Alexander Hamilton/John Laurens, Alexander Hamilton & John Laurens, Alexander Hamilton/Elizabeth "Eliza" Schuyler (mencionado).
SÉ FELIZ, ALEXANDER
Resumen: Alexander Hamilton estaba por casarse. Y John Laurens no iba a dejar que eso pasara sin antes discutir algo, quería aclaraciones, quería saber qué había sido él para Alexander. Quería asegurarse de que Alexander continuara con su vida, con su nuevo futuro, al lado de alguien quien obviamente amaba.
**Básicamente mi intento de escribir en español, después de varías años sin intentarlo :). Después lo traduciré al inglés.
.
Sé feliz, Alexander
—Necesitamos hablar, Alexander —dijo John, una suave sonrisa en sus labios y su entrecejo levemente fruncido.
Alexander tomó un aliento tembloroso, moviéndose nerviosamente en su lugar— ¿Sobre qué, Laurens? —preguntó, sus ojos alejándose de la cara de su amigo.
—Sabes sobre qué, Alex —cuidadosamente, se acercó a Alexander, tomando su hombro y apretando levemente—. Y sabes por qué.
Una risa nerviosa escapó del más bajo, alejando la mano de su hombro y dando unos pasos atrás. Claro que sabía de qué. Era algo que tenían que resolver ellos dos, algo que remontaba a algún tiempo atrás, un tema que ninguno se atrevía a mencionar en voz alta, pero que sin duda habían cuestionado en la soledad de sus propios pensamientos, quizás tras un acto que traía preguntas a la superficie. Aún así, Alexander no quería encarar esto, no ahora.
—John, no es necesario que lo discutamos —insistió, ofreciendo una sonrisa que no se veía reflejada en sus ojos. Se encogió entre hombros y se giró, dispuesto a alejarse tanto de sus problemas como de Laurens—. Además, ¿no prefieres ir por algo que tomar?
—¡Hamilton! —le llamó John, siguiéndole de cercas y claramente no contento con la forma en que su amigo estaba manejando la situación.
Esto era ridículo, ¿desde cuando Alexander Hamilton se acobardaba ante una discusión, un enfrentamiento? Claro, quizás nunca se había enfrentado a un tema como este, pero pensar que alguien tan decidido, firme, con objetivos claros en la vida y una voluntad de hierro que le mantenía de pie día a día y con la habilidad de producir palabras e ideas que te dejaban atónito— sí, el Alexander que actualmente le estaba huyendo era contrario al que conocía. Bufó con enojo y aceleró su paso, tomando de la muñeca a Hamilton y haciéndolo virarse para encararlo.
—¡Alexander! —bramó, mejillas sonrosadas por la frustración— Te vas a casar, con Elizabeth Schuyler.
—Ya sé con quién me voy a casar, John. Sería poco educado no conocer su nombre —su pequeña risa murió en sus labios al ver la mirada de Laurens.
—No estoy bromeando, Alex. Lo que hay— lo que hubo entre nosotros, ¿qué fue? ¿Qué pasa después de esto? ¿Lo olvidamos y ya?
Alexander entrecerró los ojos, presionando sus labios en una mueca. ¿Debía de ser tan directo, tan carente de tacto para traer el tema? ¿Qué ganaba él con querer aclarar cosas que nunca habían estado claras desde un inicio? Sinceramente, el momentáneo enojo que sintió era fundamentado, y el autocontrol que tenía para no expresar su enojo era de admirar, certeramente. Bufando, se zafó del agarre y acomodó su traje, jugando con los botones de su camisa. Lo que sea para calmar su creciente ansiedad. No quería hablar de esto. Prefería simplemente ignorar todo esto, no manchar lo que sea que hayan compartido y dejar los recuerdos intactos. Agitó su cabeza de un lado a otro, antes de deslizarse a un callejón, fuera de cualquier mirada curiosa que pudiera ser atraída por su conversación. John le siguió sin palabra alguna, y se detuvo detrás de Alexander. Cuando éste último se giró para encararlo, su breve enojo se disipó al verlo ahí, esperando, brazos cruzados sobre su pecho y una mirada que prácticamente rogaba. El por qué o para qué no lo sabía con exactitud. No sabía qué quería escuchar Laurens y eso le asustaba ligeramente, ¿qué tal si hablada de más? Un desliz, un paso en falso, y todo lo que tenían podría venirse abajo, derrumbarse y dejar nada más que ruinas en su caída, memorias agrias que en un momento eran dulces.
No quería eso.
—Lo que hubo, Laurens —comenzó, el revés de su mano pasando por su frente, tratando de mitigar un dolor de cabeza que ya sentía venir—, es… fue— no sé ni qué fue, o qué es —admitió por fin, suspirando pesadamente y sacudiendo sus cabeza. Parpadeó en un intento de venir con una explicación, una razón, y su mente vino en blanco. Dejó caer su brazo pesadamente sobre su costado, resignándose al hecho de que no tenía alguna respuesta—. ¿Qué crees tú que fue todo eso? ¿Qué quieres que signifique?
John tragó saliva, relamiendo sus labios mientras movía su cabeza, mirada desviándose al suelo. No era la respuesta que él buscaba, no era el cierre que necesitaba.
—Alexander, yo sé qué fue todo eso para mí. Sé que significado tuvo. ¿Qué significado tuvo para ti?
Fijó su mirada en su amigo, viéndolo alzar sus cejas en cuestionamiento a sus palabras. Rió agriamente para si mismo. Un galán difícil de conquistar realmente, Alexander Hamilton parecía tener su encanto que conquistaba a cualquiera. John debió haberse alejado de él el instante en que sintió cómo Alexander parecía robarle el aliento cada que le dirigía una sonrisa. Claramente, no había sido lo suficientemente fuerte como para alejarse, claramente, nunca hubo intención alguna por intentarlo. Claramente, John Laurens estaba completamente rendido a los pies de Alexander Hamilton.
—No sabes ni qué hacer con todo esto, ¿verdad, Alexander?
La sonrisa que se dibujó en los labios del susodicho fue más que suficiente para confirmarle sus sospechas. Suspiró y extendió sus brazos, a los cuales Alexander acudió rápidamente, los brazos más cortos abrazando su cintura, mientras John le abrazaba por los hombros. Un sollozo sacudió el cuerpo que mantenía entre sus brazos, y John volteó a verlo, preocupado, besando su cabeza.
Por supuesto que Alexander Hamilton no sabía qué hacer. ¿Y es que qué se podía hacer cuando sus caminos ya se habían separado? No había nada que pudiesen hacer para tratar de suavizar el impacto que ya había sucedido.
—Lo lamento tanto, John —Alexander comenzó, voz queda y claramente al borde del llanto—. Sé que— que tú y yo—
Sintiendo cómo su pecho se estrujaba ante el repentino llanto de Alexander, Laurens emitió pequeños murmullos para calmarlo, abrazándolo más fuerte contra su pecho.
— Hey, hey. No has hecho nada malo, Alex —susurró suavemente, dejando descansar su mentón sobre la cabeza de Alexander, sosteniendo las lágrimas al sentir el pequeño cuerpo sacudirse contra él. Carraspeó un poco, en un intento vano de deshacer el nudo que sentía en la garganta—. No es para ponernos así, ¿sabes? Para mi lo nuestro… sabes qué amé cada segundo que pasamos juntos, Alexander. Y no me importa si te casarás con alguien más. Atesoro lo que pasó, aquello a lo que nunca nos atrevimos a ponerle nombre. No hay nada qué lamentar.
Restregando su rostro contra el pecho de John, Alexander balbuceó algo ininteligible. John rió brevemente, comentando cómo no entendió ni una palabra —. Yo también… también amé cada segundo. Oh, John, no sé si lamentaré esto a futuro.
Riendo para disimular sus nervios, John tomó con cariño a Alexander por las mejillas, forzándolo a que le mirara.
—Hey. Lo que sientes por ella… ¿la amas, no?
Hubo un suspiro que confirmó su pregunta, sin necesidad de palabras, y la mirada embelesada combinada con esa sonrisa le hizo reflejar esa expresión. Era obvio. Alexander Hamilton estaba tan enamorado de Elizabeth Schuyler como John Laurens estaba enamorado de Alexander Hamilton. No le era problema aceptarlo, siempre supo que aquel amor fugaz que había entre los dos no duraría para siempre. Uno u otro encontraría una mujer para casarse, tener hijos y vivir una vida pacífica si lograban independizarse, lograban ganar la creciente guerra que estaba sucediendo en el país. John Laurens no deseaba más que hacer a Alexander feliz. Si significaba dejarle ir con alguien más, verle crecer al lado de alguien que no era él mismo, pues que así fuera. No le robaría la felicidad a su más cercano amigo por seguir un impulso egoísta que seguramente les llevaría a nada.
—Alexander Hamilton, escúchame bien. Tú te casarás con la señorita Schuyler, y no mirarás atrás a lo que haya sucedido entre nosotros, ¿de acuerdo?
—Pero —
—Tú felicidad ante la mía —observó cómo el entrecejo de Alexander se arrugaba, y besó rápidamente su nariz—. Seré feliz en tanto tú seas feliz. No pretendo obstaculizar algo que puede ser hermoso.
—John.
—Vamos, Alex. Shh, vamos, no hay por qué llorar.
Alexander, sonriendo débilmente, suspiró, limpiando las lágrimas que nublaban su visión para después dejar descansar sus manos sobre las de John.
—Nosotros…
—Oh, nosotros pudimos ser algo, sí. Pero nunca nos dimos tiempo para hablarlo, Alexander. Y no pretendo hablar de algo pasado si ya tienes un futuro con alguien más.
—No quiero olvidarlo.
John sonrió ampliamente, presionando su frente suavemente contra la de Alexander. Cerrando sus ojos por unos instantes, simplemente disfrutó de la suave respiración de Alexander sobre sus labios, olvidándose del mundo por un instante. Por un momento, John Laurens disfrutó de tener a Alexander Hamilton para sí mismo, tenerlo cerca suyo, como si nada más importara. Su corazón palpitó con fuerza mientras sentía una risa burbujear desde su pecho. Cómo apreciaba tener a Alexander cercas.
—No hay por qué olvidarlo, Alex. Simplemente… quedará atrás. Aún podemos ser amigos, ¿no? Disfrutar de la compañía y el cariño del otro. No desperdicies tu tiro. No dejes una oportunidad ir solo por recuerdos de acciones sin nombre.
Alexander rió, sus dedos encontrando las mejillas de John. Claro que no desperdiciaría su tiro. Era un hombre de palabra, y no pretendía hacer tal cosa en ningún futuro cercano—. Te puedo dar un nombre: amor.
Y la manera en que el rostro de John se iluminaba, cómo su sonrisa dejaba ver sus dientes, cómo su rostro se coloreaba levemente de un hermoso sonrojo era suficiente. Alexander Hamilton podía vivir con eso, solo eso. No ocupaba nada más para sentirse a sí mismo sonreír de una manera honesta.
John admitió para sí mismo que era preferible no ponerle nombre a lo que había entre ellos, a lo que había sucedido a lo largo del tiempo que se conocían, en el transcurso de una amistad que ahondaba en algo más que hasta el momento ambos habían temido nombrar. Era preferible no mencionarlo, no hablarlo en voz alta, porque las palabras se las llevaba el viento, y John temía que lo mismo ocurriera con los sentimientos, que una brisa pasajera, momentánea, se llevara aquello que ellos compartían.
John Laurens admitía que darle un nombre al sentimiento era peligroso, porque temía que su corazón anhelara más, quisiera más, y la manera en que Alexander lo pronunció le dejó sin aliento, con los pensamientos nadando en un mar de emociones. La manera en que Alex lo pronunció, con devoción, le hacía querer escucharle decir eso una y otra vez. Escuchar cómo mencionaba su amor por él, escucharle cómo le llamaba amor, quizás cariño, o cualquier otro nombre cargado de una emoción cálida. John Laurens temía cómo Alexander sostenía su corazón en la palma de su mano, y a pesar de saber que él no haría nada para lastimarlo por voluntad propia, aún así temía, porque dudaba qué él pudiera sostener el corazón de Alexander de igual modo, dudaba que pudiera tenerlo para sí mismo por lo que quedaba de vida. Alexander, alguien con un atractivo tal para atraer distintas miradas. Alexander, que pronunciaba palabras que hacían de John nada más que alguien a disposición de él. Era aterrador pensar qué sucedería si un día Alexander viraba su mirada a alguien más, alguien que le cautivara de una manera que John era incapaz de.
Por un efímero instante, imaginó una coma en lugar de dos puntos a la frase dicha, por un instante, pudo fantasear con el hecho de que Alexander le había llamado "amor". Pero la manera en que se expresó, no dejaba lugar a dudas. La manera expresada, la breve pausa era suficiente para hacer clara la ausencia de una coma, y hacer clara la presencia de dos puntos. Por un instante, John imaginó tener a Alex, juguetear con la imposible idea de tenerlo, de haber conquistado su corazón. Un instante con sabor agridulce.
Así que lo más sencillo y fácil en el momento era dejar que las cosas fluyeran, olvidar sus sentimientos por el bien de su cordura.
—No lo hagas más difícil, Hamilton —le reprochó con suavidad Laurens, rozando su nariz contra la de Alexander suavemente—. Te casarás y serás feliz. Y nosotros no seremos más que simples amigos.
—Amigos cercanos —corrigió Alexander, sonrisa tímida en su rostro, como si temiera que John rechazara esa oferta.
—Ah, por supuesto que sí, Alex.
—Sabes lo que siento por ti, John, aunque esté unido con Eliza, sabes que yo siempre te he a—
Y John no está listo para oír esas palabras, se negaba a hacerlo. Él sabe qué dirá Alexander. Te amo. Una simple declaración que él sabe le haría muy feliz de por vida, y una simple declaración, breve y emotiva, que le haría la vida imposible, una marca impregnada en su memoria, en su alma, que sería imposible de olvidar en lo que le quedara de vida.
Así que John le silencia, une sus labios con los de Alexander en un suave beso, temeroso por los sentimientos que parecen desbordarse dentro suyo, que amenazan con consumirlo y hacerle actuar de una manera impropia— más impropia que besar a un hombre comprometido. A un hombre fuera de su alcance, cuyo corazón seguramente ya estaba puesto en otro lado, en alguien más. Alguien que no era John Laurens.
El último beso que compartirían seguramente. Un adiós silencioso a lo que sea que hayan tenido antes de que Alexander fuera a ese baile de invierno. John Laurens no se lamentaba la perdida de algo que nunca fue, y no sostenía ningún rencor a quien sería la persona que tendría a Alexander Hamilton a su lado hasta respirar su último aliento.
Era feliz con compartir un último momento íntimo como tal con aquel que amaba con todo su ser. Era feliz con considerarle su amigo más cercano, con compartir momentos con él.
—Sé feliz, Alexander.
.
Este es el primer capítulo de tres que tengo planeados :). Espero lo hayan disfrutado, y lamento cualquier error que haya escrito.