Capítulo XX

Yūgen

«Ha pasado mucho tiempo desde la última carta.»

Después de leer el encabezado, tomó asiento cerca de la ventana, donde la luz ingresaba, brillante y cálida. El viento, cargado de un olor a sal, hacia ondear las cortinas El pergamino había arribado a primera hora de la mañana. Con las dos hojas de correspondencia, se sumió en pensamientos deshilvanados. Al leer las primeras líneas, sentía como el mundo circundante avivaba sus colores. Respiró hondo y reanudó la lectura.

«Las cosas marchan de maravilla por aquí. En estos siete años he pensado mucho en ti y Sasuke. Recuerdo con nostalgia el tiempo que pasamos untos a las orillas del lago, durante el verano estival. Ahora, todos hemos crecido y forjado nuestro propio camino, me he convertido en rey y forme una familia; Hinata está embarazada de nuevo, espero que sea una niña. Boruto ha crecido, prefiere convertirse en caballero y no puedo culparlo, la corona es pesada y el trabajo atenuante. Espero que pronto vengas de visita a Uzushiogakure, sabes que puedes considerarlo tu hogar, te recibiremos con los brazos abiertos.»

Una sutil sonrisa se extendió en sus labios. Guardó la carta en el cajón del escritorio, prometiéndose a sí misma redactar una respuesta antes de irse a la cama.

Lentamente se puso de pie, dirigiendo la mirada hacia el conmovedor paisaje enmarcado por el celaje. El lugar era imponente y hermoso, se trataba de una playa de arena y roca negra, con acantilados impresionantes, situado debajo de un glaciar, alejado de la vista de los dioses y de los hombres.

Siete años habían transcurrido desde que la guerra llegó a su fin, encausando todos los conflictos a una obligada conclusión para abrir paso a la era de la paz y el progreso.

El Reino de Konohagakure germinaba fructíferamente. Tras pasar varios siglos inmersos en combates, Kakashi se encargó de desarrollar un implacable gobierno; remodeló instituciones centrales, creó una Academia de Ciencias y promovió el avance de la economía. Transformó un dominio empobrecido en un soberbio feudo llamado Imperio del Fuego.

Dos años despues de la partida de Sasuke, ella se encargó de forjar una fortuna por su cuenta. Comenzó tal como sus ancestros lo hicieron en el pasado, comercializando con telas y otra serie de objetos que poco a poco la llevaron a saldar todas las deudas que su padre le habia heredado. Los hombres la respetaban, no solo por sus hazañas militares y los mitos que rondaban alrededor de su persona, sino por su intelecto, poseía una habilidad increíble para negociar haciéndose eco entre el selecto gremio de comerciantes que alguna vez lideró su familia.

Pasados unos cuantos meses, con el negocio establecido y las arcas de su estirpe llenas, optó por dejarle todo a su madre. La fortuna hecha la colmaría de lujos y comodidades por el resto de su vida. No obstante, Mebuki optó por trasladarse a una de las amplias residencias de una prima lejana, quien no dudo en recibirla con los brazos abiertos.

Fue en ese instante que se percató que el reino no la necesitaba más.

Vendió las ultimas ultimas pertenecías que poseía y se embarco en una larga travesia, sola, montada sobre un caballo, con una espada colgando de su cadera y un pequeño saco de monedas.

Pasó algunos meses divagando por las cálidas costas hasta las gélidas montañas del Norte, visitando sitios donde nadie la conocía ni sabían nada de su pasado, lugares donde podía comenzar desde cero, sin pecados que la atormentaran o recuerdos que la ataran.

Asi transcurrieron las semanas hasta convertirse en un año, y más pronto que tarde, terminó uniendo su camino con Sasuke.

Los crímenes cometidos por los Uchiha fueron perdonados. Con Itachi como el líder de la casa, se aseguró de no cometer los errores de sus antepasados, los mismos que los dirigieron al declive y la perdida de la gloria.

No obstante, la condena de Sasuke era inexpugnable. Kakashi sabía que si le otorgaba el perdón el consejo se las apañaría para armar una revuelta en su contra, desestabilizando lo que con mucho esfuerzo había obtenido. Sin más remedio, el pelinegro se instaló en una ciudad neutral, al sur del país del Hierro. Nadie tenía una noción sobre quien era y eso lo tranquilizaba, pasó meses buscando el escondite apropiado, alejado de su familia, de su mejor amigo y de la mujer que amaba.

En cambio, Sakura se empecinó a no dejarlo marchar; lo amaba, y no permitiría que el cruel obrar del destino terminara por apartarlos por el resto de su existencia, asi que decidió buscarlo, hasta encontrarlo.

A pesar de la esperada, más no justificada, renuencia del azabache, ambos cumplieron el sueño del que una vez hablaron una cálida mañana, cubiertos por una manta de incertidumbre, calados hasta los huesos por el miedo.

Esos pensamientos eran los que ocupaban su mente mientras deambulaba por la cocina. La afonía reinante se vio interrumpida por el abrupto sonido ocasionado por el arrastre de la espada. Dirigió la mirada al sitio donde provenía el ruido. Al cabo de unos segundos, Dorago, el gato negro dio un respingo asustado, corriendo despavorido en dirección a la salida, seguido por una impetuosa pequeña de melena azabache.

Sakura reparó en el aspecto de Sarada, soltando una pequeña carcajada al verla portar un enorme y pesado un yelmo al mismo tiempo que con ambas manos arrastraba la espada que el pasado había pertenecido a Sasuke.

—Sarada— llamó ella, colocándose de rodillas en el suelo. Apartó el pesado casco, desvelando las hermosas facciones de la pequeña. Era idéntica a Sasuke, una perfecta copia de carbón, con sus ojos color ónix y el cabello tan lóbrego como la noche—. Ya habíamos hablado sobre no molestar al pobre gato— le recordó, acariciando una de sus mejillas.

—No es un gato, mamá— rebatió, haciendo un puchero con los labios—. Estaba a punto de vencer al dragón.

Sakura movió la cabeza de un lado a otro, colocando el yelmo en el suelo. Sarada era la prueba viviente del amor que ella y Sasuke profesaban, la mezcla etérea de ambos, lo mejor que cada uno era capaz de ofrecer.

— ¿De dónde sacaste esto?— preguntó, sosteniendo con facilidad la espada enfundada. Tenía rastros de polvo y algunas telarañas.

—Lo encontré arrinconado en el ático— respondió la niña en ipso facto, encogiéndose de hombros.

—Sarada— dijo la pelirosa en tono censurador, intentó proseguir, pero las palabras no salieron de su boca. La aludida ejercía sobre ella un poder indescriptible, abrumador. Soltó un suspiro de genuina resignación—. ¿Qué te parece si ambas hacemos un trato?— un brillo divino apareció en sus fanales oscuros, a la par que todo su rostro se iluminaba—.Le diré a papá que forje una espada de madera y lo convenceré para que te enseñe a utilizarla, con la condición de que no vuelvas a subir al ático sola, ¿está bien?

Una sonrisa de genuina algarabía surcó los labios de Sarada.

— ¿Papá sabe pelear con espada?— preguntó la pequeña, azorada por el reciente descubrimiento—. ¿Acaso era un caballero?

Tanto ella como Sasuke, habían acordado no hablar de su pasado con Sarada hasta que llegara el momento apropiado. Al pelinegro le aterraba la idea de que la percepción que su hija tenía sobre él cambiara al escuchar los crímenes cometidos, la traición y todos los actos que lo llevaron a vivir en el exilio.

—Era uno de los mejores guerreros— respondió con voz almibarada, acunando el rostro de Sarada.

— ¿También puedo ser uno?— indagó sin inmutarse a ocultar su entusiasmo.

Sakura esbozó una sonrisa al mismo tiempo que depositaba un beso sobre la frente de la pequeña. Sarada era incorregible.

—Es un trabajo arriesgado.

—Quiero ser parte de la Guardia Real— dijo—. No una doncella.

—Hablaremos de esto después— prometió la pelirosa.

Antes de que agregara algo más, la atención de la pelinegra se situó en un nuevo objetivo, dejando caer la espada y emprendiendo paso hacia el recién arribado, quien gustoso, la rodeó, apegándola a su cuerpo en un fuerte abrazo.

—Estoy en casa— espetó Sasuke. A pesar del cansancio trazado en su faz, Sakura notaba que estaba contento de arribar a su hogar.

—Prometiste contarme una historia cuando regresaras— le recordó Sarada, contemplándolo con intensidad.

El azabache intercaló una mirada entre su demandante hija y su hermosa esposa.

—Por supuesto, soy un hombre de palabra— respondió, tomando asiento en una silla cercana—. ¿Alguna vez te hable sobre la ocasión en la que tu madre reunió un ejército entero?

Sakura se puso de pie, apreciando con detenimiento la escena, en silencio. La devoción de Sasuke hacia Sarada era imperiosa, y su amor, incondicional.

— ¿Eso es cierto, mamá?— cuestionó la pelinegra, posando la mirada inquisitiva en ella.

—Tu padre está exagerando— espetó, haciendo un mohín con las manos.

—Claro que no— profirió, ampliando el gesto, sinceramente alegre—. Tu madre era una temible guerrera, comandaba un enorme ejército— Sarada rió.

La pelirosa puso los ojos en blanco, hubiese fulminado a Sasuke con la mirada de no haber estado tan feliz.

—Ambos prepárense, la cena está casi lista— anunció, revolviendo la deliciosa mezcla que se cocinaba en el caldero.

La pequeña descendió del regazo de su padre, dirigiendo su rápido y ligero andar hacia la planta alta de la casa, confiriéndoles a ambos un ínfimo momento de soledad.

—Los encontró— puntualizó con voz ronca refiriéndose a su antigua indumentaria, la cual, yacía esparcida en el suelo.

—Ya sabes cómo es, curiosa e inquieta— rebatió la ojiverde, encogiéndose de hombros, virando sobre sus tobillos para encarar al azabache.

Sin pensarlo demasiado, el pelinegro se puso de pie. Acortó, con tres grandes y firmes zancadas la distancia que los mantenía apartados el uno del otro. Cuando estuvo cerca de ella, rodeó su estrecha cintura, atrayéndola hacia su cuerpo. Sakura sonrió, y automáticamente, pasó los brazos detrás de su cuello, permitiéndose degustar el ínfimo momento.

—Había olvidado lo mucho que me gusta abrazarte— susurró ella, uniendo sus labios en un tórrido beso, mismo que fue correspondido con mayor ímpetu.

—Eso es asqueroso, no se besen— expresó Sarada; la nariz arrugada debido al disgusto que aquello generaba en ella mientras hacía acto de presencia en la estancia.

Apenada, Sakura se apartó, notando el ligero sonrojo que decoraba las mejillas de su esposo.

Los últimos años de su vida transcurrían inmersos en una hermosa rutina. No había más dolor ni tristeza, tales sentimientos yacían enterrados en lo más profundo de su corazón junto con los desagradables recuerdos.

Mientras apreciaba a Sasuke y Sarada charlar, llegó a la conclusión que a pesar del suplicio y todo lo acontecido en el camino, lo aceptaba gustosa, y aceptaba cada instante de él.

Fin

Y asi es como, después de tres largos años, la historia llega a su fin.

Siempre es nostálgico para mi concluir un fic, pero a la vez, satisfactorio. Nunca había demorado tanto en terminar un escrito, sin embargo, por distintos acontecimientos en mi vida, mezclado con otros factores demore llegar a este punto.

Ha sido uno de los proyectos más atenuantes desde que subí mi primer fanfic. Me ayudo a mejorar la narrativa, encontrar mi propio estilo y sentir más cariño por este bonito pasatiempo.

Muchísimas gracias, por brindarme su paciencia y apoyo a lo largo de estos años, en verdad, espero no haberlos decepcionado en ningún momento.

Hemos concluido otro viaje juntos, ahora es momento de despedirnos.

Espero, de todo corazón que el final haya sido de au agrado.

Sin nada más que agregar, esto ha llegado a su fin.

Cuídense mucho, les mando un fuerte abrazo donde quiera que se encuentren y fuerza en estos momentos difíciles.

Nos leemos pronto

Shekb ma Shieraki anni