Muchas gracias a todos los que leéis mi historia y, sobre todo, a los que me habéis dejado vuestro comentario: The crow over the window, Hibbie, The Box Pandora, Snape's Snake y Herenetsess.
Aquí os dejo el noveno y último capítulo de esta historia. Espero que os guste.
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Capítulo 9
HuSnape no volvió al camarote en toda la noche. De hecho, había decidido dormir en cubierta durante lo que quedaba de viaje. Aunque resultaba incómodo y hacía algo de frío, prefería soportar las inclemencias durante los pocos días que quedaban hasta llegar a puerto antes que compartir de nuevo camarote con el joven, o siquiera rebajarse a echarlo de él por despecho.
La tensión entre ambos era más que evidente. No volvieron a mencionar el asunto, pero sólo porque en los días que siguieron a su discusión apenas volvieron a hablarse.
Sin embargo, Harry no se podía seguir engañando por más tiempo: echaba de menos las manos y los labios del hombre, el calor de su cuerpo, el cosquilleo de su aliento junto a su piel, la seguridad que sentía entre sus brazos. Sabía que había sido injusto y que lo más probable era que sus razones para hacer el amor con él no fueran las que le reprochó. Quizá la atracción entre ambos era sincera y sólo había sucumbido al deseo, y nada más. Eso no era ningún crimen, ¿no? Pero Harry era más tozudo de lo que le convenía y no hizo nada para acortar la enorme distancia que los separaba de repente.
Y entonces, un día, el vigía gritó desde su cofa "¡Tierra a la vista!", y Harry se sintió caer en un pozo sin fondo. Estaban llegando a su destino, en pocas horas habrían de desembarcar, probablemente no volvería a ver a Snape nunca más y ni siquiera habían podido arreglar las cosas entre ellos. Subió corriendo al castillo de popa y se plantó ante él, que lo miró con el ceño fruncido y expresión inescrutable.
—¿Puedo hablar con vos, capitán? —dijo respetuosamente bajo la severa mirada del contramaestre, que estaba a su derecha.
—No es un buen momento.
—Es el único momento que tenemos.
Snape suspiró levemente y asintió de una cabezada.
—Está bien, de todos modos tengo que indicaros cómo habréis de proceder para realizar el pago del oro que nos debéis por haberos traído a puerto sano y salvo —dijo con voz fría e indiferente
—¿Qué? Ah, sí, el oro, sí, sí... —murmuró Harry, sin mucho interés en aquel asunto. Le parecía más crucial conseguir evitar que la aspereza del tono de Snape le afectara.
El capitán le cedió el timón a Malfoy, que lo tomó sin decir palabra, y los dos bajaron las escaleras para entrar en el barco. Sin embargo, en vez de dirigirse al camarote, como había imaginado Harry, Snape lo llevó a su cabina de mando.
En cuanto entraron, el hombre se situó frente a su silla, al otro lado de la mesa, interponiendo el mueble entre ambos a modo de barrera.
—Las instrucciones son claras: cuando toquemos tierra —dijo Snape, con el mismo aire desafecto y directo al grano que usara antes—, bajaréis junto a Neville. Vos solo, sin vuestros sirvientes. Él os acompañará a donde haga falta para que le entreguéis el oro que nos habíais prometido. Cuando él regrese con nuestra recompensa, vuestros dos amigos podrán desembarcar también de la nave, pero no antes.
—¿No te fías de mí? —repuso Harry, sin ocultar el tono herido de su voz.
Snape pareció vacilar, pero duró apenas un segundo.
—No se trata de que me fíe o no. Se trata del procedimiento habitual cuando dependemos de alguien ajeno para proveernos con nuestro botín. No puedo hacer excepciones. Los marineros no entenderían que procediera de manera diferente en esta ocasión. Si por mí fuera, ni siquiera aceptaría vuestro maldito oro, pero mis hombres han sufrido mucho en este viaje y se merecen la recompensa por la que tan duras pérdidas han soportado.
Harry intentó controlar sus impulsos, pero la urgencia de saber que tenían los minutos contados le hacía perder la cabeza.
—¿Sigues llamándome de vos? Ahora estamos solos, Severus, ¿ya no recuerdas la intimidad con que nos tratábamos antes cuando no había nadie alrededor? —Snape no contestó, sólo apretó más las mandíbulas y mantuvo la vista clavada al frente—. ¿No recuerdas las caricias? ¿Los jadeos? El tacto de tu piel junto a la mía? ¿Tan rápido eres capaz de olvidar?
—¿Olvidar? —dijo el hombre al fin, con rabia contenida—. No, yo no olvido. Lo mío es recordar. Siempre. Siempre recuerdo.
Harry lo observó con atención unos segundos.
—¿Por qué no quieres ya mi oro? —preguntó—. ¿Tanto te repugna el hijo de James Potter?
Ante tal acusación, el capitán se dirigió hacia la puerta con paso rápido, enojado.
—Esto es absurdo. Será mejor que vuelva a mi puesto, tengo muchas cosas que organizar antes del desembarco.
Pero Harry lo detuvo sujetándolo del brazo.
—Lo siento, perdona. No te vayas, por favor. —La súplica inherente en su voz hizo que Snape se detuviera y, tomando aire, lo miró a los ojos.—. Yo… quiero disculparme por… por todo lo que pasó. La verdad es que no creo que te acostaras conmigo para vengarte de mi padre o por… —Sacudió la cabeza—. No creo nada de lo que dije, sólo estaba enfadado. —Lo miró con un brillo esperanzado en los ojos, como deseando que entendiera mucho más de lo que sus palabras expresaban, que comprendiera lo que su corazón trataba de comunicar sin lograrlo, pero el hombre no dio ninguna indicación en ningún sentido. Harry se mordió el labio un segundo antes de proseguir—. En fin, que sé que me he comportado como un crío y que por mi culpa estos días hemos estado separados cuando podríamos haber aprovechado mejor mi última semana en el barco…
—Sí. Es cierto. Se me ocurren mil maneras en que podríamos haber aprovechado mejor nuestros últimos días juntos, pero tú eres como el mar, que no se detiene nunca, ni siquiera cuando está en calma. Y ahora te das cuenta de que hubieras querido parar y hacer las cosas de forma diferente, pero ya es tarde para eso.
—Yo... —Harry se sentía tan desolado que no supo qué decir.
Hubo una larga pausa durante la cual ambos se observaron mutuamente en silencio. Finalmente, Snape la rompió con un susurro.
—Está bien. Disculpas aceptadas. No le des más vueltas.
—¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué no me explicaste que…?
—No sigas por ahí —le atajó el hombre, visiblemente incómodo—. No tengo ninguna intención de volver a discutir contigo.
—No quiero discutir, sólo necesito entender por qué.
Snape suspiró y la fría coraza que lo protegía pareció ceder un poco.
—Al principio callé por razones prácticas. No tenía más interés en ti que el de conseguir el oro que nos habías prometido y, dado que estaba claro que no tenías ni idea de quién era yo, pensé que no era necesario sacar el tema a relucir. Después, cuando se te escapó que Neville te había hablado de mi pasado y no lo relacionaste con la historia de tus padres, me di cuenta de que el Duque van Dumbledore no te había explicado absolutamente nada de ellos, cosa que ignoraba, pero para entonces ya era demasiado tarde y consideré que decírtelo sólo haría que te cuestionaras mis motivos, que pensaras que no se había tratado más que de un plan mío para llevarte a la cama por… por cualquiera de las perversas razones que, de hecho, se te ocurrieron cuando te enteraste.
—No confiabas en que pudiera creerte —concluyó Harry, abatido.
—Y no lo hiciste, ¿verdad?
—¡Porque lo guardaste en secreto! Si hubieras sido sincero desde el principio, yo…
—¿Qué? ¿Me hubieras creído, entonces? ¿Después de haber hecho el amor contigo hubieras creído que no lo había hecho por motivos oscuros? ¡Soy un pirata! La gente siempre piensa lo peor de mí por costumbre.
—Me lo podías haber dicho el primer día.
Snape suspiró con aire cansado.
—Sí, debería haberlo hecho —admitió, muy serio—. Así nada de esto habría ocurrido. Nunca te habrías colado en mi cama ni tampoco en mi corazón.
Harry se quedó sin aliento.
—¿Qué? —dijo—. ¿Qué has dicho?
—Debería haber sido honesto contigo desde el primer momento —continuó Snape como si nada. Como si no le acabara de confesar sus sentimientos abiertamente—. Pero, al fin y al cabo, soy el capitán de un buque pirata. Mi principal interés, igual que el de los hombres a mi cargo, es el oro, y si te hubiera dicho quién era… —Se encogió de hombros—. Todo el mundo cree que maté a tus padres. Estaba seguro de que si conocieras mi identidad me odiarías y, entonces, ni bajo amenaza de herir a tus sirvientes accederías a pagar. No podía arriesgar el botín de mi tripulación por algo tan banal como la verdad.
—¿Banal? Es la búsqueda de la verdad lo que me llevó a Sicilia, para empezar. Es la razón de que tú y yo nos hayamos conocido. Y de que también te hayas… colado en mi corazón —admitió.
Snape se dio media vuelta, apartándose del chico y evitando sus ojos.
—Sí, bueno. De todos modos ya es demasiado tarde para nosotros.
—No tiene por qué serlo —dijo Harry, esperanzado.
—Mucho me temo que sí. Y ahora tendrás que excusarme, pero he de subir a cubierta, tenemos que prepararnos para desembarcar.
Harry lo sujetó de los brazos.
—Pero… quizá podamos… a lo mejor podemos…
—¡Nada! ¡No podemos nada! —se impacientó Snape—. ¿Es que no lo comprendes? Entiendo que eres un señorito que se ha criado entre riquezas y estás muy acostumbrado a salirte con la tuya, pero debes aprender que no siempre conseguimos lo que queremos. Ni siquiera tú. ¿Cómo pensabas que iba a acabar esto? ¿En algún momento has llegado a creer que viviríamos juntos y seríamos felices por siempre jamás? ¿Pero en qué mundo vives, Harry? ¿Acaso piensas que tu abuelo permitiría eso? ¿Crees que el gran von Dumbledore dejaría que su nieto retozara libremente con el ex prometido de su hija, un capitán pirata, para más señas?
—No me importa lo que diga mi abuelo.
—Te importará cuando te desherede y tengas que vivir en la más absoluta pobreza, tú, que estás tan habituado a las comodidades.
—Me da igual la riqueza de mi abuelo. Que me desherede, si le viene en gana. Yo sólo quiero ser feliz.
—¡Feliz! ¡Ja! —rió Snape, con amargura—. ¿Cómo ibas a ser feliz sabiendo todo lo que perdiste por estar conmigo, un pobre desgraciado que te dobla la edad? Cada día pensarías con rencor y añoranza en aquello a lo que renunciaste y en lo bien que podrías estar viviendo si no te hubieras precipitado al elegirme. Me culparías de tu miseria. Acabarías odiándome.
—¡Jamás! —dijo Harry, con firmeza.
El capitán puso expresión amarga.
—¿Y cómo viviríamos? ¿Te unirías a mi tripulación? ¿Te convertirías en un pirata por mí? ¿En un forajido? Porque sabes que yo no puedo pisar tierra por mucho tiempo sin que vengan a por mí. Soy un hombre buscado en varios países.
—Lo solucionaríamos. Encontraríamos la manera.
Snape negó con la cabeza tristemente.
—Imposible. No puedo condenarte a una vida de peligros. No puedo convertirte en lo que soy yo. No voy a hacerte eso.
El chico frunció los labios con rabia unos segundos y después escupió:
—Eres un cobarde.
Snape retrocedió un paso, como golpeado por aquel insulto, y después se acercó tanto a Harry que el joven pudo sentir su aliento en el rostro y notó que se le erizaba el vello de la nuca.
—No vuelvas a llamarme así. No soy ningún cobarde, ¿me oyes?
—Te da miedo enamorarte. Te da miedo ser feliz. Y no voy a dejar que tomes esta decisión por mí.
—Me temo que no tienes otra opción. Cuando lleguemos a puerto bajarás del barco o haré que mis hombres te arrojen al muelle. Tú decides.
Se dio la vuelta de nuevo con decisión y se acercó a la salida de la cabina con rápidas zancadas.
—¡Espera! Por favor, no dejes que lo nuestro acabe así. No nos despidamos con una discusión.
Snape se detuvo cuando su mano ya estaba sobre el pomo de la puerta. Vaciló unos instantes, suspiró y se giró otra vez hacia el chico.
—Tienes razón. Acabémoslo bien. No tendremos otra ocasión de arreglarlo.
El joven se acercó a él y acarició su mejilla con ternura. Los ojos le escocían, pero se obligó a ser fuerte y no dejarse llevar por la emoción.
—Te voy a echar tanto de menos.
El capitán cerró los ojos un segundo.
—Yo también. —Volvió a abrirlos y Harry vio que estaban empañados por una expresión de profunda tristeza—. Lo que ha ocurrido entre nosotros ha sido… es algo que no voy a olvidar nunca, pero es necesario saber cuándo decir adiós. Y ahora ha llegado el momento de nuestra despedida.
—Quizá nos... —murmuró el chico, con un nudo en la garganta—. Nos volveremos a ver algún día… ¿no?
—Quizá… —respondió Snape—. O quizá nos reencontremos en otra vida.
Una triste sonrisa curvó sus labios y Harry se apresuró a tomarle la palabra.
—Sí, en una vida mejor. Menos complicada. Una vida que podamos compartir hasta el final y en la que podamos querernos, libres de problemas que nos amarguen la existencia… —El chico sonrió también, imaginando ese futuro soñado, y se inclinó hacia delante para besar al hombre, que lo rodeó suavemente con los brazos—. Sí, va a ser así. Seguro. La tinta mágica con la que escribiste sobre mi espalda hará que nos reencontremos. —Se miraron unos largos segundos, absortos cada uno en el alma del otro—. Ojalá tuviéramos más tiempo —murmuró Harry al final, junto a los labios del hombre, en voz muy baja.
Snape asintió y lo besó de nuevo dulcemente. Después se apartó despacio de él, como si no quisiera, pero supiera que no había otra opción.
—Tenemos que ir a cubierta. Le tienes que explicar a tus sirvientes el procedimiento a seguir cuando lleguemos a puerto.
Una idea cruzó la mente del chico.
—¿Por qué no me acompañas tú a buscar el oro, en vez de Neville?
El capitán pareció considerarlo durante un instante, pero desechó la idea de inmediato.
—No, Harry. Es mejor que nos despidamos en el barco, créeme. —Acarició su frente con delicadeza, apartando un rebelde mechón de pelo—. Sabemos cuál es el final, no lo alarguemos más de lo necesario. Sólo nos causaría más sufrimiento.
Harry se mordió el labio inferior y parpadeó con fuerza, intentando deshacerse del molesto escozor en los ojos. Snape lo condujo fuera de la cabina, regresaron a cubierta y el chico fue a hablar con sus amigos, que estaban extáticos por saber que pronto desembarcarían. Charlaban sin cesar, haciendo planes para cuando regresaran al hogar.
—Ya casi puedo saborear la cerveza del Riverside Arms. El viejo Albert debe de haberme echado de menos —dijo Ron alegremente.
—Desde luego. O, más bien, habrá echado de menos tu bolsa de monedas. Te gastas ahí la mitad de lo que ganas. —Se burló Hermione—. Yo quiero comprobar en qué estado se encuentra la biblioteca. Me temo que si no estoy yo ahí para volver a ordenar los libros que va sacando Lord von Dumbledore, Bertie no mueve un dedo para hacerlo.
—"Soy mayordomo, no bibliotecario" —dijo Ron, imitando a la perfección la voz aguda y la pose altiva del mayordomo.
—¡Exacto! —Se rió la chica—. ¡Lo has clavado!
Pero Harry no escuchaba nada de lo que decían. Su atención estaba centrada en exclusiva en el hombre que, desde lo alto del castillo de popa, daba órdenes a los piratas para que se preparasen para atracar en cuanto llegaran a puerto.
Si iban a ser los últimos instantes cerca de él, no pensaba perderse ni uno solo de sus movimientos ni de las sutiles inflexiones de su voz. Quería grabarlos en su memoria para llevarlos siempre consigo.
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Un par de horas más tarde la nave arribó a puerto y Harry desembarcó seguido por Neville, que parecía muy satisfecho de que el capitán le hubiese confiado la responsabilidad de asegurar la transacción. Harry tenía que entregarle el dinero acordado a él y cuando el marinero lo llevara al barco el capitán liberaría a sus amigos.
—¿Qué harás al final, Neville? —preguntó mientras descendían por la pasarela—. ¿Dejarás la vida de pirata y te volverás un hombre honrado? ¿Quizá comprarás una parcela de tierra y te convertirás en tu propio amo?
Le dedicó una pequeña sonrisa, pero el joven marinero mantenía la vista al frente, como intentando ver a dónde lo conducirían sus pasos, qué vida le esperaba más adelante.
—No lo sé, milord. No estoy seguro. Quizá me apunte a un último viaje con mis compañeros y me retire definitivamente de esta vida en el mar cuando lleguemos al siguiente puerto.
—Bueno, si algún día te encuentras en la capital, ven a visitarme.
—Sí algún día me encuentro en la capital, seguramente acabaré con el cuello en el extremo de una soga. —Se rió—. Los de mi calaña no somos muy bienvenidos por allí.
Harry lo miró y frunció el ceño. Estaba en lo cierto, sin duda; las leyes contra la piratería eran muy severas en el país y la mayoría de los juicios y las subsiguientes ejecuciones se llevaban a cabo en Londres. Por un instante se imaginó viviendo así, en el filo de la navaja, y se preguntó si sería capaz de aguantarlo. Si sería capaz de vivir cada día en peligro, huyendo, perseguido, sabiendo que había gente que lo quería muerto. No. Probablemente no podría soportarlo. Snape tenía razón.
Sonrió de nuevo a Neville y empezaron a alejarse despacio por el muelle. No quería girarse. No lo haría. Sin embargo, finalmente no pudo evitar echar un último vistazo hacia atrás, hacia el barco pirata. En el lateral del casco se destacaba el nombre de la nave en letras grandes y negras: "El príncipe de los mares".
Desvió la mirada hacia arriba y vio allí al capitán observándolo, firme y con expresión grave, despidiéndose de él en silencio; un pie descansando en un saliente de la proa, el codo apoyado sobre la rodilla y la mano contraria sujetando el pomo de su espada envainada. Era una imagen magnífica y se alegró de haberse dado la vuelta y haber podido contemplarla.
Se sintió tentado de decirle adiós al capitán con la mano, pero se lo pensó mejor y no lo hizo.
Tenía la sensación de estar equivocándose; le parecía que le daba la espalda a algo excepcional, que estaba desaprovechando una oportunidad única e irrepetible, pero no podía hacer nada para impedirlo.
—Quizá en otra vida... —susurró para sí mismo.
Se dio la vuelta de nuevo y siguió caminando sin volver a mirar atrás.
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Harry Potter, el niño-que-vivió, el futuro salvador del mundo mágico, golpeteaba su pupitre con los dedos sin cesar. El profesor Snape estaba dando clase sobre los antídotos más efectivos contra el veneno de dragón enano de Namibia y Harry no creía haber escuchado nada tan aburrido como aquello en la vida. Para él, de todas las asignaturas de aquel primer curso en Hogwarts, Pociones era sin duda la peor.
En cierto momento, Snape se detuvo frente a la ventana y la luz exterior recortó su silueta de un negro más profundo. Harry dejó de repiquetear y se lo quedó mirando, absorto, como si de repente hubiera recordado algo olvidado desde hacía tiempo. No sabía lo que era, pero tenía una sensación de algo conocido que no podía identificar. Era como una palabra que tienes en la punta de la lengua pero de la que no te puedes acordar. Como una canción que ronda por tu cabeza pero que, por más que lo intentas, no acabas de dar con la melodía correcta.
Le pareció notar un murmullo acompasado, como de olas; y una brisa salada y cálida acariciándole el rostro. Pero entonces todas esas sensaciones desaparecieron de golpe y volvió a la realidad. Se dio cuenta de que el profesor Snape había dejado de hablar y lo observaba con expresión extraña. Por algún inexplicable motivo, sintió que se ruborizaba y agachó la cabeza.
—Diez puntos menos para Gryffindor —dijo la voz profunda del profesor.
—Pero, ¿por qué? ¡Nadie ha dicho ni hecho nada! —protestó Hermione.
—Que sean veinte —dijo Snape.
Harry levantó la cabeza y volvió a mirarlo. El hombre seguía con la vista clavada en él. ¿Estaría recordando él también algo imposible?
De repente, sin embargo, Snape apretó las mandíbulas y se dio media vuelta para dirigirse a su silla, el frufrú de la túnica acompañando cada uno de sus pasos como el rumor del oleaje. El mar, incluso cuando está en calma, nunca se detiene. Harry sacudió la cabeza, intentando despejarse. ¿Por qué había pensado en el mar? ¿Por qué había pensado que nunca se detenía, cuando él sólo había visitado la playa en dos ocasiones y en ninguna de ellas estuvo el tiempo suficiente como para llegar a conclusiones tan profundas y alegóricas?
—¿Tú crees que es posible que ya hayamos vivido antes? —le preguntó a Hermione en un susurro, aprovechando que el profesor estaba haciendo unas anotaciones en la pizarra.
La chica lo miró sorprendida.
—¿Qué? ¿Qué quieres decir? ¿Hablas de la reencarnación o algo así?
—¿Reencarna-qué?
—Muchas religiones orientales creen en la vida después de la vida. Pero no una vida inmaterial, como el cielo de la religión cristiana, sino una vida física en la que el alma vuelve a nacer al mundo para desarrollar un nuevo ciclo vital.
Snape se giró de golpe, intentando ver quién cuchicheaba, pero los dos chicos fijaron la vista en sus pergaminos, muy quietos, hasta que el hombre volvió a darse la vuelta.
—¿Por qué lo preguntas? —preguntó la chica cuando el peligro hubo pasado.
—No, por nada. No sé por qué se me ha ocurrido.
Hermione lo miró con extrañeza unos segundos, pero después negó con la cabeza y volvió a concentrarse en la lección.
Harry, en cambio, se pasó el resto del rato dibujando en su pergamino, en lugar de prestar atención a la clase. No solía garabatear porque el dibujo no se le daba muy bien pero, sin saber por qué, aquel día se sentía inspirado.
—¡Caray! ¡Es un barco pirata! —dijo Ron con entusiasmo.
—¿Qué? —dijo Harry, ensimismado. Levantó la cabeza y vio que ya habían salido casi todos los alumnos de la clase. Fue a recoger sus cosas del pupitre y entonces reparó en lo que había dibujado sin darse cuenta—. ¡Vaya, es verdad! Un barco pirata —dijo, sorprendido—. No sé por qué se me habrá ocurrido hacer esto.
El profesor Snape, que pasaba por su lado en aquel momento para salir del aula, miró el dibujo con una ceja arqueada.
—¿En eso ha estado perdiendo el tiempo durante mi clase? ¡Piratas! Eran unos criminales, ¿lo sabe, Potter? No me extraña que le resulten tan fascinantes. —Le dedicó una sonrisa de desdén y añadió—: Otros diez puntos menos para Gryffindor.
—¡Eh! ¡No es justo! —se quejó Ron—. La clase ya ha acabado.
Snape sonrió con burla.
—¿Pretende hacerme creer que este dibujo lo ha hecho en los segundos que hace que ha terminado la clase, Weasley?
Y, sin decir nada más, salió por la puerta.
—¡Maldito murciélago! —dijo Ron—. Pero no hagas caso de lo que ha dicho de que son criminales, a mí me chiflan las historias de piratas. Conozco una buenísima que relata una batalla entre corsarios y tritones, ¿quieres que te la cuente?
—Me encantará escucharla —dijo Harry.
Echó una última y larga mirada al dibujo, envuelto en un sentimiento de nostalgia que ignoraba de dónde procedía, y después, en un susurro, lanzó un hechizo para borrarlo definitivamente del pergamino.
FIN
Hasta aquí ha llegado esta historia. Espero que os haya gustado, a pesar de que no tiene un final realmente feliz, ya que Harry y Severus no han podido disfrutar de su amor con libertad.
Pero mi historia incluye un regalo para vosotras, mis queridas lectoras, y es el reto de que imaginéis las muchas vidas que pueden haber vivido estos dos a lo largo de los siglos que separan mi historia de la de los libros de Harry Potter.
"El príncipe de los mares" está ambientada a finales del siglo XVI y la saga de libros escritos por J. a finales del siglo XX. Esto da mucho margen para que las almas de Severus y Harry se hayan reencontrado muchas veces, en muchos lugares y situaciones distintas, y con finales muy diferentes para sus historias.
Os desafío a que creéis esas historias, ya sea sobre el papel o únicamente en vuestra imaginación. Buscad maneras de que se vuelvan a encontrar a lo largo del tiempo. Incluso, por qué no, ambientadas en el futuro, mucho después de los acontecimientos ocurridos en Hogwarts. O en el pasado. Al fin y al cabo, Severus es un nombre que suena mucho a latín, ¿no? ¿Sería posible que se hubieran conocido ya antes, durante la época del Imperio Romano?
¡Inventad, fantasead, cread, imaginad, vivid las nuevas vidas de nuestros protagonistas! De esa manera, mi historia será vuestra también. Y será infinita. Y, si habéis disfrutado leyéndola, disfrutaréis aún más continuándola de mil maneras diferentes.
Un abrazo a todas.