#6 • Una vez más
Le cuesta trabajo erguirse, y sus rodillas otra vez hacen ese extraño ruido que solo ella puede escuchar (y tal vez Inuyasha, si presta atención). Suelta un sentido suspiro y se toma la cadera con una mano, como si quisiera mitigar el cansancio y ese dolor persistente en la espalda. Mira más allá de la copa de los árboles, a los pájaros que remontan vuelo. El sol pronto comenzará a bajar, y ni siquiera ha terminado todas las tareas que debía hacer ese día.
—Hermana.
La voz de la otrora sacerdotisa la sobresalta. Kaede se gira lo más rápido que puede. Los pocos niños que estaban cerca se alejan corriendo entre risas, envueltos en un nuevo juego.
—¿Hermana…? ¿Qué haces aquí?
Kikyō la observa con una tenue sonrisa.
—Quería visitar la aldea.
Kaede frunce el ceño. Todo le resulta extraño, porque Kikyō no suele regalarle demasiadas visitas desde su nueva vida, así que intenta ir al grano lo más rápido posible.
—Inuyasha no está en el pueblo.
—Oh, lo sé muy bien. —Kikyō observa alrededor. Están alejadas de las cabañas, el ruido de la aldea les llega atenuado—. El otoño comienza a hacerse presente, ¿no es así?
—Hermana, ¿todo está bien?
No sabe de Inuyasha y de los suyos desde hace un tiempo, pero sí sabe que la búsqueda de los fragmentos está en su tramo final, que pronto se acercará una última batalla… y las palabras de su hermana…
—¿Kikyō?
—Todo está bien, Kaede. Solo… quería ver nuestro hogar otra vez.
Se pasea a pasos tranquilos. La amable sonrisa tranquiliza el corazón acelerado de Kaede. Por un momento, la anciana temió lo que podría llegar a ocurrir allí (algo tenía que haber traído a Kikyō a la aldea, y no algo bueno, precisamente), pero se siente a salvo a su lado. Algo le dice que no hay maldad alguna en aquella visita, ni por parte de su hermana ni por parte de algún extraño.
Kikyō se detiene ante un montón de hojas acumuladas, que habían caído de los frondosos árboles de derredor no demasiado tiempo atrás.
—¿Recuerdas cómo jugabas entre las hojas, Kaede? Solías correr y saltar…
Se hace el silencio entre ellas. Kaede se acerca a su hermana, se para a su lado y descansa la vista en aquel montón de hojas de cálidos colores. De los juegos de la anciana Kaede solo quedan recuerdos escondidos debajo de otro montón de experiencias vividas, muy lejos en el tiempo, pero Kaede asiente.
El aire en torno a su hermana es cálido y tranquilo, pero la melancolía le llega al alma. Kaede no quiere pensar en lo que esa visita significa, pero ya lo tiene muy claro. Se agacha y toma un puñado de hojas, calientes bajo el sol de la tarde. Se endereza una vez más y se gira a su hermana, que la observa con curiosidad.
Y luego le tira el montón de hojas en la cara.
—Pero, ¿qué…? ¡Kaede!
Los ojos de Kaede destellan de diversión, y suelta una risa sincera que le sale desde el fondo de la garganta. Kikyō parpadea dos o tres veces y sonríe, algo cálido le envuelve el pecho y acaso será que la risa de Kaede no ha cambiado en lo más mínimo. Es ahora ella quien toma un puñado de hojas y lo tira sobre el cabello gris de la anciana. La sacerdotisa sigue riendo y camina a paso rápido, alejándose de su hermana y haciendo todo lo posible por tirarle más hojas en el proceso.
No es un juego justo: la rapidez de Kaede no es en absoluto lo que solía ser, pero Kikyō se toma su tiempo para perseguirle; ríe al verla saltar sobre la hojarasca y atesora el crujir de las hojas bajo su peso, la risa de Kaede y la profunda paz que siente. Kaede, por su parte, olvidó el dolor en la espalda y no escucha ni un solo ruido en sus rodillas: está demasiado ocupada disfrutando de ese tonto juego.
› Prompt 2: Protagonista se siente de nuevo como un niño.
› Palabras: 667.
› Nota: Y finalmente le doy un cierre a este fic con el último prompt que me faltaba... con Kaede y Kikyō, porque las amo a ambas.
Muchas gracias por sus reviews(L), son amados mucho muy fuerte~ Nos leeremos pronto en algún otro fic (no es como si me faltaran deudas...),
Mor.