Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, estos son propiedad exclusiva de SNK.

N/A: Primero que nada ¡Feliz cumpleaños, Hein! Aquí regreso a fanfiction dot net con una historia nueva y que como sorpresa adicional, actualizaré SIN FALTA todos los lunes a partir de ahora. Bueno, ¿que más decir? Me gustó muchísimo este personaje desde que lo vi y estuve delirando al respecto de que sucedería si llegara a cruzarse con mi niño (no tan niño) mimado: Yamazaki. Imaginense cuanto enloquecí desde que lo confirmaron XD La idea de este fic viene gestándose desde entonces, y como me gusta mantenerme relativamente fiel al canon en algunas cuestiones, estuve esperando a ver las interacciones que los dos tenían en el KOF XIV. Después de eso, simplemente no pude dejar de escribir, y lo que logré hacer me gusta tanto y de todo corazón espero que a ustedes, queridos lectores, también les guste.

En fin ya dejo de hablar tanto y los dejo para que lean, dejaré algunas notas al final, ¡nos leemos ahí!

Aclaraciones:
—Diálogos.
"Pensamiento"
Énfasis.


A pesar de los rumores que presentaban a Geese Howard como un hombre de temer, era un empleador bueno y tan generoso como nadie habría esperado. Trabajar para él en la afamada compañía Howard Connection con sede en la imponente Geese Tower era un lujo en sí mismo. Sí, el señor Geese tal vez podría tener un poco más de autoestima que cualquier persona que hubiera conocido, pero era un hombre muy elegante de buen vivir y quería más o menos que sus empleados en su totalidad estuvieran al nivel de las circunstancias, cualquiera habría opinado que tal cosa era muy buena.

Está bien que South Town sea una ciudad peligrosa, eso no puede negarse, pero junto a la gente correcta ese problema pasa desapercibido. Haber dejado el viejo continente en busca de un nuevo prospecto en la buena América, la tierra de las oportunidades, había sido una gran idea, y desafiar a cualquiera que aconsejara lo contrario a acercarse a la torre había sido otra gran idea. Como en cualquier lugar, si uno es lo suficientemente inteligente para saber decir por favor y gracias con un buen tono de voz, se puede caer más que bien y se es aceptado por prácticamente todos. En South Town hay demasiada gente de todo tipo, gente que pelea, gente que intenta vivir de forma pacífica, gente que sufre, gente que vive y muere. En tanta variedad es cuando se llega a un común acuerdo que implica no hacer preguntas, y que de hacerlas, olvidar la respuesta. South Town mantenía tantos secretos ocultos entre sus callejones y rascacielos, enterrados en sus parques o ahogados en sus lagos y ríos, que si se prestaba atención podían oírse como un suave murmullo que te arrastra a intentar saber más. Y en querer saber más es donde radican la mayoría de los problemas.

Pero South Town es tan bonita que no se la puede ignorar, y no se puede evitar sucumbir ante el deseo de saber más de ella, especialmente cuando se es un recién llegado, alguien que lleva tan poco tiempo que ignora muchos de los códigos que la gente ya conoce muy bien. Alguien que vivió toda una vida cruzando el océano, en un país con códigos éticos y laborales tan diferentes a los americanos, pero que el señor Geese valora y destaca siempre que puede, principalmente frente a sus hombres de confianza. Eso molestaba ocasionalmente a Billy, no tanto así a Ripper y Hopper, pero ellos dos parecían divertirse con los desplantes, casi berrinches de Billy. Fue divertido por un tiempo pero el nuevo no debe reírse de esas cosas.

Billy Kane. Un hermano de Europa que no lo parecía. Prácticamente criado en South Town, era tan ruidoso y malhablado como cualquier americano, excepto por el señor Geese, pero tanta lealtad suya era siempre algo digno de ver. Aún sabe a qué hora se toma el té, claro, y es que su hermanita adorada se lo recuerda siempre que pueden verse. Demasiado protector de ella, la muchacha ya es una mujer adulta, y una muy atractiva según el señor Geese, por lo que Billy no debería seguir portándose así. Pero ante eso, él solo ladra.

Los ladridos de Billy hacen eco en la gran oficina con aquel inmenso ventanal, prácticamente una pared de cristal, por donde el gran Geese Howard observaba la ciudad, su ciudad, y de paso ignora muchas de las fútiles quejas de su mano derecha. Cabe destacar que Billy no habla demasiado con cualquier persona, su inicial desencanto con cualquier recién llegado es evidente y se mantiene a raya diciendo solo lo justo y necesario, en frases tan cortas pero que golpean tan fuerte como esa arma suya, su sansetsukon. Por órdenes de Geese, Billy explica cómo funciona Howard Connection y todo lo que hay que saber acerca de todo con tal claridad que tanta devoción y gusto por su trabajo simplemente no pueden ignorarse. Con el tiempo su actitud con los nuevos mejora, y según Ripper, siempre es así. Hopper puede confirmarlo.

— Seguro mucha gente ha comenzado a creer estupideces —su voz es ligeramente aguda y su acento británico sigue ahí, algo sutil—, estupideces como que el señor Geese ya no es quien era, perdiendo nada más y nada menos que un King of Fighters.

— Nosotros también perdimos, y nuestras habilidades dejaron mucho que desear en el último combate. El señor Geese contaba con nosotros y le fallamos.

— En eso tienes razón —Billy señala severo con su tenedor de plata, antes de tomar con él otro bocado a la porción de Bienenstich en el plato que sostenía con su mano libre—, tenemos que entrenar más duro, el deber de un guardaespaldas es siempre protegerlo y fallamos.

— Pero, con todo respeto, yo no…

— Ya, eres tan bueno peleando que a veces lo olvido —dejó el tenedor sobre una mesita pequeña a un lado y como un niño le dio un lengüetazo a su plato una vez que hubo terminado su postre. Billy tenía demasiadas actitudes un tanto impropias pero hacían a su persona y eso le aportaba tanta personalidad que corregirlo habría estado mal—. Vas a ponerme gordo con esto, es delicioso.

— Gracias.

— Deberías hacer más cuando Lilly pueda venir de visita —la simple mención de su hermana le iluminó los ojos—, o bueno, también puedo tomarme unos días yo e ir a verla y llevárselo, mientras más lejos esté del peligro que es esta ciudad, mejor.

— Si el señor Geese me lo permite, ¿podría ir con usted? Lilly parece agradable, y me gustaría tomar el té con ella alguna vez.

La mirada de Billy se tornó de hielo, en una clara advertencia que grita aléjate de mi hermanita pero la misteriosa dama está fuera del alcance de un simple mayordomo y él, como su hermano mayor, debería saberlo bien—. Pues ya veremos.

— Muchas gracias, seguro tiene historias suyas maravillosas, como hermana menor nadie debe tener un mejor concepto que aquel que ella tiene de usted.

— Hey, ahí estás de nuevo —aunque de evidente mejor semblante, Billy ya comenzaba a volverse inmune a palabras de ese tipo—, no sé qué tramas, pero siempre te sale bien.

— Ya le he dicho que no tengo ambición alguna, tan solo ser un buen mayordomo para el señor Geese, y no golpear sus valiosos automóviles cuando me toca conducirlos.

Billy solo asiente con la cabeza y aunque desvía la mirada al resto de Bienenstich que reposa con su dulzura absoluta sobre una charola de plata en la mesita a un lado, se contiene y concluye que una porción es más que suficiente. Estar solos en la oficina no sucede muy a menudo, y conversar de su dueño sin que él los escuche es extraño. Muchos juegan en el bosque cuando el lobo no está, pero no hay queja alguna con tan increíble jefe como lo es el señor Geese. El inglés cambia de tema, luego de una buena charla acerca del jefe de ambos, habla de cosas variadas, va y viene de un tema a otro. Es un compañero de charlas interesante, con poca cultura de la alta, pero si mucha de la calle. Billy no tiene idea que a veces voltea para mirar sobre su hombro y se ve como un cuadro de Vermeer, con ese arete suyo que si bien no es una perla brilla de igual modo, pero Billy y su sansetsukon conocen cada callejón de South Town, y no se abre antro en la ciudad sin que él se entere. Sus saberes deben ser aprovechados, y con un pequeño vaso de Kirsch, solo uno porque no se debe beber en el trabajo, una porción de Bienenstich o una de Sachertorte, habla muy a gusto y responde con ganas cualquier pregunta.

Geese vuelve luego de un rato de quién sabe dónde porque no dijo nada antes de irse hace ya algunas horas, y aunque de un gesto con la mano pide que ambos sigan sentados eso no ocurre. En su rostro se hace evidente cierta incomodidad, caminando en círculos por la oficina, mirando por el ventanal ignorando a sus subordinados y sus preguntas. Pide silencio y se voltea, caminando sin decir una palabra hasta su escritorio, sentándose en su magnífica silla, digna de un presidente o un villano multimillonario de película de espías, y es que tal vez tenía un poco de los dos. Uno de pie a su lado y el otro frente a su escritorio, el presidente o el villano siempre tuvieron mayordomos y guardaespaldas.

El mayor de los tres abrió un cajón de su gran escritorio y sacó del mismo una caja de madera delgada con un vistoso sello rojo en la tapa. Levantó la misma y escogió uno de los puros que reposaban en su interior, el olor a tabaco haciéndose presente en la oficina. Como un ritual que parecía sacar de quicio a Billy pues el señor Geese se mantenía en silencio e imperturbable, cortó una punta del cigarro con una herramienta especial y para horror de cualquier mayordomo que se precie, se negó a aceptar fuego ajeno para sacar su propio encendedor, cerrando los ojos al relajarse tras la primera calada.

— Estoy orgulloso de ustedes —el humo casi parecía una muestra corpórea de ese orgullo real que el jefe sentía. Billy se mostró muy entusiasmado por ello, tosió apenas y se paró tan derecho como pudo, antes de agradecerle efusivamente para después inclinarse tanto que parecía que fuera a golpearse la frente con el borde del escritorio. El señor Geese pareció tener la misma idea y río entre dientes.

— Tu Hein, has demostrado tu valía. Has hecho un buen trabajo.

— Muchas gracias señor, es un placer servirle y pelear a su lado, pero Billy merece más crédito por eso. Él me ha enseñado mucho y ve por mí.

— ¡Hey! Pero tus habilidades ya estaban ahí, solo necesitaban pulirse para Howard Connection.

— Nada habría sido posible si en su absoluta generosidad el señor Geese no me hubiera aceptado como mayordomo, y si usted tampoco me aceptaba, seguramente habrían decidido prescindir de mis servicios. De verdad estoy muy agradecido por todo lo que se me ha brindado.

Geese está contento y lo demuestra soltando una carcajada que Billy corea casi de inmediato, tantos discursos educados usualmente les hacen mucha gracia, como si no estuvieran acostumbrados a ello a pesar de su trabajo. El acento alemán debe influir un poco también, no hay manera de estar seguro.

— No sé qué habría hecho de no tenerte, Hein —se reclinó un poco en su sillón que hizo un suave chirrido, y con el cigarro en la boca se parecía un poco al campeón Antonov —, pero llegaste a tiempo para recibir la invitación al King of Fighters porque, ¿quién habría sido el tercero en nuestro equipo? ¿James? ¡Ya ha intentado matarme dos veces después en torneo!

— Pues por un momento creí que usted no participaría, y tal vez podría entrar yo con Ripper y Hopper, algo que por alguna razón nunca sucede —Billy hizo un gesto y contuvo su risa un instante, seguro también creía que Ripper y Hopper nunca llegarían a ser competidores en el gran torneo.

— Ellos se quedan vigilando todo aquí —aplastó su cigarro contra un cenicero de vidrio y miró distraído en dirección al ventanal, el cielo estaba oscuro como si fuera a llover pronto—, tal vez uno de ellos debería ir con ustedes la próxima, yo me estoy poniendo algo viejo para esas tonterías.

— ¡Imposible! —el coro de voces indignadas le hizo bastante gracia.

— La gente de esta ciudad ya lo cree, y antes de que lo confirmen prefiero retirarme, no es conveniente que tengan esa imagen de mí, que me estoy poniendo débil. Además, quien quiere ese cinturón de tan mal gusto.

Billy asintió con la cabeza dándole la razón, pero la mirada en su rostro delataba que quizás a él le habría gustado ese cinturón, probárselo y tal vez tomarse algunas fotos para enviárselas a Lilly. El inglés no tenía mucho gusto por la ropa elegante, le costaba demasiado ponerse un traje para ir al trabajo y se negaba a usar corbata a menos que tuvieran una reunión muy importante en la que no hubiera lugar para excusas, donde también seguro debería quitarse su siempre presente bandana. Se había arriesgado con esos pendientes suyos, que al jefe no le molestaron en lo absoluto, casi como si no pudiera verlos, pero era muy extraña esa asimetría de justo usar uno solo ese día. Tal vez había perdido el otro.

— Señor Geese, ¿no le gustaría algo de Bienenstich?

Geese desvió la mirada a la bandeja de plata y tras examinar por un instante la cubierta de almendras y miel chasqueó la lengua, con un ligero aire de desaprobación que habría roto el corazón de cualquier pastelero—: No, de hecho preferiría antes un buen filete, pero aún falta para la cena. Guárdalo y no dejes que Billy se lo termine.

— ¡Que c-cruel, señor!

Incluso desde fuera de la oficina podía oírse la profunda risa de Geese aunque no así las quejas de Billy, el sonido cada vez más tenue conforme se agrandaba la distancia entre la puerta de la oficina y las puertas del elevador al final del pasillo. Dentro de éste suena una suave melodía relajante y el movimiento al bajar tras oprimir un botón es igual de suave. En el espejo el reflejo sonríe contento, un mechón más de cabello sobre la frente sobre los lentes de fino armazón, y ahí está esa simetría que no puede verse en Billy. Se ve bien.

La campana de plata al igual que la charola brilla reflejando la luz blanca del techo del elevador, y aunque es un viaje corto de igual forma es entretenido. En las cocinas de la torre siempre hay mucha gente yendo y viniendo, en un bonito espectáculo de artistas de punta en blanco, unos balanceando platos, tazas y copas de porcelana y cristal, y otros más rudos jugando con fuego cerca de las estufas. La gente que trabaja en Howard Connection es reflejo de la variedad de personas que están allí afuera, cruzando el puente. No podría soñar con trabajar en un mejor lugar. De vuelta al piso superior sucede toda otra vez. El botón, el reflejo y la música. Es un día como cualquier otro en la Geese Tower pero especial como el primero, y así ha sido desde el principio.

Al empujar las puertas para abrirlas y entrar a la oficina, el comunicador que el señor Geese tiene en una esquina de su escritorio suena en un chirrido casi como queja, que interrumpe cualquier cosa de la cual pudieran haber estado hablando. El mayor se apresura a responder y sus dos subordinados están atentos para escuchar que puede ser, pues ese pequeño aparato de plástico negro no suena lo suficiente como para que uno pudiera acostumbrarse a su llamado, que es sin duda sorpresivo. Y entonces antes que el señor Geese pueda dar permiso a que su interlocutor informe lo que sucede, este, quien es una joven mujer, habla en un susurro tembloroso, agregando un llanto desesperado que apenas ha comenzado.

— ¡S-Señor Howard! —el intercomunicador deja oír el sonido de cosas rompiéndose y ella entonces grita asustada, como descubierta en su escondite que no debe ser más que un enclenque escritorio de madera que no ha logrado protegerla. Hay cierta interferencia y parece apagarse por un segundo antes que otra cosa pueda oírse.

— Hola, viejo… —una voz grave que arrastra las palabras suena desde el otro lado. Sin darle tiempo de responder la comunicación se pierde entre la estática, como si el aparato hermano hubiera sido destruido. Los rostros del señor Geese y Billy muestran evidente preocupación, pero Billy parece más fastidiado. Aprieta su sansetsukon con ambas manos y gruñe con furia.

— ¿Qué diablos puede querer? ¡Creí que ya se habría muerto o algo, maldito sea!

— Pues dinero, ¿qué más? —se pone de pie y se dirige hasta el mini bar de la oficina para servirse una copa por sí mismo, no quiere que su mayordomo lo haga por él. Se termina el pequeño vaso de un sorbo y regresa con serenidad a sentarse a su escritorio—. Justo hoy, que había enviado a Ripper y Hopper a-

— ¡Maldición! ¿Entonces debo ir yo? —Billy casi llegó a la puerta en un par de pasos apresurados propios de alguien que quiere darle una paliza a otro, pero el señor Geese lo llamó y ordenó que no fuera a irse a ningún lado.

— Señor Geese, Billy, ¿qué sucede? ¿De quién hablan?

Ambos se miraron por un instante, como si hubieran olvidado decir algo sumamente importante, algo que se arrepentían no haber dicho. No habría sido una novedad que existieran secretos que solo aquellos con trayectoria en Howard Connection pudieran conocer, pero es un tanto ofensivo que el amo no los revele a alguien tan importante como su mayordomo, pero en diversas ocasiones Geese demuestra que no parece necesitar tal cosa, y eso duele un poco más. Ese ente lleno de misterio cuya voz en el intercomunicador les cayó como baldazo de agua fría es alguien importante, que se ha marchado y hace bastante que no pasa a saludar, eso es lo primero que cualquiera podría inferir luego de tales reacciones. Pero hay algo más, tal vez mucho más que el señor Geese y Billy no han mencionado ni por error en todo este tiempo juntos, y fastidia ver que incluso ahora guarden tal secreto, que ambos se nieguen a declarar de donde viene toda la mugre bajo la alfombra, quien es el cadáver que está escondido en el closet y ahora golpea con fuerza la puerta, ansioso por salir.

— ¿Por favor, señor Geese? Yo…yo creo que sería apropiado saber cuál es el problema para saber cómo puedo ayudarlos —la temblorosa voz no es familiar y él puede notar cierta incomodidad. Tal vez es un error mostrarse tan afectado al sentirse dejado de lado, pero cuando tu trabajo se vuelve gradualmente tu vida, no puedes evitar sentirte de esa forma.

— Fue un error mío —sentencia tras suspirar profundamente, se cruza de brazos antes de continuar—, es un antiguo empleado que honestamente, no creí que volveríamos a ver nunca más.

— ¡Pues yo creí que estaría muerto, o por lo menos ha estado demasiado tiempo fuera de South Town, no, de América, como para engañarnos! ¡Me siento como un grandísimo idiota, no puedo creerlo!

De alguna forma ambos responden, pero se las ingenian para rodear el asunto de tal forma que acaban por sembrar un par de dudas más, que seguramente no planean responder al instante. Como si les resultara difícil confesar, o como si les avergonzara que tal cosa pasara, principalmente Billy, quien se veía tan furioso como cuando dejaron el torneo de ese año. Parecía que fuera un asunto personal, cierta deuda sin saldar o alguna pelea que quisiera ganar pero que no hubiera podido, y ahora lo enfureciera más quedarse en la oficina esperando sin hacer nada.

¿Qué podía ser tan malo?

Y la pregunta encuentra al fin una respuesta, con la puerta de la oficina abriéndose con suavidad, atrayendo la atención de todos a quien cruza aquel portal. Es un hombre sólido, un tanto delgado de marcada y abundante musculatura, conforme se acerca se nota que es fácilmente un poco más alto que el señor Geese, bastante indiscreto con su tamaño y ese extraño cabello de dos colores. Camina con cierta elegancia misteriosa, muy distinto al jefe pero no por eso menos agradable a la vista. Una mano guardada en su bolsillo y otra meciéndose como péndulo de adelante hacia atrás, dándole un aire un poco más casual a su andar. Una cadena dorada rodea su grande pero huesuda muñeca a la vista y destella con la luz de la oficina. Sus blancos zapatos, en contraste a su atuendo absolutamente negro, están ligeramente manchados de algo que se ve como sangre. Se detiene justo frente al escritorio y como si no pudiera ver nada más se dirige al señor Geese—: Tanto tiempo sin vernos.

Su voz viperina suena como un susurro tenebroso en una tonada extraña que no hace más que agregarle misterio a su persona y alejarlo cuanto es posible de South Town. De cerca su figura es solo más grande y tal vez más escalofriante, dejando apreciar su rostro más de cerca. Esa cara moldeada con rabia pero con una sonrisa amplia, sus dientes tan brillantes como pueden, evidentemente castigados con cajas de cigarrillos diarias. No podía tener la edad del señor Geese, tal vez era un par de años menor.

— Llegaste un poco tarde esta vez, Yamazaki, te perdiste un trabajo de cientos de miles de dólares —se cruzó de brazos apenas divertido al verlo torcer la boca, molesto—. Otra vez de oportunista.

— Ya he visto algo, demasiada policía, demasiada prensa —levantó la mano en un rápido movimiento que alertó a Billy. Al notar su reacción echó a reír mientras se acomodaba el cabello hacía atrás. Su extraña risotada, áspera y aguda, no hacía más que exasperar a Billy quien solo apretaba los dientes y su sansetsukon con fuerza, incapaz de contenerse de darle un golpe, excepto cuando el recién llegado hizo un sonido extraño con la boca, como quien intenta mantener quieto a su perro. Billy le propinó un golpe que esquivó con inquietante rapidez, impropia de alguien tan grande. El sansetsukon de Billy golpeó contra el escritorio, dejando una marca que su dueño le sacaría en cara luego.

— ¡Perro, que clase de modales son esos! —habló en un tono más alto bastante divertido, solo para molestarlo. ¿Pero de verdad le molestaba eso a Billy, quien justamente usaba una chaqueta con un perro en la espalda? La situación solo se ponía más extraña. Lo dejó de lado, como si su atención fuera por turnos, y entonces se volteó a ver a quien tenía el último lugar—: ¿Y tú quién…?

Como si un cable se cortara dentro suyo, su expresión cambió absolutamente y su rostro empalideció al verme. Clavando sus ojos negros en los míos, logró inmovilizarme de la impresión, haciéndome sentir un hueco en el pecho de angustia, dificultándome la respiración con eso simplemente. Pero en su mirada perdida busqué explicación a lo que estaba pasando, sin encontrarla, sin obtener la menor pista al respecto. Sin animarme, sin ser capaz de decirle que yo era quien tal vez lo hubiera reemplazado y esperaba no guardara rencor, él mostró en su silencio que no parecía verse afectado por eso justamente, sino que había algo más. Yamazaki tragó saliva y retrocedió sin quitarme la vista de encima, sin romper nuestro contacto visual tan extraño y duradero que comenzaba a sentirse familiar. Al instante siguiente, en que algo hizo click dentro de él y dejando de lado su demencia momentaria, apartó sus oscuros ojos de los claros míos y miró con rabia al señor Geese, como si este incómodo momento fuera todo culpa suya, para luego voltearse y salir de la oficina dando grandes zancadas y así llegar cuanto antes a las puertas, que cerró muy dramático.

Por primera vez en mucho tiempo, me sentí enfermo.


N/A1: El Bienenstich es un pastel de vainilla, almendras y miel tipico alemán, ademas de ser la comida favorita de Hein. La Sachertorte es un pastel de chocolate increible tambien alemán. El Kirsch es un licor de cerezas.

N/A2: Vermeer es un pintor danés, autor de la clásica obra Meisje met de parel. Busquenla y traten de pensar en Billy :^)

Primer capítulo, hasta aquí llegamos. Cualquier duda, critica o comentario al respecto ya saben que pueden hacermelo saber :^) Muchas gracias por leer y nos vemos la semana que viene en el capítulo que sigue!