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Esta historia es una adaptación

Historia Original: Amargo Desengaño de Jenny Cartwright

Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer.

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Final

—Pero, Edward…

— ¡Cállate! —había tanta furia en su voz, que obedeció con miedo para no molestarlo más.

Por fin el coche se detuvo en las rejas de Littlebourne rechinando los neumáticos. Edward le abrió la puerta y tiró de Bella hacia la casa.

—Edward. Por favor. ¿Qué pasa? Me estás lastimando el brazo. Por favor…

—Me dan ganas de lastimarte más, maldita sea.

—No comprendo…

—Yo tampoco. No sé cómo puedo seguir sintiendo esto por ti… después de todo este tiempo. Aun sabiendo que no cambiarías. ¡Maldita seas, Bella! ¿Cómo pude permitir que me conmovieras de esta forma?

— ¡Edward! —espetó con miedo. Podía sentir que él temblaba de ira—. Por favor, suéltame… —rogó.

La miró con disgusto, pero la soltó.

Bella se quedó ahí con miedo y alivio. ¿Debía correr, ahora que tenía la oportunidad?

—Ven conmigo —ordenó él—. No te lastimaré.

—Ya lo hiciste.

—No te tocaré otra vez —se encogió de hombros—. No necesitas preocuparte.

Titubeó, pasmada. Después lo siguió de mala gana.

—Vamos —la urgió.

—Yo… no, si no te importa, prefiero hablar aquí abajo. Me siento más segura.

—Ya te dije que no te tocaré —la miró con exasperación—. Sólo te quiero arriba porque ahí están tus pertenencias. Te voy a ayudar a hacer las maletas.

—Yo… —tragó saliva y se sintió enferma. ¿Cómo diablos podía estar tan metida con él? Lo siguió arriba. Quería tener dignidad y guardar sus propias cosas. Si se quedaba en el umbral sería demasiado duro.

— ¿Qué provocó todo esto, Edward? —preguntó tensamente cuando entraron en la habitación. Él no dijo nada. Abrió la puerta del vestidor, y comenzó a llevar montones de ropa de ella para lanzarlos en la cama.

— ¡Dímelo! —gritó Bella.

Pero él sólo la miró con desdén.

— ¿Es Carmen? ¿No pudiste soportar verla casarse? ¿Es eso?

— ¿Qué diablos tiene que ver Carmen en todo esto? Quizá está un poco loca, pero tu padre la ama. Serán felices. Es sólo otra historia de amor y matrimonio. Eso le envidio, pero nada más.

—Entonces, ¿por qué? —Bella se despreció por sentir alivio. No lo amaría más. No le importaría—. ¿Por qué me sacaste de ahí? ¡Dímelo!

Edward dejó caer insolentemente la ropa y después la enfrentó. La miró con tanta ira que Bella sintió miedo.

—No podía estar ahí y escucharte —explicó con disgusto—. Ya estaba harto.

— ¿Qué es lo que no soportabas, Edward? —preguntó, sin querer saber la respuesta.

—A ti —la acusó—. A ti, claro. Tienes la capacidad de ser una de las personas más amorosas y generosas de la tierra… te veo con otra gente… tu padre, Carmen, Carlisle. Me asfixia verte con ellos. No lo soporto porque también me obligas a ver ese lado… esa parodia… esa maldita mujer corroída por la amargura y lo disfrutas. La mujer que estaba a mi lado en la iglesia y dijo: "Tú no eres mi hermana" —se interrumpió con rostro duro—. Pero ya es suficiente, Bella, no quiero verte más.

La mirada violenta de él la condenaba, y después regresó al vestidor y sacó más maletas que arrojó al suelo.

—Haz las maletas —espetó—. No me importa dónde pases la noche, siempre y cuando no sea bajo el mismo techo que yo.

—Pero yo quería decir que… —protestó con el rostro cenizo y se interrumpió. ¿Cómo diablos le creería? Claro que estuvo lastimada en el pasado… y sintió mucha amargura. Pero nunca buscó venganza, ni lastimar a nadie. Nunca pidió compasión, ni trató de justificarse con nadie. La acusación de él estaba fuera de lugar.

—Oh, Bella… —su rostro estaba sonrojado y sus ojos verdes chispeaban—. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué sigues haciéndolo? ¿Por qué dejaste que se emponzoñara tu interior? —apretó los puños—. Te está envenenando. Acabarás odiándome, Bella. Sin duda terminarás culpándome por algún dolor imaginario, pero yo no me quedaré a ver el espectáculo.

Bella lo miro con ojos grandes por la impresión.

—No… —protestó con labios secos—. Edward, comenzaba a arreglar las cosas… a reparar los daños. No negaré que yo…

— ¡Yo estaba allí! —chilló con incredulidad—. Lo vi, te escuché.

¿Cómo podía explicarle? ¿Para qué quería hacerlo si él era tan… tan…? La odiaba. ¿Para qué quería que la entendiera? Aun así, siguió repitiendo.

— ¿Edward? Por favor… por favor, Edward.

Pero él pasó furiosamente a su lado y respingó cuando su brazo tocó el de ella. Bella se volvió fríamente.

—Tú me acusaste de haber enseñado a tus ojos a mentir. Pensé que eso era imposible, pero me equivoqué. Tú lo lograste. No sólo tus ojos, sino tu rostro, Bella… toda esa inocencia lastimada; tus labios en… pero… en tu corazón sólo hay una gran piedra sólida. Me negué a creerlo por mucho tiempo, pero ahora lo creo, Bella. Nunca más me volverás a engañar. Se acabó. Te quiero fuera de esta casa y de mi vida…

—En la iglesia… —balbuceó—. Edward, escucha. En la iglesia, cuando vi a Alice…

—Ah, sí —la cortó—. Lo lamento —agregó violentamente—, ahora me acuerdo. La abrazaste y le rogaste que te perdonara y olvidaran todo. Me equivoqué, ¿no?

—No. Es decir, sí. Sé que no hice eso, pero quizá lo habría hecho si me hubieras dejado unos minutos más.

El sarcasmo en las facciones de Edward era absoluto. Su boca era una línea dura, y fruncía el ceño profundamente. Sus ojos… estaban fríos.

—Así que ahora también mientes. Por lo menos hasta ahora pensaba que eras sincera.

—Lo soy.

—No —cerró los ojos e hizo una mueca—. Creí que me habías lastimado todo cuando me dejaste, cuando dijiste que no me amabas y que sólo quisiste usarme… para el sexo. Me convencí de que eras demasiado joven para atarte como esposa. Demasiado joven para comprender lo mucho que te necesitaba… o para saber lo que el amor real es. Pero pensé que madurarías, Bella, que probarías la vida en la universidad, que conocerías a otros hombres. Y que después regresarías a mí… sabrías que lo que teníamos era muy especial. Pero cuando no regresaste… —continuó—, pensé que… ¿qué diablos importa? Hasta que ese amigo de Alice dijo que su hermano te llamaba la "perpetua virgen". Entonces compré esta casa. Esperaba… pensaba que si la vida aún no te abría los ojos, entonces yo lo haría. Tenía tantas esperanzas. Estaba seguro de que sólo necesitabas amor y tiempo y todas las heridas sanarían. Me equivoqué. Así que no me mientas, Bella. Por lo menos déjame eso. Ahora vete antes de que me lastimes más.

— ¡Ya basta! —se llevó los puños cerrados a las sienes—. ¡Basta! —gimoteó con voz dolorosa—. ¡Por favor, Edward, escucha!

—No —regresó al vestidor.

Bella temblaba tanto que no podía levantarse. Dio algunos pasos endebles a la orilla de la cama y se derrumbó ahí.

El siguiente lote de ropa le golpeó la espalda. Apenas fue consciente de ello. No trataría más que la escuchara. No merecía la pena. La despreciaba sin importar lo que dijera. Quizá sería más fácil, después de que se fuera, si sabía que no había esperanzas, ni oportunidades. Se quedó helada, tratando de respirar y luchar contra la miseria que la embargaba.

—Pobrecita —murmuró Edward sin compasión—. Sentada ahí, tan patética y perdida, pero no me engañas, Bella, ya no.

— ¿Cuándo…? —balbuceó con esfuerzo—. ¿Cuándo se conocieron mi madre y tu padre?

— ¿Qué tiene que ver? —preguntó con impaciencia.

—Por favor, te lo ruego, Edward, sólo contéstame.

—No lo sé —se encogió de hombros—. Hace mucho tiempo. Yo tenía ocho o nueve años, creo.

— ¿Y Alice es hija de tu padre?

— ¡Ya basta! —exclamó con ira—. Todo esto son puras trampas, ¿no? Eso ya lo sabías. Ahora guarda tus cosas… —sacó unas llaves de su bolsillo y abrió un maleta.

Era la de él, la que siempre usaba, y que estaba lista para su viaje a Milán. Sacó su ropa y la lanzó al suelo. Hubo un golpe entre sus camisas y apareció el joyero rojo de la madre de Bella.

—Oh… —jadeó ella. Cayó de rodillas y lo tomó. La pequeña llave de plata seguía en la chapa.

—Es tuyo, creo —anunció él, con desdén—. Todo tuyo, Bella. Lo he llevado durante cuatro años conmigo, esperando que me lo reclamaras. Estas semanas que han transcurrido esperé que me pidieras que te pusiera tus anillos. Ahora ya no importa —terminó con tanta miseria qué Bella quiso gritar.

Sin importarle, Bella abrió la caja. En la parte de arriba del estuche abierto, sus anillos brillaban a la luz del invierno. Cerró la caja de golpe y lo miró con furia.

—Escúchame, Edward… por favor —no sabía qué quería decir, pero sentía la urgencia terrible de luchar por su vida. O encontraba las palabras, o perdería al hombre al que amaba. Momentos atrás creyó que sería lo mejor separarse para que Edward estuviera libre y encontrara a alguien más. Ahora sabía que si se iba, los dos lo lamentarían toda la vida.

—Te amo, Edward, te amo mucho —murmuró.

Maldición. No eran las palabras adecuadas. La expresión de desdén de él se intensificó más.

—Eso dices —se mofó—. Para mí no significa mucho. Tu amor se evaporó el día que me viste con Alice.

— ¡Porque pensé que eran amantes, lo sabes! Pero mi amor regresó el día que supe que me equivoqué.

—Es como digo —sacudió la cabeza—. Es un amor pobre, Bella, que fácilmente se acaba. Por Dios, acababa de salir de mi cama de casado. ¿Cómo pensaste que sólo porque Alice me tenía abrazado éramos amantes? ¿Cómo pudiste tenerme tan poca fe?

Bella seguía muda. ¿Dónde estaban? Bella se levantó y se detuvo junto a él, mirándolo con desafío.

—Porque —habló—, yo creí algo mucho peor que eso. Era algo que Alice dijo ese día, y claro, desde que supe que eran hermanos, me pareció absurdo mencionártelo… yo… estaba pasmada conmigo misma por haberlo creído, pero ahora debes escucharme, Edward, cuando te digo que todo tenía sentido en aquel entonces. Realmente así lo creí —hizo una pausa y tomó un respiro—. Yo… creí que te habías casado conmigo porque Alice era infértil, que querías que llevara al hijo que ella no podía tener —tragó saliva.

Sin embargo, la dolorosa confesión de ella, sólo hizo que Edward se burlara.

—Ay, Dios —gruñó—. Esto es ridículo. ¿No puedes inventar una mentira mejor?

— ¡No es mentira!

—Pues que yo sepa Alice no es infértil. Siempre me ha hablado de los hijos que tendrá cuando se case. No recuerdo que me haya rogado que te obligara a ser una madre sustituía para ella. Sólo quería saber cuándo iba yo a solucionar las cosas entre ustedes dos para que ella pudiera felicitarte.

La mente de Bella volaba. Estaba al borde del pánico. Estaba fallando. El corazón de Edward se cerraba. No la escucharía, ni la entendería.

—Edward —rogó—, ella tuvo apendicitis. Leí en algún lugar que… bueno, pensé que Alice ya no podría tener hijos. Verás… oh, Edward, por favor, piensa. Trata de recordar ese día, lo que ella dijo —exclamó. Al ver el rostro duro, lo sujetó de la camisa y lo sacudió, pero Edward seguía inmóvil—. Ella dijo: "¿Ya está embarazada?", y tú dijiste: "paciencia, paciencia…" y después ella dijo: "Lo sé, soy ridícula, pero me muero de ganas por ser una… bueno, seré mucho más que una tía cuando la hora llegue, ¿no? Será también tu hijo, Edward, no sólo el de Bella. Ah, cualquiera puede tener un sobrino común, ¿no? Pero este nene será prácticamente mío. ¿Me culpas por estar emocionada ante el prospecto? Oh, me muero de ganas porque los tres estemos juntos…" —su voz se desvaneció en un susurro—. Oh, piensa Edward, piensa. Debes recordar.

— ¿Cómo diablos recordaste todo eso? —habló él con rostro pasmado—. Yo ya lo había olvidado.

—Yo… —Bella temblaba sin control—. Fue muy importante para mí en ese entonces. Verás, son las palabras que destrozaron mi vida, que me hicieron decirte todas esas cosas horribles, lanzarte los anillos a la cara, y repetirme una y otra vez que te odiaba cuando apareciste otra vez en mi vida. ¿Ahora entiendes por qué estaba tan amargada, y por qué cuando descubrí la verdad cambié tanto?

— ¿Por qué no me lo dijiste? —inquirió él y se sentó a su lado.

—Lo habría hecho si me amaras —suspiró—. Si hubiéramos estado en la cama y nos hubiéramos reído de mis tonterías. Pero cuando te dije que te amaba, te portaste frío y distante. Supe entonces que no me amabas, y no pude contarte todo porque habría sido mi muerte. No podía decirte lo mal que te había juzgado porque me habrías echado.

—No lo habría hecho.

— ¿No? Lo estás haciendo ahora, Edward.

Él suspiró y sacudió lentamente la cabeza.

—Sí —admitió—, así es. Por fin me rendí. Pero entonces no lo habría hecho.

— ¿Si te hubiera contado antes lo del nene, habría sido diferente? —preguntó con voz un tanto firme. Ella se equivocó con lo del joyero. Aun así, debía saberlo. Más tarde, tendría que saberlo.

—No, no creo. Ahora entiendo mejor por qué fuiste tan cruel cuando te fuiste, y por qué dijiste esas cosas, pero no pienso que hayas cambiado, Bella. Ojalá yo pudiera. Me engañé todo este tiempo pensando que cambiarías, pero no funcionó. ¿Recuerdas ese primer día? Hablaste con demasiado entusiasmo acerca de tu madre. Supe entonces que la amargura estaba arraigada en ti, Bella. Bueno, eras joven y vulnerable. No me sorprendió. Alice sabía que estabas enfadada con ella, ya que te habías quedado sola con tu padre. Recuerda que yo pensaba que tu padre era muy diferente —se encogió de hombros—. Ahora que lo conozco mejor, veo que todo fue inevitable. Su amor no te ha curado tampoco. Cuando lo conocí, supe que luchaba contra una causa perdida.

—Oh, Edward, no sé qué decir. El primer día dije todas esas tonterías sobre mi madre porque estaba desesperada por impresionarte. Eso fue todo.

—Pero no puedes perdonar a Alice, Bella. Ahora es adulta. No necesita que la proteja más, así que no debería importarme lo que sientas por ella o no. Pero el problema es que me ves mal a mí por el odio que le tienes a ella, ¿no? Te he rogado que alejes esa amargura, que te liberes y aprendas lo que es el amor real. La manera en que te amé todos estos años, Bella —puso una mano tierna en la de ella—. Sin embargo, no puedes, cambiar. A menos que lo hagas, no volverás a amarme como yo necesito que lo hagas… no me conformo con menos. Lo intenté, pero no sirvió.

—Edward… —susurró Bella—. Hoy descubrí por primera vez que Alice es hija natural de tu padre. Antes pensaba que era su hijastra. Ahora comprendo por qué ella se sintió obligada a rogarle a mamá que le diera una oportunidad a su amor. Y le he perdonado todo… aunque no hay nada que perdonar, claro —tomó un respiro—, no espero que creas eso, o que comprendas exactamente lo que significa, pero al menos ya te lo dije. Puedes pasarle el mensaje a Alice —dejó caer los brazos y miró a Edward. Dejó de luchar por las palabras correctas. Doblaría su ropa y la acomodaría en la maleta.

Edward la estudió largamente y después la tensión de sus músculos se relajó, y él se frotó el rostro.

—Creo que ahora entiendo —hizo una pausa—. ¿Creías que Alice rompió una familia sin razón alguna?

—Sí.

—Oh, Bella —suspiró—. No podía creer que me amabas cuando lo dijiste. Sobre todo porque no podías olvidar el pasado por mí. "No cambiarás". Fue todo lo que yo te repetí una y otra vez.

—Yo… —murmuró Bella con ojos vacíos—. ¿Cambiar? ¿A eso te referías con que yo cambiara?

—Sí, era todo lo que quería, que olvidaras el dolor. Claro, pensé que sabías por qué Alice quiso irse, y que sólo eras terca. Pero… bueno, maldición, Bella. Debiste saber lo que yo quería. ¿A qué otra cosa pude referirme?

—Válgame —Bella arqueó las cejas—. No sabía que eso querías. No necesitaba cambiar en mi interior. Te amaba, y no podía evitarlo. No quería sentir lo que sentía por Alice, pero no tenía otra opción. ¡No sabía que tú querías que cambiara eso!

— ¿Bella? —por primera vez había angustia en su tono.

—De hecho, pensé que querías que me volviera una esposa más adecuada para un hombre como tú. Cuando admiraste mi vestido amarillo, dijiste que era más mordaz y fría. Pensé que eso te gustaba. Además, deseabas que hubiera asistido a la universidad. Eso me habría hecho más distinguida para ti. Querías que comprara gran cantidad de ropa, que no trabajara y hablara de asuntos actuales. Pensé que querías que me convirtiera en una ama de casa elegante y trivial. Ya sabes, como las mujeres que se hacen arreglar las uñas todos los días, que ofrecen cenas todo el tiempo. Pensé que querías que dejara de ser yo. Después de todo, tú sí cambiaste. Usabas un coche deportivo, y ahora eres un hombre de negocios en un coche negro y formal. Me llevabas flores silvestres y todo. Ahora eres más… serio. Tienes comidas adecuadas en buenos restaurantes, y eres bueno para encantar a la gente. ¿Recuerdas el restaurante exótico al que fuimos? No sabíamos cómo comer hasta que vimos a una pareja hacerlo con las manos. Nos reímos mucho porque habíamos pedido palitos chinos y éramos un desastre. Así éramos, relajados y abiertos. Ahora siento como si no fueras tú, como si ya no combináramos, excepto bajo las mantas… —suspiró y frunció el ceño. Después continuó—: Bueno, pensé que ya no me amabas, pero estabas decidido a que siguiera siendo tu esposa, sólo que cambiada… de hecho, tiene mucho sentido —miró con preocupación a Edward. Sus ojos verdes estaban fijos en ella—. ¿Por qué me dejas que parlotee así, Edward? No soportas que hable así.

Él la miró con intensidad a los ojos. La sujetó de los hombros firmemente y después la hizo levantarse junto a él.

—Porque me encanta cuando hablas así. Sigue haciéndolo, Bella. Sigue hablando así.

—No sé qué decir —susurró con timidez.

— ¿Ahorramos las palabras para después? —sugirió él. Tragó saliva visiblemente. Bella le tocó el cuello.

—Cuando comenzaste a entusiasmarte sobre tu trabajo, olvidaste ser fría y comenzaste a parlotear, como ahora. Eras tú la que hablabas, Bella. La verdadera "tú". La que yo anhelaba con cada respiración que tomaba. La que pensaba que no podía tener. No lo soportaba. ¡No soy masoquista!

—Yo… ay, Dios… —Bella sentía que las lágrimas le quemaban los ojos. Podía sentir el susurro de él en su cuello. Podía sentir el aire tibio de su aliento. Levantó la mano para acariciar su cabello y trazar los mechones grises. Después apoyó la mejilla en el pecho fuerte, cerró los ojos y dejó que las lágrimas dulces de alivio se derramaran.

Edward la abrazó con tanta ternura que las lágrimas fluyeron más. Después movió una mano para tirar de la colcha, con la ropa encima, al suelo. Llevó ahí a Bella y la sentó. Después comenzó a besarla.

Le besó ligeramente las mejillas, y lamió las lágrimas saladas con la punta de la lengua.

Bella rió trémula.

—Así sacas la lengua cuando comes pan tostado. No soportaba estar mirándolo… —murmuró.

— ¿Ah sí? —susurró contra su piel, acostándola.

—Sí. No untas el pan tostado con mantequilla y lo muerdes, sino que…

Pero los labios de él bailaban en los de ella, callándola. Bella cerró los ojos y dejó que su mente volara. El aliento, la barbilla contra su mejilla, el corazón que latía eran de él. Edward le daba su corazón. Abrió los ojos un poco y dejó que el color de la piel de él nadara en ellos. El beso se profundizó. La lengua de Edward probaba sus labios dentro de su boca. Ese beso era su beso. ¿Cómo pudo olvidarlo?

Se desvistieron lentamente. Sentados con las piernas cruzadas uno frente al otro, se sonreían. Edward le soltó el cabello. Bella luchó la corbata hasta que él se impacientó y la arrancó de golpe. Y siempre se miraban y se sonreían.

Cuando estuvieron desnudos, Bella murmuró:

—Vuélvete, Edward. Déjame mirar tu espalda.

Riendo, Edward obedeció y se acostó boca abajo. Bella sólo lo contempló. Los puntos y pecas en la extensión de piel de color aceituna eran los mismos que ella conocía. Bajó la cabeza y besó su piel con infinita ternura. Los vellos en los hombros de él se levantaron y enviaron una ola de deseo en Bella. Se acostó junto a él, apoyando el cuerpo contra la espalda larga, sintiendo la curva dura del trasero presionar sus muslos.

Lo abrazó de la cintura y le deslizó la lengua por la nuca.

—Detente —imploró Edward—. Es demasiado delicioso. Lo había olvidado. Quiero que esto dure siempre, pero si sigues así, perderé el control.

Bella rodó sobre su espalda y sonrió. Edward se apoyó en un codo y la miró a los ojos. Despacio se levantó y cruzó la habitación. Regresó con el pequeño estuche blanco en la mano.

—Es simbólico de los días y noches hermosas entre nosotros —murmuró y le puso el anillo de zafiro y diamante—. Con mi cuerpo te adoro… —agregó y le puso el anillo de oro. Después comenzó a besarla para adorarla como ella a él.

Con los ojos abiertos, Edward deslizó los labios por su cuello y llegó hasta los senos. Ligeramente besó los pezones endurecidos, dejando que sus labios los rozaran, antes de provocarlos más con la punta de la lengua. Chupa primero uno y después el otro, tirando duro hasta que Bella se estremeció de deseo.

—Oh… me gusta eso… justo así. Ahora lo recuerdo… —urgió ella con voz suave y dulce llena de amor.

—Y esto —murmuró él, apoyando la mejilla en un seno y tomando la maño de Bella. Temblando de anticipación, permitió que él la guiara hacia la punta de pétalo de rosa de su masculinidad—. ¿Recuerdas esto Bella? —gimió.

No podían hacer que su entrega durara por siempre. Cada gesto recordado, cada vista de sus cuerpos desnudos provocaba una ola fresca de necesidad en ellos. Una urgencia caliente la ahogaba, atrayéndola a él.

Temblando, Edward se retiró y le acarició el cabello. Los ojos verdes estaban cargados de deseo.

—Ahora —susurró Edward—. Tiene que ser ahora… ya no puedo esperar.

Bella cerró los ojos, anhelando que sus cuerpos se hicieran uno. La poseyó despacio, agolpando la sangre en sus venas, sacando el aire de sus pulmones, liberando una música salvaje en sus oídos. Después empujó firme, llevándola a un mar de calma perfecta. Bella se cerró alrededor de él, y su mente se vaciaba en ese espacio sin tiempo. El color que veía detrás de sus párpados era más blanco que la luz y más brillante que las estrellas debido al éxtasis.

Se quedaron abrazados; sus dedos trazaban los contornos de orejas y boca; sus labios rozaban sin cansarse la piel, hasta que hicieron el amor otra vez.

Para Bella, vestirse fue muy difícil ya que Edward seguía besándole los senos.

—Después —sonrió—, te recompensaré, pero si me pierdo más de la boda de mi padre nunca te lo perdonaré.

Y entonces Edward la levantó en vilo y la besó en los labios.

— ¿No me perdonarías? Ah, no digas mentiras, Bella Masen. ¡Tú no eres rencorosa!

~^_^~ AP ~^_^~

—Ven conmigo —exigió Carmen llevando a Bella de la mano—. Quiero que le enseñes algo a tu padre.

—Está bien, madre —obedeció Bella.

Carmen levantó una mano amenazante y después la ocultó en su espalda.

—Ahí hay un fotógrafo —explicó—. No se vería bien la novia pegándole a la hijastra. Te advierto, no vuelvas a decirme "madre…"

Charlie se acercó en ese momento y abrazó a su nueva esposa.

— ¿Dónde diablos se metieron tú y Edward, Bella? Se perdieron las buenas partes.

Carmen sacudió la cabeza.

—A juzgar por la sonrisa que tienen, diría que hicieron lo que nosotros planeamos hacer en unas horas.

Charlie se frotó la afeitada barbilla.

—No los puedo culpar por eso, Carmen. Son una pareja con años de matrimonio —le guiñó un ojo a Bella.

—Bueno —continuó Carmen—, eso no es lo importante. Bella tiene algo que enseñarte —levantó la mano de Bella hacia su padre—. Eso, querido Charlie, es lo que yo llamo un anillo de compromiso. Toma nota.

—Veo que no usas el tuyo, Carmen… —comentó Bella.

Carmen buscó en su bolso blanco y sacó un guante de jardinero. Lo desdobló para revelar el anillo de mármol metido en el tercer dedo.

—Pensé que debía exhibirse en su hábitat apropiado —acusó.

Charlie hizo una mueca.

—Si ya terminaron de admirar mis anillos —murmuró Bella—, debo ir a buscar a mi esposo.

—Bien —acordó Carmen—. No dejes a un hombre así solo, por mucho tiempo. Cuatro años es demasiado…

Bella se rió y buscó a Edward. Lo encontró en un rincón bebiendo champaña con Alice. Él se levantó, la abrazó de la cintura y la envolvió en el calor que él emanaba.

—Le explicaba a Alice que no podremos invitarla a la Navidad este año —explicó Edward con una sonrisa.

—Está bien —Alice sonrió con ternura—. Entiendo que quieran pasar su primera Navidad solos en una isla, y no conmigo. Resulta que sería horrible estar encerrada con dos tórtolos enamorados.

Bella y Edward se miraron con amor y Alice sonrió.

—De todas formas —siguió Alice—, no crean que pueden quedarse en su isla por siempre, papá y Carmen me invitaron al Año Nuevo. Espero que ustedes dos ya estén aquí, para que recibamos el año como una familia.

Bella le sonrió a su hermana.

—Mira. Eso iba a decir. Sólo que iba a sugerir que fuéramos todos a Italia y celebremos allá.

Alice se rió.

—No querrás comenzar una pelea familiar ahora, ¿eh?

~^_^~ AP ~^_^~

— ¡Dime! —exigió Edward sin corazón—. Dímelo en este instante o te ahorco.

Bella se acurrucó contra el pecho desnudo y se deleitó con la sensación de la piel contra su mejilla.

—No puedo —protestó—. Pensarás que estoy loca. Ahora todo parece tan estúpido.

Edward acercó una mano al cuello femenino.

—Bella, bastante mal nos hicimos al rehusarnos a hablar. Ahora llevaré a cabo mi amenaza. Te lo prometo…

—Está bien, me rindo. No quería que lo conocieras porque… —hizo una pausa y se rió—, porque —jadeó—, pensé que tú y Alice planeaban algo para que papá se volviera en contra mía. Y necesitaba protegerlo de sus planes diabólicos.

El sonido que explotó de la garganta de Edward se parecía al de Carmen. Edward cayó en las almohadas y rió sin parar.

—Adelante —la provocó por fin—. Cuéntame más sobre esos planes.

— ¡Bestia! —siseó, aprovechándose de la risa, para picarlo en las costillas—. ¿Por qué no debía pensarlo? Te portaste de manera horrible conmigo. Dijiste cosas muy feas.

—Tonterías… —murmuró, y no respondió a los piquetes de ella.

Bella se sentó y se abrazó las rodillas.

—Antes tenías cosquillas —se quejó con gusto y entrecerró los parpados—. Si una vez fue así, lo será de nuevo. Sólo debo entrenarte.

—Ah, uno de esos cambios que planeas para mí —se quedó callado un momento y después tomó una tira de píldoras del buró—. Hay algunos cambios que también quiero planear para ti —reflexionó—. Pero supongo que es prematuro mencionarlos…

Bella le quitó las píldoras.

— ¿Quieres decir que…? —se sonrojó.

Edward le sonrió con ojos chispeantes.

—Bueno, me gustaría que cambiaras tu talla de cintura, por lo menos medio metro. Pero eres una mujer profesional, y supongo que serás tú la que decida en ese cambio, no yo.

— ¿Por eso enviaste al médico aquel día? —frunció el ceño—. ¿Por mi carrera?

—No por tu carrera —sacudió la cabeza—. Pero tomaste la píldora sin decírmelo aún antes de que nos casáramos. Supuse que lo último que querías era un hijo.

—Tomé la píldora por algo que dijo mi padre —estalló en risas—. No porque no quisiera embarazarme. Ya ves, Edward, un hombre tan bien intencionado nos creó algunos problemas.

— ¿Quieres decir que no te molestaría? —abrió los ojos—. Es decir, corrígeme si estoy equivocado…

— ¡Creo que mi padre necesita pagar por todo lo que hizo! —respondió Bella con firmeza—. ¡Después de todo, Edward, sí soy vengativa! Veamos si lo podemos convertir en abuelo, y después lo usaremos de niñera por lo menos dos veces por semana.

Edward radiaba y se apoyó en un codo.

—Buena idea —acordó, y después se irguió—, pero el plan sólo funcionará si creamos una dinamo humana de niño. Quizá si le ponemos mucha energía en hacerla… tiene que ser una niña, ¿sabes? Es mucho más difícil de criarlas que a los niños… —sujetó a Bella con fuerza y la acostó en la manta.

Cuando Bella cerró los ojos contra la boca de él, una ola de deseo energético estalló dentro de sí. "Ojos verdes", pensó. "Como él". "E impecable buen gusto para los hombres", agregó, "como yo".

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