Resumen: Levi y Erwin tienen un matrimonio que no es perfecto pero que en sus raíces aún prevalece la razón de su unión. Y Eren es un chiquillo embustero que gusta de la buena vida.

Erwin desea sentir, Levi desea vivir, y Eren desea amar. /EreRi/Eren x Erwin/+18

Prologo

[1]

― ¿Ya llevas todo, cariño? ―Erwin pregunta, en su voz hay un rastro de dulzura que a Levi le provocan miles de vahídos.

Avergonzado, responde.

―Sí, llevo las llaves, la cartera, mi abrigo y una sombrilla. Deja de llamarme cariño ―regaña con su tono que no convence a nadie, un juego de restricciones entre él y Erwin.

―Por supuesto que no, cariño ―Erwin ríe abiertamente, Levi suelta una especie de gruñido.

La pareja abandona su pequeña pero hermosa casita estilo rustica en las afueras de Trost, un distrito cercano a María, una ciudad alemana colonial y bonita. Muy pintoresca, atractivo turístico por sus casas pueblerinas, arboledas y bosques sinoples.

Levi toma el asiento del copiloto mientras que Erwin enciende el motor. Son una pareja homosexual viviendo en una de las zonas más conservadoras de Alemania. Si bien, a Levi le importa una mierda el qué dirán, Erwin como profesor de Historia en la universidad más importante del país tiene que guardar las apariencias.

La razón por la que viven ahí es Erwin y su trabajo como docente. Levi trabajaba desde casa, tenía un despacho virtual donde apoyaba a sus colegas en casos que ellos mismos no podían resolver, de vez en cuando se iba a la ciudad para representar a los acusados o inocentes según fuera el caso.

Ambos tenían los trabajos de sus sueños, una vida cómoda y holgada económicamente, un precioso Audi, y un gato hogareño llamado Henry.

En definitiva la vida de Levi Ackerman y Erwin Smith, el matrimonio de diez años, era de lo más perfecta.

―Tu madre seguro que me hará millones de preguntas sobre ti y como te trato ―bromea Erwin. Durante el trayecto habían estado escuchando la radio, música ligera y un poco de rock para amenizar el ambiente.

Levi ladea la cabeza recargando su frente en el cristal de su ventanilla.

―Ella te odia.

―Gracias por recordármelo cariño. ―Erwin suspira alicaído.

Ni todos los intentos, rosas, chocolates ni pasteles han dulcificado el corazón de Kuchel Ackerman. Se había hecho a la idea desde hace tiempo que la fémina lo odiaba porque lo acusaba de haber sonsacado a Levi cuando todavía era menor de edad.

―Al menos ya te deja entrar a la casa ―dice Levi de repente asustando a Erwin. Su voz cansina lo invita a relajarse.

―Mi trabajo me ha costado ― Erwin detiene el auto frente a una gasolinera. ―Cariño, iré a comprar una botella de agua y algo de comer, ¿te apetece algo? ―Levi hace una mueca con los labios, lo que a Erwin le parece tierno. Ese hombre puede tener treinta y lucir de quince nuevamente.

―… Si, un paquete de cigarrillos y una coca cola de dieta.

―Levi eso te matará algún día.

―Por supuesto que no cejotas. Anda, ve por ello, te espero.

Erwin sale del auto tan rápido como puede, no le agrada la idea dejar solo a Levi por mucho tiempo. Puede parecer infantil y posesivo, pero desde que se casaron, hace diez años, han estado demasiado tiempo juntos, quizá mucho para los dos.

Mientras camina al pequeño K-Mart, Erwin repasa los rasgos de Levi en su memoria, como cada vez que están separados.

Levi es un hombre pequeño, un factor que lo sigue molestando aunque él mismo diga que ya lo ha superado. Sonríe de recordar sus gruñidos sordos ante la mención de su estatura.

También es huraño como un gato y enojón. Fanático de la limpieza, con una tez tan blanca como el mármol, que con cada mordida queda roja e hinchada, le excita recordarlo.

Levi es un huracán malhumorado y bajito, empero, tiene unos ojos de un cielo cubierto de nubarrones cargados de agua. Levi es el hombre con el que decidió casarse cuando él apenas cumplía los veintitrés. Cuando Levi todavía era un mocoso de quince que tenía miles de sueños en su cabeza.

―Bienvenido, señor ―una voz aburrida interrumpe sus pensamientos.

Erwin asiente.

Hasta ese momento había ignorado que afuera yacía una motocicleta. Se conduce a si mismo por los pasillos repletos de anaqueles con comida chatarra, busca con la mirada azul el área de los congelados.

Del refrigerador saca una botella de agua helada y la coca cola de Levi. Antes de cerrar la puerta, una mano morena y tosca detiene sus intenciones.

―Voy a tomar una coca también ―dice el dueño de esa mano morena. A Erwin lo recibe una sonrisa lustrosa, blanca, y unos ojos verdes con dorado.

Queda prendado por un largo minuto de aquella mirada peligrosa.

― ¿Señor?

―Ah…, lo siento mucho. Si, si, perdona ― Erwin se siente ridículo, se gira sobre sus talones y busca con ahínco la caja.

Esos ojos lo han electrificado hasta la medula.

― ¿Es todo, señor? ―El cajero pasa por el código de barras los productos. Erwin asiente, de su gabardina color caqui extrae la billetera. Su American Visa pasa por la terminal bancaria.

El chico le pone la botella y la coca en una bolsa de plástico. Erwin siente que está olvidando algo.

― ¿Es todo, joven?

―Ah no, un paquete de cigarrillos por favor. Marlboro está bien.

Ya lo recuerda ahora.

―Lo olvidaba, también quiero una.

El chico de ojos verdes y manos morenas así como todo rastro de su piel le regresa la mirada. Y Erwin se sonroja notablemente.

― ¿Marca?

―Ah, no lo sé… mentolados.

El dependiente de la tienda asiente, lamentablemente los mentolados son los menos pedidos así que revisa detrás de los mostradores. El chico toma su caja de Marlboro y la guarda en su chaqueta de cuero, de esas que usan los motociclistas. Ahora todo tiene sentido, la moto que está afuera es suya.

―Lo siento, no sé nada de cigarrillos. Hace años que dejé de fumar ―se disculpa Erwin para nadie en realidad.

―Ah no, ¿entonces para quien son? ―la ronquedad y masculinidad en esa voz atraen su atención.

―Para Le…― Erwin no puede decirlo, no a ese chico de ojos bonitos ―un amigo.

―Ya veo.

―Por cierto, disculpa lo de hace rato, estaba divagando y no me di cuenta que había alguien detrás de mí. De haberlo sabido, te habría cedido el paso.

―No hay problema…

―Erwin. Erwin Smith ―El chico de ojos verdes extiende su mano.

―Mucho gusto Erwin Smith. Soy Eren Jaeger.

Eren.

[2]

―Te tomaste tu tiempo ―Levi lo reprende.

Erwin asiente.

―No tenían de los cigarrillos que te gustan en el mostrador. El chico tuvo que ir a buscarlos detrás de la tienda.

―Cualquiera hubieran estado bien, cejotas ―Levi destapa la lata de soda, el sonido del gas expulsado por el orificio anega el silencio.

―Pensé que preferías los mentolados.

―La verdad me da igual, es la misma mierda disfrazada de menta o eucalipto.

Lo que resta del camino Erwin sólo escucha, Levi continua quejándose de todo en realidad; del día soleado, de los bosques crecidos, del aire contaminado, del sabor de su coca cola.

Erwin le echa una rápida mirada por el rabillo del ojo.

Levi a pesar de todo es hermoso, una epitome a la belleza masculina. Tan sensual por sí mismo, frágil a su manera y suave como el algodón. Lo quiere tanto.

Y luego viene a su cabeza la sonrisa socarrona del muchacho con su voz harto ronca, hambrienta, sedosa. Su piel de nuez y los ojos peligrosos.