Un año antes
1. Deconstruyendo a Noya
Todo el que conozca bien a Nishinoya Yuu, el que sepa de su capacidad para empatizar con los problemas de sus amigos y de las ganas que le pone para que cada noche se vaya a la cama pensando que ha aprovechado el día; puede destacar una cosa de él. Y no es su alegría sempiterna o la energía con la que se enfrenta a cada partido, a cada minúsculo detalle de sus saltos y sus movimientos en la cancha. No es su corta estatura o aquel mechón de pelo rubio (a saber qué le había pasado por la cabeza para tomar esa decisión) que divide su cabeza en dos. No. En realidad, es algo mucho más sencillo.
Noya no tiene problemas con nadie.
De lejos, desde más allá del banquillo, es algo difícil de ver. Noya parece tener una personalidad irritante, si no te fijas bien quizás puedes llegar a considerarlo un niño caprichoso de «quiero esto ahora» o «necesito que estés conmigo ya». También tiene que ver esa expresión de rebelde sin causa que se levanta a poco más de metro y medio del suelo, aunque se empeñe en disimularlo con una ingente cantidad de gomina barata. Y mejor no hablemos de esa obsesión que tiene con las mujeres que, para muchos, merece tratamiento urgente junto con una orden de alejamiento.
En realidad, Noya es mucho más que eso. O, mejor dicho, mucho menos. Es un chico normal de primer curso que trata de hacer malabares con las asignaturas en las que está matriculado invirtiendo su tiempo lo justo y necesario para aprobarlo todo con un cinco raspado. Es un apasionado del volleyball que no solo da todo de sí para ganar un partido (coleccionando una inmensa cantidad de moratones y heridas por el camino), sino que siente que algo se muere dentro de él cada vez que el contrario marca un punto. Tengo que ser más rápido, tengo que poder aguantar, tengo que alcanzar la siguiente, cuentan conmigo, no puedo fallarles de nuevo.
Se considera a sí mismo como un fanático de la música heavy y rock duro; necesita su inyección de Iron Maiden para ir al instituto porque algo le vibra por dentro al sentir esos los guturales a todo volumen en el centro de su cerebro y le da fuerzas para superar otro día viendo al señor Hananachi sonarse la nariz entre lección y lección de física. Es un seguidor fehaciente de Pressing Catch y acaba grabando los combates cada sábado para ver la lucha libre después del partido semanal de volley. Como colofón, tenía una pequeña obsesión con ciertos ponys de colores, de ojos grandes y crines doradas y avioletadas, que nadie podía saber nunca.
De todas formas, no es por eso que Noya se lleva bien con todo el mundo. El líbero del Karasuno tiene una chispa, una luz particular que le hace brillar en el fondo del campo y animar a todos desde su posición. Defensor de sus compañeros, charlatán de categoría y un friki de mucho cuidado, Noya posee todas las cualidades para hacerse el mejor amigo de todo aquel que se atreviera a acercarse. Casi da un poco igual que vaya tras cualquier falda que se aproximase a diez metros a la redonda (y cuyo radar detecta de inmediato), lo compensa con creces. Una corta llamada telefónica y estará ahí a los quince minutos con la primera temporada de Friends y una bolsa de un kilo de pipas que había que acabarse obligatoriamente; una sonrisa fraccionada y ya estará haciendo el idiota durante horas por alegrarle el día a un amigo hasta que este se animase a subirse a la famosa montaña rusa de la feria de abril; una fiesta con música suave y conversaciones incómodas y convencerá a todo el mundo a que baile hasta más allá de la medianoche. Hasta estaría dispuesto a prestar sus propios deberes si no fuera consciente de que el día anterior se había hecho un lío con los datos de la pregunta tres… y que seguramente todas las demás respuestas estaban equivocadas.
Eso sí, jamás había tenido que pedir ayuda para estudiar o hacer las tareas o cualquier cosa relacionada con materia escolar; aunque, para ser justos, tampoco necesitaba hacerlo. Los de segundo siempre estaban ahí para echarle un cable y Asahi todas las semanas se prestaba a sacrificar un par de horas de estudio con tal de que comprendiera las leyes químicas básicas. Asa no era el chico más listo del Instituto (vamos, ni de lejos), pero también era de esas personas que hacía cualquier cosa por un amigo. Así que al final Noya estuvo hasta la madrugada del miércoles repasando sus apuntes para que Asahi no volviera a quedarse otra tarde entera en su casa hasta que entendiera la diferencia entre integrales y derivadas.
Aquel día no fue una excepción. A Noya le dolía en el alma que Asahi tuviera que pedir el día libre en su trabajo del supermercado para ayudarle, pero era una situación desesperada. Final de curso, muchos exámenes suspensos en el último trimestre y no había manera de entender cuándo debía escribir el Past Perfect y cuándo el Past Continous. Claro que, después de diez ejercicios de gramática seguidos, Noya le invitó al menos a tres helados (uno de ellos el clásico de pera) y estuvo hablando durante media hora sin parar, intentando que Asahi se relajara de una vez y soltara todo aquello que le estaba carcomiendo por dentro desde hace un par de días. Porque le preocupaba algo, eso seguro, él tenía olfato para esas cosas. Y a Asahi siempre le costaba arrancar.
—A mí puedes contármelo —le aseguró Noya repelando el borde de la tarrina de helado con la cucharilla de plástico—. O sea, si quieres.
Y Asahi saltó como si le hubieran pinchado y le miró con pánico.
—¿El qué?
—No lo sé. —Noya saboreó el líquido derretido que quedaba en el fondo de su copa—. Lo que sea que te pase. No soy adivino, ¿sabes?
Asahi bufó sonriendo como cada vez que quiere reír pero algo dentro de él se lo impide.
—A veces lo pareces.
Asahi era… como la antítesis de Noya, pero multiplicado por un millón. Alto como un rascacielos resplandeciente, fuerte como Drederick Tatum, todo sonrisas y palabras de ánimo cuando el partido estaba a punto de terminar y un silencio respetuoso en clase de literatura. El resto del tiempo se escondía de la marabunta de gente, se empequeñecía hasta desaparecer entre las sombras de las paredes y trataba de no llamar mucho la atención en el fondo del escenario. Asahi era un bollo de leche y azúcar de metro ochenta, envuelto en un respeto reverencial por la humanidad entera y una pinta de delincuente que le había traído problemas más de una vez (y a Noya le parecía una injusticia que alguien tan sumamente bueno tuviera que pasarlo tan mal por su apariencia).
Asahi solía esconder su incomodidad y su angustia, pero Noya lo sabía. Lo veía en sus gestos algo erráticos que empañaban su impecable técnica o en su mutismo frío que duraba casi todo el entrenamiento (excepto aquellos momentos en los que hace algún comentario corto a Daichi en el oído). Siempre había algo que lo delataba, y Noya no era muy listo pero se había sacado el Doctorado en esos algos.
—Ha venido la policía al trabajo —aceptó Asahi por fin.
Noya soltó la cuchara y el tintineo repiqueteó en la copa.
—No me jodas.
—Me han denunciado —explicó Asahi con el aspecto sombrío.
—¿Qué? ¿Quién?
Sea quien sea voy a romperle la puta mandíbula, joder.
—La madre de una chica a la que le di indicaciones la semana pasada. —Asahi sonrió, seguramente tratando de verle el lado divertido a todo el asunto y Noya tiene que contenerse para no pegarle para que deje de ser tan conformista por una maldita vez—. Dijo que había pervertido a su hija para que fuera a un concierto y que intentaba secuestrarla o… o algo así, la verdad es que no sabía qué me estaba diciendo.
—¡Pero por qué no hablas, Asahi, mierda! —exclamó Noya sin poder retenerse más—. Tienes que defenderte, nadie más lo va a hacer por ti.
—Si no ha pasado nada —se apresuró a decir él moviendo exageradamente las manos—. La chica ha podido hablar con la policía y le ha explicado que yo no le he tocado ni un pelo. Se ve que llevaba una hora diciendo lo mismo pero nadie la escuchaba.
—No, si encima vas a sentir pena por ella —gruñó Noya incrédulo al escuchar tantas gilipolleces juntas—. ¿Entonces qué? ¿A quién tengo que partirle las piernas?
—Al final retiraron la denuncia y ambas se disculparon conmigo —rio Asahi como si todo fuera una broma. Increíble, es increíble—. Pero…
—Ah, ¿que hay más?
—Me han despedido. —A Asahi se le cortó la voz y Noya se quedó helado—. Bueno, no ahora, tengo que cumplir con el contrato hasta final de mes pero después se acabó.
Asahi no tuvo que decir nada más, Noya se fue haciendo la historia completa en su cabeza. Al encargado no le gustó eso de que Asahi solicitara su puesto antes de su jubilación, y más porque quería que el trabajo fuera para su adorado nieto, así que habría aprovechado el traspié con la policía para tener una excusa medio factible de echarle a la calle.
—Qué hijo de puta —escupió Noya. Veneno ardiente en las venas. Picor intermitente en el pecho—. No tiene derecho… ahora mismo vamos los dos a gritarle un par de cosas. Yo pago, espérame en la puerta.
—No vamos a hacer nada —le indicó muy serio. Y Noya se enfrió de golpe ante su categórica mirada—. Tengo ahorros así que puedo sobrevivir cuatro o cinco meses y si estoy muy mal siempre puedo contar con mi abuela para que me preste el dinero, así que no te preocupes.
—¿Cuatro meses? —se asustó Noya—. ¿Y después qué, Asahi? Si quieres, podríamos decirle a Ukai que te ofrezca un trabajo, al menos en estas vacaciones.
—No le vamos a decir nada a nadie, Nishinoya —insistió Asahi sin dejar de mirarlo. Y él no pudo evitar empequeñecerse aún más—. Puedo arreglármelas solo. No te preocupes, me las apañaré.
—Ya. —Noya relamió la cuchara de su helado sin saber cómo podía ayudarle—. Eres demasiado bueno, Asahi. No vuelvas a dejar que te pisoteen.
—No lo haré.
—Promételo —insistió Noya sin querer dejarlo correr—. Que yo te escuche. Suéltalo por esa boquita.
A Asahi se le escapó media sonrisa divertida y Noya se sintió ingrávido por dentro.
—No dejaré que me pisoteen —aseguró él abriendo las palmas—. Te lo prometo, Noya.
—Y cuenta conmigo siempre —añadió en un arranque de inspiración.
Y Asahi rompió a reír de esa manera tan tenue y tan suya que a Noya siempre le había recordado a un rumor suave que le acariciaba la nuca antes de terminar en una sonrisa sincera.
—Sé que puedo contar contigo. Eres la mejor persona que he conocido. —Le palmeó el brazo un par de veces y Noya no tuvo que decir nada más. Ahí va de nuevo—. Gracias por seguir a mi lado. No sé qué haría sin ti.
Noya siempre había sido muy débil ante los cumplidos. Cuando Hinata andaba revoloteando a su alrededor suplicándole (a veces con los ojos tan brillantes que parecían cubiertos de lágrimas) que le enseñara a hacer el Rolling Thunder, una parte de él se extendía y se amplificaba como si hubieran subido el volumen de su ego. Y actuaba de forma genial porque era el jodido dios del volley (¿Escuchas Kageyama? No soy un reyzucho cualquiera, soy un puto dios). Definitivamente no había nadie más guay que él en todo Japón.
Pero cuando Asahi le dice No sé qué haría sin ti con esa voz grave y suave y tan única que le hace vibrar sin moverse del sitio, a Noya le pasaba justo lo contrario. Se volvía minúsculo, ínfimo, una motita de polvo incapaz de seguir avanzando sin el viento que la empujase.
«Eres la mejor persona que he conocido. No sé qué haría sin ti».
Noya se acostó en su cama y se abrazó las piernas tratando de dormir sin conseguirlo del todo. Tenía el pelo mojado de la ducha, el frío de la noche en la piel y un millón de pensamientos desordenados que confluían en Asahi. Altísimo, radiante y complejo como un puzle de veinte mil piezas. Con un corazón más grande que él mismo.
No te vayas nunca de mi vida, Asahi. Yo sí que no sabría qué hacer sin ti.
Este es un long fic que empecé a escribir hace poco menos de un año. Lo había abandonado por razones personales, con un largo historial de enfermedades extrañas y diversos problemas familiares, pero ahora que estoy a (casi) pleno rendimiento, me he dispuesto a intentarlo.
Hasta el momento tengo seis capítulos largos escritos y planeo que serán algo más de quince, pero no creo que tarde mucho en publicarlos jajajaja.
Espero que os haya gustado el principio de nuestro paseo por Icarus. Los reviews siempre son bien recibidos.
Duckisses,
KJ*