Lo que queda de mí
Por Lu de Andrew
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OoOoOoOoO
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Amanda leía apaciblemente a la espera de la llegada de Candy. A pesar de que no era tan tarde, Tom ya dormía apaciblemente, su deseo era esperar a que su mamá llegara, pero el cansancio ganó más que cualquier otra cosa. Fue a dormir tranquilo al saber que su abuela estaría al pendiente de la llegada de su mamá.
La madre de Candy estaba un poco preocupada por la salida de su hija. Especialmente, sabiendo que Candy no recibía muy bien el acercamiento de los hombres hacia ella. Aunque por lo que había notado, ya no era tan marcado como antes, a su llegada, tan solo la cercanía de cualquier hombre, la sobresaltaba y se ponía muy nerviosa. Su niña había cambiado, para bien, y le agradecía a Dios por ello. Ahora lo único que deseaba era que se diera la oportunidad de volver a amar.
Justo eso pensaba, cuando escuchó golpes en la puerta principal. Se preguntó quién podría ser a esa hora de la noche. Tal vez fueran las muchachas del salón, o incluso Candy, pero era raro que ella tocara a la puerta. Se apresuró a abrir, pues no quería que despertaran a su nieto.
—Un poco de paciencia por favor —dijo ante la insistencia de los golpes, después de su ataque, había quedado un poco mal de sus piernas y no caminaba tan rápido como antes —. Buenas noch…
Pero ni siquiera le dio tiempo de terminar el saludo, se quedó de piedra al ver ante ella a Albert Andrew…y en sus brazos llevaba a Candy, desmayada.
—Buenas noches, señora —dijo Albert mirándola con preocupación —. Lamento saludarla en estas condiciones, pero como verá, es necesario que me invite a pasar.
Amanda salió del trance en el que se encontraba, y se hizo a un lado para que él pasara. Caminó detrás de él, y vio cómo acomodaba con extrema delicadeza a Candy sobre el sofá.
—¿Qué pasó, Albert? —preguntó Amanda mientras iba por las sales para que Candy reaccionara. Aunque ella se imaginaba que el desmayo de su hija se debía a la impresión de volver a ver a Albert. Entre otras cosas, si de muchacho era atractivo, ahora con esa madurez y porte que había desarrollado con el paso de los años, estaba arrollador.
—Creo que la asusté cuando salí de la nada para pedirle hablar con ella.
Se hizo a un lado cuando Amanda llegó y le dio a oler el frasco a Candy. Se quedó de pie, cerca de ellas, dando vueltas a su sombrero con evidente preocupación.
—¿Así que quieres hablar con ella? — Amanda se incorporó y dejó un momento lo que hacía. No permitiría que se atreviera a causarle problemas a su hija — ¿Para qué? ¿Para reclamarle? Mira Albert, no te voy a permitir que vengas a ofender o lo que te estés imaginando hacerle a mi hija, ya ha tenido suficiente todos estos años, como para que encima tu vengas a amargarle la vida. Lo que deberías de hacer es regresar a tu casa, con tu esposa, y dejar en paz a Candy. ¿No fue suficiente con lo que le hiciste a mi nieto?
—Tranquila, Amanda. Reconozco que hice muy mal al tratar a Tom de esa manera, pero me ofusqué, y lo siento mucho. Solo deseo hablar con Candy para… — se detuvo un momento, y se derrumbó en el sillón apesadumbrado, desolado —, creo que incluso usted comprenderá que necesitamos hablar, y zanjar esta situación de una vez por todas. No me gusta pensar que cada que nos veamos la situación se vuelva pesada y tirante, le gente comenzará a hablar y no es un lujo que nos podamos dar, dadas las circunstancias de ambos.
—No creo que…
—Albert tiene razón, mamá.
Ambos vieron hasta donde estaba Candy, ya recuperada. Se puso de pie, y a lado de su mamá, encaró a Albert.
—Te pido una disculpa por el…desmayo, me asustaste al salir de repente, no esperaba a nadie.
—¿Te sientes mejor? Estás muy pálida — preguntó Albert con preocupación.
—Me siento mejor, gracias. Mamá, voy a hablar con Albert en la cocina del salón, no quiero despertar a Tom.
—¿Estás segura?
—Sí.
Dio media vuelta y le pidió a Albert que la siguiera. Estaba nerviosa, sentía que temblaba por dentro y su corazón latía a mil por hora, no sabía cómo podía fingir fortaleza, cuando lo único que deseaba era derrumbarse y llorar a lágrima viva. ¿Se atrevería a contarle la verdad a Albert? Porque si él quería hablar con ella, seguramente era porque deseaba saber la verdad. ¿Y acaso no merecía saberla? Tal vez, como dijo Albert, era necesario para dar por finalizada esa situación.
—Toma asiento —dijo una vez que llegaron a la cocina. Enseguida llenó una tetera con agua para tomar algo que le tranquilizara los nervios, solo que, temblaba tanto, que la dejó caer —. ¡Tonta!
—Déjalo así, no es necesario que prepares nada. —Ella se quedó así, de espaldas a él, no soportaba mirarlo a la cara, estaba más apuesto que antes.
—Te pido una disculpa por asustarte antes. Y…y por lo que le hice a Tom, él no merecía que me desquitara así, debía haber actuado con más madurez.
Ella abandonó el lugar en el que estaba, sus piernas no la soportaban más y decidió sentarse. No quiso dar otra escena así frente a él.
—Lo único que te puedo reprochar es lo de mi hijo. Estoy segura que no quisiste asustarme. Y bueno, ¿qué más te puedo decir? Tenía muchos deseos de ponerte en tu lugar, y decirte hasta de lo que te ibas a morir, pero Tom me convenció que a nadie le convenía. Y con la disculpa que me acabas de dar, pues, sabes bien que nunca he sabido guardar rencor.
—Lo sé muy bien. Y quiero que sepas que también se las haré llegar a tu hijo, por lo que me dejó dicho con Stear, estoy seguro que debe odiarme, con justa razón. —Candy lo miró con asombro, nunca pensó eso de él.
—Pues debo decir que nunca esperé que esta platica pudiera ser tan…civilizada. Por tu forma de actuar, esperaba que actuaras como mi enemigo, y que hasta me quisieras echar del pueblo.
—Debo confesar que lo pensé. — Confesó apenado bajando la cabeza, y caminando por todo el lugar —. Por eso decidí alejarme de la ciudad un tiempo, mis pensamientos y deseos eran demasiados fuertes y llenos de enojo para actuar con sentido común. Pero nunca te he deseado nada malo, a pesar de todo —reconoció, volviendo a tomar asiento.
El silencio reinó durante unos minutos. Había mucho qué decir, pero ninguno de los dos sabía cómo hacerlo. Albert solo miraba a Candy quien mantenía la vista baja. Estaba más hermosa de lo que se podía describir. Había florecido como mujer en todos los aspectos, y lo único que deseaba era abrazarla. Recordó la sensación de tenerla entre sus brazos, en esos momentos, con la urgencia de verla cómo se desvanecía frente a él, ni siquiera había disfrutado de su cercanía.
Se había puesto tan molesto de verla con el banquero, que lo único que pudo pensar fue en mandar a su mujer y a su odiosa suegra al rancho, y regresar al restaurant a decirle, o incluso gritarle, si pensaba burlarse del idiota con el que estaba como lo había hecho con él. Pero no pudo hacerlo, llegó al lugar y esperó hasta que salieran de ahí y los siguió como un loco acosador. Vio la oportunidad cuando se fue Graham y decidió hablarle, pero al verla tan vulnerable, inconsciente y al mantenerla, así, tan cerca de él, disipó todo su enojo, dando paso a otros sentimientos no permitidos.
—¿De que deseas hablar, Albert? —preguntó por fin Candy. Él calló por unos minutos, en realidad ya no sabía qué decirle. Pero ya estaban frente a frente, era hora de hablar sin tapujos y saber la verdad.
—Creo que después de dieciséis años, merezco saber la verdad. ¿Por qué me dejaste antes de la boda? —Notó cómo palidecía ella —. Y por favor, no me digas mentiras, cerremos este capítulo de nuestra historia, por favor.
Lo dijo con tal dolor en su voz, que Candy sintió que debía decirle la verdad. Había pensado en mentir, pero él tenía razón, merecía saber la verdad. Se puso de pie y caminó hasta una de las ventanas que daba a la calle, y se perdió en esos horribles recuerdos.
—Fue después que me dejaste, esa misma noche que salimos cuando estaba la fiesta en la casa grande. Me despertaron unos fuertes golpes en la puerta, era…era, una mujer, me dijo que te habían golpeado de camino a tu casa y que estabas muy mal. Me dijo que te habían llevado a la vieja cabaña del guardabosque, y estaban esperando a que llevaran al médico. Yo creí, estúpidamente en su palabra — era tan fuerte el dolor que sintió al recordar lo sucedido, que se clavó las uñas en las palmas de las manos —. Así que fui con ella, solo que, como bien sabrás puesto que tu no estabas ahí, estaba alguien más. Cuando entré a la cabaña, había alguien bajo un edredón en el colchón, yo… yo pensé que eras tú —. Comenzó a llorar a lágrima viva, de no ser por Albert que la había tomado nuevamente en brazos, se habría derrumbado.
Albert no sabía qué hacer, o qué decir. Pero ya se imaginaba lo que había ocurrido. Su imaginación no tenía límite, y más al escuchar y sentir la forma en que sollozaba Candy, era un sonido angustioso, doloroso, desconsolado, ansioso. Quiso saber cómo quitarle todo el dolor que traía encima, deseó darle la tranquilidad que necesitaba y deseó no haberle preguntado nunca. Si solo lo hubiera imaginado…
Ella seguía llorando desconsoladamente, y se aferraba con fuerza a las solapas de la chaqueta de él, sentía como la abrazaba, y la consolaba, aun sin palabras. Cómo la mecía al igual que a una niña pequeña. Y por un momento dejó que ese consuelo, y el estar entre sus brazos, se fundiera en su cuerpo y en sus huesos, quería recordar ese momento para siempre, pues sería la última vez que lo haría. Aunque sabía muy bien que el abrazo de Albert no tenía ninguna connotación romántica, lo conservaría para siempre en su corazón.
—Ya estoy mejor —dijo ella una vez que se calmó y que consideró necesario alejarse de él. Hizo el intento de ponerse de pie, pero Albert se mostró reticente a soltarla.
—Ya no es necesario que digas nada. No quiero verte tan mal nuevamente — le respondió de corazón.
—No, Albert. Mereces saber la verdad, y yo merezco contar todo esto que traigo dentro. Creo que desde que sucedió, nunca había llorado tanto, y no lo había vuelto a recordar. Pero en estos momentos, siento que el gran peso que he llevado todos estos años, ha disminuido un poco. Yo también lo necesito.
Se incorporó con paciencia, y él por fin la dejó ir. Lo hizo a sabiendas de que, si no lo hacía, sería capaz de besarla. Y eso no era nada digno de su parte, y una gran falta de respeto hacia Candy. Ella se veía muy descompuesta, y Albert se dio cuenta, miserablemente, que se veía más hermosa que antes. Apartó su vista de ella, recriminándose por tener esos pensamientos en un momento como ese. Candy se alejó un poco de él, y se sentó nuevamente. Ya había empezado, era hora de terminar de una vez por todas.
—Candy, lamentablemente, me imagino lo que pasó. Por favor, no te martirices.
—Déjame terminar. Cuando me di cuenta que era alguien más, su hermana ya se había ido y él se aseguró de cerrar la cabaña. Lo que siguió fue una lucha continua en su contra, logré salir de ese lugar, pero, no pude evitar que abusara de mí. Cuando desperté, como pude llegué hasta la casa, pero mi padre me corrió y mamá no se lo impidió. Caminé lo que restaba de la madrugada y llegué como pude hasta la casa de Annie y sus papás, fueron ellos lo que me ayudaron, y los únicos que supieron, aparte del doctor Martin quien fue que me atendió. Yo ni siquiera supe lo que sucedió a mi alrededor, solo tuve fuerzas para escribir esa espantosa nota que te dio Annie más tarde. Estuve con los Britter una semana más, hasta que se fueron del pueblo. Yo me fui con ellos, no podría haberlo hecho sola, no me encontraba con las fuerzas necesarias.
Cuando terminó de contar a grandes rasgos, solo escuchó el minutero del reloj sonando en el profundo silencio. Se atrevió a mirar a Albert, por un momento pensó que se había ido, pero lo que vio fue como un golpe en su corazón.
Ahí estaba él, en toda su grandeza, con gruesas lágrimas en sus ojos. Estaba apretando con demasiada fuerza sus manos, y se le notaba una rabia muy contenida. Hasta que explotó. Aventó las cosas que estaban sobre la mesa, y azotó sus manos sobre la mesa.
—¡¿Por qué carajos no me lo dijiste, Candy?! —exigió muy encolerizado —. ¡Tuviste que pasar por todo eso sola! ¿Por qué no me lo dijiste? ¿No confiabas en mí?
Preguntó más calmado. Se acercó, y arrodillándose frente a ella, le tomó de las manos. Las lágrimas que había antes en sus hermosos ojos, fueron remplazadas por una mirada de angustia.
—Precisamente porque confiaba en ti, no te lo dije.
—No te entiendo. ¿Qué tiene que ver eso en que no me lo dijeras? ¡No entiendo!
—¿Qué hubieras hecho de haberte enterado?
—¿Cómo que qué hubiera hecho? ¡Hasta la pregunta es necia! ¡Hubiera buscado a ese hijo de…a ese infeliz, lo hubiese arrastrado por todo el pueblo hasta dejarlo en el pellejo puro, para después matarlo con mis propias manos!
—¡Precisamente por eso no te lo dije! ¿Qué hubiera pasado? Lo hubieras matado, te habrías manchado tus manos y habrías ido a la cárcel. Créeme, sus padres no habrían descansado hasta verte tras las rejas, y tu vida se habría arruinado para siempre. Y eso fue lo que quise evitar. Mira ahora en qué te convertiste, eres un hombre de negocios, millonario, con una hermosa esposa, y dueño de las mejores tierras del condado. Tienes todo para ser feliz, y eso, no lo hubieras conseguido estando encerrado, en la cárcel.
—Al menos no habría pensado lo peor de ti durante todos estos años.
—Eso no es lo único que importa.
—¿Y todo lo que tu sufriste? ¿El sacrificio que hiciste valió la pena para que yo pudiera "tener todo para ser feliz"? No Candy, nada valía la pena. ¿Y qué si yo hubiera ido a parar a la cárcel? Al menos habría librado al mundo de una alimaña. Es que de solo imaginar todo lo que pasaste, cómo debiste haber sufrido…y todo lo pasaste sola. Sí, te apoyaron los Britter, pero debiste estar con alguien que te amara, yo debí estar contigo.
—Pero el, "hubiera", no existe —aseguró ella llorando nuevamente, aunque más controlada que antes —. Tomé la decisión que creí que sería la mejor, para todos, pero principalmente para ti, porque sabía que serías capaz de matar a ese hombre, y ¡hubieras arruinado tu vida! Albert, comprende por favor. Eso ya pasó, ya está en el pasado.
—¿Acaso no sufriste tú? — Se puso de pie, y se restregó la cara con desesperación —. Solo de imaginarme todo lo que sufriste, me…me pone mal. Te aseguro que me siento impotente, siento que te fallé, era mi obligación protegerte.
—La única culpable fui yo. Si no hubiera hecho caso a Eli…quiero decir, si no le hubiera hecho caso a esa mujer, todo hubiera sido diferente —. Albert la miró con suspicacia.
—¿Quién te fue a buscar esa noche? Debió haber sido alguien que conocieras, o de lo contrario no le habrías creído.
—No fue alguien conocida —afirmó Candy escondiendo la mirada. Él no dijo nada durante algunos minutos, recordando la plática exacta.
—Una mujer, que no conocías, te dice que estoy muriendo, que vayas con ella, y lo primero que haces es creer en su palabra. No te creo.
—¿Qué? —Candy lo miró ofendida —. ¿Acaso crees que me inventé todo?
—¡Candy, por Dios! Estás loca si piensas que dije que no te creo lo que pasó. No te creo el hecho de que me digas que no conocieras a Elisa, cuando fue por ti — Candy abrió los ojos desmesuradamente.
—¿Cómo…?
—¿Qué cómo lo sé? Me dices que la hermana de ese infeliz, te dejó sola. Que sus padres no hubieran descansado hasta meterme en la cárcel, que eran los más poderosos del pueblo. ¿QUÉ QUIERES QUE PIENSE? Además, está el hecho que ese par de roñosos siempre quisieron separarnos. Así que dime, ¿me equivoco? — Volvió a arrodillarse frente a ella. Lo dijo con tanta calma y tranquilidad, que a Candy se le heló la sangre. Al parecer seguía conociendo a Albert lo suficiente como para darse cuenta y saber que esa era su reacción antes de estallar. Apretó sus manos en su regazo y pensó en mentirle, sin embargo, supo que ya era demasiado tarde. Ni siquiera se molestó en contestar, solo asintió brevemente.
Solo escuchó la fuerte inhalación de Albert, antes de ponerse de pie, tan abruptamente, que Candy se sobresaltó. Comenzó a caminar por todo el lugar, parecía león enjaulado. Se tropezó con un cubo que había cerca de la puerta y lo pateó tan fuerte, que se estrelló contra la puerta que daba al salón. En ese momento le dio la razón a Candy al querer que esa plática tuviera lugar ahí. Estaba lo suficientemente aislado como para que escucharan algo los demás.
No soportaba más. Quería desquitarse con algo, o alguien, específicamente con Neal y Elisa Leagan. Se llamó con todos los insultos posibles, al darse cuenta que todos esos años había mantenido bajo su techo a ese par de degenerados, y un poco antes de enterarse de la verdad, los había echado de su casa. Ahora no sabía siquiera dónde se encontraban ese par de ratas.
Estaba en tan mal estado, se veía a punto de explotar contra todo su entorno, maldiciendo por lo bajo, jalándose el cabello y caminando como desesperado, que Candy lo único que pudo hacer fue abrazarlo por detrás. Se aferró a él, para tratar de calmarlo.
—Por favor, Albert. Cálmate, por favor.
Él detuvo su andar, y la tomó de sus manos para que lo dejara. Pero ella no se lo permitió, lo detuvo con fuerza. A los pocos segundos, él comenzó a respirar más tranquilo, mientras le acariciaba distraídamente las manos. Recargó el rostro en su ancha espalda, y se quedaron así por un momento.
—¿Ya estás más tranquilo? — preguntó ella, al cabo de unos minutos.
—No te preocupes, ya me tranquilicé — contestó. Se obligó a hacerlo frente a ella, de lo contrario, acabaría destruyendo el negocio de Candy. Además, supo que no era ni el lugar, ni la hora de hacerlo. Pero sentía que ardía por dentro. El coraje, la impotencia, el odio, todo eso fluía en sus venas, y si no salía de ahí pronto, no sabía si podría controlarse.
Ella se alejó, soltándolo, aunque no quería hacerlo.
—Ellos nos hicieron mucho daño, Albert. Pero finalmente no ganaron, de haberlo hecho no serían unos viles sirvientes, se quedaron sin nada. Y nosotros tenemos todo lo que alguna vez deseamos.
Pensó que eso haría que él cambiara su gesto, o su humor, pero solo se oscureció más la expresión de Albert. No dijo nada, solo le dio la espalda y miró fijamente por la ventana, hacia la oscuridad, sumido en sus más lóbregos pensamientos.
—¿Qué piensas? No me tengas en ascuas, por favor.
—¿Tú tienes lo que deseabas?
—Sí.
—¿Y cuánto te costó? ¿Cuántos sacrificios debiste hacer para llegar hasta donde estás? ¿Cuánto les costó, a ti, y a tu hijo? Dime, Candy, ¿a los cuántos años tuvo que empezar a trabajar Tom, como para que a los casi dieciséis años, ya tenga una vasta experiencia en el manejo de un rancho?
Candy no contestó, pues sabía muy bien de lo que hablaba Albert. Fueron años de esfuerzo, sacrificio, y hasta sufrimientos para poder disfrutar de la tranquilidad y seguridad económica, de la que disfrutaban ahora.
—Tienes razón, pero, eso ya pasó — Observó cómo Albert ya la veía con demasiado detenimiento. Su expresión se tornó suspicaz.
—¿Cuándo cumple años Tom?
—Eh, ¿Tom? —contestó ella muy nerviosa.
—Sí, Tom, tu hijo. Thomas…¿Stevens?
Perdió el color de su rostro. Albert notó esa palidez y sus ojos llenos de preocupación. Deseó, nuevamente, que lo que pensaba no fuera cierto.
—Candy, no me mientas. Sé que tal vez te haga daño nuevamente, pero ya están las cartas sobre la mesa. ¿Cuándo te casaste con el padre de Tom?
—Albert, no… — Negó con la cabeza y sus lágrimas se hicieron más profusas, se cubrió la boca, como si así pudiera contener dentro de ella la verdad.
—¿Cuándo te casaste con el padre de Tom? — Volvió a preguntar con aparente paciencia.
—Nunca — dijo por fin en voz baja.
—¿Cómo? — Ella alzó el mentón, dispuesta a decir la verdad, pero, sobre todo, preparada para defender a su hijo.
—Nunca me casé con el padre de Thomas. Él nació nueve meses después de lo sucedido aquella noche. El apellido que adquirimos fue el de un noble médico que me atendió al llegar a Chicago. Él supo la verdad, y para acallar algún rumor y crear algún estigma sobre mi hijo, me ofreció su apellido. Él murió tres años después, pero le estoy eternamente agradecida. Tom siempre ha pensado que su padre fue alguien que conocí al irme de aquí, algo así como amor a primera vista, pero que murió antes de nacer.
No fue necesario decir el nombre del padre de Tom. Y para Albert, solo bastaba para que lo confirmara Candy, pues ya se imaginaba la verdad. No sabía qué pensar, solo sabía que el saber la verdad, hacía que la admirara más, cualquier mujer que él conociera, no hubiera dudado en abandonar o deshacerse del hijo de su violador. Y ahí estaba, esa mujer frente a él, con la mirada desafiante, que pensaba la iba a juzgar, o peor aún; juzgar a su hijo. Nada más alejado de la verdad. Esa mujer, era maravillosa, increíble, fascinante…y se dio cuenta lastimosamente, que la seguía amando con la misma intensidad que hace dieciséis años.
—Criaste a un muchacho extraordinario. Es un buen trabajador, responsable y te ama con locura. Además, se parece a su abuelo materno. Y tiene tus ojos.
Lo que dijo, comprendió Candy, fue como si afirmara que Tom no tenía nada qué ver con su padre. Y era la verdad.
—Gracias.
—Perdóname por hacerte pasar por esto. Nunca me imaginé que por algo así me hubieras dejado. Y tienes razón, eso ya es pasado, pero nos hizo mucho daño. A ti, más que a mí. Y eso es lo que más duele, que hayas pasado por eso sola, mientras yo te maldecía por lo que supuestamente me habías hecho.
—Albert, merecías saber la verdad. Solo te pido que ahora, olvides todo. Sé que Neal y Elisa trabajan para ti, así que deja a un lado la venganza, no vayas a cometer una locura. Piensa en lo que puedes perder, en tu papá y tu esposa. Nada ni nadie vale la pena para acabar en la cárcel.
—No te preocupes. No me vengaré, por ahora. Esos miserables ya no trabajan para mí, y no sé dónde encontrarlos, así que, por lo pronto, puedes estar tranquila.
—Albert, por favor…
—¡No Candy! Ya hiciste lo suficiente para evitarme problemas hace años, pero ahora; lo que haga o deje de hacer, será mi responsabilidad. Sé lo que hago, y ni tú ni nadie, podrá impedirme hacer algo contra esos dos. así que no insistas. — Bueno, cuando Albert se ponía así, no había poder humano que lo convenciera de lo contrario. Solo le quedaba orar para que no cometiera una locura.
Se acercó hasta ella. Le tocó con delicadeza el rostro, y la vio de tal manera, que sintió como si la estuviera besando. Tomando sus manos, las besó con reverencia y adoración. Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Te equivocas en una cosa, Candy. ellos sí ganaron. Ganaron, porque nos separaron. Yo hubiera preferido pasar años de pobreza, o años en la cárcel, todo lo pude haber soportado siempre y cuando, estuvieras junto a mí. Porque fuiste, eres, y serás, la única que me ha mantenido vivo y luchando por salir adelante. Incluso en los años en los que decía odiarte, solo fue el recuerdo de tu amor, lo que me impulsaba a hacer realidad los sueños que una vez trazamos juntos. Eres la mujer más admirable y maravillosa que he tenido el honor de conocer, y, aunque no podamos estar juntos, dadas las circunstancias, quiero que sepas que…que… — quiso decirle que la amaba, pero no era justo para ella o para Karen —, siempre estaré ahí para ti. No dudes en acudir a mí cuando más lo necesites. Actuaré como…— tragó saliva —…como tu amigo. Siempre contarás conmigo, aunque no pueda estar junto a ti, y demostrarte cuánto te…amo.
Y se fue. Candy solo pudo ver la puerta por donde había salido, sin saber qué decir, o qué hacer. Sintió el vacío de su ausencia inmediatamente. Se derrumbó sobre el suelo y dio rienda suelta a su llanto. Él la seguía amando, y ella también. Y tristemente comprendió que lo que quedaba de ella para amar a alguien más, no era suficiente. No podía amar a nadie más lo bastante como para vivir para siempre con él. No cuando Albert Andrew, sería el amor de su vida. Y lo amaría así hasta la muerte, aun cuando no pudieran estar juntos.
Su mamá, al ver que Albert se había ido, la encontró en el suelo, pensando que él le había hecho daño.
—¿Qué pasó, mi amor? ¿Qué te hizo Albert? —preguntó sumamente preocupada mientras le ayudaba a ponerse de pie. Candy solo lloró más desoladamente. Amanda solo escuchó el susurro:
—Lo que queda de mí no basta para ser feliz con alguien más…
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CONTINUARÁ...
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¿Qué pasará ahora?
Gracias, mil gracias, por su apoyo, por sus palabras. Las quiero harto, harto, y espero su opinión para saber qué les pareció el capítulo. Y cuáles son las apuestas a lo que harán los weros.
Nos seguimos leyendo...
Hasta la próxima...