NIGHTMARE
Eren se quedaba en vela algunas noches.
Él era incapaz de pegar ojo muchas veces, tantas como estrellas hay en el cielo más allá de la ventana. Por el contrario, Mikasa sí que dormía de tirón, sobretodo después de hacer el amor. Y es ahí cuando Eren comenzaba a observarla, a preguntarse qué estaría soñando, porque —aunque jamás se lo diría— ella hablaba en sueños en algunas ocasiones, y le picaba la curiosidad por saber qué estaba viendo en la dimensión de Morfeo. Había formado hipótesis al respecto, basándose en las palabras incoherentes que decía, teorías a cada cual más absurda que la anterior.
Eren se apoyó contra la cabecera, sin quitarle la vista de encima. El paso del tiempo era abrumador; hace unos años estaban corriendo como niños por las calles de Shigansina, y ahora, estaban metidos en la misma cama, cubiertos por la misma manta, desnudos y dejando muy atrás a los chiquillos de antaño. Ya no eran unos críos, ahí tampoco eran soldados; eran un hombre y una mujer. Solamente Eren Jaeger y Mikasa Ackerman.
Un pequeño momento de tranquilidad en la vorágine de caos diaria.
Se permitió cerrar los ojos, pensativo. Aunque suene extraño, en los momentos de calma recordaba a su madre; su cabello chocolate recogido en un listón magenta, sus ojos ámbar, su melosa sonrisa. Carla estaría muy contenta de la relación que mantenía con la joven de rasgos orientales; estaba seguro de que al enterarse le hubiera tirado de una oreja, y que después los felicitaría a ambos por todo.
Cuando notó movimiento a su lado, abandonó la nostalgia. Mikasa se removía con inquietud bajo las sábanas, con los ojos fuertemente pegados y el ceño arrugado. Extrañado, Eren arqueó las cejas.
—No, aléjate... —murmuró, su voz quebradiza.
En cuestión de segundos, la respiración de ella se había convertido en una sucesión desenfrenada de jadeos y pequeños gritos ahogados. Sus manos pálidas se aferraban como garras a las colchas, como una tabla de salvación, como si le fuera la vida en ello. Y a esas alturas, Eren ya empezaba a imaginarse el porqué de su reacción.
Cuando Mikasa quedó huérfana fue acogida por los Jaeger. Las primeras semanas fueron un infierno personal; las pesadillas eran constantes, según contaba —cosa que no solía suceder a menudo—, volvía a revivir el momento del asesinato con pelos y señales, la sangre escurriéndose por los tablones de aquella casa que un día fue un hogar, el cuerpo de su padre cayendo, el hachazo estrellándose en el cuello de su madre... Así de forma constante, en bucle, una tortura onírica que se prolongaba hasta el momento en el que despertaba, entre lágrimas y con el corazón acelerado.
Entonces Carla, impactada, la abrazaba, y Grisha le preparaba una tila.
Él, pues se quedaba mirando como un pasmarote.
—No abras la puerta... ¡No! —Continuó gimoteando, acumulando lágrimas en los lacrimales.
«¿Está teniendo una pesadilla?»
Y Eren, contrariamente a lo que aquel mocoso revoltoso, malhablado y cabeza de chorlito que un día fue, supo que debía ir al rescate inmediatamente. Se inclinó sobre ella y colocó una mano en su mejilla; estaba helada, pálida. Parecía que estaba viendo a un muerto (suposición que, pensándolo bien, no iba mal encaminada). Los párpados de Mikasa se despegaron abruptamente, el vaivén de su pecho bajo las cobijas era incontrolable, una minúscula lágrima descendió por su rostro hasta romperse contra su mano. Le acarició con suavidad la vieja cicatriz que descansaba abajo de su ojo derecho, y esperó a que ella recuperase el habla.
A la mujer que podía reventar a cien hombres, la dejó fuera de combate una pesadilla. Irónico, pero cierto.
—Mikasa —Le colocó un mechón de cabello tras la oreja, mientras susurraba tiernamente—. Tranquila.
La susodicha encontró su voz después de un breve lapso.
—H- hacía años que no tenía... que yo no...
—Shh. Ya se ha pasado —La inusual terneza en el tono de él la aturdió en un principio.
Eren enterró un beso en su cabeza antes de apoyar el mentón en esta. Con suavidad y firmeza, le pasó el brazo por el abdomen, estrechándola contra sí, tratando de transmitirle el confort que necesitaba para descansar.
—Estoy aquí, ¿vale? —murmuró.
—Vale...
—Me aseguraré de que no vuelvas a soñar eso. Jamás —Emitió un bostezo.
Burlar los caprichos del subconsciente era complicado, quizá imposible. Pero estamos hablando de Eren Jaeger.
Mikasa se acurrucó más contra su cuerpo. El roce de su sedoso cabello contra el cuello lo adormecieron, le hizo sentir los párpados pesados... muy pesados. La modorra que comenzaba a poseerlo era embriagadora. Tal vez tenerla así le provocaba somnolencia, no lo sabía, nunca fue fan de los arrumacos.
Bueno, tal vez ahora lo sería.
*
¡Holaaa a todo el que lea esto!
Sí, sí, lo sé. Esta cosa es un poco rara y corta, pero, ¿quién soy yo para ir en contra de mis ideas?
Este es el primero de, espero que muchos, one-shots que publicaré por aquí, cuando la inspiración sople a mi favor. Serán de todo tipo, depende de cómo me pille el momento. Será un popurrí de muchos géneros. Algunos relatos, tal vez, tengan una extensión superior a la de un capítulo, o tres, o... ¡Quién sabe!
Corto, cambio y hasta la próxima.