Disclaimer: Aang: Last Airbender no me pertenece.


Como laguna de aguas quietas y un huracán

.

Zuko no puedo evitar notar, a medida que deambulaba entre la multitud en una fiesta en la que, oh, maravilla, él no era el centro de atención, la gran mayoría de los habitantes del Polo sur se parecían mucho entre sí. Identificar a uno de ellos era casi como buscar una aguja en un pajar.

Casi. Porque, al parecer, el hecho de que Katara fuera virtualmente idéntica al resto de los aldeanos, no la hacía menos llamativa a sus ojos. ¡Agni, si parecía que resplandecía bajo la luz de la luna!

Así la encontró él, como si fuera un punto de luz en la oscuridad, mientras hablaba entre risas con Sokka. No importaba cuánto tiempo pasara, jamás dejaría de parecerle impresionante lo bien que esos hermanos se llevaban, y se preguntó, no por primera vez, si será cosa solo de ellos dos o de todos los hermanos.

Del modo que fuera, Zuko la estaba buscando con un propósito, y ese no era, precisamente, quedársele mirando como un tonto enamorado, así que reemprendió la marcha hacia dónde los hijos del jefe de la Tribu agua del sur se encontraban.

—Hey, Zuko— saludó Sokka con un gesto—, te habías perdido, amigo, ¿dónde estabas?

Él solo se encogió de hombros, no sabiendo exactamente cómo explicarse sin delatarse ni mentir. Para fortuna suya, a su amigo pareció bastarle su respuesta a medias, porque lo siguiente que supo de él fue que le golpeaba el hombro con una sonrisa tonta en la cara. Por un instante, el señor del fuego se preguntó qué, por todos los espíritus, era lo que se había imaginado Sokka que había estado haciendo, solo para recordar súbitamente que, de hecho, era Sokka de quien estaba hablando y que, en realidad, era mucho más sabio morir sin saberlo.

—Es igual, me alegro de que estés aquí, hombre; llegas en el momento perfecto.

—¿Perfecto?

—¡Sí! Necesito que alguien se quede aquí a cuidar de esta chica mientras voy y busco algo de comer.

—¿Qué? Pero si...

Y lo que sea que el señor del fuego hubiera estado a punto de decir, tuvo que callárselo, porque no iba a ser oído en lo absoluto por Sokka, quien ya se había ido a buscar bocadillos.

Zuko suspiró, resignado y risueño, y a su lado, Katara lo acompañó con una risita suave.

Él la miró por un largo segundo -demasiado corto, a su juicio-. Estaba bellísima, con su pelo lleno de cuentas brillantes y esa túnica que pretendía darle ese aire etéreo típico de los espíritus, como si ella ya no hubiese sido una por una semana entera. Parecía mentira que esa chica tan linda y de aspecto tan frágil en realidad era una bestia en el campo de batalla.

—Lamentó eso, pero ya sabes cómo es— se disculpa con una sonrisa divertida.

—¿Te refieres a lo sobre protector o a su amor por la comida?

La carcajada de Katara no se hizo esperar.

—Ambos, supongo.

Nah. Está bien, olvídalo. No sería Sokka, de otro modo.

Otra risotada de Katara se oyó a continuación. Definitivamente, ella tenía el don de hacerlo sentir gracioso, a pesar de no tener ni una pelo de gracioso en todo el cuerpo. Y por ese instante, Zuko creyó que eso era todo lo que necesitaba en este mundo para ser feliz.

Casi.

Porque él era egoísta y lo sabía bien. Puede que al principio pensara que es suficiente, pero no tardaría en empezar a querer más y más.

Y Zuko entendía perfectamente, muy a pesar suyo, que nunca se podía tener suficiente de Katara.

Así que lo intentó, dar rienda suelta a lo que quería y no lo que creía que debía hacer. Todo con él siempre era sobre el deber y el honor. Y eso no era malo, en rigor, pero esta vez sí sería egoísta.

Busca en el dobladillo de su manga, donde el pendiente de nácar le roza el hueso de la muñeca.

—Katara...

—Me gusta tu abrigo, ¿quién iba a decir que la Nación del fuego podía hacer ropa de invierno?— rio ella, jovial, siempre buscando una razón para sonreír.

Agni, sus dientes blancos eran como estrellas.

—Por supuesto que sí; podemos hacer la paz con el mundo y no vamos a ser capaces de hacer abrigos— le contestó, risueño, porque lo único que quiere más que decirle lo que siente es buscar una excusa para que le sonría.

Y sí, Katara echa la cabeza para atrás en una carcajada que le sonaba tan musical como hermosa.

—Tú, por otro lado, te ves incómoda— y casi tuvo ganas de abofetearse por eso. Él estaba pensando en hermosa. ¿Es que acaso no podía simplemente estar de acuerdo con lo que pensaba?

—Sí, a decir verdad. Pero logré que me permitieran cambiarme luego de un rato, el suficiente para que me vean los que deben hacerlo, como si fuera una señorita de bien.

Hah. Sí, claro—. Y ahora sí, sus dos manos volaron con rapidez a taparse la boca en un gesto brusco que sonó como si doliera.

No pudo evitarlo: en cuanto lo pensó, ya estaba afuera. La sola idea de una Katara en función del matrimonio le causó gracia, pero no se detuvo un instante a pensar cómo sonaría dicho en voz alta.

—Yo... quise decir...

—Tienes razón, pero no consigo que el Maestro Pakku lo entienda, y papá cree que este circo es bueno para las relaciones entre las dos tribus.

No obstante su respuesta, Zuko estaba comenzando a entrar en pánico. ¿Qué estaba pasando con él? Era como si se estuviera auto boicoteando inconscientemente.

Zuko aún no lograba recuperarse de su vergüenza, cuando ella vuelve a hablar.

—¿Y sabes qué es lo peor de todo? ¡Que no odio la idea de casarme, es decir, no tiene nada de malo! Solo odio tener que hacerlo.

Y eso, de alguna manera, logró acallar la tormenta de emociones que eran la mente y corazón del señor del fuego, como si de pronto el sol hubiera salido, abierto las nubes y transformado su huracán en una Laguna de aguas quietas.

—Yo, ehm, sé lo que quieres decir— casi rio él con empatía, ¡y vaya que sí lo entendía! Si hasta hace poco había logrado que los Sabios y el Consejo entendieran que casarse no era aún una prioridad—. Y creo que eso tiene una solución más fácil de lo que imaginas.

—¿Qué quieres decir?

Y por un minuto que solo transcurrió en su imaginación, él sacaba el pendiente de su manga y se lo ofrecía a su dueña junto a una propuesta de matrimonio, con la promesa de un amor verdadero y legítimo y...

Excepto que no lo hizo. Porque declararle su amor y pedirle que se casara con él, si bien era lo que su corazón y su sangre le pedían a gritos ardientes, no era lo que ella necesitaba en ese momento. Lo que menos necesitaba Katara era otro sujeto en su lista de pretendientes, a los que debía mirar con consideración antes de responderles.

No. Lo que Katara necesitaba en ese mismísimo instante era un amigo.

Y ese sería él.

—Simplemente diles que no quieres casarte. No ahora, al menos, y no por fines políticos.

Ella le miró como si de pronto le hubiera dicho que no hacía frío en el Polo sur.

—No es tan fácil, Zuko— le respondió con calma y paciencia.

—Nada de lo que vale la pena lo es, pero aquí estamos, ¿no?— Zuko sonrió con simpatía y timidez, como si fuese una idea más graciosa que cierta.

Tan simple como soñaba, lo era.

Le miró a los ojos dorados, intentando convencerse de la verdad, como si no fuera lo suficientemente clara.

—¿Tú... crees que me escucharán?

—¡Como si hubiese alguien capaz de no hacerlo!— exclamó él entre risas—. Aang me contó cómo fue que convenciste a Pakku de enseñarte allá en el Polo norte. Y también recuerdo haber oído algo sobre una revuelta en una prisión de maestros tierra... sin mencionar aquella vez bajo Ba Sing Se.

—Eso no salió tan bien— le recordó con una mueca.

—Me mostraste que había una opción. Una que nunca había visto hasta entonces. Solo necesité un poco más de tiempo.

—Zuko...

—Tengo algo para ti— le interrumpió, sonriéndole de esa forma tan linda, que solo recuerda haber visto unas pocas veces y que tiene disponible para ella en los momentos adecuados.

—No tenías que darme nada— intentó decirle mientras le veía buscar algo entre sus mangas, pero rápidamente olvidó lo que sea que fuera a decir cuando un destello azulado apareció de entre los pliegues—... Zuko, ese es mi...

—Lo siento, me quedé con él ese día, pero estaba roto, y luego ya no hablábamos... por alguna razón, y después nunca parecía la oportunidad correcta para...

Pero los brazos de Katara al rededor de su cuello, el choque de su cuerpo con el suyo, su temperatura corporal, más fría, pero incluso más reconfortante, le hicieron callar de golpe. Toda actividad cerebral relativamente funcional hasta el momento se apagó, y en su lugar, juró que fue capaz de ver a Momo perseguir su propia cola en un bucle sin fin.

Hasta que ella se acomodó en sus brazos, lo que le hizo volver ala realidad. Entonces Zuko siente que tiene permiso de rodear su cintura.

—Gracias, Zuko— dijo ella contra su cuello. Y él da gracias a Agni porque su capucha esté de por medio, porque creyó que podría haber muerto de haber recibido el aliento de Katara directamente sobre la piel—. Eres un gran amigo.

Tan triste y condenatorio como sonaba, Zuko cerró aun más su abrazo. Probablemente era una de las cosas más lindas que le hubieran dicho nunca.

Si era por Katara, él estaría más que feliz de ser solo eso.

—Anda, ayúdame a ponérmelo— le dijo ella, separándose lo suficiente para verlo a los ojos.

—Por supuesto.

Entonces se volteó, dándole la espalda, y Zuko tuvo que llamarse imperativamente a la calma y no enrojecer escandalosamente por las sensaciones que se le vinieron encima cuando la chica se llevó el pelo hacia un lado, dejando la parte de atrás de su cuello al descubierto, ese lugar al que difícilmente tenía acceso, y su aroma a humo y sal de mar, y quizás un poco de miel le llenaba los pulmones.

Tomó el collar y rodeó con el cuello de la maestra agua, reprimiendo todo lo que pudo sus impulsos de acercarse, y cerró el broche nuevo al final de cada extremo. La idea de haber colocado algo en ese objeto que siempre reposaba sobre la clavícula de Katara le sobrecogió.

—Listo, ya está— dijo él cuando, por gracia de Agni, fue capaz de encontrar su propia voz.

Katara se alejó de él un paso y volvió a girar para verle de frente. Ahora veía el conjunto completo después de varios días, pero de alguna forma, extrañaba el peso frío del pendiente contra su muñeca.

—¿Qué tal se ve?— jugueteó la chica, como si fuese un accesorio nuevo y no uno con el que la había visto todo el mundo desde los ocho años.

—Hermosa, como siempre— fue su simple respuesta, y ella no fue capaz de distinguir si lo decía por ella o el collar.

Aunque eso no evitó que el rubor oscureciera sus mejillas.

Sin embargo, no alcanzó a decir nada al respecto, porque en el momento en que separó sus labios para hablar, fue otra voz la que se oyó; una masculina que pecaba de inoportuna tanto como de desagradable.

—¿Por qué no me sorprende para nada verlos juntos?— soltó Nattoralik al tiempo que se acercaba.

Zuko no pudo evitar pensar en cómo es que alguien podía aparecer en todos lados y siempre en el momento menos indicado. Incluso, sintió algo de vergüenza cuando advirtió que, have algunos años atrás, cuando él mismo tenía por misión encontrar y capturar al Avatar -a Aang-, bien podría haber calzado con idéntica descripción.

Le envió una mirada discreta a Katara, como diciendo '¿yo también era así?'. La sonrisa, tan apenada como burlona que le devolvió ella era todo lo que necesitaba.

Ambos centraron su atención en Nattoralik, intentando que la mala disposición no se les notara tanto en la cara.

—Somos amigos hace mucho tiempo, pero eso ya lo sabes de sobra: no debería sorprenderte— le dice ella, encendiendo la burla tras una respuesta aparentemente inocente.

El maestro fuego dejó escapar un resoplido divertido a su lado, lo que solo logró irritar al norteño.

—No veo por qué no puedes ir y hacer otras amigas— en su tono estaba implícito el 'otras amigas que no sean las tuyas'—; hay muchas chicas repartidas por toda la aldea.

Katara le envió una mirada de soslayo a su amigo antes de encogerse de hombros en dirección al tercero.

—Ya conversé con algunas de ellas, si ese es el caso. Tuvimos tiempo de ponernos al día dese que volví. No que tenga que estarte dando explicaciones acerca de eso, de cualquier modo.

Zuko sonrió de lado, lo que no pasó desapercibido para Nattoralik, quién únicamente consiguió picarse aun más.

—Oh, querida— comentó él con tono ponzoñoso que les provocó mala espina a ambos héroes de guerra—. Eso está a punto de cambiar.

Y entonces, sí, ésa no era una buena señal.

.


Ogh. Ya ni me acuerdo cuándo fue la última vez que actualicé aquí. Solo digo que no lo he olvidado y sigo poniéndole mucho esfuerzo; más aún: el último capítulo ya está en proceso. ¡Wii!

Díganme qué les parece.