Este fic es para el reto de Genee en el foro Proyecto 1-8. Digimon no me pertenece ni su historia y personajes.
Serĉo
UNO
El sol calaba desde lo más alto del cielo azul. El desierto ardía bajo sus pies como brasas incandescentes de una hoguera. Un viento soplaba cálido por pequeños lapsos y la falta de agua mantenía reseco sus labios.
Un par de figuras arrastraban sus pies. Uno llevaba consigo un manto marrón desgastado con una capucha que cubría su cabeza, y unas gafas de aviador que le protegían sus ojos de las ventiscas de arena. La segunda figura mantenía una forma de reptil con una piel amarilla que resaltaba con la luz del sol.
Respiraban con dificultad cuando el viento soplaba y la arena se volvía como una cortina que les envolvía. Y cuando dejaba de soplar el aire, respiraban con dificultad por lo caliente del oxígeno.
Sus pies ardían, pero seguían su camino. Tenían que seguir. Paso por paso seguían adelante, debían de hacerlo. Sin desfallecer. Sin retroceder. Avanzar era lo único que en la mente del encapuchado existía.
El reptil amarillo era más resistente, pero en sus ojos verdes se tallaba el cansancio de jornadas sin dejar de avanzar. Pero el solo sabía que tenía que seguir al encapuchado, nunca, por extraño que pareciera, lo abandonaría. No. Nunca. Después de todo lo que habían vivido eran familia.
Avanzaban.
Cuando el sol se oponía a sus espaldas decidieron buscar un buen punto donde descansar. Pero antes de que sus pies desfallecieran, el encapuchado ajusto sus gafas y activo el dispositivo que le permitía ver más allá de lo que sus ojos eran capaces.
Lo vio.
En la distancia, cinco o cuatro kilómetros, un páramo se extendía hasta donde su dispositivo le permitía ver. Llegar a ese punto les permitiría resguardo y combustible para una fogata, las noches frías del invierno serían pasaderas con una buena hoguera.
—Agumon.
—Dime, Taichi.
—Un páramo se alza a unos kilómetros.
—Vayamos, estoy cansado de la arena.
Taichi sonrió al ver que su compañero siempre lo apoyaba.
—Cambiemos la arena por tierra.
Emprendieron el viaje que se hizo menos pesado bajo el crepúsculo del atardecer. El calor menguado, y el viento templado les hicieron fácil la caminata entre los granos de arenas bajo sus pies.
En menos de una hora cruzaron la frontera entre el páramo y el desierto. Si bien no había en un principio mucho cambio empezaban a brotar los matorrales y brezos del suelo entre más avanzaban.
Para el anochecer tenían el fuego prendido chispeando en la obscuridad. Taichi se arropaba con su manto desgarrado mientras Agumon colocaba un par de varas con pedazos de carne incrustadas. La comida de cada día.
Una vez que cenaron permanecieron en silencio observando la flama que resplandecía e iluminaba aquel pedazo de paramo.
—Taichi.
—Dime.
—¿Cuánto más vagaremos por este desierto?
—Según el mapa, dos a tres días.
—¿Y luego?
Taichi observo a su compañero, el único que estaba dispuesto a seguirlo en su loca búsqueda. En su travesía que no parecía tener fin. El único que creía en su verdad, y que nadie más podía.
—Arribaremos a un poblado —hizo memoria y retomó—. La aldea de los Yokomon.
—Es extraño.
—¿Qué?
El digimon se quedó pensativo, dubitativo. Cruzó los brazos y de su garganta un ligero gruñido se formaba. A Taichi siempre le pareció divertido su compañero, desde aquella vez que lo vio por primera vez en el lago de la Luna.
No recordaba nada antes de aquel amanecer en que despertó de lo que para él era un sueño largo en la obscuridad. Su memoria empezaba despertando a lado de un Koromon inconsciente. Por más que lo intentara no había registro de una vida posterior, pero el sabía que debía tener un pasado, y eso es en lo que estaba en búsqueda.
—Que tengamos que viajar tanto para ir a una aldea tan… —guardó silencio, y volvió a pensar mejor su palabra—… pequeño.
Entendía perfecto que su amigo tuviera sus cuestiones, él mismo las tenía, pero en su interior sabía que debía continuar.
De su bolsa del pantalón sacó una figura con paneles metálicas que en conjunto formaban un Dodecaedro. La figura mantenía relieves en un azul turquí que daban la forma de una pirámide, y los bordes en plata y oro. En la parte superior los relieves se volvían planos, como en la parte inferior, dejando de lado esa parte rustica.
El dodecaedro tenía el tamaño de la palma de su mano. Podía sujetarla con facilidad y practicidad.
Ese artefacto era un misterio. Al igual que con Agumon, esa cosa estaba en la bolsa de su pantalón y por un tiempo no supo de qué se trataba. Todo cambio cuando una noche se activó y una voz emergió de ella. Solo dijo un par de palabras:
Noreste, Aldea Yokomon
Esas pocas palabras fueron suficientes para encender en su corazón una flama. Noches anteriores se sentía perdido, pero esa le había dado una razón para estar en vida. Le dio un motivo de existencia.
Después todo es historia de aventuras junto Agumon, con quien ha pasado varios meses vagando por el Digimundo, y los últimos dos en búsqueda de la aldea; y algo más.
—Lo que importa es lo que encontraremos en esa aldea, Agumon.
—¿Qué?
—Respuestas.
DOS
Un campo se extendía por Kilómetros, ascendiendo en suaves pendientes, y erguida en el horizonte un arco enorme de piedra. La estructura se elevaba hacia el cielo a tal altura que apenas alcanzaba a divisar. Las bases, rodeadas de vociferantes rosas roja, eran titánicas y elegantes. La piedra con que estaba construida no era negra, como en un principio parecía, sino de un color hollín.
El arco era un signo de exclamación plantado en la tierra por encima del campo de rosas rojas como la sangre. El cielo que se curvaba sobre ella era azul, pero lleno de esponjosas nubes blancas como barcas. Fluían sobre la parte superior del arco, y a su alrededor una corriente interminable.
—Hermoso —se maravilló Taichi.
Pero su sensación de asombro se desvaneció cuando del arco, en la plataforma a sus pies, una figura en sombras hizo su aparición.
Un viento tibio acaricio su mejilla como un amante, mientras la figura en el horizonte extendía sus brazos hacia él. Escuchaba en el viento soplar su nombre, una voz tan ajena a su memoria que le recordaba algo de su pasado.
Corría hacia la figura entre las sombras, pero nunca conseguía llegar a ella. El arco cada vez se hacía más pequeño en una forma de ver que se estaba acercando. Pero no conseguía alcanzar a la figura que llamaba por él. Sus pulmones estaban por explotar, sus piernas desgarradas daban todo de ellas, y su corazón bombeaba la sangre para mantenerlo con vida.
Corría solo para darse cuenta que el que estaba en las sombras no era la figura en el centro del arco. Quien estaba en las sombras era él mismo. Y por más que corriera nunca conseguiría ver de quien se trataba aquella persona.
TRES
Al amanecer Taichi y Agumon habían recogido su campamento y estaban en marcha por el paramó hacia la aldea de los Yokomon.
En su camino sintieron que algo en ese lugar no estaba del todo bien. Ignoraron la sensación y continuaron. Caminaron hasta que el sol se posó sobre sus cabezas, momento en el que decidieron descansar y comer algo.
Taichi se sumió en sus pensamientos mientras Agumon descansaba bajo la sombra de un mezquite.
Recordó el sueño que tuvo la noche anterior. Aquel arco y aquella persona en las sombras se aparecían con mayor frecuencia en sus sueños. Siempre ajenos, clamando por él y nunca poder alcanzarlos. Lo frustraba bastante, pero eso era un motivo que lo tenía en ese viaje.
Necesitaba recordar quien era, no solo ser un nombre sin apellido. Deseaba con fervor saber quién era como persona, que carácter tenía, que memorias lo definían.
Cerró sus manos en puños. Su frustración siempre la sacaba cuando su amigo estaba lejos o durmiendo, no deseaba que lo viera de esa manera. Irritado, molesto. Si lo viera en ese estado solo lo preocuparía, y el merecía más de lo que le podía dar.
De todo, Agumon era lo único bueno que tenía.
Sus pensamientos, y frustración, se vieron opacados por una explosión en la lejanía. Taichi se levantó apenas vio una gran columna de polvo elevarse a unos kilómetros de su lugar. Agumon por su parte ya estaba de pie a su lado observando lo mismo que ellos.
—¿Qué crees que sea?
—No lo sé, pero seguro nada bueno.
Una segunda explosión provocó que una nueva cortina de tierra de elevará al cielo, salvo que esta ya estaba más cerca.
—Debemos movernos.
—Sí, alejarno…
No pudo terminar de hablar cuando vio que un grupo de Armadillomon corría desesperados del punto de las explosiones.
—¡Corran si quieren vivir! —grito uno de los Armadillomon
—¿Qué es lo que sucede?
—Nos están cazando
El castaño sintió que por su cuerpo corría una flama de valor que le impulsaba ayudar aquellos digimon. Muchos de ellos eran Upamon, que eran llevados por los armadillomon para mantenerlos a salvo,
—Taichi, mira.
El joven observó hacia donde su amigo apuntaba, sus ojos presenciaron la batalla entre un Ankylomon y un Devidramon. El primer digimon que defendía a los suyos se estaba viendo superado por los ataques de mayor fuerza de su oponente.
Loas armadillomon y Upamon al verse alcanzados se arrinconaron bajo la sombra del mezquite que anteriormente uso Agumon para descansar.
—Ayúdenos —dijo, uno de los digimon armadillos.
—Por favor, no hemos hecho nada malo —dijo otro.
Varios digimon mantenían a salvo a los pequeños, y esto hizo que Taichi se volviera hacia donde se libraba la batalla.
Ankylomon había sido superando y yacía en el suelo sometido por su oponente. Devidramon rugía imponente sobre el cuerpo del digimon armadillo, mostraba su poderío hasta que vio a Taichi que se plantaba a un metro de su posición, con Agumon a su lado.
—Agumon, es momento de digievolucionar.
Primer capitulo de lo que planeo sea un longfic con mucha aventuras. para el segundo capitulo tal vez me tarde un poco ya que quiero terminar el primer reto que me dejo Genee que lleva de titulo 'El Ángel Caído" por si gustan también leerlo. Aviso que por falta de tiempo mantendré el formato de la historia que ya mencione, de mantener capítulos cortos que de igual manera hace que la lectura sea fácil de leer.
Espero que les haya gustado y nos leemos pronto.
Au Revoir.