Hola otra vez, amigos, narufans, fujoshis, mentes inquietas, mentes pervertidas, curiosillos, Konan, etc etc etc. Muchos dijeron que esta historia merecía un epílogo, y aquí está :D Siempre estuvo en mi mente escribirlo, pues ni bien terminé el fic, quise explicar qué pasó con los chicos al final.

Como este es un fic de cumpleaños, por supuesto sólo podía acabar de una manera. :D Aviso para diabéticos incoming. Y con las ropas de Naruto SD de ese episodio.

Gracias por el apoyo Chibi, Lybra, Ale, Mochi, Ebiina, Ero a este pequeño fic que trascendió incluso la relevancia del fandom y que ahora por petición popular y porque Ale lo vale, obtiene conclusión. Feliz cumpleaños otra vez ;D xD Viva el Obidei.

Paz y amor para todos, así a lo hippie.


Hacía tanto calor que podían verse ondas en el aire del medio día. Cruzar el desierto era una tarea agotadora, y para evitar perder hidratación innecesariamente, viajaban fuera de las horas de mayor temperatura. Al estar en el último trecho, no obstante, hicieron un esfuerzo y caminaron durante toda la mañana; una tormenta de arena ya los había retrasado dos días. Por fortuna, los diplomáticos de Suna los escoltaron, trayéndoles ropas típicas del País del Viento que los mantenía frescos y a la vez no dejaba pasar la radiación solar.

La libélula blanca medio derretida se posó en su mano, trayendo consigo una nota adjunta.

Obito tenía la esperanza de encontrar alguna cursilada dentro, pero al chico de Iwa sólo se las podían sacar con cuentagotas, para su desgracia. En su lugar, descubrió un plano de Suna con una x roja en él. El lugar donde lo encontraría. El chico se preguntó si Deidara lo reconocería con ese nuevo atuendo, que sólo dejaba la cara y las manos al descubierto: el turbante y la túnica marrón claro para camuflaje extra en las dunas.

—¡Sí! —exclamó apretando el puño entusiasmado, ansioso por encontrarse otra vez con él.

Su equipo no parecía tener tanta energía como él. Estaban agotados después de la larga caminata. Incluso Tontokashi el niño prodigio de Konoha estaba haciendo uso del bastón para apoyarse mientras caminaba.

—¿No podemos ir más deprisa? ¡Ya quiero llegar a la aldea! —se quejó, unos metros por delante del resto.

El grupo entero le dedicó una mirada entre incrédula y cansada, debido al agotamiento.

—Todos queremos llegar, Obito —dijo Kurenai—. Pero tú pareces ser el único al que le queda energía.

Al no estar acostumbrados al calor, los shinobi de otras regiones lo pasaban mal al cruzar el desierto.

—Oh, vamos no es para tanto —contestó él.

Gai, que también parecía estar en forma, se puso a su altura.

—¿Es que no lo ven? ¡El amor ha hecho que los fuegos de la juventud de Obito revivan como nunca! —dijo con intensidad, pasando un brazo por sus hombros y señalando al horizonte.

Un suspiro se le escapó al pensar en él, y no le importó que los demás estuvieran delante. Conocer a Deidara había hecho que su vida cambiase por completo, mucho más de lo que pudiera llegar a imaginar. Siguiendo su consejo, había intentado ganar más confianza en sí mismo, y funcionaba. Antes sus dos motivaciones principales eran sobrepasar a Kakashi e impresionar a Rin, pero no conseguía estar a la altura del primero, y por tanto fallaba al intentar impresionar a la segunda. Y la frustración lo bloqueaba.

Ahora, al no buscar ni lo uno ni lo otro, estaba comenzando a hacer progresos. Dejó de etiquetarse como el perdedor de la familia y la oveja negra. Funcionó. Porque a veces las etiquetas nos limitan. Minato Sensei al ver su enorme progreso, pensó que ya estaban listos para firmar un contrato de invocación, aunque él aún no lo había hecho, las posibilidades eran tantas que quería pensar detenidamente con qué especie iba a firmarlo.

Lo mejor era que ya no se sentía tenso estando con sus dos compañeros. No se pasaba el día pensando qué es lo que iba a decir para agradar a Rin, o nervioso por superar a Kakashi, aunque las discusiones entre ellos continuaron, pero según Obito no era su culpa sino del otro.

En cuanto a Deidara, habían planeado encontrarse en Suna, en la reunión anual por la paz que ellos celebraban. Dos meses no era demasiado. Ocho semanas. Sesenta días. Mil cuatrocientas sesenta horas. Ochenta y siete mil seiscientos minutos... Mentira, para Obito fue demasiado tiempo. La espera estaba a punto de acabarse por fin y él sentía unas ganas tremendas de acortarla aún más.

—Gai —dijo con una amplia sonrisa—, ya que tu eterno rival Tontokashi no está hoy a la altura de las circunstancias... ¿Qué te parece ser mi eterno rival solo por hoy y hacer una carrera hasta la muralla exterior de Suna?

—¡Qué gran idea! —exclamó entusiasmado el ninja ataviado en spandex verde.

—Tú no tienes muy claro lo que significa la palabra eterno, ¿cierto Obito? —se quejó Kakashi, entrecerrando los ojos.

—Nadie pidió tu opinión, como siempre que te invitas a ti mismo a las conversaciones de otros —se burló Obito—. ¡Yo seré el eterno rival de Gai por hoy!

—Saben... —dijo Minato— podría ser una ocasión perfecta para probar las técnicas de invocación que les enseñé, si no fuera porque...

Un intenso brillo de emoción apareció en los ojos de Gai.

—¡Una idea aún mejor! —Y mordiendo su dedo, formó los sellos apropiados de la técnica. Una tortuga de color rojizo con espirales amarillas en el caparazón se materializó ante ellos. Gai saltó sobre ella, señalando las murallas de Suna que ya se veían a lo lejos—. ¡Ningame-sama!

—Gai... —intentó decirle Obito.

—¡Ningame-sama! ¡Hazme ganar esta carrera de invocaciones!

—¡Gai, presta atención! ¡Aún no he firmado el contrato!

Los ánimos de la bestia verde de Konoha decayeron, como si todo su fuego de la juventud se hubiera apagado de golpe. Minato y Kakashi se dieron un golpe en la frente con la palma de la mano, en un movimiento casi sincronizado.

—¡Yo te prestaré mi invocación para que puedas ganar, Obito! —exclamó Rin, sacando un kunai y pinchándose el dedo con él-. ¡Kuchiyose no jutsu!

Cuando su mano extendida rozó la arena, un conejo gris de unos tres metros de alto vestido de samurai apareció, apoyado en sus patas traseras y cruzado de brazos. Le faltaba la mitad de una oreja, y uno de sus ojos estaba oculto tras un parche por el que asomaba una cicatriz vertical. Todos dieron un paso atrás. Aún no se habían acostumbrado a su presencia intimidante.

—¿Deseas algo Rin-sama? —dijo, su voz solemne y profunda.

—¡Por favor, ayuda a mi amigo Obito a ganar la carrera de invocaciones!

Dicho y hecho, el conejo tomó al chico y lo sentó en su hombro.

—Buena suerte comiendo arena con esa tortuga —dijo para molestar a Gai.

Fue Ningame-sama quien se ofendió ante esas palabras.

—En el cuento, la tortuga le gana al conejo. ¡Puede que seas tú el que acabe comiendo arena!

Ambas invocaciones se dedicaron una mirada fulminante antes de comenzar a correr a máxima velocidad.

—¡Gracias Rin! —gritó, girándose hacia atrás un momento.

Se estaban alejando demasiado rápido del grupo. Mejor. Antes llegaría. Juntó sus puños en su barbilla dando un gritito agudo. Caminando habrían tardado una hora más. Minutos fue lo que tardaron el conejo y la tortuga en llegar a su destino. Saltó al suelo tan pronto ambas invocaciones se detuvieron frente a la muralla natural que rodeaba la aldea oculta, las cuales comenzaron una discusión sobre quién había llegado antes.

Un pequeño séquito de diplomáticos algo confundidos que esperaban sin duda a un grupo más grande y menos ruidoso se acercó a ellos.

—Emmm... Sean bienvenidos, ninjas de Konoha a la aldea oculta en la Arena.

Estaba ahí, Deidara estaba ahí dentro en alguna parte a sólo unos metros de él. Jamás había sonreído tanto en su vida. Podía oír a Gai hablar en segundo plano, su atención dividida entre responder a los diplomáticos y calmar a Ningame-sama, pero su atención estaba puesta en otra cosa. Sacó el pequeño plano del bolsillo y se lo mostró a una de las personas que los recibió.

—¿Podría decirme dónde estamos ahora? —preguntó.

El otro, aún más confuso que antes, parpadeó un par de veces antes de raccionar. Señaló con el dedo un punto del plano y antes de que le hubiera dado tiempo a contestar, Obito había salido disparado, corriendo como nunca y dándole las gracias mientras se alejaba.

—¡Deidara, espérame ahí! ¡Dos días tarde pero al fin llegué! —gritó mientras recorría el estrecho pasaje que atravesaba el acantilado.

Justo cuando salió afuera, pasando a una zona peatonal llena de habitantes locales, recordó algo.

—Quizá debería haberle traído un regalo... —murmuró, mirando de derecha a izquierda, buscando una floristería o una tienda de chocolates.

Pero por supuesto... En Suna no iba a haber nada de eso. Las flores no crecían en el desierto donde sólo los cactus podían aguantar esas condiciones extremas, y los chocolates se derretirían con el calor... Aunque los hubiera traído desde Konoha no habrían aguantado. ¿Y si le compraba un cactus...?

No. Qué idea tan idiota.

De nuevo, recordó que él lo estaba esperando y corrió hacia la x roja sólo para encontrar la enorme plaza llena de locales yendo y viniendo, todos ellos vestidos igual. Comenzó a ponerse nervioso. ¿Ahora cómo lo iba a encontrar? Por el camino pensó en sorprenderlo por la espalda, igual que él hizo el día que llegó a Konoha, pero para eso tendría que encontrarlo primero. Nunca se especializó en rastreo, le iba a llevar un rato...

Una persona de cabello rubio y largo pasó por su lado, emocionado, la persiguió, sólo para darse cuenta que se trataba de una chica. Menos mal que no se lanzó a su espalda de primeras. Mejor no decírselo a Deidara.

¿Y si se subía a una farola y gritaba su nombre? Iba a llamar demasiado la atención, pero si estaba ahí, se enteraría.

Justo cuando comenzaba a trepar por la farola, oyó su voz.

—¡Aquí arriba, pezado de bobo!

—¡Dei! —contestó, levantando la vista mientras miraba a su alrededor.

Lo vio asomado a un balcón, en un imponente edificio de planta circular, llevaba la misma túnica y turbante que el resto de la gente allí, pero a él le sentaba mil veces mejor. Tal vez fuera porque llevaba dos meses sin verlo, pero le pareció que estaba más guapo que nunca.

Corrió hacia el edificio, concentrando chakra en sus pies para subir por la pared hasta donde estaba, más feliz de lo que jamás lo había estado. Aterrizó en el suelo del balcón dando una voltereta tras haberse propulsado en uno de los barrotes, para envolverlo en un abrazo bien apretado, llorando y riendo a la vez. Pero su felicidad pareció aún más completa que antes cuando sintió que él le devolvía el abrazo. No era que no lo esperase, sino que de algún modo, a una parte de él aún le parecía irreal que aquello estuviese pasando. Que alguien le correspondiese así, de aquella manera tan apasionada y perfecta.

—Te llevó un rato —comentó Deidara, con la cabeza apoyada en su hombro.

—¿¡Por qué no me diste más indicaciones!? —contestó—. Tan sólo un mapa, ni una nota ni nada. ¿¡Cómo esperabas que te viese a la primera!?

—Pero fue divertido ver cómo me buscabas, um.

Obito lo apretó más fuerte aún.

—Ah... No seas así —dijo con fingida tristeza—. Yo extrañándote tanto y tú pasando un rato divertido a mi costa.

—¿Me extrañaste? ¿Seguro? ¿Y dónde está mi beso entonces? La primera vez no te tuve que insistir tanto.

Tan sólo mencionar su primer beso juntos le bastaba para hacerlo sonrojar. Había pensado demasiado en ese momento y los demás durante los últimos dos meses. Pero ese siempre sería especial.

Había querido dejar el momento para después, porque su alegría era tal que sentía que si lo besaba nada más verlo iban a ser demasiadas emociones juntas. Pero si Deidara se lo pedía, no podía negárselo. Se distrajo unos segundos cuando él lo miró expectante, con esos ojos azules que parecían tener el poder de derretirlo por dentro. Al final, reaccionó, acortando la distancia entre los labios de ambos hasta rozarlos, presionar aún más, sentir su suavidad, su calidez y sabor afrutado. Jamás pensó que un beso podía saber tan bien. Hacía más difícil su propósito de controlarse.

¿Y por qué debería hacerlo en primer lugar?

Sus manos recorrieron su espalda en dirección descendente, hasta agarrar sus nalgas, cubiertas por la sedosa y fina tela de la túnica.

—Mmmh estamos en público, Obito —bromeó Deidara, separándose un instante sólo para volver a besarlo después.

—Me da igual —dijo contra sus labios—. Me da exactamente igual.

Ambos sonrieron sin dejar de besarse, y lo siguieron haciendo por un largo tiempo que esa vez nadie cronometró. Porque el momento ya sólo les pertenecía a ellos dos, lo demás no importaba, estaban por fin de nuevo juntos y debían celebrarlo.

—¿Es mi imaginación... —comenzó a decir, interrumpiendo la pregunta para darle un breve beso—... o sabes mejor que nunca?

—Trajimos bayas silvestres de las montañas de casa, un regalo para el Kazekage. Pero antes me entró hambre y me comí unas cuantas... ¿Te gustan?

—¿Te comiste el regalo del Kazekage? Espero que no les declare la guerra otra vez.

—¡Sólo fue un puñado! ¡Nadie se va a dar cuenta de todos modos! Además indirectamente tú también te estás comiendo el regalo del Kazekage, así que también habrá guerra para ustedes. Ven —dijo, tomándolo de la mano y llevándolo adentro—. Aquí es donde nos quedaremos el resto de la semana.

Obito pudo comprobar lo diferentes que eran las casas en Suna comparadas con Konoha. El suelo estaba cubierto por una alfombra en tonos marrones de motivos vegetales, en cada una de las esquinas de la habitación había un pilar de piedra, que quedaba conectado a los de los lados a través de un arco sobre los cuales había un techo abovedado, la cama era enorme, tanto la cubierta como los cojines tenían complicados bordados a juego y un dosel para evitar que los mosquitos entrasen.

—¿Y por qué nosotros vamos a alojarnos en una carpa de lona y ustedes están en este palacio?

Deidara se encogió de hombros como si fuera lo más obvio del mundo.

—¿Palacio? No exageres, es sólo un hotel reservado a visitas importantes. Cosas de tener al Tsuchikage por sensei. De todos modos, tú vas a estar aquí conmigo. ¿O pensabas quedarte en la tienda de campaña teniéndome aquí, hm?

—¡Me quedaré donde tú me digas! ¡Y si Dei quiere que me quede en este palacio con él entonces eso haré! —exclamó con entusiasmo, sonrojándose un poco—. Déjame probar otra vez esas bayas, están demasiado buenas.

Tras el inesperado beso, Obito pegó su frente a la de Deidara, retirando su turbante para poder acariciar su pelo.

—Sabía que no podrías resistirte a mí —se burló el de Iwa—. ¿Ahora qué vas a hacer?

—Pfff como si quisiera... ¿Tienes algo planeado para hoy?

—De momento, tenemos que ir a ver a mi sensei, quiere conocerte cuanto antes.

Obito dio un paso atrás, su sonrojo desapareciendo a la vez que empalidecía.

—¡Creo que no estoy preparado para este paso!

—Te recuerdo que conseguir ese trabajo como diplomático de Konoha en Iwa depende de él, así que más te vale esforzarte por caerle bien, hm —contestó Deidara seriamente.

—Pero... —murmuró, frotándose la parte trasera de la cabeza— me siento como si fuera a conocer a suegro-sama.

Esa vez fue Deidara quien de sonrojó, o tal vez solo era que estaba enojado.

—¡No lo llames así! ¡Es sólo mi sensei!

—Ah... Estoy tan nervioso ahora —dijo para sí, ajeno a todo—... ¡Pero necesito ese trabajo para estar cerca de ti, así que tengo que hacerlo bien...! Eh... ¿¡Y si no le caigo bien!?

—Si no le caes bien, le insistiré hasta que acceda, llevará un poco más de tiempo pero hasta ahora siempre me ha funcionado. Siempre suelo ganar las discusiones por desgaste, hm —explicó con una pizca de orgullo—. Pero de momento está interesado, eres un Uchiha al fin y al cabo. Me dijo que luchó en su juventud contra un antepasado tuyo, hace miles de años por lo menos.

Conversando, salieron a la calle a encontrarse con Onoki.

—¿Entonces ya tiene altas expectativas? ¡No deberías habérmelo dicho, eso me pone aún más nervioso! Tal vez un besito me ayude a relajarme.

Arrugó los labios a la vez que cerró los ojos, acercando su cara a la suya. Deidara puso la palma de su mano frente a su cara y le dio una lamida desde la barbilla a la nariz.

—¿¡Qué haces!? —protestó Obito cuando se dio cuenta de lo que había pasado.

—No más besos hasta que no lo hagas bien, hm.

—¡Pero me incentivará hacerlo mejor! Oh, bueno... Tendré que conformarme con tu mano.

La agarró, acercándola a su cara pero observando la reacción de Deidara a la vez. Como si en realidad no planease hacerlo.

—Eres poco exigente al parecer —dijo, soltándose de su agarre y besándolo como él quería.

Sólo planeaba darle uno pequeño. Por supuesto Obito no lo dejó ir tan fácil y lo alargó por un rato más. Si por él fuera, se los estaría dando a cada momento, pero no quería ser un pesado. Después de eso decidió portarse bien y no pedirle más, al menos hasta volver de conocer al Tsuchikage.

Deidara lo condujo a una casa de té en el distrito administrativo de Suna, cerca del palacio del Kazekage. El lugar, ricamente ornamentado, destilaba opulencia.

La chica estaba ya esperándolos escondida tras la puerta de entrada, mirando a través de una ventana. No perdió el tiempo en ir a cortarles el paso.

—¡Abuelo ya están aquí! —gritó invadiendo el espacio personal de Obito con curiosidad—. Así que tú eres el chico por el que Deidara-nii me dejó plantada haciendo misiones por mi cuenta.

—Ummmm... ¿Lo siento?

La chica rió y Deidara se cruzó de brazos.

—No tienes nada de lo que disculparte, ella bien puede hacerlas sola —se quejó.

—Kurotsuchi, mucho gusto —dijo haciendo una reverencia.

—Obito, eh, el gusto es mío —contestó, imitándola—, ex futuro Hokage de Konoha.

—Deidara me dijo que eras un Uchiha. ¡¿Me puedes mostrar los ojos?! —exclamó emocionada, sus manos juntas en un gesto de súplica.

Obito activó el sharingan como ella le pidió.

—Eh, no seas mocosa, mocosa —la regañó Deidara—, a Kurotsuchi le fascina el poder, prepárate a que te haga cientos de preguntas sobre el sharingan, hm.

—¡Es asombroso! Más tarde pelearemos para probarlo. ¡Abuelo, ven a ver esto! ¡Es un sharingan auténtico!

Si Obito se estaba sintiendo orgulloso por los halagos recibidos, al ver que Onoki se levantaba de su cojín levitando para acercarse a él, todo se disipó para dar paso de nuevo al nerviosismo.

—¡E-encantado de conocerle Tsuchikage-sama! —dijo con una exagerada reverencia.

—Hmm... —el anciano lo observó, apoyando su bastón en la barbilla para hacerlo alzar la vista—. Así que un Uchiha. Hace muchos años me enfrenté a un antepasado tuyo. Un hombre muy poderoso.

—Sabía que se lo contarías —se mofó Deidara.

—Perdió —aclaró Kurotsuchi casi con indiferencia.

En un movimiento sorprendentemente ágil, Onoki-sama giró sobre sí mismo, y hubiera golpeado a su nieta en la cabeza de no ser por los excelentes reflejos de esta.

—¡No está bien meterse en conversaciones ajenas, Kurotsuchi!

Se escuchó un crujido y justo después, el Tsuchikage cayó al suelo, una mano en su espalda y un gesto de dolor en su rostro.

Un tipo al que aún no conocía apareció para colocarlo en su hombro, uno pequeño y frágil y el otro enorme y fornido. A Obito le pareció un contraste chistoso, el poderoso líder de la aldea siendo cargado como un muñeco, pero tuvo mucho cuidado con no reír. Se arriesgaba a caerle mal así de entrada.

—¡Un honor conocerte al fin! ¡Soy Akatsuchi, compañero de equipo de Deidara y Kurotsuchi!

Su reverencia casi mandó a Onoki-sama al suelo. Algo más por lo que Obito tuvo que evitar reír. Disimuló su sonrisa con una reverencia en respuesta más larga de lo normal.

—Son peculiares —comentó Deidara—, pero te acostumbrarás.

—¡Deidara-nii está buscando pelea hoy! —dijo Kurotsuchi crujiéndose los nudillos.

—¡Y si no estoy equivocado, pronto lo tendremos con nosotros! —exclamó Akatsuchi.

—No adelantes acontecimientos —lo regañó Onoki—. Soy yo el que debe anunciar ese tipo de noticias.

Noticias... ¿Acaso significaba que...?

—¿¡Me van a dar el puesto de diplomático!? —preguntó esperanzado.

—Mi abuelo ya mandó la solicitud al sandaime Hokage, pero aceptará, ya lo verás, un diplomático más ha estado en la agenda por un tiempo —se adelantó a decir Kurotsuchi desobedeciendo de nuevo al Tsuchikage.

Sintió unas ganas inmensas de abrazarlo, levantarlo en el aire y darle vueltas, pero no iba a hacerlo delante de ellos.

—Tenemos que celebrarlo entonces —dijo Deidara sonriendo.

—Vamos, siéntense con nosotros y pidan lo que quieran —los invitó Onoki.

Obito a penas había comenzado a alegrarse por ello cuando Deidara lo tomó de la mano, arrastrándolo hacia la puerta.

—¡Nunca dije que fuéramos a celebrarlo con ustedes!

—¿¡Qué!? ¡Espera un momento, Deidara-nii! ¡No puedes acaparar a Obito para ti solo! ¡Nosotros también queremos conocerlo!

Obito también quería quedarse, pero a la vez quería estar con él a solas. No quería contradecirlo delante de su equipo y su sensei, pero ya que iban a estar en Suna un poco más, habría más ocasiones de pasar un rato juntos y poder conocerlos mejor.

—¡Podemos cenar todos juntos! —propuso.

Ante la respuesta, la chica se cruzó de brazos, frunciendo el ceño.

—Está bien. Pero de la cena no se libran. Y yo que pensaba que Obito iba a hacer madurar al tonto de Dei...

En cuanto a Onoki, él sólo negó con la cabeza.

—Los tiempos cambian demasiado rápido para mi gusto. ¡Cuando yo era joven obedecía sin rechistar a mi sensei! ¡Comportarme así sería inaceptable! —se quejó.

—Así es la vida, abuelo —intervino Kurotsuchi.

Antes de salir, Deidara les sacó la lengua.

—Esto no es un asunto entre sensei y alumno, es privado. Ya tendremos tiempo de vernos en la cena —dijo saliendo a la calle y arrastrando a Obito con él—. Llevo semanas sin verte y no pienso compartirte con nadie.

No podía estar más contento por oír a Deidara decir esas cosas. Se sentía tan afortundado y especial que su cara comenzó a tomar un tono rosado. Con entusiasmo, pasó el brazo por sus hombros y lo atrajo hacia sí mientras seguían caminando. Sintió la tentación de llamarlo con algo cursi, pero no sabía como se lo iría a tomar el otro, en su lugar, lo miró sonriendo ampliamente, y cuando Deidara lo miró de vuelta con esos ojos que lo fascinaban, se entusiasmó más aún y un suspiro se le escapó.

Jamás. Jamás en su vida había sido tan feliz. Creyó haberlo sido, a veces, pero comparado con eso no era nada.

Escogieron un lugar apartado, el tejado de un minarete cerca del palacio del Kazekage desde donde tenían buenas vistas de la aldea y a la vez, nadie los molestaría. Ni bien estuvieron cómodamente sentados en lo alto, donde una bandera con el símbolo de la aldea ondeaba, Obito volvió a agarrarlo del hombro igual que antes, negándose a que hubiera más de un centímetro entre ellos.

—No puedo esperar a que esto pase todos los días. De hecho, no puedo creer que te vaya a ver todos los días, y podré darte abrazos y besos todos los días. Ni yo mismo puedo creerlo.

—No pareces estar demasiado triste por dejar tu aldea y toda tu vida atrás, hm.

—En realidad... extrañaré a muchas personas, pero como tú dices, hay que hacer locuras. Y ahora que descubrí lo que estaba mal conmigo quiero arreglarlo.

—¿Y qué era eso que estaba mal contigo?

Pensó su explicación un momento, queriendo transmitirle exactamente lo que pensaba.

—Sólo necesitaba sentirme cercano a alguien... Con mis amigos nunca lo logré del todo. Después de que te fueras, acabé hablando con Minato-sensei al respecto. En realidad, no hay en mi vida otro adulto en el que confíe tanto como él, y aún así me costó. Me contestó que quizá estaba siendo demasiado exigente conmigo mismo, y puede que tenga razón... Una parte de mí no aceptó nunca que Rin no sintiera nada por mí. Siempre pensé que la culpa de eso era mía porque había algo mal conmigo y que acabaría enamorándola si conseguía parecerme al tipo de chico que a ella le gustaba. Pero...

—Todo siguió igual —lo cortó Deidara.

Él asintió con una sonrisa amarga, porque aún no había conseguido que le diera igual. No del todo.

—De todos modos, yo nunca conseguí alcanzar a Tontokashi, no importa cuánto lo intentase, con sharingan o sin él... Siempre estaba un paso por delante de mí. Y estas semanas estuve pensando... Fue una idea tan idiota pensar que podría ganarme su corazón siendo mejor que el chico que le gustaba, que no entiendo por qué siempre pensé eso en primer lugar.

Deidara entrelazó sus dedos con los de su mano libre. La lengua le hizo cosquillas en la palma. Un tic al que debería acostumbrarse, pero que no le disgustaba precisamente.

—Eso es porque el amor vuelve tonta a la gente —contestó con naturalidad—. Es como si viésemos sólo lo que queremos ver. Y lo que ha hecho que te des cuenta es no estar enamorado de ella. Espero.

Lo miró con falso recelo, esperando una respuesta.

—¡N-no! ¿¡Cómo voy a estar enamorado de alguien más teniéndote a ti!?

—Bien.

Y su sonrisa satisfecha mientras lo decía casi lo hizo derretirse por dentro. Quizá si era verdad que el amor te volvía un poco tonto.

—Cuando estuviste en casa fueron en verdad los mejores días de mi vida. Saber que había ahí alguien más en ella a parte de mí... Siempre fue demasiado grande para mí solo. Te hubiera secuestrado para que no te fueras nunca.

—No me hubiera quejado, hm —dijo Deidara, echándose hacia atrás para tumbarse sobre el tejado y arrastrar a Obito con él.

El Uchiha pensó que se veía tan guapo y perfecto desde esa posición que no pudo evitar inclinarse sobre él y juntar sus labios con los de él. Fue una larga sesión de besuqueo que ninguno de los dos tuvo la fuerza de voluntad para cortar. No se arrepentía de dejar Konoha y sus sueños de ser Hokage. Tampoco lo veía como un fracaso. Símplemente quería haberlo sido por razones que ya no le parecían importantes. Probarse ante los demás, ante su clan, ante Rin y Kakashi... Ya no necesitaba eso. Rin sería Hokage por él. Se lo dijo el día que le confesó que estaba pensando en mudarse a Iwa. Quizá era un proceso natural de madurar.

Quizá...

Porque mientras el tiempo pasaba y el sol bajaba en el horizonte hasta tocar el horizonte, él se sentía cada vez con menos ganas de dejar aquel minarete sin importarle dejar plantado al Tsuchikage otra vez, y eso no era muy maduro de su parte. Estaban bien así, ambos bromeando, conversando, contándose anécdotas de sus vidas, conociéndose un poco más. Un momento así de especial no tenía por qué acabar tan pronto.

—¿Desde cuándo pasa el tiempo tan rápido? —dijo, consciente de ello una vez que el sol se hubo ocultado.

—Hablando de tiempo... Tengo algo para ti.

Deidara se puso a buscar en el bolsillo interior de su túnica hasta dar con una pequeña bolsita de terciopelo atada con un cordón negro.

—¿¡Algo para mí!? —exclamó conmovido pero preocupado a la vez—. Ah... ¡Sabía que debí haberte traído algo! ¿¡Por qué no lo hice!?

—¿Lo quieres o no? —contestó Deidara—. Debes averiguar lo que es primero.

—No se me dan bien las adivinanzas —confesó frotándose el cabello.

—Entonces te quedas sin él —dijo, haciendo el gesto de guardárselo otra vez.

—Olvidé lo malvado que puedes llegar a ser si te lo propones —suspiró.

Apiadándose de él, Deidara lo depositó sobre su regazo y observó cómo sus ojos se iluminaban de nuevo.

—Toma, ahí tienes. Como lo rompas te transformaré en arte, me costó mucho hacerlo.

—¡Eso lo hace aún más especial! Definitivamente debí haberte traído algo...

Una cálida sensación de felicidad lo instó a sonreír sin proponerlo, pero a la vez, sentía como si no fuera digno de recibir un regalo. Deshizo el nudo en la cuerda y abrió la bolsita para ver lo que había en su interior para descubrir un pequeño reloj de arena. Sonriendo, lo giró, observando cómo la arena caía con suavidad de un compartimento al otro.

—Son el símbolo de la aldea. Nos enseñaron a hacerlos en el primer taller de manualidades. Como están rodeados de desierto la gente se aburre aquí, por tienen una gran tradición artesana, hm.

—¡Es lo mejor que me han regalado en la vida! ¡Lo mejor! ¡Muchas gracias, de verdad lo aprecio!

—¿No quieres tratar de averiguar cuánto tarda la arena en caer? —preguntó Deidara con un toque de misterio.

—Eh... Las adivinanzas no se...

—¡Haz un esfuerzo entonces!

Deidara parecía algo molesto, aunque él no pudo averiguar por qué.

—¡Ya te he dicho que no sé! ¡Estoy en blanco!

Con un gruñido de exhasperación, el de Iwa se cruzó de brazos.

—¡Como no lo averigües no vuelvo a besarte en la vida, um!

—¡Dos minutos y medio! —dijo, orgulloso de sí mismo. Tenía que ser eso.

—Exacto. Pero te quedas sin premio porque te he tenido que ayudar.

Haciendo un puchero como un niño pequeño, Obito trató de reclamar el premio igualmente para acabar forcejeando un rato hasta que él consiguió salirse con la suya.

Estaba ya oscureciendo y bajo ellos, luces empezaron a encenderse en las casas y las calles de Suna, haciendo que la aldea resplandeciera.

—Ah... Imagino que el viejo va a enfadarse conmigo una vez más. Aunque a decir verdad, tengo algo de hambre —dijo Deidara, tumbado sobre Obito, dejando que este le acariciase el cabello—. ¿No tienes nada por ahí de comer?

Lo dijo más en broma que en serio, sólo para reforzar la idea de que prefería quedarse ahí con él. No se sorprendió cuando Obito sacó de su bolsillo interior de la túnica una bolsa de piruletas.

—Veo que sigues triunfando entre las abuelas de Konoha, hm —dijo quitándole el papel transparente a una verde.

—¿A caso lo dudabas? —respondió, escogiendo una de color rosa—. Disfrútalas, porque pronto dejaré de recibirlas. Pero no me importa porque encontré algo mucho más dulce.

Su cara se puso del color de la piruleta, al ver que Deidara alzaba una ceja ante su comentario.

—Creo que ahí te pasaste de cursi.

—Vamos... En el fondo te gusta.

—No, hm.

Hacía una noche despejada y sin luna. El firmamento exhibía para ellos un sin fin de estrellas. Deidara y Obito buscaron constelaciones, discutieron, se reconciliaron, volvieron a discutir, Deidara trató de impedir sin éxito que Obito grabara en el piso sus nombres dentro de un corazón con su kunai, discutieron más, se besaron por milésima vez, volvieron a prestar atención a la vía láctea sobre ellos. Era tarde, pero ninguno de los dos quería ser el primero en proponer irse de allí.

Si Obito tenía alguna duda remota sobre embarcarse en aquella misión, todo quedó olvidado pensando que lo que ganaba era lo que quería. Tener a alguien en su vida. A él, para ser más exactos. Sonrió para sí, en un momento en que ambos estaban en silencio. Nunca se alegró tanto de haber cometido un error. Uno de dos minutos y medio.


El presente es el único momento que uno es capaz de poseer. Haz que cuente. Haz locuras.

Aunque te arrepientas, hazlas.