Uff. Tenía muchas ganas de escribir algo sobre Canción. En fin: esto es para el Reto #81: Que la música te inspire, del foro Alas Negras, Palabras Negras, que siempre está buscando más miembros para enriquecer este bello foro :D Elegí la canción Time in a bottle con la intención de escribir sobre los últimos momentos de Robb, pero el que resultó personaje principal fue Robert Baratheon.
Los personajes que aquí aparecen son del Sr. George R. R. Martin, que aunque disgusta del fanfiction, no nos deja otro remedio porque se está tardando mucho con Vientos de Invierno.
— Si pudiera guardar el tiempo en una botella...
— Para ser justos, Robert, si lo hicieras, sería una botella de dorado del Rejo.
— Y la beberías antes de que el tiempo terminara de entrar en ella, hermano —añadió Renly con una risotada.
Las carcajadas lo hicieron llorar, golpeando la mesa con tremenda mano y haciendo sonar los platos y copas. A su lado, y a pesar de ser la instigadora de la broma, Cersei lo miró indiferente.
— Vamos, Robert —insistió su esposa, fingiendo una sonrisa para el resto de los invitados del festín—. Has tomado demasiado ya.
— ¿Quién eres tú para decirme qué hacer o no hacer?
— Tu reina.
Robert bufó. Las risas de los otros comensales, desde el pequeño Joffrey hasta el rígido Stannis (si es que eso era una sonrisa), se volvieron tensas.
— No eres la reina adecuada —le dijo sin medir sus palabras. Cersei podía soportarlo: no era la primera vez que Robert dijo algo así y ella sólo sonrió, asintió y miró hacia abajo. La modestia falsa le sentó mal a Robert.
Se paró de la mesa, limpiándose las manos en el jubón dorado.
Se alejó del comedor, maldiciendo su intención de mejorar las cosas con Stannis y Renly. Tenerlos allí para ver eso... Robert agitó la cabeza y formó con la mano un puño, deseando sostener una copa de vino o las tetas de una mujer.
¡Pero de una que no fuera Cersei!
Llegó a la habitación real antes de lo planeado. En su momento pensó ordenar a Cersei que se le uniera esa noche, pero no más. Con las palabras de hace minutos, menos la quiso cerca.
Todo porque ella le recordó tanto a Lyanna en ese instante.
En su habitación, Robert desenvainó la espada y embistió la puerta con golpes iracundos y rabiosos. Un golpe era a Rhaegar, otro golpe al Rey Loco y uno más al maldito Viejo Lannister que lo hizo casarse con esa arpía.
Nuestra es la furia, pensó.
Lyanna también tuvo esa furia en vida. La vió en sus ojos al declarar su intención de desposarla, la escuchó en sus cortesías mordaces, la sintió en su mano al deslizarse fuera de su alcance.
Esa muchacha no lo amó, pero Robert pudo vivir con ello. De haber sobrevivido, él habría conquistado a Lyanna todos los días.
Pronto estuvo agitado y se sentó en la amplia cama. Al final, después de todo lo que Robert ganó, no ganó amor.
Miró a su alrededor casi sin querer mirar. Los techos altos, la piedra roja, las alfombras ricas y la cama de plumas; todo era más de lo que él tuvo en Bastión de Tormentas o en el Nido. Y sin embargo, era poco comparado con esos deseos que jamás se cumplieron.
— Si pudiera hacer que los días duraran por siempre, Lyanna, y que las palabras hicieran que los deseos se volvieran realidad, guardaría todo como un tesoro para vivirlo contigo.
Nadie le respondió. Las palabras, Robert reflexionó en la soledad, no cumplen deseos.