Disclaimer: Los personajes que son mencionados en este fanfic pertenecen a Mitsurou Kubo y Sayo Yamamoto. El fanart de Yuri Plisetsky utilizado en la portada es de ulablah en Tumblr.

Summary: Si ves a Yuri Plisetsky por la calle sin prestarle atención a pequeños detalles -como el bulto en su entrepierna o su mandíbula bien marcada-, tranquilamente creerías que se trata de una chica.
Quizás es por eso que una tarde, revolviendo entre la ropa vieja de su tía decide probarse algunos vestidos y hasta un par de portaligas -de los cuales no quiere saber el uso que tuvieron-. Es así como poco a poco Yuri comienza a sacarle provecho a su lado femenino, sacándose fotos para las redes sociales, manteniendo el anonimato, montando todo un personaje. Con el paso del tiempo, sus seguidores comienzan a aumentar al igual que su pasión secreta por la ropa femenina y la lencería.
El problema llega cuando, aburrido una tarde, decide abrir los mensajes que sus seguidores le dejaban y alguien le llama demasiado la atención... Pero él es un chico, y su seguidor, como todos los demás, quiere en su cama a la chica de las fotos.

N/A: ¡Es la primera vez que voy a escribir algo alternando formatos y estoy muy nerviosa y ansiosa al mismo tiempo! Estoy saliendo de mi zona de confort así que tengan paciencia...


Hacía calor y había demasiada humedad como para usar prendas extra por lo que había recurrido a unas calzas hasta las rodillas de color negro con detalles de animal print a los costados que solía utilizar para salir a correr y una camiseta sin mangas del mismo color con una estampa delante que decía alguna estupidez en coreano. El cabello comenzaba a ser una verdadera pesadilla así que por esa tarde optó por trenzarlo en lo alto y dejar que terminara en una pequeña coleta.
No alcanzó a hacer cinco cuadras a pie que había escuchado cualquier tipo de piropo callejero pasado de tono. ¿Realmente creen que esas idioteces sirven para conquistar a alguien? Iba reflexionando sobre lo corto de mente que tiene que ser alguien para gritarle a una persona que te resulta atractiva, cuando escuchó a alguien hablarle por la espalda.

—Mamita, ¿no te gustaría que le agregue mi lechita a tu café?

Yuri frenó de golpe, masticando su propia ira y concentrándose en llevar toda su fuerza a su puño derecho. Miró por el hombro al sujeto en cuestión antes de darse vuelta para enfrentarlo. Se trataba de un señor que tranquilamente podría ser su padre, llevaba un traje que le daba el aspecto de un hombre de negocios y el cabello comenzaba a faltarle en las zonas delantes.

—¿No quieres que le agregue de la mía al tuyo? —espetó con la voz más masculina que pudo, dándose vuelta y apretando con fuerza su entrepierna. Su interlocutor, con el rostro rojo y notable nerviosismo retrocedió cinco pasos antes de seguir su camino en el sentido contrario al que Yuri tomaría. Si, quizás se había pasado un poco, pero estaba harto. No sabía qué más hacer para dejar de ser confundido con una chica en todas las esquinas. Quizás fuera su cabello que pasaba los hombros o quizás su pequeña cintura, tal vez el culpable era su redondo trasero...

Se apoyó contra el umbral de la puerta de alumnio que separaba la acera del pasillo de la vieja casa de sus tios, mascullando un par de blasfemias, protestando y odiándose a si mismo por la elección de ropa que había hecho esa tarde. Por suerte, la dueña de casa lo hizo pasar rápidamente y él no pudo estar más feliz cuando se lanzó a sus brazos.

Su tía había sido siempre el tipo de tía que cumple todos los caprichos y por eso se había ganado el cariño de Yuri tan facilmente. Claro, Lilia no era hermana de ninguno de sus padres pero era la esposa de su tio. Teniendo en cuenta lo dificil que puede ser una criatura de diez años que cree que una mujer que aparece en la vida de su tío significa que este desaparezca por completo de la suya, Lilia se las arregló lo suficientemente bien como para que, diez años después, Yuri Plisetsky se encontrara tomando el té frente a ella.
Lo había citado con la excusa de siempre, ponerse al día, preguntarle sobre la facultad, sobre el trabajo, sobre sus pretendientes o cosas de Potya, sin embargo esa tarde, Lilia necesitaba ayuda para vaciar sus armarios.

—¿Y por qué no me lo comentaste cuando llamaste? —insistió, cruzándose de brazos y dedicándole una mirada fulminante a la señora.

—¿Y arriesgarme a que no vinieras? Ni loca —refutó con la elegancia de siempre antes de tomar el último sorbo de su taza de té, elevando la comisura de sus labios por detrás de la cerámica de las delicadas tazas que utilizaba siempre.

Tras protestar, como siempre que lo obligaban a hacer algo que no le gustaba, la siguió hasta la que alguna vez había sido la habitación de Lilia y la que usaba él cada vez que se quedaba a dormir. Era la habitación de sus sueños: las paredes tenían un delicado tapizado color blanco con rosas pequeñas con sus hojas en tonos pastel; por otro lado, todos los muebles estaban pintados de blanco y barnizados, por lo que estaban en perfectas condiciones. La cama era antigua, contaba con un respladar de hierro y Lilia se había encargado de conseguir un colchón lo suficientemente cómodo que lograra quedar a la perfección. Entre tanto mueble y tanta decoración, había tres armarios viejos, altos y cada uno contaba con doble puerta.

Yuri nunca logró entender la fascinación que su tía tenía por la ropa. Estaba convencido que lo normal era comprar ropa nueva y la vieja, donarla o quizás usarla de trapo para limpiar los vidrios, pero Lilia... Lilia tenía un problema grave: acumulaba cosas.

—Ese saco no lo tires. Puedo usarlo en alguna ocasión —protestó al ver que Yuri tomaba entre sus manos un saco de paño beige que tenía demasiado olor a naftalina y lo dirigía a la pila de Ropa para tirar. Tras soltar una larga bocanada de aire, el rubio se levantó de un salto para sacar a empujones a su tía de la habitación.

—Contigo aquí dentro jamás teminaré, no haremos ningún progreso y tu psicóloga nos matará a los dos.

—Esa italiana no tiene idea de nada —masculló justo antes de sentir el viento que provocó la puerta que ahora estaba cerrada frente a su nariz. Bufó pisando con fuerza al dirigirse nuevamente al comedor, rogando que Yurio no tirase demasiadas cosas.

Pasó un par de horas entretenido imaginando para qué ocasión compraba tal sweater o tal pollera, sin embargo, dejó el juego al empezar a encontrar cosas extrañas. Los había visto más de una vez en catálogos de ropa y alguna que otra tienda. Sabía que eran portaligas y para qué solían usarse, sin embargo, en su mente retorcida sólo había un uso que darles. Los dejó, inconscientemente en un montoncito nuevo y siguió con la limpieza.

Sacó un tres vestidos de fiesta que a simple vista le parecieron asombrosos. La tela, los colores, la textura y los detalles lo dejaron anonadado. Ahí fue cuando comenzó todo.

Trabó la puerta con una silla, se quitó rapidamente la camiseta y la estúpida calza que le había causado tantos problemas durante el camino, quedando sólo con sus deportivas. Mordió con fuerza su labio inferior sintiéndose culpable por lo que estaba a punto de hacer. Se dijo a si mismo que era como cuando era pequeño y jugaba a disfrazarse. ¿Qué tiene de malo divertirse un rato usando prendas extravagantes?

Ahogó un grito al verse frente al espejo del boudoir. Le gustaba demasiado ese vestido salmón que se ceñía en su cintura y caía con gracia por encima de sus muslos. Le gustaba la forma en que su espalda quedaba al descubierto y lo suave que se sentía el roce de la tela contra su piel. Media hora después, se encontró utilizando un vestido blanco largo hasta por encima de la rodilla con falda en forma de campana y escote pronunciado; más tarde llegó el turno de un vestido tubo negro y satinado, luego se animó a ver cómo le quedaba un portaligas negro... Y así, entre risas complices con el reflejo que se asomaba en el espejo, armó una cuarta pila de ropa la cual denominó Ropa que en secreto a Yura le gusta usar. Volvió a reírse al pensar lo largo que le había quedado el nombre mientras volvía a colocarse su ropa común y corriente...