohan, que salía en ese momento hacia el jardín de la mano de Videl, ocupó toda su atención.

En algún momento de esa oleada de saludos y abrazos, Krillin y su familia llegaron disculpándose por la tardanza. Tras una nueva ronda de apretones de mano y tanto tiempo sin vernos, Krillin ocupó la derecha de su mejor amigo, mientras Bulma se agachaba para dejar el ramo de flores sobre la loza de la tumba en que descansaba Milk, quedándose luego de pie al otro lado de Gokú.

Como había sido antaño, el hombre más fuerte en la Tierra sintió cómo la sensación de soledad no parecía más que un mal recuerdo.

Rodeados por un coro de guerreros fuertes, mujeres imbatibles y criaturas de los más diversos parajes, comenzaba una nueva ceremonia para recordar a Milk.

Algún tiempo después, el graznido ronco de un pájaro que volaba por las cercanías los sacudió a todos y los hizo despertar.

Y no podemos olvidarnos de lo temeraria que era esta mujer. Milk no le temía a nada ni a nadie, salvo, claro está, a mi inigualable poder. Recuerdo una vez que llegó hasta mí desesperada pidiendo ayuda para…

Dieciocho miró a Krillin con exasperación exigiéndole que hiciera algo. Su esposo, impotente, sólo se encogió de hombros. El discurso de Satán iba ya por los quince minutos de duración, entre anécdotas que poco tenían que ver con Milk y más con su propio y vehemente ego. Todos habían tenido ya la intensión de interrumpirlo, pero el hombre era implacable y parecía inmune a murmullos, silbidos o carraspeos. Yamcha, que había realizado un largo viaje para estar presente, comenzaba a cabecear de pie. Gokú bostezaba sin disimulo alguno, mientras Goten, Trunks y Mai mantenían una conversación en voz baja un poco más atrás. Bra observaba con atención algo que Pan le enseñaba en la pantalla de su teléfono, mientras Gohan se veía mortificado.

Es bueno saber que volviste, Mai, aunque me hubiese encantando enterarme de eso por ti y no encontrarte aquí de sorpresa — le susurró Trunks en un tono que pretendía sonar relajado, sin lograrlo.

De pie, uno muy cerca del otro, Goten, Trunks y Mai simulaban poner atención al discurso de Satán. Nada más lejos de la realidad.

Tal vez si te dignaras a contestar alguna vez cuando te llamo o escribo te lo podría haber contado yo misma. Aunque no creo que sea una sorpresa del todo, sabes lo bien que Goten guarda secretos respondió ella con ironía sin quitar la vista de Satán, que en ese momento levantaba los brazos haciendo la mímica de un ataque.

No me metan a mí en sus problemas — intervino Goten, con aire de impaciencia.

No es contigo, Goten — replicó Trunks con un tono extrañamente afilado— No eres tú el que aparece y desaparece sin aviso ¿Qué clase de amigo serías si lo hicieras?

¡Ah! ¡Por favor, Trunks! ¿Qué clase de acusaciones son esas? — respondió Mai, ya cansándose del jueguito de las indirectas.

Goten suspiró con cansancio

Trunks…— le advirtió suplicante.

¡¿Qué?! ¿Ahora es cosa mía?

Pan, unos pasos por delante de ellos, se volteó con cara de indignación. Parecía como si en cualquier momento les fuera a dar un golpe. Esa niña era la viva imagen de Milk.

¿Serían tan amables de dejar esto para después? Este no es el momento de ponerse idiotas.

Los tres, reprendidos por una niña que tenía la mitad de su edad, se callaron sintiéndose tal como Pan había dicho; idiotas. La niña era elocuente.

Lamento mucho lo del señor Vegeta, Trunks— le dijo Mai en voz baja, dejando de lado la tensión anterior. Pese a todo, Trunks también era su amigo, y aunque las cosas entre ellos hubiesen pasado por momentos confusos, lo quería mucho y podía imaginar lo dolorosos que habían sido los últimos meses. Trunks adoraba a Vegeta — ¿Crees que podamos hablar de eso luego? Tal vez podamos ir por un café uno de estos días.

Tras unos segundos de reflexivo silencio, Trunks al fin relajó la expresión fría de su rostro.

Seguro ¿Vas a quedarte esta vez?

¡Al fin! — celebró Goten.

Trunks Y Mai, avergonzados, estuvieron a punto de darle un empujón por bromear cuando al fin lograban bajar un poco sus defensas, hasta que se fijaron en dónde estaba fija la mirada de Goten.

En la primera línea de invitados, Videl, que nunca terminaría de acostumbrarse a los vergonzosos episodios de su padre, decidió intervenir al fin. Aprovechando una pausa dramática de Satán para tomar aire antes de continuar con su versión de cómo había derrotado al malvado Cell, sin tener en cuenta que los verdaderos héroes de la historia estaban entre su púbico, se acercó a él con un par de sonoros aplausos, lo abrazó y agradeció sus palabras. Con un no tan leve apretón en el brazo y un tono de voz que encerraba muchas amenazas, conminó a Satán a que terminara de hablar en ese mismo instante.

Tras una pequeña reverencia hacia la lápida, Satán volvió a su lugar entre los invitados de pie frente a la tumba. Entre la concurrencia circuló una ahogada exclamación de alivio.

Videl, tras asegurarse de que Satán no volvería a tomar la palabra, le hizo un gesto con la cabeza a Gokú, que ciertamente no captó hasta que Bulma le dio un codazo en el costado. En dos zancadas ocupó el lugar del orador.

Bien, gracias a todos por venir ¡Es bueno verlos otra vez! Hace mucho no nos reuníamos. Goten preparó mucha comida y Gohan arregló la casa. Yo no hice mucho, pero ¡de verdad me alegra que estén aquí!

Girándose, enfocó la vista en la tumba de Milk y sonrió con una melancolía difícil de describir en un hombre como él, tan transparente que se volvía indescifrable. Un gesto de incomodidad delató su nerviosismo. Volvía a ser el niño inadaptado de antes.

Nunca he sido muy bueno en estas cosas, pero tú puedes verlo, Milk; Gohan y Goten son buenos niños, Pan es muy aplicada en su entrenamiento y yo obedezco a Bulma en todo lo que me dice — buscó la complicidad de Bulma y ella le sonrió resignada. Si la estaba comparando con Milk, es porque quizás fuera tan mandona como ella.

Ahora vivo con ella y los días dejaron de ser solitarios, aunque extraño tu comida y cómo toda la casa olía como tú. También entreno mucho con Bra y visito seguido a los muchachos.

Entre el público, dos corazones se estremecieron. Bulma y Bra no podían quitarle los ojos de encima a Gokú, inmerso en su extraño monólogo. Era como si quisiera poner a Milk al día de las novedades de su vida, y entre ellas, figuraban ambas.

Sólo entonces, Bulma dimensionó el peso que este hombre inmenso había adquirido en su vida. Ahora, que lo veía desde la distancia, fue consciente de cuánto él se había despojado de lo suyo, de su vida y de su entorno, para instalarse a su lado como un compañero fiel que la sostenía en lo más difícil. Enfocó la vista en sus manos, que en ese momento descansaban sobre sus caderas contra el fondo de su eterno traje de combate, porque él no usaría otra cosa en un día como aquel, y tuvo la certeza de cuán perdida se sentiría sin ellas. Cerró los ojos y en silencio le agradeció a Gokú, a su suerte, y a la misma Milk, por poder contar con él a su lado. Y viendo esa sombra de añoranza en su mirada siempre colmada de infantil emoción, supuso que él también necesitaba ser consolado de alguna manera.

Unos metros más atrás, Bra se removió inquieta al lado de Pan, que esbozaba una sonrisa hacia su abuelo con la mirada acuosa. El saber que tenía un lugar en los erráticos pensamientos del guerrero hizo que Bra se sonrojara de golpe. Una sensación de vacío inundó su estómago y un escalofrío le sacudió la espina ¿Estaba nerviosa, acaso?

Tras unos segundos de silencio en que Gokú pareció sacar cuentas, sonrió satisfecho al sentir que ya había dicho todo lo que necesitaba. Se frotó la nuca con desenfado, con el corazón muy liviano.

Así que, así han sido las cosas, Milk. Te extrañamos, pero estamos bien — Buscó entre el público a aquellos que eran como él. Los ojos oscuros de los Son, los ojos de Milk entremezclados con su gesto ingenuo y lo propio e irrepetible de cada individuo: la inteligencia de la mirada de Gohan, la dulzura en los ojos de Goten y la decisión entrañable de Pan. Se reconoció en cada uno de ellos— Vamos a estar bien.

Muchos se conmovieron con las palabras que parecían dirigidas más a una madre que a una esposa, pero todos sabían muy bien cómo era él.

Cuando Gokú volvió a su lugar, Gohan tomó el testimonio. Muy rígido en su traje impecable y tras ajustarse los anteojos sobre la nariz, empezó su discurso. Hace años había asumido el papel de las formalidades, así que se encargó de saludar y agradecer a todos por su presencia y por las ofrendas de flores que habían llevado para hermosear la loza gris de la tumba. Habló de lo que su madre fue y seguiría siendo para ellos, fue correcto y comedido, pero tanto Videl como Piccoro adivinaban en el matiz tembloroso de su voz que en cuanto terminara su discurso se echaría a llorar. Gohan era muy sensible, tal vez tanto como Goten, pero la diferencia entre ambos hermanos era que Goten lloraba si lo necesitaba, se reía a carcajadas y vivía sus emociones de forma plena. Era transparente y voluble.

Gohan, por el contrario, siempre estaba subyugado por su racionalidad, contenido y con el permanente sentimiento de tener que mantenerse incólume y sereno. Estaba haciendo un evidente y gran esfuerzo por no quebrarse.

Hacia el final del discurso, miró a su hermano con una interrogación en la mirada, a lo que Goten respondió sonriendo con una leve negación, al tiempo que una lágrima se le escapaba del corazón. De todos, era el que había sido más cercano a Milk. Sentía que podrían pasar muchos años y él no sería capaz de pararse frente a todos a hablar de su madre sin llorar como un crío. Nunca se es lo suficientemente grande como para quedarse sin mamá, pensó con tristeza.

Automáticamente, Mai y Trunks se acercaron más a él. Trunks le pasó un brazo por los hombros y apoyó su cabeza contra la de Goten en una caricia íntima e infantil de hermanos, mientras Mai tomó su mano izquierda entre las suyas, la apretó y acarició, queriendo colmarla de calidez.

Entendiendo que Goten no pasaría adelante para hablar, Gohan dio el primer paso de la tradición que Milk había inventado para honrar a su padre, y que ahora los suyos hacían para ella. Se acercó a Videl, quien le entregó una diminuta bolsa de papel, junto con un beso en la mejilla.

Los tres miembros restantes de esa pequeña familia se acercaron al lugar donde estaba Gohan. En un rincón junto a la tumba, Gokú y Pan se agacharon para hundir las manos en la tierra y cavar un hoyo poco profundo.

Goten, que había dejado atrás la calidez que Trunks y Mai le daban, tomó la bolsa de manos de Gohan, quien se la ofreció acompañada de una palmada cariñosa en la espalda. Por más que se hubiese convertido en un hombre, Goten no dejaría jamás de ser su pequeño hermanito.

Abriendo la bolsa con cuidado, Goten depositó en el suelo las semillas de lavanda que estaban en su interior, para luego cubrirlas con la misma tierra que Pan y Gokú habían dejado a un lado. Con cuidado, aplastó la tierra formando un pequeño montículo. La humedad y el frío de la tierra le llegaron muy hondo.

Se giró para ver la tumba de su abuelo Ox Satán, rodeada de una gama preciosa de flores de múltiples tamaños y colores. En la tumba de Milk había sólo un pequeño grupo de violetas que habían resistido al invierno. El año que viene plantarían los lirios blancos que a él tanto le gustaban.

Gohan, compungido, volvió a agradecer la presencia de todos y los invitó a entrar en la casa a comer algo y descansar.

En silencio, Pan se acercó a Gokú y le dio un fuerte abrazo. Con la mano que a éste le quedaba libre atrajo a Gohan hacia ellos, para rodearlo por los hombros. Goten, que se sacudía la tierra de las manos a su lado, se vio atrapado entre los brazos de Videl, que desde su mínima estatura lo miraba con cariño.

Mientras todos se alejaban entre conversaciones a media voz, la familia Son se vio envuelta en el abrazo más cálido de todos, junto a la tumba silenciosa.

Fuera del cuadro, y en anhelante espera, tres pares de los ojos más azules que alguien pudiese concebir contenían las ansias por correr a abrazarlos también. Tres corazones que latían por distintas razones, pero con un inmenso cariño en común. Era impresionante lo unidas que habían terminado ambas familias con la vuelta de los años, pensó Bulma, y todo gracias a un encuentro casual del destino con el extraño niño que tenía una cola y ojos curiosos.

Sobre los tres miembros que quedaban de la familia Vegeta Brief, que se habían acercado unos a los otros inevitablemente emocionados, se posaba la presencia de Vegeta con dolorosa ausencia. Sin mirarse, Trunks, Bra y Bulma se habían tomado de las manos, ayudándose a soportar la tristeza en espera de esas otras personas afligidas a las que tanto querían consolar.

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El resto de la tarde había sido como todo con ese grupo extravagante de amigos y familia; intenso y ruidoso. La comida, deliciosa y abundante; la bebida, copiosa y embriagadora. Entre la modorra de un estómago lleno y el aura de la muerte que ponía a todos en un estado muy sentimental, muchos invitados se despidieron de los anfitriones dando tumbos hacia sus respectivos vehículos. Dieciocho casi había tenido que arrastrar a Krillin, mientras Marron se despedía en nombre de los tres. Ten Shin Han, por su parte, cargaba en sus brazos a un Chaos completamente dormido, mientras Yamcha brindaba una vez más con el anciano Roshi, imposible de doblegar, aunque ya nadie podía llevar la cuenta de sus años.

Era una conmemoración difícil, sí; pero ellos nunca habían dejado de celebrar la vida. Era inevitable que entre todos surgieran historias divertidas y que más de alguno se tentara a reír sin disimulo.

A Bulma todos le hablaban con ese dejo de tensión de no saber si preguntar o no, y, real o imaginaria, percibía cierto aire de compasión que la desarmaba. Abrumada entre tanto jolgorio, se retiró en silencio al segundo piso de la casa en que tantas otras veces había estado como invitada.

Desde la terraza del segundo piso que conectaba las habitaciones de arriba, dispuestas para quien deseara descansar, se podía observar la interminable oscuridad de Paoz a esa hora de la noche, sin luces artificiales ni faros de autos, sólo los resabios de luz que escapaban de las puertas y ventanas abiertas.

Desde allí, las voces indistintas se alzaban como el eco de una celebración muy lejana, demasiado distante para ella.

Poco antes, mientras probaba la irresistible monstruosidad de chocolate y mazapán que Goten había ideado para conquistar hasta los corazones más fríos, tuvo la tentación de llevarle un trozo a Vegeta, pues sabía que, aunque renegara de todo lo que fuera más dulce que la soya, esa pasta densa y azucarada era su más secreto vicio.

Seguro que, al andar por ahí enfurruñado en algún rincón lejos de todo, lo había pasado por alto.

Así que lo buscó entre los invitados más reticentes que se apiñaban en los rincones solitarios.

Por su puesto, él no estaba ahí.

Ni lo estaría.

¡Qué tonta! Gokú tenía razón en el comentario que le había hecho al pasar; con todos allí parecía como si nada hubiese cambiado.

Se arrastró a sí misma hacia algún lugar tranquilo para lamer su repentina herida. Ideas como esas eran algo que debía evitar si quería mantenerse entera ¡Pero era tan difícil!

Sin embargo, el aire allá arriba era fresco y sobre su cabeza las estrellas eran impresionantes contra el manto oscuro del cielo nocturno. Se preguntó cómo habría sido realmente la vida de la mujer que hoy recordaban. Tan silencioso, tan tranquilo. Tan distinto a su propia vida. Cerró los ojos, entregada a un rato de fantasía; se imaginó a sí misma instalada en aquel hogar, con el ritmo marcado sólo por los cambios de luz del día, lavando ropa y tendiéndola al sol de la mañana para que se secara. Recolectando lo que fuera de la huerta que estaba del otro lado de la casa, preparando cantidades absurdas de comida, que luego serviría ella misma a Vegeta. Se rio de la imagen, porque en su cabeza parecía una torpe actuación de una mala comedia. Ella nunca había sido buena cocinando y no había nada más lejano a su estilo de vida que Paoz.

Con que aquí te escondías, Bulma.

Ella se sorprendió un segundo con la repentina compañía, pero después le sonrió a modo de saludo. Por supuesto, en el último tiempo se sentía como si sólo él pudiese encontrarla.

Todo estuvo muy bonito, Gokú ¡Se esmeraron mucho en la ceremonia de este año!

Gokú, repentinamente cansado de ese día tan largo, se estiró perezoso y bostezó sin ninguna delicadeza.

Todo es cosa de los muchachos. Yo no soy bueno en esto.

Le sonrió como disculpándose y se acercó al barandal de la terraza, un accesorio de seguridad que Milk había insistido con tozudez en instalar cuando nació Pan. De nada sirvió recalcarle que la pequeña sabía volar y que dos saiyajins habían sido criados en esa casa sin mayores problemas.

Bulma se acercó y se apoyó a su lado.

Te busqué abajo y no estabas por ninguna parte — le anunció él sin aviso — ¿Está todo bien?

Sí, sólo necesitaba tomar un poco de aire — entonces ella volvió sobre sus palabras — ¿Para qué me buscabas?

¡Mira eso! —le dijo Gokú de pronto, señalando hacia algún lugar del jardín —Me alegra saber que Goten tiene tan buenos amigos que lo cuiden.

Bulma siguió hacia dónde Gokú apuntaba y se encontró con el pequeño grupo a la distancia. Goten, Trunks y Mai habían apartado unas sillas para instalarse alejados de los demás, con un par de lámparas, algunas botellas de cerveza vacías a su alrededor y una pequeña pila de platos entre ellos.

Parecían alegres.

Se fijó en Trunks, que, aunque no hablaba mucho, sí se reía de los comentarios de los otros dos y se sintió aliviada también por lo que Gokú acababa de decir; estaba agradecida de que Trunks tuviera a esos amigos que cuidaran bien de él, sobre todo cuando ella misma no le había prestado demasiada atención. Era difícil tener como hijo a un hombre tan grande.

Me dio mucho gusto cuando vi a Mai en casa esta tarde — dijo Gokú de improviso — Creo que su regreso le ayudará mucho a Trunks con todo esto de Vegeta, ¿no crees?

Bulma lo miró entrecerrando los ojos con incredulidad.

¿Qué? — le preguntó Gokú sin entender por qué su cara de sospecha — ¿No era que estaba enamorado de esa muchacha?

Bulma, entre que se largaba a reír y no salía de su asombro, lo miró sin entender.

¿Y cómo es que tú te enteras de esas cosas, Gokú? Jamás hubiese imaginado que estarías atento a algo así.

Gokú sonrió contagiado por el buen humor de ella.

No soy yo — se excusó — Es de las cosas que Pan me cuenta cada cierto tiempo. Además, ¡tampoco soy tan idiota como para no enterarme de nada! — se defendió con entusiasmo por sus conocimientos, que a ella le resultaban tan sorprendentes.

Entre risas, Bulma suspiró divertida.

Pues, tú y Pan van a tener que actualizarse en sus chismorreos, porque, aunque yo quiera mucho a Mai, me temo que no es Trunks de quien ella está enamorada.

¿Cómo? — preguntó Gokú sorprendido mirando a los jóvenes desde su secreto puesto de observación.

Para él estas cosas siempre habían sido sencillas; a una persona le gustas, a ti te gusta y están juntos. ¿No funcionaba siempre así?

Pero Trunks es un buen muchacho, es muy inteligente y es fuerte — salió Gokú repentinamente en su defensa — ¿Por qué no habría de gustarle a Mai?

Bulma lo miró con expresión de esconder un gran secreto y fijó su atención en el pequeño grupo de abajo. Luego, sin pensarlo, miró a Gokú nuevamente con interés, deteniéndose en los matices que antes habría jurado no existían en él. Cuando se dio cuenta de que estaba siendo estudiado, Gokú la enfrentó con una mirada interrogante.

Bulma negó con suavidad, mientras volvía a mirar hacia abajo, a los rebeldes mechones que Goten nunca lograría controlar del todo y a la forma totalmente sincera en que reía.

Puedo entender por qué Mai se llegaría a enamorar de alguien más.

Gokú, despistado de aquello que hacía sonreír a Bulma, decidió que las cosas se solucionarían por su propio cause.

Bueno, — dijo dándose vuelta para dar la espalda a la escena frente a ellos y descansar la cabeza entre sus manos alzadas— supongo que todo saldrá bien. Lo importante es lo mucho que se quieren, ¿no es así?

A veces no sé si vas dando palos de ciego con demasiada suerte, o es que realmente nos has engañado a todos y sabes más de lo que parece

Con entusiasmo, Gokú se rio a carcajada limpia a su lado. Bulma lo miró con atención.

¿Sabías que Goten y tú se parecen mucho?

Abajo, de pie junto al lugar en que nacía la escalera que conducía al segundo piso, Bra podía sentir claramente las pacíficas presencias de Gokú y su mamá.

Evitó a toda costa ponerle un nombre a esa emoción que se le antojó tan parecida a los celos.

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El suave ronroneo del motor era acogedor. El vehículo estaba cálido e iluminado con una luz muy tenue, de esas que son amigas del sueño.

En el asiento trasero, acostada ocupando todos los espacios, Bra se había dormido profundamente antes de iniciar el viaje de vuelta hacia su casa. Cuando despertó y logró ubicarse más, compendió que aquello que la había despertado eran las voces tranquilas que le llegaban desde la parte delantera. La cabeza de Gokú se alzaban por encima del respaldo del copiloto, mientras Bulma manipulaba los controles con presteza, comenzando el movimiento descendente sobre la Corporación.

Entonces, él vino a casa con nosotras.

Ahora más despierta, pudo ubicarse del todo en el momento. La ceremonia y la celebración que le siguieron habían sido muy largas. Cansada y con un humor de perros, se había despedido de Pan en la entrada, anunciándole a su mamá que la esperaría en la nave. Bulma llevaba ya unos veinte minutos anunciando su despedida, pero cada vez que tomaba su cartera para salir, alguien traía a colación una nueva historia. Había pasado los últimos meses tan encerrada y tan solitaria, que se sentía extraña con la compañía repentina de esos rostros familiares. Había olvidado lo cálido que era.

Aburrida de esperar, Bra finalmente se había dormido en el asiento trasero, con la idea de que Gokú iba a quedarse en Paoz esa noche con su familia, pues cuando lo buscó para despedirse lo encontró en medio de todo el jolgorio, conversando muy entretenido con Gohan.

¿Y mi hermano? — preguntó después de desperezarse ruidosamente.

Se quedó en Paoz con Goten y Mai — respondió Bulma con más alegría de la que le había visto en mucho tiempo. Se sintió feliz por su mamá — Qué bueno que despiertas, Bra. Estamos llegando a casa.

Tal como Bulma dijo, desde su ventana Bra pudo ver las luces brillantes de la Corporación dándoles la bienvenida.

Un sonido sutil, como de motor al ralentí, los presidía en cada habitación a medida que iban pasando por ellas. Era increíble cómo el mecanismo inteligente alistaba todo a medida que avanzaban, luces y temperatura; casi como si la misma casa les estuviera dando una cálida bienvenida. Y la necesitaban. Los tres entraron a la casa arrastrando los pies. Hace tempo que no tenían un día con tanta acción, y resulta que tantas emociones pueden ser en verdad agotadoras.

Bulma, quitándose los zapatos en la cocina y perdiendo en el acto algunos centímetros, se alejó por el pasillo después de despedirse de Gokú y acercarse a Bra para darle un beso cauteloso en la frente, como si fuese una caricia nueva. Algo dentro de todas las palabras de ese día, tanto de las que se decían en voz alta como las que se adivinaban en los gestos, les había llegado a ellas también.

Avergonzada, pero sin rechazarla, Bra le deseó buenas noches.

Rezagados en la cocina siempre silenciosa a esa hora de la madrugada, Bra y Gokú la siguieron con la mirada hasta que su figura se perdió al dar vuelta en el pasillo. Al fin estaban solos después de todo el ruido de ese día, pensó Bra con algo de nerviosismo. La elocuencia no era lo suyo y no sabía cómo empezar con lo que quería decir.

Él, distraído, se dedicaba a escoger una manzana del frutero que estaba en medio de la mesa. Una vez que encontró la que parecía más dulce, se despidió de Bra y se encaminó hacia la habitación que usaba en aquella casa. El cuarto de visitas rápidamente se había convertido en el cuarto de Gokú. Tan impersonal como él; sólo un par de fotografías que Pan le había llevado delataban su presencia.

¡Espera! — lo llamó Bra sin poder frenarse. Una vez más, su boca había sido más rápida que su cabeza. Se acercó hasta él, que se había detenido ante el llamado y la observaba con gesto curioso.

¿Qué ocurre, Bra?

Uno, dos, tres pasos más cerca. Quedó frente a él, desviando la vista hacia cualquier otra cosa que no fuera su pecho amplio, justo frente a sus ojos. Maldijo en silencio su escasa estatura, así como maldijo haber estado siempre tan lejos de ese hombre en el pasado ¿Por qué todo le resultaba tan nuevo? ¿Qué le había impedido ir a la ceremonia el año anterior? Sólo su indiferencia, su desidia y una burda excusa por teléfono a Pan ¡Cómo había cambiado su vida en tan poco tiempo!

Hay algo que he querido hacer todo el día, pero no había tenido la oportunidad.

Gokú, con expresión interrogante, se acercó un poco más a ella y se inclinó a verla, completamente indefenso. Entonces, Bra encontró el espacio para atacar.

Poniéndose de puntillas y con las mejillas encendidas, se abrazó con fuerza a su cuello y hundió la cabeza en su hombro.

Estoy segura de que Milk está muy feliz con lo de hoy. Fue muy hermoso lo que hicieron para ella.

Gokú, sorprendido por el abrazo repentino y más aún por sus palabras, quedó desconcertado unos segundos sin saber muy bien qué hacer. Recordó el fuerte brazo que Pan le había dado esa misma tarde ¿Bra estaba tratando de consolarlo?

Conmovido por el tierno gesto de esa niña tan orgullosa, le devolvió el abrazo, seguro de que cada pequeña muestra de que Bra comenzaba a abrirse al mundo sería algo positivo.

¡Te lo agradezco mucho, Bra! — le dijo poniendo distancia entre ambos, terminando el abrazo. Puso su manaza sobre la cabeza de ella en una caricia dulce, sonriéndole como siempre — Para mí fue muy importante que estuvieras allí hoy.

Bra se lo quedó mirando sin poder apartar los ojos de su expresión infantil. Desde la mano que Gokú mantenía sobre su cabeza parecía irradiar un calor tan grande e intenso que le quemaba la sangre en las venas. Vértigo y nerviosismo la sacudieron con una oleada cálida desde las mejillas hasta la punta de los pies, salvo en las manos, pues sus palmas estaban heladas y húmedas.

Ya no quiso sólo darle sus tardías condolencias. Quiso más.

Quiso darle todo y tomar todo de él. Una insoportable necesidad de pertenencia, más cercana a su herencia ancestral de criatura salvaje y belicosa, se apoderó de ella. Se le escapaba por los poros para envolver a Gokú en sus invisibles redes.

Sus brazos, contraídos por la tensión de obligarse a no rodearlo otra vez, le dolían de necesidad. El impulso de pegarse a su cuerpo, de forma violenta e impúdica, era irrefrenable. Tenía que hacerlo, tenía que hacerlo ahora y no dejarlo ir. Tenía que arrastrarlo en ese mismo instante a su cuarto, o a la cámara de gravedad, daba igual dónde, para después…

¡Descansa, Bra!

La mácula de inocencia en su voz le pareció de mal gusto, al igual que la forma en que le sonreía, tan cariñosamente ¿Es que sólo ella estaba en llamas? ¿Dónde estaba el doble sentido en las palabras del guerrero que la tomaría de golpe? ¿Y la irresistible tensión entre ambos? Se negaba a creer que sólo ella estaba tan afectada por la cercanía del otro.

¿Estás bien? — quiso saber él ante su inmovilidad.

Entonces ¿no había sido más que un arrebato lascivo de ella? ¿Una fantasía torpe? Por la expresión serena de Gokú, así parecía. La vergüenza no tardó en aparecer para hundirla hasta el fondo.

Tú…tú —intentó buscando una respuesta que le devolviera la cordura perdida y ocultara su locura pisoteada — ¡Tú me debes una sesión de entrenamiento!

La acusación, recurso improvisado de quien sabe dónde, la había salvado de quedarse ahí preguntándole por qué no se había lanzado sobre ella.

Desapareciste toda la mañana sin avisarme, y yo te esperé para que me enseñaras la siguiente transformación del super saiyajin ¿recuerdas que lo ibas a hacer hoy?

Al fin, la altanería se alzaba como protagonista de la escena y le había salvado el pellejo. Aunque el temblor agudo en su voz seguía teniendo una sola causa.

Es verdad, Bra ¡Lo siento! — se disculpó al fin Gokú con expresión arrepentida — Mañana te lo compensaré con una doble sesión, ¿te parece?

Igual de tranquilo que siempre, le sonreía ofreciéndole un inocente trato para entrenar.

Bra le dio la espalda ofuscada y herida, tenía que salvar el orgullo secretamente maltrecho.

¡Más te vale que así sea, insecto! — le escupió antes de salir airosa de la cocina.

Gokú, habituado a los explosivos cambios de humor de la princesa, sonrió satisfecho ante la perspectiva de la próxima jornada. Encontraba esos arranques de Bra muy divertidos, le recodaban a Vegeta.

Lanzando la manzana y atrapándola en el aire, se dirigió finalmente a su habitación, súbitamente atraído hacia su cama con la idea de dormir como un tronco. Pero para poder llegar al cuarto, tenía que pasar primero frente a las escaleras hacia el segundo piso del ala este de la casa. Se concentró un par de segundos y sintió la presencia serena de Bulma yendo de un lado a otro en su cuarto, justo encima de él. Era increíble lo fácil que era percibir a otras personas a medida que aumentaba la convivencia y cercanía; casi podía acompasar su respiración con la de ella.

Repitiendo el truco de la manzana una vez más, se alejó de allí con una sonrisa satisfecha, acompañado del eco de las palabras de Piccoro esa tarde. Tuvo la certeza de que todo estaría bien.


En el cuarto más grande del segundo piso, Bulma estudiaba con cuidado su rostro en el espejo. Sentada frente al tocador de madera oscura, observaba con ojo crítico todo aquello que la luz de la lámpara, demasiado cruel, dejaba a la vista.

A medida que la suavidad oleosa de la toalla de papel que usaba para desmaquillarse iba revelando las imperfecciones de su rostro, comenzaba a lamentar haberse descuidado tanto el último tiempo.

Heredera de una genética privilegiada, en sus casi sesenta Bulma se veía aún atractiva. Aunque cada vez tenía que hacer mayores trucos para ocultar las ojeras que tanta pena le había dejado bajo los ojos, y una que otra mancha de vejez cerca de la frente. Pero nada era gratuito a esas alturas; la cantidad apabullante de cremas y potajes frente a ella se había convertido en su mejor arma contra las arrugas, sobre todo contra aquellas que insistían en marcarse en las comisuras de su boca y en el cuello.

Sus curvas seguían donde debían estar, tal como recordaba en la silueta suave de su madre hasta el final, sin embargo, al quitarse el sostén por las noches podía sentir ese peso que la gravedad con crueldad dejaba caer sobre sus pechos. Su cintura, pequeña todavía, ya no tenía la firmeza de antaño y cierta flacidez general en su piel delataba los años vividos. Había tenido que empezar a teñir su cabello hace algún tiempo, pues ese azul tan intenso que en su juventud había sido su mejor aliado en la coquetería, comenzaba de ponto a tornarse opaco, mientras una mata certera de cabellos canosos amenazaba desde las sienes.

La chispa de inteligencia vivaz que siempre la había enorgullecido, capaz de robarle el corazón a quien fuera, ya no estaba presente en sus ojos, pero supuso que se debía más a la herida en su corazón que a la edad. Después de terminar de limpiar el maquillaje y cubrirse con crema humectante la cara y reafirmante el vientre y los brazos, añoró con vanidad los tiempos en que bastaba con lavarse la cara con agua fría.

Quiso sentirse linda otra vez, quiso sentirse como aquella mujer que era capaz de seducir a Vegeta por los rincones y arrastrarlo a los recovecos de la Corporación para hacer el amor de forma indecente. Quiso que la coquetería innata regresara a sus pestañas de odalisca, sin que el brutal cansancio la aplastara.

Se preguntó qué pensarían de su apariencia los demás, si quizás alguien diría las palabras mujer derrotada junto a su nombre.

Se preguntó, con incisiva curiosidad, qué pensaría Gokú.

La repentina seriedad de ese cuestionamiento la hizo reír frente al espejo ¿Qué pensaría Gokú? Pues, él jamás se detendría a considerar algo así. Probablemente si a ella se le concedía el deseo de verse de treinta otra vez él a duras penas lo notaría, más preocupado de cualquier otra tontería.

Eso está bien — le susurró a su reflejo.

No sabía si era cosa de los saiyajin, porque Vegeta tampoco le daba demasiada importancia, pero estaba bien que a él no le importaran esas cosas. Estaba bien no sentirse juzgada ni bajo observación. Estaba bien no peinar su cabello si así lo quería, estaba bien sentirse aceptada sin pero alguno.

Aunque, pensó casi con presunción, tal vez estaría bien volver a usar un poco de rímel en las pestañas desde mañana.

Ya vería.


A un par de habitaciones de distancia, la luz del cuarto de Bra se filtraba por debajo de la puerta delatando su actividad. En el baño de su habitación, mirándose fijamente al espejo, repasaba sus dientes con el cepillo, alcanzando todos los rincones de su boca. Tenía una secreta debilidad por sentir la suavidad de los dientes después de lavarlos.

Pero esta vez otras ideas ocupaban su atención. Y sería mucho más fácil analizarlas si tan solo ese maldito rubor abandonara sus mejillas. Pero es que, maldita sea, era imposible no enrojecer cada vez que pensaba en lo cerca que había estado de Gokú. Peor aún, en lo mucho más cerca que quería estar de él.

Se sentía, sin duda, agradecida hacia él por toda la contención y apoyo que le había dado a su modo, sin contar el que la tomara como discípula, cosa que no estaba obligado a hacer. Pero esto era distinto; era algo que venía cuestionándose hace un tiempo y que no había querido detenerse a pensar.

Pero de tanto darle vueltas al tema había llegado a una sola e irrevocable conclusión: Gokú era atractivo. Y mucho.

No sabía si podía atribuírselo a algo en el legado de su sangre, considerando que Gokú era de los pocos saiyajin que conocía que no estuvieran emparentados con ella, pero tuvo el presentimiento de que así era, porque no podía ser normal esa urgente necesidad que no la abandonaba y que ninguna caricia había logrado sofocar del todo.

Gokú era torpe y había algo dulce bajo todo ese despiste, pero ella había tenido la oportunidad de conocer otra faceta suya, una que consideraba secreta y guardaba como algo preciado.

Bra había visto despertar su lado animal en los entrenamientos. Apostaría que era un cambio casi físico; su mirada se afilaba buscando algún punto débil en el contrincante y una sonrisa satisfecha e irónica se posesionaba de su gesto. Su ingenuidad era reemplazada por una amenazante cautela. Era una de las razones por las que Bra se esmeraba en ser más fuerte cada día; entre más batalla pudiera oponerle, más podría ver de ese lado salvaje.

Más se convertiría él en un saiyajin.

El guerrero latía con despiadada cercanía bajo la sonrisa infantil, durmiente en espera de una provocación. Y eso es lo que ella quería; provocarlo y llevarlo al límite. Quería ser su oponente en esa y todas las lides.

Bra quería sacar a Gokú de sus casillas y serenidad, para obligarlo a sentir por ella ese mismo deseo de abatirla, de someterla bajo su poder.

Escupió con fuerza y se enjuagó la boca antes de volver a cepillarse, de forma casi obsesiva.

Gokú era atractivo. Eso era algo que saltaba a la vista; omitiendo su torpeza, había algo felino en la forma en que se movía al luchar, algo de predador temible que la seducía inconscientemente y la empujaba hacia él, que dominaba el escenario con aire de colonizador despiadado.

Y, si se permitía ser frívola, tampoco podía negar lo que saltaba a la vista: cada parte de su cuerpo estaba perfectamente definida, no había un solo músculo descuidado, todo era pura fibra y tendones. La superficie lisa y marcada de su pecho que podía adivinar por encima de la ropa era algo que quería tocar, sin dudas.

Y si bien Gokú no tenía un rostro especialmente bonito, sino más bien tosco en sus rasgos, todo era compensado por la profunda oscuridad de sus ojos. Ya fuera en su faceta infantil o en pleno combate, esos eran unos ojos oscuros que tenían atrapada a Bra desde lo más hondo.

Al menos, así era en las fantasías que se había inventado en el último tiempo en la soledad de su cama: Gokú no dejaba de verla con esos ojos terribles cada vez que se perdía en ella.

La primera vez que lo imaginó se sintió culpable e ideó decenas de excusas después para justificar su comportamiento, que iban desde el estrés por la situación en su casa, hasta la tristeza de haber perdido a su papá. Se dijo que requería un consuelo y había dado con ese.

Sin embargo, en lo más lúcido de su ser, sabía muy bien que no era casual que fueran las manos de Gokú las que reemplazaban a las suyas al cerrar los ojos a medida que se dejaba perder en el terreno suave y secreto de sus propias caricias.

Estaba encadenada a esa sensación que había alcanzado a través de concebir la imagen de Gokú. Tocar, gemir y desplomarse susurrando su nombre muy bajito se había vuelto un hábito del que renegaría en voz alta.

Cómo parar, si no podía quitarse el yugo de la atracción que sentía por su piel, marcada por tantas cicatrices. Las ganas de hundir las manos entre su pelo y jalar, acariciar y arañar. Quería tener con él un combate como sólo podía ser en fantasías y tenía la impresión, con un alto grado de certeza, de que él podía convertirlo en realidad.

Volvió a enjuagarse, pero esta vez también se lavó la cara con agua muy fría. Tal vez así pudiera ordenar un poco sus ideas.

La verdad era que, aunque se sintiera secretamente avergonzada de ello, Bra nunca había tenido relaciones. Era, en el más literal de los sentidos, virgen.

Se avergonzaba de ello porque, si bien a sus diecisiete años no era algo demasiado extraño, por las bromas que antes había escuchado de Goten y su hermano, al parecer ellos a esa edad ya no lo eran. Nunca le había preguntado a su mamá sobre eso, pero sabía que a su edad ella ya era novia de Yamcha y conociéndola como lo hacía, dudaba mucho que se conformara con paseos de la mano. Una vez quiso averiguarlo de Mai, pero su reacción fue de tal vergüenza, que prefirió no seguir indagando. Vegeta ni siquiera era una opción.

Pan, por su lado, tampoco tenía experiencia en ese campo, sin embargo, tal como le había mostrado en los mensajes que le enseñó en su teléfono durante la ceremonia, al parecer estaba muy cerca de concretar una secreta relación con el antiguo aprendiz de Gokú, ese pobre muchacho que la había seguido y esperado desde hacía años.

Hace tiempo ya que los coqueteos entre Ubb y su amiga se habían vuelto más que evidentes para todos, por más que ellos se avergonzaran. Pan era infantil en ese sentido, pero si ella y Ubb empezaban a salir de manera formal, seguramente no pasaría mucho tiempo antes de que la aventajara.

Dado que en realidad nunca se había sentido atraída por alguno de sus compañeros en el instituto, y que su enamoramiento por Goten había sido más platónico que otra cosa, su experiencia en lo sexual se reducía a un par de malos videos que había encontrado en internet y que, lejos de provocarle algo, le habían parecido ridículos y falsos. Ni siquiera ella, que era una saiyajin medianamente entrenada y que tenía un excelente estado físico, podría estar cómoda en esas ridículas posiciones. Los cuerpos de los actores le parecían desproporcionados y los gritos exagerados, aunque le sirvieron para entender la mecánica del asunto.

Así que, avergonzada de preguntar a su familia, buscó otra vía de información alejándose de la pornografía. Lo abordó desde un punto de vista más técnico, queriendo aprender sobre su propio cuerpo, así que terminó en reportes más bien anatómicos que tampoco servían mucho para sus propósitos.

Rendida en la búsqueda, decidió que, como todo en la vida, no había mejor enseñanza que la que daba la práctica y que, si algún día quería tener sexo con alguien, primero necesitaba conocerse ella misma y saber qué le gustaba y qué no.

Pero claro, del dicho al hecho hay un trecho difícil de recorrer. Con timidez y torpeza había empezado a explorar sus rincones más íntimos, esos que en alguna otra etapa le avergonzaban y había preferido ignorar. Así, a punta de ensayo y error descubrió lo que realmente había tras la palabra masturbación que el diccionario pobremente definía de una forma totalmente alejada a la realidad, pues no existía entre esas palabras nada que se acercara a la sensación que ella sentía.

Y hasta ahí estaba bien. Nunca había sentido ese impulso de querer acostarse de manera puntual con alguien, mucho menos que fuese algo urgente. En realidad, era bastante tímida al respecto.

Nunca se había sentido así hasta hace un mes atrás, después que el roce de las sábanas de su cama le molestara la primera vez que acusó la ausencia del peso de Gokú sobre ella. Sólo entonces sintió esa ansiedad por tocar a otro.

Se miró con decisión en el espejo. El reflejo le ofrecía una mirada resuelta, como si acabase de acepar un desafío.

Lo quería y lo tendría.

¿Pero cómo? No tenía idea de cómo se hacía pues nunca antes se había propuesto seducir a alguien en realidad, y no es que la nula conexión de Gokú con lo que pasaba frente a sus ojos ayudara mucho. Sólo una vez tuvo la idea de pasearse delante de Goten con una falda desfachatadamente corta y detenerse muy casualmente frente a él con raras contorsiones que, según la revista que circulaba entre sus compañeras, harían resaltar sus inexistentes curvas. La idea fue rápidamente suprimida por el casi infarto que sufrió Vegeta al verla. A los gritos la mandó a ponerse algo que, al menos, le cubriese el trasero, sin que Goten alcanzara de enterarse de la fatal técnica de seducción en que iba a caer.

El recuerdo la hizo sonreír, sabiendo que estaba decidida a hacer algo que haría enfermar a su papá, pero, esta vez, él no estaría allí para detenerla.


Junto con el amanecer del nuevo día, los corazones de Bulma y Bra estaban colmados ante la perspectiva del desafío: Bulma se había propuesto a sí misma sonreír, trabajar, conversar. Recuperar la alegría y seguir poniéndole el hombro a la vida. Bra, por otro lado, estaba decidida a seducir a Gokú y a que toda la escasa atención del guerrero se enfocara sólo en ella.

Lo necesitaba, en ese y todos los sentidos, porque tenía la desesperada sensación de que era lo único que le iba quedando.

Para lograr su objetivo, Bra echó mano de la única desastrosa experiencia que había intentado en esos derroteros de jugar a la seducción. Se levantó muy temprano a desayunar antes que nadie lo hiciera. Era domingo, y si quería que sus planes funcionaran, tenía que evitar el contacto con su mamá y Trunks, que de seguro andarían por la casa al ser día de descanso.

Las diez de la mañana se había convertido en la hora crucial; era ese el momento en que habían fijado el inicio de su entrenamiento, y sería esa la hora en la que vería a Gokú religiosamente en la entrada de la cámara de gravedad. Al principio, al guerrero le había costado un mundo habituase a tener un horario y una forma tan sistemática de hacer las cosas, pero con el paso de los días comprendió que era mucho más fácil lidiar con Bra si se mantenía dentro de un esquema cumpliendo algunas sencillas reglas, como los horarios de entrenamiento.

Por más que Bra se burlara de la rigidez de Trunks, lo cierto es que encontraba un secreto sosiego en la estructura y el orden. La sensación de control la mantenía en calma.

Así que, inmóvil en su empeño de mantener un horario estricto para entrenar, había programado un alarma para que sonara cada día en la habitación de Gokú con el suficiente tiempo para que desayunara algo y se lavara la cara antes de encontrarse con ella. Esa era otra regla que Bra había establecido entre ambos; la higiene personal era todo un tema para ella.

Entre risas, Gokú le había comentado que era como escuchar a Milk otra vez, obligándolo a lavarse antes de meterse en la cama.

Sorprendentemente, él lograba cumplir de una forma bastante decente con el horario. Después de todo, la abstinencia de no tener con quien entrenar era peor que levantarse temprano.

Así era como, faltando solo unos minutos para las diez, Bra se debatía frente al espejo de su habitación, dudando en el último minuto de lo astuto de su plan.

La verdad es que no era nada tan elaborado: dado que cada hormona de su cuerpo se encontraba enloquecida desde un tiempo atrás por la necesidad de tener cerca a Gokú, supuso que él no podía simplemente vivir indiferente a ese hecho. Era un torpe rematado, sí, pero no por eso dejaba de ser un hombre.

En esa frágil suposición se sostenía el delicado equilibrio de su idea.

Bra acostumbraba vestir un antiguo traje de entrenamiento de Vegeta para luchar. Era un traje de combate cómodo y práctico, de un material resistente que, aunque estaba algo gastado por el tiempo, seguía manteniendo la necesaria flexibilidad que requerían sus movimientos, además de proteger zonas claves. Un traje negro de cuerpo entero que se pegaba como una segunda piel y que ella solía usar con camisetas o pantalones.

De acuerdo con sus planes, por esta vez el traje había sido reemplazado por un conjunto deportivo ridículamente poco práctico, más apropiado para esas personas que salían a correr por el vecindario con el objetivo de que todos se enteraran de lo bien tonificados que estaban sus cuerpos, más que ponerse en forma realmente.

Una volátil camiseta de una tela demasiado liviana para usarse por sí sola que le cubría por encima del ombligo y sus pantalones deportivos ajustados de siempre. Era algo sutil, pero diferente.

Apostaría por el truco más antiguo de todos; la sensualidad de la piel y sus curvas, lamentosas al lado de otras mujeres, pero en las que confiaba plenamente. Lo suyo era más el músculo; poco busto y brazos fuertes junto con un abdomen plano que le gustarían se viera más suave, pero estaba segura de que habría de bastar.

Dejó caer su larga cabellera fuera de la coleta que usaba para entrenar con mayor comodidad. Por un instante se sintió igual que las mujeres patéticas de las que se burlaba por convertirse a sí mismas en aparadores luminosos para los ojos ajenos y estuvo a un paso de dar marcha atrás, pero no se detuvo a considerarlo demasiado, segura de que si lo hacía, se arrepentiría.

El pitido de su alarma le dio el vamos a la misión más grande que había tenido sobre la espalda en su vida. De ahora en más, las cartas estarían echadas sobre la mesa.

¡Ya era hora, Bra! Esta vez no empezaremos tarde por culpa mía fue lo primero que Gokú le soltó cuando la vio entrar a la cámara, al tiempo que hacía estiramientos en el suelo.

De pie frente a él, soltando los músculos de brazos y hombros, Bra le respondió con soberbia que lo había hecho para que supiera lo que se sentía cuándo él la dejaba esperando, en castigo por la ausencia del día anterior.

Aunque actuaba como siempre, el leve titubeo en sus acciones delataba su nerviosismo. De pronto insegura, estuvo tentada a dar media vuelta y abandonar el plan. Estaba en realidad incómoda y a la expectativa de la reacción de su maestro, pero Gokú no había dicho palabra alguna sobre su aspecto.

Bien, entonces ¡empecemos! — avisó él lanzándose al ataque sin más trámite.

El entrenamiento fue un desastre de tal magnitud que lo que se suponía sería una doble sesión terminó poco antes de completar tres cuartos de hora.

Bra, como nunca, se movía torpe y con lentitud. No lograba conectar ningún puñetazo, aun cuando Gokú no se había transformado para luchar. Preocupada de que su pequeño juego de seducción revelara algo más de lo pensado, pasó gran parte del tiempo pendiente de que la tela poco práctica que se suponía era un top deportivo no se moviera de su sitio. Al dejar descubierto el vientre, una quemadura producto de una ráfaga de energía le escocía cerca de las costillas, lo que no habría pasado jamás de llevar puesto su traje de siempre.

Con los tirantes resbalando a cada rato por sus hombros apenas sí era capaz de seguirle el paso a Gokú, a quien además perdía de vista fácilmente, pues el pelo suelto tendía a irse sobre su cara cada vez que se movía.

Ese encuentro que ella había planificado como una danza sensual en que lo cautivaría con sus movimientos felinos y poca ropa, terminó siendo un completo fiasco. Incómoda por la vestimenta y enojada por no haber dado siquiera una pelea digna, estaba frustrada y agotada.

Cuando Gokú se detuvo tras darse cuenta de que algo iba mal y preguntarle si se encontraba enferma, Bra decidió cambiar el curso de su táctica. Le dijo que había pasado mala noche y no se sentía muy bien y que mejor lo dejaran por hoy.

Le pidió que apagara la gravedad y le acercara una botella de agua del estante debajo de panel de control. No podía fallar. Era un clásico que había visto tantas veces en películas y videos musicales que estaba segura era una fórmula probada.

Concluyó que Gokú tenía una capacidad de atención unidimensional y que si estaba enfocado en luchar, entonces no habría de notar nada más a su alrededor, lo que incluía su despampanante presencia.

Una vez que lo tuvo sentado al frente, bebiendo de una botella él también y preguntándole si quizás se había enfermado por algo que había comido en Paoz el día anterior, Bra, con un gesto de cuidada torpeza, dejó caer parte del contenido de su botella sobre sí misma.

Con la tela pegada al cuerpo, transparentando el sujetador que estaba usando y la completa atención de Gokú, celebró anticipándose al gran momento.

Burlándose de su propia torpeza mientras trataba de sacudirse el agua de encima recordando las contorsiones de la antigua revista de sus compañeras, se inclinó hacia él unos centímetros.

Gokú, sin quitarle la vista de encima con gesto pensativo, en lo que ella interpretó como una mirada con segundas intenciones, se inclinó hacia adelante, acechándola. Bra entrecerró los ojos saboreando su triunfo, con una corriente eléctrica recorriendo cada centímetro de su piel. A cada segundo lo sentía más cerca, hasta que el toque tan ansiado de esa mano que había estado esperando se dejó caer sobre su frente.

Me parece que no tienes fiebre, Bra, pero si estás enferma, entonces no es bueno que te quedes así. Podría tratarse de un resfriado. Si quieres ve a ponerte algo seco y seguimos entrenando luego.

Bra retorció su imaginación a todo lo que daba, pero siempre había un límite. Allí no había ninguna mirada lasciva ni prueba irrefutable de que Gokú había caído rendido antes su subversiva feminidad.

Cayendo de golpe en el atroz ridículo que había hecho, agradeció que él fuera tan torpe como para no haber notado absolutamente nada.

Asintió, se puso de pie y dio media vuelta para ir a cambiarse, como una niña obediente.

¡Ah! Y, Bra, deberías tratar de no quedarte dormida para la próxima. Así tendrías tiempo de ponerte tu traje de entrenamiento. Ese pijama no se ve para nada cómodo para entrenar.

Hasta ahí.

Mortificada por la inhumana vergüenza que abría ante ella un invitador abismo en el piso, le lanzó la botella que aún tenía en la mano con toda la fuerza de la que fue capaz y a los gritos canceló cualquier entrenamiento por el resto del día, acusándolo de imbécil y advirtiéndole que no se le ocurriera cruzarse por su camino hasta que ella decidiera que podía hacerlo.

Airosa y furibunda, Bra abandonó la cámara.

Pobre, pensó Gokú acariciando el área de su cabeza donde la botella había impactado. Seguro se sentía muy mal. Esperaba que la gripe que había contraído no fuera demasiado fuerte.

Sin saber si estaba más herido su corazón o su ego, Bra caminaba ciega de rabia y vergüenza de vuelta su habitación, con tal ímpetu, que no adivinó en su hermano la dureza de piedra con que se estrelló antes de caer al suelo.

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Hace dos horas atrás, Mai estacionaba su motocicleta frente a la entrada del edificio en que funcionaba el taller de Bulma. Tras haberle entregado sus reportes y notas, se sentaron a compartir una taza de café por los buenos tiempos. Había algo maternal en su relación; un entendimiento sin necesidad de muchas palabras. Por eso cuando Mai acarició su mano por encima de la mesa y le preguntó cómo estaba, Bulma le respondió con la mirada: lo estaba intentando. Estaba destrozada, pero se levantaría, era lo que parecía decirle. Mai le sonrió con comprensión y cariño a su mentora, segura de que, en el minuto en que ella necesitara hablar, encontraría las palabas y el momento.

Para intentar subirle el ánimo, rebuscó en su bolso y puso sobre la mesa el tesoro más preciado que traía esta vez: un material natural, de apariencia muy similar al caucho pero de un gris más tornasolado, que Bulma observó con curiosidad.

¡Es impresionante, Bulma! Lo extraen de unas minas subterráneas de Kajtrán, un pueblo pequeño de oriente. Me encontré con esto en el puesto de un vendedor de baratijas en medio de una feria. Me llamó la atención, así que pregunté qué era.

El vendedor lo nombró como "kishan" y me dijo que lo usaban para cocinar. Es un país muy pobre y no tiene las comodidades que tenemos aquí, de hecho, todo es bastante rudimentario. Le pedí que me enseñara a utilizarlo y fue impresionante. El hombre encendió fuego en un brasero y cortó un pedazo de esto, casi de este tamaño graficó ella tomando el más pequeño de los pedazos de la amorfa masa gris — Luego, lo estiró como si fuera una pasta hasta que quedó plano, como un plato, y lo puso sobre las brasas.

Yo estaba impresionada, porque al tocarlo se sentía duro y compacto, sin embargo, él lo moldeó con suma facilidad antes de ponerlo en el fuego.

Bulma comprobó lo que Mai decía. Efectivamente, el kishan se sentía denso al tacto, como un bloque de madera, sin embargo, al aplicar un poco de presión, era posible desprender pedazos de él y estirarlos tal como las masas de modelar con que Bra jugaba de pequeña.

Era, por lo menos, algo interesante.

El vendedor me dijo que con esto hacían múltiples utensilios para todos los usos por lo fácil que era moldearlo y lo firme que era una vez que se aplicaba cierta cantidad de temperatura. Pero entonces vino lo más increíble: Al poner el kishan al calor del fuego, éste no perdió la forma que él le había dado, tampoco cambió su coloración, como debiese ocurrir al ser un metal.

Interesante, dijo Bulma masando el trozo en sus manos. Estaba sin duda impresionada del ingenio de los habitantes ese pueblo, pero no era algo demasiado único, pues otros materiales poseían propiedades similares.

Lo que vino después me costó tanto creerlo, que no estuve convencida de que no se trataba de un truco hasta que compré un trozo y lo probé yo misma.

Sacó un encendedor del bolsillo de su chaqueta y lo acercó al kishan. A medida que pasaban los segundos Bulma temió que provocara un incendio en la mesa del laboratorio que activara los detectores de humo, pero cuando iba a detenerla se fijó en la mirada maravillada de Mai.

No había humo saliendo del kishan, ni tampoco señales de que el mesón estuviese sufriendo daño alguno, aunque Mai seguía aplicando calor.

Entonces, miró a Bulma con la expresión cargada de ansiedad.

¡Tócalo!

Insegura ante la perspectiva de sufrir una severa quemadura, Bulma acercó su mano lentamente.

Impresionante — susurró a media voz, sin salir del aturdimiento ¿Cómo era esto posible?Ella misma había visto cómo Mai aplicaba el fuego directamente.

No sé qué propiedades térmicas tendrá esto, pero es un material capaz de conducir y soportar altas temperaturas sin deformarse ni quemarse, pero manteniéndose frío al tacto.

¡Es increíble, Mai! — Bulma estaba extasiada, maravillada ante lo desconocido. No tenía registros de algún material así — Tal vez haya algo en su composición atómica que convierte la energía térmica en otro tipo, quinésica tal vez, no lo sé. Tendría que analizar una molécula. O tal vez algo reacciona con el oxígeno del entorno y produce esto…

Sin dejar de tocar el pequeño milagro que Mai le ofrecía, la mente de Bulma trabajaba a toda máquina en los mil y un usos que podría darle a un material con propiedades tan excepcionales. Feliz de ver esa sonrisa en su rostro, Mai sintió aliviarse un poco la preocupación.

Después de una ronda más de café y ponerse al día en sus vidas, Mai había salido a dar una vuelta por el jardín inmenso de la Corporación, donde seguro encontraría a sus antiguos compañeros. Si bien ellos habían rejuvenecido también, fue inevitable que adoptaran el estilo de vida que su corazón marcaba. Trunks se reía de ellos porque decía que parecían dos ancianos, sin saber lo cerca que estaba de la realidad.

Sin embargo, en su búsqueda por el jardín, Mai no pensó que se encontraría con alguien más. Aunque no se habían visto ni hablado en meses con Trunks, la conversación del día anterior en Paoz había suavizado un poco los roces. Pero sin la presencia conciliadora de Goten entre ellos, cierta tensión seguía presente. Ya debería acostumbrarse a ello; daba la impresión de que siempre había algo pendiente, que siempre les faltaban las palabras para decirse todo. Los suyo era algo siempre a medias

¿Y bien? ¿Le trajiste algo interesante a mamá?

¡La hubieras visto! — Mai sonrió divertida — Parecía una niña con un juguete nuevo.

Trunks caminaba a su lado sin sacar las manos de los bolsillos y con un aire distraído. Se veía cansado, pero lo que más preocupaba a Mai era otra cosa; algo trascendental había cambiado. Su arrogancia tan deslumbrante se había trastocado en un rictus de serena amargura que enmascaraba más, mucho más de lo que se veía.

Sabes, Trunks, estuve hablando con Goten ayer y hay algo que me preocupa respecto a ti…

¿Qué te dijo ahora esa vieja chismosa? — preguntó él con tedio en la voz.

Ella lo miró con tristeza. Desde que era un crío, Trunks tenía una arrogante vanidad que arrasaba con todos, imposible de resistir. Desde su forma de moverse, de pelear y hasta de mirar. Tenía una forma especial de observarte que te hacía sentir en falta, hasta inferior si no lo conocías y lo encontrabas por primera vez. Tenía una forma de dominar a los demás difícil de explicar, porque te veías inevitablemente atraído hacia él, hasta un punto sin retorno.

Mientras Goten era de esos animales que rezongaban despreocupados al sol, él era de los que te atarían hacia su trampa con sus colores llamativos y vibrantes. Uno era presa y el otro cazador. Trunks era peligroso y ella podía entender lo atractivo que eso era, pues también había sido deslumbrada en algún momento.

Sin embargo, ese encanto de temer ahora parecía muy lejano, porque era un peligro diferente el que emanaba de él. Trunks parecía haber mutado en otra cosa, incluso sus movimientos; parecía advertirle a todo el mudo que lo mejor era mantener la distancia, ¿pero de qué? ¿de su casa, de su familia? ¿De él mismo?

Tenía un aura de solapada amenaza que podría haber rivalizado con la de Vegeta, con la sola y significativa diferencia de que había un dejo de angustia en él, en comparación al aire sobreprotector que Vegeta ostentaba sin perjuicio de lo irascible de su alma.

Trunks estaba a medio camino, deambulando demasiado cerca de perderse. O, al menos, así se lo haba dicho Goten, preocupado como pocas veces ella lo había visto.

Asimismo, parecía que Trunks estaba bebiendo más de lo que acostumbraba. Eso también se lo había comentado Goten.

Trunks, ¿hay algo de lo que quieras hablar? Desahogarse siempre ayuda a llevar mejor los momentos difíciles. Quizás no soy la indicada, pero quisiera que contaras también conmigo.

En ese punto de la conversación ya habían alcanzado la puerta de la cocina que se conectaba con el jardín. Mai agradeció la sombra que los cobijaba bajo el techo, pues así podía estudiarlo más en profundidad, sin perder detalle de su gesto, pues era más lo que decían los ojos de Trunks que sus palabras. Siempre había sido así. Agradecidos también del frescor, Pilaf y Shuu, que los acompañaban en ese paseo a algunos metros de distancia, entraron a la casa tras ellos.

Me parece, Mai, que tienes toda la razón — le dijo con una frialdad que resultaba dolorosa — No eres quién para venir a hacerme estas preguntas, además, creo que ya es un poco tarde para …

Ninguno de los dos estaba concentrado en lo que pasaba a su alrededor, así que no hubo forma de precaver el impacto. Trunks y Bra colisionaron sin que hubiese forma de haberlo evitado.

Sólo cuando Mai se agachó junto a ella a preguntarle si se encontraba bien, la humillada princesa fue consciente de lo que había pasado, pues iba demasiado perdida en su dolorosa rabieta. Al levantar la vista, la imagen de su hermano de pie a su lado, Mai frente a ella y Pilaf junto a Shu unos pasos más allá, todos en coro observándola con atención mientras ella se deshacía en humillación, la hizo dar un puñetazo al suelo, rompiendo de paso la cerámica a su lado.

Bra, ¿te encuentras bien? — Le preguntó Mai reculando unos centímetros por la sorpresa del golpe.

Mai… hola — saludó de mala gana mientras se ponía de pie con ayuda de Trunks — No sabía que estabas aquí.

Mai le sonrió de forma dulce, pues le tenía gran cariño. La conocía de toda la vida y había ayudado a cuidarla de pequeña. Durante años vivieron bajo el mismo techo y se sentaron a la misma mesa. Era una especie de hermanita menor para ella.

¿Qué pasa, Bra? ¿Por qué tan distraída? — inquirió Trunks con extrañeza.

Bra bufó al límite de su paciencia.

Nada que te importe, Trunks.

Titubeando, Mai tomó la palabra antes de que Trunks pudiera responderle. Conocía de sobra hasta dónde podía llegar un altercado entre ambos.

Bra, perdona que te diga esto, pero… — le dijo acercándose hasta poder susurrarle al oído en un gesto de pura solidaridad femenina — Algo le pasó a tu camiseta y se te ve todo.

Aun sabiendo que no tenía la culpa de nada, Bra le contestó con una pachotada y un gesto brusco que dejaron a la pobre Mai boqueando sorprendida. Bra pasó como un bólido a su lado, dándole de pasada un empujón a su hermano para quitarlo de su camino.

Se alejó de ellos entre palabrotas más propias de una cantina que de su casa, dejándolos a todos en catatónico aturdimiento.

¿Qué fue lo que le dijiste para despertar así al monstruo? — quiso saber Trunks, impresionando de la violencia desmedida que podía percibir en el ki de su hermana.

Mai, pasmada, no supo qué contestarle.

Varios metros más allá, Pilaf y Shuu temblaban detrás de una puerta, con el recuerdo de las rabietas infantiles de Bra demasiado presente.

...


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Palabras de la autora:

Un cariñoso ¡hola! a quien esté leyendo del otro lado. Dejo por aquí un nuevo capítulo de esta historia que tanto amo. Esta vez pasaron varias cosas respecto de varios personajes, espero no se hayan agobiado demasiado por eso, pero aquí quiero contar más de una historia. Sé que dije que hablaría algo sobre Goten, pero la extensión del capítulo en word me pareció demasiada, así que queda para el próximo (música de misterio).

Estas semanas llegaron algunos nuevos favs y follows, además de rws de Rafarikudou y un Guest, que aprovecho de agradecer. Espero de verdad que les guste la historia.

Necesito tomarme un espacio para decir algo a las siguientes personas: Amapol, Chippe, AnneBrief7 y Annita. Seguro Anna ya vio lo que puse en Facebook hace un tiempo, pero como no a todas las tengo allí quiero decirles esto: GRACIAS INFINITAS. Gracias por seguir aquí, por leer, por la paciencia, por interesarse en la trama, en estos personajes que tanto quiero.

Conversando hace un tiempo con la diosa de diosas, Schala, comentábamos que esas personas que siguen ahí pese a que una se demore en actualizar son, finalmente, una parte enorme de la motivación para seguir escribiendo. El que hayan estado antes, y hayan vuelto a estar en el capítulo anterior es una cosa que me emociona mucho. Soy re sensible y llorona, pero sincera; muchísimas gracias por sus comentarios. A veces me falta el tiempo para responder cada uno como quisiera, pero que sepan que leí cada palabra y fui corriendo a mostrárselos a mi mejor amiga toda emocionada.

Sin importar que hoy o mañana dejen de leer este fic, tengan la seguridad de que mi agradecimiento y cariño se quedan con ustedes.

¡Un abrazo a quien pueda pasar a leer!

Pau.