N/A: ¡Gracias a quienes leen! Especialmente a Sangito, a la Maki y a la Javi por apañarme siempre con este fanfic eterno. Cuídense del coronavirus.
15
Los problemas de James y Sirius
James y Remus se encontraban sentados bajo el árbol junto al lago. La tierra estaba húmeda, pero con un hechizo se las habían arreglado para que sus pantalones fueran impermeables y no se mojaran, pudiendo sentarse cómodamente. De tanto en tanto, el sereno del aire húmero y frío se acumulaba en la punta de las hojas, y pequeñas gotas caían sobre sus cabellos y frentes, pero no les preocupaba. Era un día fresco y agradable para estar afuera.
El castaño apoyó su espalda y su cabeza en el tronco del árbol y se puso a leer un libro de tapa de cuero turquesa, gastado y algo roto. James lo miró con cara de pocos amigos, creyendo que se aburriría si su única compañía prefería enfrascarse en la lectura de un sucio libro en vez de hablar con él, pero cambió rápidamente de parecer cuando divisó una cabeza anaranjada caminando por el corredor del primer piso, a varios metros de distancia.
Parecía como si buscara a Lily entre la gente todo el tiempo. Para peor, su cabello rojo como el fuego resaltaba con tal facilidad, que no se le hacía difícil encontrarla aun dentro de ese enorme castillo… Pero no quería mirarla demasiado. Pese a lo que había le había dicho Remus en la fiesta, estaba seguro de que no tenía ninguna oportunidad con ella, así que lo mejor era no ilusionarse porque ella no lo quería y nunca lo iba a querer. Y ya no era gracioso.
Se preguntaba si era que se estaba enamorando de nuevo de ella, después de Céline, o si nunca había podido olvidarla del todo y solamente se había estado engañando con ese romance pasajero de verano. A esas alturas comenzaba a preguntarse si alguna vez iba a ser capaz de olvidarse de ella o si necesitaría irse de Hogwarts y no volver a verla nunca más para poder interesarse en otra chica…
- Mierda. – También apoyó su cabeza en el tronco -. Me estoy convirtiendo en un blanducho.
- Te estás convirtiendo en un tipo que habla solo y que interrumpe mi lectura – matizó Remus, cerrando el libro.
- ¿Qué lees tanto? – James le quitó el libro y se percató de que en su portada se podía ver un mapa de estrellas y constelaciones formado por un hilo dorado casi imperceptible, cuyo título no pudo entender porque estaba en un idioma que desconocía y parecía ser de una época muy remota -. ¿Entiendes algo de esto?
- No demasiado, pero me lo trajo Sirius de Orell. Es sobre los cambios lunares y cómo afecta a las personas – le explicó mientras abría el libro en su primera página, amarillenta y apolillada, para mostrarle una frase que alguien había escrito con tinta azul, en latín -: Pedí que me la tradujeran, y dice "la carne está destinada a reflejar la locura interior".
- ¿En qué minuto Sirius te compró un libro? Ese tipo es un misterio.
- También le trajo revistas pornográficas a Peter – rememoró riendo, y James asintió reconociendo que eso sí era propio de su mejor amigo.
El mayor de los cuatro chicos se encontraba limpiando el piso de la sala de los trofeos a modo de cumplir su castigo con la profesora McGonagall. Era el último castigo del mes desde aquella vez que se había atrevido a sugerirle que iba a ir a Hogsmeade aunque se lo prohibiera. Los días habían pasado volando, así que estaba a punto de recuperar su libertad, y dentro de pronto podrían ir los cuatro juntos al pueblito mágico por primera vez en más de un año.
- ¿Por qué te estás volviendo un blanducho?
- Veo a Evans caminando y ni siquiera me provoca ir a molestarla con una cita. ¡En lo que va del año ni siquiera me he metido con Quejicus! Algo anda mal conmigo, creo que después de lo de Céline, cambié para peor.
- ¿Para peor? – el licántropo sonrió divertido de que James considerara que madurar significaba un cambio negativo.
- Debería hacer algo para volver a la normalidad – dijo desordenando su cabello azabache, el que quedó apuntando en todas direcciones dándole un aspecto desordenado.
- ¿Por qué no intentas pedirle una cita a Lily sin la parte de molestarla? – sugirió, escuchando como su amigo resoplaba junto a él.
- Nah, estoy a un rechazo de perder mi dignidad y tengo una reputación que mantener en este castillo – dijo poniéndose de pie y sacudiéndose los pantalones -. Ya me aburrí, ¿vienes?
- No, me quedaré un rato más.
James se encogió de hombros, pero estaba empezando a sentir algo de frío y quería buscar a Peter. Sabía que el rubio estaba en la biblioteca, porque se acercaban los exámenes de final de trimestre y sexto año había resultado ser particularmente difícil teniendo que añadirle a todos sus deberes, el desafío de hacer los hechizos y encantamientos de forma no-verbal (algo que pocos habían conseguido a la fecha).
Además de estudiar para poder aprobar todas sus asignaturas convencionales con una buena nota, los cuatro amigos se habían estado preparando a resistir la poción Veritaserum sabiendo que el profesor Rivaille les había advertido que entraría en el examen y que él escogería las parejas, lo que ciertamente era una preocupación. Justo la noche anterior a esa, Remus había logrado responder con silencio a una pregunta que le había hecho Peter y era cosa de tiempo para que los demás también pudieran tener resultados.
Remus se quedó sentado en el jardín viendo como su amigo se alejaba hacia el castillo, y cuando se aseguró de estar solo volvió a abrir el libro, pero esta vez, entre la hoja final y la contraportada. Había guardado un sobre cerrado allí y esperaba el momento perfecto para leerlo: Era una carta de Laurian, y hace tiempo no recibía una. Con el corazón latiéndole más deprisa, emocionado, la abrió y comenzó a leer.
Querido Remus:
Espero que estés bien. Te extraño... Las cosas se han puesto un poco raras desde que te fuiste. Silas y Logan trajeron a seis personas nuevas, y aunque no han hecho nada anormal, no les hicieron demasiadas preguntas antes de dejarlos entrar. Pareciera que ellos están manejando todo y que la organización de Alden no es ni la sombra de lo que solía ser…
Así que no vengas. No muestres tu cara aquí. Hasta que no esté segura de que no se puede confiar en ellos, es mejor que estos tipos no te reconozcan físicamente y así tener una ventaja sobre ellos. Ya saben demasiado sobre ti, que hay un miembro de la banda que no está aquí porque está en Hogwarts…
Para tus vacaciones podríamos vernos a solas. ¡Cuídate mucho y suerte con el fin de trimestre!
Laurian.
Volvió a apoyar su cabeza en el tronco del árbol y adoptó una expresión pensante. Era la segunda carta que recibía con un contenido similar; Laurian era demasiado inteligente y aguda como para que él menospreciara sus preocupaciones sobre Logan y la dirección que estaba tomando la organización. Le estaba advirtiendo que no volviera a la guarida, así que tenía que ser grave. Intentaba protegerlo. Pero ¿quién la iba a proteger a ella en el caso de que las cosas salieran mal?
Se dio un par de golpes suaves contra el tronco del árbol, pensando qué podía hacer para ayudar de algo, pero mientras estuviese en Hogwarts continuando su vida normal, nunca iba a poder estar completamente comprometido con lo que pasaba a fuera. Esa siempre iba a ser la diferencia entre los demás hombres lobo y él, y sobre todo, la diferencia entre Laurian y él.
Al mismo tiempo, Sirius sentía que sus dedos estaban tan entumidos que casi no podía moverlos y le dolían.
A plena luz del día en un día de semana, ese era el verdadero castigo. No era tener que estar arrodillado durante horas para limpiar el suelo. McGonagall había sido mucho más despiadada esta vez: A penas alguien lo había visto, se había corrido la voz y algunos alumnos se habían tomado la molestia de ir hasta la sala de trofeos para verlo humillado y hasta burlarse de él, pese a que habitualmente a esa sala no iba nadie.
Primero, habían llegado un par de chicas – y tuvo que admitir que fue agradable conversar con alguien, aunque fuese con esas niñas tontas, porque estaba aburrido de tanto restregar en silencio -, luego llegaron unos cuantos Slytherin para reírse de él – le llamó la atención que Regulus no hubiese ido a restregárselo en la cara – y, para cuando estaba casi terminando, apareció la profesora McGonagall, que se paró de brazos cruzados junto a él.
- ¿Aprendimos algo de esta experiencia, Black?
- Hago una excelente espuma quinta manchas para estas alturas. - McGonagall ni siquiera se molestó en decirle algo, porque sabía que la respuesta iba a ser algo de ese tenor sarcástico tan propio de su alumno. Fue por eso mismo que le sorprendió tanto lo que vino después -: Pero supongo que lo siento.
- ¿Lo supone?
- Le falté el respeto.
- Exactamente, señor Black. Me alegra que el castigo le haya servido para darse cuenta.
Sirius se encogió de hombros y comenzó a ordenar el balde de agua y los demás utensilios que había utilizado para limpiar sin magia. Tenía las manos rojas por haber estado todo el día restregando el piso con agua fría, y la mujer no dejó de notarlo. Ella también había tenido algo de tiempo para pensar la situación de Sirius en el mes que acababa de pasar.
- Yo también lo estuve pensando mejor… - continuó mirándolo con una inusual simpatía - No se vanaglorie demasiado con lo que le voy a decir, pero tiene razón en una cosa. Sus padres nunca han tenido ninguna autoridad sobre usted.
- ¿Y eso? – preguntó divertido.
- Ya que las autorizaciones de la casa Gryffindor para ir a Hogsmeade pasan por mi… Haré la vista gorda con usted. Podrá ir a la siguiente si es que se comporta como la gente decente.
- ¡Gracias, profe!
- ¡¿Cuántas veces le tengo que decir que no me diga "Profe"?!
- ¡Si alguna vez tengo una hija, le pondré Minerva!
- Ya lo sé, ya me lo ha dicho en el pasado – contestó con un tono indicativo de que su paciencia comenzaba a esfumarse.
- ¡La pequeña Minervita!
- Black, escúchame – pidió con voz cansina, mientras se llevaba una mano a su frente y la masajeaba para darse ánimos -. Este año tu comportamiento ha dejado mucho que desear. Considerando cómo te portabas los años anteriores, eso ya es mucho decir. No necesito preguntarte qué te ocurre para saber que irte de la casa de tus padres claramente te ha afectado—.
- ¿Qué? – interrumpió, indignado -. ¡Claro que no!
- Pero el profesor Dumbledore ya no es el director de esta escuela, y me temo que Caecilia Greengrass va a aprovechar cualquier oportunidad para expulsarte. Se lo dije también al señor Potter el otro día.
- Profesora, a mí no me importa haberme ido del Grimmauld Place – aclaró con una sonrisa despreocupada -. Al contrario, estoy mucho mejor ahora sin ellos. ¡De verdad! – añadió al ver que su profesora le daba una mirada incrédula.
- Black, no nos mintamos. Soy tu profesora, y también es mi deber estar al tanto de los problemas que—.
- Eso no es un problema para mí – la corrigió en un tono bastante más serio, mientras se ponía de pie tras terminar de ordenar las cosas. No le gustaba hacia donde se estaba dirigiendo esa conversación -. Si pretende darme esa estúpida autorización por lástima, entonces prefiero no ir a Hogsmeade.
- No es eso, Black – se apresuró a decir la profesora, notando que la conversación estaba malinterpretándose -. Solo quería decirte que, en el caso de que quieras hablar… Puedes hacerlo conmigo.
La profesora le dio una mirada de simpatía y le alzó las cejas antes de darse media vuelta para irse. Podía notar que Sirius estaba malinterpretándola y eso era lo que menos había buscado cuando había verbalizado sus preocupaciones, intentando cumplir con su deber de jefa de la casa Gryffindor. Lo mejor era detener esa conversación ahí antes de que tomara un camino peor y terminara con su alumno enfurecido, pero justo en ese momento él le habló.
- Profesora McGonagall… - llamó, haciendo que la mujer se girara -. De verdad estoy bien. No tiene que preocuparse, ¿de acuerdo?
- Está bien, Black – dijo asintiendo, para luego irse de la sala de trofeos.
Sirius no mentía. El problema era cuando seguía viviendo con los Black, no ahora, que vivía con los Potter. En cierta medida su mayor deseo de vivir en un hogar normal y cariñoso se había cumplido, porque el señor y la señora Potter lo querían y lo mimaban tanto como a James. O bueno, casi tanto como a James… Y sumado a eso, tenía a sus mejores amigos junto a él. No necesitaba nada más.
Aunque por otra parte… La carta que Rivaille le había pasado era el mejor recordatorio de que Sirius no podía relajarse con respecto a sus padres y que, así como se querían vengar de él por haberse ido, podían vengarse de los Potter por haberlo recibido. Lo mejor era no tomarlo a la ligera…
En ese mismo momento, James estaba caminando de regreso a la Torre de Gryffindor pensando en todo lo que le había dicho a Remus. Tenía que reconocer que ese año ni siquiera había sentido ganas de meterse con Snape o con cualquier otro alumno y eso era raro. De hecho, aunque antes le encantaba pelearse con los de Slytherin, incluso a golpes, la usual sensación de satisfacción que obtenía después de esos enfrenamientos no había aparecido cuando le había dado un combo a Regulus la semana anterior.
Muy por el contrario… Él había salido perdiendo ese día. Primero, porque sentía que el simple hecho de discutir con el chico había sido una pérdida de tiempo. Pero, sobre todo, porque Regulus le había plantado todo el tema de Michael Miller en la cabeza, y desde entonces no había dejado de pensar en eso. Todo el tiempo se sentía intranquilo y apesadumbrado, como si le hubiera colocado una maldición.
De pronto, un repentino y fuerte sonido lo sacó de sus pensamientos mientras se sobresaltaba. Una bomba de agua acababa de explotar a escasos centímetros de dónde se encontraba (en medio del pasillo), y tras mirar hacia arriba sabiendo que se trataba de Peeves, se encontró de frente con una segunda bomba de agua que le cayó en la cara y lo mojó de pies a cabeza.
- ¡Peeves! – gritó enfurecido mientras se miraba así mismo, empapado entero -. ¡Te has vuelto loco!
- ¡Potercillo! – gritó mientras volaba en círculos sobre él -. ¡Hice lo que me pediste! ¡Ahora has lo que te pedí!
- ¡Sí lo iba a hacer!
No le quedaba de otra, sinceramente. Ese día, en el vestíbulo, la condición que Peeves había puesto para romper los relojes de vidrio donde se almacenaban los puntos de las casas, era que James le entregara el Mapa del Merodeador. El chico ni siquiera sabía cómo Peeves estaba al tanto de la existencia del mapa, pero considerando que era un poltergeist, no le extrañaba demasiado si los había observado usándolo desde el techo o alguna pared, sin que se dieran cuenta. Quizás, incluso, había estado en la habitación de los chicos mientras dormían.
Pero el Mapa del Merodeador era propiedad de los cuatro chicos por igual y no dependía de él entregarlo. Ese día, apresurado por la presión del momento, le había prometido que se lo daría y después de salir del embrollo, creyó que podría salirse con la suya y hacerse el tonto hasta que Peeves lo olvidara. Pero estaba claro que no lo haría…
La única cosa que le gustaba más a Peeves que hacer travesuras, era molestar a Filch. Y pasándole el mapa, sabía que la criatura tendría acceso total al celador, para molestar a toda hora…
Le daba hasta poco de tristeza imaginarlo.
- ¡Lo quiero ver en mis pálidas manos, ahora!
- Ahora no puede ser, pero… Esta semana te lo daré. Lo prometo. - El poltergeist hizo un rizo en el aire y terminó flotando frente a él, colocando su cara muy cerca de la de James, y mirándolo con los ojos entrecerrados - ¡Sale de encima! ¡Te lo daré!
- Sé algo que tú no – canturreó.
- Me imagino… - contestó sin darle demasiada atención.
- ¡Es verdad! ¡Sé algo de Potercillo y de Dumbledore!
- ¿Qué cosa de Dumbledore?
- ¡Sé algo que tú no! ¡Sé algo que tú no! – siguió gritando mientras daba vueltas alrededor de él.
- ¡Dime! – pidió cada vez más impaciente -. ¿Es sobre el motivo por el que se fue?
Peeves asintió haciéndose el interesante, disfrutando saber información que el chico no. Y James podía llegar a temblar de ansiedad ante la expectativa de saber cómo Greengrass había conseguido que Dumbledore se fuera del castillo. Si sus peores sospechas se confirmaban, podía buscar alguna forma de ayudar para que volviera y así sacar a esa horrible mujer de la dirección de la escuela.
- ¡Peeves! – insistió, pero lo único que obtuvo de respuesta, fue que el poltergeist lo apuntara a él -. ¿Qué? ¿Por qué me apuntas a mí? – no obtuvo respuesta y comenzó a preocuparse -. ¿Tengo algo que ver? ¡¿Yo?!
- ¡Cara de Grindylow lo dijo! ¡La escuché! – dijo haciendo una morisqueta, mientras el chico asumía que por "cara de Grindylow" se refería a la directora.
- Peeves… ¿Qué escuchaste exactamente? – preguntó preocupado.
- Cara de Grindylow dijo que ese Potter estaba involucrado, que sabía que estaba trabajando para Dumbledore.
James palideció. Sabía a quién se refería… No se había equivocado con sus dudas. Malfoy de verdad había hablado sobre lo que había ocurrido aquel día en el Ministerio, le había dicho sus sospechas a Yaxley y probablemente se había corrido la voz entre los magos y brujas de las familias aristocráticas. El expediente faltaba y aunque Yaxley había mentido públicamente en el diario, tenían algo que usar contra Dumbledore. Creían que había sido el viejo mago quien estaba detrás de todo eso por culpa de Sirius y de él, que se habían ido a meter a esa oficina sin que nadie se los pidiera…
¡Lo tontos que habían sido! Era obvio que si los descubrían iban a sospechar de alguien más porque, ¿quién creería que dos adolescentes se iban a ir a meter a una oficina para robar un expediente lleno de información fundamental para la guerra sin ningún motivo? Y ahora, por culpa de Sirius y de él, Dumbledore era investigado y Hogwarts tenía a Greengrass como directora…
- ¿Con quién estaba hablando cuando lo escuchaste? – Era la única pregunta que quedaba por responder, y dependiendo de quién fuera, el problema a seguir.
- ¡Rivaille! – gritó, y desapareció.
James continuó su camino hacia la Torre de Gryffindor. Ahora más que nunca quería llegar rápido a su habitación, tirarse sobre la cama, colocar una almohada bajo su cara y gritar a todo pulmón... ¡Pero ni siquiera tenía cama! La estúpida habitación seguía destruida y quemada. Estaba reprimiendo con todas sus fuerzas ponerse histérico por lo que acababa de saber, mientras se recriminaba por haber sido tan estúpido, descuidado e infantil.
Apenas entró a la pieza de los de sexto año, divisó a Sirius fumando un cigarrillo cerca de la ventana y abrió la boca para pedirle que conversaran, pero su amigo tenía otra idea. Antes de que alcanzara a decir palabra, el crespo le arrojó su tenida deportiva a las manos, y James alcanzó a agarrarla a duras penas, mirándolo desconcertado.
- Hey, James, vamos a entrenar. Solo los dos.
Lo miró confundido sin entender demasiado, pero luego se dio cuenta de que Sirius lucía tan conflictuado como él.
- Por supuesto.
Ambos chicos salieron, pese a que ya oscurecía y hacía viento frío, y se dirigieron hacia el campo de Quidditch con sus escobas a los hombros. James no sabía por qué a Sirius se le había antojado ir a jugar Quidditch en ese minuto, pero no se quejaba; había pasado poco tiempo con él en las últimas semanas y quizás no habían estado completamente solos desde antes de regresar a Hogwarts.
El clima era tan malo que no se toparon con nadie de camino, y mucho menos en el campo de juego. Era la primera vez que ambos chicos podían estar completamente solos en meses y, sobre todo, que podían pisar el estadio de Quidditch sin tener a un séquito de fanáticas de James siguiéndolos.
James tenía su propio equipo de balones de Quidditch (de segunda mano, claro) así que no tuvieron que pedírselo a Madame Hooch ni perder tiempo en eso. Comenzaron a jugar, y sin decirse palabra; ambos entendieron que ese entrenamiento no era precisamente para mejorar sus habilidades como cazador ni bateador. Era exclusivamente para liberar algo de estrés y energía.
Como nunca, James tomó la posición de guardián de los aros, y Sirius se entretuvo intentando encestar. Después de unos treinta minutos de juego intenso, el moreno de lentes se percató de que su amigo estaba poniéndole demasiada fuerza a los tiros cuando uno de ellos le dobló la mano. No se quejó, pero decidió que lo mejor era dejar de fingir que no pasaba nada.
- ¿Hay algo que te molesta? – preguntó James, acercándose con su escoba. Una vez que se posicionó al lado de Sirius, continuó -: Sé que sí. Te conozco.
Creyó que no obtendría una respuesta inmediata y que debería insistir un poco más, conociendo a su amigo y lo propenso que era a aparentar que todo estaba perfecto, así que se sorprendió cuando Sirius lo miró con una expresión neutra y reflexiva, y abrió la boca para contestarle.
- Prongs… ¿Crees que a tus padres les molesta tenerme en tu casa?
- ¿Qué? ¿De verdad es eso lo que te preocupa? – preguntó sorprendido -. ¡Por supuesto que no!
- Pero, en vez de responder tan rápido, piénsalo un segundo.
- No hay nada que pensar, Padfoot, lo sé – le aseguró -. Desde el momento en que mis padres te conocieron, en primer año… Y luego cuando comenzaron a saber todo acerca de los Black… Siempre se han preocupado por ti y te han querido como un hijo. Especialmente mi madre. Creí que lo sabías.
- ¡Sí, lo sé! Es solo que… ¿Qué pasa si mis padres hacen algo contra ellos?
- ¿Por qué te preocupa esto ahora? ¿Pasó algo?
Sirius asintió. Inicialmente no había querido decírselo a nadie, pero no era algo que pudiera callar, porque si alguno de sus temores se confirmaba, se sentiría culpable para el resto de su vida de no haber hecho o dicho algo para detenerlo. Si sus padres habían sido capaces de mandar esa carta a Greengrass para que lo expulsaran, bien podían intentar algo contra los Potter. Después de todo, sus influencias en el mundo mágico eran tremendas…
El año anterior habían inculpado a Fleamont Potter por una estupidez, solo para sacarlo del mapa, por ser un reconocido opositor de Voldemort y sus mortífagos. Por supuesto, no podían montar semejante persecución abiertamente, así que habían inventado toda una historia para involucrarlo. Y estaba seguro de que sus padres podían hacer algo similar, si quisieran.
Así que le explicó todo acerca de la carta y la conversación que había tenido con Rivaille en su despacho. Sabía que iba a preocuparlo, pero al mismo tiempo… Tenía el deber de contarle eso a su mejor amigo.
- No estoy preocupado por mis padres – dijo el de gafas, una vez que terminó de escucharlo -. Estoy preocupado por ti.
- Al ver hasta dónde están dispuestos a llegar por arruinarme la vida… Me he puesto a pensar que lo mejor será que me vaya de tu casa.
- Sirius, no lo hagas.
- Solo por un tiempo. No es que quiera hacerlo, porque amo vivir con ustedes – le sonrió -. Pero… Quizás todos estemos más seguros si me voy con mi tío Al hasta que las cosas se calmen. Eventualmente tendrán que superarlo, ¿no?
- No lo sé – respondió con sinceridad mientras se pasaba una mano por el cuello, complicado, y continuaba afirmando su escoba con la otra.
- Estará bien – le afirmó con un tono despreocupado -. Ahora bajemos, que se me están helando las pelotas.
Sin esperar a que respondiera algo, Sirius descendió a toda velocidad hasta colocar sus pies en el suelo. James se le quedó mirando unos segundos antes de hacer lo mismo y seguirlo… No quería que Sirius se fuera de su casa, pero si lo pensaba con detenimiento, probablemente tenía razón. En el verano habían atacado a su padre y lo habían herido, y de seguro no necesitaba un motivo extra para continuar siendo el blanco de las familias puristas y fanáticas.
Así que los dos habían estado pasando por cosas en silencio… En su caso, lo de Michael Miller, que había decidido no decirle a nadie, y claro… Lo de Dumbledore. En un inicio había querido contárselo a Sirius inmediatamente, pero ahora se daba cuenta de que el moreno ya tenía demasiado en su cabeza, habiendo leído esa carta…
Se sintió repentinamente agradecido. Cualquiera que leyera algo así, se asustaría ante la expectativa de ser expulsado de Hogwarts y se sentiría mal al saber lo que sus padres biológicos pensaban de él, pero Sirius había decidido preocuparse por el bienestar de él y de su familia en vez del propio… Y lo mejor que podía hacer él para devolverle la mano, era no atiborrarlo con más problemas.
Iba a descubrir una forma de ayudar a Dumbledore. Lo haría solo y lo haría cuanto antes.