Ni Harry Potter ni Fairy Tail son de mi prioridad, esto es tan solo un Crossover. Son Rowling y Mashima quienes han motivado a esta efímera pluma a escribir una historia. Gracias a Alex Daniel por Betear. Como siempre, toda nota al final del capítulo. Disfrutad.

Canis Major. — Capitulo 0 – Mar Celestial.

Contador de Palabras: 4874 — Universo: Libros/Manga y Anime. Ubicación actual: Plano Celestial


Es curioso como múltiples dimensiones pueden converger en un único y efímero instante. Un inconexo y repentino punto que no suele repetirse con ningún tipo de facilidad.

Almas. Como simples manojos de energía, brillaban sin rumbo fijo en la gran tela oscura de un profundo vacío. Pequeñas, múltiples, como simples motas de algodón traslucido flotando de forma vaga e inconsciente ante sus meras existencias. Presencias, que significaban todo y nada. Bien y mal. Algunas nebulosas y otras manchadas. Moteadas, lisas, uniformes y amorfas. Algunas fantasmales y débiles; otras tan brillantes como la misma luz de la luna. Silenciosas, expectantes, confusas e inconscientes de sí mismas y todo su alrededor. Eran tantas y tan pocas a la vez, sin un mero propósito ahora, pero establecidas para algo. Aguardando por algo. Algo…

¿Qué? ¿Aguardando por qué?

Una pregunta tan simple y a su vez tan inherentemente importante.

¿Eran conscientes de su grandeza? ¿De su importancia? Aquellos pequeños seres, desprovistos de un cuerpo físico en el cual habitar, ¿Eran ellos conscientes de su valía? ¿De qué eran especiales entre cientos, de miles, de millones en billones? En mundos enteros.

El Rey Celestial no lo sabía, y sin embargo, los observo con ojos calmos, vagando su mirada sobre las múltiples siluetas de material traslucido y blanquecino; plasmático. La substancia era brillante y concisa, algunos contaban con leves puntitos. Tan solo flotaban lejos de él. A su alcance, pero separados de aquel punto de luz y mundo que era su tarima y columnas por el interminable vacío.

Como siempre, se dedicó a observar.

Ellos. Todos y cada ellos. Eran seres especiales. Seres que en momentos eran inverosímiles: algunos tan puros, y algunos tan dañados. Imbuidos en el polvo de cientos de estrellas. Imbuidos por el éxtasis del no existir y el cobijo de la inconciencia. Anestesia ante la falta de propósito. De Vida. De Rumbo. De las pérdidas. De las esperanzas y los sueños rotos. De todo aquello que carecían esos pequeños seres que venían de un y mil mundos. Todos diferentes. Todos tan iguales. Valiosos y llenos de intriga inconsciente sobre el mas allá. Como cualquier alma en proceso de pasar al mundo puro.

Sin embargo, había pocos de ellos, tan solo eran un puñado los que acababan aquí. Frente a sí. En aquella habitación de columnas de piedra perlada, luminiscente, dispuesta en el centro de aquel extenso vacío. La rasgadura del mundo al cual iban los rezagados. Los olvidados. Los que no podían volver pero por algún motivo no podían proseguir. Algunos necesitaban tiempo. Otros ser examinados con cuidado. Y aquellos que llegaban con él, al Reino Celestial, siempre guardaban una chispa de fulgurante potencial.

Siempre guardaban algo que convertía una llave en una llave especial. No importaba su ornamenta o su color. No importaba su símbolo o su rareza, todos eran iguales ante sí. Unos cuantos tan solo tenían más responsabilidades. Una tonta diferencia.

Oro y Plata. Algunos de los cuales el veía como Bronce, simples temporales, pues no duraban mucho y su deber era corto. Cada uno de sus niños, alguna vez, había sido aquel pequeño tipo de ser. Una pequeña e insignificante nubecilla que se transformaría en un ser cambiante. En un ser adaptable, leal y poderoso a su propia forma. Experto en su campo de concentración, fuera luchador o no. Un ser proveniente de las estrellas. Un alma de las constelaciones.

Un Espíritu Celestial, traído ante su Rey por el mismísimo flujo del universo. Cada pequeña vez.

Algunos tomaban formas similares, siendo muchísimos de una misma clase, pero especiales entre ellos al fin y al cabo. Otros, quizá con más suerte o más complicaciones, acababan siendo una clase más rara de Llave; aunque no en todos los casos eran vistas como tal. Los Dorados, en especial, no corrían con tanta suerte. Eran únicos entre todos los demás. Sin hermanos de constelación, sin otros similares a ellos provenientes de sus propias estrellas. Solo existía uno de su propia constelación; eran líderes y protectores para todos los demás. Los de mayor rango, y también la mayor rareza e importancia entre los Contratistas. Los Magos Celestiales veían a los Doce del Zodiaco como un gran premio a ganar, un gran aliado a tener, pero no todos sabían valorarles. Eso llegaba a provocar problemas, pero muy raras eran las veces en las cuales uno de los Dorados llegaba a quebrar alguna norma del Gran Reglamento que les regia, sin importar el tipo de razón.

Los Bronce, sin importar su rareza o aparente falta de utilidad, eran espíritus temporarios. Cumplían una misión que los ataba a la existencia. Podrían pasar por mil y un contratistas, o solo por un único par de manos

Las Llaves de Plata eran más… juguetonas. Eran variables. Eran traviesos, mas infantiles que sus superiores dorados, pero no por ello menos queridas entre los contratistas. A diferencia de los Dorados, los de Plata poseían muchísimas habilidades diferentes; Guerreros, eruditos, sabios, amigos, simples compañeros o guardianes y protectores. Podían ser cualquier cosa, actuar como cualquier cosa sin importar sus poderes, y mantenerse con sus Contratistas en su mundo el tiempo necesario y mientras la magia de su vínculo resistiese su drenaje. Pocas eran las ocasiones en las cuales algún Plata hubiese roto las reglas, sin importar cuál de ellas fuera. Y por ende, eran pocos Platas los que habían sido castigados por tamaño crimen. Fuese contra ellos mismos o sus Contratistas.

¡Plop!

El suave sonido llamo su atención, logrando que el Rey Celestial levantase su mirada del punto vacío en el cual la había posado. Fuera de la maraña de motas espectrales, una de las tantas almas enviadas a su reino flotaba sin rumbo. Más cercana que las demás. Pequeña y algo más impertinente, manchada de colores grisáceos. Menos blanquecina que todas las demás. Opacada. Manchada. Emitía una suave aura que no le costó percibir.

Desesperación.

Sintió una pisca de genuina sorpresa ante la acumulación de energía que flotaba de forma vaga y errática a sus manos. Esta pequeña nube, descolorida y desconcertada, era un alma dañina. Perdida ante la enorme adversidad, y con el eco de su muerte aun presente en sus sentidos. En silencio, dejo que el pequeño nubarrón de energía flotase de forma torpe sobre su palma. Ella –no. Era un él. Podía sentirlo aunque fuese de forma vaga, él era un alma dañada de forma terrible por causas fuera de su propio poder. De su alcance o decisiones.

El Rey Celestial entrecerró los ojos, y dejo salir un monosílabo de interés, analizando aquella pequeña alma frente a sí. Había muchas almas puras en espera de ser escogidas, en proceso de partir al mundo para cumplir un propósito. Muy pocas almas eran elegidas de sus propios mundos para pasar a este plano. Usualmente, buscaban la redención y una segunda oportunidad en su propio existir, el plano del cual venían y al cual pertenecían. Muchos tipos de almas ya habían pasado por sus manos, examinadas y evaluadas para su proseguir. En ocasiones necesitaba tiempo para decidir. En otras, apartaba algunas para tomarse algo más de tiempo en unirlas a una llave. Una tarea laboriosa que le tomaba tiempo y dedicación. La orfebrería en la llave, el símbolo, la marca, La forma del espíritu y adecuar su personalidad a su nueva cultura. Imbuir las reglas y deberes en ellos desde un inicio, y aclararles que al ser contratados tenían un deber. Mujeres, ancianos, niños, mártires. Muchas almas, más puras y menos aproblemadas, merecían una segunda oportunidad. Muchas más de las que el propio Rey Celestial pudiese contar en su infinita y sabia existencia.

Sin embargo, era esta alma manchada y casi rota la única que se había adelantado hacia él. Impertinente, impaciente y desconcertada. Era una posibilidad que no lo hiciese con intención, pero quedaba demostrado el creciente cumulo de voluntad que se acumulaba en su interior por momentos. En miles de años, ni una sola alma se había aventado hacia él desde el mar de espíritus. Siempre permanecían tranquilos, e inconscientes de existir. Pero la voluntad era más fuerte en este ser que cualquier otra de sus dormidas cualidades.

Le analizo con más cuidado. Uhm, Sí. Sabía de dónde provenía en específico este ser. Hécate ya le había provisto de almas con anterioridad para formar nuevas llaves. Espíritus con rasgos únicos que perduraban para los siguientes de su clase. Algunos buenos maestros, otros increíbles amigos. El alma más reciente de ese mundo había arribado hacia muy poco, al menos en términos celestiales. Se le hizo curioso porque, justamente Hécate, le enviaba de nueva cuenta otra alma más en un tiempo tan corto. Estaban conscientes –ambos– de que muy pocas almas de aquel mundo podrían soportar un proceso de conversión, y las pocas que lo lograban compartían algún tipo de nexo en común. Como, por ejemplo, ser Magos.

¿Porque Hécate, justamente ahora?

Eran esporádicas las ocasiones en las que obtenía un alma proveniente de aquel mundo en particular. Podría contarlas con los dedos de las manos y le sobraría espacio. Observo el alma en su colosal mano con más detenimiento. Sentía cierto… interés.

Con una muy leve oleada de magia, su vista se amplió de sorpresa. Y una chispa de furia cruzo su mirada.

Magia bullo a su alrededor por un breve instante, conteniendo su furia y pese a todo dejando escapes. Las columnas de piedra luminosa, e incluso aquel suelo de mármol purpureo bajo sus pies temblaros y se agitaron con la oleada de energía. Tan rápido como vino, desapareció.

¿Cómo no ocurriría? Podía sentirlo. Aquella alma, perteneciente a un amigo, un protector y un guerrero, estaba tan dañada. Este ser, candidato para ser un futuro espíritu, estaba marcado más allá de lo imaginable. Dañado. Roto. Casi inutilizable. Sintió ira bullir desde lo profundo de su propia magia. Seres desgraciados, aquellos seres de oscuridad. Pudo sentirlo, las manchas en el opaco y traslucido ser no se debían a una sola cosa, pero aquellas que eran más profundas y marcadas eran trabajo de un ser horrible, un demonio cuyo nombre y existencia podría variar en todos los mundos, pero siempre compartían una misma cosa: Era un Devorador de felicidad.

Este individuo había sido asediado por Devoradores de Felicidad Devoradores de Alma, por muchos, muchísimos años. Esos seres repugnantes absorbían la magia, la hacían propia, y se aseguraban de dejar solo tras de sí las huellas de los peores momentos del individuo en el frente de su memoria. Se llevaban los sentimientos de felicidad poco a poco hasta dejar nada. Y cuando no podían quitarte más, cuando la última gota de alegría te era arrebatada, esos seres del averno cumplían su función y clavaban la mandíbula a la del receptor, inundando de frio glacial el cuerpo y arrebatando la conciencia, el alma y todo tipo de sensibilidad de cualquier ser. Tan solo dejaban un frágil cascaron detrás.

No era de extrañar el comportamiento errático y desesperado que presentaba esta alma. La sensación de falta de propósito, de pérdida y desconcierto que emitía en muy leves pulsaciones a cada segundo que pasaba. De lo restante de este individuo, era apenas concebible que él pudiese obtener una conciencia estable. Una conciencia firme y viable requería ciertos requisitos, y ser expuestos a Devoradores no era precisamente la mejor opción para preparar a alguien para la otra vida. Era una condenada tortura. Todo ser de rango similar al suyo conocía los peligros que representaban los Devoradores de Alma, sin importar que tipo de emoción buscasen para alimentarse. Felicidad, Tristeza, Miedo, Amor, Placer. Todos los tipos de devoradores imaginables roían lentamente el interior del alma, apoderándose de los individuos. De sus mentes, sus corazones, y finalmente les hacían sucumbir entre ser un cascaron vacío, volverse completamente locos, o –la madre magia no lo quisiera– volverse uno más de esas malditas razas.

Reprimió un estremecimiento evocando una mueca y apretando la mandíbula.

La última vez que uno de esos seres repugnantes había pisado sus dominios, fueron sus propias armas, y el sacrificio de tres de sus niños de Oro y sus respectivos contratistas las que llevaron a la ruina al endemoniado ser. Su ser temblaba ante el mero recuerdo, con el sentimiento de ira e indignación aun burbujeando dentro de sí. Podía recordar como el cielo sin nubes los gritos y la tristeza que habían embargado su reino durante meses, sino años celestiales debido al trauma de la experiencia.

Su ser hervía con el mero recuerdo de la experiencia. Era una ofensa que ni Earthland, Hécate o el mundo de los Espíritus Celestiales jamás olvidaría.

Dio un largo suspiro.

Debía guiar su pensamiento a terreno neutral. Su mirada se desvió de nueva cuenta a la mota de energía en su mano, flotando de forma torpe y poco ordenada sobre la amplia superficie. Podía ver los cimientos de su vida y su personalidad pasada en las suaves motas de luz que quedaban, así como eran ante si evidentes las trazas de arraigada oscuridad, tanto heredadas como adquiridas, el las manchas oscuras y cicatrices grisáceas de su alma. Era una conciencia rota, lúgubre, perdida y casi inservible. Asediada por dolor, la pena y la desgracia; pero aun así, conservaba algunas —quizá muy pocas, pero existentes trazas de luz. Brillantes, blancas y fáciles de percibir entre la bruma grisácea que conformaba el cuerpo de este candidato.

Estaba roto, fraccionado y herido. Quizá más allá del arreglo. Había enfrentado la influencia de los Devoradores por más tiempo de lo que un humano común podría soportar sin recaer en la locura. Ese último pensamiento traía a colación aún más curiosidad. ¿Porque–? Obsesivo. Encontró aquella cualidad, –no muy positiva, pero útil en este caso–, flotaba entre las manchas negras de su bruma sin ser consiente, disimulada entre tanta oscuridad. Veía ecos de Lealtad. Arraigadas trazas de rencores. Motas de pocas alegrías, algunas grises, un par blancas como la luz de la Luna. Alzo una ceja, procurando dejar más atención en cada pequeño dejo de características que se presentaban en él. Meras sombras de su actitud, pero con la suficiente fuerza, arraigados de forma tal que incluso muerto no iban a dejarlo.

Era fuerte. Una presencia fuere incluso después de la muerte.

Le dejo vagar un poco más. Avanzaba y retrocedía en patrones inconexos, en ocasiones por mera inercia debido al empuje de su propia magia, pero terco y constante volvía a su posición inicial. "Mírame. Empújame. Estoy aquí. No voy a caer. Sigo de pie." No parecía dejarse guiar, incluso en su comportamiento fuera de lo común. Ambivalente, reflexiono, quizá demasiado por la fragmentación errática en su espíritu. Con su atenta mirada sobre el cumulo, desvió su atención a cada mancha que poseía, clara y oscura. Herido. Dolido y Traicionado. Poco viable, problemático e inestable. Capaz de ir en contra de cuanto pudiesen enseñarle con tal de seguir lo que sintiese correcto y– ¿Eso que percibía allí era cierto… desdén por la autoridad? El Rey soltó un bufido. Casi quiso sonreír, viendo en un alma adulta una cualidad tan infantil y cambiante. —No. Un momento. No era un desdén por las reglas, o la autoridad. Era, de hecho, un arraigado desdén por la subordinación. Desdén por la obediencia sumisa y sin contemplaciones. Desdén por la falta de voluntad, atado a un fuerte amor por la rebeldía, por la libertad y las emociones nuevas. El Rey celestial empujaba, delimitaba obstáculos pequeños, bloqueaba su paso. El pequeño ser sin conciencia retrocedía, era movido, chocaba con sus trabas. Pero no se rendía. "Estoy Aquí. Existo. No voy a rendirme." Era curioso como podía expresar tanto sin tener un mínimo resquicio de voz, de mentalidad consiente o de voluntad enfocada. Era una simple maraña de emociones sin sentido que le guiaban de la mejor manera que podían. Pese a todos los males pasados, seguía de pie. Se mantenía siendo si mismo incluso bajo capas y capas de protecciones instintivas, de cualidades negativas adquiridas, de tambalearse ante la línea de la locura.

Quizá eso era lo que le mantenía ahí, flotando y tambaleándose frente a él. Manteniéndose firme en soledad y hundido en ecos de abandono y miseria. Perdido entre la oscuridad que incluso en la otra vida seguía persiguiéndolo. Clavado en su interior, como una garrapata. Y el seguía ahí, de pie, aguantando el dolor y el temblor ante el abismo de la locura.

.

—Desacuerdo…—

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Terco incluso después de morir.

Algo que un contratista que se encontrase en un aprieto encontraría especialmente útil.

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Elevo su mano hasta el nivel del rostro, El Rey Celestial permitió fluir una muy pequeña sonrisa en su rustro ante su final tenía su resolución. Le tomo tiempo, como con cada uno de sus niños, porque cada nuevo caso era único y especial. Envolviendo de forma suave al cumulo con algo de magia celestial, procuro que no se desestabilizara. Al crear a un nuevo tipo, era de vital importancia que no perdiese forma, que se mantuviese tal y como se encontraba, con manchas, arraigos, con Personalidad.

La plataforma en la que se encontraban tembló de forma muy leve, resonando con su magia. Los pilares a su alrededor emitieron luz suave, como si estuviesen conformes con su decisión. El mar de almas y estrellas siguió allí, flotando impasible en el vacío. Sentía el denso silencio de aquella sala llenarse con suave melodía: dulce, melancólica, llena de vida y de paz; intensa y poderosa, capaz de sacudir hasta los cimientos el corazón y el espíritu. Suave, constante, concisa. Iba en un intenso crescendo, obteniendo cada vez más y más intensidad en su fuerte sensación Celta que evoca la nobleza, la valentía y el valor al espíritu. Recodaba a la perdida y a las desventuras superadas, a las marcas arraigadas y a Fe. A la Unión. A la Esperanza. A mantenerse siempre firme ante las gigantes adversidades que pudiesen venir de más allá de sus propios caminos.

Cúmulos de energía, brillantes y tranquilos se hicieron presentes. —…No. Oro no. —El intenso brillo de dicho color menguo. Su Candidato se encontraba muy roto para emplear un material tan blando en su recreación. —…no sería útil para ti a largo plazo... —Realizo un leve giro con su dedo índice. La luz de aquel material descartado se retiró, saliendo a paso lento entre la maraña de diferentes y vivaces colores que flotaban a su alrededor en espirales suaves y constantes, concisos, casi conscientes de su petición silenciosa para cumplir su deber.

Era en demasía errático para ser un Espíritu de Oro, llenar una puerta del Zodiaco requería de tiempo, esfuerzo y dedicación con cada una de sus llaves, cuñas y emblemas. Era un material muy blando, muy raro, y a su vez poderoso. Pero acarreaba muchas responsabilidades. Necesitaba almas que volviesen a sus Niños de Oro fuertes, tenaces. Almas más completas, que pudiesen conectarse entre sí viendo más allá del deber, más allá de la lealtad a sus Contratistas, y pudiesen no guardar rencor en contra de sus hermanos si estos se encontraban en el lado contrario del campo de batalla. Formar un Zodiaco llevaba tiempo, esmero y cuidadosa planeación. No podía crear una llave de oro por un mero capricho. Eran demasiado exigentes, y demasiado importantes.

No. Usar el Oro no le serviría.

Con detenimiento, se permitió examinar concienzudamente sus opciones remanentes. Los colores y las cuñas, cuchillas y herramientas flotaron de forma silenciosa a su alrededor.

El Bronce también era muy débil para ser empleado, pero no en la misma forma que resultaría serlo el Oro. Las llaves de Bronce eran raras por su funcionalidad y duración. Para alguien tan apegado a la rebeldía y la libertad, seguir la mentalidad de un espíritu de Bronce sería contraproducente. Bronces, asignados a un solo propósito, e inservibles una vez cumplido, pues su conexión con su llave terminaba allí. No solían tener muchos Contratistas, y si era honesto, eran espíritus momentáneos, que iban y venían sin mucho apogeo. Su existencia era una tarea que debía cumplirse para pasar al más allá. Necesitaba un propósito estable y una existencia duradera que permitiese desenvolverse y recrearse sin pensar en el final de la misma.

Por lo que, agitando la mano, descarto el Bronce haciéndole desaparecer. No sería útil para este proyecto.

Evaluó entonces los colores de los símbolos, y las propiedades de las cuñas, los grabados y las decoraciones que podría utilizar. No había realmente un color determinado para cierto tipo de llave. El Zodiaco solía emplear los colores básicos de la magia, mientras que el Plata y Bronce utilizaban cualquier color dependiendo de su personalidad, usualmente contrastado con un fondo de blanco puro para su símbolo. Y un emblema de un color fuerte e intenso.

Y así como la música proseguía, un suave canto digno de las valquirias inundo la habitación. Luces y sombras rodearon al imponente ser, y el cumulo trastabillo sobre la superficie de su mano al suave compas de la canción, obteniendo algo similar a un pulso de suave y melancólica calma.

Negro para la Fuerza y la Elegancia. Sobriedad, para mantener la ambivalencia en calma. Un color perfecto para representar los extremismos y el vacío del corazón. La intensidad era reflejada con el saturado de la coloración, una forma de animal cortada de un solo y profundo color. Bordeándole, y contrastando con el fondo grisáceo de la propia plata, un leve contorno azul Rey recorría la silueta de la criatura como su fuese un halo de luz, aullando a plena voz hacia el cielo. Potente, firme y testarudo. Coronado con un par de puntas, y lo que parecían colmillos, el fondo del emblema, carente de esmalte y por ende de un brillante plata, relució con vigor dando un brillo de orgullo.

El Rey de los Espíritus sonrió con complacencia. Sí. Plata sería un buen material.

—…tampoco debemos dejar atrás tu cuña, ¿No es así? —

Tenía aquella vieja costumbre, hablar solo mientras creaba a sus espíritus, volvía ameno el trabajo y le daba cierta paz. Era una forma sutil de formar un vínculo con ellos, por pequeño que fuera. Su magia reconocería la propia, y entenderían hasta cierto punto la jerarquía de rango de forma instintiva. Era un método sencillo para codificar, con calma y eficiencia, muchas de las cosas básicas que todo ser de su raza conocía de forma subconsciente. Las melodías, la luz, incluso los materiales tenían cierta influencia para su desarrollo mágico y mental, consiente e inconsciente.

Sí. Aquello podría ser.

Ayudaría y beneficiaria a la larga al crecimiento de sus poderes, el tiempo suficiente para poder asignarles un mentor. Hizo un ademan ágil, logrando que las diversas luces girasen aún más. La melodía creció, tornándose lenta y atronadora, evocando la sensación de valentía, emoción y amor por las experiencias que tanto eco hacía en la bruma que era ahora el alma. Al crear un espíritu, sin importar el tipo de llave o rango, y en especial si era uno nuevo, las condiciones debían ser siempre estables en todo momento. Ellos desarrollarían poderes diferentes a la larga, relacionados con sus almas y su antigua vida hasta cierto perímetro. Un alma de un músico manipularía un instrumento, un erudito tendría información y sabiduría. Un guerrero tenía poder, y así de forma sucesiva. Frunció un poco el ceño recordando como Cáncer había sido seleccionado. Incluso ahora se preguntaba como había parado con el alma de un estilista…

El cumulo se removió, reclamando nuevamente su atención mientras él extraía las manchas, transformando la bruma en energía brillante y traslucida. —Cierto, Cierto. —Murmuro casi en disculpa—. Tenemos un buen material para trabajar en ti, el tiempo es siempre crucial. —Las virutas de plata, fundidas para crear el emblema, resonaron con magia en ellas, fundiéndose y creando una masa suave que hizo flotar frente a sí.

Se tomó su tiempo para observarle, manteniendo la concentración sobre los esbozos de ideas que venían a su mente.

Veamos…— Hizo girar la imagen con un leve ademan, luciendo pensativo frente al vaivén de la energía. —Lealtad, —La masa de plata se empalmo en la base del emblema, reforzando la unión entre las piezas y borrando las divisiones restantes.

Con un ademan de sus dedos, hizo girar las manchas extraídas transformándoles en diversas figuras por las cuales pasaba la estela de energía. Una y otra y otra vez, el alma hizo piruetas y giros sobre sus cualidades, flotando alrededor del Rey Celestial. Tomaba de forma lenta y constante más y más consistencia, brillando a mayor intensidad.

—Nunca traicionarías a nadie que considerases un amigo. —Continuo sonando aprobador—, una gran muestra de compañerismo y fuerza de voluntad, —A flote lento, a sus manos llego lo que parecía ser un cincel, punta roma y reluciente, como una Lacrimal de magia en estado puro. Apoyo el brazo de la llave, dejando que la magia innata del objeto crease un gran calor, fundiendo ambos metales y volviéndoles una sola pieza de material platinado, afianzado al emblema tal como sus convicciones.

Hizo un leve ademan con el dedo otra vez.

—Creatividad. —

Destellos de luz se desprendieron de la pequeña emulación de un cometa que fingía ser el cumulo de energía. La solidificación de la plata avanzaba así como la de su propio cuerpo.

Se permitió lucir pensativo—. También algo bromista. —Tomo otra herramienta, calentando el cincel con magia celestial, y busco que objeto utilizar para la dentadura de la llave—. Más te vale no comportarte como un gamberro. —Realizo un surco profundo en la base, obteniendo relieve espiralado que terminaba en la punta de la pieza. —…y una cierta necesidad por velar y actuar por iniciativa propia. —

Del Emblema, con forma hexagonal, dos apéndices de color plateado se elevaron en una curvatura, simétricos el uno con el otro, similares a un par de cuñas unidas por un pequeño rombo donde descansaba un pequeño relieve del mismo color plateado que conformaba el material. En la unión, el mismo símbolo broto repitiéndose una y otra vez en sentidos inversos.

—Vive con la misma intensidad con la cual caracterizaste tus decisiones. —

Y dicha intensidad se sentía en los pulsos de magia Celestial que emitía la sala, los pilares, las herramientas, e incluso el propio Rey. Él declaro aquella orden con voz firme, formal y profunda, destinada a ser un mandato eterno, heredado al subconsciente del Espíritu para preservar aquella naturaleza arraigada a su propia esencia, contra la cual no podría ni debería luchar. Tras sí, el fulgor blanco se tornó más intenso, e inicio colisión contra cada una de las manchas y aros flotantes que habían sido extraídos de su forma, evitando las luces de los materiales y pulsando con luz y magia propia a cada nuevo choque.

Unido a la base, tal cual el emblema fuese un rugido representativo, un aliento de nueva vida que sale desde lo más profundo del alma, la representación de la boca del ser en el que se transformaría se mantenía abierta, justo bajo la unión del emblema y el cuerpo de la llave, finalizando de tal forma que el espiral grabado parecía salir de su propia nuca. Los ojos de la ornamenta destellaron ante la luz celestial, tan plateados como el resto de la llave.

Luz.

El cuerpo de un espíritu celestial se formaba principalmente de energía. Algún material que se transmutaba de tal manera que daba ciertas virtudes. Gemas Preciosas, piedra, metales, objetos duros o blandos. La variedad era infinita. La luz no era un elemento poco usual, pero tenía intensidad y una fuerza desmesurada que realzaba cada uno de sus dones con vehemencia infinita. Sin embargo, El Rey sentía pequeñas punzadas de duda al ver las manchas de Luz negra que se abalanzaban alrededor del cuerpo en formación.

—Emblema de la Luz y oscuridad… —Medito a sotto voce.

Un par de orejas y una larga cola frondosa se alzaron desde la esfera de luz, compartiendo por unos segundos la forma animal que se modificó, volviéndose más esbelta y más alta. Fuerte y ágil, para motivar la velocidad y las maniobras de escape y rescate, sin dejar de lado la capacidad de protegerse a sí mismo. La luz se distorsiono, girando sobre sí misma y acumulando las manchas de Luz blanca justo en el núcleo del ser. La luz negra hizo lo propio, arremolinándose cual torbellino sobre aquel centro, destilando toques leves de energía purpura y azul al chocar contra la superficie ambigua; un pulso de energía se dio en cuanto se introdujo dentro del núcleo del ser, transformando la estela de energía en una esfera durante solo algunos segundos, y creando una implosión que finalizo con la silueta animal estallando hacia el cielo, seguido de una más humanoide.

Al final, el haz de luz se deformo, desplomándose de forma vertiginosa contra el cuerpo de plata que sería de ahora en adelante su contenedor. Su vínculo con la existencia.

Como garras de un cazador, los colmillos de la ornamenta estaban capturando la oportunidad como una presa en forma de símbolo, Terminando así con la acuñación de la llave. Una hilera doble de dientes, un símbolo tan oscuro como una noche sin estrellas rodeado de un halo de luminiscencia azul.

Estaba hecho, y el Rey Celestial sonrió orgulloso.

—Ten suerte, Canis Major. —Deseó con voz calmada.

Incluso compartía el nombre de uno de su clase. Llegaría a ser muy interesante.


Contador de Final: 4874 — Un Capitulo/Prefacio

Y~ Terminamos. ¡Hola~! Estoy segura de que por el título ya saben quién es el afortunado individuo que será un espíritu celestial —Y si no… ¡personajes! ¡Personajes! *Apunta al membrete de la historia* Esto es una pequeña idea que ha estado en mi cabeza desde… ¿2014? Quizá un poco menos. Tuve un subidón de azúcar en ese entonces y aquí estamos.

Sé que a veces sueno muy formal, pero no muerdo, y menos por un comentario.

*guiña*

—Kaira.