NA: Sé que tengo otras dos historias que completar, y que aún no he actualizado Siempre él, pero esto estaba estancado en mi cabeza y no me dejaría en paz a menos que lo escribiera. Lo pensé primero como un oneshot, pero creció y creció y ahora... *suspiro*

Ahora, antes que nada, quiero dar unas cuantas advertencias: esta historia está clasificada como M+, tendrá escenas sexuales (no explícitas porque fanfiction no las permite, aunque sí serán fuertes) y lenguaje vulgar, así que si hay alguien a quien no le gusta o le ofenda, es libre de dejar de leer cuando desee. A decir verdad, debo admitir que tengo miedo al publicar esto. El fandom de INK es uno de los más inocentes que conozco, si no el más, y su cantidad de historias M es prácticamente despreciable. Aún así, quería aventurarme a hacer algo como esto, pues hace años que no escribo un lemon, y mucho más uno en español, pero si no es bien recibido lo dejaré. En síntesis: de ustedes depende si continúo o no. No quiero presionar, sólo quiero que sepan que si no interesa, me lo hagan saber así puedo concentrarme más en mis otras historias, borraré esta y sin drama. Todos contentos.

Advertencia: cómo he dicho, escenas sexuales, lenguaje vulgar, OoC (y aquí hago un paréntesis, pues, aunque siempre intento mantener a los personajes tan in character como puedo aún dentro de las circunstancias en dónde los pongo, es inevitable que aparezca el OoC, en especial en una historia con este tipo de temática) y algunos temas delicados. Navegar con prudencia.

Disclaimer: Itazura na Kiss no me pertenece. Hago esto con el simple objetivo de entretenerme y a ustedes (espero).


Cerezas Negras

Primeros Encuentros

...

Con su mano gira el líquido dorado y brillante en su copa, mientras mira alrededor con un gesto de aburrimiento. La fiesta de beneficencia es todo lo que se podría esperar de un evento auspiciado por las más grandes empresas del país: elegante, exclusiva, soberbia, pero por sobre todo, ambiciosa. Hace a Kotoko preguntarse si esto no rebate el objetivo por el que la fiesta se hace, aunque como bien le ha explicado Satomi, más que buscar de verdad la buena voluntad de las personas en favor a la caridad, esta fiesta es más una forma de darse una palmadita en la espalda, para que los grandes magnates sientan que están haciendo algo solidario y para que los demás sepan y vean lo buenas personas que son.

Kotoko pensaría que esto los hace arrogantes y detestaría la forma en la que deciden dar a conocer un acto que debería ser por todos los medios entregado de corazón y no sólo para quedar bien, pero tampoco puede darse aires de grandeza y negar que, sea cual sea el motivo, el dinero donado por los empresarios sigue siendo entregado para fines puros, que ellos fácilmente podrían quedarse con su dinero y no dar nada, así que algo de merecido tendrá la fiesta, a pesar de la fraudulencia.

Dando un pequeño sorbo a su bebida, camina en dirección a la mesa que ha sido reservada para Satomi y su novio, y a la cual ella pertenece al haber sido invitada por su amiga. Hace una hora que ha perdido a Satomi de vista, quien acompaña a su novio a repartir saludos entre los demás presentes, y aunque en un principio se encontraba entretenida por la novedad de las fiestas de alta sociedad, al quedarse sola y sin nadie con quien conversar, rápidamente había perdido la emoción y el aburrimiento había tomado lugar dónde antes sólo estaba la ilusión.

Sin prestar atención a su camino, y perdida en sus pensamientos como estaba, Kotoko no se da cuenta del momento en el que choca contra otro cuerpo hasta que siente unas cuantas gotas resbalando por el escote de su vestido color perla, y unos fuertes brazos la sujetan de los hombros para evitar que se dé de bruces contra el suelo.

―¡Lo siento! ―las palabras salen de su boca de manera instintiva, separándose de la persona y de inmediato haciendo una reverencia, su largo cabello alisado cayendo frente a su rostro, impidiéndole ver la expresión de la otra persona. ―¡Debería haberme fijado por dónde iba! ¡Yo-!

―No importa ―los ojos de Kotoko se abren con sorpresa, pero no porque conozca al dueño de esa voz, sino por el efecto que tiene sobre su cuerpo. Puede sentir un estremecimiento recorriendo su columna vertebral, el cosquilleo extendiéndose por sus extremidades hasta finalizar en sus dedos y un suave calor que se apodera de sus mejillas, hombros y, aunque sea vergonzoso de admitir, bajo vientre. Es una voz profunda y sensual, y sin pensarlo realmente levanta los ojos y queda petrificada ante el hombre parado frente a ella.

Este no presta atención a su mirada, ocupado revisando su propia camisa, de un color blanco inmaculado, cubierto por un chaleco abierto de color gris oscuro y una corbata del mismo color. El traje negro parece hecho a medida, de un material suelto y que luce fresco, pero lo suficientemente ajustado para dar una deliciosa vista de los músculos ocultos tras la ropa. Kotoko se le queda viendo, su rostro masculino y quijada perfecta, su cabello castaño pulcramente peinado, y sus ojos grises que la miran mientras una elegante ceja se levanta en señal de…

Maldición. Kotoko voltea la mirada rápidamente al darse cuenta de lo que estaba haciendo. Por Dios, ¡si prácticamente se lo estaba comiendo con la mirada! Pone una mano en su mejilla y lentamente vuelve sus ojos al sujeto, intentando disculparse nuevamente, pero esta vez, logra captar lo que un momento antes había pasado de largo al estar recorriendo cada parte de su cuerpo con los ojos.

Hay una gran mancha en medio de su camisa.

Kotoko mira a su mano izquierda, la que sujeta la copa de champaña, y traga pesadamente al darse cuenta que esta se halla prácticamente vacía, la totalidad del contenido desparramada sobre la inmaculada ropa del hombre más apetecible que haya visto alguna vez en su vida. Los colores vuelven a su cara.

―¡Lo siento tanto! ¡Pero que torpe soy, por favor, permítame…!

―He dicho que no importa ―vuelve a repetir el hombre, esta vez con un poco de exasperación en su tono. Kotoko cierra la boca de inmediato, pero sus ojos no se desvían de su rostro serio y cejas fruncidas. Dios, hasta con ese gesto luce condenadamente sexy.

Maldición Kotoko, controla tus hormonas.

―T-Tengo unos cuantos pañuelos en mi bolso ―se atreve a decir con voz temblorosa, levantando el pequeño sobre blanco que combina con su vestido. El hombre no dice nada, pero su ceño se frunce aún más mientras mira a sus manos, quizás preguntándose cómo demonios lograría meter algo en tan pequeño espacio. Vamos, que una mujer tiene sus trucos. ―No puedo ofrecerle más por ahora, pero quisiera al menos ayudarlo un poco con esto. Yo… pagaré los gastos de lavandería y…

―Eso no es necesario ―el hombre levanta una mano, como instándola a tranquilizarse, y Kotoko vuelve a cerrar la boca, muerta de pena. Puede sentir su mirada en su persona, y creyendo no poder soportar la vergüenza más, está a punto de dar media vuelta y desaparecer en uno de los cubículos del baño hasta que Satomi la llame para volver a casa, cuando vuelve a hablar; ―sin embargo, no me negaría a unos cuantos pañuelos.

Su rostro se ilumina con tan sosas palabras. Asiente, maniobrando para abrir el sobre mientras aún sujeta la copa en su mano izquierda, cuando el hombre la toma de la muñeca, parándola. Le arrebata la copa, dejándola en la bandeja de un camarero que pasa junto a ellos, y le indica con la cabeza que lo siga.

Llegan al lobby del lujoso hotel en dónde la fiesta se lleva a cabo. Siendo cerca de media noche, el lugar se halla prácticamente vacío. El escritorio de recepción está vacío y las pocas personas que se encuentran en el lugar están alejadas de ellos, sentados en unos cuantos sillones distribuidos por el salón, cada espacio separado por una mampara y pequeñas palmeras en macetas, dando una sensación de intimidad. Se dirigen a uno de estos espacios.

Kotoko se sienta junto al hombre y abre su bolso, notando como este mira interesado la forma en la que ha conseguido guardar su teléfono celular, un pintalabios para arreglar su maquillaje en caso de que este se arruinara durante la velada, un poco de efectivo, sus documentos, y finalmente, un pequeño paquete de pañuelos. Sonríe con suficiencia ante su mirada asombrada.

―S-Sería mejor si se quitara el saco… ―dice con un poco de vergüenza por pedirle tal cosa, mientras abre el paquete de pañuelos. El hombre hace lo que le pide sin objetar, mostrando un nivel de tranquilidad que hace a Kotoko sentir envidia pero al mismo tiempo también decepción. Es obvio que ella no lo afecta cómo él a ella. Prosigue con su chaleco, que deja doblado a un costado, para finalmente tomar los pañuelos ofrecidos por sus dedos con perfecta manicura francesa. El roce de su piel deja a Kotoko sintiendo una descarga eléctrica recorriéndola de pies a cabeza.

Se queda allí, jugando con sus dedos de forma nerviosa mientras lo ve intentando secar el desastre que ha ocasionado, mordiéndose el labio inferior y esperando. Una vez que la mancha luce un poco menos llamativa, Kotoko deja salir un suspiro y procede a recoger los pañuelos para llevarlos al basurero. Vuelve de inmediato y una vez más se inclina.

―Lo siento de nuevo, debería haberme fijado por dónde iba en lugar de andar por las nubes. Si hay algo, cualquier cosa que pueda hacer para recompensarlo, por favor, no dude en…

―He dicho que no importa ―repite por tercera vez en la noche, volviendo a ponerse el chaleco y esta vez abotonándolo completamente para intentar disimular la mancha. Kotoko hace una mueca ante su tono, otra vez sintiéndose culpable. ―Fue sólo un accidente, esas cosas pasan. Además, no podría dejarle pagar por la lavandería.

―Sería lo correcto, yo…

―He dicho que no es necesario ―repite con voz más firme, antes de suspirar ―por favor, siéntese ―no tiene que pedírselo dos veces. Kotoko lo hace de inmediato, su rostro inclinado de una forma que permite a su cabello caer frente a sus ojos y mejillas, intentado ocultar su vergüenza. ―¿Cómo se llama?

―A-Aihara Kotoko… ―responde, sólo un poco confundida por la pregunta. Se atreve a levantar un poco la mirada, sólo para bajarla nuevamente al darse cuenta que la está mirando fijamente.

―Aihara Kotoko ―vuelve a repetir, despacio, como si estuviera saboreando las silabas, dejándolas acariciar su lengua mientras sus apetitosos labios dejan escapar uno a uno los sonidos. Kotoko aprieta los puños a sus lados, soportando otro escalofrío. Traga pesadamente.

―¿Y…Y usted cómo se llama? ―pregunta tanto por curiosidad como para apartar la sensación que su nombre pronunciado con esa magnífica voz le ha producido. El hombre la mira de lado, y Kotoko puede jurar que una sonrisa divertida cruza sus esculturales labios, pero es tan efímera que antes de poder asegurarse de su existencia se ha ido.

―Irie Naoki ―dice con total naturalidad, sin apartar sus ojos de ella, dando la impresión de que está esperando algo. Pero este algo no llega, cuando Kotoko repite su nombre, sintiendo las cosquillas danzando en su lengua por las palabras, sin ninguna reacción destacable. El nombre le suena familiar, debe admitir, pero no recuerda de dónde.

―Entonces… ¿realmente no hay nada que pueda hacer por usted como compensación? ―pregunta una vez más cuando el silencio ha vuelto a instalarse entre ellos. Espera que Irie se moleste ante su insistencia, pero en lugar de eso le sonríe, apenas una pequeña elevación de las comisuras de sus labios, antes de negar con la cabeza.

―Es usted bastante insistente ―dice, dejando a Kotoko helada. Rayos, al parecer sí lo está molestando. Debería dejar de insistir. ―Sí tanto quiere compensarme, hay algo… que podría hacer.

Ante la perspectiva de reparar su error, los ojos de Kotoko se iluminan. Cierra sus manos en puños al elevarlos a su pecho, mirándolo con ojos determinados. ―¡Acepto!

Irie ríe, haciendo que la postura de Kotoko flaquee un poco. ―Ni siquiera sabe lo que le pediré.

―Sí, bueno… ―mira al piso, bajando sus manos, pero antes de que pueda permanecer en esa posición por mucho tiempo, siente unos largos y elegantes dedos posándose bajo su barbilla, elevando su rostro hasta que sus ojos castaños vuelven a engancharse con la mirada grisácea de él. Kotoko traga grueso. Hay algo en su mirada que le habla de que lo que está a punto de pedirle, tiene la posibilidad de cambiar su vida para siempre.

Irie le sonríe socarronamente al notar su nerviosismo, y deja a sus ojos vagar lentamente por el cuerpo de Kotoko. Desde su cabello pelirrojo, perfectamente planchado cayendo libremente por sus hombros, sus ojos enmarcados por largas pestañas, el rubor de sus mejillas y el pintalabios rosado claro que hace ver a su boca más llena y húmeda, a su vestido color perla, sostenido a sus hombros por unos pequeños tirantes que terminan en un halagador escote que complementa a sus pequeños pechos, ceñido hasta la cintura, de dónde fluye, dejando una pequeña abertura en su pierna izquierda, hasta terminar en sus tacones de punta fina plateados y abiertos, mostrando también su trabajada pedicura.

Kotoko se siente desnuda ante su mirada, pero lejos de querer apartarse u ofenderse, su cuerpo se enciende, su respiración se hace más pesada y su boca se seca. Sin darse cuenta, cierra un poco sus piernas, inconscientemente intentando aliviar el pequeño dolor que ha aparecido entre ellas.

Esto no pasa desapercibido ante los ojos de Irie. Lentamente, sin romper el contacto visual, acerca su rostro al de ella. Sus labios juguetones acarician levemente su quijada en su camino hasta el lóbulo de su oreja, terminando finalmente en el canal, dónde deja salir una pequeña exhalación que prácticamente deshace a Kotoko en su lugar. Sin esperar más, le susurra, su voz tan suave, tan ronca, tan jodidamente sexual.

―Quiero que tenga una cita conmigo.


―¿¡Irie Naoki!?

Kotoko hace una mueca ante el volumen de Satomi. Las dos se encuentran sentadas en un pequeño café, disfrutando de unas tortas y bebidas bajo el suave sol de primavera. La pelirroja hace un gesto de silencio con un dedo frente a sus labios, mientras mira desesperadamente a sus alrededores. Por suerte, pocas personas parecen interesadas en su conversación y en el nombre que ha salido en un pequeño grito de la boca de su rubia amiga.

―Satomi, por favor, prometiste no hacer escándalo.

La chica eleva las cejas, mientras se cruza de brazos y la observa con gesto severo.

―¿Cómo esperas que reaccione cuando me dices que tienes una cita esta noche con Irie Naoki? ¿Cuándo lo conociste? ¿Por qué no me dijiste nada? ¿Quién te autorizó para salir con él?

―No sabía que necesitaba permiso ―Kotoko responde de mala manera, volviendo a tomar su taza de mocha helado y llevándosela a los labios. ―Y te lo estoy diciendo ahora. No esperabas que abriera la boca mientras estábamos en el mismo auto que Ryo, ¿no? ―pregunta, refiriéndose al novio de la rubia.

Satomi se muerde el labio, pero su expresión apenas se ablanda.

―Para algo están los teléfonos celulares, ¿no?

―No iba a contártelo por teléfono ―Kotoko rueda los ojos. Satomi suspira, recostando los codos sobre la mesa y masajeando sus sienes.

―Al menos dime que sabes quién es Irie Naoki.

―…

―Debí de suponerlo ―vuelve a suspirar. Kotoko infla las mejillas con impaciencia.

―Oh, vamos, si lo sabes dímelo de una vez. ¿Quién es supuestamente Naoki como para que te pongas de esta manera?

―¿Lo llamas por su nombre tan fácilmente?

―Él dijo que podía hacerlo. ¡Y responde de una vez!

―¿Quieres saber quién es? ― deja caer sus manos y la mira con incredulidad. Kotoko frunce el ceño, mostrándole que se está quedando sin paciencia, y Satomi bufa, cruzándose de brazos. ―Irie Naoki es el primer hijo de Irie Shigeki, dueño de Pandai, una de las corporaciones más grandes de Japón. Se especializan en la producción de juguetes. Es conocido en todo el país no sólo por ser heredero de la empresa, sino también por su nivel de inteligencia y madurez. En sólo cuatro años ha conseguido aumentar las ganancias de Pandai en un 200%, y no sólo eso, el hecho de que haya sido el mejor graduado de la universidad de Tokio, además de poseer un CI por encima de 200, lo ha hecho ser reconocido como un genio a nivel mundial.

―Oh, vaya… ―Kotoko abre los ojos con sorpresa, aliviada de haber dejado su taza en la mesa antes de escuchar a Satomi, de otro modo podría haberla soltado de la impresión. ―Eso es… cielos, ¿cómo no lo supe?

―Es tú culpa, te la pasaste tonteando durante toda la secundaria y nuestros años universitarios. Todos a nuestro alrededor conocen a Irie Naoki ―se burla sin pena de su buena amiga. Kotoko hace un puchero.

―Oye, yo no tonteaba…

―Te la pasabas con la cabeza en las nubes, ¿recuerdas esa vez que olvidaste traer un cambio de ropa para el viaje escolar de segundo?

―…

―¿O aquella en la que confundiste la temperatura del horno y lo calentaste a 20° en lugar de 200°?

―…

―Y no nos olvidemos la vez en la que confundiste al director con un fantasma en la prueba de valor de primero…

―De acuerdo, de acuerdo, ¡es suficiente! ―Kotoko suspira, intentando no escuchar la suave risa de su amiga. ¿Y qué si se distraía con facilidad? Admite que en determinadas ocasiones puede traerle grandes problemas, pero considera que en otras, como conocer cada ínfimo detalle de un desconocido, la distracción no es realmente un problema. Sin importar que tan sexy, arrebatador y delicioso sea dicho desconocido.

―Lo que quiero decir, Kotoko, es que aceptaste una cita con un completo extraño ―dice con voz más severa, regalándole un ceño fruncido. ―Irie Naoki es popular, sin lugar a dudas, pero ese no es el motivo por el que aceptaste salir con él. ¿Tienes alguna idea de lo temeraria que estás siendo?

―Vamos, no puede ser tan malo… ―intenta insistir, aunque puede ver de dónde viene el pensamiento de Satomi. Antes de que pueda refutarle aquello, continúa: ―además, tú misma lo has dicho. Él es prácticamente una celebridad. No puede ser tan malo, ¿verdad?

Ante esta última pregunta, Satomi deja su expresión enojada, su rostro relajándose y sus labios curvándose para abajo. Nada de esto da a Kotoko un buen presentimiento.

―Hay algo más sobre Irie Naoki que deberías saber. Bueno ―se aclara la garganta ―son más rumores que cualquier otra cosa, e inclusive estos están relegados a los círculos de alta sociedad, por lo que cabe la posibilidad de que sean sólo mentiras. Aun así, deberías…

―Satomi ―la interrumpe, un ligero sentimiento de agitación haciendo que su paciencia disminuya ante el divague de su amiga. Satomi sacude la cabeza, concentrándose.

―Cierto, perdón. ―Toma aire. ―Lo que quería decir es que, bueno… ―sus ojos recorren de un lado al otro, antes de acercarse por sobre la mesa. Kotoko hace lo mismo, y cuando las dos se encuentran a meros centímetros la una de la otra, Satomi susurra algo que deja a Kotoko helada. Se separa instintivamente, mirando a Satomi con incredulidad.

―¿Quieres decir que…?

―Eso es lo que se rumorea ―Satomi se encoge de hombros, intentando restar importancia al asunto, desinteresadamente tomando una cucharilla y revolviendo los contenidos de su cappuccino. Kotoko pestañea, una, dos, tres veces, antes de que sus ojos se abran como platos. Lo siguiente que sabe, es que Satomi se encuentra parada a su lado, un brazo sujetándola de los hombros y agitando uno de los menús laminados para ayudarla a respirar, mientras un camarero se acerca para preguntarles si todo anda bien.

Kotoko ha estado a punto de desmayarse.

Porque acaba de descubrir que al hombre con el que ha concertado una cita esa noche, posiblemente se le dé el BDSM.


NA: Dije escenas sexuales fuertes y lenguaje vulgar, pero como se habrán dado cuenta (o no) mi objetivo realmente es hacer una historia más en las líneas de la sensualidad y el erotismo. Ya saben, si les gusta, díganmelo con esa pequeña cajita allí abajo, o con un follow o fav o lo que se les ocurra. Si no les gusta, también háganmelo saber. Besos.