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Gotham.
Pocas veces Jason había tenido la oportunidad de conducir el batimóvil. Esta era una de esas veces. Su casco se veía opaco por el polvo y los fragmentos de tierra pegoteados, así que tuvo que dejarlo a un lado. De copiloto lo acompañaba Dick, que seguía sollozando de vez en cuando, los hipidos sacudían su pequeño cuerpo y se había despojado de parte de su traje, su piel se veía relativamente intacta, incluso sin moretones o cortes, esa niña había hecho bien su trabajo.
Conner se mantenía imperturbable sentado tras de Dick, en su regazo llevaba a los niños que habían caído dormidos, seguro producto de tantas emociones. El superchico no les prestaba realmente atención pero sentía haber visto a ese niño antes. Como fuese, la visión de esos seres inocentes calmaba la sed de sangre y el cansancio extremo que se extendía por su ser. Echaba miradas de reojo a Damian que sentado junto a él cargaba el cuerpo inconsciente de Tim. Cada segundo que pasaba, el mercenario se veía más pálido y alejado de la vida. ¿Cómo se tomaría aquello Cassie? ¿Qué tenían que ver los Al Ghul en todo esto? ¿Cómo pensaban tratar a Tim? Nadie era capaz de darle respuesta a sus interrogantes.
Bruce había quedado atrás, utilizaría la motocicleta de Red Hood para regresar luego de asegurarse de tomar los datos de los metahumanos y de que serían tratados para su pronta recuperación. Seguramente ya venía en camino. En la cueva, Alfred esperaba por ellos, Batman lo había puesto al tanto de la situación, al menos, superficialmente. Había cosas que no podían decirse por medio de un intercomunicador.
Las ruedas chirrearon como de costumbre al estacionar. Apenas las puertas se abrieron, Alfred tomó el cuerpo de Tim de los brazos de Damian para depositarlo en una camilla y conectarlo a una máscara de oxígeno. Dick corrió detrás del anciano mientras este conectaba a su antiguo amo a una serie de máquinas que controlaban su pulso, respiración y le transfundían sangre. Conner los había seguido después de acostar a los niños en el asiento; Jason se mantuvo junto a ellos, pensando como proceder. ¿Debía despertarlos, vestirlos, alimentarlos? Terminó por arropar a los niños con su capa para ir a fumar. Quizá hablar con Kara lo ayudaría pero la superchica se encontraba incomunicada recientemente.
—Dam, debes bajar —sugirió el adolescente cuando su cigarrillo cayó consumido con la última calada—, anda.
Ensimismado, el hijo mayor se había mantenido en su lugar de copiloto. Tenía las manos manchadas de sangre, sangre que se sentía tibia aún. Era como un deja vú, como aquella vez, como aquella noche que tuvo que cargar con el cadáver de Drake ya que su padre se encontraba consumido por la ira. Y en medio del caos, del fuego, de las cenizas, de la muerte, se prometió a sí mismo que aquello no volvería a pasar. Y protegió a Jason. Y protegió a Dick. Pero a Tim...
Pasó las manos por su cabeza, quitando la capucha, su rostro se veía demacrado. Sus ojos opacos miraban con insistencia el frasco que su madre le había entregado.
—Lleva a esos niños a la sala de interrogación, Hood —ordenó Batman, que había llegado hacía segundos y pasó de ellos para dirigirse a la zona aislada donde Alfred intentaba tratar las heridas de Tim—. Y tú ven conmigo, DemonWing.
El adolescente obedeció apesadumbrado. No quería despertar a los niños de improvisto, pero no estaba deseando tentar más la cordura de su padre adoptivo. El hijo mayor saltó bruscamente del auto y a paso presuroso se dirigió tras su padre. Bruce había hecho a un lado su capa y sus guantes, su manos levemente arrugadas se sintieron frías en la piel de Alfred cuando este depositó una mano sobre el hombro del anciano que trabajaba con desesperación entender qué le habían hecho a ese chico, uno de sus chicos.
—Necesito un informe de las heridas, amo Bruce. Porque no entiendo, pude detectar una puñalada en el estómago pero-
—Lo travesaron con una katana.
—¿Disculpe? —el mayordomo abrió los ojos a más no poder.
La incredulidad se repitió en los rostros de Robin y Superboy, que seguían al pie de la camilla, velando por el herido.
—Lo que oíste, Alfred. Cuando llegamos, DemonWing y yo, vimos a Talia que mantenía atravesados a Tim y Nyssa con su katana.
Damian mordió su labio inferior con fuerz, tentado de arrojar el frasco lejos.
—No, debe haber una explicación —intervino Conner—, Talia no lastimaría a Tim solo porque sí.
—¿Qué sabes tú del monstruo que es mi madre?
—Nada, absolutamente nada más el hecho de que fue ella quien trajo a mi Robin de regreso a este mundo. Y de eso sé más que tú.
El heredero Wayne dio un paso al frente, amenazante. El clon lo imitó, aunque de manera más solemne. Fue Dick quien se apresuró a interponerse entre ambos jóvenes.
—¡No es momento de pelear! ¡Debemos salvar a Timmy!
Alfred volvió la vista hacia el mencionado. Se mantenía estable de alguna forma. Procedió a quitarle parte del traje para poder reemplazarlo con una bata.
—Aún no entiendo cómo sigue vivo.
Demon observó el trabajo calmo del mayordomo. Recordando lo vivido con el mercenario aquel y como su piel que se había sentido tan caliente, ahora parecía más helada que las calles de Gotham. Era como si hubieran cortado la rosa más hermosa del jardín y la hubieran pisoteado frente a sus ojos.
—Es por las pastillas, ¿verdad? —cuestionó Pennyworth entonces.
—¿Cómo sabes-
—Leslie me lo contó todo, al parecer, la señorita Sandsmark se lo confió pues está muy preocupada por el joven Timothy.
Los ojos azules del superchico brillaron unos segundos al pensar en su rubia amiga.
—Entonces eso era lo que querías contarme, Alfred...
—Así es, amo Bruce.
—¡¿Y entonces cómo funcionan esas malditas pastillas?! ¡¿Cómo ayudarán a Timmy?!
La mirada acuosa del menor presente logró conmover a todos, sobre todo a Jason que acababa de llegara la sala y también necesitaba respuestas, había escuchado apenas a la mitad de la conversación.
—Pues —todos dirigieron la atención hacia el clon, que parecía dispuesto a dar algunas explicaciones—, de hecho, son tres pastillas: la roja le da una resistencia, agilidad y fuerza mayor, la azul ayuda a que los daños en su cuerpo se reparen, y la verde le permite prolongar los efectos del Pozo de Lázaro.
Algo desconcertados intercambiaron miradas entre ellos. Ya nada sonaba tan descabellado.
—Tim nos contó que cuando lo resucitaron en el Pozo, su cuerpo estaba tan herido que necesitó muchos cuidados para recuperarse, no era cosa de sumergirlo y ya, su cuerpo volvía a herirse si no mantenía un contacto con esa cosa maldita...
Damian había oído de casos así, en los que el Pozo no lograba curar por completo a las personas al ser sumergidas. Y su abuelo era un ejemplo del daño que el abuso prolongado del Lázaro podía provocar. Observó con más atención el brillante líquido verdoso dentro del frasco.
—Eso explica muchas cosas. Si el señorito Timothy ingirió de esas pastillas antes de ir a las bodegas-
—Aún hacen efecto en su cuerpo, al menos durante 48 horas. Lo mantendrán vivo mientras reparan los daños —afirmó Kent—, pero no serán suficiente si el daño es tan grande.
Richard se acercó al segundo Robin, tomando entre sus manos una de las manos de éste. El niño se sentía tan culpable.
—¿Podemos darle más de esas pastillas...? —intentó, presionando la pálida extremidad del joven, sin respuesta.
—No, aunque dupliques la dosis, no funciona así. El solo hecho de ingerirlas debilita su cuerpo, lo consumen por dentro y si abusa de ellas, sufrirá un ataque. Ha... ha pasado antes...
El silencio reinó entre los presentes. La melancolía en la voz de Conner les recordó a los murciélagos lo poco y nada que sabían de su antiguo compañero. Fue entonces cuando Bruce reparó en el regalo que Talia les había dejado.
—Debemos examinar eso —ordenó, extendiendo la mano hacia el frasco pero Damian lo esquivó.
—Mi madre dijo que si le damos esto, vivirá.
—No sabemos qué es, Damian. No podemos confiar en Talia.
La discusión entre padre e hijo estaba cargada de emociones que nadie podía leer. Sin miramientos, el heredero procedió a destapar el frasco e inhalar el aroma ante la mirada atónita de su padre.
—No es veneno —confirmó en cuestión de segundos—. Apostaría mi vida a que solo es un derivado del Pozo.
—¡Entonces dáselo a Tim, Dami, anda!
—No, Dam, espera. Estoy con B en esto, no sé si sea lo mejor —dubitativo, Jason se colocó junto a su padre adoptivo, esquivando la mirada acusadora de Dick.
—Ustedes no quieren salvar a Tim, ¿verdad? —el rencor en su voz no era propio del superchico.
Ajeno al inminente enfrentamiento, Alfred arropó con cuidado al mercenario luego de cubrir sus heridas.
—Los invito a continuar con su discusión afuera. El joven Timothy necesita descansar y ustedes podrían perturbarlo.
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Los baños en la cueva eran cálidos y constaban con lo necesario. Superboy se había encontrado deseando enormemente sentir el agua tibia bajando por su pecho y vientre hasta perderse en sus caderas. Libre por fin de las ardientes cadenas de kryptonita, parecía haber recobrado algo de su fuerza aunque la angustia en su pecho crecía y crecía.
Quería tomar a Tim y largarse de allí. Su Robin nunca necesitó de los murciélagos cuando despertó. ¿Qué había cambiado entonces? No podían ofrecerle seguridad ahora, no podían ser un equipo cuando los tres se encontraban tan débiles y rotos.
—Tim estaría dispuesto a matar por ellos pero... ellos no son capaces de devolverle su vida.
Ahora, sin cadenas, se sentía atado de pies y manos. El poder de salvar a Drake lo tenían ellos, los murciélagos. Solo quedaba esperar, velar por su amigo y pelear si hiciera falta. Pero no era tonto, si Batman era capaz de derrotar a Superman, ¿qué oportunidad tendría un pobre clon contra toda la Batifamilia?
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Jason restregaba con fuerza sus manos, la ducha rápida no le había servido para quitar la sangre seca debajo de sus uñas. Arregló su ropa y agradeció a Alfred por la charola con comida y las mudas de ropas que dejó junto a él. Esperaba que a los niños pudieran quedarles, eran mucho más pequeños que Dick pero debería bastar por el momento.
—Gracias, Al —sonrió levemente.
—No hay de qué, amo Jason. Y si no precisa nada más, debo ir a ver al joven Richard.
—¿Sigue encerrado en su baño?
El anciano asintió con pesar.
—Dice que si no se apresuran a salvar al joven Timothy, él va a ahogarse en sus lágrimas.
Hood se carcajeó. Aquella exageración sonaba tan propia de su Robin. Si no fuera por la situación tan tensa que estaban viviendo, se tomaría el tiempo de ir y reírse del menor. Cuando Bruce había dado por zanjada la discusión sobre darle o no aquel elixir a Drake, dejando claro que era una decisión que debía ser tomada por los mayores, el acróbata había entrado en un estado de negación y se había aislado en su habitación. Ni siquiera Damian pudo tratar con él.
—En fin, tengo que hacer un interrogatorio.
—Si son solo niños, por favor, no use la voz de murciélago.
El anciano le sonrió con ternura y Jason recordó la noche en que llegó a esa mansión por primera vez. Se veía igual de rota que esa noche cuando con su sola existencia les recordó al fallecido Tim. Alfred nunca lo juzgó por reemplazarlo, siempre le dio su lugar.
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No podía comprender el nudo en su garganta. Su pecho se sentía pesado.
Cuando era niño, siempre ganaba heridas en sus entrenamientos con los instructores que su madre conseguía, eran heridas que sin importar su grado terminaban sanando por completo. Años después, las heridas que ganaba como Robin no se sentían igual, esas sanaban pero siempre dolían en algún momento; estaban llenas de fantasmas que le recordaban sus grandes fracasos y fallos hacia su padre. Y la herida más grande siempre tenía el mismo nombre y apellido.
Timothy Jackson Drake.
—¿Qué me sucede, Pennyworth?
El felino maulló sobre su regazo y estiró sus garras, arañando perezosamente el jersey oscuro de su dueño. La poca luz en la habitación dejaba ver al heredero sentado en su sillón favorito junto a su gran ventana, frente a él, el frasco seguía brillando intacto. No dispuesto a entregárselo a su padre, se lo había llevado con él a su lugar privado.
El gato restregaba su mullido rostro contra el marcado pecho de su dueño, recibiendo caricias distraídas por parte del hombre. Damian trataba, por su parte, ponerle nombre a las emociones que lo abrumaban. Detestaba su incapacidad para definir sus propios sentimientos por culpa de su crianza.
Seguiría el consejo de su amigo Colin y meditar. Quizás así encontraría la calma que su mente necesitaba. Si tenía paz, debería ser capaz de tomar mejores decisiones; su familia contaba con ello.
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—¿No vas a abrir?
—No. ¡Vete!
—Dick, por favor.
—No, pap- Bruce. ¡No quiero verte!
El murciélago resopló molesto, preocupado. Necesitaba tanto estrechar al pequeño entre sus brazos, comprobar su estado, charlar con él pero el niño se había encerrado en su baño y aunque sería tan fácil solo tirar la puerta abajo, el mayor sabía que lo mejor era darle su espacio. Todos necesitaban su espacio en esos momentos, incluso él mismo.
Se deslizó a través de la puerta hasta quedar sentado. La cabeza le dolía después de tantas emociones confusas. Aún era capaz de mantener la calma pero la tormenta no había terminado.
Para Bruce nunca había sido fácil tomar decisiones que involucrasen a personas cercanas, aunque no se le notara siempre terminaba afectado. Alfred era uno de los pocos que sabían aquello. Y ahora estaba entre la espada y la pared, como tantas veces.
Que ironía, así había estado Tim hace momentos, lo que había derivado en esa situación. Su familia estaba dividida, el trabajo de Batman se acumulaba y tenía a un par de niños que no entendía de dónde salieron y por qué estaban en su cueva bajo cuidado de su hijo adoptivo.
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El amanecer golpeó Gotham con una claridad tormentosa y fría aquella mañana.
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