Esta historia tan bella que encontré es de autoría de Sophie Kinsella. Se llama "Te acuerdas de mi" En cuanto lei la historia quede super conmovida, de ahí que quise adaptarla.
Los personajes en que se adaptan pertenecen a Masashi Kishimoto
Prólogo
Esta es sin duda la más horrible de todas las noches horribles de este asco de vida que ha sido siempre mi vida.
En una escala del uno al diez estaríamos hablando de menos seis. Y no es que suela moverme en cifras muy altas.
La lluvia me salpica el cuello mientras desplazo mi peso de un pie (lleno de ampollas) al otro (ídem). Me cubro la cabeza con la chaqueta tejana, en plan paraguas improvisado, pero resulta que no es impermeable precisamente. Lo único que quiero es encontrar un taxi, llegar a casa, quitarme de una vez estas malditas botas y darme un buen baño caliente. Pero llevamos esperando aquí diez minutos y ni rastro de un taxi.
Mis pies son una verdadera tortura. No volveré a comprarme zapatos de marca fashionista en mi vida. Ni aunque Ino insista de nuevo, en forma exagerada, que debo verme más femenina. Estas botas las compré la semana pasada rebajadas (charol negro sin tacón, yo nunca llevo tacones). Eran medio número más pequeñas, pero la chica que me atendió me dijo que cederían y que, con ellas puestas, se me veían las piernas muy largas. No quería discutirle más, como si fuera posible dado que me cuesta sociabilizar, y le creí. Y aquí estoy sufriendo los mil infiernos por no poder decir que "No".
Estamos todas en la esquina de una calle del sudoeste de Tokio, que no había pisado en mi vida, con la música de la disco retumbando sordamente bajo nuestros pies. El hermano mayor del novio de Sakura es promotor y nos consiguió entradas con descuento; por eso nos hemos arrastrado hasta aquí. Sólo que ahora tenemos que volver a casa y parece que soy la única que se molesta en buscar un taxi.
Ino se ha apoderado del único portal que hay cerca y está metiéndole la lengua hasta la garganta al tipo con el que se enrolló en el bar. Es mono, a pesar del extraño tono palido que tiene. Y más bajo que ella, aunque muchos chicos lo son: no en balde mide uno noventa. Ino tiene el pelo largo y rubio, una boca enorme y una risa descomunal. Cuando le da por reírse, consigue paralizar a la oficina entera. Ahí es cuando Ten-Ten y yo nos contagiamos de su risa, pero riendo por bajo. Ten-Ten, por otro lado, usa siempre moños, principalmente con forma de odango en su cabeza. Es muy guapa y atlética, pero no coquetea mucho con hombres. Cree que el indicado debe llegar, no buscarlo.
Ahora, a un metro, Ten-Ten y Sakura se guarecen bajo un periódico y aúllan canciones como si aún estuvieran en el karaoke.
—¡Hinata-chan!—me grita Sakura, alargando el brazo para que me una a ellas—. ¡Llueven hombres! Como en la canción, ¿No?
Su largo pelo rosa tiene un aire medio andrajoso con la lluvia, pero aún se le ve una expresión animada. Sus dos aficiones favoritas son el karaoke y el diseño de joyas; tiene una habilidad minuciosa para ello, como de cirujana. De hecho, llevo puestos unos pendientes que me hizo para mi cumpleaños: unas H diminutas de plata con aljófares colgando.
—¡C-claro que no Sakura-chan! —replico de mal humor—. ¡Aquí s-sólo cae agua!—Mi tartamudeo natural se mezcla con la sensación de frio que empiezo a sentir.
Normalmente también me gusta el karaoke, compartirlo con ellas. Pero esta noche no tengo ganas de cantar. Me siento dolida y me gustaría acurrucarme y aislarme de todo el mundo. Si al menos Kiba-kun se hubiese presentado como prometió, pienso… Después de todos esos mensajitos de «T kiero Hinata», después de jurar que estaría aquí a las diez… Me he pasado todo el rato sentada, mirando la puerta, incluso cuando las demás chicas me decían que me olvidase de él. Ahora me siento como una tonta. Kiba trabaja en televentas de coches mientras termina sus estudios de veterinaria y ha sido mi novio desde el verano pasado, aunque hemos sido amigos hace muchos años. Mis amigas insisten que en realidad no durara nada con el Perro Mojado.
No me gusta ese apodo, pero en todos lados le llaman así. Insiste en llamarse Inuyasha, por la referencia a su apellido, Inuzuka. Pero los apodos te los ponen nada más, siempre sería el Perro Mojado, del mismo modo que yo soy Dientotes. Me llaman así desde los once años. Y a veces Ojos de Muerta. Es cierto que tengo los ojos de un color extraño, blanquecino, que viene de familia, y los dientes algo torcidos, pero Ten Ten siempre dice que le dan carácter a mi aspecto. Por mi parte, estoy pensando en arreglármelos en cuanto tenga dinero y consiga mentalizarme de llevar hierros en la boca (o sea, nunca, seguramente.)
De pronto aparece un taxi y extiendo el brazo en el acto, pero un grupo más adelante se me anticipa. Fantástico. Meto las manos en los bolsillos con desolación, mi cara se siente cálida por la vergüenza y escudriño la calle mojada, buscando otra luz amarilla.
No es sólo el plantón de Kiba, sino también el tema de las bonificaciones. Hoy era el último día del año financiero en el trabajo. Todos han recibido un resguardo con la cantidad que les corresponde y se han puesto a dar saltos de alegría, porque resulta que las ventas de la empresa en el período 2013-2014 han sido mucho mejores de las esperadas. Era como si las festividades hubieran llegado con diez meses de antelación. Todos se han pasado la tarde cotorreando sobre cómo van a gastarse el dinero. Sakura ha empezado a hacer planes para irse de vacaciones al norte de Japón con su novio Sasuke. Ino ya tiene hora para hacerse unos reflejos en una peluquería nueva llamada "Nicky Clarke". Ten-Ten ha llamado a la distribuidora de antigüedades en armas para reservar una kodachi muy cotizada por ella y su padre, que es maestro de Dojo y coleccionista en su tiempo libre.
Y luego venía yo. Con cero bono extra. No porque no haya trabajado duro, no porque no haya cumplido mis objetivos, sino porque para conseguir una bonificación tienes que llevar trabajando en la empresa un año, y yo no lo he cumplido por una semana. ¡Una semana! Menuda injusticia. De una tacañería impresionante. Si pudiera decirles lo que pienso…Pero no puedo, mi timidez me supera.
Ya. Como si Ryotenbin Oniki fuera a pedirle su opinión a una adjunta júnior del director comercial, departamento de Suelos y Alfombras. Y ésa es otra: tengo el puesto con el nombre más feo de la historia. Resulta incluso embarazoso. A duras penas cabe entero en mi tarjeta. He llegado a la conclusión de que cuanto más largo es el nombre del cargo, más malo es el trabajo. Se creen que van a deslumbrarte con el título y que no vas a ver que te han mandado al último rincón para que te ocupes de las cuentas piojosas con las que nadie quiere hacerse cargo.
Un coche cruza salpicando un charco junto a la acera y retrocedo de un salto, pero demasiado tarde: un chorro de agua me da directamente en la cara. Me llega la voz de Ino desde el portal. Está calentando el tema, murmurándole cosas al oído a ese chico tan mono. Pesco varias palabras y, pese a mi galopante mal humor, tengo que apretar los labios para no echarme a reír. Una noche, hace unos meses, nos quedamos a dormir las cuatro juntas y acabamos confesándonos nuestras frases verdes secretas. Ino dijo que siempre usaba la misma y que le funcionaba a las mil maravillas: «Creo que se me están derritiendo las bragas.»
Pero bueno, ¿hay algún tipo que se trague una cosa así?
Pues eso parece, teniendo en cuenta el historial de Ino.
Ten-Ten me confesó que la única palabra que se atreve a usar durante el sexo sin troncharse de risa es «caliente». Con lo cual lo único que dice es: «Estoy caliente», «¡Qué caliente estás!», «Menuda calentura la que siento». Aunque, a decir verdad, si eres tan despampanante como ella, tampoco necesitas un gran repertorio.
Sakura lleva con Sasuke un millón de años y nos dijo que nunca habla en la cama, salvo para decir: «Aggg» o «Más arriba». No sé si lo decía en serio, porque tiene un sentido del humor bastante raro, igual que Sasuke. Los dos son unos cerebrines excéntricos, pero lo llevan muy bien. Cuando estamos todos juntos, Sasuke nunca interactúa mucho con nosotros. Apenas y lo hace con ella. Como si tuvieran un lenguaje secreto, pero no creo que lo sepan ni ellos.
Luego me tocó el turno y confesé la verdad, o sea, que suelo decirle piropos al chico. Como forma de compensar el hecho de que aun no puedo tener relaciones sexuales…me hace sentir como una niña a veces al hablar de esto con ellas.
Por ejemplo, a Kiba siempre le digo: «Qué hombros más bonitos» o «Tienes unos ojos preciosos». No reconocí que lo digo con la secreta esperanza de que me responda que yo también soy preciosa. Ni que eso no ha ocurrido hasta ahora.
En fin. Qué se le va a hacer.
—Eh, Hinata-chan. —Levanto la vista y veo que Ino se ha desenganchado del chico mono. Se me acerca, se cubre con mi chaqueta tejana y saca su barra de labios.
—Hola —digo parpadeando; me gotea el agua por las pestañas—. ¿Dónde se ha metido tu Romeo, Ino-san?
—Ha ido a decirle a la chica que lo acompañaba que se marcha.
—¿Q-qué?
—¿Qué? —Me mira sin remordimiento—. No son pareja. O no mucho. —Se repasa los labios con una barra de rojo carmesí—. Voy a comprarme un cargamento de maquillaje —dice mirando el pintalabios gastado—. Todo de Christian Dior. ¡Ahora puedo permitírmelo!
—¡C-claro! Ojala lo aproveches —le digo, intentando sonar entusiasta.
Al punto levanta la vista, entonces siento la mirada de Ten-Ten en mi nuca. Ino me mira, dándose cuenta de la metedura de pata.
—Ay, mierda. Perdona, Hinata-chan. —Me rodea los hombros con un brazo y me da un beso en la frente—. Tendrían que haberte dado una bonificación. No hay derecho.
No pasa nada. —Procuro sonreír—. El año que viene.
—¿Estás bien? —Me observa con atención—. ¿Quieres que vayamos a tomar una copa?
—No, lo que necesito es meterme en la cama. He de levantarme pronto mañana.
Siento otra mano tocar mi hombro y miro a mi lado. Ten-Ten me mira con un dejo de tristeza en su rostro y me susurra un "lo siento", como lo hizo en esta mañana. Lleno de pena y comprensión. La miro, sonriendo lo mejor que puedo, para no preocuparla
—Rayos- Exclama Ino - También se me había olvidado eso. Con las bonificaciones y tal… Hinata, lo siento. Estás pasando un momento de mierda.
—¡N-No pasa nada! —digo rápidamente—. Eh… procuro no tomármelo a la tremenda.
A nadie le gustan las lloronas. Así que me las arreglo para esbozar una sonrisa que demuestre que estoy muy bien aunque sea una dentona, aunque me hayan plantado y dejado sin bonificación y aunque mi padre acabe de morirse.
Todo se queda en silencio un momento; miro a Ten-Ten pensativa, sus ojos marrones resplandecen con los faros de los coches.
—Las cosas te van a ir mejor —dice.
—¿Tú crees?
—Ajá. —Asiente con energía—. Tú sólo tienes que creerlo. Venga. —Me da un pequeño apretón con sus brazos—. ¿Qué eres: una mujer o una morsa?
Ten-Ten usa esta expresión desde que tenemos quince años, y cada vez consigue arrancarme una sonrisa.
—¿Y sabes qué? —añade—. Yo creo que tu padre no le importara que te presentes en su funeral con resaca.
Ten-Ten había visto un par de veces a mi padre. No sabía lo estricto que podía llegar a ser.
—Oye, Hinata…
Escucho la voz de Ino y la miro. Su voz se vuelve más suave de repente y me preparo por si acaso. Ya estoy bastante de los nervios y si encima me dice algo bonito de mi padre, soy capaz de echarme a llorar. Tampoco es que yo lo conociera demasiado bien, pero, en fin, padre no hay más que uno…
—¿No tendrás un condón de sobra?
Vale. O sea que no tenía que preocuparme por un repentino acceso de compasión.
—Sólo por si acaso —añade con una mueca traviesa—. Seguramente sólo vamos a charlar de política internacional o algo así.
—Ya, seguro. —Digo entre risas. Ino siempre busca una forma de hacerme reir. Se nos acerca Sakura, y le pregunta lo mismo.
Ella dice que parece tener algunos y hurga en su bolso verde Accessorize (un regalo de cumpleaños que le hicimos) hasta encontrar el monedero a juego y saca uno que le entrega con disimulo.
—Gracias, cariño. —Le da un beso en la mejilla—. Oigan, ¿quieren venir a casa mañana por la noche, cuando haya terminado todo? Prepararé espaguetis a la carbonara.
—Sí. —Sonrío agradecida—. Fantástico. Las llamaré.
Ya me estoy muriendo de ganas. Un plato delicioso de pasta… y poder contarle el funeral con todo detalle. Ino es capaz de volver divertidas las cosas más lúgubres y ya sé que acabaremos tronchándonos. Luego quizás me pase a lo de Ten-Ten y podamos dormir luego de tomar un poco de te helado.
—¡Eh, ahí hay un taxi! ¡Taaaaxi! —Ten-Ten se abalanza hacia el bordillo mientras el vehículo se detiene y llamo por señas a Sakura e Ino. Sakura tiene las gafas llenas de gotas de lluvia y se despide de Ino, que aprovecha de irse junto al nuevo chico.
Me inclino junto a Ten-Ten, mirando a la ventanilla del taxista, con el pelo chorreándome por la cara.
—¡Hola! –le exclama mi amiga-¿Podría llevarnos primero a Harajuku, pasando Takeshita y luego…?
—Lo siento. Nada de doble viajes ni menos a barrios peligrosos—responde el hombre, cortante, echando una mirada hosca a mi y a Sakura.
Lo miro desconcertada.
—¿Q-qué significa eso?
—Que no voy a subir a esa parte de la ciudad, para terminar yendo a Takeshita.
Debe de estar bromeando. No puedes quitarte de encima a la gente sólo por querer viajar a un barrio en particular.
—Pero…
—Es mi taxi y son mis normas. Ni borrachos, ni drogas ni Takeshita. —Y antes de que pueda replicarle, se aleja calle abajo.
—¿Qué rayos?¡No puede prohibir una calle residencial! —le grita Ten-Ten indignada—. ¡Es… discriminatorio! ¡Es ilegal! ¡Es…!
Balbucea hasta quedarse sin voz. Echo un vistazo alrededor. Ino ha desaparecido ua en brazos de palido y desconocido. Sakura parece ansiosa por no conseguir irse, cosa que suele pasarle al vivir por ese sector peligroso. Ni siquiera puedo culpar del todo al taxista. El tráfico continúa deslizándose a nuestro lado y salpicándonos a base de bien; la lluvia tamborilea sobre mi chaqueta y me empapa el pelo; las ideas me dan vueltas en la cabeza como un par de calcetines en la secadora.
Nunca vamos a encontrar un taxi. Vamos a quedarnos aquí clavadas toda la noche. Esos cócteles de banana eran fatales, tendría que haberme plantado en el cuarto. Mañana es el funeral de mi padre. Nunca he estado en un funeral. ¿Qué pasa si me pongo a llorar y se me queda todo el mundo mirando? Incluso puede que Kiba debe de estar en la cama con otra chica en este mismo instante, diciéndole que es preciosa pues ya hace dos meses que no salimos en serio.
Tengo los pies llenos de ampollas y, además, congelados…
—¡T-Taxi! —grito instintivamente, casi antes de divisar a lo lejos la luz amarilla. Se acerca con el intermitente parpadeando—. ¡No gire! —Me pongo a hacerle señales frenéticas—. ¡Aquí! ¡Aquí!
Tengo que pillar ese taxi. Tengo que pillarlo. Con la chaqueta sobre la cabeza, echo a correr por la acera, patinando un poco y chillando hasta quedarme ronca. Escucho a Ten-Ten gritarme por atrás, mientras que se acerca a mí.
—¡Taxi! ¡Taxi!
En la esquina hay un montón de gente. Los esquivo y subo los escalones de un edificio oficial. Llego a un descansillo y, antes de bajar por el otro lado, me inclino sobre la balaustrada y llamo desde ahí arriba.
—¡Taxi! ¡Taaaaaaxü!
¡Sí! ¡Está frenando! Por fin. Voy a llegar a casa, me daré un baño
y olvidaré este día nefasto.
—¡Aquí! —grito—. ¡Ya voy! ¡Un seg…!
Para mi consternación, en la acera veo a un tipo con traje que se dirige hacia el taxi.
—¡E-Es nuestro! —rujo mientras bajo las escaleras corriendo—. ¡Es nuestro! ¡Lo he visto yo! ¡Ni s-se atreva!
Incluso mientras mi pie resbala en el escalón mojado, no acabo de entender lo que sucede. Al empezar a caer, mi cerebro se acelera. He patinado con mis malditas botas de suela reluciente. Estoy rodando por los peldaños como una niña de tres años. Manoteo desesperadamente hacia la balaustrada de piedra, rasguñándome, dándome golpes en la mano y perdiendo mi chaqueta por el camino… Intento agarrarme, pero ya no puedo frenar…
Ay, no.
El suelo viene directamente hacia mi, no puedo evitarlo. Y esto va a hacerme muuuucho daño….