Pues ahora sí, lo prometido es deuda. Aquí está el epilogo y ya doy definitivamente por terminada esta historia. Espero lo disfruten mucho.


-22-

Epilogo.


El despertador sonó fuertemente, pero sólo bastaron unos segundos para que Adrien lo presionara. Pasó una toalla por su frente y volteó hasta el otro lado de la habitación, Marinette acababa de entrar a ducharse y se preguntó cómo es que siempre terminaban poniendo el despertador si al final se levantaban antes de que sonara. Con una mueca de resignación se encogió los hombros y caminó hasta el armario.

Comenzó a vestirse para que la puerta al otro lado se abriera, Marinette estaba envuelta en una bata de baño y se secaba la cabeza cuidadosamente, su figura curvilínea había aumentado algunas tallas, ahora estaba mucho más saludable. Adrien la miró de soslayo y sonrió. Se acercó a ella, anudándose el cinturón del pantalón y tomando un vestido que previamente había dejado ella colgado en una silla.

—Luces hermosa. – le dio un beso en la mejilla mientras terminaba de darle la prenda.

—Gracias, tú también. – le guiñó un ojo. Adrien rio entre dientes y se sentó a un lado de la cama para ponerse los zapatos.

—He pensado en que… Quizás no necesitamos el despertador. – terminó de anudarse el pie derecho y ahora iba por el izquierdo. —Después de todo nos levantamos a la hora y sin problemas.

—El despertador era para mí, más que para ti. – le recordó ella. Estaba colocándose el vestido desde arriba, la tela se deslizó suavemente por su piel. Adrien se adelantó para abotonar por detrás y subir la cremallera. —Gracias.

—De nada. – él caminó para colocarse una chaqueta. —Aun así te levantas y te vas conmigo, a pesar de que entrés a trabajar cuatro horas más tarde, no tiene mucho sentido ponerlo. – le pasó un abrigo, era de madrugada y seguramente afuera haría algo de frío.

—No pienso quedarme sola en casa, es aburrido.

—Puedes simplemente dormir. – señaló él, ayudándola a caminar y pasándole su bolso de mano.

—Es más provechoso estar en la panadería, tomar algo caliente y si me apetece dormir ahí.

—Seguro que sí. – ambos salieron del departamento que compartían.

Había trascurrido un año desde que se habían reencontrado una tarde lluviosa en el balcón de la casa de Marinette. Dos años desde el motín en el laboratorio y tan sólo unos meses desde su boda. La nueva pareja de esposos vivía en un departamento que Gabriel Agreste les había ayudado a comprar una vez que se habían hecho los votos.

Vivían en el centro de Paris pero cerca de sus respectivos trabajos, siendo la panadería Dupain-Cheng uno de ellos.

La pareja había sido dada de alta por Fu unas semanas después de su reencuentro. Tras convivir entre ellos y con el resto de sus amigos, los jóvenes fueron abriéndose poco a poco a otra clase de interacciones. Las pesadillas se habían comenzado a desvanecer y los arranques de ira en ambos eran inexistentes. Fu comprobó que el cariño que se guardaban los dos jóvenes habían resultado ser el mejor de los tratamientos.

A pesar de que los dos ya tenían la libertad de andar solos en Paris, la pareja decidió continuar en terapias espaciadas con el doctor Fu. Así y tras mucha investigación, el médico consiguió aminorar el efecto de los gatillos, siendo tanta la mejoría que ahora Adrien podía escuchar trozos del himno a la alegría sin molestar y Marinette podía escuchar las palabras Lucky Charm sin entrar en su estado autómata. El avance era sorprendente y fue tan reconocido que Fu viajaba de vez en cuando a China para reportar sus hallazgos y así ayudar a los otros sujetos de prueba.

En tanto a Adrien y Marinette, gracias a las intervenciones lograron reincorporarse a la sociedad. Gabriel, por supuesto, no tardó en ofrecerle a su nuera un trabajo en su empresa. La muchacha se sintió halagada y le pidió que le dejara iniciar de poquito en tanto, dado que necesitaba familiarizarse de nuevo con el mundo del diseño. El hombre fue paciente y empezó desde la modalidad de becaria hasta que pudo ser capaz de diseñar nuevamente.

Adrien por su parte decidió hacer algo completamente diferente a lo que solía ser. Modelar, pese a que era algo entretenido, no era su pasión y siempre lo había reconocido. Entre la presión de escoger algo a qué dedicarse y tener dudas respecto a sí sería capaz de acudir a una escuela, Tom, su suegro, le ofreció trabajar en la pastelería, puesto que a Adrien le gustaba mucho la repostería y necesitarían una mano.

Había comenzado a trabajar hacía tres meses, justo después de su luna de miel.

Así que para empezar como era debido, Adrien se levantaba a las cuatro de la mañana y se preparaba para ir a trabajar. Se sentía a gusto y sin presiones, de hecho llegó a decirle a su padre que quería estudiar gastronomía y ser mejor cada día.

Gabriel le aminó a no abandona el modelaje tan rápido, así que en ocasiones iba a sesiones de fotos, siendo muchas veces necesario uno que otro retoque a causa de sus cicatrices nada estéticas.

Ese tema ya no era un tabú para los dos. Ni Marinette ni Adrien se sentían incómodos al mostrar sus marcas. Ellos, a cada persona que les preguntaban, decían que se trataban de valiosas medallas de valor, que conservaban con orgullo. Era una respuesta muy común, pues cuando sus antiguos compañeros y amigos de clase se reunieron para verlos tras tanto tiempo de anonimato las preguntas no podían faltar.

Había mucho de qué conversa. Otro tema recurrente era el hecho de que tanto Alya como Nino también se habían casado. En sí la propuesta de matrimonio había sido poco común, con un Nino inspirado y muy cool de hacer las cosas. Los dos se casaron tres meses después de la propuesta del chico. La boda, por supuesto, fue organizada por Chloé quien ahora viajaba muy seguido desde Londres a Paris, de hecho, casi todos los fines de semana.

Cuando ellos se casaron no quisieron nada extravagante. Fue una ceremonia formal, privada y hermosa en la que, como era de esperarse Chloé luchó con uñas y dientes para amenizar, logrando que la recepción fuese impecable y el evento memorable.

Así que, tras un corto periodo vacacional, los dos enamorados se mudaron y comenzaron su vida matrimonial. Les iba bastante bien, no podían quejarse. El mundo brillaba como nunca lo había hecho para ellos y eso era demasiado emocionante.

Subieron a su auto. Con el dinero que Zen les había dado los dos se organizaron para comprar un auto; pese a que Gabriel quería regalárselos. Ellos argumentaron que era necesaria la independencia para poder desarrollarse como personas normales, al final, después de muchas charlas el viejo Agreste aceptó.

Los dos aprendieron a conducir gracias a la ayuda de Alya y sus propios padres. Era muy divertido y les entregaba autonomía, por lo que cada vez que podían salían a pasear en el auto y algunas veces se iban de día de campo.

—Llegamos. –avisó Adrien a su esposa mientras estacionaba el automóvil.

—Parece que papá y mamá ya están calentando el horno. – el olor inconfundible del pan los saludó desde la calle.

—Eso parece. – Adrien se apresuró a salir y abrirle la puerta a la chica. —Por aquí, mi lady.

—Gracias, Chaton. – ella aceptó su mano y con cuidado bajó del auto.

—¿Sabes? Puedo cargarte incluso si lo deseas. Pienso que no deberías esforzarte tanto. – cerró la puerta tras la chica y la sostuvo de la mano mientras se dirigían a la entrada.

—No estoy enferma. – refunfuñó.

—Sé que no, pero me encantaría que te quedaras a descansar o en la casa de tus padres si estás muy aburrida en el departamento. Además, ¿No crees que deberíamos comprar una casa más grande?

—Adrien, exageras…

—Hoy estás bien, pero ayer tenías muchas náuseas y dolor de cabeza.

—Era por, ya sabes, me tomó por sorpresa. – esta quizás era la discusión más amorosa que habían tenido. Ninguno elevaba la voz o se comportaba aprensivo, se respetaban mutuamente pero sí se decían las cosas con claridad.

—Le diré a tu madre que se mude con nosotros, ¿Qué te parece?

—No es necesario, querido, tan sólo tengo ocho semanas de embarazo, esto es normal y no me siento agotada más de la cuenta. Todo irá bien. Además baja la voz, aún no se los he dicho. – lo cierto es que se habían enterado ayer apenas.

—¿Y si mejor…?

—¡Buenos días! – la puerta de la panadería se abrió repentinamente. No se habían dado cuenta, pero ambos se habían quedado hablando frente a la puerta. Tom y Sabine se desconcertaron al ver el auto afuera y ellos platicando amenamente en la acera.

—Buenos días mamá. – Marinette la abrazó. Adrien también se inclinó para abrazarla. Tom llegó detrás.

—Entren hijos, por favor. – los acompañó cerrando la puerta tras ellos.

El calor de la panadería era reconfortante y el olor les abría el apetito, no obstante, Marinette arrugó ligeramente el entrecejo.

—¿Qué sucede, querida? – su padre notó el cambio en su rostro, ella se apresuró a borrarlo.

—Oh, nada, creo que quiero ir a descansar. – podía sentir la mirada ardiente de su esposo en la espalda.

—Te acompañaré. – la tomó de la mano, pasando al lado de sus suegros sin fijarse mucho en ellos.

—¿Estás cansada, mi cielo? – su madre se le acercó y ella negó lentamente, como si sostuviera su gesto.

—Vamos. – Adrien insistió en llevarla arriba.

—Espera. – Marinette renegó ligeramente y se dirigió a sus padres. —Hay algo que quería decirles… - la tensión marginó a los adultos mientras su hija deshacía la mueca de asco de su cara. —Estoy embarazada. – nadie dijo nada al otro lado, Adrien se tensó ligeramente pero al ver cómo las caras de los nuevos abuelos relucía con gozo soltó a la chica para que pudieran abrazarla.

—¡Eso es maravilloso, mi amor! – Sabine estrujó a Marinette y Tom palpó con ganas la espalda de Adrien.

—¡¿Por qué no lo dijeron antes?! – el viejo Tom lucía enormemente emocionado.

—Lo supimos ayer. – Marinette se inclinó un poco. —Son los primeros en saberlo.

—¿Tu padre aún no lo sabe, hijo? – preguntó la mujer al rubio, él negó con la cabeza, sin dejar de ver a su esposa.

—Se lo diremos hoy. – Adrien miró a Tom. —¿Puedo tomar un momento de día para acompañar a Marinette?

—¡No tienes que pedir permiso, muchacho! – se carcajeó Tom. —Es más, ¿Por qué no te tomas el día libre? Así los dos podrán disfrutar de esta fantástica noticia. – la idea era tentadora así que la aceptó.

—Iré arriba a descansar. – declaró Marinette, Adrien se apresuró a su lado.

—Vamos. – motivó tomándola del brazo.

—Baja cuando te sientas mejor, cariño. – su madre le acarició la espalda. Ella asintió.

Los dos subieron por las escaleras y caminaron directa a la vieja habitación de Marinette. Ella se recostó en la cama con cuidado y se sujetó la cabeza. Adrien le quitó los zapatos y tomó una manta para cubrirla.

—Te dije que era mejor que te quedaras en el departamento.

—Los mareos me vinieron de pronto. – suspiró. —Oh, quita esa cara de preocupación, estaré bien. – le daba ternura cuando él se preocupaba por ella. Adrien se recostó a su lado cuando ella le hizo un espacio. Sin prisa tanto él como Marinette se recostaron sobre sus costados y no tardó en colocar su palma en su vientre aún plano. Adrien suspiró, dejando escapar su nerviosismo.

—Si hubiera sabido antes que tú… No te hubiera dejado que nos tomáramos riesgos.

—Ninguno de los dos lo sabía. – la mano de Marinette surcó la de su esposo, encantándose con la calidez de sus dedos y su argolla.

—Si te hubiera pasado algo yo… - enterró su rostro contra el cuello y ella y apretó su abrazo.

—Vamos a estar bien.

—¿Y tus problemas de salud? – dijo afligido.

—Bueno… he estado perfectamente estos meses, mi presión arterial no se ha visto afectada para nada, incluso el médico dijo que podía dejar los medicamentos.

—Todo por culpa de ese implante defectuoso.

—Ese implante defectuoso fue lo que me permitió despejar mi mente.

—Aun así. – se tensó tras ella. —Es mi responsabilidad el que ya no te arriesgues más. Debo cuidarte siempre, mi lady.

—Y lo haces. – Marinette se giró entre sus brazos. —Eres un gatito muy protector.

—Es lo menos que puedo hacer. – pegó su frente a la de ella, era una costumbre muy arraigada en él.

—Recostada me siento mejor.

—¿Quieres regresar a casa? Le llamaré a papá y le diré que no puedes ir a trabajar.

—Sería injusto en que no presente mi solicitud de día libre por escrito primero. – lo dijo entre seria y juguetona.

—Estás casada con el hijo del jefe. – Adrien sonrió. —Segura que la señora Agreste goza de algunos privilegios.

—Eso suena a nepotismo.

—No, sólo favoritismo. – los dos rieron entre dientes. —Pero ya en serio, me sentiría mejor si descansas este día.

—Está bien. – bostezó. —Te tomaré la palabra. – se acurrucó a su lado, cerrado los ojos. —De pronto tengo mucho sueño.

—Te haré compañía. – Adrien pasó una manta sobre ellos hasta el cuello. —Descansa, mi lady. – pero la chica no contestó, se había quedado dormida.

—¿Voy… a ser abuelo? – el rostro de Gabriel Agreste era todo un poema. Su sorpresa no podía aminorarse con nada.

Había ido muy temprano los dos y le había dicho en la oficina, rehusándose después de descasar un rato, Marinette a simplemente no ir a trabajar.

Los dos estaban sentados frente a su escritorio. Nathalie le sostuvo del hombro y Gabriel parpadeó al sentir la presión de la mano de su asistente.

—¿Estás feliz, padre? – Adrien dudó al ver su poca respuesta, él asintió emocionado y ampliando su sonrisa.

—Es… Es la mejor noticia que me han dado… Bueno, la segunda mejor. – carraspeó mientras sostenía su frente con la mano y después alzaba sus anteojos. —Gracias. – el agradecimiento fue dirigido a Marinette, ella parpadeó.

—¿Eh?

—Supongo que nunca podré terminar de pagar todo lo que ha hecho por mi familia, señorita Dupaing Cheng… Es decir, señora Agreste.

—No, no diga eso. Que usted me reciba con tanto aprecio es más que suficiente.

—¿Por qué no se toma el día libre? Es decir, Marinette… ¿Por qué no te tomas el día?- irremediablemente y pese al tiempo de conocerse Gabriel continuaba siendo muy profesional con Marinette, pese a que era su nuera.

—Se lo agradezco mucho, ¿No será mucho pedir?

—Por supuesto que no. – Gabriel se levantó para abrazarlos a ambos. —Disfrute este día, ¿Ya ha ido con el médico para su revisión?

—Sí, ayer. – Adrien contestó por su esposa.

—Quizás quieran compartir esta noticia con sus amigos.

—Tal vez sería mejor que Mari descasara, ha estado algo mareada.

—Siendo ese el caso ir a su departamento será lo mejor. – Gabriel se dirigió a Marinette. —No te preocupes por nada, tómate el tiempo que quieras.

—No es…

—Se lo tomará. – Adrien se adelantó.

Cuando salieron de la oficina de Gabriel ambos iban muy serios. No estaba discutiendo, sólo gustaban del silencio.

—¿Crees que debamos decirle al doctor Fu? – preguntó Marinette.

—¿Te gustaría? Creo que es una buena idea.

—Sí, sería agradable. Después de todo él nos ayudó mucho. – Marinette dirigió su vista al asiento trasero en donde tenían bolsas de pan. —Lo invitaré a tomar el té.

—Creo que sería bueno decirles a los demás. – se refería a Chloé, Alya y Nino entre otros más.

—Espero que Chloé no vuele de nuevo desde Inglaterra por esto.

—Creo que fue un gran detalle. – Adrien sonrió.

—Sí, lo fue, pero también impulsivo, ¿Qué hubiera pasado si tuviera un asunto importante de trabajo?

—No le importaba a ella. – Adrien se encogió de hombros. —Le llamaré a Nino, tal vez quieras avisarle a Alya.

—Seguro que también vendrá corriendo desde la estación.

—¿Es una apuesta? – él sonrió mientras se estacionaba.

Cuando entraron a su departamento la alegría se esfumó. Todo estaba oscuro, tranquilo y sospechosamente aireado. Adrien se flexionó ligeramente al frente, sus fosas nasales se abrieron de par en par y sostuvo a Marinette para que no avanzara, ella también sintió el aura de la atmosfera, como si estuvieran siendo acechados. Era una sensación conocida y desagradable.

—Alguien entró. – susurró Adrien.

—Lo sé. – se miraron por un instante, era necesario trabajar en equipo.

—Yo por la derecha, tú por la izquierda, usa la oscuridad.

—No necesitas decírmelo. – se dieron al suelo.

—Marinette, con cuidado. – murmuró y se arrastró.

Caza. Esto era algo que había hecho antes en el pasado, sólo que en esas ocasiones estaba siendo dominado por el instinto prefabricado de la zoantropía. Ahora, siendo humano y cuerdo, sólo tenía que imaginarse a sí mismo siendo un gato al acecho pero sin toda esa locura de por medio.

La excitación era la misma, sin importar cuanto lo negara para sí mismo. Cazar era una especialidad eventual de su entrenamiento y eso, tras tanto esfuerzo en su imprimación era algo que no podía olvidar. Ubicó a Marinette al otro lado del pasillo de entrada, un ruido, casi como un siseo se escuchó más adelante, estaban en la habitación contigua, era el salón.

En definitiva, había alguien adentro. Buscó un ángulo por el cual colarse, su cuerpo estaba contra el suelo, como si anduviera en cuatro patas. Marinette se inclinó en cuclillas, cuando fuera seguro ella atacaría tras su señal, así que el primer movimiento era para Adrien.

Se lanzó, entró rápido, se arrastró y enderezó en el suelo, tomó la mesa del centro y la lanzó como un distractor, después él se abalanzó contra la persona, tomándola en una llave grecorromana. Una mujer gritó al fondo y Marinette tomó eso como una señal.

Se adentró en el cuarto, corrió tan rápido como sus zapatos le permitieron y entrelazó sus manos con los de la mujer que había gritado. La inmovilizó exitosamente, luego vinieron más gritos.

—¡Por Dios! – parpadeó al reconocer la voz de su padre. Las luces se encendieron repentinamente y la visión se restableció.

Allí, justo a mitad de la sala, Adrien se encontraba sobre Nino, inmovilizándolo con todo el peso de su musculatura, mientras a causa del temor el chico no podía respirar libremente. Alya por otro lado, tenía los brazos doblados a merced de Marinette.

En el lugar estaban Tom, Sabine, Alya, Nino y el doctor Fu. Los cinco se habían reunido para hacerles una pequeña fiesta sorpresa. Pero al parecer ellos habían sido los sorprendidos.

—¡Viejo, por favor, me rindo, me rindo! – Adrien quitó la expresión fiera en su rostro y se alejó de su amigo.

—Lo siento, Nino, de verdad. – le ayudó a levantarse.

—¡Cielos, chica! – Alya, quien ya había sido liberada se acariciaba los brazos en las zonas en donde Marinette había presionado. Tenía mucha fuerza. —¡¿Qué fue todo eso?!

—De verdad lo siento, yo… Es que… Pensamos que habían entrado a la casa y…

—Fue… Fue un accidente. – se empeñó en justificar el muchacho rubio.

—Fue casi como ser arrollado por un leopardo. – argumentó Nino, sentándose en el sofá.

—Lo sentimos mucho. – se disculparon ambos al mismo tiempo.

—¿No están lastimados? – Tom se acercó tanto a la su hija como al matrimonio Lahiffe.

—Estamos bien. – contestaron Alya y Nino.

—Esos movimientos fueron espectaculares. – dijo Fu, un poco más relajado que el resto de los invitados.

—¿No te lastimaste, hija? – Sabine inspeccionó a su hija.

—Estoy bien.

—¿Dónde aprendieron a hacer eso? – Nino no tardó en preguntar, asombrado… Pero tras una vista rápida al rostro de sus amigos se sintió culpable. —Ah, es verdad… Ahí. Bueno, lo importante es que el pastel está sano y salvo. – señaló la mesa en donde estaba el postre.

—Pasemos ya de esto. – Alya se acercó a abrazar a Marinette. —Chica, estoy tan feliz por ti.

—Gracias, Alya.

—¡Es cierto! – se levantó del sofá y estrechó la mano de Adrien. —Felicidades, bro.

—Te lo agradezco, Nino. – no pudo evitar sonrojarse.

—Ya dentro de unos meses serás todo un padre de familia.

—¿Qué me dices tú? ¿Aún no han pensado en tener hijos? – Alya tosió a la distancia.

—¿Alguien quiere tarta? – dijo en voz alta, ignorando el comentario de Adrien, Nino se carcajeó.

—No, aún no. Estamos pensando en dejar pasar un poco más de tiempo.

—Es razonable. – todos rieron por esto.

El resto del día fue una reunión casual. Mientras comieron y charlaron, las cosas se fueron aligerando y fue cuando Fu se acercó a Marinette.

—Muchas felicidades, pequeña.

—Gracias. – ella le sonrió cuando le extendió una pequeña cajita. —¿Qué es esto?

—Es un regalo. Para ti y para Adrien. – le entregó otra. —Ha estado muy ocupado jugando con tu padre y su amigo, así que quizás puedas dárselo después.

—¿Puedo abrirlo?

—Seguro que sí. – cuando Marinette abrió el presente sonrió maravillada.

—¡Oh, son hermosos! – tomó un par de aretes, eran de color rojo y tenían puntos negros.

—¿Qué es hermoso? – Adrien se acercó a su esposa, aprovechándose de un poco de tiempo.

—Estos aretes. El doctor Fu me los regaló, mira, incluso te dio algo a ti. – le extendió su caja.

—¿Un obsequio para mí? – Adrien lo tomó gustoso. —Gracias, doctor. – al abrirlo sus ojos resplandecieron. —Vaya, es un precioso anillo negro. Je, incluso tiene una pequeña huella de gato en medio. – no tardó en ponérselo.

—Espero que bajo ningún concepto vean esto como una especie de insulto.

—¡Desde luego que no! – se apresuró a decir Mari.

—Los pendientes de mariquita y el anillo del gato negro, ambos son tesoros que he guardado por muchos años. Fueron un regalo de mi padre y mi madre. Se pasan de generación en generación en mi familia. Nunca tuve hijos, así que pensé que sería bueno dárselos a ustedes.

—¿En serio? –Marinette estaba maravillada.

—Eso quiere decir que son reliquias familiares, oh, doctor, no podemos aceptarlos.

—No, por favor. Tómenlos. Ustedes son más que mis pacientes, chico. Tienen tanto mi respecto como admiración y estos regalos son la prueba de que son más que simples pacientes para mí. Ante mis ojos, son héroes que merecen tener una prueba de su valentía.

—Es demasiado. – los ojos de Marinette amenazaron con llorar de la emoción.

—Mi niña, ¿Qué acaso lo que ustedes pasaron no lo fue? Esto, a comparación de todos esos años encerrados en mi patria, no es nada. Por favor… - tomó las manos de ambos. —Acéptenlos como muestra de mi cariño y admiración. Además, todo justiciero necesita una insignia, ¿No es así? – sonrió amistosamente y retrocedió.

Dejando a la pareja congelada. La fiesta prosiguió. Adrien regresó a su juego de cartas y Alya y Marinette se reunieron con su madre para abrir el resto de regalos que habían traído.

—¿Supiste de los enmascarados que andan por ahí ayudando a la gente? – Alya soltó de repente, mientras calentaba un poco de agua para hacer té. Sabine estaba distraída organizando la mesa para comer la tarta.

—¿Eh? – Marinette parpadeó.

—Desde los últimos meses han llegado reportes a la central de noticias sobre personas que dicen haber visto en plena noche a dos personas rescatando a otras. Les llaman Ladybug y Chat Noir.

—¿En serio? – Marinette empezó a sacar la vajilla. —No estaba enterada.

—Oh sí. No hemos sacado ninguna nota dado que creíamos que eran alguna clase de fraude, pero al parecer fueron capaces de impedir un secuestro ayer. Ha sido todo una novedad.

—Qué extraño, ¿No? ¿Quién haría algo así? – se llevó una mano a la cara y limpió el sudor que comenzaba a colársele.

—¿Qué sucede? ¿Estás bien? – Alya se acercó al verla nerviosa. —¿Acaso pasa algo malo?

—No, claro que no. – Apagó la estufa.

—Si no te conociera, Marinette, diría que estás algo… Nerviosa. ¿Dije algo para que te pusieras así?

—¿Por qué piensas eso?

—Pues, porque estábamos charlando de esos dos "superhéroes" y tú…

—¡Hija, la mesa está lista!

—¡Ya voy mamá! – esquivó a su amiga. —Ayúdame a llevar esto.

—Está bien. – tal vez se había salvado de continuar, pero la actitud de su amiga la había dejado picada. Cuando la vio salir con algunos trastos simplemente suspiró. Tenía que ser una broma, ni Marinette ni Adrien se arriesgarían a hacer algo tan tonto como salir a las calles y combatir el mal. Sopló para quitarle importancia y salió de la habitación.

Cuando la tarde finalizó y todos regresaron a sus casas, la pareja se quedó a solas limpiando.

—Ve a descansar, Mari, yo me encargo.

—Está bien, no es mucho.

—Entonces déjame ayudarte. – Adrien se posó a su lado, secando los platos y colocándolos en la alacena.

—¿Crees que ellos lo saben?

—¿Sobre qué? – Adrien detuvo toda actividad.

—Sobre… Sobre lo que hemos hecho. –inconscientemente se llevó la mano a los aretes que Fu le había dado.

—No lo creo, ¿O sí? – Adrien frunció el ceño. —Sólo han sido algunas veces…

—Sí, es verdad. – Marinette suspiró. —Tal vez es sólo mi imaginación. – terminaron de limpiar y ambos se relajaron en el sofá. —Ha sido una tarde maravillosa.

—Lo fue. – Adrien tomó su mano y la besó. —¿En qué piensas?

—El doctor Fu me dio otra cosa antes de irse. – buscó en uno de los bolsillos de su vestido. Le extendió una pequeña libreta.

—¿Qué contiene?

—Números telefónicos y direcciones.

—¿De quiénes?

—De… los demás. – hubo una mezcla de nostalgia y seriedad en sus palabras. —Al parecer… - abrió la pequeña libreta. —Han podido regresar a sus hogares. – Adrien admiró los nombres y las calles ahí escritas.

—Cuando veo esos nombres… Me da un poco de tristeza.- admitió. —Fuimos tantos… Había decenas de jóvenes. Sólo sobrevivimos siete.

—En verdad lo lamento.

—Yo también. – tocó el papel de la libreta. —¿Crees que estén felices si nos ponemos en contacto? Puede que no quieran saber nada sobre el proyecto MTR ahora que son libres.

—Tao y los chicos me dijeron que esperaban reencontrarse con nosotros algún día.

—Entonces no están tan molestos.

—Ellos me dijeron… Que lamentaban no haberse podido despedir de ti.

—Cierto. Mi padre me sacó lo más rápido que pudo de China que no me dejaron hablar con ellos.

—¿Quieres que les llamemos? – Marinette se recargó contra su hombro. —Seguro que se alegrarán de saber sobre nuestra familia. – llevó su otra mano contra su vientre.

—Podemos intentarlo. – Adrien se levantó y tomó su teléfono celular. —Ten, haz la primera llamada. – cedió.

—Creo saber a quién le gustará mucho saber de nosotros. – marcó lentamente. La línea sonó, era comprensible, era larga distancia. De pronto, alguien contestó por el otro lado.

—¿Hola? – en una lengua que ambos conocían perfectamente.

—¡Hola!- dijeron al mismo tiempo y posteriormente escucharon una risa.

—Mis queridos amigos… ¿Cuánto tiempo ha pasado, Adrien y Marinette?

—Un año tal vez. – contestó Marinette.

—Es un placer saludarte, Tao.

—El gusto es completamente mío.

—¿Está bien que llamemos a esta hora?

—Para ustedes no hay horario. – el muchacho al otro lado se escuchaba contento, casi jubiloso.

—¿Cómo has estado? – preguntó Marinette, emocionada.

—Perfectamente, ¿Y ustedes? – entonces, ambos sonrieron y juntaron aire en sus pulmones.

—Es una larga historia. – dijo riendo Adrien.

—¿Qué es el tiempo para nosotros? – respondió Tao. —Después de todo tengo el temple de un gorila. – y tras una animosa carcajada tanto Adrien como Marinette comenzaron su historia.

La historia de un reencuentro esperado, un milagroso pasado y un futuro esperado. La vida avanzaba a pasos agigantados y, tal como Xiao predijo, la suerte estaba echada.

Fin.

Creo que este final es mejor que el del capítulo anterior, pero la idea ya es más resolutiva, así que espero que tras este largo y esplendido viaje llamado Code Name, hayan gozado de la lectura y de la temática. Estaré muy contenta de leerlos nuevamente por este espacio una vez que me decida a escribir un poco más sobre este fandom. Por ahora creo que sólo nos resta tener paciencia para ver lo genial que será esta segunda temporada y las venideras. Un gran abrazo a todos y una despedida cordial. ¡Hasta la próxima!

¿Merece un comentario?

Yume no Kaze.