Notas:
Gracias por haber elegido una historia de mi creación.
Es muy probable que todo fan de One Piece que ha intentado presentar el anime y/o manga a alguien inevitablemente ha escuchado, al menos una vez, que no lo verían ni en broma porque la animación es ridícula y porque se ve de lejos que no es para nada serio. Por eso creo que es un privilegio ser de las personas que le dan una oportunidad y ver lo grandioso y extenso que es en cuanto a personajes, emociones, historia, peleas, comedia, tragedia, giros, sorpresas...
Es tanto así que (y a lo mejor no todo el mundo concuerda conmigo) tengo la certeza que todos los de la tripulación del Sombrero de Paja se pueden ubicar en cualquier situación (triste, romántica, melancólica, graciosa, cruel...) y se sentiría dentro de contexto ya que no son pocas las que han pasado luego de tantos años. Además de eso la idea de vivir aventuras dentro de un barco sobre el extenso océano me fascina sobremanera. Ese pequeño y finito espacio donde tantas vidas se relacionan y comparten historias me parece un escenario genial.
Es por eso que decidí intentar escribir estas historias. Aun cuando Zoro y Robin no siempre son los más expresivos, imaginarse estas situaciones resulto relativamente fácil ya que realmente todo puede esperarse de aquella tripulación. Solo necesitas tener una amistad con alguien y un espacio limitado para que ocurran situaciones para recordar.
Finalmente, admito que (a lo mejor como muchos) no recuerdo todo de lo que ha pasado en One Piece. Con tantos años de historia, eventos y sagas puede que mencione cosas que recuente mal, que ocurrieron pero no me recuerde o incluso que no ocurrieron en lo absoluto pero mi mente de igual forma se lo imaginó. De cualquier forma lo que importa es divertirse.
Sin más, les dejo la historia. Gracias y que la disfruten.
Finito
I
Era muy extraño que Robin se encontrase en una situación en la que no supiese que hacer pero aquella tranquila noche, sentada frente a la cama donde Zoro yacía desmayado y vendado en diversas partes del cuerpo, mientras sujetaba una de sus katanas con ansiedad, era uno de aquellos momentos.
El suave vaivén del océano causaba un efecto relajante en el Sunny y parecía ayudar a que Zoro durmiese plácidamente, aun cuando fue traído a la nave un par de horas atrás cubierto de pies a cuello de heridas, magulladuras y sangre. Con la frente relajada y la respiración lenta y pausada, aquel no era el cuadro de una persona que unos momentos atrás había estado al borde de la muerte, pero en la tripulación de los Sombrero de Paja peores cosas se han visto y peores cosas han sobrevivido. Una vez Chopper terminase de cauterizarlo y vendarlo de forma experta toda la tripulación se retiró en silencio para atender sus propias heridas, las cuales palidecían en comparación.
Todos menos Robin, quien se sentó con la katana en mano sin decir una palabra desde que lo colocaron en la enfermería hasta que Chopper se despidió con una sonrisa mientras cerraba la puerta. Muchos tuvieron varias dudas, desde el porqué la preocupada expresión de Robin hasta el hecho de que tuviese en sus manos la posesión más valiosa y preciada de Zoro, pero sabían que ese no era el momento para preguntarlas. Las horas pasaron y la tarde se volvió noche. Durante todo ese tiempo Robin caminó por la enfermería, leía los libros de medicina que ahí se encontraban y suspiraba ensimismada mientras esperaba pacientemente, conociendo la resistencia de sus compañeros. Fue por eso que, como había calculado, Zoro finalmente empezó a recobrar el conocimiento un par de horas después.
Robin empezó a extender una mano pero la contrajo finalmente, esperando a que el espadachín reconociese donde estaba por cuenta propia. Con notable esfuerzo Zoro abrió los ojos y movió la cabeza de un lado a otro, murmurando incoherencias. Intentó levantar un brazo y fue el dolor que pareció explicarle donde estaba, dejándose tumbar nuevamente con tranquilidad, sintiéndose seguro dentro del barco de su tripulación. Finalmente su mirada se posó sobre Robin y su frente se arrugó por primera vez aquella noche.
Robin sabía que no era su apariencia sino el objeto que tenía en sus manos que hacía que Zoro no le quitase la vista por lo que descansó la katana en sus piernas y sonrió débilmente. "Buenas noches espadachín", dijo en voz baja, sus ojos azules enormes en la tenue habitación.
"Hey" fue lo único que dijo Zoro, todavía aturdido, pero recordando fragmentos de los eventos de aquella tarde, principalmente la parte cuando volvía a la nave luego de combatir la flotilla de marines que los emboscó en la isla en la que habían parado a repostar.
Desafortunadamente (aunque él lo veía como suerte, pues podía defender a sus nakamas a la vez que ponía a prueba sus límites) los más adeptos y peligrosos integrantes de aquella flotilla lo enfrentaron directamente y, si bien vivió para contar otro día, el maltrato que recibió fue uno de los más grandes que había recibido en mucho tiempo, y supo esto cuando se dio cuenta que iba a colapsar por el dolor y la fatiga faltando un par de metros para llegar al Sunny. El último fragmento que tenia de aquella memoria era tener la Wado Ichimonji en sus manos pero estar tan lastimado que no era capaz de colocarla en su cinturón, por lo que la extendió a una figura que corría en su dirección a socorrerlo para que la sostuviese mientas caía inconsciente. Si esa figura la llegó a tomar antes de golpear el suelo no tenía idea en ese entonces, pero ahora que veía quien fue que la tomó estaba seguro que Robin debió generar diversas manos para sujetar, tanto su katana, como su abatido cuerpo.
Zoro gruñó al recordar un par de veces más aquella batalla, sobre todo al pensar en las técnicas y movimientos que pudo realizar de mejor forma en el momento para evitar quedar como estaba, pero se insistió que ya nada podía hacer al respecto. Volvió a observar a Robin y ahora le era obvio el porqué todavía se encontraba ahí.
Hizo un ademan con un dedo, al parecer lo único que podía mover sin dolor por el momento. "Gracias por cuidarla mujer, pero podías haberla dejado en cualquier esquina. No tenias por que esforzarte tanto."
Robin torció la cabeza y abrió la boca para decir algo pero se detuvo por un segundo. Miró nuevamente la katana y no pudo evitar sonreír. "Llevo desde que la tome intentando hacerlo, pero el hecho de que significa tanto para ti no me deja soltarla." Levantó la mirada y se enfocó en los ojos de Zoro. "Quería devolvértela en tus manos en vez de tener que recogerla del suelo. Espero que no te moleste."
Zoro quiso comentar en lo innecesario que era aquel gesto pero apretó los labios al ver la disimulada expresión de duda de la arqueóloga, señal de que sinceramente le importaba hacer las cosas de esa forma, y decidió tener el mínimo de decencia para apreciarlo.
"Aquí está espadachín, sana y salva." Robin se inclinó y extendió los brazos para colocar la katana en las manos de Zoro cuando un hostil gruñido la hiso apartarse instintivamente. "Que paso?"
"Desenfúndala." Exigió Zoro con visible incomodidad. Robin se mordió el labio inferior, imaginando que algo le había pasado a la katana mientas estuvo bajo su guardia pero fue incapaz de percibir exactamente qué fue lo que le había acontecido. Antes de siquiera poder preguntar Zoro insistió, moviendo incesantemente el dedo. "Desenfúndala!"
Sin esperar que se lo pidieran una tercera vez Robin tomó el mango de la katana y la desenfundó con rapidez, la hoja brillando de forma exquisita bajo la luz de las velas con cada movimiento. Con sumo cuidado reposó la hoja en la palma de sus manos y acercó el mango hasta la mano de su dueño, pero Zoro negó con la cabeza. "Sujétala bien, ambas manos en el mango."
"Espadachín, no creo que-"
"Con ambas manos mujer! Por favor!"
Robin exhaló impaciente e hiso lo que se le pidió. Colocó ambas manos en el mango y sujetó la espada frente a su cuerpo, la hoja lanzando reflejos por toda la habitación. Por un fugaz momento se sintió incómoda al tener en sus manos la posesión tan intima de uno de sus nakamas, pero ya no tenía otra opción pues al parecer la katana sufrió algún tipo de daño y lo mínimo que podía hacer era tragarse su frustración y dejar que su dueño la evaluase.
Zoro observó con mirada penetrante a Robin y su arma durante lo que debió ser un minuto entero. La arqueóloga hiso lo posible por mantenerse inmóvil, colocándose en posición defensiva como varias veces había visto al espadachín, la hoja de la katana a un par de pulgadas de su cuerpo y el rostro enfocado. Finalmente Zoro cerró los ojos y suspiró con cansancio. "Lo sabia!"
La frente de Robin se arrugó molesta por el hecho de que todavía no sabía lo que debía notar. Rendida, decidió al menos preguntar para no ser tan mala protectora en la próxima ocasión. "Que ocurrió espadachín?"
"Sabía que te verías adorable sujetando una katana, toda seria y estoica como sueles ser."
Aun con lo perspicaz que era Robin, le tomó un par de segundos comprender lo que acababa de escuchar. Pestañó un par de veces y desvió la mirada desde la katana hacia Zoro, quien tenía una sonrisa poco propia de alguien que tiene vendado un gran porcentaje de su cuerpo. Cuando la realidad de lo que había pasado cayó sobre ella la única forma en la que pudo reaccionar fue en poner la katana en sus piernas y cubrirse el rostro con ambas manos, sintiéndose tonta por el calor que percibía en sus mejillas.
"Que ridículo eres espadachín." Exclamó Robin desde detrás de sus manos, estallando en risas sin poder ocultarlo, ya que luego de que su mente comprendió que aquello fue un (muy) poco ortodoxo elogio de alguien que no elogiaba ni aunque su vida dependiera de ello, no tenía idea que cara podía tener.
"Estabas a punto de salir de la habitación frustrada, verdad que si?" Preguntó Zoro, intentando contener las risas para evitar que sus puntadas se abriesen.
"No tienes idea," respondió Robin a la vez que asentía con la cabeza, dispersando las musarañas que había generado en su cerebro. Se quitó las manos del rostro y al ver que la mirada de Zoro se tornó interesada en ella sabía que debía estar sonrojada y risueña, por lo que la giró ligeramente para ocultara con sus cabellos.
"Suerte que no lo hiciste ya que no hubiese podido agradecerte de forma correcta, pues no creo que la pude haber dejado en mejores manos." Zoro recostó el dorso de la mano en la cama, ofreciéndole la palma abierta. "Gracias por cuidarla Robin."
Robin miró el gesto mientras se recogía los cabellos detrás de la oreja, ofreciéndole su rostro, nuevamente sereno. Por un instante pensó en colocar el mango de la katana en aquella mano pero desistió de esa idea. Sintiéndose graciosa por el momento que habían compartido decidió la opción más humana y colocó su delicada mano encima, apretándola con suavidad. "Estamos para servirle, espadachín."
Zoro arqueó una ceja pero no pudo evitar responder al afecto, cerrando los dedos en la mano de la arqueóloga, cubriéndola completamente. Y si bien lo primero que pasó por su mente (y Nico Robin debía saberlo, de eso no tenida la más mínima duda) fue realmente pedir su katana de vuelta, lo cierto era que algunas veces el espadachín era capaz de ser afectuoso con las personas que importan, sobre todo con aquellas que protegen lo más valioso que tenía en esta vida.
Además, en que otro lugar podría esa katana estar más segura que en aquellas delicadas pero peligrosas manos? No había ningún problema en que estuviesen resguardadas allí un par de minutos más.
Fin.