Disclaimer: Los personajes de Yuri! On Ice no me pertenecen, son propiedad del estudio MAPPA y sus creadoras, Sayo Yamamoto y Mitsurou Kubo.
Writing's on the wall
Luchaba con un par de mechones rebeldes de su nueva cabellera, su elegante traje de etiqueta lo hacía resaltar ante los ojos de varios espectadores que aplaudían el anuncio recién dado por parte de su padre; con veintitrés años recién cumplidos, por fin ingresaba a los terrenos empresariales de su progenitor, convirtiéndose en la causa de las ovaciones al ser anunciado como un nuevo trabajador y futuro heredero.
Al mismo tiempo, un pelinegro de diecinueve años no daba crédito a lo que leía; el primer paso de su más grande sueño ya estaba hecho, y su recién asignado editor le daba sus más sinceras felicitaciones.
Ambos se encontraban con la mirada yendo de un lado a otro a su alrededor, tratando de localizar eso que necesitaban, tratando de hallar una respuesta. Suspiraron, y cada quién miró a su respectivo frente, estaban empezando nuevas situaciones con una única incógnita en mente
¿Cómo encontrar algo cuando ni siquiera sabes que buscas?
...
—¡Sala! ¿No hay nada pendiente de revisión? —gritó desde su oficina un hombre de cabello color plata.
—No, no lo hay —respondió la secretaria, lo suficientemente alto para que le escuchara.
—Pero, ¿estás completamente segura? —insistió, asomando la cabeza.
—Viktor —le nombró, haciendo contacto visual con el aludido—, todo está en orden. Puedes estar tranquilo en tu oficina —le sonrió la morena, mientras se colocaba en su lugar de trabajo.
El hombre le dio una última mirada llena de desesperanza y se devolvió a su escritorio.
—Ah… —suspiró.
Ese era aproximadamente el suspiro número treinta del día. Recién eran los primeros días de enero y todo estaba tranquilo, demasiado tranquilo para su gusto. Le gustaba la paz y relajarse, claro que sí, pero el ser un hombre de negocios sin negocios que hacer durante el día, solo lograba aburrirlo; perdiéndose en sus pensamientos mientras hacía girar su silla de piel.
Trabajaba en una empresa encargada de realizar múltiples y distintos eventos en la ciudad de Manhattan, en Nueva York; ubicándose en Shearson Lehman Plaza, la empresa denominada simplemente como "Grupo Nikiforov", se encargaba desde celebraciones privadas como una boda o algún tipo de fiesta, hasta organizar reuniones ejecutivas o de personas de alto renombre.
Originalmente la iniciativa provenía de Rusia, el lugar de procedencia de él y su familia, sin embargo, en la expansión encontraron a Nueva York como una sede bastante activa, trasladándose allí años después. Actualmente, todo el mando lo tenía su padre, no obstante, Viktor estaba a nada de cumplir cinco años trabajando dentro de ella, dos como empleado normal y tres como jefe del departamento de planificación; ayudando en todo lo que podía en cuanto a los trabajos que les llegaban, haciendo siempre un poco más de lo que le correspondía.
Resignado, miró el reloj de pared que tenía al lado suyo, dándose cuenta que eran ya las tres de la tarde, y, que no había trabajo por ser principio de año, bien podía irse a almorzar con la mayor calma del mundo.
—Sala, iré a comer —le anunció a su asistente, dirigiéndose al elevador.
—¡De acuerdo! Que disfrutes tu comida —exclamó, sin quitar la mirada del computador.
Era raro que saliera a comer, normalmente pedía algo y lo comía ahí mismo, pero sentía que, si seguía entre las paredes de su oficina, explotaría.
Tomó su auto del aparcamiento y condujo un rato sin rumbo fijo, hasta que pudo divisar un letrero que recitaba su entrada a Greenwich Village. Encogiéndose de hombros, decidió dejar el vehículo en algún estacionamiento. Al descender, empezó una caminata sin ningún camino en específico, llegando minutos después a una explanada despejada; donde decidió sentarse un momento sobre una banca vacía para pensar a donde dirigirse. Pasado un momento, su vista se enfocó en mirar a los transeúntes ir y venir; padres con sus hijos, una que otra pareja de la mano, un joven enfocando con una cámara fotográfica, perros siendo paseados por sus dueños.
Podría jurar en ese momento que lo que sentía era una especie de envidia, verlos tan apacibles disfrutando el día soleado, sin preocupaciones en ese momento, deteniéndose a observar algunas hojas caer de los árboles, el desearía estar así, disfrutar todo, que esas ganas de tener algo que lo hiciera regresar al pasado, se esfumaran.
—Señor —escuchó que le hablaron, sacándolo de sus pensamientos.
—Oh, hola —saludó a un niño frente a él, el cual alzó su brazo para señalar bajo sus pies; al parecer, su pelota se había colado entre ellos. El peliplata la tomó y se la devolvió—. Aquí tienes —sonrió.
—¡Muchas gracias! —agradeció, yéndose alegre.
Suspiró —de nuevo, el número treinta y uno—, miró su reloj y se dio cuenta que ya había pasado media hora divagando, se paró del asiento dispuesto a encontrar un local donde almorzar, sin embargo, miró como en un extremo de la explanada, había gente agrupada, y bueno, era una persona a la que siempre le ganaba la curiosidad, así que se acercó para ver qué era lo que tenía absortas a las personas.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, pudo observar a tres muchachos diferentes; uno de tez morena con cabellera negra, otro más pequeño de cabello café y piel clara, y por último uno que también tenía tez morena y cabello negro, pero sostenía una expresión un tanto seria. Todos portaban trajes llamativos, como si fuesen actores de obras de teatro.
«Debe tratarse de artistas urbanos», pensó. Ya que no era nada raro encontrarlos por ese tramo de la calle; era algo casi cotidiano.
Tratando de acercarse un poco más, pudo escuchar lo que parecía, el final de una actuación callejera.
—¡Qué traje tan magnífico! —exclamó el más pequeño.
—¡Qué bordados tan exquisitos! —prosiguió el de tez morena.
—¡Pero si está desnudo!
—Y todo el pueblo comenzó a gritar lo mismo, pero, aunque el emperador estaba seguro de que tenían razón, continuó su desfile orgullos —finalizó el de rostro serio.
Al momento de recitar el chico de semblante neutro esa última frase, el público reunido estalló en aplausos; recibiendo los exponentes gustosos las alabanzas, agradeciendo con pequeñas reverencias.
—¡Gracias, gracias! Pueden disfrutar de más lectura como éstas en la nueva librería cerca de aquí, ¡no se arrepentirán! —exclamaba el de menor altura, repartiendo pequeñas tarjetas a las personas.
Viktor sonrió y se dio la vuelta, volviendo a su idea original de ir a comer. Pero al girar y tratar de dar un paso, se percató de una presencia delante de él.
—Oh —dijo, dándose cuenta que quién tenía el frente era al chico inexpresivo—. Hola —saludó dudoso, el otro en respuesta solo le extendió un rectángulo negro, esfumándose después de tomarlo el peliplata—. ¿Gracias? —musitó al aire, depositando el papel dentro de su cartera emprendiendo marcha a algún local que satisficiera su necesidad en el estómago.
…
Ir a comer fuera de sus instalaciones de trabajo se había hecho algo rutinario.
Probaba distintos establecimientos, desde restaurantes hasta donde ofrecieran simples pero satisfactorios bocadillos. Ese día no era la excepción, pensando en ese momento su próximo blanco para deleitar sus papilas.
Las calles estaban llenas de cafés y lugares apacibles, su mirada bailaba entre donde caminaba y la otra acera, tratando de localizar alguna fachada que llamara su atención, el tener tiempo libre para ir y explorar establecimientos culinarios tenía su punto malo, en algún momento ya no había nuevos.
El peliplata chistó la lengua, tratando de pensar cuál era su antojo de ese momento, pero, en su lugar, vislumbró una vaga imagen de letras blancas sobre una superficie café, si mal no recordaba; era parte de una tarjeta que había recibido hace varios días de un chico de semblante serio; sacó su cartera en busca de ella y confirmar su deducción inicial; en la parte baja del papel se encontraban las palabras "librería y café", si había café tenían comida, ¿no?
Afortunadamente no quedaba lejos de ahí, tan solo tenía que cruzar un par de calles; al corroborar la dirección, ubicó un local color café con un gran ventanal con un par de letras sobre él recitando "Makkawa Kha". El ojiazul miró pensativo el establecimiento, terminando por cruzar e ingresar a la librería.
Al mover la puerta, se escuchó el tintineo de una pequeña campaña, lo cual atrajo la atención de unas cuantas personas que escuchaban atentas a un joven que leía para ellas; Viktor se disculpó en silencio, dirigiéndose a lo que creía, era la barra para ordenar café.
Tomó un pequeño menú de dos partes pensando que ordenar, cuando de un momento a otro, sintió una mirada penetrante sobre él.
—¡Bienvenido! —soltó de repente un chico de piel morena que lo miraba sonriente.
—Gracias —respondió cortés el ojiazul, alzando una ceja en el proceso.
—¿Listo para ordenar?
—Ah —murmuró indeciso, dando un rápido vistazo a las bebidas y comestibles—, que sea un café helado y un sándwich —pidió con una pequeña sonrisa.
—Entendido —acotó el moreno, dando media vuelta mientras mostraba una señal de almirante.
Mientras, el peliplata miraba los alrededores del establecimiento, era lo suficientemente grande y acogedor; todos los muebles eran de madera, desprendiendo un agradable y fresco olor, seis estantes con libros al fondo del lugar, divisándose más allá una especie de tabla de madera alfombrada, tenía una pequeña parte superior con repisas repletas de libros y un par de sillones puff, y, para finalizar, no muy lejos de su asiento, estaban otros tres estantes pegados a la pared, teniendo frente a ellos un grupo de personas sentadas en pequeños sillones color verde, y otros tantos en el suelo, escuchando atentamente una lectura declamada por un joven de cabello negro recargado de una pequeña mesa junto a una ventana.
La mirada de los oyentes estaba repleta de atención a la historia, podía jurar ver los ojos ajenos brillar ante cada palabra; él oía las palabras recitadas más no las escuchaba, le hubiera gustado llegar antes de que el relato comenzara, ya que, estando a la probable mitad de la historia, sentía que no tenía mucho sentido brindarle atención.
—Interesante, ¿no? —escuchó a su espalda, haciéndolo sobresaltar.
—¿Perdón? —respondió, reordenando sus pensamientos.
—La lectura, ¿te está gustando?
—Oh, eso. No me gusta mucho escuchar una historia a la mitad —comentó apenado.
—Siempre puedes leerla desde el principio —sugirió el chico, colocando los alimentos que había ordenado sobre la barra—. También tenemos lecturas jueves, viernes y, normalmente, lecturas infantiles los fines de semana —informó amablemente.
—Gracias por la información, trataré de recorrer el vecindario esos días —respondió cortés.
—Si necesitas algo más, estaré por allá —dijo, señalando la esquina de la barra de madera, el peliplata se limitó a asentir con la cabeza.
Se limitó a degustar su comida mientras seguía observando de reojo la decoración del lugar, hasta que, en un momento dado, sus oídos dejaron de ignorar la voz ajena, colocando mayor énfasis en ellas, pasando sus mordidas al emparedado a ser más lentas conforme cada oración llegaba hasta su lugar.
—Entonces, ¿dices que te faltan lugares por recorrer? —le preguntó el pelinegro, mirándolo curioso.
—No, no… bueno, algo así. No estoy seguro —contestó el aludido, rascándose la cabeza.
—Repíteme, ¿qué haces cada que te vas de las ciudades que visitas?
—Me despido, y, al hacerlo, miro a todas y cada una de las personas con las que estrecho la mano o recibo un abrazo; tratando de sentir si hay… hay algo. Pero nunca hay nada, al menos hasta ahora —murmuró el castaño, colocando una mueca en su rostro.
—Sabes, al menos, ¿qué es ese algo? —preguntó, mirándolo de reojo.
—¿Te conté de mi sueño? ¿La estrella?
—¿La fugaz que miraste a la sombra de los ojos de alguien?
—Sí, esa —respondió, recargando el cuerpo sobre la pequeña vereda de la calle.
—¿Me estás diciendo que lo que buscas es mirar estrellas fugaces en los ojos de alguien?
—Tal vez, o quizás solo sean estrellas normales —respondió riendo—. Lo único que sé es que, probablemente, me falta mucho por explorar. Y tal vez, un día, llegue sin avisar.
Ambos continuaron tomando pequeñas piedras para tirarlas al otro lado de la acera, formando un acogedor silencio que minutos después fue roto por Leon.
—Creo que, en eso puedo entenderte —comentó súbitamente, lanzando una piedra nueva.
—¿"En eso"? —interrogó Seth, mirándolo dudoso.
—Que falta algo. O bueno, en mi caso, que perdí algo —corrigió su comentario.
—¿En serio? Y, ¿qué es lo que te falta?
—No lo sé —respondió alzando los hombros, recibiendo una mirada retadora por parte de su acompañante—. Quiero decir… a veces me quedo mirando el techo, veo situaciones a mi alrededor y pienso: sí, lo he perdido, he perdido…
—He perdido… ¿Qué?
—Exacto —respondió mirándolo, recibiendo una expresión confundida de su interlocutor.
—Tus pensamientos son extraños —comentó risueño, negando con la cabeza.
—Mira quien habla —dijo, contagiándose de la risa ajena—. Pero, al menos, ¿me dirás cuando encuentres algo?
—¿Y tú cuando sepas sobre eso? —respondió, alzando una ceja.
—Prometido —contestó el de largo cabello.
—Prometido —dijo, de igual manera.
Después de eso lo único que se podía escuchar era el pasar de autos que transitaban al azar, los pequeños trozos de roca aterrizando del otro lado, y el ruido del viento que se colaba entre ambos. Y continuaron con su divertida hazaña de arrojar cosas, dejando que la transición de colores sobre el cielo diera pauta al manto oscuro que introducía a la noche, envolviéndolos lentamente, todo entre una charla de preguntas sin respuesta y objetos no encontrados.
El joven narrador acomodó los lentes de marco azul que se habían caído un poco por el puente de su nariz, alzó la mirada a sus atentos oyentes y cerró el libro con su mano derecha, dando a entender el final del capítulo; seguido de eso, los aplausos no se hicieron esperar, formulando una pequeña sonrisa en el chico de cabello negro.
Viktor tardó unos segundos en volver en sí, los pequeños diálogos que pudo percibir lo adentraron completamente en cualquiera que fuese la historia que el chico leía; ni siquiera pudo percatarse en qué momento devoró sus alimentos. Trató de despejarse moviendo su cabeza de un lado a otro, divisando como el joven estrechaba las manos con varias personas. Pensó en acercarse a él para preguntarle sobre el nombre de la lectura finalizada, pero había mucha gente alrededor para su gusto.
Mientras pensaba qué hacer, el chico de piel morena hizo aparición de nuevo.
—¿Necesitas otra cosa? —preguntó sonriente, retirando los trastes del peliplata.
—No, no… Solo la cuenta —pidió amable, mirando de reojo al grupo de lectores.
Mientras esperaba movía el pie de manera frenética sobre la losa, era un hombre curioso y no le gustaba quedarse con dudas, menos si las podía resolver ipso facto; haciendo ademán de levantarse del asiento para acercarse lentamente, fue llamado nuevamente por el joven que lo atendió.
—Aquí tienes —dijo, devolviéndole cambio junto a su ticket.
—Gracias —respondió, y, justo en el momento que terminó de pronunciar su agradecimiento, canalizó el sonido de la pequeña campana de la entrada, la cual, a través de la ventana, pudo vislumbrar que se trataba de la salida del joven narrador.
El peliplata no pudo evitar lanzar una pequeña maldición.
—Y, ¿ya te decidiste? —escuchó que le preguntaban.
—¿Decidirme? —preguntó dudoso.
—Sí, ¿ya decidiste si volverás para escuchar alguna lectura? —interrogó, con un cierto deje de emoción en su habla.
Viktor ladeo el rostro hacia el gran ventanal junto a la entrada, dirigiendo su mirada al camino por el que el chico de pelo negro se había marchado. Percatándose que ya ni siquiera podía percibir su sombra, respondió:
—Sí, probablemente volveré.
«»
Los pequeños diálogos de la actuación callejera son un fragmento del cuento "El traje nuevo del emperador" de Hans Christian Andersen (uno de mis cuentos favoritos).
Notas finales: ¡Hola a quién sea que haya llegado hasta aquí! Pues, inicio con esta historia, esto comenzó como un borrador a principios de año, por contratiempos no había tenido el tiempo suficiente de desarrollarla, pero ahora, pienso aprovechar mi tiempo vacacional (o eso espero), sin obviar el hecho de que tenía muchas ganas de realizar un longfic de estos dos.
Por mi parte, espero estar actualizando los sábados en el transcurso de la tarde-noche. Sin más, espero que este pequeño inicio haya sido de su agrado, al igual que el futuro desarrollo de la historia.
Nos leemos,
—K.