Ni Kuroko no Basket ni sus personajes son de mi propiedad, todos ellos pertenecen a Tadatoshi Fujimaki.
Joder si estaba nervioso.
Se había sentado en la barra, lo más alejado posible de la caja registradora para que el muchacho que contaba los billetes no pudiera oírlos —al menos, no sin que él se diera cuenta. No quería que fuera demasiado personal, sentarse en una mesa cuadrada y tener que encarar frente a frente a aquel muchacho más alto que él y de aspecto amenazante; por sobre todas las cosas, no quería que se diera cuenta de cuánto había esperado este momento, cuánto su cuerpo ansiaba lo que fuera que estuviese por suceder.
No quería quedar tanto en evidencia, aunque el moreno ya supiera la verdad.
El bar era muy similar al de la otra noche, ese pequeño rincón recóndito de Tokio donde se habían visto por primera vez. No ayudaba a evitar que hasta el último de los nervios de Kagami se encendiera con expectativa, recordando cada una de las sensaciones voraces que había experimentado esa noche. La disposición de las mesas, el murmullo de los otros clientes, la colección de botellas exhibida detrás de la barra —incluso el cajero, igual que el del bar donde atendía Tatsuya y cuyo nombre no recordaba, mascaba chicle e inflaba globos sin cesar, uno atrás de otro —cada uno de ellos reventando con un «plop» que encendía todavía más los nervios del pelirrojo. Era casi como viajar en el tiempo y regresar a aquel día; con la diferencia de que, esta vez, Kagami se encontraba del otro lado de la barra —y, esta vez, sabía exactamente con qué se iba a encontrar. Extrañó la ignorancia de aquella noche, la posibilidad de permanecer tranquilo antes de que el moreno entrara por la puerta y los vellos se le pusieran de punta ante su presencia.
No darse la vuelta cada vez que la campanilla tintineaba, indicando que la puerta del local se había abierto, le constituía un esfuerzo sobrehumano —pero, de alguna manera, logró mantenerse quieto en su asiento, con el torso siempre encarando hacia el frente; la vista, clavada en las coloridas botellas como si hubiera algo muy interesante en ellas, mientras sorbía pequeños tragos de su vaso de ron. Quizás fue por no darse la vuelta que no se dio cuenta cuando el moreno hizo acto de presencia.
—Vaya, vaya. —La voz profunda, que arrastraba las palabras, le erizó la piel e hizo que se volteara despacio, tragando con fuerza al notar de que había llegado—. ¿Queriendo poner límites y dejarlo impersonal desde el principio? Si hubiera sabido que iba a ser así, no me habría gastado.
Kagami no pudo contestar porque en ese mismo instante sus ojos se encontraron con la gloriosa vista que implicaba el moreno parado, con gesto casual pero pagado de sí mismo, justo detrás de él. Vestía casi igual que la vez anterior, con su campera de cuero y los pantalones ajustados, pero esta vez se había dejado la chaqueta abierta, y Kagami casi que se tragó con la mirada las marcadas líneas de sus pectorales y sus hombros, apenas cubiertos por una camiseta sin mangas del mismo color. Su memoria no le había hecho justicia —todas sus ensoñaciones nocturnas se habían ensañado con un ser que no era ni la mitad de atractivo que la persona que tenía en frente en ese momento. Diablos.
Para colmo había sabido leer justo a través de él. Kagami boqueó como un pez fuera del agua intentando negar el motivo por el que se había sentado en la barra. Todas sus alarmas le gritaban que el moreno era peligroso, que no le convenía involucrarse tanto con él, que estaba traicionando a Kuroko y que lo mejor que podía hacer era mantener el asunto lo menos personal posible —de ahí que hubiera elegido la barra, donde no tenían que mirarse a la cara y podía evitar sus taladrantes ojos azul marino.
—Y–yo no…
El contrario rió —no con dulzura, sino con una oscuridad que silenció por completo los balbuceos del pelirrojo. Tomó asiento a su lado e hizo un gesto al bartender, pidiéndole ron para los dos. Kagami ya había estado bebiendo durante la espera, en un paupérrimo intento por calmar sus nervios —pero, en vez de preocuparse por eso, se preguntó por qué no habría hecho al bartender la misma petición que le había hecho a él la otra noche. «Ron. Negro. El que te parezca mejor».
Ninguno de los dos dijo nada hasta que les trajeron el ron, lo que no demoró más de dos minutos. Kagami se aferró a su vaso y tomó un trago, intentando ahogarse en la dulce quemazón del líquido en su garganta. No sabía qué era lo que este tipo tenía que lo ponía de esta forma —tan nervioso, tan expectante, tan excitado. Normalmente no le costaba hablar con la gente, pero de pronto no sabía qué demonios decir y todo lo que podía hacer era sorber su trago con rapidez, con la esperanza de que el contrario no se diera cuenta de que no sabía cómo llenar el silencio.
—¿Cómo debería llamarte? —le preguntó él sin más, contemplando el hielo que hacía girar en su vaso de ron como si fuera lo más interesante del mundo. No estaba nervioso. Joder, no estaba nervioso, ¿cómo hacía para estar tan tranquilo? Kagami se sentía como si estuviera a punto de explotar.
—Kagami —replicó él, aliviado de poder decir algo y no tener que continuar en silencio.
—Kagami… —repitió el moreno, despacio, casi como si saboreara cada una de las sílabas que componían su nombre. Sólo escucharlo pronunciarlo bastó para que Kagami sintiera alzarse su excitación—. Puedes decirme Aomine. Ya que no quieres meterte en lo personal y decirme Daiki…
Por fin. Por fin. Por fin tenía un nombre. «Aomine Daiki». Kagami había pasado horas enteras preguntándose cómo se llamaría aquel muchacho, y aun así ninguno de los nombres que había imaginado para él le quedaban tan perfectos como éste. «Daiki». Se preguntó con qué kanjis se escribiría. Pero no importaba: no pensaba siquiera intentar llamarlo por su nombre de pila.
—Aomine… —musitó en su lugar, probando cómo se sentía la palabra en sus labios. El moreno rió otra vez.
—No lo gastes, voy a darte mejores motivos para usarlo. —Kagami tragó, tratando de ocultar el relámpago de excitación que acababa de recorrer su cuerpo con aquella simple frase. Fracasó, porque Aomine repitió sus risas y dio otro gran trago a su vaso de ron, vaciándolo y dejándolo sobre la barra antes de pedirle otra ronda al bartender. Kagami también apuró el suyo, abochornado; para cuando sus vasos volvieron a estar llenos del líquido oscuro, el pelirrojo ya empezaba a sentir los efectos de la bebida en su cuerpo. Se había tomado dos tragos antes de que llegara el moreno, demasiado ansioso para poder contenerse, de manera que el que descansaba sobre la madera ante él ya era el cuarto. Sintiéndose un poco más suelto que antes —no relajado, pero sí como si sus inhibiciones se estuvieran apagando—, preguntó:
—¿Quién eres? ¿Qué haces de tu vida?
—La vivo —replicó Aomine de forma enigmática, ignorando la primera pregunta mientras lo contemplaba con un brillo misterioso en sus ojos azules. Kagami se encontró perdido en ellos, borrando de su mente todo lo que los rodeaba e imaginándoselos mirándolo en la oscuridad mientras el moreno yacía encima de su cuerpo expuesto. Otra risa de Aomine lo trajo de regreso a la realidad y, sonrojándose, dio otro trago a su bebida, sin saber qué contestar.
Las preguntas las hizo todas el moreno, en un juego implícito de «aquí el que hace las preguntas soy yo, tú sólo respondes». Le dio charla durante un rato, preguntándole por su trabajo y sus pasatiempos; Kagami contestó todas sus preguntas como atontado —Aomine lo guiaba por la conversación y él no hacía más que responder a todo lo que le preguntaba. Casi que se sentía como si el contrario estuviera impartiéndole órdenes y él se limitara a acatarlas. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo ante la idea.
Después del quinto vaso de alcohol empezó a sentirse verdaderamente mareado. Aomine iba por el tercero, y aunque no se encontraba en una situación tan mala como la de Kagami, se reía con mayor frecuencia y sus extremidades se movían de forma errática, con un poco de torpeza. Apenas terminó de beber, tomó un trozo de hielo del interior de su vaso y lo mordió produciendo un fuerte «craj». Miró a Kagami con gesto lascivo, la cabeza ladeada a un costado. El último rato se había ido acercando cada vez más y más a él, y el pelirrojo podía sentir el aroma a perfume masculino que emanaba su piel, embriagándolo y embotando aun más sus nebulosos pensamientos.
—¿Quieres irte de aquí? —le preguntó Aomine en un ronroneo que arrastraba las sílabas. Se había acercado todavía más a Kagami, que no pudo contenerse y dejó caer la frente sobre su hombro descubierto, ya que se había echado los hombros de la campera a un costado. Respiró profundo el perfume sobre la piel del contrario y asintió sin hablar, demasiado aturdido para pronunciar palabra. Aomine rió con satisfacción e hizo un gesto al bartender para que les trajera la cuenta.
En este punto, el pelirrojo tenía una erección importante y sus pensamientos estaban demasiado nublados como para que se molestara en ocultarla. Apenas fue consciente de haberse puesto de pie y se llevó una sorpresa cuando se encontró fuera del bar, bamboleándose en su ebriedad pero manteniendo el equilibrio justo y suficiente para no caerse.
—Conozco un sitio cerca de aquí —le prometió Aomine al oído. Kagami quiso abalanzarse sobre él con desesperación, incapaz de contener su excitación creciente, ansioso por saborear su piel y por dejar que el moreno hiciera con él lo que él quisiera; pero la mirada azul del contrario le advirtió que no lo intentara —lo que no hizo sino aumentar todavía más su deseo, si es que eso era posible, pero de alguna manera consiguió mantenerlo a raya.
Pronto, era lo que le decían esos ojos en los que él sentía que podía perderse para siempre, pronto tendrás lo que quieres.
—Desnúdate.
Aquella simple orden no falló en hacerlo estremecerse de punta a punta, ansioso por obedecer. Sus dedos se deslizaron por la parte de debajo de su camiseta blanca y tiraron de ella hacia arriba —su chaqueta había aterrizado en el suelo de la habitación apenas habían entrado. Kagami estaba obnubilado por la excitación y el alcohol, pero aun así un enorme orgullo lo invadió con satisfacción cuando vio que Aomine se lo comía con los ojos, sentado en la cama y contemplándolo desvestirse sin hacer él ademán alguno de quitarse ninguna prenda. El pelirrojo no tenía tan buen físico como cuando estaba terminando la preparatoria y acudía al club de baloncesto todos los días, pero aun así se esforzaba por mantener sus músculos lo más marcados posible. El moreno observó la línea entre sus abdominales, bajando a través de ella hasta su ingle, donde Kagami se apresuró a desabrochar su cinturón y quitarse los pantalones al tiempo que se deshacía de su calzado y las medias.
Titubeó un instante que no pareció agradarle a Aomine.
—Todo —exigió con tono demandante; su mirada, clavada en el bulto que se alzaba por debajo de los bóxers del pelirrojo con un brillo voraz e impaciente. Kagami de inmediato cumplió con lo que se le pedía y se quitó la prenda, aliviado de poder dejar su erección libre de la prisión de la tela, pero sintiendo al mismo tiempo que todo su cuerpo se prendía fuego bajo el intenso escrutinio del moreno. Aomine todavía lo observaba de arriba abajo sentado en la cama, y él se sentía vulnerable, totalmente expuesto ante un moreno que seguía sin quitarse nada de la ropa que llevaba puesta.
Tras unos momentos en los que se relamió los labios con lascivia, Aomine se incorporó, haciendo un ademán en dirección a la cama.
—Acuéstate boca arriba.
Kagami no sabía qué era lo que lo encendía tanto. No sabía por qué su cuerpo ardía con cada una de las órdenes que impartía el moreno, ni por qué lo excitaba tanto la posibilidad de verse por completo reducido ante él, a su absoluta merced. Se recostó sobre la cama tendida y la cabeza apoyada sobre las almohadas, sin poder contener un gemido bajo cuando Aomine lo observó desde arriba con satisfacción y señaló sus brazos con un dedo.
—Levántalos por encima de la cabeza, voy a atarte.
El gemido que escapó por entre sus labios en ese momento fue perfectamente audible.
Al parecer Aomine no tenía la costumbre de llevar cuerdas consigo por la calle y el hotel tampoco las brindaba, de modo que Kagami tragó con expectativa al observar cómo el moreno retiraba el cinturón del propio pantalón del pelirrojo y lo ajustaba alrededor de sus muñecas, asegurándolas en la cabecera de la cama. En un gesto sorprendentemente cuidadoso, le pidió a Kagami que le dijera si la atadura le molestaba o hacía que se le durmieran los brazos. Éste negó —no le dolía nada, pero, aunque lo intentó, no encontró forma de zafarse del agarre en el que Aomine lo había encerrado. Este último asintió con aprobación, apartándose y observando su obra con expresión satisfecha.
—No puedes esperar, ¿a que no? —Su tono era burlón, pero Kagami estaba demasiado excitado como para enojarse; en vez de insultarlo, como habría hecho en cualquier otra circunstancia, sintió que su erección palpitaba con interés. Gesto que no pasó desapercibido para Aomine, que soltó una risita y, sin más, se quitó la campera de cuero y la dejó caer en el suelo igual que Kagami había hecho con la suya.
Éste se mordió el labio. Ahora que la campera ya no bloqueaba la vista, casi que se comió con los ojos la santa gloria que era el cuerpo del moreno. Desde los músculos debajo de la piel morena de sus brazos hasta sus hombros, Aomine era todo lo que Kagami había imaginado y mucho más. Sin embargo, en vez de continuar desvistiéndose, el muchacho se aproximó y se dejó caer encima de él, reclinándose sobre su cuerpo y acercando tanto su rostro al suyo que Kagami podía sentir el aliento a alcohol sobre sus labios.
—¿Quieres que te folle, verdad? ¿Es eso lo que quieres? —ronroneó con voz profunda, acercando su boca y hablándole directamente al oído. Kagami gimió de forma audible; de no haber sido por el agarre que mantenía sus brazos juntos, hubiera aferrado el rostro del contrario y habría atrapado su boca con la suya, ansioso por probar tanto su sabor como la fiereza con la que sería capaz de besar. Pero estaba atado y todo lo que podía hacer era emitir quejidos bajos y esperar a que Aomine se decidiera a hacer algo —lo que fuera, diablos.
—Dímelo —le soltó el moreno, apartándose unos centímetros para mirarlo directo a los ojos—. Dime qué es lo que quieres.
—Fuck me —le soltó Kagami sin pensar, ardiendo allí donde el contrario posaba la mirada. Una sonrisa divertida curvó los labios de Aomine.
—Así que inglés, ¿eh? Va a ser que hace poco estuve en Londres —comentó, mientras recorría la línea media del cuerpo de Kagami con un dedo, subiendo desde su ombligo por su torso hasta su cuello, donde se detuvo—. Me fui porque lo odiaba, aunque si eres tú… —Su índice continuó subiendo por el mentón hasta su boca, donde el pelirrojo no pudo contenerse y lo atrapó entre sus labios, lamiéndolo y saboreando el sabor salado de su piel. El moreno se mordió un labio de forma casi imperceptible, antes de recobrar su gesto digno y murmurar—: Bastante obsceno para que lo haga un ángel como tú.
Kagami no entendió lo que quiso decir —si había algo que él no era, eso era un ángel—, pero tampoco le importaba; su lengua trazaba desesperados movimientos sobre el dedo del moreno, ansiosa por probar más. Aomine pareció adivinar lo que quería e introdujo también el dedo medio, que Kagami enseguida saboreó con un ronroneo de satisfacción.
—Si eso haces con unos dedos me encantaría ver qué haces con otras cosas —comentó con lascivia; Kagami transpiraba por la excitación y un simple vistazo le reveló que Aomine se encontraba en la misma situación. Mientras lamía sus dedos levantaba las caderas desesperado, intentando que su miembro ganara algo de fricción contra el cuerpo moreno por encima del suyo. Aomine lo notó y retiró los dedos de su boca, incorporándose y sentándose sobre las piernas de Kagami de manera que no pudiera moverlas. Éste gimió con angustia—. Tan impaciente…
El moreno se movió un poco más atrás. Ahora contemplaba su erección, y el pelirrojo sentía que iba a explotar si se quedaba allí mirándolo sin hacer nada, pero al mismo tiempo creía que podía correrse sólo con eso. Aomine se quedó así un instante antes de sonreír y volver a mirarlo a él.
—Kagami. —Su nombre sonaba casi obsceno cuando salía de sus labios, lo que no ayudó a tranquilizar la agitada respiración del pelirrojo—. No vas a acabar hasta que yo te diga, ¿entiendes? —Kagami emitió un quejido angustioso; la sangre se le aceleraba en las venas ante la simple idea—. ¿Estamos claros? —le preguntó el moreno, demandando una respuesta.
—S–sí —masculló el pelirrojo, ansioso por ver qué sería lo próximo que el otro haría. Tragó con mucha fuerza cuando observó que se reclinaba hacia abajo, asegurando sus rodillas a los costados de las suyas y acercándose despacio a su erección. La tomó entre los dedos índice y pulgar, rodeándola por completo y cerrando después el resto de su mano en torno a ella. Aquel simple tacto bastó para que Kagami jadeara, expectante. Aomine tanteó la situación, moviendo la mano arriba y abajo y ganándose así unos cuantos jadeos más de parte del pelirrojo, que sentía su miembro más duro que nunca.
Por un instante, Aomine sonrió pagado de sí mismo. Entonces sus párpados bajaron, colocándose a media asta en la expresión más lujuriosa que Kagami había visto en toda esa noche —no, en toda su vida—, y el pelirrojo estuvo seguro de que iba a correrse ahí mismo cuando la boca del moreno bajó hasta su erección y palpó la punta con su lengua.
—F–fuck —balbuceó, sintiéndose deshacer allí donde el contrario lo tocaba. Los labios de éste se curvaron en otra sonrisa ante su reacción, antes de separarse para abrirle paso a su miembro, sobre el que fue bajando hasta que se halló por completo en el interior de su boca. Kagami era grande, no inmenso pero si del tamaño suficiente para que Aomine pudiera sentir el extremo de su erección oprimiendo su garganta y quitándole el paso al aire. Permaneció así unos segundos antes de presionar los labios un poco más fuerte en torno a su piel y acompañar con su lengua el movimiento hacia arriba, despacio en toda su infinitud pero con una decisión que hizo que el cuerpo entero de Kagami se estremeciera.
—A–Aomine —jadeó, incontenible. El moreno lo ignoró —o eso parecía, porque en verdad absorbía cada uno de los pequeños sonidos que producía Kagami y los guardaba en lo profundo de su mente—, y continuó moviendo su lengua y sus labios en torno a su erección, subiendo y bajando cada vez con mayor insistencia, obligando a Kagami a aguantarse el orgasmo mientras éste se deshacía en repetidos gemidos cada vez más fuertes. Él casi que ronroneaba mientras su boca emitía pequeños soniditos de succión.
El pelirrojo tiraba cada vez más fuerte del amarre que lo sostenía en la cabecera de su cama, incapaz de liberar sus brazos. Cada vez que Aomine apretaba sus labios y movía su lengua en un trazo húmedo sobre su miembro, Kagami se sacudía en espasmos que siempre venían acompañados de alguna maldición en inglés o el nombre del moreno —las sílabas, tropezando unas con otras, enredándose en sucesivos jadeos.
—P–por favor —suplicó, sintiendo que no podría contenerse más. Aomine se detuvo, liberando su erección de la húmeda calidez de su boca y pasando la lengua por las gotas de líquido preseminal que se deslizaban por las comisuras de sus labios. Diablos si era la personificación de todas sus fantasías secretas. Era eso y mucho más. Pagado de sí mismo, le dedicó un gesto burlón al tiempo que preguntaba:
—¿Quieres correrte?
Kagami asintió con efusividad, convencido de que, si hablaba, perdería el poco autocontrol que le quedaba.
Aomine rió por lo bajo, como una pantera mofándose de su presa indefensa.
—Pues vas a tener que aguantar. —Al instante, rodeó la base del miembro del contrario con los dedos, impidiéndole acabar, al tiempo que daba unas últimas probadas al glande con la punta de su lengua. Kagami se estremeció con un quejido audible.
Momentos después, el muchacho de cabellos azulados se había incorporado y se había aproximado al único mueble en la habitación aparte de la cama: una mesa de luz sobre la que descansaban una lámpara y un reloj que indicaba que eran las once y media de la noche. Abrió el pequeño cajón y de su interior extrajo una pequeña botellita que incluso los ojos rojos de Kagami, nublados por la excitación, identificaron como gel lubricante. Un relámpago de expectativa y pánico lo recorrió de punta a punta —si Aomine de verdad iba a follárselo, más le valía dejarlo acabar o de veras iba a explotar.
El moreno no regresó a la cama de inmediato. Dejó la botellita sobre su mullida superficie —las sábanas, cada vez más desordenadas— y se tomó su tiempo para contemplar a Kagami desde arriba. Totalmente indefenso, las ansias de Kagami sólo aumentaban cada segundo que Aomine dedicaba a mirarlo. Entonces, tras asentir con lasciva aprobación, este último tomó su camiseta sin mangas negras por el borde inferior y tiró de ella hacia arriba —quitándosela infinitamente despacio, como si quisiera dar un espectáculo ante los impacientes ojos de Kagami.
El pelirrojo sentía que se le secaba la boca, que mantenía abierta sin ser consciente de ello. Los movimientos de Aomine eran limpios, y aun así se las ingeniaba para que cada centímetro que recorrían sus brazos estuviera cargado de una sensualidad que parecía infinita. Primero sus abdominales —todavía más marcados que los de Kagami—, luego los pectorales y por fin su torso entero quedaron por completo al descubierto, allí para que el pelirrojo se los comiera con la mirada y ansiara poder probar el sabor de su piel con su lengua. Se daba cuenta de que Aomine sabía que lo estaba mirando, sabía que su cuerpo entero ansiaba tener el suyo por encima de él y que esos brazos de músculos marcados y piel oscura lo mantuvieran quieto en su sitio mientras se lo follaba. Era obvio que Aomine estaba orgulloso de su físico —y, más todavía, orgulloso de que Kagami lo admirara tan abiertamente, sin importarle ni quedar en evidencia ni que se notara cuánto lo deseaba.
Kagami tragó de forma visible y se relamió cuando el moreno se quitó los pantalones —de nuevo, con una lentitud desesperante, aunque la prenda ajustada fracasaba con estrépito en ocultar la imponente erección que se escondía por debajo de ella. La visión de Aomine vestido nada más que con sus bóxers negros y tan evidentemente excitado lo dejó sin aire, obligándolo a esforzarse por respirar antes de que empezara a marearse. El efecto del alcohol empezaba a pasarse y, de alguna manera, Kagami se sentía todavía más expuesto que antes, ahora que el líquido no recorría sus venas y sus sentidos estaban un poco más alerta. El alcohol había llegado para suprimir sus inhibiciones y arrojarlo a los brazos del moreno; y ahora lo abandonaba completamente desnudo, en el mejor momento, para que se diera cuenta de cuán a la merced de la voluntad del contrario se encontraba, y del hecho de que él mismo había ido caminando solito hasta esa situación.
—Se ve desde aquí cuánto me necesitas —musitó Aomine en un gruñido bajo—, cuánto necesitas… esto… —Sus dedos trazaron una línea por encima de su ropa interior, siguiendo la longitud de su marcada erección. Kagami gimió, incontenible.
—Por favor —rogó, separando las piernas casi sin darse cuenta; instando, en ese gesto inconsciente, a que Aomine se colara entre ellas e hiciera con él lo que quisiera. El moreno rió y, por fin, decidió no hacerlo esperar más. Kagami casi quiso aullar de satisfacción cuando sus piernas se vieron todavía más separadas por unas manos firmes y la botellita de gel lubricante se abrió con un sutil «plic».
El líquido resultaba frío contra su piel, que parecía incendiarse —el pelirrojo se estremeció en un escalofrío a pesar de que transpiraba. Los dedos de Aomine primero tantearon la línea entre sus nalgas, deslizándose con infinita lentitud hasta llegar a su entrada. Hubo una breve pausa antes de que el moreno introdujera un primer dedo, causando que Kagami jadeara en una mezcla de expectativa e incomodidad. Nunca nadie había palpado esa zona suya, sólo él jugando consigo mismo las últimas semanas mientras su cabeza descansaba contra la almohada y su boca llenaba la oscuridad de su habitación de gemidos con un hilillo de baba escapando por una de sus comisuras. Nadie más había introducido nada allí —con Kuroko, siempre había sido él quien lo penetraba. Y, sin embargo, a pesar de la incomodidad inicial, los músculos de su entrada se acostumbraron rápido a los movimientos del dedo de Aomine, como si ya hubieran experimentado lo mismo un millar de veces. Éste ronroneaba por lo bajo.
—Tan apretado… —murmuró, arrancando otro gemido de los labios del pelirrojo. Momentos después introducía un segundo dedo, que se abrió paso junto al primero provocando que Kagami se pusiera más ansioso que nunca. Lo quería dentro suyo y lo quería ya, incapaz de quitar la vista de la erección del moreno, que todavía se hallaba atrapada dentro de sus bóxers. Si no hubiera estado tan desesperado por sentirlo embistiendo dentro de él, le habría rogado que lo dejara chupársela.
Su propia erección salpicaba gotitas de líquido preseminal sobre su abdomen. Aomine oscilaba entre contemplarla relamiéndose y mirar al pelirrojo directo a los ojos, de una manera que hacía que Kagami estuviera seguro de que podía ver a través de él. Era imposible saber cómo hacían esos ojos azul oscuro para excitarlo tanto, para provocar que quisiera rendirse ante ellos y someterse a su voluntad sin dudas ni cuestionamientos.
Lo que Aomine provocaba en él no lo había sentido nunca, con nadie más.
Un tercer dedo se abrió paso al interior de Kagami, y para este punto el pelirrojo ya no podía soportarlo más.
—Aomine —rogó en un jadeo—, p–por favor.
—¿Mmm…? —tarareó el otro, elevando una de las comisuras de su boca en media sonrisa mientras continuaba trabajando su entrada.
—Por favor… —repitió Kagami, emitiendo un fuerte gemido cuando el moreno rozó con la punta de sus dedos un punto particularmente sensible. Fuck.
—¿Por favor qué? —lo torturó Aomine, deteniendo sus dedos a medio camino y observando al contrario como si fuera lo más interesante del mundo. A éste ya no le importaba nada.
—Fuck me —le soltó sin más; su erección, sacudiéndose en otro espasmo, derramando más gotas de líquido preseminal sobre su vientre. Tenía los ojos neblinosos por la excitación y los dedos de Aomine en su interior le ponían difícil no correrse —sólo podía imaginarse cómo se sentiría su miembro dentro de él si tan sólo sus dedos bastaban para que quisiera correrse.
Aomine rió, pero decidió no torturarlo más. Sacó los dedos de su entrada, dejándolo con una fugaz pero incómoda sensación de vacío antes de quitarse los bóxers y dejar su propia erección al descubierto. Kagami clavó su vista en ella sin poder dejar de admirarla; Aomine era todavía más grande que él, y la simple idea de tener eso adentro suyo alcanzaba para que la mente se le nublara y su garganta produjera quejidos de excitación que ya no podía controlar. Los dedos del moreno se cerraron en torno a su miembro y lo masturbaron por unos segundos, cubriéndolo de los restos de gel lubricante en su mano, antes de que se volviera a reclinar sobre Kagami y acercara su erección a su entrada.
—Dilo de nuevo —murmuró el moreno; y, si hasta entonces había mantenido su tono casual y desafectado, ahora su voz sonó más grave y feroz —como si él tampoco pudiera aguantarlo más y necesitara penetrar a Kagami de una vez por todas. Hubo un breve instante en el que la pequeña parte del cerebro del pelirrojo que conservaba su lucidez se preguntó cuánto de la actitud digna de Aomine sería real y cuánto sería pura fachada.
—Fuck me, Daiki.
Esta vez fue Aomine el que no pudo contener un gemido audible.
Kagami temblaba de impaciencia cuando la punta del miembro de Aomine rozó la piel sensible de su entrada. Éste deslizó su longitud por la línea entre sus nalgas, arrastrando la humedad del gel lubricante y el líquido preseminal a su paso. Kagami abrió la boca y emitió un balbuceo incomprensible, tratando de protestar e instarlo a que lo hiciera de una maldita vez. Pero Aomine no requirió mayor insistencia —él mismo parecía encontrarse al borde del abismo, en un limbo donde su propio autocontrol y su raciocinio pendían de una cuerda floja.
La espalda bañada en sudor de Kagami se arqueó de manera prominente cuando el miembro de Aomine empujó hacia su interior, abriéndose paso entre sus apretados músculos anales. Kagami tembló de pies a cabeza y creyó que iba a correrse en ese mismo momento; y es probable que Aomine se diera cuenta, porque de inmediato rodeó la base de su erección con un fuerte agarre que evitó que el pelirrojo colapsara allí y entonces. Una vez estuvo por completo dentro de él, reclinó su torso por encima del de Kagami y mordió su cuello antes de empezar a moverse adentro suyo —primero, con movimientos lentos y acompasados; a medida que transcurrieron los segundos, aumentando en firmeza e insistencia, desesperado por la tensa fricción de las paredes internas del pelirrojo.
Kagami no dejaba de gemir. Sus muñecas se habían dormido de tanto tirar de su agarre en el cinturón; su espalda se arqueaba sobre el colchón, rozando su pecho contra el de Aomine, que mordía su cuello y succionaba su piel con una fuerza que seguramente dejaría marcas luego. El moreno embestía cada vez más fuerte en su interior, intentando encontrar el ángulo que haría que Kagami gritara su nombre mientras con una mano aseguraba que el pelirrojo no se derramara antes de que él le dijera que tenía permitido hacerlo.
—F–fuck. —Kagami no dejaba de insultar en inglés; tantos años viviendo en Estados Unidos de pequeño le habían pasado factura y hacían que, de manera inconsciente, balbuceara en dicho idioma ante situaciones muy intensas o de mucho estrés. Y rayos si ésta era una situación que lo desbordaba; el agarre del moreno en su erección era lo único que evitaba que se corriera, lo único que retrasaba el que probablemente sería el mejor orgasmo de su vida —que no hacía más que intensificarse con el transcurso de cada segundo. Justo entonces, Aomine embistió en su interior de forma tal que su miembro dio directamente con su próstata y Kagami no pudo conener un grito—: ¡D–Daiki!
Buscó los ojos de Aomine con los suyos y se encontró con que éste lo contemplaba con más intensidad que nunca. Un brillo irracional se había apoderado de su mirada, y Kagami ansió probar sus labios al mismo tiempo que el moreno bajaba para atrapar los suyos en un beso incontenible, cargado de una estática que parecía electrificar el ambiente. Kagami se olvidó de todo —se olvidó de Kuroko, se olvidó del hotel, se olvidó de que se había prometido no besarlo para mantener la mayor distancia posible, si es que eso tenía sentido cuando de hecho había permitido a Aomine que lo atara e hiciera lo que quisiera con él, incluso lo había llamado por su nombre de pila. Absolutamente todo se borró de su mente y sólo hubo lugar para las descargas de excitación que mandaba el miembro del moreno empujando en su interior y la dulce fiereza con la que sus labios abrazaban los suyos —su lengua, abriéndose paso con desesperación al interior de su boca, buscando con impaciencia el contacto con la suya.
—Taiga… —murmuró Aomine contra su boca, al mismo tiempo que se corría en su interior, derramándose y llenando al pelirrojo con una sensación extraña pero satisfactoria. Kagami abrió los ojos y lo miró suplicante sin interrumpir el beso en ningún momento, incapaz de soltar sus labios pero rogándole con la mirada que por favor, diablos, por favor, lo dejara correrse. Aomine sólo asintió, liberando el agarre que había mantenido hasta entonces en la base del miembro del pelirrojo, y apenas unos segundos después Kagami se sacudía en breves espasmos mientras su propio semen se esparcía por encima de su vientre.
Durante varios minutos, lo único que quebró el silencio de la habitación fueron sus respiraciones jadeantes —Aomine se había echado a un costado y ambos luchaban por recobrar el aire; gotitas de sudor cayendo por su piel, semen manchando las sábanas y derramándose por los costados del cuerpo del pelirrojo. Estaba tan aturdido por la sensación post–orgasmo que ni siquiera se dio cuenta de que Aomine había salido de adentro suyo; sólo lo había llenado un inmenso vacío en el instante en que sus bocas se habían separado, aunque lo necesitara para recuperar el oxígeno. Kagami tenía los brazos y las piernas más dormidos que nunca, y fue un alivio el momento en que el moreno quitó el cinturón que retenía sus muñecas en la cabecera de la cama y pudo bajar los brazos, mirándoselos y descubriendo que unas marcas rojizas pintaban su piel allí donde el cuero lo había mantenido aferrado, con los brazos en alto.
No podía siquiera moverse. Lo sorprendió descubrir que el contrario sí podía hacerlo —tras haber logrado acompasar su respiración, se había incorporado y había avanzado a tientas hasta el baño en suite de la habitación, donde había desaparecido tras cerrar la puerta. Kagami se quedó allí tendido, lleno de emociones que le costaba separar unas de otras —su cuerpo estaba inundado de gloria, pero sus labios sabían a una nostalgia que no terminaba de comprender. Unas ganas muy fuertes de volver a besar a Aomine recorrían sus venas como un veneno que carecía de antídoto, una quemazón que no podía apagar. Debía levantarse, lavarse, y volver a vestirse para regresar a su departamento —al fin y al cabo, habían alquilado la habitación por sólo dos horas—; y aun así, no quería moverse de allí: todo lo que le interesaba era volver a probar los ávidos labios del moreno.
Éste salió del baño cargando unas tiras de papel higiénico en las manos. Kagami se preguntaba qué iría a hacer con eso hasta que dobló un trozo y lo pasó con cuidado por el vientre el pelirrojo.
—Voy a quitarte esto, que se está poniendo pegajoso —comentó como quien no quiere la cosa—. Aunque lo mejor será que después vayas a bañarte, o vas a apestar. —Esta vez, una sonrisa pagada de sí misma se curvó en su rostro, como si estuviera satisfecho con el estado caótico en el que había dejado a Kagami. A este último no le importó; se encontraba demasiado aturdido al ver el pequeño gesto que Aomine tenía para con él. Antes de esa noche, hubiera pensado que el moreno se vestiría y se iría sin más tras haber obtenido lo que quería de él. Sin embargo, después de los besos que habían compartido…
No sabía cómo, pero no le resultaba tan absurdo.
—Ya está. —Aomine había limpiado las salpicaduras de semen lo mejor que había podido, y se incorporaba haciéndole un gesto en dirección a la ducha—. Mejor que te pares y vayas a ducharte. Con el de adentro no podemos hacer nada —dijo con una sonrisa traviesa. Al principio, Kagami no entendió, perdido como se encontraba en la inesperada amabilidad de esos ojos azul marino; pero entonces prestó atención y captó cómo un líquido tibio se deslizaba entre sus nalgas, hacia afuera, lo que lo hizo fruncir la nariz. Aomine se rió con ganas; y fue la primera vez en todo el rato que el pelirrojo lo vio reírse de verdad, sin burlas ni dobles intenciones —una risa genuina, de pura diversión, con los ojos entrecerrados y una sonrisa de oreja a oreja.
Su corazón se saltó un latido.
¿Por qué? ¿Por qué, si había decidido no volver de todo esto algo personal?
Se incorporó despacio, masajeándose los brazos para devolverles el calor que habían perdido después de tanto tiempo inmovilizados. Tenía el cuerpo dormido y las venas llenas de endorfinas, por lo que no sentía dolor —pero se imaginaba que al día siguiente sería un auténtico calvario.
Aomine lo observaba sin decir nada, con el fantasma de sus últimas risas pintado en sus labios. Kagami hizo un esfuerzo por ponerse de pie y lo sorprendió descubrir que era capaz de mantener el equilibrio, aunque la ley de la gravedad le pasó factura y volvió a arrugar la nariz en cuanto otra tanda de líquido tibio se deslizó por sus nalgas, bajando por la cara interior sus muslos.
Se bamboleó hasta el cuarto de baño —el efecto del alcohol ya se había pasado por completo, pero su cuerpo continuaba adormilado por la intensa sesión sexual que acababa de sostener con Aomine. Éste lo seguía a sus espaldas; a Kagami le daba la sensación de que creía que iba a caerse y estaba listo para atajarlo. Otro gesto inesperado de su parte. En verdad, ni siquiera él mismo podía asegurar que no fuera a resbalarse y a caerse de cara contra el suelo.
Abrió el agua de la ducha y esperó unos segundos a que se calentara. Se sintió un tonto allí parado, mirando el agua caer mientras se sostenía del lavabo con una mano, con Aomine detrás de él. Su expresión era extraña —veía su reflejo en el espejo, y su gesto parecía dudoso por primera vez en toda la noche. Kagami metió una mano abajo del agua, verificando que estuviera a una temperatura aceptable, y se giró para indicarle que ya no necesitaba quedarse allí.
Pero no pudo. Las palabras, simplemente, se negaron a salir de su boca y murieron en su garganta. Se quedó mirando a Aomine como atontado, boqueando como un pez fuera del agua y dándose cuenta de que el moreno no se encontraba en una situación mucho mejor que la suya.
Entonces, un impulso lo invadió y Kagami hizo lo que había sentido todo el rato. Se aproximó a él sin ninguna advertencia y, una vez más, atrapó sus labios entre los suyos como había querido hacerlo desde el momento en que Aomine se había encontrado dentro de él, y sus ojos azules se habían clavado en los suyos con tanta intensidad como anhelo. El moreno, lejos de rechazarlo, respondió al beso con ganas —con insistencia, pero en un tacto mucho más suave y acompasado que el que habían compartido varios minutos atrás. Como si el beso durante el sexo hubiera sido un fogón, un incendio inapagable —y ahora se cociera a fuego lento, uniendo sus labios de una manera que, dos horas atrás, Kagami no hubiera creído posible.
Lo arrastró consigo al interior de la ducha. Gotitas de agua se colaron entre sus bocas, salpicando sus cabellos, derramándose en cascadas a través de sus espaldas. No le importó el frío tacto de los azulejos blancos contra el que Aomine lo hizo apoyarse mientras lo besaba, ni sintió timidez alguna cuando bajó las manos a la altura de la cadera del moreno y lo atrajo más cerca de sí.
Al día siguiente, adolorido en la penumbra de su habitación, recordaría el momento en que Aomine había pronunciado su nombre de pila al correrse. Y sólo entonces, en su silenciosa soledad, al abrazo de sus propias extremidades envolviendo su cuerpo, se daría cuenta de que él nunca le había dicho su nombre completo.
Usen preservativo, por favor.
Ah... ha pasado casi un año xD ¡Lo siento! No necesitan aguantar mi divague de por qué me costó tanto seguir esta historia. Lo que necesitan es que me disculpe con ustedes (en especial con Zhena, a quien está dedicada esta historia) por haberme tardado tanto tiempo en actualizarla. ¡Lo siento!
Ya saben que sus comentarios son más que bienvenidos. Espero poder subir el siguiente capítulo mucho más rápido. ¡Gracias por leer!