Advertencia: El libro las cincuentas sombras de Grey de E.L James , los personajes de Harry Potter de JK Rowling, y aunque toda la trama relatada, no me pertenecen, desde ya, la adaptación es de mi deseo de convertirla en un Bellamione. Por la tanto, esta historia no se puede vender, reproducir, copiar o cualquier otro enganche para sacar rédito económico o de del que fuese.

Descargo: Mujer/mujer. Sado, lenguaje inapropiado, practicas para infligir dolor…bueno, todas/os ya sabemos más o menos de que van las cincuentas sombras.

Aviso: Leyendo este libro, la idea de adaptarla para Bellatrix y Hermione, se disparó de inmediato. Será tal cual, aunque modificada para que nuestras protagonistas cobren vida. Tendré ayudanta, una esclava personal, (que es broma. Es mi mujer que me mira alzando el libro, tentada a arrojármelo por la cabeza) me lo leerá mientras yo escribo y modifico. Gracias, cariño, sino lo escribo sé que me dejará sola con este monumental proyecto.

Vamos de a poco, terminaré el primer libro y si veo que les gusta y se adaptan a la idea de que Bellatrix es una poderosa empresaria, sádica y Hermione su sumisa…será una posibilidad seguir con el segundo. Todo dependerá de la aceptación que tenga, por supuesto. Favoritos, seguidores y comentarios…todo contará.

Si no te agrada la temática, te perturba, te hace ruido la pareja escogida o te disgusta que se base cien por ciento en el libro, por favor busca algo que se apegue a tus ansias de lectura.

Dicho esto, a leer.

Capítulo 1

Me miro en el espejo y frunzo el ceño, frustrada. Qué asco de pelo. No hay nada que hacer. Y maldita sea Fleur Delacour, que se ha enfermado y me ha metido en este lío. Tendría estar estudiando para los exámenes finales, que son la semana que viene, pero aquí estoy, intentando hacer algo con mi pelo. No debo meterme a la cama con el pelo mojado. No debo meterme a la cama con el pelo mojado. Recito varias veces este mantra mientras intento una vez más controlarlo con el cepillo. Me desespero, pongo los ojos en blanco, después observo a la chica de tez clara, de pelo castaño y ojos marrones exageradamente grandes que me mira, y me rindo. Mi única opción es atarme el pelo rebelde en una coleta y esperar a estar medio presentable.

Fleur es mi compañera de apartamento, y ha tenido que resfriarse precisamente hoy. Por eso no puede ir a la entrevista que había concertado con una mega empresaria de la que yo nunca había oído hablar para la revista de la facultad. Así que va a tocarme a mí. Tengo que estudiar para los exámenes finales, tengo que terminar un trabajo y se suponía que a eso iba a dedicarme esta tarde, pero no. Lo que voy hacer hoy es manejar más de doscientos kilómetros hasta el centro de Seattle para reunirme con la enigmática presidenta de Black Enterprises Holdings, Inc. Como empresaria excepcional y principal mecenas de nuestra universidad, su tiempo es extraordinariamente valioso—mucho más que el mío—, pero ha concedido una entrevista a Fleur. Una gran oportunidad, según ella. Malditas sean sus actividades extras académicas.

Fleur está acurrucada en el sofá del salón.

—Hermione, lo siento. Tardé nueve meses en conseguir esta entrevista. Si pido que me cambien el día, tendré que esperar otros seis meses, y para entonces las dos estaremos graduadas. Soy la responsable de la revista, así que no puedo echarlo todo a perder. Por favor…—me suplica Fleur con voz ronca por el resfriado.

¿Cómo lo hace? Incluso enferma está lindísima, realmente atractiva, con su pelo rubio resplandeciente perfectamente peinado y sus brillantes ojos azules, aunque ahora los tiene rojos y llorosos. Paso por alto la inoportuna punzada de lástima que me inspira.

—Claro que iré, Fleur. Vuelve al a cama. ¿Quieres una aspirina o un paracetamol?

—Un paracetamol, por favor. Aquí tienes las preguntas y la grabadora. Solo tienes que apretar aquí. Y toma notas. Luego lo transcribiré todo.

—No sé nada de ella…—murmuro intentando en vano reprimir el pánico, que es cada vez mayor.

—Te harás una idea por las preguntas. Vete ya. El viaje es largo. No quiero que llegues tarde.

—Bueno, me voy. Vuelve a la cama. Te he preparado una sopa para que te la calientes después.

La miro con cariño. Solo haría algo así por ti, Fleur.

—Sí, lo haré. Suerte. Y gracias, Hermione. Me has salvado la vida, para variar.

Tomo la cartera, le lanzo una sonrisa y me dirijo al coche. No puedo creer que me haya dejado convencer, pero Fleur es capaz de convencer a cualquiera de lo que sea. Será un excelente periodista. Sabe expresarse y discutir, es fuerte, convincente y atractiva. Y es mi mejor amiga.

A penas hay tráfico cuando salgo de Vancouver, Washington, en dirección a la interestatal 5. Es temprano y no tengo que estar en Seattle hasta las dos del mediodía. Por suerte, Fleur me ha prestado Mercedes CLK. No tengo nada claro que con mi viejo y destartalado Fiat 600 pudiera llegar a tiempo. Conducir el Mercedes es muy agradable. Piso con fuerza el acelerador, y los kilómetros pasan volando.

Me dirijo a la sede principal de la multinacional de la señora Black, un enorme edificio de veinte pisos, una fantasía arquitectónica, todo él de vidrio y acero, con las palabras BLACK HOUSE en un discreto tono metálico en las puertas acristaladas de la entrada.

Son las dos menos cuarto cuando llego. Entro en el inmenso—y francamente intimidante—vestíbulo de vidrio, acero y piedra negra, muy aliviada por no haber llegado tarde.

Desde el otro lado de un sólido mostrador de piedra me sonríe amablemente una chica pelirroja, atractiva y muy arreglada. Lleva un saco gris oscuro y la pollera blanca más elegante que he visto jamás. Está impecable.

—Vengo a ver a la señora Black. Hermione Granger, de parte de Fleur Delacour.

—Discúlpeme un momento, señorita Granger—me dice alzando las cejas.

Espero tímidamente frente a ella. Empiezo a pensar que debería haberme puesto un saco de vestir de Fleur en lugar de mi chaqueta de jean oscura. He hecho un esfuerzo y me he puesto el unió pantalón decente que tengo, mis cómodas botas marrones y un suéter azul marino. Para mí ya es ir elegante. Me paso por detrás de la oreja un rebelde mechón de pelo que se me ha soltado de la coleta fingiendo no sentirme intimidada.

—Sí, tiene cita con la señorita Delacour. Firme aquí, por favor, señorita Granger. El ultimo ascensor de la derecha, planta veinte.

Me sonríe amablemente, sin duda divertida, mientras firmo.

Me tiende un pase de seguridad que tiene impresa la palabra visitante. No puedo evitar sonreír. Es obvio que solo estoy de visita. Desentono completamente. No pasa nada, suspiro para mis adentros. Le doy las gracias y me dirijo hacia los ascensores, más allá de los dos vigilantes, ambos mucho más elegantes que yo con un traje negro de corte perfecto.

El ascensor me traslada al piso veinte a una velocidad de vértigo. Las puertas se abren y salgo a otro gran vestíbulo, también de vidrio, acero y piedra negra. Me acerco a otro mostrador de piedra y me saluda otra chica rubia vestida impecablemente de blanco y negro.

—Señorita Granger, ¿puede esperar aquí, por favor?—me pregunta señalando una zona de asientos de cuero de color verde olivo.

Detrás de los asientos de cuero hay una gran sala de reuniones con las paredes de vidrio, una mesa de madera oscura, también grande, y al menos veinte sillas a tono. Más allá, un ventanal desde el suelo hasta el techo que ofrece una vista de Seattle hacia el Sound. La vista es tan impactante que me quedo momentáneamente paralizada. Wow.

Me siento, saco las preguntas de la cartera y les echo un vistazo maldiciendo por dentro a Fleur por no haberme pasado una breve biografía. No sé nada de la señora a la que voy a entrevistar. Tanto podría tener noventa años como treinta. La inseguridad me mortifica y, como estoy nerviosa, no paro de moverme. Nunca me he sentido cómoda en las entrevistas cara a cara. Prefiero el anonimato de una charla en grupo, en la que puedo sentarme al fondo de la sala y pasar inadvertida. Para ser sincera, lo que me gusta es estar sola, acurrucada en una silla de la biblioteca de campus universitario leyendo una buena novela inglesa, y no removiéndome nerviosa en el sillón de un enorme edificio de vidrio y de piedra.

Suspiro. Contrólate, Granger. A juzgar por el edificio, demasiado escéptico y moderno, supongo que Black tendrá unos cuarenta años. Una dama que se mantiene en forma, bronceada y rubia, a juego con el resto del personal.

De una gran puerta a la derecha sale otra rubia elegante, impecablemente vestida. ¿De dónde sale tanta rubia inmaculada? Parece que las fabrican en serie. Respiro hondo y me levanto.

—¿Señorita Granger?—me pregunta la última rubia.

—Sí—digo con voz ronca; carraspeo—. Sí—repito, esta vez en un tono más seguro.

—La señora Black la recibirá enseguida. ¿Quiere dejarme la chaqueta?

—Sí, gracias—le contesto, mientras intento con torpeza quitármela.

—¿Le ha ofrecido algo de beber?

—Bueno…no.

¡Oh!, ¿estaré metiendo en problemas a la rubia numero uno?

La rubia numero dos frunce el ceño y lanza una mirada a la chica del mostrador.

—¿Quiere un té, un café, un poco de agua?—me pregunta volviéndose de nuevo hacia mí.

—Un vaso de agua, gracias—le contesto en un murmullo.

—Marcia, tráele a la señorita Granger un vaso de agua, por favor—dice en tono serio.

Marcia sale corriendo de inmediato y desaparece detrás de una puerta al otro lado del vestíbulo.

—Le ruego que me disculpe, señorita Granger. Marcia es nuestra nueva empleada en prácticas. Por favor, siéntese. La señora Black la atenderá en cinco minutos.

Marcia vuelve con un vaso de agua fría.

—Aquí tiene, señorita Granger.

—Gracias.

La rubia numero dos se dirige al enorme mostrador. Sus tacos resuenan en el suelo de piedra. Se sienta y ambas continúan trabajando.

Quizá la señora Black insista en que todos sus empleados sean rubios y pelirrojos. Estoy distraída, preguntándome si eso es legal, cuando la puerta del despacho se abre y sale un hombre alto y atractivo, con el pelo canoso y vestido con elegancia. Está claro que no podría haber elegido peor mi ropa.

Se vuelve hacia la puerta.

—Black, ¿practicamos esgrima esta semana?

No oigo la respuesta. El hombre me ve y sonríe. Se le arrugan las comisuras de los ojos. Marcia se ha levantado de un salto para ir a llamar al ascensor. Parece que destaca en eso de pegar saltos en la silla. Está más nerviosa que yo.

—Buenas tardes, señoritas—dice el hombre metiéndose en el ascensor.

—La señora Black la recibirá ahora, señorita Granger. Puede pasar—me dice la rubia número dos.

Me levanto tambaleándome un poco e intentando contener los nervios. Tomo mi cartera, dejo el vaso de agua y me dirijo a la puerta entornada.

—No es necesario que llame. Entre directamente—me dice sonriéndome.

Empujo la puerta, tropiezo con mi propio pie y caigo de bruces en el despacho.

Maldición, , maldición. Que torpe…Estoy de rodillas y con las manos apoyadas en el suelo en la entrada del despacho de la señora Black, y unas manos ambles me rodean para ayudarme a levantarme. Estoy muerta de vergüenza, ¡qué torpe! Tengo que armarme de valor para alzar la vista. Madre mía, que distinguida es.

—Señorita Delacour—me dice tendiéndome una mano de largos dedos en cuanto me he levantado—. Soy Bellatrix Black. ¿Está bien? ¿Quiere sentarse?

Muy distinguida. Y atractiva, muy atractiva. Alta, con un elegantísimo pantalón de vestir negro, camisa gris entallada y un fino cinturón plateado, con su pelo perfectamente arreglado en definidos bucles de color azabache y brillantes ojos negros que me observan atentamente.

Necesito un momento para poder articular palabra.

—Bueno, la verdad…

Me callo. Si esta mujer tiene más de cuarenta años, yo soy una bruja con diploma.

Le doy la mano, aturdida, y nos saludamos. Cuando nuestros dedos se tocan, siento un extraño y excitante escalofrió por todo el cuerpo. Retiro la mano a toda prisa, incomoda. Debe ser electricidad estática. Parpadeo rápidamente, al ritmo de los latidos de mi corazón.

—La señorita Delacour está indispuesta, así que me ha mandado a mí. Espero que no le importe, señora Black.

—¿Y usted es…?

Su voz es cálida y parece divertida, pero su expresión impasible no me permite asegurarlo. Parece ligeramente interesada, pero sobre todo muy educada.

—Hermione Granger. Estudio literatura inglesa con Fleur…digo…Fleur Delacour, en la estatal de Washington.

—Ya veo—se limita a responderme.

Creo ver el esbozo de una sonrisa en su expresión, pero no estoy segura.

—¿Quiere sentarse?—me pregunta señalando un sofá verde de cuero trabajado en forma de L.

Su despacho es exageradamente grande para una sola persona. Delante de los ventanales panorámicos hay una mesa de madera oscura en la que podrían comer cómodamente seis personas. Hace juego con la mesita junto al sofá. Todo lo demás es gris lacado—el techo, el suelo y las paredes—, excepto la pared de la puerta, en la que treinta y seis cuadros pequeños forman una especie de mosaico cuadrado. Son preciosos, una serie de objetos prosaicos e insignificantes pintados con tanto detalle que parecen fotografías. Pero, colgados juntos en la pared, resultan impresionantes.

—Un artista de aquí. Trouton—me dice la señora Black cuando se da cuenta de lo que estoy observando.

—Son muy bonitos. Elevan lo cotidiano a la categoría de extraordinario—murmuro distraída, tanto por ella como por los cuadros.

Ladea la cabeza y me mira con mucha atención.

—No podría estar más de acuerdo, señorita Granger—me contesta en voz baja.

Y por alguna inexplicable razón me ruborizo.

A parte de los cuadros, el resto del despacho es frío, limpio y correcto. Me pregunto si refleja la personalidad de la adonis que está sentada con elegancia frente a mí en una silla negra de cuero. Bajo la cabeza, alterada por la dirección que están tomando mis pensamientos, y saco de la cartera las preguntas de Fleur. Luego preparo el grabador con tana torpeza que se me cae dos veces de la mesita. La señora Black no abre la boca. Aguarda pacientemente—eso espero—, y yo me siento cada vez más avergonzada y me pongo más roja. Cuando reúno el valor para mirarla, está observándome, con una mano encima de la pierna y la otra alrededor de su mentón y con el largo dedo índice cruzándole los labios. Creo que intenta ahogar una sonrisa.

—Pe…perdón—balbuceo—. No suelo utilizarlo.

—Tómese todo el tiempo que necesite, señorita Granger—me contesta.

—¿Le importa que grave sus respuestas?

—¿Me lo pregunta ahora, después de lo que le ha costado preparar el grabador?

Me ruborizo. ¿Está bromeando? Eso espero. Parpadeo no sé qué decir, y creo que se apiada de mí, porque acepta.

—No, no me importa.

—¿Le explico Fleur…digo…la señorita Delacour para dónde era la entrevista?

—Sí. Para el último número de este curso de la revista de la facultad, porque yo entregaré los títulos en la ceremonia de graduación de este año.

Acabo de enterarme. Y por un momento me preocupa que una mega triunfadora me entregue el titulo. Frunzo el ceño e intento centrar mi caprichosa atención en lo que tengo que hacer.

—Bien—digo tragando saliva—. Tengo algunas preguntas, señora Black.

Me coloco un mechón de pelo detrás de la oreja.

—Sí, creo que debería preguntarme algo—me contesta inexpresiva.

Está burlándose de mí. Al darme cuenta, empiezo a ruborizarme. Me incorporo un poco y estiro la espalda para parecer más alta e intimidante, algo que por supuesto no consigo. Pulso el botón de la grabadora intentado parecer profesional.

—Es usted aun muy joven. ¿Cómo ha creado este imperio y a qué se debe su éxito?

La miro y ella esboza una sonrisa burlona, pero parece ligeramente decepcionada.

—Los negocios tienen que ver con las personas, señorita Granger, y yo soy muy buena analizándolas. Sé cómo funcionan, lo que las hace ser mejores, lo que no, lo que las inspiran y cómo incentivarlas. Cuento con un equipo excepcional, y les pago bien—se calla un instante y me fulmina con su mirada negra—. Creo que para tener éxito en cualquier ámbito hay que dominarlo, conocerlo por dentro y por fuera, conocer cada uno de sus detalles. Trabajo duro, muy duro, para conseguirlo. Tomo decisiones basándome en la lógica y en los hechos. Tengo un instinto innato para reconocer y desarrollar una buena idea, y seleccionar a las personas adecuadas. La base siempre es contar con las personas adecuadas.

—Quizá solo ha tenido suerte.

Este comentario no está en la lista de Fleur, pero es que es tan arrogante…por un momento la sorpresa asoma a sus ojos.

—No creo en la suerte ni en la casualidad, señorita Granger. Cuanto más trabajo, más suerte tengo. Realmente se trata de tener en tu equipo a las personas adecuadas y saber dirigir sus esfuerzos. Creo que fue Harvey Firestone quien dijo que la labor más importante de los directivos es que las personas crezcan y se desarrollen.

—Parece usted una maniática del control.

Las palabras han salido de mi boca antes de que pudiera detenerlas.

—Bueno, lo controlo todo, señorita Granger—me contesta sin el menor rastro de sentido del humor en su sonrisa.

La miro y me sostiene la mirada, impasible. Se me dispara el corazón y vuelvo a ruborizarme.

¿Por qué tiene este desconcertante efecto en mí? ¿Quizá porque es irresistiblemente atractiva? ¿Por cómo me mira fijamente? ¿Por cómo se pasa el dedo índice por el labio inferior? Ojala dejara de hacerlo.

—Además decirte a ti misma, en tu fuero más íntimo, que has nacido para ejercer el control te concede un poder inmenso—sigue diciéndome en voz baja.

—¿Le parece que su poder es inmenso?

Maniática del control, añado para mis adentros.

—Tengo más de cuarenta mil empleados, señorita Granger. Eso me otorga cierto sentido de la responsabilidad…poder, si lo prefiere. Si decidiera que ya no me interesa el negocio de las telecomunicaciones y lo vendiera todo, veinte mil personas estarían en apuros para pagar la hipoteca en poco más de un mes.

Me quedo boquiabierta. Su falta de humildad me deja estupefacta.

—¿No tiene que responder ante una junta directiva?—le pregunto asqueada.

—Soy la dueña de mi empresa. No tengo que responder ante ninguna junta directiva.

Me mira alzando una ceja y me ruborizo. Claro, lo habría sabido si me hubiera informado un poco. Pero, maldita sea, que arrogante…cambio de táctica.

—¿Y cuáles son sus intereses, a parte del trabajo?

—Me interesan cosas muy diversas, señorita Granger—esboza una sonrisa casi imperceptible—. Muy diversas.

Por alguna razón, su mirada firme me confunde y me enciende. Aunque en sus ojos se distingue un brillo perverso.

—Pero si trabaja tan duro, ¿qué hace para relajarse?

—¿Relajarme?

Sonríe mostrando sus dientes, blancos y perfectos. Contengo la respiración realmente es hermosa. Debería ser prohibido ser tan hermosa.

—Bueno, para relajarme, como dice usted, navego, vuelo y me permito algunas actividades físicas.—cambia de posición en su silla, cruzando las piernas—. Soy muy rica, señorita Granger, así que tengo aficiones caras y fascinantes.

Hecho un rápido vistazo a las preguntas de Fleur con la intención de no seguir con ese tema.

—Invierte en fabricación. ¿Por qué en fabricación en concreto?—le pregunto.

¿Por qué hace que me sienta tan incómoda?

—Me gusta construir. Me gusta cómo funcionan las cosas, cual es su mecanismo, como se arman y se desarman. Y me encantan los barcos. ¿Qué puedo decirle?

—Parece que el que habla es su corazón, no la lógica y los hechos.

Frunce los labios y me observa de arriba abajo.

—Es posible. Aunque algunos dirían que no tengo corazón.

—¿Por qué dirían algo así?

—Porque me conocen bien—me contesta con una sonrisa irónica.

—¿Dirían sus amigos que es fácil conocerla?

Y nada más preguntándoselo lamento haberlo hecho. No está en la lista de Fleur.

—Soy una persona muy reservada, señorita Granger. Hago todo lo posible por proteger mi vida privada. No suelo ofrecer entrevistas.

—¿Por qué aceptó esta?

—Porque soy mecena de la universidad, y por que, por más que lo intenté, no pude sacarme de encima a la señorita Delacour. No dejaba de llamar a mis relaciones públicas, y admiro esa tenacidad.

Se lo tenaz que puede llegar a ser Fleur, por eso estoy sentada aquí, incomoda y muerta de vergüenza ante la mirada penetrante de esta mujer, cuando debería estar estudiando para mis exámenes.

—También invierte en tecnología agrícola. ¿Por qué le interesa este ámbito?

—El dinero no se come, señorita Granger, y hay demasiada gente en el mundo que no tiene que comer.

—Suena muy filantrópica. ¿Le gusta la idea de alimentar a los pobres del mundo?

Se encoge de hombros, como demorando la respuesta.

—Es un buen negocio—murmura.

Pero creo que no está siendo sincera. No tiene sentido. ¿Alimentar a los pobres del mundo? No veo por ningún lado que beneficios económicos puede proporcionar. Lo único que veo es que se trata de una idea noble. Echo un vistazo a la siguiente pregunta, confundida por su actitud.

—¿Tiene una filosofía? Y si la tiene, ¿en qué consiste?

—No tengo una filosofía como tal. Quizá un principio que me guía…de Carnegie: Una persona que consigue adueñarse absolutamente de su mente puede adueñarse de cualquier otra cosa para la que esté legalmente autorizado. Soy muy peculiar, muy tenaz. Me gusta el control…de mi misma y de los que me rodean.

—Entonces quiere poseer cosas…

Es usted una obsesa del control.

—Quiero merecer poseerlas, pero sí en el fondo es eso.

—Parece usted el paradigma del consumidor.

—Lo soy.

Sonríe, pero la sonrisa no ilumina su mirada. De nuevo no cuadra con una persona que quiera alimentar el mundo, así que no puedo evitar pensar que estamos hablando de otra cosa, pero no tengo ni la menor idea de qué. Trago saliva. En el despacho hace cada vez más calor, o quizá sea cosa mía. Solo quiero acabar de una vez la entrevista. Seguro que Fleur tiene ya bastante material. Echo un vistazo a la siguiente pregunta.

—Fue una niña adoptada. ¿Hasta qué punto cree que eso ha influido en su manera de ser?

¡Opa!, una pregunta personal. La miro con la esperanza de que no se ofenda. Frunce el ceño.

—No puedo saberlo.

Me pica la curiosidad.

—¿Qué edad tenía cuando la adoptaron?

—Todo el mundo lo sabe, señorita Granger—me contesta muy seria.

Maldición. Sí, claro. Si hubiera sabido que iba hacer esta entrevista, me habría informado un poco. Cambio de tema rápidamente.

—Ha tenido que sacrificar su vida familiar por el trabajo.

—Eso no es una pregunta—me replica en tono seco.

—Perdón.

No puedo quedarme quieta. Ha conseguido que me sienta como una niña perdida. Vuelvo a intentarlo.

—¿Ha tenido que sacrificar su vida familiar por el trabajo?

—Tengo familia. Una hermana, un primo y unos padres que me quieren. No me interesa seguir hablando de mi familia.

—¿Usted es lesbiana, señora Black?

Respira hondo. Estoy avergonzada, abochornada. Maldición. ¿Por qué no he echado un vistazo a la pregunta antes de leerla? ¿Cómo voy a decirle que estoy limitándome a leer las preguntas? Malditas sean Fleur y sus curiosidades.

—Hermione, me parece que no es una pregunta para redactar en la revista.

Alza las cejas y me mira con ojos fríos. No parece contenta.

—Le pido disculpas. Esta…bueno…esta aquí escrito.

Ha sido la primera vez que me ha llamado por mi nombre. El corazón se me ha disparado y vuelven a arderme las mejillas. Nerviosa, me coloco el mechón de pelo detrás de la oreja.

Inclina un poco la cabeza.

—¿Las preguntas no son suyas?

Quiero que me trague la tierra.

—Bueno…no. Fleur…la señorita Delacour…me ha pasado una lista.

—¿Son compañeras de la revista de la facultad?

Oh, no. No tengo nada que ver con la revista. Es una actividad extra académica de ella, no mía. Me arden las mejillas.

—No. Es mi compañera de apartamento.

Se acaricia con lentitud el mentón y sus ojos negros me observan atentamente.

—¿Se ha ofrecido usted para hacer esta entrevista?—me pregunta en tono inquietantemente tranquilo.

A ver, ¿quién se supone que entrevista quién? Su mirada me quema por dentro y no puedo evitar decirle la verdad.

—Me lo ha pedido ella. No se encuentra bien—le contesto en voz baja, como disculpándome.

—Esto explica muchas cosas.

Llaman a la puerta y entra la rubia número dos.

—Señora Black, perdone que la interrumpa, pero su próxima reunión es dentro de dos minutos.

—No hemos terminado, Celia. Cancela mi próxima reunión, por favor.

Celia se queda boquiabierta, sin saber que contestar. Parece perdida. La señora Black vuelve el rostro hacia ella lentamente y alza las cejas. La chica se pone colorada. Menos mal, no soy la única.

—Muy bien, señora Black—murmura, y sale del despacho.

Ella frunce el ceño y vuelve a centrar su atención en mí.

—¿Por dónde íbamos, señorita Granger?

OK, ya estamos otra vez con lo de "señorita Granger"

—No quisiera interrumpir sus obligaciones.

—Quiero saber de usted. Creo que es lo justo.

Sus ojos negros brillan de curiosidad. Maldición, maldición. ¿Qué pretende? Apoya los codos en los brazos de la butaca y une la yema de los dedos de ambas manos frente a sus carnosos labios. Su boca me…me desconcentra. Trago saliva.

—No hay mucho que saber—le digo volviendo a ruborizarme.

—¿Qué planes tiene después de graduarse?

Me encojo de hombros. Su interés me desconcierta. Venirme Seattle con Fleur, encontrar trabajo…La verdad es que no he pensado mucho más allá de los exámenes.

—No hecho planes, señora Black. Tengo que aprobar los exámenes finales.

Y ahora tendría que estar estudiando, no sentada en un inmenso, correcto y precioso despacho, sintiéndome incomoda frente a su penetrante mirada.

—Aquí tenemos un excelente programa de prácticas—me dice en tono tranquilo.

Alzo las cejas sorprendida. ¿Está ofreciéndome trabajo?

—Lo tendré en cuenta—murmuro confundida—. Aunque no creo que encajara aquí.

Oh, no. Ya estoy otra vez pensando en voz alta.

—¿Por qué lo dice?

Ladea un poco la cabeza, intrigada, y una ligera sonrisa se insinúa en sus labios.

—Es obvio, ¿no?

Soy torpe, desalineada y no soy rubia.

—Para mí, no.

Su mirada es intensa y su atisbo de sonrisa ha desaparecido. De pronto siento que unos extraños músculos me oprimen el estomago. Aparto los ojos de su mirada escrutadora y me contemplo los nudillos, aunque no los veo. ¿Qué está pasando? Tengo que marcharme ahora mismo. Me inclino hacia adelante para tomar la grabadora.

—¿Le gustaría que le enseñara el edificio?—me pregunta.

—Seguro que está muy ocupada, señora Black, y a mí me espera un largo camino de regreso a casa.

—¿Vuelve en auto a Vancouver?

Parece sorprendida, incluso nerviosa. Mira por la ventana. Ha empezado a llover.

—Bueno, conduzca con cuidado—me dice en tono serio, autoritaria.

¿Por qué iba a importarle?

—¿Me ha preguntado todo lo que necesita?—añade.

—Sí—le contesto, y guardo el grabador en la cartera.

Cierra ligeramente los ojos, como si estuviera pensando.

—Gracias por la entrevista, señora Black.

—Ha sido un placer—dice, tan educada como siempre.

Me levanto, se levante también ella y me tiende la mano.

—Hasta la próxima, señorita Granger.

Y suena como un desafío, o como una amenaza. No estoy segura de cuál de las dos cosas. Frunzo el ceño. ¿Cuándo volveremos a vernos? Le estrecho la mano de nuevo, perpleja de que esa extraña corriente sigua circulando entre nosotras. Deben de ser nervios.

—Señora Black.

Me despido de ella con un movimiento de cabeza. Ella se dirige a la puerta con gracia y agilidad, y la abre de par en par.

—Asegúrese de cruzar la puerta con buen pie, señorita Granger.

Me sonríe. Está claro que se refiere a mi poco elegante entrada en su despacho. Me ruborizo.

—Muy amable, señora Black—le digo bruscamente.

Su sonrisa se acentúa. Me alegro de haberle divertido. Salgo al vestíbulo echando chispas y me sorprende que me siga. Marcia y Celia levantan la mirada, tan sorprendidas como yo.

—¿A traído abrigo?—me pregunta Bellatrix.

—Sí.

Marcia se levanta de un salto a buscar mi chaqueta, que Bellatrix le quita de las manos antes de que haya podido dármela. La sostiene para que me la ponga, y lo hago sintiéndome totalmente ridícula. Por un momento Bellatrix me apoya las manos en los hombros, y doy un respingo al sentir su contacto. Si se da cuenta de mi reacción, no se le nota. Su largo dedo índice pulsa el botón del ascensor y esperamos, yo con torpeza, y ella serena y fría. Se abren las puertas y entro a toda prisa, desesperada por escapar. Tengo que salir de aquí. Cuando me vuelvo, esta inclinada frente a la puerta del ascensor. Realmente es muy atractiva. Demasiado. Me desconcierta.

—Hermione—me dice a modo de despedida.

—Bellatrix—le contesto.

Y afortunadamente las puertas se cierran.


OMG, está certificado, me volví loca por meterme en otro lio, y aunque tengo ayuda "extra", tengo los pelos de punta. ¿Gustará una adaptación de este libro? ¿Será una locura?, de acuerdo, todo esto se me pasa por la cabeza. Y antes de que me arrepienta, lo subiré y ya…qué sea lo que Merlín quiera jaja.

Espero sus comentarios, no sean tímidos, saben que me encanta interactuar con ustedes.

Muchos abrazos y si la historia tiene aceptación, ya hablaremos de las actualizaciones…así qué… a comentar y a marcar como fav.

Buena semana para todos.