Con la mente y corazón
por MissKaro
II
Kotoko caminaba muy feliz por el pasillo, abrazando entusiasta su maletín. Sentía que con la ayuda de Irie-kun, los exámenes que concluyó esa semana tendrían grandes resultados, acercándola a su ansiada meta. Le ilusionaba pensar en compartir clase con él, y que le diera la oportunidad de ser su amiga, incluso después permitiéndole tener una cita, donde viera que podía ser una buena chica a la que llamar novia.
Al momento, él había cumplido lo que prometió y le había estado explicando —callaba la voz que repetía era trampa—, y su contacto con él se limitaba a eso. No hablaban de otra cosa que las asignaturas que se le complicaban y él explicaba, aunque eso no empañaba su felicidad. Estaba muy agradecida con él y esperaba ansiosa esos sesenta minutos de los martes, donde podía compartir mesa con Irie-kun, y escuchar su voz acompasada, con la paciencia de enseñarle perfectamente los temas que se le dificultaban.
Sería una pena que no lo vería durante el receso invernal, pero ya en enero continuarían con sus encuentros, donde eran sensei y alumna, una fantasía recurrente en las historias que su madre leía en su tiempo libre. Quizá, con suerte, estando los dos solos…
El sonido de alguien quejándose le hizo salir de sus ensoñaciones y miró que había llegado al borde de las escaleras —y habría caído de no ser por esa persona—. Vio que un chico delgado de copete estaba a mitad de las escaleras y tenía papeles desperdigados a su alrededor, que recogía malhumorado.
Se apresuró a ayudarlo, para que fuese más rápida su tarea.
—Eh, gracias —dijo el chico una vez que terminaron, rascando su nuca.
—No te preocupes, es algo que puede pasar. Me ocurre muchas veces.
Él sonrió, observándola de un modo que la hizo sentir algo incómoda, como si la inspeccionara.
—Sí, sobre todo después de los terribles exámenes que, gracias a Kami-sama, ya acabaron. Aunque saldré mal como siempre.
Kotoko rió y se encogió de hombros. Ella habría estado similar a principios de año, quizá no tan exagerada, pero sí muy asustada y quejumbrosa de los resultados.
—No puede ser tan malo, te aseguro que si estudias un poco más, para la próxima vez saldrás mejor.
—Sí —resopló él—, tú debes ser de las mejores clases.
—Te equivocas, soy del E.
—Ah, yo del F.
Eso lo suponía ella, por su fatalismo, mas no dijo nada.
—Debo de irme, ya verás que debes esforzarte un poco más para estudiar.
Siguió bajando las escaleras para dirigirse a la biblioteca; no dejaría de estudiar ni por tener las vacaciones cerca.
Sería perfecto que Irie-kun estuviera ahí. Solo que no sería así, nunca aparecía los viernes, menos si entrenaba.
Con suerte, si salía minutos antes lo vería. Sí, sí, sí.
[...]
Como si hubiese sido algún designio de los dioses, el día de San Valentín correspondió a ese año en martes, por lo que Kotoko se vio con la mejor de las suertes y de las posibilidades para hacer entrega a Irie-kun de un chocolate, como a las demás personas para las que adquirió.
Su tiempo y sus malas habilidades, que le habrían hecho malgastar ingredientes, la obligaron a comprar los chocolates para sus personas especiales, pero pensaba que el significado era lo que contaba.
Irie-kun podría no considerarla su amiga, más bien una conocida, sólo que para ella él sí era una persona importante, y quería hacerle entrega de un chocolate como a Hitomi y a Watanabe-kun, que se había vuelto un amigo cercano a ella. No era uno para declararse, ni esperar que le respondiera el Día Blanco, únicamente era una demostración de que le importaba, así como un modo de agradecerle que la ayudara, porque hasta el momento él no había hecho petición de alguna cosa.
Gracias a Watanabe-kun había descubierto que él era hijo del dueño de una empresa de videojuegos, Pandai, de la cual ella conocía nombres de sus creaciones, y sabía que su pago no sería una cuestión monetaria.
Se preguntaba qué clase de cosa pediría a cambio, quizá pretendería que fuese su esclava o algo por el estilo, no podía estar segura.
Movió la cabeza y anduvo a prisa, no podía distraerse ahora con eso.
Entró a la biblioteca y divisó a lo lejos a Irie-kun, ya sentado en lugar habitual, por lo que se aproximó y ocupó su puesto junto a él, que estaba concentrado en un libro, como otras veces.
—Hola, Irie-kun —saludó, sonriente.
Él le respondió con un movimiento de cabeza, sin apartar la mirada de su lectura, común en él. Irie-kun esperaba a que extrajera sus cosas para pausar en lo que leía.
Nerviosa, se entretuvo buscando en el interior de su maletín, como si fuera lo más interesante del mundo, hasta que se armó de valor y sacó el chocolate a la vez que sus cuadernos.
—Toma, feliz San Valentín —susurró en voz baja, posicionando el pequeño chocolate frente a él, en la mesa.
Él finalmente cerró su libro y miró atentamente el envoltorio rosa de chocolate, antes de cruzar sus ojos fríos con los suyos.
—No me gusta lo dulce —expresó con desagrado.
—Oh —musitó ella, preguntándose si era mucha suerte que a su amiga y su novio tampoco lo hicieran. —Es chocolate amargo.
Entonces se le ocurrió otra idea, que sus palabras fueran un modo amable de rechazar lo que entregaba.
—Supongo que debes recibir muchos chocolates el día de hoy, y no querrás más —comenzó a parlotear, en un intento de hacer a un lado la decepción—. También le di a Hitomi-chan y Watanabe-kun, no tiene otro significado —explicó. —Y eso que no es ninguna confesión de mi parte —refunfuñó para sí.
—¿Insistirás hasta que lo coja? —inquirió él, con una ceja enarcada.
Ella negó, agitando las manos.
—No, no; no tienes que aceptarlo.
Al mismo tiempo que colocó una mano sobre el chocolate, él también lo hizo, y las puntas de sus dedos se rozaron, haciendo recorrerle un hormiguero por todo su cuerpo.
Se sonrojó.
—Nos estamos retrasando —expuso él, haciendo a un lado el chocolate, obligándola a soltarlo. —¿Qué corresponde al día de hoy?
Ella apartó la mirada de sus dedos y se apresuró a abrir su cuaderno, para no meterse a alguna ensoñación.
Podía sentirse feliz de que aceptara su chocolate, pero no debía apartarse de su meta. Ya por la noche gritaría en compañía de su madre.
[...]
Con la sensación de júbilo que le hacía pensar que alcanzaría el espacio exterior, Kotoko se dirigió corriendo a Hitomi y Watanabe-kun, debajo de un árbol de cerezos en el patio, y se lanzó a los brazos de su mejor amiga.
—¡Estoy en la Clase C!
Hitomi-chan soltó un grito de emoción, porque ambas eran conscientes de lo que eso significaba, dando vueltas junto a ella, de la felicidad, mientras el novio ignorante las observaba con una sonrisa divertida.
Ella se sentía tremendamente contenta de haber avanzado dos clases, ingresando con el puesto setenta y siete del tablero; ese nuevo curso estaría en el 2-C, y si continuaba con su empeño, aunado a mucho más esfuerzo, alcanzaría su ansiada meta del A, y sería posible que en tercer año compartiera clase con Irie-kun.
Estaba muy emocionada.
—¡Estoy tan feliz por ti, Kotoko! —exclamó su amiga, separándose. —Solo un poco más.
—Sí, ¿tú cómo lo has hecho? —preguntó, recordando que no había visto las otras listas buscándola.
—La Clase D.
—¡Es genial! —celebró, abrazando a Hitomi. —Tu esfuerzo y la ayuda de Watanabe-kun han dado buenos frutos.
Su amiga pelinegra asintió, con sus ojos verdes brillando.
—Te felicito también, Aihara —expresó su amigo rubio.
—Gracias, Watanabe-kun. ¿Ya ha llegado Irie-kun? Quiero agradecerle por explicarle y darle mi felicitación porque obtuvo una calificación perfecta.
Watanabe-kun hizo un movimiento de cabeza en forma de negación, pero lo detuvo observando a sus espaldas. —Ah, va llegando.
Ella se giró y vio que, en efecto, él iba caminando con aire indiferente. Verlo ese primer día, aceleró su corazón.
Asintió en despedida a sus amigos y fue al encuentro con el chico del que estaba enamorada, frente al que se detuvo, cortando sus pasos.
—Buenos días, Irie-kun —dijo, con una gran sonrisa.
—Buenos días —contestó él, escuetamente.
—Quiero agradecerte por ayudarme a conseguir entrar a la Clase C.
Por un momento, los ojos de él se abrieron un poco más de lo normal, pero luego recuperó la expresión calmada, y asintió.
—También porque conseguiste una calificación perfecta.
—No me sorprende, es el resultado de haber estudiado —manifestó él encogiendo los hombros, antes de continuar a su destino.
Kotoko frunció el ceño y trató de ir a su paso, para preguntarle sobre ese último hecho, era imposible que saliera tan bien sin estudiar.
—Aihara-san.
Ella tuvo que detenerse y observó a su derecha, donde un chico con cabellos negros engominados, la esperaba.
—¿Sí? —pronunció suavemente, confundida. De reojo, vio que Irie-kun también se había detenido, y observaba al muchacho, que a ella se le hacía levemente familiar.
—Aihara-san, me gustas, y quería saber si aceptarías ser mi novia.
Abrió la boca una y otra vez, asombrada, porque nadie nunca se le había declarado, ni siquiera alguien conocido, y ese chico le acababa de hacer una petición repentina sin saber quién era. Lo observó durante unos segundos, tratando de recordarlo.
—Eh… —Se aclaró la garganta. —Lo siento, ni siquiera sé tu nombre.
Él sonrió afablemente y la pareció que hinchó el pecho. Observó de soslayo, que Irie-kun ponía los ojos en blanco.
—Ikezawa Kinnosuke, de la Clase F.
Con esa referencia, en su cabeza se prendió un foco y a su mente acudió un encuentro en una escalera. Pero lo recordaba más debilucho y no algo musculoso; suponía que desde entonces él había ingresado al gimnasio, o algo por el estilo.
—Ikezawa-san, lo lamento, me siento halagada, pero no te conozco, no puedo aceptarlo. —Desconocía qué más podía decir en una situación como ésa.
Él no se amedrentó y aumentó su sonrisa. —¿Entonces aceptarías salir en una cita conmigo? Para conocerme.
Ella sabía que estaba enamorada de Irie-kun pero nunca se había dado la oportunidad de mirar a otros. Él parecía un chico agradable. Y, por lo menos, debía darle la posibilidad de que fuesen amigos.
Y le daba curiosidad lo que era tener una cita, nunca le habían invitado, no perdía nada. Aunque, sabía que no podría desarrollar sentimientos por él, su voz no le había provocado mariposas en el estómago al escucharle hablar, ni había trascendido en su mente detrás de su primer encuentro, por lo que pensaba que no haría la diferencia en el futuro.
También, ¿no era un poco cruel aceptar cuando era consciente que estaba enamorada de alguien más? Lo adecuado sería negarse, si sus intenciones era que cambiaran sus sentimientos.
¿Ella no quería lo mismo con Irie-kun?
Qué complicado; pero sabía que no podía darle falsas esperanzas a Ikezawa-san, y tal vez debía replantearse si sus esfuerzos serían en vano con Irie-kun, si bien él tenía como argumento la estupidez.
—Yo… —titubeó.
—¿Tan rápido pierdes tus objetivos, Aihara? —inquirió Irie-kun, como si sintiera sus dudas.
Tan pronto como lo dijo, se fue, dejándole a solas con Ikezawa-san, que la miraba expectante.
—Me apena —expuso ella—, pero él me gusta y no tengo interés en otros chicos. Espero que conozcas a alguien mejor para ti.
Ikezawa-san soltó una exhalación. —¿Y podría ser tu amigo, por lo menos?
—¿No sería incómodo para ti?
—Por mí no te preocupes, eres una chica estupenda —aseguró él, sonriendo ampliamente.
Él le agradaba. —Entonces no me molestaría ser tu amiga.
—Te presentaré a mis amigos, también.
[...]
Kotoko comenzaba a comprender por qué las clases A, B y C mostraban menor interés al festival deportivo que se hacía cada año en la preparatoria, especialmente con los exámenes de final de trimestre cerca. Se desaprovechaba tiempo para el estudio teniendo que estar presentes aquel día en la cancha.
No podía negar que pasó por su mente el desear encontrarse estudiando, pero también admitía que un poco de actividades al aire libre harían bien para desestresarse de los asuntos académicos. Un respiro les vendría bien, en especial con lo vigorizante que se tornaba el ambiente con los buenos ánimos de las últimas tres clases, quienes se sentían mayormente entusiastas con los planes para ese día.
Los grupos D, E y F tenían mejores habilidades sociales y deportivas, por lo que podían resaltar en las competencias del festival, en las que se metían de lleno y siempre conseguían los primeros puestos, que no les eran posibles de alcanzar en las pizarras de calificaciones. A ella no le interesó mucho ni el año pasado, puesto que no era sobresaliente en los deportes; si con solo caminar conseguía tropezar.
Se contentaba con salir indemne en la participación de ese año, como el anterior. Le correspondía la carrera simple de cien metros; con que comprobara el estado de sus cordones y lo bueno del terreno —que los profesores se encargaban también—, podría hacerlo lo bien que pudiera… al menos, no contaba con la expectativa de su grupo de ganar.
El año anterior, en los relevos, ayudó a su grupo a obtener el tercer puesto, luego del E y F, principalmente porque insistieron y le evitaron incorporarse en alguna actividad distinta. Por nada del mundo se metería en las de obstáculos o las de acrobacias, mucho menos en la de correr de espaldas, no quería ni pensar en el resultado de hazañas como ésa.
Con que se tratara en los relevos, los metros planos comunes o los prestados, podía no avergonzarse, más sabiendo que los ojos de todo el público estarían puestos en la carrera.
Observó a sus amigos del F, quienes parecían muy determinados a la causa de ese día, y los saludó con una mano a lo lejos, cuando ellos agitaron sus banderas verdes en su dirección.
Entonces llamaron a la participación que le correspondía y ella inspiró fuertemente, acomodando el listón naranja de su cabeza y corroborando que el moño alto en que peinó su cabello cobrizo siguiera ahí. Vio sus pies y todo iba bien.
Caminó hacia donde comenzaría la carrera y allí volteó al público, donde su amiga Hitomi le dedicó sus pulgares en alto y le sonrió, justo al momento en que saltó el flash de la cámara de una señora junto a su amiga, que llevaba un niño pequeño sujetado a su falda.
—¿Acaba de fotografiarme?
Como conocía a la madre de Hitomi, pelinegra como la hija y no de cabellos claros, supo que no era la progenitora de su amiga, pero decidió que no era muy importante, bien le debió tomar una fotografía al evento o alguien detrás, pues repitió su acción en otras direcciones, donde estaban las demás chicas.
La señora era lo de menos. El niñito adorable de cabellos marrones era el que se le hacía similar a alguien, pero se encogió de hombros cuando le indicaron ir a la línea de salida.
Mientras les daban las últimas indicaciones, sus ojos se dirigieron al sitio donde el A se encontraba y allí cruzó mirada con Watanabe-kun, que le sonrió, junto a Irie-kun, que había apartado los ojos del libro en sus manos, y aun ceñudo —expresión que le trajo a la cabeza a alguien más—, asintió.
Lo sintió como una especie de apoyo, que le hizo esforzarse con todo lo que tenía para obtener un excelente resultado.
No fue una sorpresa que más tarde la premiaran con el primer puesto.
[...]
Las ocurrencias de Kinnosuke-kun la hicieron reír por lo tonto de su contenido, y después sus amigas del F, Satomi-chan y Jinko-chan, se carcajearon con ella, divertidas por el comentario sin lógica de su compañero.
Aquellos chicos de la última clase, le agradaban; quizá no sobresalían por sus calificaciones, pero tenían buenas cualidades, lo que les hacía especiales. Sobre todo ellas, que no se preocupaban mucho por sus notas, aunque tenían bastante ingenio, solo que no lo aprovechaban para la escuela.
Kotoko no era quién para juzgar, siendo que ella tenía sus motivos para querer esforzarse tanto, que no se referían únicamente a Irie-kun, sino a su madre, y hacerla sentir orgullosa, así como para tener mejores oportunidades a futuro. Eso explicaba por qué en pleno verano, sin tener que ir a clases de regularización, como sus amigos, se encontraba en el instituto para buscar libros en la biblioteca escolar, cuando podría estar reposando en casa.
El timbre sonó y los otros detuvieron sus risas, mirándola alarmados, pues el almuerzo había concluido. Le habían dicho que la acompañarían hasta la biblioteca, después de encontrársela en el patio, pero eso impedía que lo cumplieran.
—Vayan, no tengan problemas.
Sus dos amigas se despidieron y corrieron por el pasillo para ir al aula, mientras que Kinnosuke-kun se quedó un poco atrás, frente a ella.
—Te admiro, Kotoko-chan —manifestó él antes de alejarse apresurado.
Se imaginaba que alguien del F lo pensaría por avanzar las clases y se encogió de hombros. Siguió su camino tarareando una canción que escuchaba mucho su vecina, le parecía pegajosa, pese a ser de amor.
—No deberías ser amiga de Ikezawa.
Brincó y llevó una mano a su corazón, antes de girarse, alterada.
Irie-kun estaba apoyado a la pared del pasillo, bebiendo de una botella con agua. Llevaba uniforme deportivo, y recordó que había entrenamiento de club en vacaciones. Debía estar en el descanso, o ya habría acabado.
—¡Irie-kun, ya he dicho que no me asustes así! —reclamó, arrugando los labios al final.
Él curvó la boca, burlón.
—Deberías de estar más atenta —arguyó él, antes de llevar la boquilla de la botella a sus labios, atrayendo momentáneamente la vista a ellos.
Atenta.
Con eso que dijo llevaba razón, pero Irie-kun era mucho más listo que ella y podía aventajarse fácilmente. —Harás que mi corazón se salga de mi pecho —expuso, y se sonrojó por el doble significado, más allá de lo estúpido que sonaba.
—No exageres —bufó él, poniendo los ojos en blanco.
—Aun así, la próxima vez no aparezcas así tan de repente —farfulló, mordiéndose el labio. —¿Por qué? —preguntó, recordando la situación inicial.
—Él no te conviene, es parte del F —aseveró Irie-kun, arrugando la nariz.
—¿Es porque lo consideras estúpido solo por pertenecer al F? No seas clasista.
—Ésa es tu opinión —refutó Irie-kun.
—¿Qué más podría pensar si te comportas como un arrogante por ser el mejor de la escuela? —convino, entre decepcionada y confundida. —No tienes que catalogar a la gente por la clase a la que pertenecen. Además, no tienes por qué decidir con quién me junto o no. Eres un maleducado. Y…
Abrió los ojos cuando una fugaz corriente de electricidad la recorrió, con los labios de él sobre los de ella, inertes antes de separarse de ella.
Su corazón latió con inmensa rapidez.
¿Acababa de besarla? ¿Qué significaba eso? ¿Acaso le gustaba?
Él le sacó la lengua. —Te lo mereces. No vuelvas a decir cosas que no son.
Ella frunció el ceño. —¿Por qué hiciste eso?
Irie-kun resopló. —No te ilusiones, era el mejor modo de callarte. Y no deberías juntarte con Ikezawa y compañía, complicarán que alcances tu objetivo. Impedirán que te concentres.
Con eso, él se fue, dejándole abrumada y sin entender del todo lo que ocurría ahí, aunque estaba atontada porque acababa de recibir su primer beso, no como lo habría esperado, pero sí de quien quería.
Igual se sentía entre confundida y decepcionada. ¿No le gustaba, pero aun así la animaba para que continuara su meta de estar en su clase? ¿La besaba y le decía que no podía juntarse con determinadas personas, negando catalogar a las personas? ¿Le daba un beso y actuaba como si no pasara nada?
Qué confuso.
¿Quién entendía a ese genio? Ella sí que no.
CI de 200. Ni en sueños alcanzaría a comprenderlo realmente.
Lo que tenía claro era que los del F no era impedimento para salir bien, y no terminaría su amistad. Ellos no le instigaban a no estudiar. Y todo dependía de su esfuerzo, por lo que no debía sacrificar su contacto con los otros, menos cuando tenía un incentivo con aquello que acababa de ocurrir.
Si con un solo contacto sintió esa descarga, no quería imaginar lo que provocaría un beso verdadero. O más.
Llevó sus dedos a sus labios y sus mejillas se calentaron demasiado.
Su primer beso. Y se lo había dado Irie-kun.
Agitó su cabeza, tenía algo en lo que concentrarse. Con la emoción por los cielos, corrió hacia la biblioteca, muchos más que determinada a ser una estudiante del A.
[...]
Con un gemido de frustración, Kotoko releyó el cartel en las afueras de la biblioteca, que comunicaba el cierre de esta por causas de fuerza mayor desde ese martes al viernes, lo cual significaba que su sesión de estudios con Irie-kun sería aplazada hasta la próxima semana.
Era terrible, debería pasar de recibir una clase de él aquel día, porque había observado que cuando era semana de exámenes y estaba más concurrida la biblioteca, él no estaba muy a gusto, e ir al sitio público, que tendría más afluencia, sería fastidioso para él.
Tan bien que había comenzado esa semana recibiendo los resultados de mitad de segundo trimestre, y ahora esa mala noticia estaba ante sus ojos.
—¿Cuál será la causa de fuerza mayor? —se preguntó en voz alta.
—Si quisieran que fuese de nuestro conocimiento, lo habrían anunciado claramente, Aihara.
Sorprendida, se dio la vuelta para encarar a Irie-kun, que leía sobre su cabeza, muy cerca de ella, acelerando su corazón, aunque no por el susto, esa vez había sentido su presencia, de algún modo.
Él debió notar que no se había sobresaltado, porque sonrió de lado, mirándola desde su altura.
Se sintió pequeña bajo la cabeza de distancia entre los dos, con los ojos penetrantes de él fijos en ella, pero se negó a apartar la vista, aun sin hablar. Después del beso hacía poco más de dos meses, le había tomado unas semanas poder mirarlo al rostro. Fue de provecho, sin embargo, porque ahora se atrevía a verlo a la cara infinitamente, atrapada en sus ojos misteriosos y cautivantes.
Irie-kun se dio la vuelta y avanzó hacia la salida del edificio.
—Dudo que la biblioteca de aquí cerca esté vacía —opinó él, colocando su maletín sobre su hombro.
Sin querer apartarse todavía de él, ese martes que consideraba de los dos, se atrevió a hacer una sugerencia.
—¿Te molestaría ir a mi casa? Está lejos y el metro de la línea que pasa por ahí tarda en llegar aquí, pero es un lugar callado —ofreció, esperanzada de que respondiera afirmativamente.
—No es necesario.
Se desinfló y asintió, bajando la cabeza. Claro que él no desearía ir a su casa, menos con esas primeras referencias. Para Irie-kun debía ser un alivio no tener que ocuparse de ella ese día.
—¿A qué esperas? —preguntó él, obligándola a alzar la cabeza.
Estaba al final del pasillo, y la miraba con el ceño fruncido.
—¿Qué?
—Vamos, en alguna banca de la escuela podremos sentarnos. Seguirá abierta hasta que los clubes acaben.
Kotoko pestañeó incrédula, porque eso significaba que daría su tiempo a pesar de no ser en la biblioteca. ¿Podía ser él más amable?
Corrió hasta donde Irie-ku, con el corazón acelerado. —No es necesario. Podemos dejarlo para la próxima semana —dijo, aunque se sentiría desanimada si contestaba negativamente.
—Ya estamos aquí, Aihara.
Asintió a él, que la esperó para que caminara a su lado, y no detrás, sintiendo que podía explotar solo por ello.
—Pensé que aprovecharías para estar en casa —se aventuró y él rió ligeramente, como si algo le proporcionara gracia, que esperaba no fuese ella.
No le importaba, con tal de volver a escucharlo. Era un sonido agradable al oído, tanto que se sentiría contenta de tenerlo constantemente.
El tercer año estaba próximo, debía recordar.
—No siempre es agradable estar en casa —comentó él, asombrándola porque le hiciera conversación, pero no iba a desaprovecharlo. Era un paso más cerca de Irie-kun.
—¿Problemas? —susurró, cohibida por el tema.
—Mi madre.
Kotoko frunció el ceño… y él volvió a dejar escapar una risa breve.
Agradecía infinitamente al problema en la biblioteca, el que fuera. El silencio de aquel lugar le impedía conversar con él, oportunidad que se le presentaba perfectamente en ese tramo hasta el patio escolar.
—No sé qué decir —expuso, nerviosa de equivocarse con sus palabras.
—Es algo melodramática —aclaró Irie-kun, encogiendo los hombros. —Nada que pueda consternarte.
—Ah, qué bien. Supongo que todas las madres pueden serlo en su momento.
—Sí, en su momento —farfulló él, con algo de ironía.
No quiso insistir y se preguntó qué clase de mujer era, en especial por esas últimas palabras. Se imaginaba a la madre de Irie-kun como alguien entregada y cariñosa, de porte distinguido, muy lista, y sumamente orgullosa de tener un hijo tan inteligente. Aunque también un poco de exagerada en su amor, lo que podía ser complicado para alguien serio como era su hijo.
—¿Tienes hermanos? —preguntó, porque Watanabe-kun no le había dicho algo al respecto.
Él asintió. —Uno, de siete años.
—Yo siempre quise tener hermanos, pero papá murió y mamá no se volvió a casar, así que estamos las dos solas… pensándolo ahora, habría sido complicado que cuidara a más hijos, entonces está bien ser únicamente las dos. Nos tenemos la una a la otra. A veces es como si fuera una hermana para mí… no sé qué haría si ella no estuviera. —Se detuvo con una mano a la boca. —Lo siento, no querrás escuchar hablar de mí.
—No te preocupes… Lamento lo de tu padre.
Suspiró. —Era muy pequeña, casi no lo recuerdo. Supongo que nunca he sabido lo que es tener uno, pero lo quiero por lo que me ha contado mi madre. Me da tristeza el día de su muerte y los aniversarios en los que mamá mira su fotografía; aunque te acostumbras. No te lamentes, es algo que he aceptado.
Notó que Irie-kun se había detenido y lo miró, pero él agitó su cabeza y continuó a su lado. Por costumbre, no preguntó qué era; a veces ocasionaba incomodidad inicial saber que su progenitor había muerto.
—Pensaba en otra cosa —musitó Irie-kun, haciéndole brindar su atención a él. —No en lo que has dicho.
Se sonrojó por ser tan transparente y asintió. —Oh, está bien. Allá hay una banca —dijo, señalando a una debajo de un árbol con hojas caídas.
Irie-kun asintió, caminando en silencio a su lado, de un modo que lo sintió verdaderamente cómodo, como si de alguna manera, estuviera más cerca de él que antes.
Se sentaron y ella comenzó a sacar su cuaderno de Física.
—Aihara. —Alzó la cabeza, mirando a Irie-kun, esperando a que hablara.
Él suspiró y negó.
—Nada. Ya pasó.
Se encogió de hombros, dirigiendo su mente al modo de estudio, para no desconcentrarse con él próximo a ella, y decidió olvidar esa extrañeza suya, concentrándose en lo que le llevaría a su meta. De conseguirla, después llegarían las preguntas.
[...]
Abrazando a su pecho al pastelillo de café de San Valentín que le entregaría a Irie-kun ese jueves, Kotoko siguió buscando a su enamorado entre el alumnado, que pronto entraría a clases, y se dirigía al refugio del edificio, por la ligera nieve que caía ese día de invierno.
A su paso había algunos valientes enamorados, que tomaban fotos de ellos juntos con la estampa que daba la nevisca —y el calor que se proporcionaban los unos a los otros—, haciéndole sentir envidia de ser correspondida por su persona anhelada. Se calmaba pensando que cabía la posibilidad de que el próximo año ella estuviese aquel día con Irie-kun.
Una ventisca suave sopló y se colocó la bufanda un poco más arriba del cuello, para abrigarse y evitar enfermarse, como lo estuvo a principios de año. No necesitaba un resfriado en las semanas previas a su último periodo de exámenes del curso escolar.
Finalmente, encontró al chico alto que deseaba y apuró el paso, para que esa vez él fuera el primero en recibir lo que le daría, a diferencia del año anterior. Luego daría con las demás personas que le importaban, pero Irie-kun tenía prioridad.
Apretó los dientes al reparar que él sobresalía por estar rodeado de otras estudiantes que deseaban entregarle chocolates y el enojo le hizo distraerse.
Dejó escapar una exclamación al caer sentada sobre el suelo frío, sin poder suavizar el golpe con sus manos, ocupadas por su maletín y el pastelillo.
Cerró los ojos de frustración, dispuesta a levantarse entre las ligeras risillas a su alrededor.
—Aihara, ¿estás bien?
Abrió los ojos para encontrarse a Irie-kun ante ella, observándola desde lo alto con una ceja enarcada. Asintió, abochornada de que él presenciara su ridiculez; lo que necesitaba para mejorar su imagen a sus ojos.
—El suelo está resbaloso —masculló, decidiéndose que el maletín habría de tocar la humedad, mientras que su pastelillo —envuelto en plástico— no.
—Dame el maletín —le dijo Irie-kun, extendiéndole la mano.
Le pareció escuchar un jadeo, para darse cuenta que era suyo.
Eso devolvió el calor a sus mejillas, y aun así aceptó su ofrecimiento.
Él cogió su maletín y volvió a brindarle su mano, que cogió como en medio de un sueño. Como en otras veces que lo había tocado, un cosquilleo pasó por su cuerpo, que ignoró para no hacer una escena ante la escuela.
Fácilmente, Irie-kun la ayudó a ponerse de pie y ella bufó sintiendo su falda humedecida; el calor del interior tendría que hacer sus maravillas.
—Gracias, Irie-kun.
Él movió la cabeza en afirmación y le devolvió su maletín. Para entonces, vio que las chicas a su alrededor no se encontraban ahí, y se preguntó en qué momento se habían esfumado.
Quizá era su oportunidad.
—Te traje esto —anunció extendiéndole el pan con glaseado. —Es con sabor a café —explicó de antemano, con la mirada fija en su rostro, inexpresivo como muchas ocasiones.
Él suspiró y cogió el pastelillo. —Gracias.
—Feliz San Valentín, Irie-kun. Hasta el martes.
—Sí —corroboró él, y lo vio alejarse de su presencia, con una sonrisilla en el rostro, porque esa vez no había encontrado réplica.
[...]
El corazón de Kotoko latía desembocado en su pecho, a punto de escapar de su jaula por ser incapaz de contener la emoción que le recorría en todo el cuerpo.
Era su primer día de clases de su último curso escolar, y sus pasos lentos la dirigían hacia el tablero donde podría ver si había alcanzado su meta de estar en la clase A, junto a Irie-kun.
De no ser así, todo se habría acabado, ya que el último martes del ciclo anterior sus sesiones de estudio habían llegado a su fin, y él en realidad le había dicho que no veía objeto a seguir instruyéndola, pues el último año sería constante repaso para los exámenes universitarios, y los temas nuevos, según el programa, eran muy sencillos, continuaciones de lo visto.
En pocas palabras, él expresaba que, si no estaba en su clase, ni se molestara en acudir para pedir tutoría. De cualquier manera, sería incapaz de mirarlo si no había cumplido lo que deseaba, y solo se concentraría en dar lo mejor de sí aquel año, para ingresar a la universidad, ahora que tenía más posibilidades que la escaladora, por los resultados en la preparatoria.
Llevó una mano a su estómago, que ahora se sentía revuelto, mientras se aproximaba al tablero, donde otros estudiantes buscaban saber en qué clase se encontraban aquel año, y si los resultados que habían tenido, permitían avanzar. Las notas llegaban al concluir el curso, pero no la ubicación de grupo, de esa se enteraban el primer día.
Ella ansiaba estar en el A, y poder llegar a casa ese día y retornar el fuerte abrazo que su madre le dio por la mañana, antes de irse a la escuela, deseándole la mejor de las suertes.
Había aprendido que no solo lo hacía por Irie-kun, que tenía enorme peso, sino para ver hasta dónde podía llegar. Sería una pena no alcanzar lo que se proponía. Quería poder decir que una chica que empezó en el E, había conseguido entrar al A.
Hitomi-chan y Watanabe-kun confiaban en que sí, pero no compartía sus esperanzas.
De Irie-kun no sabía, y se quedaría con la duda si no estaba en su grupo, pues él no le dirigiría la palabra de nuevo. Ni ella insistiría en cruzarse ante él.
Caminó hasta el tablero, donde se encontraba ubicada la lista del A, y comenzó a leer; se encontraba ordenada por posiciones de calificaciones; con una puntuación perfecta, Irie-kun la lideraba, seguido por Watanabe-kun, así avanzando hasta llegar a los treinta de esa clase.
Su corazón se desplomó y sintió las lágrimas llenar sus ojos, con un nudo en la garganta.
No lo había conseguido.
Se sentía decepcionada, pero no podía ponerse a llorar frente a todos, lo haría en alguno de los aseos en soledad, con todos esos sentimientos negativos que la inundaban de ver que no consiguió esa meta.
No quedaba más que ver en qué salón estaba, pensó empuñando sus manos.
Como si alguien se burlara de ella, vio su nombre en la primera posición de la lista del B, con un punto, un punto, menos que el último estudiante del A.
Eso no podía estar pasando.
Sin soportarlo más, corrió para alejarse de esa terrible realidad.
[...]
El término del primer día de clases estuvo repleto de abrazos de apoyo de Hitomi-chan —de la clase D todavía—, y palabras consoladoras de Watanabe-kun, quien seguía sin saber por qué esperaba realmente alcanzar su clase.
Nuevamente, sería la jefa de grupo, por ser la primera, y de ahí en fuera nada trascendental había pasado aquel día, además de quedarse tiempo extra para hablar con el profesor de sus responsabilidades, que ya sabía, pero escuchó de todas maneras.
Por supuesto, no hubo noticias de Irie-kun, del que no se molestó en buscar, más bien evitar, de pura vergüenza. Le quedaría el consuelo que había sido su primer beso y pasó año y medio en su compañía.
Pronto, recobró su rutina de estudios, junto a su trabajo y actividades en casa, y la normalidad comenzó a hacerse hueco en su vida, con la compañía de sus amigos, las únicas personas con las que pudo animarse un poco, hasta que la idea de estar en el B asentó del todo en su cabeza.
No le quedaba nada más que la resignación. Ser la número uno de su clase, la treinta y uno de la escuela, no era una situación mala; solo no había podido cumplir su meta… aunque sí logró hacerla sentir una maravilla a ojos de su madre, quien fue el mejor confort para su momento decaído. Si Irie-kun no había podido ver lo grandiosa que era, llegaría alguna persona; Aihara Kotoko era una joven estupenda, la mejor, nadie había logrado avanzar tanto como ella.
Su madre siempre sabía cómo animarla. No conseguía olvidar a Irie-kun, pero tenía que poner un pie adelante y hacerlo a un lado; al final, era su problema si no le agradaba la gente estúpida.
Que no lo era. Y pensándolo detenidamente, la que se propuso alcanzar la clase A fue ella, él no respondió afirmativamente, solo la empujó en esa dirección, recordándoselo.
Quizá no era de su verdadero interés.
Suspiró. Ni le seguiría dando vueltas. Era pasado. Y tenía que superarlo, como pensaba que lo iba haciendo.
Abandonó el edificio escolar, del que salía más tarde de lo habitual por quedarse en la biblioteca para leer libros vocacionales, y se dio de bruces contra un cuerpo sólido, que la hizo quejarse en voz alta.
—Me pregunto cuánto tiempo más seguirás evitándome.
Se congeló reconociendo la voz de Irie-kun.
—Supuse que debía ser yo quien te interceptara —continuó él.
Apretó sus labios, para no decir nada, con la ilusión que brotó en su pecho, y se encogió de hombros después, decidida a irse.
Él la cogió de la muñeca cuando lo rodeó, haciendo sentir esa electricidad entre ambos, junto a la sensación de que el mundo se agitaba a su alrededor.
Sí que era profundo lo que él le provocaba.
—Está temblando —dijo Irie-kun, y ella se mordió la lengua por la torpeza que había pensado, mientras el suelo seguía agitándose levemente. —No es muy fuerte.
Se quedó quieta mientras él mantenía su agarre, hasta que el movimiento telúrico concluyó.
—No creas que vas a escapar.
Volvió la mirada a Irie-kun ante sus palabras, intrigada.
—¿Por qué?
—¿Dónde quedó tu determinación de estar conmigo? —inquirió él.
Ella suspiró, bajando los hombros.
—No conseguí estar en tu clase, no me siento con derecho a continuar en tu presencia.
Irie-kun puso los ojos en blanco y resopló. —No actúes como idiota ahora, Aihara. Tú misma has demostrado que puedes continuar en mi presencia. Me gusta.
—¿Qué? —murmuró, atónita.
Durante un segundo, lo vio sonrojarse.
—Vamos a tomar un helado —invitó él, caminando hacia la salida de la preparatoria, todavía con su mano sujetando su muñeca.
Las palabras penetraron a su mente como una flecha. Eso era, ¿como una cita?
Tragó saliva y forcejeó para soltarse, cogiéndolo por sorpresa, como vio en sus ojos cuando se giró.
—No cumplí lo que prometí, no merezco una oportunidad, aunque me gustes todavía —explicó en voz baja, avergonzada.
Irie-kun soltó una carcajada, antes de negar con un mano en la cabeza.
—Eres increíble. Vamos —repitió, adelantándose. —No te retrases.
—Pero…
—Nunca me pagaste por ayudarte, me lo debes —comunicó él, observándola sobre su hombro, con un brillo en sus ojos que parecía de diversión. —Ser mi novia puede ser suficiente.
Ella sintió que su corazón brincó y avanzó con rapidez hasta donde él estaba. Le dio una sonrisa, que él correspondió con una mirada intensa.
Y fue como si se escribiera un nuevo capítulo en su vida.
NA: ¡Hola!
¿No les aparece una sonrisa a su boca con un final feliz?
Ciertamente, Kotoko no consiguió estar en el A; y puedo apostar que lo esperaban, pero no siempre pasan las cosas como uno quiere, y era mi intención desde que tuve esta idea. Lo adicional fue que su comienzo ocurriera justo el día del temblor, ¿a que no es lindo?
Hubo un guiño a la señora Irie tomando fotografías, como no pretendía poner la explicación, se los digo. Ella andaba tomando fotografías de posibles nueras, muy a lo de oba-sama, ¿eh?
Confieso que igual después de esa escena tenía planeado otras cosas, aunque esas me las guardo porque me gustaron como para otro universo con la mamá de Kotoko viva je,je. Quien sabe cuándo quedarían a la vista. Asimismo, lamentablemente perdí tres mil palabras por un error, así que eso me hizo reescribir y me permitió agregar modificaciones a lo anteriormente hecho, aunque quedo conforme por como esto concluyó (claro que esas palabras, eran explicaciones que pudieron faltarme aquí - sí, del beso).
¿Qué más? Bueno, esta idea iba a ser un OS, luego lo pensé como fic largo, solo que luego me convencí que podría quedar en una historia corta, que narrara lo elemental, y merecía estar fuera de Con amor a la pluma, tal como pueden ver. Otros proyectos más largos, ocuparán un espacio fuera, también (sea como el tiempo me permita darles más).
C'tout my friends.
Un fuerte abrazo, Karo.
Lolitapl: Ey, es fantástico, me encanta, muchas gracias, y me da gusto que te atraigan mis historias y las sigas, leer cosas como ésa me hace el día, sobre todo porque no me lancen quejas de ya dejar de publicar :D - La quisquillosa en mí te agradece tu apreciación de mi estilo, fíjate que me entretiene combinar las frases y cuidar los detalles, por lo menos para que un ligero párrafo, bien escrito, atraiga. Es fenomenal saber que se dan cuenta. Por lo otro, la segunda parte llegó pronto, no ayer, pero aun así espero que la conclusión sea buena. Pueden quedar ganas de más... eso sí. Nuevamente, agradezco el comentario, y te invito a lo que pueda hacer en futuro; mucho gusto, por cierto, sabré de ti aunque estés en la oscuridad :)
DaCa: Genial, te adoro, aprecio mucho lo que dices, y es un gusto para mí que mis historias sean de su agrado, al menos no soy la única que está en mis seguidoras ;) - De verdad, es muy bonito gesto que me hagan saber que mi dedicación es recompensada en la atención de ustedes, por lo menos una vez, sigo por otra razón además de gustarme escribir, wii. Gusto en conocerte, esperemos que mis escritos futuros también sigan obteniendo tu apreciación. Gracias por el comentario.