Capítulo I

Nike Lemecier miraba fijamente las cucharitas de colores, preguntándose así misma el porqué de su reacción. Demasiado altanera para un niño de esa edad. Se decía, mientras apreciaba cada paquete, que alguno de ellos tendría que gustarle. Lo sabía porque a pesar de su renuencia, la aprehensión de sus ojos no podía engañarle.

− ¿De verdad, y que me dices de estos? Muy bonitos ¿Cierto? – Exclamó con una sonrisa mientras agitaba uno de ellos frente a él.

− ¡No quiero! ¡Mami dile que no quiero! – Gimoteó el pequeño abrazando el regazo de su madre.

Bueno, no era tan difícil ¿Cierto? Ya conocía este tipo de rabietas y no debería asombrarle. Aunque en resumidas cuentas, al fin y al cabo, podría presumir un poco ¿No? Después de todo también era niñera.

La madre desesperada y aparentemente avergonzada trató de dialogar con él.

− Cariño no seas así con ella

− ¡Dije que no quiero!

Y la reprimenda sólo sirvió de incentivo para que comenzara a berrear. Genial.

− ¡Ah! mi amor sólo haz silencio, compórtate y comételo – Suplicó la madre exasperada.

"Si, en verdad necesito que lo hagas" Pensó desairada. La verdad es que no soportaba ver a un niño llorar. Porque lo crean o no ella también era una llorona y ver a otros llorar…bueno, nada que una caja de pañuelos no pudiera arreglar ¿Verdad?

La madre volteó a verla y suspiró en señal de rendición.

Nike continúo sonriéndole y asintió de forma decidida para darse ánimos, y se agacho para estar a su altura.

− Así es, amor. No voy a hacerte daño – Hizo una pausa – ¿Mh? ¿Qué me dices, eh? Los de color verde están muy lindos.

El niño respondió sacándole la lengua y ocultando la cara sobre la falda de su abatida madre.

Ella rio divertida y se acercó un poco más.

− Oye – le llamó suavemente mientras palmeaba su espalda con cariño.

Ian se negó a responder.

− Oye – Canturreó la joven.

Esperó a que se calmara sin embargo al no haber señal de entendimiento alguno finalmente besó el tope de su cabeza sonoramente.

Sorprendido el niño alzó la cabeza rápidamente en su dirección. Sus ojos saltones la observaban desconcertados mientras ella le sacaba la lengua como una niña.

No aguantaba las ganas de reírse de semejante carita. Pero reírse, en un momento como ese, sería como atentar contra su vida. Se veía muy gracioso con los moquitos saliendo de su nariz.

De repente y sin previo aviso el pequeño dio una carcajada limpia mientras levantaba su dedo índice para señalarla burlonamente. Se asustó como si hubiese sido pillada haciendo algo indebido, lo que era absurdo porque no había dicho nada malo…Bien, si sacarle la lengua contaba cómo hacer algo malo, entonces, lo había hecho. Pestañeo dos veces mientras una tierna sonrisa se iba formando en sus labios. El querubín le sonreía con la mirada y entre risas volvió su mirada al frente tomando una de las cucharas dispuesto, finalmente, a atiborrarse de helado.

Para cuando llego al tercer bocado le correspondió con su lengua también.

La madre quedo estupefacta y agradeció la molestia complacida por la atención.

− Eres increíble. Siempre logras que lo haga.

− Claro que no señora Hooker. Lo que Ian necesita es un poco de incentivo, nada más.

No quiso decir cariño porque eso sería…demasiado descortés ¿Cierto?

La señora Hooker que había estado conteniendo la risa, explotó tratando de ahogarla con una mano.

Nike inclinó la cabeza hacia un lado, extrañada.

− Disculpa – dijo aun riendo – es que tienes la lengua pintada de azul. Y parece que mi hijo y yo lo notamos hasta ahora.

De inmediato Nike tapó su boca con la mano derecha tratando de disimular y comprobar con una tos seca si salía algo de los caramelos de mora que había estado comiendo hace diez minutos. Y, efectivamente, una mancha azulada y pegajosa quedo adherida a su mano. Pronto cayó en la cuenta de que alguien la podría estar viendo así que sorprendida de su desfachatez ocultó la mano y se limpió con la parte trasera de su pantalón, segura de que no se notaría.

Bien pensado porque el pantalón del uniforme era negro.

− Eres realmente divertida – dijo la señora Hooker con una risita casi maternal.

Inspiró profundamente. ¨ ¡Ten paciencia, hay gente mirándote!¨ se recriminó mentalmente. ¿Maternal? ¿En serio? Sí, como no.

Se cruzó de brazos escondiendo los puños. Se estaba empezando a sentir algo irritada y trataba de encubrir sutilmente su molestia con una sonrisa afectada. En realidad muy poco. No tenía por qué aguantar demasiado frente a personas tan hurañas como ella. Ya llevaba un mes soportándola. Si no le decía todas las verdades a la cara era por tener al niño frente a ella.

– ¿Sabes? – preguntó contrariada – Sé que dijiste que no sacara el tema nuevamente, pero me gustaría que reconsideraras mi propuesta.

Ann se encogió de hombros en un gesto de rebeldía adolescente, tal y como le decía su madrina cada vez que la perseguía con la escoba…

Sí, era una chica muy testaruda y temperamental.

− Ganarías mucho por ello – exclamó ostentosamente con los brazos entrecruzados, arrimando una pierna, envuelta en medias de seda beige, sobre la otra.

Nuevamente se encogió de hombros y esta vez haciendo un mohín mientras fruncía los labios.

− Aunque un poco impertinente – Replicó divertida – ¡Ah! Pero no puedo enojarme con la carita que tienes − rodo los ojos con fingido fastidio

– ¿En serio? – murmuró para sí misma con una incómoda sonrisa. Entrelazó los dedos detrás de su espalda mientras sostenía la bandeja entre ellos bamboleando la pierna izquierda dubitativamente. Inhalo aire y presiono sus labios con hastío sopesando seriamente lo que iba a contestarle – No es lo mío – Contestó con firmeza − Y agradecería que no se hablara ya del tema. Y si le fui impertinente… me disculpo de verdad – Posó una mano en su pecho mientras soltaba el último comentario con ironía.

¿Ya había mencionado su pésimo carácter? Y eso era poco. ¿Creían que no lo había sopesado mucho? Eso era mucho más cortés de lo que en realidad había pensado decirle. ¿Cuántas eran ya? La mil onceava vez que se lo repetía y ella tenía que responder no como una desquiciada ¿No era comprensible en su situación responder así?

La mujer asintió con falso entendimiento algo crispada.

− Comprendo, pero siempre que quieras ya sabes dónde encontrarme – Acordó y antes de probar sus waffles, se sonrió y se volvió hacia ella de nuevo – Pero no creas que eres la única de por aquí ¿Eh? Después de todo no es que seas la única – rió fútilmente – y por donde lo veas siempre habrá quien no tenga reparos en pasarse unos kilos de más.

Ya tenía suficiente experiencia con ella como para sentirse realmente mal por sus comentarios ¨AMISTOSOS¨ hacia las personas gorditas. Sólo Ian parecía ser el único medianamente agradable. Pobre criatura.

− Entendido – Contestó algo ofendida pero sonriente mientras se inclinaba en señal de respeto y se retiraba.

Bueno. No había sido un encuentro tan ameno pero al menos cordial. Y con cordial se refería a que tuvo que contener el deseo imperioso de decirle que jamás volviera a molestarla. Y por qué no, de lo que se iba a morir.

¿Modelo para ropa íntima femenina? ¿Con el cuerpo que tenía? ¡Qué ridiculez! No es que tuviera algo en contra de ellas, las personas subidas de peso no eran ni más ni menos hermosas, pero no estaba lo suficientemente loca como para liarse con esa mujer, siguiendo sus órdenes con largas jornadas de trabajo y un contrato ruin, sin cláusulas que defendieran su integridad mental y física. No viviría para saludarle a la cámara de Joan Hooker mientras esta se reía de ella. Después de todo a parte del gran engaño a las modelos que trabajaban en su pequeña agencia no soportaría los abusos verbales de esa infame.

Pasaba gran parte del día molesta cada vez que Joan se prestaba para hacerla enojar con sus dobles raceros. Estaba bien que le ofreciera un empleo más remunerado pero ¿Trabajar con una loca como esa? ¿Tenía que ser tan ofensiva? Ya habían sido cuatro ocasiones en las que se había estado quejando del color de su cabello y el largo de sus uñas. Hacía alusión a que tenía a las personas adecuadas para ¨reestructurarla¨ y convertirla en la modelo perfecta para su catálogo de lencería femenina para ¨MUJERES INMENZAS¨ sus palabras no las suyas ¿Acaso estaba de broma? Y además ¿Qué eran esos contratos fraudulentos de los que había escuchado hablar?

¿Qué cómo lo sabía?

Simple. No era una persona precisamente reservada y siendo más claros sus habilidades de cotilla estaban más que desarrolladas.

Tiffany, su querida vecina de al lado y cómplice de todos los chismes habidos y por haber de sus inquilinos, conocía perfectamente a la señora Hooker. Pues, resultaba que su prima Lauren hacía de secretaria y amante de su esposo Ben, el dueño de ¨Mows¨ la nueva agencia de modelos del centro comercial ¨New Frontier¨.

Tiffany había sido Kara en decir que la mujer estaba enterada de la hazaña y siendo la verdadera dueña del negocio había destituido a su marido para comenzar a arreglar las cosas por sí misma. La mujer tenía familia influyente y no había reparado en prescindir del buen trato hacia sus modelos. Jóvenes que estaban tan desesperadas por pagar sus deudas o por cumplir sus aspiraciones que se sometían a cualquier precio sobre esos contratos. Estaba más que dispuesta a demostrarle a su marido que ella era superior a él. Y puede que no estuviera mal, después de todo el hombre le había sido infiel pero el modo en que estaba manejando su ira y ambición era desmedido. De acuerdo a Lauren su rabia era tal que se ensañaba por criticar y amenazar a todas sus modelos, que en su opinión lo hacía por despecho.

Pero volviendo a lo anterior, la mujer la estaba buscando para un eslogan de mujeres poco seductoras y de aspecto infantil que se transformaban en mujeres fatales con esa marca de lencería.

Sabía muy bien porque la solicitaba mucho. Tenía 24 años y los rasgos infantiles de su rostro aún seguían ahí. Su cuerpo se había desarrollado pero no era muy alta ni esbelta. Era más bien menuda, gordita y poco grácil, hasta parecía una iguana. Una iguana adolescente en plena etapa de crecimiento.

No es que se quejara, no tenía un mal físico sólo que era obvio que carecía de todas las cualidades que se requerían para ser una modelo atrayente y… para que negarlo, sí tenía mal físico y las estrías que tenía en la parte baja de su abdomen eran Karas espectadoras de una vida poco sana.

Pero… ¡Es que amaba tanto los pasteles de chocolate y cualquier cosa que estuviera hecha de harina!

¿Ejercicio? Está bien, eso sí era su culpa. Pero después de tantos empleos de medio tiempo era imposible hacer una simple sentadilla.

Mmm… mejor pensaría en las personas que ofendían a los gorditos. Esos sí que eran todos unos rufianes. No soportaba que personas altivas como ella se le dirigieran como si le estuvieran haciendo un favor con hablarle. Ya tenía la costumbre de reprimirse con su propia familia como para estar aguantando las actitudes de los demás. Sólo quería paz para sí misma. No era difícil pedirlo ¿Verdad? Era una colérica, cierto. Pero le parecía razonable desear paz.

Después de todo ya no tenía a sus padres consigo y haber convivido con sus padrinos no había sido fácil. Si bien los adoraba muchísimo las diferencias de opiniones en algunas cosas los obligaban a confrontarse entre sí. Y entre sí se refería a su hija y ellos. Jamás podría inmiscuirse en una relación familiar que no le pertenecía. Se llevaba bien con ellos. Nunca hubo razón para que los despreciara y no es que no confiara en ellos. Claro que tenía sus libertades con ellos, hasta discutían. Pero siempre lo hacían de cosas triviales que no perjudicaran temas sensibles de la familia y sin embargo, aún en lo trivial, había un muro invisible que no podía cruzar. Un muro que la hacía sentir insegura.

Pero, bueno. Tenía lo que tenía. Y con eso se conformaba. Más que eso, la hacía feliz tener personas con las cuales podía contar cuando fuera necesario y a las que podía considerar una familia. Y habían sido tan amables como para ofrecerle seguir viviendo con ellos después de cumplida la mayoría de edad. Pero amaba su independencia lo suficiente como para incomodarles. Ya la habían acogido durante cinco años y con eso era más que suficiente. Como su ahijada no podía permitirlo. Sopesó en ese entonces y ahora que bastaba con trabajar para ellos.

− Disculpe señorita, ¿podría tomar mi orden?

− Por supuesto

Se reiteró nuevamente a sus tareas tomando órdenes con su libreta, sirviendo café y aperitivos de un sitio a otro, de mesa en mesa, moviéndose con premura y entusiasmo; conversando, saludando, poniéndose al día con algunos viejos compañeros de escuela, riéndose de las travesuras infantiles y admirando las expresiones de afecto entre los enamorados.

¿Ya había mencionado que era toda una romántica?

Si había algo que le gustaba era dar lo mejor de sí misma en su trabajo por más mínimo que fuera. Un trabajo era un trabajo y no había nada deshonroso mientras fuera honesto. Se sentía como en la escuela queriendo ser la número uno en todo aun cuando su condición de disléxica la tachara de imposible para aquellos que esperaban un futuro miserable para ella. Los niños podían llegar a ser muy crueles. Pero ¿Qué creen? lo había logrado. Al menos en los actos socioculturales de su escuela. No había nadie que pudiera tacharla de mala bailarina o pésima en el canto. Y como todo tiene una recompensa, satisfacía las alas de su autoestima con los rostros satisfechos de sus maestros y su fallecido padre; y porque no decir de sí misma. A pesar de todas las burlas de sus compañeros nada podía quitarle ese orgullo. Y… ya leía mejor. Es más era una lectora ávida.

Se pasaba todas las mañanas en el afán de disfrutar su empleo. Con eso le bastaba. No sabía si eso era bueno. Se consideraba bastante conformista y pese a que muchos deseaban verla luchando por algo más grande ella se dejaba llevar más por sus emociones que por la razón. Para ella su vida era perfecta… o casi perfecta.

Su turno matutino estaba por terminar y la idea de esperar el cambio de turno le exasperaba. Metafóricamente hablando por supuesto. No había nada a que temerle. O sí, si tomaba en cuenta que reprimirse no era su fuerte. En cualquier caso sólo reservaba su fuerza de voluntad para ocasiones especiales y la tarde era uno de esos momentos.

Y lo cierto es que la tranquilidad de la mañana no le duraba mucho. Es, decir. El tiempo suele pasar más rápido cuando te diviertes ¿No?

Y así era. Y para colmo el turno de la tarde había llegado treinta minutos antes para relevar.

Dana y Jerry, del turno matutino, eran una pareja fantástica sirviendo café y llevando el control de la caja registradora. Siempre amables e indulgentes con su modo de actuar con los clientes. Y lo mejor…

NO eran parte de la familia.

Y todos saben que las cosas se complican cuando la familia está incluida en el trabajo o ¿no?

Porque era imposible ignorar los gritos estridentes de la señora Nogi una vez que llegaban a sus tímpanos en una resonancia poco agradable.

¿Sonaría despectivo si dijera que sus gritos eran como las bocinas de un auto?

- ¡Apresúrate y ya deja de jugar con los clientes! ¡Ya llevas más de dos minutos sirviendo ese café! ¡No sé porque estos empleados míos que se supone dejo a cargo de la cafetería no te tienen a raya!

¿Era difícil ver que si los clientes la oían gritar así se espantarían?

¿Y desde la entrada principal? ¿Y que con sus mejillas? Ya sentía que se le iban a reventar de lo rojas que las tenía de la vergüenza.

¿Y qué si Dana y Jerry la dejaban hacer lo que quería? No es que hiciera nada malo aparte de hostigarlos.

Bueno. Está bien. Cualquiera que oyera sus pensamientos la hubiera malentendido. Amaba y respetaba a esa señora como si se tratase de una madre.

Una madre neurótica y exasperante a la que apreciaba.

Pero hay cosas que son simplemente innegables y sus gritos eran uno de ellos… así como su carácter…Su forma de delegar tareas injustamente…echarse a dormir en el trabajo… En fin no es que ella misma no tuviera defectos. Al fin y al cabo ella era la dueña y ella no tenía derecho a quejarse.

Al menos no verbalmente, aún, si su madrina era un poquito más molesta y poco liberal que el resto. Al menos desde su perspectiva.

Sólo pudo abrazar la bandeja sobre su pecho, presionar sus ojos, recobrarse de los gritos y sacudirse de hombros para darse ánimo.

Se dirigió de regreso a la barra después de servir unos sándwiches en la mesa cinco para encontrarse con una ajetreada Sonya Nogi y su prima Betty Rogers. Ambas sirviendo café y atendiendo la caja registradora como unas principiantes. La Sra. Nogi llevaba un mes haciéndolo para aprender un poco más sobre el negocio. Algo bueno si le preguntaban… en cuanto a Betty… sólo la había visto la navidad pasada y no era precisamente entusiasta. La escena ante sus ojos era en verdad caótica por lo que se dispuso a apresurarse más de lo usual. Stella, que usualmente estaba sirviendo el café estaba de baja por su embarazo, por lo que Betty la reemplazaba. Y sólo Dios sabía lo lenta que era. El único milagro ahí era la dueña, ella y tres de las meseras del turno matutino. Bueno, no tanto la dueña. Pero algo es algo. Y por desgracia el resto de ellas eran estudiantes de secundaria más preocupadas por enviar mensajes de texto que por trabajar.

El negocio iba muy bien. No entendía porque la gerente se había empeñado en reemplazar al personal anterior. Bueno, si sabía pero seguía sin comprenderlo. El negocio no iba mal pero suponía que ahorrar nunca estaba de más. En todo caso ¿Qué sabía ella de manejar un negocio?

Pero volviendo al comentario anterior, ¿Estaría mal añadir que gritarle no era bueno para sosegar el ajetreo?

O talvez lo pensaba demasiado. Después de todo era su madrina.

Nike no pudo evitar sentirse mal porque a lo mejor y si tenía razón. Si se analizaba así misma podía llegar a ser realmente fastidiosa y exasperante. Los clientes no se lo decían, es más hasta parecían encantados con ella. Pero no evitaba el hecho de que a lo mejor lo hacían por mera educación.

Siempre la recriminaba por entrometerse. Hasta le había dicho que se consiguiera a alguien para canalizar su energía.

Un comentario realmente odioso. No andaba por la vida buscándose relaciones de una sola noche.

En realidad no le interesaba ninguno de los consejos que la Sra. Nogi recitaba cansinamente buenos o malos. Ese no era malo, ¿pero que esperaba? ¿Acaso quería que enfermara? La clase de salud sexual la había traumatizado de por vida. Y no es que estuviera en contra de ello por cuestiones religiosas. Podría ser virgen pero no una prejuiciosa. Y si iba a tomar ese paso algún día lo haría con un hombre que la amara y la respetara. No con uno interesado en pasarle quien sabe cuántos microbios.

− Nikey…

− Si, ¿Señora Nogi? – contestó mientras colocaba una bandeja vacía sobre el mostrador.

− Pero niña ¿Qué te pasa? Sabes cómo estamos hoy y te tomas el lujo de fraternizar con los clientes aún después de mi advertencia.

− Lo entiendo, de verdad lo siento – respondió rezongando mientras recostaba la cabeza en sus antebrazos sobre la encimera.

− Sí, sé que en verdad lo sientes – dijo sonriendo con sarcasmo

Nike se enderezó de inmediato

− Sabes que te amo de esa manera – Acotó, pese a su actitud, complacida − Y te aseguro que en otro momento no me molestaría – Hizo una pausa y entrecerró los ojos – tanto. Pero hoy estamos atareados por la ausencia de Stella y estas chicas que acabo de emplear.

– Es verdad. Me disculpo por lo anterior.

– Eso espero – Contesto tomando una taza de la estantería. Nike le dio la espalda y se alejó dos pasos para revisar cuantos pastelillos quedaban en el mostrador mientras susurraba para sí misma:

– ¿Stella? ¿No sucede esto a diario precisamente a partir de las dos de la tarde?

Sonya volvió la vista hacia ella dejando la cafetera al aire mientras servía más café.

– ¿A qué te refieres muchacha?

Los ojos de Nike se abrieron de par en par.

– Nada, no es…nada. Sólo discúlpeme

– Mmh… No creas que no te escuche, niña insolente.

Sus mejillas se pusieron calientes y no se atrevió a darse la vuelta.

Eso le pasaba por sus tendencias impulsivas y previsibles. Tan cierto como que Romeo amaba a Rosalinda y no a Julieta. Y sí, aunque había tardado milenios en leerlo, esa era su humilde opinión.

En fin, quien la entendía. Se molestaba con facilidad. Hablaba de más y sólo para ser justos ella era cien mil veces más molesta que Sonya Nogi.

− Ve a la mesa ocho – ordenó Calmil – Dos frapuccinos de caramelo.

− Enseguida, capitán – se dio la vuelta y exclamó con el saludo de un general.

Sonya Nogi no supo más que reír abiertamente.

Así que, allí estaba ella. Nike Lemecier, en una atestada cafetería de manhattan sosteniendo entre sus manos una bandeja con ambas órdenes. Siempre eficiente y centrada hasta que…

¿Por qué siempre le tocaban clientes difíciles a esa hora?

Verificó la orden y colocó reticente ambos pedidos sobre la mesa que quedaba cerca de la salida con gesto de absoluto fastidio. Porque ¡Por Dios! sólo él sabía que los Lemecier hacían y decían todo lo que pensaban. No fingiría una sonrisa, eso sí que no. Había pensado que sería un día espléndido a pesar de todo. No era el mejor, claro está, pero entretenido. Al menos para ella con la variedad de historias que se desarrollaban a su alrededor con solo observar y hablar con los clientes. Y si retomaba el asunto de la mañana, aunque incómodo, había estado bien. En todo caso, aunque los niños fuesen malcriados y caprichosos podía manejarlos con gusto. Le encantaban mucho. Esperaba tener muchos de ellos en el futuro. ¿Cómo no encantarse con esos querubines?

Por supuesto, obviando todo eso, lo que veía ante sus ojos en ese preciso momento era lo que no le encantaba. Realmente parecía no ser su día.

Definitivamente.

Porque era increíble la desfachatez del hombre al que se veía obligada a servir como mesera en ese momento. Lo que hacía no tenía precedentes, se dijo. ¿Cómo era posible que actuara tan desconsideradamente con su esposa? Porque claro que la conocía, y muy bien de hecho.

Un hombre infiel, mayor y aparte atrevido. No la respetaba ni a ella ni a todas las empleadas de la cafetería. Parecía un acosador. Alguien debía darle una lección. No es que pensara que debía ser ella estrictamente. No, para nada.

Llevaba meses conteniéndose gracias a las intervenciones de Mika, la gerente.

Quien, por razones que la incluían a ella y una fiesta de compromiso, no estaba en ese momento. Pero eso era cosa aparte.

Talvez se había tardado mucho con la esperanza de que solo fuera una jugarreta de su imaginación, pero no. Ya iría en serio. Nadie podría detenerla. Sería ella la que se encargaría. Y que bien que esta vez el susodicho decidió llegar con su esposa.

Puso ambas manos sobre su cintura alzo la barbilla despectivamente y sonriendo audazmente se decidió por no cerrar la boca y limitarse a observar. Y por supuesto que no se acobardaría. Lo haría. Después de todo, la palabra cobardía no estaba en su diccionario.

La joven Nike aunque risueña, inquieta y amigable, era también una entrometida empedernida y siendo que la impulsividad le dominaba más que la razón…