"La Concubina"
Capitulo 1
Disclaimer: Naruto le pertenece a Kishimoto M.
Precaución: Lenguaje y contenido fuerte. Hinata tiene 17 años en la historia, mientras que Madara 27.
Sumario: 'Él le hará una propuesta, que ella no podrá rechazar.' [AU], mundo ninja en tiempos medievales. Madara/Hinata. Fic corto de 5 capítulos.
El líder del Clan Uchiha observaba con gran atención al del Clan Hyūga mientras éste firmaba los últimos documentos que sellaban el pacto acordado entre ambos clanes.
—Me alegra que las cosas se hayan resuelto sin mucha dificultad Uchiha —declaró finalmente Hiashi gravemente, marcando la esquina del papel en tinta roja con su sello personal.
—A mi también me da gusto que...— comenzó Madara, pero se sintió interrumpido cuando escuchó un toque suave en la puerta de la oficina del Hyūga.
—¡Adelante! —anunció Hiashi con molestia.
—Di-disculpe la interrupción, chichi-ue, pero Nisshu-obasama me pidió que le si-sirviera el té…—habló dulcemente una chica desde la puerta corrediza que en nada se parecía al Hyūga mayor, excepto por los ojos pálidos característicos de su Clan.
—Le dices a Nisshu-obasama, que cuando tengo invitados importantes no quiero que me interrumpan— le aclaró el padre con severidad.
—Yo-yo lo si-siento mucho, no…
—Espera, ya que estas aquí, — y le indicó con un gesto de manos a que les sirviera.
Madara vio a la niña entrar nerviosamente con la bandeja de bambú, observó de soslayo que la atención de Hiashi sequía en los papeles, y se dedicó a observarla abiertamente.
Era hermosa. Poseía una tez pálida de rasgos finos con un ligero rubor, y el pelo muy negro y largo destellaba reflejos azules cuando algunos rayos de sol colados por la ventana circular incidían en su cabello.
Su mirada se mantenía baja, y a él se le antojaba que lo mirara, pero ella aparentando serenidad e ignorándolo, continuaba con su labor de colocar las tazas a cada ocupante del cuarto. Fue entonces que, cuando ella removió ligeramente la manga de su kimono para que no le estorbara mientras vertía el líquido humeante, descubriendo así algo de su frágil muñeca, a Madara se le ocurrió que ni la puta más codiciada del distrito rojo podría haber hecho algo tan erótico.
Él se movió, chocando con ella accidentalmente. Ella lo vio finalmente, y su carita se puso tan roja que él pensó que le saldrían humo por las orejas. Madara sonrió satisfecho.
—Hyūga, veo que te tenías bien guardado lo mejor de tu clan.
Hiashi frunció el ceño, y sacó la vista de sus papeles para ver que el Uchiha lo miraba con suspicacia.
—Hinata vete —dijo firme.
La niña tembló, y se disculpó con un tartamudeo que a Madara ya se le hacía adorable.
—Co-con permiso.
Una vez fuera, el líder de los Hyūgas continuó:
—Ella no es parte del trato.
—¿Y se puede saber por qué? —preguntó molesto el Uchiha.
—Eso es un asunto privado. Te di mi palabra que daría en matrimonio a tus soldados elegidos lo mejor de mi clan, mujeres con pasados intachables —replicó el Hyūga con fastidio.
—Y yo a ti. ¿Pero que puede tener tan tachable tu hija? —porque a Madara sí que le gustaba meter el dedo hasta lo último.
—Mi hija Hinata fue deshonrada, y eso es algo que no voy a discutir contigo, —respondió cortante Hiashi ya irritado, dando fin al asunto.
Ahhh, ya se imaginaba él algo semejante. No por nada la tenía bien escondida, con lo linda y rica que está.
Era una pena, pensó el hombre, a Itachi seguramente le hubiese gustado la niña, y se preguntó con curiosidad, quién habría tenido los cojones de aprovecharse de la hija del alto líder del Clan Hyūga.
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A Madara aquel tema lo había dejado algo vejado. A pesar de la lujuria con que la había vacilado –ni que fuera un santo –a él jamás se le habría ocurrido desprestigiarla. Su propio Clan tenía leyes bien estrictas respecto a jovencitas solteras, y ay de quien se atreviera a una falta de respeto con una doncella Uchiha.
Estaba acostado en el futón de la habitación de huéspedes que se le había asignado, mientras apreciaba las nalgas de una sirvienta Hyūga.
—Dime Natsu, ¿qué hay con la hija de Hiashi?
—¿A qué se refiere Uchiha-sama? —respondió sumisa la mujer, semidesnuda, mientras doblaba unas sábanas.
El la agarró súbito por la cola, —no te hagas la ingenua conmigo Natsu —y la sujetó por la cintura, pegándole la espalda a su pecho fornido y desnudo.
—De-de veras no sé...Uchiha-sama, —gimió de placer, y él se dedicó a toquetearle la entrepierna.
—A que si sabes… ustedes tienen ojos que lo ven todo.
—Ahh...a Hiaahh-shi sama, no le gusta que se ha-ah-ble de eso, —gimoteó quejumbrosa.
El la soltó, y ella se quejó.
—¡Espera! ¿Me prometes que no dirás nada? —le dijo melosa. Se había excitado y la habían dejado a medias.
—¿Me viste cara de chismoso? —dijo molesto.
—No no, es que...Hikaru-sama, el padre de Hiashi-sama... — ella suspiró con tedio, —tiene demencia senil. Un día se imaginó en su locura que la niña era su esposa… dicen que es la imagen viva de la difunta, y se aprovechó de la pobrecita… nada, que no le hizo mucho. Qué tanto le iba a hacer ese viejo loco con erección disfuncional. Pero la manoseó y la dejó sangrando y traumatizada… Así habrá tratado a la difunta esposa, —comentó para sí con un escalofrío.
Natsu sí que era una cotilla, Madara no pensó que iba a obtener tantos detalles.
—Aaah... y ¿qué piensa hacer Hiashi con ella?
—No sé, pero creo que ni él mismo lo sabe… Aunque no lo demuestre mucho, él la quiere. Por eso no se la ha dado a ningún viejo verde, y mira que ya varios de la casa principal se la han pedido.
Madara se recostó en el futón, pensativo.
—¿Porque me pregunta Uchiha-sama...acaso le gusta la niña Hinata?
—¿Te pondrías celosa si te digo que sí? —respondió, le gustaba ser cabrón.
—Claro que no, la niña es muy hermosa. Todos podemos apreciarlo...es que, aquí todos la queremos. Me refiero a la rama secundaria, ella es muy bondadosa con nosotros... solo quiero pedirle que no le dé problemas.
El Uchiha la agarró fuerte y se la acopló encima, le subió la yukata mal puesta y se bajó los pantalones. La mujer lo montó, y comenzó a mecerse sobre él, ya acostumbrada a los deseos rudos del hombre bajo ella.
—Y dime Natsu, que veo que te gusta acaballar mucho este Uchiha, ¿que acaso aquí los Hyūgas no tienen verga que valga? —ronroneó Madara, ayudándole a bambolear con fuerzas las caderas de la mujer sobre él.
—Ah-ah-ah-ah...no se crea cosas Madara-sama...— jadeó la mujer arrebatada de placer.
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Los preparativos de las bodas estaban ultimados. Las seis bodas acordadas ocurrirían al día siguiente en la residencia Hyūga. Tres jovencitas Uchiha con tres hombres Hyūga, y viceversa.
A Madara le dio algo de pena con las chicas de su Clan. Si Natsu era a tener cuenta, los Hyūga eran bien malos en la cama. Pero bueno, a decir verdad a el que más le daba. Lo que le interesaba era el acuerdo de paz que se había pactado entre ambos clanes. Aquello le proporcionaría la estabilidad necesaria para establecer su clan como uno de prestigio en la tierra del fuego.
Por otro lado, no se sacaba a la niña Hyūga de la cabeza, ni siquiera con las dura folladas que le daba a Natsu. La había visto un par de veces más en los días sucesivos, pero ella poseía una habilidad increíble de escurrirse y evitar pasar por su lado. Al parecer la había intimidado bastante aquella tarde en que la conoció, y sonrió con sorna.
Caminaba silencioso por un pasillo que daba a un jardín interior, cuando escuchó una voz femenina quejarse.
—Por favor, Tokuma-san, suélteme, —él la reconoció enseguida.
—No hasta que me digas que sí, —escuchó la voz forzada de un joven.
—Yo ya le di-dije que no, por favor Tokuma-san…
—Que no entiendes que nadie te querrá como yo te quiero, si decides ser mi mujer, yo te protegeré y…—Madara entrecerró los ojos cabreado, parado frente a la puerta de donde provenían las voces.
—A mi nada me protege en este clan, pero si usted no me suelta, yo gritaré. Yo no quiero ser su mujerzuela, —él se sintió orgulloso de ella, y con las mismas abrió de un portazo la frágil puerta corrediza.
Ambos jóvenes saltaron del susto, y el Uchiha la vio sentada en el piso, recostada contra un armario, asustada, mientras que el hombre arrodillado frente a ella la tenía agarrada por los hombros, acosándola.
—Piérdete, —ordenó sin titubeo.
El joven, molesto de haber sido interrumpido, se levantó diciéndole:
—¿A usted que le importa? Le recomiendo que se…
No pudo continuar. Madara sin mucha afectación, ni esfuerzo, lo agarró del cuello de la yukata, lo arrastró unos pasos y lo tiró fuera al pequeño jardín, como si de un perro se tratara.
—No me gusta repetirme dos veces. Y te aconsejo que te largues, si no quieres que esto se ponga feo ahora mismo.
—Uchiha-sama, por favor, eso no es necesario, yo…
Él la hizo callar con un gesto, y se viró hacia el joven con suma calma, arqueando una ceja en reto. Este lo miraba furioso, sucio de tierra y plantas, aun caído en el vergel. Madara lo vio pararse y marcharse con la dignidad Hyūga herida, balbuceando maldiciones.
—No-no tenía que hacer eso… gracias, —dijo finalmente la muchachita con un hilo de voz, una vez que el joven Hyūga había desaparecido, y dándole la espalda para sacar unas herramientas de jardinería del armario donde hacía unos momentos la tenían acorralada.
—¿Y esto, es todos los días? —cuestionó disgustado, pero la chica enfocándose con sus cosas, trató de ignorarlo. Sin embargo, al Uchiha nadie lo ignoraba.
—Te hice una pregunta Hinata, —le advirtió, y ella tembló.
—No… bueno si...no, a veces.
—Entonces sí, ¿quieres que le dé una paliza? — sonrió socarrón.
—¡NO! Por favor, no tiene que hacer eso, — le respondió alarmada, aun sin poder mirarle a los ojos.
El hombre se acercó y se arrodilló frente a ella.
—¿Qué haces? —preguntó curioso.
—Estoy buscando unas tijeras de podar… sé que las puse por aquí, pero no las encuentro —la chica, hecha un manojo de nervios, no se daba cuenta que las tenía frente a ella.
—¿Te doy miedo? — le preguntó con descaro, sabiendo la respuesta.
No ayudó cuando le sujetó un mechón de pelos y se lo llevó al rostro, inhalando su aroma. Su cabello olía al mismo cielo.
—¿Qué edad tienes, Hinata?
—Diecisiete...cumplo dieciocho en unos meses Uchiha-sama... ¿qué es lo que usted desea de mí?
Y Madara sonrió satisfecho, gustándole mucho su pequeña muestra de arrojo. Eso significaba que no estaba del todo rota.
—Seré directo contigo Hyūga Hinata, me gustas. Me gustas mucho. Si no estuviera casado te haría mi esposa.
Ella miró al suelo, y él advirtió como los hombros se le caían y una lágrima rodaba por su hermoso rostro.
—¿Us-usted también desea que yo sea su mujerzuela…? —preguntó completamente descorazonada, tan bajito que él apenas pudo escucharla, si no fuera por lo afinado que tenía aquel sentido.
—Para nada Hinata. Quiero que seas mi concubina.
Él quiso acariciarle el rostro, pero ella se apartó. El respiró hondo y continuó:
—Por lo que puedo ver, aquí no respetan a Hiashi. Te tratan como un trapo y tu familia es tan chapada a la antigua que no pueden dejar pasar por visto lo que te hizo el viejo. Créeme Hinata, que me hubiera casado contigo, pase lo que haya pasado, pero mi estatus es algo que no puedo cambiar. Tu padre no sabe qué hacer contigo, y lo más probable es que te dé como mujerzuela a algún amigo, cuando se quede sin posibilidades, en un futuro, quizás no tan lejano...
—Mi proposición es que seas mi concubina, no mi puta. Tendrás tu propia casa, en el reparto Uchiha, con las comodidades que desees, podrás decorarla y hacer lo que gustes del jardín. Podrás tener tu vida, separada de la de mi esposa y serás respetada, como mujer legitima del líder de mi clan.
Hinata miró desconcertada al hombre frente a ella, como si lo viera por primera vez.
—¿Usted...qué edad tiene Uchiha-sama? —preguntó finalmente, temblorosa.
—Tengo veintisiete.
—Ah...pensé que era mayor, —dijo ella con sinceridad.
—¿Que acaso tengo cara de viejo? —pregunto burlón.
Ella pensando que lo había ofendido, negó con insistencia.
—No no no, es que, usted se ve siempre tan...serio, —y ella miró sonrojada sus manos.
—Bueno, eso es conveniente en batalla.
—Es cierto… ¿porque quiere usted tener una concubina? —preguntó entonces con vacilación, quizás temiendo la respuesta.
—Te dije que me gustas… además, mi esposa no puede tener hijos. No es algo que requiero de ti de inmediato, pero lo deseo.
Sabía que no estaba siendo del todo sincero, pero había cosas muy personales de su vida que él no estaba dispuesto a compartir. Al menos no en ese momento.
—Sé que esto parece repentino, pero no queda mucho tiempo. Mañana son las nupcias y pasado regreso a mis tierras. Tienes hasta mañana… digamos las siete de la noche, para darme una respuesta. Necesitaré el resto de la noche para convencer a Hiashi. Pero por eso tú no te preocupes.
El arrimó su mano a su cara de porcelana, y esta vez ella no lo rechazó. Le acarició el rostro, y los labios, con manos ásperas, pero con toque suave. Y la niña, por primera vez en mucho tiempo, se sintió segura en alguien.
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La fiesta pasó sin muchos contratiempos. Mucha comedera y tomadera de shōchū.
—¡Oye niña, si tú! ¡Trae más botellas de shōchū! —le gritó a Hinata un Uchiha que iba ya pasado del mencionado líquido etílico.
—¡Que viva el shōchū!
—¡Sí!, —sonó un coro.
—¡Kampai!
Hinata miró rápido a sus alrededores, y vio una caja de botellas a un lado. Tomo un par, y se las trajo rápidamente al grupo alcoholizado de Uchihas. No tenía tiempo que perder.
—¿¡Eh!? ¡Pero mira que linda!
—¡Mami cásate conmigo!
— No seas descarado Hikaku, ¡que tú ya estas casado! Pero yo no mamacita, que me dices, ven conmigo.
—¿¡Eeeh!?, Naka, si te coge Nami en esa gracia, te parte pa' arriba y te deja sin pelotas.
Hinata se escurrió, sin que el grupo de hombres lo notara, y prosiguió su camino.
Su padre le había advertido que no la quería en la fiesta. En realidad ella no quería estar allí tampoco, y entendía lo que su padre trataba de prevenir. Así que se mantuvo lo más cautelosa posible, y se escondió en un rincón, debajo de una mesa, esperando el momento adecuado.
Ya se le estaban entumeciendo las piernas, cuando vio que el líder de los Uchihas se levantaba y dirigía hacia los baños.
—¡Uchiha-sama! —lo llamó una vez que él estaba apartado al resto de los asistentes.
Madara detuvo su paso, dándose la vuelta. Ella estaba hecha un estropajo, se le veía que no había dormido bien la noche anterior, y el pelo lo tenía hecho un desorden. Así y todo, Madara pensó se le veía hermosa. Caminó junto a ella y la miró con plena satisfacción reflejada en su rostro. Él ya sabía cuál era su respuesta.
—Uchiha-sama yo...yo quisiera saber si usted requerirá inmediatamente a que yo...que yo...que yo…
—Yo te daré un tiempo a que te acostumbres a mi persona, no te obligaré sin saber que estás lista. Pero si Hinata, eventualmente te haré el amor, —su carita era toda una canción, pero él tampoco le iba a ir con cuentos de hadas. La quería en su cama.
—Yo te prometo que no te lastimaré, conmigo estarás segura, —dijo firme. Y él no rompía sus promesas.
—Uchiha-sama yo...yo acepto, —parecía un tomatico y a él le pareció que era lo más lindo que había visto en mucho tiempo.
Se le aproximó aún más, quedando solo un pie de distancia entre ellos, le tomó la barbilla y la acarició igual como le había hecho el día anterior.
—Alguna vez te han dicho que tienes una piel muy suave...Hinata, —y ella se erizaba cada vez que él decía su nombre.
—Yo...no...nadie...
—¡Hinata! —la niña dio un brinco del susto, y el Uchiha le soltó la barbilla fastidiado.
—Padre, yo…
—Vete a tu cuarto.
—Yo…
—Ahora.
—Hinata, ve, déjame hablar con tu padre. Te dije ayer que yo me encargaría de eso, —Hiashi entrecerró sus ojos y lo miró con desprecio.
—¿Qué pretendes con mi hija? —preguntó furioso.
—Mejor de lo que tu pretendes con ella. Le ofrecí ser mi concubina, y ella ha aceptado.
—Si crees que voy a permitir que tu-
—Yo no pretendo nada, le dejé todo muy claro. ¿Y tú, qué piensas hacer con ella? Te da vergüenza, te rehusaste a que se casara con un familiar mío, y mientras tanto permites que tú misma gente se propase con ella. ¿O es que acaso ella nunca te ha dicho que la acosan cuando está sola?
—Eso no es cierto-
—Yo lo presencié, y si no fuera porque ella estaba allí lo hubiera matado. Hiashi, yo no quiero una pelea por esto. Si lo deseas, puedes mandar un Hyūga mensual, semanal, ¡demonios! diariamente si te viene en gana, y verificas que ella está bien en mi casa. Yo no soy un abusador de mujeres.
Ya se había formado un corito de chismosos a ver cuál era el conflicto armado entre los líderes de los clanes...además, si se ponía la cosa muy fea, rodarán cabezas.
—¡Aquí no ha pasado nada! —anunció con firmeza el Hyūga.
—Uchiha, sígueme a un lugar más privado.
—Está bien...pero primero tengo que mear.
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Hinata estaba llorosa, acostada bajo las fundas de su cama. Ella no quería ser la causa de una discordia, después de tantos años de guerra, finalmente había un acuerdo de paz. Se sintió culpable, pero no sabía qué hacer. Usaba su Byakugan de vez en cuando para verificar que ninguna pelea habría estallado en el salón de fiesta, y se tranquilizó considerablemente al ver a su padre y Uchiha entrar solos a su oficina.
No supo cuánto tiempo pasó, quizás una o dos horas, cuando escuchó un toque firme en su puerta.
—Hinata, es tu padre.
—Pase...chichi-ue.
El hombre lucía tan serio que asustaba. No que Hiashi le hubiera pegado jamás en su vida, pero su padre era intimidante cuando la regañaba.
El sin embargo, se sentó en su futón, algo que nunca había hecho. Y el semblante le cambió, de rígido y severo, a uno de extremo cansancio y vulnerabilidad. A Hinata le pareció en ese momento que su padre había envejecido muchos años.
—Hinata, hija... tenemos que hablar.
Continuará