NOTA: Antes de leer este capítulo, les aconsejo que busquen imágenes en internet de estas armas si no tienen idea de lo que son.

Katana.

Sai.

Nunchaku.

Bastón Bo.

Tonfa.

Kusarigama.

Shuriken.

Disfruten del capítulo.


Cinco años después.

Un nuevo día había llegado a la ciudad de Nueva York. El sol empezaba a elevarse desde el horizonte, bañando los enormes rascacielos con su luz. Los sonidos habituales de vehículos como patrullas policiales resonando a través de toda la ciudad mientras los habitantes continuaban como siempre con su vida diaria en la superficie. Todos ajenos a lo que ocurría bajo sus pies.

Abajo, en las alcantarillas, en una antigua estación de trenes abandonada, en un dojo, viéndose fijamente, arrodillados, formando un círculo el centro de este, se encontraban cinco jóvenes hermanos. Cuatro tortugas mutantes, y un humano. Las cuatro tortugas, usando bandanas de diferentes colores en sus cabezas. La de bandana azul, armado con un par de Katanas en su espalda. La de bandana naranja, portando unos Nunchakus en su cintura. La de bandana purpura, con su largo bastón Bo en la espalda. Y la de bandana roja, con un Sai a cada lado en su cintura. Y el joven humano, siendo el único usando ropa, vistiendo una vestimenta color gris oscuro, que consistía en una túnica con bajadas delantera y trasera hasta las rodillas, dejando los lados abiertos, mangas largas terminando ajustadas al nivel de la muñeca. Sus nudillos envueltos en vendas. Pantalones y una bota derecha, una prótesis en lugar de la pierna izquierda, una capucha cubriendo su cabeza mientras una tela cubría su rostro hasta la nariz. En su cintura, a cada lado, armado con una Tonfa, mientras en su espalda llevaba un gran escudo con forma circular, mostrando bien en grande el emblema de la flor del loto. El símbolo del clan Hamato.

Luego de permanecer agachados durante un momento, los cinco hermanos se levantaron de golpe, colocándose en posición de guardia mientras miraban a su alrededor, decidiendo cada quien cuál sería su oponente. Durante unos cuantos segundos ninguno de los ninjas se movió de su lugar, hasta que finalmente la tortuga de bandana azul, Leonardo, sosteniendo en sus manos una de sus Katanas, y Miguel Ángel, la tortuga de bandana naranja, armado con sus Nunchakus, se miraron fijamente, ambos habiendo decidido quien sería su primer oponente y se dispusieron a atacar.

-¡Yiahh! –Leonardo levantó su espada y avanzó hacia su hermano.

-¡Oh, sí! –Respondió Miguel Ángel, avanzando mientras giraba sus armas. –¡Miguel Ángel entró en acción!

Leonardo lanzó un golpe con su espada contra Miguel Ángel, pero este fácilmente esquivó su ataque, saltando por encima de su hermano y aterrizando detrás de él. Leonardo se dio la vuelta inmediatamente, volviendo a mirar a Miguel Ángel.

-No sabes que hacer. –Se regodeaba Mickey, mientras giraba veloz y hábilmente sus Nunchakus.

Leonardo volvió a tratar de arremeter contra Mickey, solo para que este volviera a esquivar su ataque, tirándose hacia su derecha.

-Estoy aquí. Estoy allá. –Continuaba provocando la tortuga de bandana naranja mientras esquivaba saltando y rodaba para evadir los golpes de su hermano. –Puedo estar donde sea. –Dijo de rodillas frente a Leonardo, que se mostraba un tanto irritado.

Antes de que Miguel Ángel volviera a hablar, Leonardo volvió a tratar de cortarlo con su espada. Mickey volvió a esquivar, rodando hacia la izquierda y colocándose nuevamente detrás del de bandana azul.

-¿Cómo detendrás lo que no puedes ver? –Dijo Miguel Ángel, confiado de que su hermano no podría con su agilidad.

Leonardo mostró una sonrisa de confianza, mientras se posicionaba con su pierna derecha al frente, sosteniendo su Katana con ambas manos en su lado izquierdo, apuntando la hoja hacia atrás, esperando a que su hermano se acercara a atacar.

Miguel Ángel avanzó con confianza hacia Leonardo. Cuando Mickey estuvo justo en frente, Leo usó el mango de la Katana para golpear a Mickey justo en las costillas, dejándolo sin aire. Mickey soltó sus armas y sostuvo su estómago mientras rodaba hacia adelante, quedando de rodillas un momento, mientras Leo permanecía parado a su espalda.

-¡Deah! –Gruñó Mickey, para luego desplomarse contra el suelo.

-¿Así? –Leo se dio la vuelta, mirando un momento el mango de su Katana y luego a su oponente vencido.

-Muy buena Leo. –Decía Miguel Ángel con voz atorada, levantando uno de sus brazos.

Luego de terminar con su oponente, Leonardo se dio la vuelta, mirando a su siguiente contrincante. El joven con el escudo en la espalda y el rostro oculto devolvió la mirada, entrecerrando los ojos. Ambos hermanos se agacharon enfrente del otro, mirándose fijamente.

-Onegai Shi Mas –Dijeron los dos al mismo tiempo, para luego levantarse, colocándose en posición de guardia con sus armas. Leonardo con su Katana y el joven de una sola pierna con sus Tonfas.

Mientras tanto, al otro lado del dojo, la tortuga de bandana purpura, Donatello, giraba a gran velocidad su bastón Bo de lado a lado para luego apuntar con el hacia su contrincante. La tortuga de bandana roja, Rafael, se mostraba tranquilo con los brazos hacia abajo, para luego acomodarse la cabeza un poco.

-Muy bien Doni. Suelta tu Bo, y nadie saldrá lastimado. –Advirtió seriamente Rafael.

-Eso dijiste la última vez y me lastimaste. –Respondió Donatello, irritado.

-Sí. –Se encogió de hombros Rafael. –Pero, menos de lo que hubiera podido. –Extendía sus brazos hacia adelante, sin molestarse en sacar sus armas.

-Sí, claro. –Dijo Donatello, para luego empezar a atacar.

Doni giró hacia adelante el Bo, tratando de golpear a Rafael. Rafael solo lo esquivó, rodando hacia la derecha. Donatello trató de golpear de nuevo pero su hermano se movió antes de que dejara caer su bastón. Doni volvió a girar su Bo velozmente para luego arrojar una estocada, que Rafa evito de costado. Donatello seguí tratando de golpear pero Rafael siempre lograba esquivar, la tortuga de bandana roja ni siquiera había intentado usar sus Sais.

Finalmente, Donatello hizo girar su arma sobre su cabeza para luego lanzar un último golpe hacia su hermano.

-¡Hia! –Lanzó el golpe, cerrando los ojos al mismo tiempo.

Donatello se quedó un momento quieto para luego abrir los ojos y descubrir que sus manos estaban vacías, ya no tenía su bastón consigo. Miró con sorpresa hacia su oponente. Rafael se encontraba apoyado sobre su bastón Bo, con una sonrisa de satisfacción, para luego hacerlo girar velozmente y estrellarlo contra su rodilla izquierda. Rafael sostuvo ambas mitades en sus manos mientras miraba a Donatello con una mueca maligna.

-¿Lo hubiera soltado? –Preguntó Donatello.

-Lo hubieras soltado. –Asintió Rafael, girando las mitades.

La tortuga de bandana roja avanzó hacia la de bandana purpura, para empezar a golpearlo con las partes del Bo, mientras este solo pudo tirarse al suelo, recibiendo los golpes en su caparazón.

-¡Ok! ¡Ok! ¡Au! ¡Me doy! –Dijo Donatello, admitiendo su derrota, aunque Rafael siguió golpeándolo un par de veces más.

Por otro lado, la pelea entre Leonardo y el joven bien alto continuaba.

Leonardo lanzó un corte con su espada de lado que su oponente esquivó agachándose. Luego trató de arremeter con un estoque pero el joven esquivó retrocediendo, quedando arrodillado sobre su pierna derecha. Entonces Leonardo avanzó rápido con su Katana levantada, lanzando un corte con ambas manos. Pero su oponente lo detuvo colocando sus dos brazos al frente, bloqueando la espada con sus Tonfas. Entonces el joven usó su pierna derecha para impulsarse y hacer retroceder a su hermano, abriendo los brazos y tratando de golpear con la punta corta de sus armas.

Leonardo apenas esquivó los golpes, y cuando trató de levantar su Katana, su contrincante la atrapó con la prótesis de su pierna izquierda, inmovilizándola. Leonardo se mostró un poco sorprendido, mientras el joven de ojos verdes aprovechó el momento para intentar derribarlo con sus Tonfas. Sin embargo, Leonardo se agachó, esquivando los golpes, liberando su Katana y desenvainando su otra espada. Usando ambas armas, hizo retroceder a su oponente, quien calló de espaldas al suelo pero se apresuró a rodar hacia atrás, quedando de rodillas sobre su pierna izquierda, pero antes de que pudiera levantarse, Leonardo ya tenía sus espadas apuntando justo en frente de él. Los brazos del joven con el escudo en la espalda simplemente se quedaron sosteniendo sus armas a los costados, sabiendo que ya había perdido.

Ambos oponentes se quedaron viéndose con el ceño fruncido antes de que el primero respondiera.

-Bien hecho, Leo –Dijo el encapuchado, no con enojo, sino con una sonrisa bajo su tapadera.

-Tú también, Hipo. –Respondió con la misma sonrisa Leonardo, mientras envainaba sus Katanas.

El joven arrodillado se paró, envainando sus Tonfas y quitándose la capucha y la tela cubriendo su rostro, revelando una sonrisa amistosa en el rostro maduro del niño que había llegado a la vida de las tortugas y su sensei hace años. Hipo Abadejo III.

Hipo procedió a dirigirse hacia una esquina en donde se encontraban Donatello y Miguel Ángel, sentándose de rodillas junto a ellos, esperando para ver a los últimos combatientes que quedaban.

Leonardo y Rafael se posicionaron cada uno en frente del otro. Leo desenvaino una de sus Katanas y se agachó, mirando fijamente a Rafael. Rafael imitó la acción de su hermano.

-Onegai Shi Mas. –Pronunció Leonardo.

-Lo que tú digas. –Contestó Rafael.

Leonardo se levantó, agitando su Katana y apuntando hacia Rafael. La tortuga de bandana roja sacó sus Sais y se colocó en posición de guardia. Inmediatamente, los dos hermanos empezaron con el combate.

-¡Ha! –Leonardo avanzó, lanzando un golpe con su espada, utilizando ambas manos.

Rafael bloqueo el golpe cruzando sus dos Sais al frente, sosteniendo la Katana de Leonardo. Ambos hermanos forcejearon un momento, hasta que Rafael se apartó y giró sobre su hermano, dando un golpe con un Sai en su caparazón. Leonardo volteó rápidamente y trató de volver a cortar contra Rafael pero él solo volvió lo esquivó agachándose.

Ambos quedaron un momento viéndose fijamente con el sueño fruncido, hasta que Rafael agitó sus Sais y volvió a atacar.

-¡Daaaaaahh! –Rafael corrió hacia Leonardo.

Leo arremetió con su espada, pero Rafa se agachó de espaldas, esquivando el corte, dándose la vuelta para golpear a Leo con su codo derecho, derribándolo. Pero Leo respondió barriéndolo con su pierna izquierda, antes de que Rafael volviera a atacar.

Leo quedó posicionado con su espada, mirando a su hermano. Rafael se levantó del suelo justo cuando Leonardo volvió a atacar. Bloqueo el ataque de Leonardo nuevamente con sus Sais, pero esta vez, Leo empujó más e hizo que uno de los Sais de Rafa saliera volando hacia un costado.

El Sai cruzó entre las cabezas de los hermanos sentados, golpeando la pared detrás de ellos antes de caer al suelo. Donatello, Miguel Ángel e Hipo ni se inmutaron por esto.

Con solo un Sai en la mano, Rafael corrió hacia Leonardo, mientras este corrió hacia él con su Katana, ambos con un gran grito.

Al chocar, Rafael fue capaz de hacer que Leo soltara su espada, y de un hábil movimiento, atrapó el brazo derecho de Leo con su Sai, para luego hacerlo girar sobre su muñeca y arrojando a la tortuga de bandana azul contra el suelo del dojo.

-Agh… –Leonardo sujetó su brazo dolorido mientras estaba boca arriba sobre el suelo.

-Buen intento. –Rafael caminó hasta estar justo sobre la cabeza de su hermano, mientras le mostraba una sonrisa arrogante.

En ese momento se escuchó el sonido de una de las puertas del dojo corriéndose.

-¡Yamé! –Se escuchó una fuerte voz.

Las tortugas e Hipo miraron hacia la dirección del sonido, para ver a su sensei, el maestro Splinter, acercarse a ellos con su bastón en su mano derecha.

Leonardo y Rafael se sentaron junto a sus hermanos en la misma posición que ellos. Los cinco con la espalda recta y la mirada hacia el frente mientras el hombre rata caminaba a su alrededor.

-Todos lo hicieron muy bien. –Comentó Splinter.

-Yo lo hice mejor. –Dijo arrogantemente Rafael. A su lado, Leonardo lo miró con una expresión desconcertada.

-Esto es para superación personal, Rafael. –Decía Splinter, a sus espaldas. –No para ver quien pierde o gana.

-Lo sé, sensei. –Contestó el de bandana roja, sin perder su sonrisa arrogante. –Pero yo gané. Y ellos perdieron. –Apoyó sus manos detrás de su nuca, relajado.

Splinter se detuvo detrás de Rafael y presionó el dedo de su mano izquierda entre la unión del cuello y la mandíbula de la tortuga, provocándole un gran dolor.

-¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!... ¡Ay! –Se retorcía de dolor Rafael. –¡Aunque lo más importante es que dimos lo mejor! –Decía adolorido. –¡Buen trabajo a todos! –Soltó unas lágrimas antes apoyarse hacia al frente con sus brazos.

Splinter había mantenido todo el tiempo la mirada al frente mientras presionaba a Rafael. Cuando la tortuga terminó de disculparse, el sensei rata soltó una risa ligera.

-Je je je je je je je je.

Durante los últimos cinco años, Hipo, el joven vikingo, ha estado viviendo y entrenando con Splinter y las tortugas, aprendiendo cada día las artes y técnicas de los ninjas.

De pequeño, nunca había podido adaptarse a pelear como lo hacían en el lugar donde nació. El estilo vikingo, consistiendo en todo tipo de armas pesadas y fuerza bruta, siempre fue algo en lo que el pequeño Hipo jamás había podido encajar. Aún para su edad era considerado muy pequeño y débil para el estándar vikingo. No podía levantar armas tan pesadas. No tenía grandes músculos para poder pelear. Prefería diseñar cosas extrañas en lugar de pelear. Era todo lo contrario a lo que la gente esperaba que fuera el hijo de un jefe vikingo.

Una de las razones por las que Hipo siempre prefería intentar crear algo en lugar de intentarlo a la manera vikinga fue que simplemente a él no le atraía el estilo de pelea de su pueblo. Hipo era de naturaleza tranquila y no agresiva, acostumbrado a usar el cerebro más que sus músculos, por lo que la manera ruda y agitadora de los vikingos fue algo que realmente nunca le atrajo. Siempre había intentado encajar entre la gente de su pueblo. Intentado ser uno de ellos. Pero al final, se dio cuenta de que ser un vikingo simplemente era algo que no le gustaba. Diferente del estilo vikingo, cuando conoció el estilo de pelea de los ninjas, descubrió que era todo lo contrario.

Le encantaba.

A diferencia de los vikingos, la mayoría de las armas de los ninjas eran livianas y no muy grandes, siendo usadas más con velocidad y agilidad que con fuerza bruta. Armas que Hipo sí podía levantar y usar. Además de que una parte del estilo ninja consistía en usar la mente más que los músculos, algo a lo que Hipo pudo con gusto adaptarse muy bien.

Pero lo que hacía que el estilo del ninjutsu fuera tan especial no eran las armas que contenía, sino el uso que se le daba a estas. El estilo vikingo estaba lleno de armas grandes y pesadas. Hachas, martillos, espadas, eran algunas de las armas consideradas más útiles para los vikingos. Para un vikingo, un arma tan pequeña como lo era una daga, que era la única cosa que Hipo era capaz de usar en su tiempo en Berk, era considerada un arma inservible. Pero para un ninja, era un caso totalmente distinto.

La regla de un ninja es: Cualquier cosa puede ser un arma.

Y una daga, era algo que un ninja sabía cómo aprovechar. Su tamaño sería ideal para esconderla entre las mangas o la ropa, algo en lo que los ninjas eran expertos, el arte del engaño y la sorpresa. Con su agilidad y velocidad, un ninja podría acercarse a su oponente y herirlo con ella antes de que este pudiera responder. Con el ojo entrenado que tienen los ninjas, podrían darle a una mosca en movimiento desde una buena distancia. Con tal puntería, no les sería muy difícil apuntar al cuello o a los ojos de un rival. Para un ninja, una daga podía ser un arma muy eficiente, mucho más útil y letal que la espada más larga o el martillo más pesado para un vikingo.

Esto junto con las técnicas de batalla cuerpo a cuerpo aseguraba que con o sin armas, un ninja jamás estuviera indefenso.

Aunque a Hipo le encantaba el estilo del ninja, no significa que no le fue difícil pasar por el entrenamiento. Tuvo un comienzo lento y duro, y tener una prótesis en lugar de pierna no ayudaba. Pero algo que siempre había caracterizado a Hipo era que nunca se rendía sin importar cuanto fallara. Y si antes, que no tenía a nadie que le diera una mano para intentar avanzar no se rendía, ahora que estaba intentando algo que realmente le gustaba y tenía a alguien que por más que lo presionara siempre le daba una mano para continuar, mucho menos iba a rendirse.

Los años de entrenamiento, junto con la pubertad le habían venido muy bien a Hipo. Ahora, con 19 años, era un joven bastante alto, casi tanto como Splinter. Su cara ahora era más ancha y con menos pecas, ya no mostrando tanta timidez sino orgullo de ser quien era. Aún era de contextura algo delgada, pero su fuerza no dependía del tamaño de sus músculos. Ni hablar de lo que eran las habilidades de batalla que ahora tenía. Como su arma principal, Hipo había elegido las Tonfas. Un par de bastones cortos con una agarradera que a primera vista no parecían la gran cosa, sin embargo, al igual que el berkiano, estas armas eran mucho más de lo que parecían. Cuando Hipo no entrenaba, pasaba tiempo con las tortugas y empezaba a aprender más del mundo en el que se encontraba.

Se llevaba muy bien con Leonardo. Ambos habían desarrollado una rivalidad amistosa en los combates. Además, a ambos les entusiasmaba mucho cosas como los personajes de héroes que veían en la televisión y en los comics.

Miguel Ángel fue su primer amigo cuando llegó. La tortuga de vez en cuando era vista algo rara por sus hermanos a veces, por lo que Hipo simpatizó bastante con Mickey, él también sabía lo que era que los demás te vieran raro, aunque Hipo también aceptó que no exageraban al decir que la actitud de Mickey podía llegar a ser fastidiosa a veces. Pero en general, la actitud alegre y juguetona de su hermano le agradaba mucho.

Rafael era todo un arrogante rudo, que le gustaba divertirse golpeando a sus hermanos, sobre todo en los entrenamientos. Tampoco era muy inteligente y se podía enfadar con facilidad. Pero aun así, era mucho más agradable e inteligente que muchos sujetos de Berk, como Patán o los gemelos Brutacio y Brutilda.

Donatello era la tortuga con la que mejor se llevaba Hipo. Tal vez era porque ambos realmente tenían mucho en común. Al igual que Hipo, a Doni le encantaba aprender y también era un inventor. Fue con Donatello que Hipo empezó a conocer todas las cosas sobre el mundo en el que se encontraba. Entender lo que era la televisión, la forma en la que estaba dividido el mundo, leer y escribir en otros idiomas, fueron algunas de las muchas cosas que el vikingo aprendió en su tiempo aquí. Pero a Hipo le gustaba aprender y a Doni le encantaba tener finalmente una persona que también quisiera aprender.

Doni estuvo tan contento que accedió a ceder una parte de su laboratorio para que Hipo improvisara su propia herrería. Hipo ahora tenía un lugar en el que podía trabajar y sentirse un poco como en casa. Siempre había forjado y arreglado armas vikingas, pero el arte de lo que eran las armas ninja hizo que le gustara mucho más su labor en ese lugar. Fue en esta herrería que forjó el escudo que ahora lleva en su espalda con orgullo.

Aunque Hipo vivía esta vida que tenía con gusto, no dejaba de preguntarse qué fue de la vida que tanto recordaba. Mientras iba aprendiendo con Donatello, Hipo intentaba averiguar si sería que su antiguo hogar también se encontraba en este mundo. Siguió investigando sobre los vikingos y descubrió que el archipiélago barbárico realmente existía, sin embargo no había nada sobre una isla llamada Berk, y como le había dicho Donatello, los vikingos de los que se tenía registro no se parecían casi nada a los que Hipo recordaba. Y mucho menos había evidencia de que alguna vez, los lagartos escupe fuego, como el dragón negro que tanto seguía apareciendo en sus sueños y recuerdos, alguna vez existieron en otro lado que no fueran las historias y leyendas de distintas culturas en el planeta.

Hipo aún seguía creyendo que todo lo que recordaba antes de llegar a la alcantarilla era real, y las tortugas, salvo Miguel Ángel, seguían sin poder creerle. Aunque Donatello admitió que era bastante raro que Hipo pudiera leer nórdico perfectamente cuando le mostró ese idioma, y cuando le mostró la pronunciación del nórdico Hipo no la reconoció para nada, dijo que él hablaba el mismo idioma que hablaban siempre las tortugas y Splinter, pero no esa pronunciación que le enseñó Donatello.

Pero en todo este tiempo, Hipo no había podido encontrar ni un solo indicio de lo que recordaba como su antiguo hogar. Lo único que tenía, eran sus recuerdos. La única evidencia de una gran isla con personas rudas, enormes dragones arrojando fuego, la sensación de estar sobre el lomo de una de esas criaturas, contemplando la gran vista de un lugar llamado, Berk.


Hipo, Leonardo, Rafael, Donatello y Splinter, se encontraban en la cocina, comiendo el guisado de algas y gusanos que había preparado Miguel Ángel. El berkiano y las tres tortugas mostraban expresiones de repulsión en sus caras mientras trataban de comer lo que su hermano había preparado.

-Todavía hay un poco más de algas y gusanos por si alguien más quiere. –Decía alegremente Miguel Ángel, mientras sostenía una olla de cocina y batía con una cuchara lo que quedaba. -¿Alguien quiere? ¿Alguien quiere?

-Yo paso.

-No, gracias.

-Estoy bien.

-Todo tuyo.

Fueron las respuestas que le dieron Hipo, Leo, Rafa y Doni.

-Entonces… –Mickey se dejó la olla y volvió sosteniendo algo detrás suyo. –Nadie dejó espacio para… ¡Pastel –Colocó sobre la mesa un pastel verde con toques azules, sorprendiendo a sus cuatro hermanos.

-¡OH! –Dijeron Hipo, Leonardo, Rafael y Donatello, mientras se inclinaban sobre la mesa para poder verlo.

-Si es pastel. –Dijo Donatello.

-Hecho de… algas. –Dijo Rafael, luego de pasar su dedo por el pastel y probarlo.

-Y… gusanos. –Dijo Hipo, viendo un gusano arrastrándose por el pastel.

-¿De qué está hecha la cubierta? –Preguntó Leonardo.

-No querrán saberlo. –Apartó un poco el pastel Miguel Ángel. –¡Feliz día de la mutación! –Dijo levantando el pastel.

-¡Feliz día de la mutación! –Dijeron sus hermanos.

-Oh, sí. –Habló el maestro Splinter, sonriendo. –Hoy hace quince años, nuestras vidas cambiaron para siempre. Y nos convertimos en la familia más extraña.

-Bueno. –Habló Hipo. –Yo estoy aquí hace solo cinco años, pero me encanta ser parte de esta familia.

-Cuéntanos la historia, Maestro Splinter. –Pidió la tortuga de bandana naranja, como muchas otras veces.

-Miguel Ángel. Ya se las he contado muchas veces. –Contestó el hombre rata, un tanto irritado.

-Por favor. –Suplicó Mickey. -¡Por favor! –Dijo más fuerte y hubiese seguido si Rafael no le hubiera cubierto la boca con su mano derecha.

-Por favor. Es la única forma de callar a Mickey. –Dijo el de bandana roja.

-Aaah, está bien. –Dijo Splinter, sabiendo que Rafael tenía razón, comenzó a narrar la historia sobre cómo fue que surgieron él y sus hijos tortuga, otra vez. –Hace muchos años, cuando todavía era humano, salía de la tienda de mascotas con cuatro tortugas bebé…

-¡Somos nosotros! –Interrumpió Miguel Ángel.

-Sí. ¡No interrumpas! –Le dijo el sensei, para luego continuar con la historia. –Me crucé con un hombre extraño en la calle. Algo me llamó la atención de él, y decidí seguirlo.

Splinter narró como vio al sujeto que siguió, encontrarse en un callejón con otro sujeto muy parecido a él, y vio que le entregaba un contenedor de vidrio con una especie de líquido brillante. En ese momento, Splinter había pisado por accidente a una rata, y esta chilló por el susto, alertando a los sujetos de su presencia.

-No continúes. –Pronunció uno de los sujetos. –Este lugar es un lugar donde no se te permite estar en este lugar.

-Hemos sido vistos en este lugar por ti. –Dijo uno de los otros dos sujetos extraños que aparecieron detrás de Splinter. –Así que ya no podrás salir de este lugar. –Los cuatro sujetos de trajes extraños intentaron atrapar a quien los estaba espiando.

Pero Hamato Yoshi, ahora el Maestro Splinter, con años de entrenamiento en el ninjutsu, pudo noquear fácilmente a sus atacantes. Pero al derribar al que sostenía el contenedor, la sustancia brillante de este terminó tocando a Yoshi y a los cuatro bebes tortugas. Y debido a eso, Splinter y las tortugas se volvieron lo que son ahora.

-Fue el comienzo de nuestra vida juntos. –Finalizó la historia Splinter, sosteniendo en sus manos el contenedor roto y vacío de hace tantos años. –Fue la sustancia misteriosa de este cilindro que en cierta… forma, nos dio vida a todos.

Miguel Ángel miró con ternura el cilindro un momento antes de tomarlo en sus manos y abrazarlo.

-Mami.

Esto hizo que sus hermanos lo vieran raro.

-Dime sensei. –Habló Leonardo. –Ya tenemos quince años. ¿No crees que ya estamos listos para subir a la superficie? –Él y sus hermanos miraron a Splinter, con sonrisas expectantes en sus rostros.

-Si. –Respondió el sensei.

-¡Si!

-¡Gracias!

-¡Oh, sí!

-Y no –Volvió a decir Splinter.

-Uggg…

-Por favor…

-Detesto que haga eso. –Dijo Rafa.

-Se han vuelto poderosos, pero aún son jóvenes. –Volvió a hablar Splinter, cruzando los brazos detrás de su espalda y caminando por la habitación. –Les falta madurez para usar sus habilidades con sabiduría.

-Pero sensei. No es eso un… ¿No? –Preguntó Donatello.

-Si. –Contestó de espaldas el hombre rata. –Y… no. –Se volteó hacia Doni. –La sabiduría la da la experiencia. Y la experiencia se adquiere cometiendo errores.

-¡Ahaaa! Así que para adquirir sabiduría, tenemos que cometer errores. –Dijo Donatello.

-Ja. Dímelo a mí. –Susurró para sí mismo Hipo, sonriendo. Recordando todos los errores que cometía de niño. Sabía que lo que dijo su maestro era muy sabio pero la gente que recordaba para nada estarían de acuerdo con sus palabras.

-¿Ya podemos subir? –Volvió a preguntar emocionado Donatello.

-No. –Respondió Splinter.

-¿Y sí?

-No.

Donatello bajó el cabeza decepcionado.

-Sensei. –Habló Leonardo. –Sabemos que tratas de protegernos. Pero no nos podemos pasar la vida ocultándonos aquí.

Splinter bajó la mirada, pasando su mano por su delgada barba, meditando las palabras de sus hijos. Entonces vio a Leonardo, Donatello, Rafael y Miguel Ángel arrodillados frente a él, suplicándole con los ojos y las manos.

-Hemos entrenado mucho, Maestro. –Habló Hipo, parado detrás de sus hermanos. –Pero jamás obtendremos experiencia si no salimos y vemos todo nosotros mismos. –Junto sus manos de la misma forma que las tortugas. –¿Por favor? –Agregó con una sonrisa tímida.

Splinter dio un suspiro de derrota.

-Pueden subir. Esta noche.

-¡Booyakasa!

-¡Ehhhhehehe!

-¡Siiii!

-¡Bravo!

Las tortugas y el berkiano se emocionaron mucho.

-¡Vengan tres! –Miguel Ángel levantó en alto la mano, invitando a sus hermanos que chocaran todos juntos.

Los cinco hermanos chocaron las palmas. Esta noche finalmente saldrían a la superficie.


-Caballeros. Tengo un buen y atrevido plan. No hay tiempo para dudas. Mis órdenes deben llevarse a cabo, sin cuestionarlas. –Leo se encontraba en la sala de la guarida mientras miraba su programa favorito, Héroes Espaciales, imitando las frases y poses de su héroe. El capitán Ryan.

-Sabes que ese programa es estúpido ¿No? –Dijo Rafael, sentado en la corta escalera de entrada a la guarida, leyendo un comic.

-Héroes Espaciales es un gran programa. –Leonardo se volteó, mirando a Rafa con el ceño fruncido. –Y el capitán Ryan es gran héroe. Algún día, yo, voy a ser como él. –Colocó su mano en su pecho y cerró los ojos con orgullo.

-Siempre te ha gustado oírte hablar, así que síguelo haciendo. –Rafael miró un momento sobre su historieta para volver a fijar su atención sobre ella.

Leonardo le frunció el ceño.

-El capitán Ryan es… algo especial. –Decía Hipo, entrando a la habitación desde el dojo. –¡Pero nadie se compara con el Capitán Escudo! –Habló con orgullo de su personaje favorito de televisión.

-¡Por favor! –Contestó Leo. –El capitán Ryan tiene su propia nave. Siempre guía a su tripulación. –Se cruzó de brazos con una sonrisa.

-¿Si? Pues el Capitán Escudo nunca envía a sus compañeros a hacer su trabajo. –Hipo imitó la posición de Leonardo.

En este punto, ambos habían comenzado una de sus amistosas charlas sobre cuál personaje es mejor.

-Ugggg... –Rafael susurró con fastidio, apretando los puños y tratando de enfocarse en su comic. Después de unos momentos, la tortuga de bandana roja se hartó y soltó lo primero que se le vino a la mente para callarlos. -¡Oye Hipo! –Bajó su historieta y miró a sus hermanos. La tortuga de bandana azul y el berkiano detuvieron su conversación y miraron a su hermano. –Tú ya tienes diecinueve años. ¡Podrías haberle pedido a Splinter que te dejara salir hace rato! ¿Por qué no lo hiciste antes?

Esta pregunta por parte de Rafael captó también la curiosidad de Leonardo, quien miró a su hermano humano, esperando su respuesta.

-No lo sé. –Se encogió de hombros Hipo. –He estado enfocado en otras cosas. Supongo que tampoco me pareció justo salir sin ustedes. –Dijo con una media sonrisa.

La única vez que Hipo fue a la superficie fue cuando Splinter trató de ayudarle a llegar a casa. Esa vez se había aterrorizado al darse cuenta de que no era el lugar, y posiblemente, el mundo que conocía. Pero esta vez estaba emocionado por salir y conocer, junto con sus hermanos.

En ese momento, Donatello y Miguel Ángel entraron en la habitación.

-¡Es hora de irnos! –Dijo Mickey con emoción. Había llegado el momento de ir arriba.

Cada ninja se preparó con sus armas. Doni con su bastón Bo, Rafa con sus Sais, Leo con sus Katanas, Miguel Ángel con sus Nunchakus, Hipo con sus Tonfas. Los cinco se encontraban parados firmemente uno al lado del otro en la entrada de la guarida, mientras Splinter caminaba con los brazos cruzados detrás de su espalda, diciéndoles unas últimas palabras antes de que partieran.

-Van a subir a un mundo extraño y hostil. –Hablaba con firmeza el hombre rata. –Deben mantenerse alertas en todo momento. –Se detuvo para mirar a sus hijos, aún con los brazos cruzados.

-¡Hai, sensei! –Respondieron los cinco.

-¡Manténganse ocultos! –Volvió a decir Splinter cuando empezaban a darse la vuelta.

-¡Hai, sensei! –Volvieron a decir.

-No hablen con extraños. –Volvió a detenerlos Splinter.

-Hai, sensei. –Dijeron algo irritados.

-¡Todos son extraños! –Los detuvo de nuevo.

-Hai. Sensei. –Dijeron con voz cansada.

Los cinco estaban a punto de cruzar la entrada cuando el maestro volvió a hablar.

-No dejen de ir al baño antes de partir. –Esto hizo que sus hijos se detuvieran algo avergonzados. –Arriba son muy… ¡Sucios!

-¡Sensei!

-Aaaaggg… Buena suerte hijos míos.

Los cinco hermanos sonrieron con cariño a su maestro, para luego darse la vuelta y salir de la guarida, hablando de lo emocionados que estaban por subir.

-¡Miren antes de cruzar la calle! –Volvió a decir una última vez Splinter, pero sus hijos ya se habían ido. Bajó los ojos con preocupación. Sus hijos irían a la superficie por primera vez. Solo quedaba esperar a que regresaran.


Luego de recorrer los túneles del subterráneo, los ninjas treparon por la escalera que los conduciría a la superficie.

Cuando Hipo llegó al final de la escalera, levantó la tapa de la alcantarilla sobre su cabeza sin removerla por completo, observando que no hubiera nadie. Al no haber moros en la costa, el berkiano movió por completo la tapa, saliendo de la alcantarilla, seguido de sus hermanos tortugas.

Los cinco hermanos miraron a su alrededor. Se encontraban en un callejón pequeño, con paredes gastadas por el tiempo manchadas con líneas de pintura, basura apilada en contenedores o esparcida por el suelo, moscas volando sobre la suciedad, eso no impresionaba mucho.

-Haaaaa… –Los ninjas fijaron toda su atención en la entrada del callejón, admirando los inmensos rascacielos de diferentes alturas que conformaban la ciudad, mientras los sonidos distintivos de una gran metrópolis invadían sus oídos.

-Esto es tan hermoso… –Dijo Miguel Ángel.

-Ah… Supongo que depende del punto de vista. –Comentó Hipo.

Después de contemplar un poco la vista, los hermanos avanzaron hacia la calle para poder echar un mejor vistazo a su alrededor.

-La ciudad está llena de posibilidades. –Dijo Leonardo, empezando a emocionarse. –Podría haber una aventura en esta esquina. –Avanzó hacia una esquina de la calle. –O o o o… ¡En esta! –Avanzó hacia otra esquina. -¡O en esta! –Fue hacia una esquina en la que vio sólo una calle vacía con un gatito sobre un contenedor de basura. –No la hay, pero podría haberla. –Siguió moviéndose por la acera mientras sus hermanos lo seguían.

-¡Miren esas computadoras! –Donatello se detuvo frente a la ventana de una tienda apoyando su rostro y sus manos contra el vidrio, admirando los dispositivos que se mostraban. –¡Ah! ¿¡Ese es el procesador Catnium de siguiente generación con codificación Quantum!? –Habló muy emocionado, sin apartar la vista de la ventana.

-No lo sé, Donatello. ¿Lo es? –Preguntó Rafael a su espalda, con sarcasmo y un toque de irritación.

Doni no reconoció el sarcasmo de su hermano y miró con más atención el dispositivo para luego responder con emoción.

-¡Sí lo es!

-¡Chicos! ¡Chicos! ¡Miren esto! –Llamó su atención Miguel Ángel. –Una mano hecha de luz. –Se apoyó sobre la ventana de una tienda que mostraba la forma de una gran mano hecha con luces de color rosado. La luz de la mano se apagó y se encendieron las luces de su centro, un ojo de tres cejas hecho con luces de color celeste. -¡Ahh! ¡Ahora es un ojo hecho de luz! –Se apagó el ojo y volvió a aparecer la mano. -¡Y la mano otra vez! –Se seguían prendiendo y apagando las luces. –¡De nuevo el ojo! ¡Y la mano!

-Vámonos, genio. –Rafael lo jaló de su bandana y lo empezó a arrastrar hacia la calle, donde estaban sus otros hermanos.

-¡El ojo! –Dijo una vez más Mickey.

-¿Y ahora a dónde? –Preguntó Donatello.

-Ya has estado aquí antes, Hipo. –Comentó Leonardo. –¿Tú qué dices?

-Sólo he estado aquí una vez. –Se encogió de hombros, Hipo. –No recuerdo mucho. Sé tanto de este lugar cómo ustedes.

Antes de que alguien más hablara, fueron tomados por sorpresa una luz a su frente que se acercaba cada vez más a ellos, mientras se escuchaba sonido que se hacía cada vez más fuerte mientras la luz se aproximada. La luz resultó ser de la motocicleta de un repartidor, quien se detuvo justo frente a ellos.

El repartidor hecho una mirada a los individuos que estaban frente a él, para darse cuenta de los detalles claramente no humanos que presentaban 4 de estos. Leonardo, Donatello, Miguel Ángel e Hipo veían al extraño con curiosidad, mientras que Rafael tenía otros planes.

-¡Errrrrrrrrrrr! –La tortuga de bandana roja gruñó, sacudiendo sus dedos junto a su cara, asustando al repartidor.

-¡AHHGGGGG! –El hombre en la motocicleta dio un gran grito, para luego apresurarse a dar la vuelta y marcharse lo más rápido que podía, dejando atrás una de las planas cajas cuadradas que llevaba en la parte trasera.

-Ja ja. Eso sí fue divertido. –Dijo descaradamente Rafael.

-No conozco a las personas en este lugar. Pero dudo que sujetos de piel verde o enmascarados sea algo que vean todos los días. –Comentó Hipo.

-Estamos muy expuestos aquí. –Leonardo miró hacia su alrededor. Miró hacia arriba, al techo de un edificio. –Vengan. –Le indicó a sus hermanos que lo siguieran.

Miguel Ángel los seguía de último, pero se detuvo al ver en la calle la caja que se le había caído por accidente al repartidor.

Las tortugas y el berkiano ahora se encontraban en el techo de uno de los edificios, mientras miraban pequeña y plana caja, que mostraba la imagen de un hombre sonriente con un sombrero peculiar, un pañuelo atado al cuello mientras guiñaba un ojo haciendo un gesto con su mano.

-Pi…zza. –Leyó Miguel Ángel, en la tapa de la caja.

-¿Y si la abrimos? –Preguntó Donatello.

-Con cuidado. Podría ser peligroso. –Advirtió dudoso, Leonardo.

Rafael rodó los ojos y abrió sin dudar la tapa, revelando el contenido. Era algo con forma circular y plano, ocupando casi toda la superficie de la caja, con pequeños círculos en su interior, detallando una mezcla de colores amarillos y rojos. Parecía estar caliente, porque podían ver el vapor saliendo de eso.

-Creo que es… Comida. –Dijo Donatello.

-No se parece a ninguna que haya visto. –Dijo Rafael.

-¿La probamos? –Dijo Hipo.

-Yo la probaré. –Dijo Miguel Ángel, para luego extender su brazo y tomar una rebanada.

Observó un momento el pedazo en su mano y luego dirigió la punta a su boca para tomar un bocado. Sus hermanos viendo atentamente. Cuando Mickey dio el primer mordisco pequeño, casi de inmediato el sabor que experimentaban sus papilas gustativas hicieron que dejara de masticar, sus ojos se dilataron, mientras sentía algo como una explosión en su cabeza. Luego siguió masticando el trozo en su boca para luego tragar mientras soltaba un ronroneo.

-MmmMmm… –Quedó maravillado con el sabor de la comida en sus manos. Se apresuró a terminar el resto de la rebanada y soltó un eructo al final. –Ah… –Vio que sus hermanos lo miraban, esperando a que les dijera qué tal estaba. –Hiaghh –Fingió asco. –No creo que les guste. Me comeré el resto. –Trató de quedarse con toda la pizza.

-¡Ah, no!

-¡Espera!

Los hermanos se apresuraron tomar un pedazo cada uno. El sabor de esta comida les pareció celestial.

-¡Que delicia! ¡Nunca creí que hubiera algo mejor que gusanos y algas! ¡Esto está increíble! –Decía Rafael, comiendo su rebanada.

Sus hermanos no podían estar más de acuerdo.

-¡Me encanta la superficie! –Dio un grito de júbilo Miguel Ángel.

Luego de disfrutar lo que para cada uno fue la mejor comida que alguna vez hayan probado, los ninjas se dispusieron a correr por los techos de los edificios, corriendo y saltando hábilmente de techo en techo. Años de entrenamiento les permitían hacer grandes saltos y giros en el aire mientras avanzaban.

Los cinco se detuvieron justo al borde en lo alto de un techo, dando nueva mente un vistazo a las enormes construcciones de Nueva York.

-Bien chicos, se hace tarde. –Habló Leonardo. –Será mejor regresar a casa.

-Aghh…

-Lástima.

-Leo tiene razón. Es mejor no preocupar al maestro Splinter. –Dijo Hipo, aunque también le daba pena tener que volver.

Los hermanos empezaban a darse la vuelta para irse. Justo cuando Donatello estaba por girarse, su visión captó algo en la calle que lo hizo detenerse.

-¡Ah! Chicos, miren eso. –Señaló hacia abajo, sus hermanos vieron hacia donde apuntó.

Abajo en la calle, venían caminado dos personas. Un hombre alto medio calvo con algo de barba y con chaqueta marrón. A su lado, una chica un poco más baja con el cabello atado y una vincha amarilla sobre su cabeza, shorts azules y remera amarilla detallando el número cinco en su centro. Ambos individuos tenían el pelo de color pelirrojo.

Donatello había quedado totalmente cautivado por la chica.

-Es la mujer más hermosa que jamás he visto. –Dijo con voz de tonto, sin apartar su mirada de ella.

-Qué no es… ¿La única mujer que has visto? –Lo sacó de su trance Rafael.

-Sostengo lo que dije. –Afirmó Donatello.

Leonardo e Hipo sólo negaron con la cabeza.

De repente, se escuchó un fuerte ruido abajo en la calle. Los ninjas vieron un vehículo detenerse justo frente a la chica y el hombre, obstruyéndoles el paso. De la puerta derecha de la camioneta salió un hombre con cabello suelto castaño y playera blanca, mientras que de la puerta trasera, salieron cuatro sujetos. Todos vestidos con trajes negros y corbata. Llamaba la atención sus rostros, eran prácticamente idénticos, con cabello peinado exactamente de la misma forma y los cuatro mostrando la misma expresión fría.

Las personas de la camioneta se acercaban a los dos pelirrojos.

-¡¿Qué es esto?! –Se alarmó el hombre, temiendo por él y su hija.

La chica sujetó el brazo de su padre, asustada al ver que los sujetos no dejaban de acercarse hacia ellos.

-¡Hay que salvarlos! –Dijo Donatello al ver la expresión asustada de la pelirroja.

-Las instrucciones de Splinter fueron muy claras. –Lo detuvo Leonardo. –Tenemos que alejarnos de las personas… Y los baños.

-Creí que querías ser un héroe. –Rafael lo miró con el ceño fruncido. –¿Desde cuándo los héroes piden permiso?

-No lo hacen. Pero… –Trató de argumentar Leonardo.

-Yo voy a ir. –Donatello no dudó y saltó hacia la calle. Casi de inmediato, lo siguieron Rafael y Miguel Ángel.

Hipo lanzó un suspiro antes de hablar.

-Si esas personas están en peligro, no podemos quedarnos sin hacer nada. –Saltó hacia la calle.

Leonardo se quedó un momento con los puños apretados y los ojos cerrados, para luego soltar un suspiro y saltar, siguiendo a sus hermanos.

Uno de los sujetos de traje negro empujaba al hombre hacia la camioneta mientras detrás de él los demás llevaban agarrada a su hija que no parada de pedir auxilio. Al llegar a la camioneta, el sujeto extraño tomó de la camisa al hombre calvo con un solo brazo y lo arrojó fácilmente dentro de la camioneta.

-¡Oye! –Una voz se escuchó a la derecha del hombre.

El sujeto giró su cabeza en la dirección de la voz, para ver a Rafael lanzarle un golpe derecho en el estómago, haciéndolo retroceder. Los hermanos de Rafael fueron hacia los otros sujetos. El oponente de la tortuga de bandana roja se mantuvo parado con la cabeza baja y los brazos caídos un momento para luego erguirse, mostrando una expresión fría y neutra en su rostro.

-No te bastó, ¿eh? Arreglaré eso. –Rafael sacó sus Sais.

Antes de que Rafa pudiera atacar, chocó contra Leonardo, que pasó justo por su camino.

-¡Cuidado! –Dijo Leo, luchando contra otro de los sujetos de traje negro.

-¡Cuidado tú! –Reclamó Rafael, volviendo a fijar su atención en su oponente.

El sujeto miró hacia abajo a Rafael, para luego lanzar un golpe izquierdo, que terminó impactando contra el suelo porque la tortuga lo esquivo, pero sorprendentemente, su puño terminó rompiendo el pavimento de la calle. El extraño le lanzó otro golpe, el cuan Rafael bloqueo apenas con sus brazos. El ninja con los Sais dio una voltereta hacia atrás y terminó chocando la espalda con Donatello que apareció desde su lado derecho.

-¡Cuidado, Doni!

La tortuga de bandana purpura no le prestó mucha atención, ya que se mantuvo enfocado en su pelea contra su propio oponente.

Mientras seguían luchando, los ninjas iban teniendo algunas complicaciones, como cuando Mickey enganchó por accidente uno de sus Nunchakus con el Sai de Rafa. Doni chocó por accidente su Bo con las espadas de Leo. Hipo casi llega a golpear a Doni con sus Tonfas cuando uno de los sujetos esquivó su ataque.

Leo blandió sus dos Katanas y se lanzó hacia el frente, contra uno de los de traje negro, pero justo Rafael saltó frente al sujeto y las espadas de Leo terminaron chocando contra su caparazón.

-¡¿Qué té –Rafael volteo su mirada a Leonardo. –¡Ahg! –El sujeto en frente de él aprovechó y lo derribo con un golpe izquierdo.

Rafa se levantó viendo que frente a él estaba otro de los hombres. El de mirada fría le lanzó un golpe y Rafael lo esquivó, atrapando su brazo con sus Sais e intentó hacer lo mismo que había hecho su hermano en el entrenamiento. Pero para su sorpresa, cuando intentó derribar al hombre no podía ni moverlo.

-¡Ay! ¡¿Qué pasa?! –Volteo su mirada hacia su oponente.

El sujeto con la expresión en blanco le lanzó un golpe, mandándolo al suelo varios metros hacia atrás.

-¡Oye! ¡Bájame! ¡Detente! –Forcejeaba la chica pelirroja, mientras uno de los de traje negro la llevaba cargando sin esfuerzo hacia la camioneta.

Donatello escuchó los gritos de la chica, así que luego de apartar a su oponente se dio la vuelta y arrojó su bastón con todas sus fuerzas contra el hombre. El sujeto fue derribado y soltó a la chica en el aire. Doni se apresuró a llegar hasta ella antes de que golpeara el piso.

-¡Te tengo! –La atrapó en sus brazos.

La chica miró hacia la cara de la tortuga de bandana púrpura que mostraba una sonrisa agradable, pero al ver cómo era el rostro de quien la rescató no pudo evitar asustarse.

-¡AHGGG! –Gritó la chica.

-¡Ahggg! –Imitó el gritó Donatello, al mismo tiempo que la dejó caer al suelo por el susto que le pegó.

La chica empezó a arrastrarse hacia atrás, sin dejar de ver a la creatura frente a ella.

-¡No! ¡No! ¡No! ¡No te asustes! Somos de los buenos. –Trató de calmarla Donatello.

-¡AHGGG! –Volvió a gritar la pelirroja, retrocediendo más.

-No te asustes… –Habló con más calma la tortuga.

-¡Esta bien! –Llegó desde atrás de Doni, Hipo. –No te haremos daño. –Se quitó la capucha y bajó la tela que cubría su rostro, asumiendo que ver un rostro humano podría calmar a la chica. –Puedes confiar en nosotros. –Le ofreció una sonrisa amable, al igual que Donatello.

La pelirroja pareció calmarse. Vio de reojo a su espalda a dos de los de traje negro acercarse a ella de manera amenazante. Volvió su vista al frente viendo al ser de piel verde ofreciéndole una mano con tres dedos y una sonrisa amable. Lentamente, extendió su mano hacia el ser verde, a punto de aceptar su ayuda. La hubiera tomado de no ser por Miguel Ángel, que llegó desde atrás y golpeo en la cabeza a Donatello con su Nunchaku, distrayéndolo.

-Errrrrrrr –Doni volteó a ver a su hermano con furia.

-Lo siento. –Mickey ofreció una sonrisa nerviosa. –¡Cuidado! –Advirtió a sus hermanos.

Donatello volteo la mirada, solo para ver a uno de los de traje negro arrojarle una fuerte patada, haciéndolo chocar contra Mickey y lanzándolos a los dos contra unos botes de basura. Casi de inmediato, el sujeto lanzó otra patada giratoria, golpeando a Hipo y mandándolo a chocar contra uno de los postes de luz.

-Aaaaa… –El berkiano se levantó adolorido.

Los sujetos aprovecharon para amordazar a la pelirroja, y arrojarla a la camioneta, para luego subir y marcharse, habiendo cumplido su objetivo.

-¡Se escapan! ¡Tienen a la chica! –Donatello se apresuró a recuperar su Bo y a correr tras el vehículo.

-¡Doni! ¡No vayas sólo! –Se apresuró a unírsele Hipo.

-¡Me pinchaste con tu espada!

-¡No sabía que ibas a aterrizar sobre mi espada!

Discutían Leonardo y Rafael mientras corrían, siguiendo a sus hermanos.

Mickey tardó un poco más en levantarse. Empezó a caminar lentamente en la dirección por la que se fueron todos, pero se detuvo al detectar una presencia detrás de él. Volteó y vio que uno de los sujetos de traje negro seguía aquí. Inmediatamente sacó su Nunchaku.

-¡¿Crees que eres rudo?! ¡¿Eh?! ¡¿Crees que eres lo suficiente para enfrentar la furia de mi Nunchaku?! –Provocaba la tortuga, moviendo su arma hábilmente.

El sujeto de traje negro sólo respondió con silencio y su mirada fría y neutra.

Miguel Ángel empezó a golpearlo varias veces con su arma, pero el extraño ni se inmutaba por los golpes. Finalmente, el hombre agarró el Nunchaku de Mickey con su mano derecha, deteniendo el golpe, quitándoselo de las manos sin esfuerzo y arrojándolo lejos.

Esto dejó con la boca abierta a la tortuga.

-Ya veo. Entonces … ¡Ahhh! –El ninja se dio la vuelta y salió huyendo.

El extraño de mirada fría se dispuso a perseguirlo.

Mickey siguió corriendo hasta que dobló y entró en un callejón sin luz, dándose cuenta de que no tenía salida. Por el rabillo del ojo vio al sujeto en la entrada del callejón. Se dio la vuelta asustado, sacando su otro Nunchaku, liberando la hoja oculta que tenía este, volviéndolo un Kusarigama.

El sujeto se acercó poco a poco a Miguel Ángel, alterando aún más a la tortuga.

-¡No te acerques! –Mickey cerró los ojos con miedo, mientras agitaba su arma.

El extraño se acercó demasiado y el filo de la cuchilla le dio en el rostro. Se dio la vuelta mientras empezaba a tambalearse, pero lo extraño fue que de su cabeza no salía sangre, sino que parecía emanar una especie de luz rosada y soltando unos extraños ruidos. Después de unos segundos el extraño cayó al suelo, aún con la extraña luz iluminando el oscuro callejón.

-¡¿Qué le… –Se acercó con cuidado al extraño. Lo piso un poco con el pie derecho para ver si reaccionaba. Al no obtener respuesta, presionó el pie y volteó al extraño.

Se llevó una gran sorpresa al ver su rostro. La piel de la mitad de la cara del sujeto estaba toda rasgada, develando una extraña cabeza metálica con un ojo de color rosa brillante, mientras se escuchaban extraños sonidos eléctricos viniendo de eso.

-¡¿Qué clase de cosa es esta?! –Exclamó sorprendida la tortuga.

Vio cómo la luz del ojo lentamente se apagaba, para luego mirar hacia el estómago del sujeto y llevarse la sorpresa de su vida, al ver incrustado en el cuerpo aparentemente robótico una especie de cerebro que le gruñía de forma amenazadora.

-¡AHHHHHGGG! –Mickey gritó de terror cuando el cerebro rápidamente saltó y aterrizó sobre su cara, envolviéndola con sus pequeños tentáculos.

Miguel Ángel forcejeó por unos momentos, tratando desesperadamente de quitarse ese cerebro de encima, hasta que finalmente pudo quitárselo de un tirón con sus manos y piernas, mandando al cerebro a chocar contra la pared del callejón. El cerebro rápidamente se levantó y empezó a alejarse de ese lugar, mientras andaba soltando horribles gemidos.

La tortuga de bandana naranja se quedó viendo la dirección por la que el cerebro se fue, tomándose unos momentos para recobrar el aliento y luego pararse para salir del callejón e ir a buscar a sus hermanos.

-¡Chicos! ¡No van a creer lo que pasó! –Los encontró mientras volvían caminado sobre la misma calle por la que se habían ido. –Ese sujeto… ¡Él! ¡Él! ¡Él! ¡Tenía cerebro! –Les dijo todo alterado.

Leonardo, Donatello y Rafael lo vieron con fastidio e Hipo con una ceja levantada.

-Todos tenemos cerebro, Mickey. –Dijo Leo.

-No, no todos. –Dijo algo irritado Donatello.

-¡¿En el pecho?! –Volvió a preguntar Miguel Ángel.

-No, Mickey. No en el pecho. –Respondió Leonardo.

-¡No están escuchándome! –Gritó enfadado el de bandana naranja. Inmediatamente sintió una cachetada. –¿Me abofeteaste? –Entrecerró sus ojos al de bandana azul.

-Te estaba calmando.

-¡¿Por qué iba a calmarme eso?!

-Creo que está alucinando. –Comentó Donatello.

-¡No! ¡No! Vengan acá. –Le hizo una seña a sus hermanos para que lo siguieran al callejón. –Hablo enserio. El grandulón era un robot y tenía un horrible cerebro extraterrestre en el pecho. ¡Tienen que creerme!

-No sé si creerte. –Comentó Rafael, mientras caminaban hacia el callejón.

-¿A, sí? Pues cambiarán de opinión cuando vean que él se… –Llegaron al callejón y para sorpresa de Mickey, estaba todo vacío. El cuerpo robótico que había dejado el cerebro atrás ya no estaba. –¿Ha ido?

Leonardo, Donatello y Rafael le lanzaron una mirada fulminante para luego darse la vuelta y empezar a marcharse.

Hipo se acercó a Miguel Ángel y colocó una mano sobre su hombro.

-Tú me crees ¿No? –Mickey dio una mirada suplicante a su hermano.

Hipo de verdad quería creerle. Mickey era el único que siempre le había creído sobre las historias de su tiempo antes de estar con ellos, pero no podía negar tampoco que lo que decía su hermano en verdad sonaba descabellado.

-Regresemos a la alcantarilla. Ya veremos qué hacer con todo esto.

Hipo y Mickey empezaron a caminar, siguiendo a sus hermanos.


De vuelta en la guarida, los ninjas le explicaron a Splinter todo lo que habían vivido en su visita a la superficie. Se encontraban sentados de rodillas uno al lado del otro en el dojo.

-Su incapacidad de trabajar en equipo ocasionó que escaparan todos. –Regaño el sensei.

-Peleamos todos solos. Esos sujetos fueron más hábiles que nosotros. –Estuvo de acuerdo Hipo.

-Tal vez si no hubiera perdido tiempo discutiendo con el héroe los hubiera salvado. –Rafael miró a Leonardo a su derecha.

-Oye, si no te hubieras interpuesto yo lo hubiera hecho. –Respondió Leonardo. –¡Y tú te fuiste por tu lado! –Miró a Donatello a su derecha. –¿Eso es ser un genio?

-Todo hubiera salido bien. –Doni volteó su mirada hacia Mickey a su derecha. –Si alguien, no me hubiera golpeado con sus Nunchakus.

-Pues… Nada de esto hubiera pasado… –Miguel Ángel vio a su derecha, encontrando sólo un lugar vacío sin nadie a quien responsabilizar. –¡Si alguien no hubiera confiado en nosotros para ir allá arriba!

Leonardo, Hipo, Rafael y Donatello dieron un grito ahogado para luego mirar a su maestro. El sensei que estaba caminando con los brazos cruzados en su espalda se detuvo al escuchar lo que dijo su hijo.

-Oh, cielos. –Mickey se dio cuenta de su error. –Sensei, no era mi intención.

-No Miguel Ángel. Tienes razón. –Respondió Splinter.

-¿La tengo? –Dijo Miguel Ángel.

-¿La tiene? –Dijeron al mismo tiempo Hipo, Leonardo, Rafael y Donatello.

-No estaban bien preparados para lo que hay allá arriba. –Decía el sensei, mientras caminaba frente a sus alumnos. –Los entrené para pelear en forma individual, no como equipo. Y como su maestro. Su padre. La responsabilidad de eso es mía. Tal vez dentro de un año lo volvamos a intentar.

-¡¿Qué?! ¡¿Dentro de un año?! –Exclamó Donatello. –¡¿Qué ya se les olvidó que secuestraron a unas personas?! Ellos no tienen un año. Sensei. ¡Tenemos que hacer algo ahora!

Splinter entrecerró sus ojos ante las palabras de Donatello.

-No estuviste ahí, sensei. –Continuó hablando el de bandana púrpura –No viste la forma en la que esa chica me miró a los ojos. Ella estaba asustada, ella contaba conmigo. ¡Con nosotros! –Hizo un gesto a él y sus hermanos. –Para salvarla. –Los cinco miraron fijamente a su padre y maestro.

-Doni tiene razón, Maestro. –Asintió Hipo. –No podemos sólo quedarnos aquí a salvo sabiendo que esas personas están en peligro.

Splinter se dio la vuelta, meditando las palabras de sus hijos. Se detuvo frente al altar en el que estaba la foto de su pasado. Al contemplarla, algo hizo efecto en él, dándose cuenta de que lo que decían sus discípulos era verdad.

-Sí. –Se volteó hacia sus hijos. –Tienen que salvarlas.

-Yo estoy de acuerdo. –Habló Leo. –Pero en esa pelea, no diría que éramos máquinas bien aceitadas.

-¡Como el robot con el cerebro adentro! –Mickey hizo un gesto a su pecho.

-Basta de tonterías. –Miró Rafael.

-Mmm… –Splinter cerró los ojos y pasó su mano por su barba, meditando. –Para pelear eficientemente como equipo van a necesitar un líder.

-¿Puedo ser el líder? –Leonardo se apresuró a levantar la mano.

-¿Por qué deberías serlo? –Rafael hizo un gesto con el puño. –Te pateé el trasero. Debería serlo yo.

-¡Yo soy el más inteligente de todos! –Se cruzó de brazos Donatello. –Debo ser yo.

-Oigan, yo soy el mayor. ¿No debería serlo yo? –Hipo habló como si fuera lo más obvio.

-¡Claro que no! Debo ser yo. –Hipo, Rafael, Leonardo y Donatello vieron a Miguel Ángel con distintas expresiones, esperando a que se justifique. –No tengo una razón. Sólo creo que sería bueno.

-Es una decisión difícil. –Splinter corrió la puerta de su habitación y entró. –Meditaré sobre ella. –Cerró la puerta. Un segundo después, corrió la puerta y habló. –Será Leonardo. –Cerró la puerta nuevamente.

Hipo le ofreció a Leo un choque de manos, que él aceptó con gusto.

-¿Sin rencores, Rafa? –Leonardo miró a Rafael.

-¡Daaaaaiiiii! –Gruñó Rafael, mientras se levantaba y se alejaba. –Métete en tu caparazón.


Las tortugas y el berkiano se encontraban nuevamente en la superficie, esperando sobre el techo de un edificio.

-Explíquenme otra vez. ¿Qué hacemos aquí? –Susurró Mickey a sus hermanos, sentado en el borde del edificio.

-Aaaaay… –Se quejaron los otros ninjas por la falta de memoria de su hermano.

-¡Mickey, ya hablamos de esto! –Leo se encontraba a su lado, parado sobre la orilla. –Ese edificio. –Señaló al edificio de enfrente que estaban vigilando. –Tiene el mismo logo que la camioneta en la que secuestraron a la familia. –Así… que si esperamos lo suficiente. Uno de los secuestradores tarde o temprano se presentará. –Chocó su puño con su mano. –Y cuando lo haga, haremos que nos diga en dónde están.

-¡Y tendremos una camioneta! –Mickey alzó su puño con emoción.

Leonardo se dio una palmada en la frente, irritado.

-Tú solo golpea al que yo te diga. –Le dijo a su hermano.

-Lo haré. –Mickey le levantó el pulgar.

Leo sonrió para luego regresar su vista al edificio.

-¿Estás seguro que funcionará? –Rafael se apareció a su espalda.

-Créeme. Llegará en cualquier instante. –Leo se sentía muy confiado.

El tiempo y las horas iban pasando. Rafael, Miguel Ángel y Donatello se movían de un lado a otro e iban improvisando juegos para no aburrirse tanto. Mickey ya los estaba cansando con su juego de adivina lo que veo, siempre terminaba viendo sólo a Rafael. Los únicos que no se habían movido de su lugar de vigilancia fueron Hipo y Leonardo. El berkiano se encontraba arrodillado sobre su pierna derecha en el borde del edificio. A su lado, Leonardo parado firmemente, ninguno había apartado su vista en todo este tiempo.

Hasta ahora, nada ni nadie había aparecido por ese lugar.

-Ya vámonos de aquí. –Rafael estaba harto. –El sujeto no llegará.

-Debemos ser pacientes. –Dijo Leonardo.

-No. –Argumentó Rafael. –Tienes que pensar en un mejor plan. Porque aquí parados, esperando algo que no pasará… No… tiene caso.

-¿Estás seguro de eso, Rafa? –Leo miró hacia abajo, con una sonrisa confiada.

-Acaba de llegar ¿Verdad? –La voz de Rafa sonó irritada.

-Sí. Así es. –Hipo puso una sonrisa en su rostro cubierto, mientras veían la camioneta estacionar junto al edificio.

-Debí haberme quejado hace dos horas. –Dijo Rafael.

Los ninjas vieron que desde la camioneta salía el sujeto de playera blanca que había estado con los sujetos de traje negro que secuestraron a la chica y su padre.

-Caballeros. –Habló Leo. –Tengo un buen y atrevido plan. No hay tiempo para dudas. Mis órdenes deben llevarse a cabo. Sin cuestionarlas. –Cerró los ojos un momento, y cuando los volvió a abrir, se dio cuenta de que tres de sus cuatro hermanos ya no estaban sobre el techo.

-No creo que los discursos de Héroes Espaciales sirvan con ellos. –Hipo se encogió de hombros antes de seguir a sus hermanos, dejando a Leo sólo en el techo.

-¿Chicos? ¡Chicos esperen! –Leonardo se apresuró tras su equipo.

Ya en la calle, frente al sujeto de pelo castaño y playera blanca, los cinco hermanos se acercaron lentamente a él, rodeándolo. Este al verlos se sorprendió.

-Bien amigo. –Sonrió Rafael. –Podemos hacer esto de la forma fácil. O. Voto. –Los ninjas sacaron sus armas. –Por la difícil.

-Sí, velo con lógica. –Donatello sonreía descarado mientras apuntaba con su Bo. –Nosotros cinco. Contra uno. Ja ¿Dinos qué vas a hacer?

El hombre los miró un momento, para luego sacar una pistola de su cinturón y dispararles. La pistola no era un arma de balas, era una especie de pistola láser. Los ninjas fueron tomados por sorpresa y dieron volteretas hacia atrás para esquivar los disparos. Quedaron sobre las escaleras de incendio del edificio.

El sujeto aprovechó para subir a la camioneta.

-Eso es lo que iba a hacer. –Hipo miró a Doni.

-¡¿Para qué preguntas?! –Rafael le lanzó una mirada enojada.

La camioneta empezó a arrancar y se apresuró a alejarse. Los ninjas saltaron desde las escaleras a la calle.

-¡Se escapará otra vez! –Donatello miró a Leonardo.

-Claro que no. –Leo entrecerró los ojos con determinación.

Los ninjas se dispusieron a escalar los edificios y empezar a perseguir la camioneta por encima de estos. Daban saltos largos y hábiles por todas las construcciones en su camino, no estaban dispuestos a dejar que su presa escapara. En un punto, Rafael pudo alcanzar al vehículo y logró aterrizar sobre el techo de este, pero el conductor agitó la camioneta, haciendo que Rafael se soltara y callera sobre la acera, golpeando la pared.

Mientras tanto, en los bordes de los edificios, Leonardo, Hipo, Miguel Ángel, y Donatello se encontraban corriendo rápidamente uno detrás del otro, siguiendo a su objetivo por las calles de Nueva York. A través de su espejo, el conductor de la camioneta vio a los cuatro hermanos persiguiéndolo por los techos, así que sacó su arma y empezó a dispararles mientras seguía huyendo.

De un osado salto, Hipo, Doni y Mickey esquivaron los disparos y aterrizaron sobre los edificios del lado opuesto, mientras Leo continuó la persecución por la misma dirección de la camioneta. Con un gran salto hacia atrás, Leo arrojó una estrella Shuriken, la cual moviéndose como un boomerang, logró incrustarse en el neumático delantero izquierdo de la camioneta, reventándolo, haciendo que el vehículo perdiera el control y se estrellara contra un poste de luz luego de doblar a la derecha en una esquina, quedando tumbada de lado en medio de la calle.

-Ya logramos algo. –El líder observó su logro, arrodillado en el borde del techo.

Los cinco ninjas se acercaron a la esquina de la calle en la que estaba la camioneta. Leo levantó la vista un poco sobre su escondite, observando el vehículo tumbado, mientras con su mano derecha empezaba a hacer un montón de señas, indicándoles a sus hermanos lo que debían hacer.

-¡No! ¡Sé! ¡Qué! ¡Significa! ¡Eso! –Rafael hizo un montón de gestos con sus manos alzando la voz, mientras Donatello y Miguel Ángel miraban confundidos.

-Nos dijo: vayan por atrás –Aclaró Hipo.

-¿Por qué no lo dijo antes? –Mickey arqueó una ceja.

Los cinco ninjas procedieron a avanzar lentamente hacia la camioneta, rodeándola, cada uno preparado con sus armas en mano. Avanzaron hacia la parte trasera de la camioneta, notando que la puerta trasera izquierda de esta estaba abierta y unas cajas salían de su interior.

Al llegar a la parte trasera, Rafael abrió la otra puerta para poder echar un mejor vistazo. Tan pronto movió la puerta, algo cayó desde adentro y comenzó a rodar por el suelo. Terminando justo a los pies de Miguel Ángel.

Al examinarlo mejor, vieron que era una especie de cilindro, pero no cualquier cilindro. Era un cilindro casi idéntico al que les había mostrado el maestro Splinter. La única diferencia, era que este cilindro no estaba roto ni vació. Se podía ver que estaba lleno de una sustancia de color extraño y muy brillante.

-Eso… es… ¿Lo que creo que es? –Hipo se destapó su rostro, mostrando su desconcierto.

-¡¿Mamá?! –Exclamó Mickey con sorpresa.