Disclaimer: Como siempre, nada mío.
El día que tu corazón me encuentre
por MissKaro
Sinopsis: Con la llegada del nuevo presidente de Pandai, Kotoko Aihara se vio expuesta al constante contacto con el joven genio que la había rechazado durante la preparatoria. Y, sin poder prevenirlo, volvió a caer. Esta vez, irremediablemente, del hombre en que se había convertido.
O, quizá era que nunca lo había olvidado.
Era una pena que se mantuviera cometiendo errores a su paso, haciendo imposible que él se fijara en ella y su trabajo peligrara en el proceso.
Uno
Nada podía ser peor como que el jefe hiciera una visita a su zona de trabajo para supervisar el mismo.
Al menos, en lo que respectaba a Kotoko, no era por las cuestiones habituales. Ella hacía lo que le correspondía, cumplía y hasta se excedía a veces (más que muchos, por sus propias características), por lo que sabía que no podía haber motivo de réplica para su trabajo.
El detalle estaba en quién era su jefe. O su nuevo jefe. El presidente.
Suspiró.
Irie Naoki.
El pensamiento del nombre de su superior vino acompañado con la imagen que éste proyectaba para los otros. Imponente altura, cuerpo atlético, aura de poder, gran intelecto, atractivo físico en forma de orbes violáceos y cabellos castaños bien peinados y traje cortado a la medida. Y, por si fuera poco, rico y soltero.
El único pero estaba en su personalidad, aunque era algo que más adelante tendría en cuenta.
Tras trabajar un par de años en la filial extranjera, de la que él era causa, Naoki Irie, Irie-san, había vuelto, ya no como el vicepresidente, sino quien tenía las riendas de la famosa empresa de entretenimiento, Pandai —juguetes, videojuegos y lo relacionado a ello—. Y, como primera tarea, antes de sentarse en su trono, dígase despacho presidencial, él pretendía dar una vuelta por toda la empresa.
Eso llenaba de aprensión a Kotoko.
Tenía año y medio en la empresa y no se había cruzado con él desde el último año de preparatoria, en que tontamente le presentó una carta de amor, rechazada sin ser leída.
Hacían nueve años de eso, y no mantenía pensamientos muy amorosos en torno a él, pero sentía vergüenza y nerviosismo de verlo nuevamente en persona, por el temor que la recordara y la reconociera. Sería profundamente bochornoso para ella.
Claro, no esperaba que lo hiciera, ¿cómo iba a recordar a alguien que había visto menos de un minuto, y quien fue objeto de rumores una semana, tras su rechazo?
No tuvo ningún significado en su vida; por lo que recordarla era nimio, pero a ella le daba reticencia al recordarle el momento más vergonzoso de sus veintiséis años de vida.
Era consciente que el momento llegaría, de verlo, se refería, pues desde que aceptó el empleo era una posibilidad —que quiso anular con su trabajo en el extranjero—, mas ahora la llenaba de ansias la cercanía y el escrutinio que le daría. Creyó que, trabajando en muy diferentes áreas, no se cruzarían.
La empresa era muy grande para eso.
Por supuesto, de alguien casi perfecto como él, era obvio que se encargaría de analizar a detalle la plantilla de la empresa, de la que ella, para buena, o mala suerte —al momento—, formaba parte.
El cómo, a pesar de todo, comenzó a trabajar allí, era curioso y casi afortunado (además, no se podía dar el lujo de rechazar un empleo como ése, necesitaba cómo mantenerse).
Con mucho esfuerzo y dedicación, consiguió entrar a Tonan, donde estudió literatura —la clase F de la Universidad, como la que estuvo en preparatoria y secundaria—, para licenciarse y trabajar un poco de tiempo en escuela, donde no fue muy buena.
Buscando trabajo, halló una oportunidad en Pandai, que buscaba licenciados en su área para las novelas, mangas, historias gráficas, o simples historias, de los juegos que desarrollaban. Ella fue por la entrevista, pero los nervios, que acompañaban a la conciencia del hijo del dueño, le negaron sobresalir mucho. Hasta que debió enviar un escrito.
Sorprendentemente, gustó mucho y se ganó la vacante —a pesar de no ser la más prometedora, dijeron—. Entonces, empezó allí y ya dos de sus trabajos eran conocidos, para su enorme alegría y satisfacción.
Todo iba bien en los dieciocho meses allí, hasta el ascenso y retorno de Irie-san, que sabía provocaban mucho nervio en ella.
Aún preparada, se cernía como una dura prueba.
Después de darle muchas vueltas en su momento, comprendió que era esperar mucho que aceptara una carta de su parte, sin conocerla.
Al menos habría deseado que se diera la oportunidad de hacerlo; y no decirle muy fríamente que no quería su carta.
Vale, que no debió entregársela en público, pero no encontró otro modo de hallarle a solas... y pensó que la recibiría, no tanto que la leería.
Si bien tenía la impresión de que era muy serio (más del promedio y nivel aceptables), no imaginó que poco agradable, y hasta extremadamente frío. Su tono de voz había sido carente de emoción y eso provocó un estremecimiento en ella aquel día.
A ello, le siguió una semana como el centro de atención, para después ser olvidada. Pero aquel rechazo había motivado que se esforzara por ser mejor y no ser vista como una cucaracha a sus ojos vacíos, como se sintió ante la mirada de Irie-san.
Su ola de triunfos le dieron más impulsos a superarse, y en el presente ella podía decir que había avanzado mucho en eso. No al nivel estratosférico que él, por supuesto, pero había subido un escalón para alguien de la no triunfadora Clase F. Así como sus mejores amigos Kin-chan y Jinko, chef reconocido y representante de un famoso artista.
Había entendido que el chico que admiraba —y seguía haciéndolo—, era alguien muy cerrado al exterior en sentimientos, especialmente siguiendo sus logros, por lo que lo que sentía hacia él había cambiado un poco. También, porque supo que era un sueño imposible el que un genio estuviera con una chica promedio.
—¿Otra vez soñando con un imposible, Aihara? —Matsumoto la sacó de sus cavilaciones—. No dejas de ser consciente que Irie-san no es para ti, él nunca te haría caso.
—¿Y a ti, sí? —inquirió entre dientes. —Y yo no tengo interés en él, Matsumoto.
Ella era otra de las empleadas de Pandai, del área tecnológica, compañera de universidad de Irie-san.
—Pues siempre babeas por él —se burló la otra.
Kotoko sabía que no estaba enamorada de él, solo lo admiraba, como cualquier persona haría por sus avances; quizá otra no llevaría revistas al trabajo, halladas por la pelinegra entrometida en dos ocasiones, pero no era amor, y no lo quería por su admiración, como erró de joven.
Era atractivo y buen partido; si dejaba de lado su hermetismo, aunque podía ser que en cara pública así fuera y su rechazo se tratara del disgusto por su atrevimiento. Sería ciega de no admitir que ser pareja de alguien con sus credenciales era horroroso...
Pero no era amor. Creía no ser tan masoquista y tonta como para que eso fuera.
Menos tras largos años desde que trató de confesarse y fue denegada su oportunidad.
—Otra vez, Aihara —dijo Matsumoto, burlona.
Como si ella hubiera podido lograr algo con él, con mayor cercanía.
—¿Qué quieres? —preguntó, irritada. La otra gustaba de provocarle. E ir a su cubículo sólo por eso podía ser probable, pero no su costumbre, siempre tenía otro motivo y la otra razón la agregaba a su intercambio. —¿Para qué estás aquí?
—Te lo acabo de decir dos veces, pero en tus ensoñaciones con Irie-san no me escuchaste.
—¡Deja de decir eso! —exclamó poniéndose en pie, bajando la voz al atraer las miradas de los otros cubículos.
—¿A poco no es verdad? Estás enamorada del presidente.
—No es cierto —replicó, enojada; empuñando una mano.
—¿Entonces por qué estás tan nerviosa por su presencia? ¿O por qué sigues tan de cerca su vida? ¿Y no puedes pronunciar su nombre en voz alta?
¿No lo hacía?
—¿O por qué sonríes mirando su imagen cuando crees que nadie está viendo?
—No estoy enamorada de I... Irie-san.
Matsumoto sonrió. —¿Ah, no?
—¡No!
—Pues no lo creo, Aihara, ¿por qué no estarías enamorada de alguien como él? Admítelo de una vez y dejémonos de juegos. Te interesa Irie-san.
—¡No es verdad! No estoy enamorada de él.
—Lo estás.
—¡No! ¿Cómo podría estar enamorada de alguien tan soberbio y frío que no le importa nadie más que sí mismo!
—Es bueno saber que tiene esa opinión de su jefe, Aihara.
A ella se le heló la sangre y observó a sus compañeros mirándola con expresiones temerosas e interesadas. Matsumoto, sonreía petulante frente a ella, viendo a alguien sobre su hombro.
Llegó la vergüenza y el miedo, porque se estaba repitiendo la atención de los demás, aun en ese silencio incómodo que se había formado en el piso. Y porque la persona que había hablado era la última que tendría que haberle escuchado.
Tragó saliva, deseando desaparecer, y se dio la vuelta para enfrentar al «demonio» en persona.
Nadie la habría atemorizado tanto como su jefe.
Sus ojos impactaron con la sonrisa escalofriante de Irie Naoki.
Supo que estaba en un lío.
NA: ¡Hola!
Otra cosa más, ja,ja. Pero me gusta escribir, no puedo evitarlo.
Esto salió super random, pero ya llevo bastante avanzado, aunque el final no lo tengo escrito... aunque ahí voy. De esta semana sé que no lo dejaré pasar. Los capítulos son así de cortitos, así que tendrán publicaciones en lunes, miércoles y viernes.
Este va dedicado especialmente a Melina Tolentino, que no será continuación de Plenitud, pero es un poco de mayor respeto para Kotoko, y sé que te gusta eso ja,ja. Has sido de mucha ayuda para mis escritos... y aunque debería ser uno donde Naoki sufra... bueno, no te podrás resistir a una Kotoko adulta, no tan detrás de los huesos de él.
A todos los demás, también espero que les guste y lo disfruten.
Antes de que la nota sea más grande que el capítulo, tomen en cuenta que no fue muy planeado y, como lo demás, no está indemne de errores, así que sería gustoso tener sus comentarios. Del título, me gustó, aunque estoy un poco dudosa todavía.
Besitos, Karo.