GLOSARIO;

1° Súcubo: Demonio que bajo la apariencia de una mujer, mantiene relaciones sexuales con una persona.

2° Íncubo: Demonio que bajo la apariencia de un hombre, mantiene relaciones sexuales con una persona.

3° Aquelarre: Reunión nocturna de brujas y brujos para la realización de rituales y hechizos.

4° Adelfopoiesis: Era una ceremonia practicada por varias iglesias cristianas durante la Edad Media e inicios de la Época moderna en Europa, para unir a dos personas del mismo sexo (habitualmente hombres). Esta ceremonia se basada en unir a dos personas en virtud del amor fraternal y la lealtad.

¡Buena lectura!


El simpático graznido de los patos amenizaba el ambiente para ambos. El sublime danzar del césped y la fresca brisa que cruzaba el patio, traía a sus presencias una tenue sensación, que ahora, abrazaba sus almas antes rasgadas por el luctuoso tacto de la muerte.

Los patos sacudían sus blanquecinas plumas con vigor, sus picos abrían y cerraban clamando por más comida ante la estática mirada de los jóvenes que permanecían en uno de los banquillos del patio exterior.

Unas diminutas gotas de agua gélida salpicaron en la infinita constelación de su rostro por causa del plumaje sacudido; Guang Hong, pudo entonces salir de su trance.

Sus rasgados ojos cerraron con fuerza y abrieron de forma tenue, su mente dispersa afiló sus pensamientos, y entonces, nuevamente en su conciencia se asentó la situación que le generaba un constante ruido.

—Aún no puedo creer que el príncipe nos haya perdonado la vida...

Al oír aquello, el joven asiático ladeó su cabeza hacia el emisor de aquellas palabras. Leo, su más preciado anhelo, se hallaba inclusive más incrédulo que él, limitándose a clavar su confusa vista en el agua chapoteada por los incesantes movimientos de las avecillas.

—Pero así es, Leo... nos perdonó la vida. —El menor pellizcó un pedazo de pan y lo lanzó a la laguna. Dos patos se disputaron el alimento flotando en el agua—. No parece real, pero lo ha hecho...

Ninguno podía explicar con claridad la razón del por qué seguían con vida, pues, si bien era cierto que Guang antes en el calabozo tranquilizó a Leo diciendo que el príncipe había cambiado, nunca pensó que algo de razón hubiese en sus palabras; él solo lo había hecho como una forma de aliviar a su amado, y afortunadamente, sus suposiciones eran ciertas.

Leo y Guang estaban conmocionados. Ambos, simplemente no podían creer el hecho de que aún mantuviesen el corazón en ritmo, pues, todo aquel que entraba en el calabozo de los ciegos, salía de allí con el cuerpo gélido y la respiración apagada; nadie en el palacio lograba sobrevivir en aquel sitio en donde la muerte abrazaba el alma y la sofocaba en un abismo sin salida.

—¿Po-por qué él... por qué él nos ha perdonado, Guang? —Leo parpadeó confuso. Entrecerró sus ojos y sus manos friccionaron con nerviosismo—. ¿Por qué al menos no nos torturó? ¿Por qué no nos dejó sin alimento? ¿Por qué no nos ridiculizó?

En sus palabras se pudo evidenciar la incertidumbre que le carcomía; Leo no comprendía la razón de tanta indulgencia hacia ellos. De pronto, un recuerdo fugaz esclareció la conciencia de Leo; este dio un respingo ante ello.

—Guang...

—¿Umh? —El más pequeño alzó su vista apenas hacia su amado.

—¿Por... por qué el príncipe lloró cuando le sonreíste?

Ambos se miraron de forma estática por varios segundos, sin poder hallar una clara respuesta ante aquella interrogante.

—E-es verdad, él... él lloró... —El joven chino contrajo sus pupilas al recordar con exactitud la expresión en el rostro del noble; sus ojos repletos de congoja, su voz quebradiza, su expresión llena de humanidad y sentimentalismo, y, lo que más le generaba repercusión...

Qué el príncipe se mostrara totalmente expuesto e indefenso hacia ellos.

Ambos guardaron completo silencio por varios minutos, en un intento por unir las piezas de un rompecabezas que parecía querer descifrar la verdadera razón del por qué Seung-Gil, un príncipe conocido por todos como un ser bestial, nunca conmiserativo, inhumano, lleno de odio y apatía... mostraba ahora tal grado de humanidad.

Y entonces Guang, empezó por escarbar en sus pensamientos y a hilar todas las situaciones; una pequeña luz esclareció y dilucidó ante sus abstractas suposiciones.

La llegada de Phichit.

Y para el joven chino, todo empezó a tomar cierto sentido. Porque claro, desde la llegada de aquel servidor, el príncipe empezó a demostrar indulgencia, a ser compasivo, a desechar su exceso de ego, y, lo que más fue evidente en él...

Dejó de frecuentar mujerzuelas.

Guang Hong dio un gran respingo de la sorpresa. Con rapidez, empezó a sacudir su cabeza, intentando dispersar la fuerte sospecha que ahora yacía en su mente. Leo pudo percatarse inmediatamente de la inquietud en su amado.

—¿Qué pasó?

—Nada —respondió a secas Guang, en un intento por cortar la conversación de forma abrupta.

No fue difícil para Leo saber que Guang algo le escondía. Con cierta tristeza desvió la mirada y extendió su labio inferior en señal de reproche y disconformidad; el joven asiático sintió culpa de inmediato.

—¡Bi-bien, te diré! —exclamó, enganchándose del brazo de su amado—. Pero no puedes decir nada de esto, ¿sí Leo? —susurró. De soslayo dirigió la mirada a todas las entradas del patio exterior, comprobando la existencia de alguna presencia que podría escuchar su conversación.

—¿Qué es tan confidencial como para hablar así de bajito? —imitó los susurros del más pequeño.

—¿Y... y si el príncipe...? —Por un momento, Guang dudó si concluir o no su frase.

—¿Qué pasa con él?

—¿Y sí el príncipe está... está enamorado de Phichit?

El joven de tez trigueña contrajo sus pupilas, una fuerte risotada arrancó de sus labios, sin poder él contenerlo. Guang Hong le miró con hostilidad, reprochándole.

—Lo... Lo siento amor, es que... —Leo no pudo articular más palabras, otra fuerte carcajada retumbó entre ellos; el joven chino contrajo sus cejas.

—¿Qué es tan gracioso? —espetó con enojo.

—Na-nada, es solo que... se me hace muy difícil creer que el príncipe pueda sentir algo como eso, y mucho menos tratándose de Phichit. —Con sus nudillos limpió las diminutas lágrimas que humedecían el borde de sus ojos—. Recuerda, él es tan solo su servidor...

—¿Acaso no te has dado cuenta, Leo? —El menor se reincorporó de un salto, posó ambas manos en su cadera—. No pensé que fueses tan lento. —Al decir aquello, el color empezó a subir por el rostro de su amado.

—¿Por qué crees que el príncipe podría estar... enamorado de Phichit? —cuestionó.

—Piensa en todo lo que ha pasado desde que Phichit llegó. —Guang Hong dirigió su vista hacia la laguna con aves. Empezó a arrojar más pan a los animales—. El día de su cumpleaños, ¿lo recuerdas? Le llegada de ese juglar dejó todo en evidencia...

Leo dio un pequeño respingo al oír aquello. Los recuerdos de aquel día se asentaron en su mente. La presencia del juglar en la sala principal, la risotada general, el príncipe y su estática mirada siempre apuntando hacia su servidor, y, cuando el juglar entonces terminó con su espectáculo...

La humillación que Phichit pasó frente a todos.

Y Leo, pudo entonces entender a lo que Guang se refería.

—Lo defendió con uñas y dientes frente a todos...

—Así es, Leo...

—Y... y... —Una idea fugaz cruzó por la mente de Leo. Un intenso carmín pigmentó su rostro—. Y... esa noche a-ambos desaparecieron juntos...

La pálida tez del joven asiático se tornó de un leve rojizo. Una divertida expresión inmortalizó en su rostro.

—¿Q-qué quieres decir, Leo...?

—¡¿Y sí el príncipe y Phichit...?! —Leo llevó ambas manos a su rostro. La temperatura empezó a abrasar sus mejillas—. ¡¿Y si ese día ellos... ellos ya... ya lo hicie...?!

—¡Leo! —vociferó Guang, avergonzado. De un torpe movimiento, llevó ambas manos a su rostro, intentando ocultar su expresión que ahora delataba nerviosismo.

Un incómodo silencio se acentúa entre ambos, siendo solo perceptible sus agitadas respiraciones y el divertido graznido de los patos.

—¡Aquí estaban!

Una estrepitosa voz inundada de sorpresa y alegría retumbó entre ambas presencias. Guang Hong y Leo, dieron un respingo del susto ante ello, para acto seguido, voltear sobre si mismos con la intención de verificar la identidad de quien ahora les acompañaba.

Era Emil.

—¡¿Y esas caras?! ¡Parece que no he llegado en buen momento! —exclamó divertido, al percatarse del intenso color que cubría sus rostros.

—¡A-ah! ¡No, Emil! —El menor intentó retomar su compostura—. Yo y Leo solo estábamos descansando, has llegado en un muy buen momento, ¿verdad Leo?

—Cla-claro...

Leo asintió sin tomar mucho interés a las palabras de Guang; realmente el hecho de haber descubierto que el príncipe y su servidor podrían tener algo mucho más serio e intenso que una simple relación de lealtad, traía a su mente una fuerte impresión.

—¿Así que decidieron al fin salir de su escondite, eh? —cuestionó Emil, alzando ambas cejas de forma sugerente; Guang y Leo le miraron con extrañeza.

—¿De nuestro escondite? —repitió el menor, arqueando una de sus cejas.

—¡Claro! —De un rápido movimiento, Emil toma asiento entre Guang y Leo; ambos le miran con sorpresa—. Estuvieron escondidos de la vista de todos nosotros mientras la ausencia del príncipe, ¿acaso creyeron que nadie se daría cuenta?

—Ah, respecto de eso... —intentó Guang explicar.

—Deberían dejar de hacer eso, a pesar de que el rey no nos conoce a todos nosotros en cabalidad, saben que Baek siempre puede delatarn...

—En realidad estuvimos cautivos en el calabozo de los ciegos —aclaró el menor.

Al oír aquello, Emil paró en seco. De forma lenta contrajo sus pupilas y separó sus labios, signo de la fuerte impresión que le inundaba en aquel instante.

—¿Emil? ¿Estás bien? —Leo chasqueó sus dedos frente al rostro de su compañero, en un intento por sacarle de su trance, mas esto no devino en ningún resultado favorable.

—¿Q-qué us...ustedes...? —El joven de rubios cabellos no pudo evitar balbucear de la impresión—. ¿E-en... en el calabozo de los... de los ciegos?

Ante aquella pregunta, Guang Hong y Leo asintieron con la cabeza. Emil lanzó un pequeño chillido del susto.

—¡¿Y están con vida?! —vociferó, tomando con brusquedad el rostro de Leo, e inspeccionando cada parte de su cuerpo, buscando algún rastro de maltrato físico; el joven asiático no pudo evitar soltar una pequeña risita ante la divertida escena.

—¡E-Emil! —Cierto tono de vergüenza pudo ser perceptible en la voz del joven de tez trigueña—. ¡Estoy bien! ¡No me he hecho daño!

—¡Pe-pe-pero! —El mayor contrajo sus cejas. Una expresión de incertidumbre se posó en su faz—. ¿Cómo es posible que ustedes... no estén muertos?

Ante aquella interrogante, Guang Hong y Leo se encogieron de hombros. Si bien, tenían fuertes suposiciones al respecto, sería una irresponsabilidad de su parte aseverar ello como la verdadera razón de la conmiseración del príncipe.

—Lo importante es que estamos con vida —dijo el más pequeño de los tres, regalando una tierna sonrisa a Leo y Emil.

—Es cierto... —Emil sonrió de forma tenue—. Chicos...

Ambos miraron al mayor con atención. La atmósfera expendida desde la faz de Emil, fue tornándose levemente sombría; Guang Hong y Leo sintieron un pequeño escalofrío recorrer su espina dorsal.

—E-en el calabozo... ¿pudieron es-escuchar la voz de la... de la muerte?

Aquellas palabras resonaron entre ellos de forma fúnebre. Un silencio revestido de suspenso y un sentimiento de incógnita se asentó entre sus presencias; Guang Hong y Leo no fueron capaces de reaccionar de inmediato.

—¿Q-qué estás diciend...?

—¿Es cierto que...? —La expresión en la faz de Emil endureció. Sus manos se unieron en un intento por frenar el temblor que desplegaba por cada centímetro de estas—. ¿Es cierto que... que es posible escuchar a la muerte hablar en... en aquel calabozo?

Por un instante solo fue perceptible el aleteo de las aves; tanto Guang como Leo se hallaban desconcertados, no entendiendo las referencias de Emil.

—No entendemos a qué te refieres, Emil...

Musitó Guang, inmortalizando en su rostro una expresión de desconcierto. El joven de rubios cabellos tragó saliva, con el nerviosismo controlando su cuerpo dirigió la mirada hacia las entradas del patio exterior, verificando la concurrencia de otra persona ajena a ellos.

Cuando pudo comprobar que solo yacía la presencia de ellos tres, entonces con la voz temblorosa articuló;

—Los guardias solían decir que cada servidor que vivía sus últimos momentos en ese calabozo, escuchaba la voz de su propia conciencia, diciendo cuestiones horrorosas y sumamente escalofriantes. —Un fuerte aire gélido se extendió por todo el cuerpo del mayor. Con fuerza, empezó a friccionar sus manos, intentando amenizar la angustia que le aquejaba al imaginar una cuestión tan lúgubre—. Según cuentan los guardias más antiguos de este palacio, los servidores terminaban escuchando aparentemente la voz de la muerte, pues luego de aquello eran todos fusilados; ustedes son los únicos que han logrado sobrevivir a la estadía en ese lugar.

Guang Hong sintió un horror invadir su alma al escuchar aquellas palabras, el color en su piel empezó a desvanecerse por causa de tan terrible sentimiento. Leo por su parte, tragó saliva con pesar, si bien sentía miedo por las palabras de Emil, él ya había oído hablar sobre aquel rumor, aunque siempre se mostró incrédulo ante ello.

—Y-yo había oído hablar sobre aquello, sin... sin embargo jamás le tomé mucha importancia, nunca creí que podría ser verdad... —susurró Leo.

—Los guardias lo cuentan con mucha seriedad. Recuerda que al fin y al cabo son ellos quiénes tienen un último contacto con los servidores antes de matarlos. —Un ligero quiebre fue perceptible en la voz de Emil; tratar un tema tan luctuoso como aquel le generaba cierto repelús—. Ellos mismos han dicho que todos los servidores antes de morir, han aseverado y coincidido en escuchar la misma voz; esta suele hablar sobre lo miserable que es la vida y lo insignificante que es la existencia de los hombres.

Guang Hong no pudo evitar soltar un pequeño chillido del susto, un ligero temblor empezó por desplegar en su diminuto y delgado cuerpo; Leo tomó una de sus manos en señal de apoyo.

—N-no creo que sea cierto, digo... ¿por qué yo y Guang no hemos escuchado aquella voz en el calabozo? —cuestionó Leo, en un intento por no creer aquella historia tan escalofriante.

—Puede que aquella voz que aseguraban escuchar todos los servidores condenados a la muerte, no fuese más que parte de sus delirios y su mente perturbada; después de todo el saber que estás próximo a morir no es algo para menos, seguramente eso generó un desequilibrio mental en todos ellos en sus últimos minutos de vida —supuso Emil—. Ustedes dos tuvieron la suerte de estar juntos en aquel calabozo; aquello permitió que ustedes tuviesen un apoyo incondicional a su lado, y por ende, no entrasen en ningún tipo de desequilibrio mental.

—¡Cla-claro, eso es! —Una sonrisa nerviosa se posó en la faz de Leo—. ¿Lo ves, Guang? ¡No hay nada de qué preocuparse, después de todo tan solo fue un delirio por causa del miedo!

—De todas formas no es seguro —le interrumpió Emil—. Me sigue generando mucho ruido el hecho de que absolutamente todos los servidores hayan escuchado la misma clase de mensaje y en el mismo sitio; quizá se trate de algún alma en pena después de todo, o quizá de algún demoni...

—Emil.

Interrumpió Leo. De forma lenta Emil dirige su mirada hacia el joven de tez trigueña, quien, con sus ojos indica al mayor que viese a Guang, el que se encontraba totalmente perturbado por la historia; Emil pudo percatarse y entonces decidió callar de una buena vez.

—L-Lo siento, Guang... —susurró apenado—. Creo que... que Leo tiene razón, es... es solo un rumor, no creas en ello —intentó calmarle.

De forma rápida Emil se reincorpora sobre sí mismo, para luego, propinar unas leves palmaditas en la espalda del menor y dirigirse hacia el interior del palacio; Leo se volvió hacia Guang de inmediato, rodeó el cuerpo del menor en un dulce abrazo.

—Tranquilo, ya lo oíste... —susurró de forma tenue a su amado—. Es todo un rumor, realmente no exis...

—¿Realmente crees que solo sea un rumor, Leo? —musitó, siendo perceptible en su voz un tono sombrío.

—Bu-bueno... tú sabes que los guardias suelen inventar cos...

—No lo creo, Leo —dijo con seguridad—. Aunque tenía mi cabeza sofocada con ese saco, fui capaz de sentir también el miedo de los guardias al ingresar en ese calabozo. —En la voz del muchacho era evidente la dureza; parecía como si una pequeña porción de su humanidad fuese arrebatada—. Es muy posible que esa voz que persistía en la conciencia de todos aquellos servidores, no fuese más que la voz de satanás.

—Guang, por favor...

Leo sintió un fuerte escalofrío recorrer su espina dorsal. El miedo empezó por tornar endeble sus manos.

—¿Qué? —respondió con dureza—. ¿Acaso no te has dado cuenta, Leo? ¡Este palacio es el mismísimo infierno! —exclamó con rabia—. En este sitio habitamos a diario con los demonios, en este rincón del mundo no existe Dios, no al menos para nosotros; los hombres pobres y sin libertad.

Y aunque las palabras de Guang Hong sonaban con dureza, mucho de razón había en ellas.

El calabozo de los ciegos, era tan solo la representación de un nido de agonía.

Agonía que fue incrustada en el alma de quien arriesgara su propia inocencia y se convirtiese en el portavoz de la muerte y la desolación.

Allí, en donde cientos de sueños se apagaban y se esfumaban sin dejar un rastro de relevancia en la tierra. En el mismo sitio en donde el producto del ego manchó de sangre la descendencia e inculpó a quien no tenía escapatoria.

En un rincón del mundo en donde no existía Dios, y, en donde su falsa esperanza, yacía en los más necesitados, quienes estuvieron abandonados desde un inicio y cuyo destino estaba ya decidido y escrito con sangre.


Los débiles rayos del sol traspasaban las densas nubes que coronaban el cielo en el reino. El ambiente se tornaba gélido, como era de costumbre en un invierno del clima mediterráneo. El suave silbido del viento advertía una próxima tormenta a ocurrir, y con ello, el presagio de un nuevo espectáculo en la plaza central del pueblo.

Su cuerpo inerte yacía al costado de un pequeño arbusto propicio al suelo salino; el suave oleaje del mar podía oírse en la cercanía del lugar.

Su rostro apoyado y embarrado en arena y, su cabello desordenado que era semi-cubierto por la capucha negra, era ahora olfateado por un can que hurgaba a su lado.

Dormido, pudo sentir como su rostro era rozado con insistencia por un cuerpo suave y húmedo; de un movimiento torpe ladeó su rostro, intentando rehuir de aquella incómoda sensación, mas no pudo hacerlo del todo bien.

El perro que ahora insistía en despertarle, comenzó por rasgar con sus patas el cuerpo de Baek; el joven de cabellos castaños entonces abrió apenas sus ojos.

En un principio su vista nublada pudo apenas dilucidar el hocico del can, Baek sin embargo no reaccionó de inmediato; los efectos del opio en la noche anterior, le hicieron caminar sin un rumbo fijo y, por causa del cansancio y su escasa lucidez mental, terminó tirado en la copa de un árbol, allí en la cercanía de la bahía.

El joven servidor pudo sentir de improviso la lengua del animal en su frente, y ante ello, de un respingo se reincorpora en la arena; el can se aleja de un salto y lanza un sórdido ladrido a su lado.

—¡¿Qui-quieres parar?! —exclamó aún aletargado, limpiando con la manga de su túnica la saliva del can en su rostro. El perro soltó un fuerte ladrido como respuesta.

De forma leve, Baek ladea su rostro hacia el frente, e inmensa fue su sorpresa, cuando sus ojos dilucidaron con claridad el actual escenario en el que se hallaba.

Estático.

La mente del joven quedó en un vacío absoluto y su sangre heló por completo, cuando, pudo ver ante su presencia la infinidad de la arena, y más allá, el abstracto horizonte del océano.

Por varios segundos sus sentidos entumecieron, y entonces, solo el oleaje del mar fue perceptible por su sentido auditivo.

A pesar de que los ladridos del can eran sórdidos, Baek no pudo siquiera sentirlos. Para él, en aquel instante todo parecía irreal. Sus ojos perplejos y cristalizados, solo apuntaban hacia el lejano horizonte que era iluminado por la fantasmal luz solar.

El sonido de las gaviotas se intensificó a su alrededor, y entonces aquel joven que, por tantos años de su vida había sido privado de libertad, vio ante él el verdadero sentido de la vida.

Y Baek, sintió que su alma se encendía por completo, y el voraz fuego de la libertad recorrió de forma súbita en cada rincón de su luctuosa alma; su corazón dio un vuelco, y este, empezó a palpitar con fuerza.

Y, por primera vez, después de tantos años de su vida, su corazón no palpito por inercia, sino que este...

Palpito de vitalidad.

—¿Q-q-qué está... está pasando? —balbuceó apenas, no quitando su perpleja vista del océano—. ¿Es-estoy... estoy acaso soñando?

Con movimientos bruscos comenzó a tocar su rostro y a entrelazar sus dedos en sus hebras castañas; cuando pudo sentir el dolor físico por pellizcar su piel, supo entonces que aquello era la realidad.

Que realmente después de tantísimos años de su vida, él podía ver el exterior, ver el mundo ante sus ojos, sentir la brisa marina acariciar su pálida piel, sentir la arena entre sus dedos y escuchar la apacible melodía del mar.

Y entonces Baek, no pudo seguir esperando allí sentado en la arena por más tiempo, y de un movimiento rápido, se reincorpora y corre hacia el mar.

Tanta era su emoción por zambullirse en el agua, que, en el camino iba tropezando; el perro que le acompañaba le seguía el paso con vigorosidad; varios ladridos resonaron en aquel trayecto.

Y de forma torpe se despojó de sus sandalias y prendas, y cuando quedó tan solo en ropa interior, se zambulló de forma rápida en el agua; el animal que le seguía tan solo le esperó en la orilla.

Una sonrisa radiante se inmortalizó en la faz del joven. Una sonrisa signo de la plenitud espiritual, del bienestar que experimentaba después de tantos años siendo un mero títere carente de dignidad, carente de decisión propia, de vida humana, de auto determinación, de derechos...

Carente de todo aquello que un día poseyó, en aquellos años cuando se sintió querido y digno; cuando se sintió humano.

—¡S-soy un hombre libre! —exclamó, dirigiendo su mirada ahora llena de vitalidad hacia el cielo. Sus ojos cristalizaron aún más, y entonces, los cerró con apacibilidad, y se limitó, a sentir todas aquellas sensaciones que surcaban por cada recodo de su alma.

Y aunque sus ojos estuviesen cerrados, él fue capaz de ver con el alma la inmensidad del mundo que le fue privado por quien le tenía cautivo. Su castaña melena ahora mojada por el agua salina, era alzada por la fresca brisa, las gotas de agua deslizaban por su pálida piel enferma carente siempre por los rayos del sol, sus pulmones inflaban de los vientos de cambio y superación.

Y, por primera vez en la vida, Baek, no pensó en otra persona que no fuese él.

Y por primera vez, después de tantos años, él pensó en su propia felicidad.

—Debo huir...

Susurró, y una lágrima, deslizó por la extensión de una de sus mejillas. De forma profunda inhaló la pura brisa marina, y entonces, su pecho llenó de dicha y decisión.

Porque él también era humano; tenía expectativas, sueños, el anhelo de dejar una huella de relevancia en la tierra antes de partir, y no morir, en la insignificancia de su existencia invisible y poco digna.

Sí, debo huir...

Pensó, cegado por el ímpetu de su alma abrazada por el voraz fuego de la libertad. Y, cuando pensó siquiera en maquinar un plan de escape hacia otro pueblo, en su mente entonces un recuerdo se asentó.

«...Tú... tú siempre has sido como el hermano que ja-jamás tuve... »

Sus ojos abrieron de la perplejidad. Su corazón se detuvo por un instante; su alma entonces se destrozó, al percatarse, que por un momento había sido capaz de olvidar a la razón de su existencia.

Su amado príncipe Seung-Gil.

Y sus labios se tornaron temblorosos, y un terrible nudo se formó en su garganta, y las lágrimas, no tardaron en rebalsar por el borde de sus ojos, para luego, empapar su rostro y mezclarse con el agua salina que yacía en él.

Y un fuerte sollozó arrancó de sus labios, y una estaca enterró en su alma, cuando, en su mente se dibujó la triste expresión de Seung-Gil...

Porque Seung-Gil era la razón de su existencia, él era el cimiento de sus ideales, de la poca vitalidad de su alma, el impulsor de sus deseos, de sus actos, él era...

El gran amor de su vida.

—Ma-majestad... mi majestad...

Sollozó de forma amarga, ocultando el rostro entre sus manos y rasguñando su frente con impotencia; tan solo el dolor físico auto provocado, generaba en él un poco de alivio ante el asco que sentía hacia sí mismo, por querer abandonar a su amado príncipe.

—Per-perdóneme, perdóneme, perdóneme... —se repitió, totalmente perturbado. Fuertes sollozos se atascaron en su garganta-. M-mi príncipe Se-Seung-Gil... mi príncipe...

De pronto, un fuerte estruendo irrumpe en aquel apacible ambiente, sacando a Baek desde la agonía de sus pensamientos. De un movimiento fugaz se voltea sobre sí mismo, dirigiendo su vista hacia el pueblo a su espalda.

Otro sórdido estruendo similar al de una explosión, resuena desde el pueblo; fuertes bramidos se alzan desde la misma dirección. Una expresión de sorpresa se dibuja en el rostro del joven. Con torpeza seca sus lágrimas y se dirige hacia la orilla; de forma rápida sacude su ropa embarrada en arena y se viste con ella.

Debo volver al palacio junto a mi príncipe, no puedo seguir en este lugar.

Pensó, encaminándose hacia el pueblo y calando la capucha en su rostro, en un intento por coartar completamente la evidencia de su identidad.


A medida que penetraba hacia las entrañas del pueblo, el escenario fue esclareciéndose para él. La gente corría despavorida y con los ánimos alborotados; inclusive dejaban sus puestos de trabajo por concurrir hacia la plaza principal, en donde, aparentemente, se ejecutaba un acto de importancia local.

De pronto, una fuerte humareda gris se alzó hacia el cielo; Baek entonces se caló su capucha más hacia el rostro, pues, aquello causaba ahogo y una fuerte irritación a los ojos.

La gente sin siquiera tener el más mínimo cuidado se pasaban a llevar entre ellos mismos; el joven de tez pálida terminó siendo arrastrado por la muchedumbre hacia la plaza del pueblo.

Y entonces cuando Baek dirigió su mirada hacia lo alto de la plaza, pudo percatarse de la situación que se estaba viviendo; una mujer se hallaba amarrada a un poste y un saco se movía a su lado con insistencia; fuertes y agónicos maullidos provenían desde allí.

—¡Muerte a la bruja! ¡Maten a esos demonios! —La gente alzaba la voz con emoción; hombres, mujeres y niños disfrutaban del espectáculo próximo a desarrollarse.

El fuego empezó apenas a consumir la paja y las ramas secas que yacían a los pies de la mujer, la que, tenía alrededor de cincuenta años de edad. Su mirada estática yacía clavada en aquel saco que se movía a su lado con insistencia; sus ojos cristalizaron por aquello y una evidente tristeza y desolación eran perceptibles en cada centímetro de su faz.

—¿Q-qué está pa-pasando? —balbuceó Baek, totalmente pasmado por el terrible escenario que se configuraba ante su presencia—. ¡¿De qué la están acusando?! —masculló indignado.

—¡Es una maldita bruja! —respondió a su lado un aldeano—. El honorable señor Snyder le ha acusado de concurrir a los aquelarres, aparentemente mantenía relaciones íntimas con otras brujas, con íncubos y súcubos.

—Dios mío... —Una expresión de horror se dibujó en el rostro del muchacho—. ¡¿Y cómo saben eso?! ¡¿Acaso tienen pruebas para inculparla de esa manera?!

—¡¿Qué otras pruebas necesitas, muchacho tonto?! —escupió con ira el hombre—. ¡En su casa se escondía con esas malditas bestias hijas de Satanás!

En sus últimas palabras, fue evidente la rabia y el desprecio hacia aquellas criaturas. El hombre, apuntó con dirección a la mujer en la hoguera, y Baek, pudo ver como el fuego acrecentaba sus llamas, y el sonido del crepitar, se hacía más evidente desde la misma dirección.

De pronto, un hombre de ropajes eclesiásticos aparece en la parte superior de la plaza; la gente dirige su atención hacia él, cuando este, toma el saco que se movía con insistencia.

—¡Exterminaremos primero a estos demonios que toman forma humana por las noches!

Exclamó iracundo. Y entonces, el saco es abierto y ante todos, la figura de dos gatos negros se hace visible.

Los felinos maullaban con desesperación ante los bramidos del pueblo. Las personas alzaban sus puños clamando el asesinato de aquellas criaturas que, en la época imperante, no eran sino signo de malos presagios y espíritus demoníacos.

Con fuerza, el hombre alzó a uno de los gatos por su pellejo por detrás de sus orejas, de forma tal, que el animal quedó inmovilizado; su hocico abrió y con sus pupilas verdosas y contraídas, observaba a la furiosa muchedumbre, con el miedo desbordando.

—¡Muerte al demonio!

Exclamó con fervor, para acto seguido, agarrar una antorcha rebosante de fuego y posarla bajo el animal; el felino comenzó a moverse con desesperación; el fuego empezó a corroer su pelaje y a provocar maullidos desgarradores.

Baek no pudo siquiera moverse. Sus ojos vidriosos observaban con total agonía el tan terrible escenario; el estar tantísimos años de su vida cautivo en el palacio, de cierta forma le había alejado de aquellos espectáculos tan lúgubres e inhumanos que se ejecutaban de forma diaria en la aldea.

Y entonces él, sintió una terrible tristeza invadirle.

—¡Dejen a mi bebé en paz, mi bebé, mi bebé! —exclamó la anciana acusada de brujería. Con los ojos cristalizados observaba con agonía como su compañero felino de tantos años, se retorcía de la desesperación por su pelaje siendo corroído—. ¡Basta por favor!

Mas nada de ello se detuvo.

La humareda por causa de la paja y las ramas secas quemando, se hizo más extensa y pesada; los aldeanos empezaron a dispersarse por causa de ello.

Cuando el gato fue quemado en su totalidad, el mismo procedimiento se ejerció con el felino restante, ante la mirada atónita y pasmada de Baek.

Las llamas luego empezaron a intensificarse y a abrasar a la mujer amarrada al poste de madera. Sus gritos eran desgarradores; ira, desesperación, agonía, injusticia; todos aquellos sentimientos eran palpables en cada grito extendido hacia el cielo, como pidiendo a Dios tan solo un poco de compasión y conmiseración a su sufrimiento.

Baek sentía que su mente desestabilizaba por completo. Sus manos se tornaron temblorosas y su sangre heló de forma súbita; él estaba siendo testigo presencial de la tan terrible inquisición, la misma que...

Podría amenazar en cualquier momento la vida de su tan amado príncipe Seung-Gil.

Y para Baek, imaginar a su amado de aquella forma, traía a él una desesperación fulminante. Leves alaridos empezaron a rehuir de sus labios temblorosos, gotas frías de sudor comenzaron a surcar por su sien, su corazón empezó a martillear con fuerza, y entonces...

Su mente se nubló del raciocinio, y ante él, no había una anciana siendo abrasada por las llamas de la santa inquisición, sino que...

Ante su nula lucidez mental, era Seung-Gil, su amado príncipe, quien ardía en aquella hoguera.

Y empezó a delirar por causa de su tan terrible desesperación.

—¡BAAAAASTAAAAAAA!

Gritó eufórico, extendiéndose un temblor de grandes proporciones por todo su cuerpo; la gente volteó de inmediato a verlo.

—¡MI PRÍNCIPE, DEJEN EN PAZ A MI PRÍNCIPE! —sollozó de forma brutal—. ¡TOMEN MI VIDA, QUÉMENME EN LA HOGUERA, PERO DÉJENLO EN PAZ, ÉL ES INOCENTE!

Completamente cegado de su raciocinio e impulsado por el pavor que le invadía, Baek, comenzó a empujar a los aldeanos que se situaban a su lado. De forma frenética, atravesó la muchedumbre e intentó subir a la parte superior de la plaza principal; los aldeanos comenzaron a ejecutar abucheos y a lanzar miradas venenosas.

—¡Saquen a ese idiota de ahí, quiere entorpecer el espectáculo!

—¡Él es un cómplice de la bruja, quémenlo también!

Distintas mociones empezaron a surgir desde el público a causa de la desesperada acción de Baek; el joven sin embargo no podía retomar su compostura; el miedo y el pavor que le invadían por pensar en la posibilidad de que su amado Seung-Gil fuese quemado de tal forma, causaban en él una ceguera de su lucidez mental.

—¡Po-por favor, detengan esto, él es inocente! —suplicó de forma amarga—. ¡Él no es culpable, por... por favor!

Con torpes movimientos, Baek intentó acercarse a la hoguera, sin embargo, un fuerte agarre le detuvo por detrás. De forma rápida, el joven se voltea sobre sí mismo, en un intento de zafarse.

—¡Déjame en pa...!

—¡Te irás a la hoguera con esa anciana bruja! —sentenció uno de los asistentes eclesiásticos.

¿A-anciana... anciana bruja?

Y en aquel instante, todo el panorama se esclareció para Baek. Confuso parpadeó varias veces, observando tras de sí la muchedumbre iracunda que dedicaba a su presencia miradas hostiles y venenosas.

Y entonces, un grito ensordecedor por parte de la anciana siendo abrasada, rompió totalmente su delirio y le trajo de vuelta a la realidad; Baek pudo entonces percatarse de que no se trataba de su amado príncipe, sino que, de una pobre aldeana cualquiera.

Cuando sintió que el agarre del hombre se tornaba más agresivo e intentaba arrastrarle a la hoguera, Baek sintió el miedo cruzar por cada recodo de su alma y, con el ímpetu controlando sus movimientos, intentó zafarse del agarre del hombre; él tenía que vivir, no permitiría ser arrastrado hacia la hoguera, pues él, debía seguir viviendo para cuidar de Seung-Gil.

—Suéltame —ordenó, dedicando una mortífera mirada al hombre que intensificaba su agarre—. Suéltame ahora.

—¡Iras a la hoguera por intentar ayudar a una bruja! —exclamó iracundo—. ¡Seguramente eres también un demon...!

Sin embargo, el hombre no pudo seguir. De un movimiento fugaz y, empleando una fuerza brutal, Baek empujó al hombre escaleras abajo; este quedó tendido entre la gente y empezó a emitir quejidos desesperados; los aldeanos comenzaron a abuchear a Baek.

De forma rápida el joven de hebras castañas se posó la capucha más hacia el rostro y se inmiscuyó entre la furiosa horda; tres asistentes eclesiásticos le siguieron el paso. Una persecución en contra del joven dio entonces inicio en aquel instante.

Y aquello, sería la causa de un encuentro inesperado.


De forma rápida y ágil se enredaba entre la gente del pueblo. Con la capucha negra calada hasta el rostro y, con tan solo la nariz y sus labios a la vista, Baek, pudo llegar hasta una calle poco transitada.

Desde allí, pudo dejar a la vista su rostro completo, y empezó a caminar con más calma; al parecer ya había perdido de vista a aquellos persecutores y no había de qué preocuparse.

—¡Allí está!

Escuchó sin embargo desde una esquina a su derecha, y entonces Baek, pudo percatarse de que aún la calma no había llegado.

De forma instantánea se echó a correr con desesperación, metiéndose así en unos callejones estrechos e irregulares; allí las casuchas tenían una apariencia mucho más marginal que en el resto de la aldea.

Con dificultad intentó rehuir de la vista de sus persecutores; los callejones estrechos y con poca luminosidad entorpecían su objetivo. A duras penas intentaba sacar más fuerzas de donde no había, gotas de sudor empezaron a rodar por su sien, y el aire se hizo escaso.

Cuando de forma aparente perdió de vista nuevamente a sus persecutores, Baek no paró de correr; él no se arriesgaría a que le atraparan y le llevaran a la hoguera, él debía volver sano y salvo al palacio sin que nadie se percatara.

De pronto, justo frente a Baek una figura enroscada y lenta aparece doblando por un recodo; el joven intenta frenar sus pasos, mas no pudo hacerlo del todo bien.

De forma estrepitosa el joven de castañas hebras choca con aquella silueta, cayendo entonces ambos al suelo. Un montón de frascos y una vieja estructura de madera con ruedas, salen proyectadas varios metros; un intenso olor a hierbas y ungüentos se dispara de forma súbita por la atmósfera.

—¡Cuidado, déjame pasar! —exclamó Baek, iracundo. De forma torpe intentó reincorporarse, pero al pisar unos ungüentos derramados resbaló y volvió caer.

—Ay... —Se quejó del dolor la mujer—. Dis-disculpe joven... ¿me ayuda a pararme? Soy tan solo una anciana, por favor, tenga pied...

—¡Déjame en paz! —Intentó zafarse de la anciana, la que ahora tomaba de la túnica al muchacho—. ¡Debo irme, suéltame anciana!

A pesar del tono hostil utilizado por Baek, él tampoco pretendía ser del todo irrespetuoso con la pobre anciana. Sus ojos desorbitados -y uno de ellos con una ligera capa blanca, signo de ceguera-, su piel arrugada y su voz temblorosa, generaron en el muchacho un sentimiento de lástima y humanidad.

—¡No quiero ser grosero contigo, suéltame o deberé utilizar mi fuerza! —advirtió con seriedad, dedicando una mortífera mirada a la anciana. Esta no se inmutó ante la advertencia del más joven.

Despacio y de forma temblorosa, la anciana levanta una de sus manos y la posa en la mejilla del muchacho; Baek abre sus ojos de la perplejidad.

—E-esa voz...

Susurró la mujer con aspereza. Sus cansados ojos cristalizaron y sus labios separaron de la conmoción; una expresión llena de vitalidad se inmortalizó en su faz.

—¡¿Q-Qué cree que está haciendo?! —inquirió con sorpresa; una expresión de desconcierto fue evidente en su rostro—. ¡Suélteme, ancian...!

—Eres tú...

Susurró con su voz pendiendo en un hilo. Una fina lágrima cayó desde su ojo cubierto del manto blanco; su respiración comenzó a agitarse.

Baek sintió que su cuerpo paralizaba. Sus castañas pupilas se tornaron temblorosas. Leves lágrimas, efecto de la conmoción empezaron a brotar de forma tímida.

—N-no entiendo na-nada... —balbuceó atónito—. Su-suéltam...

—Definitivamente eres tú... —Su voz quebró completamente—. Soy una mujer con penas en mis hombros y con los años encima. La ceguera ha nublado mi visión de forma casi absoluta y mis viejas manos ya no se sostienen; sin embargo, nunca podría no reconocerte...

Un cálido sentimiento empezó a desplegar por el pecho del joven, como si una parte de su alma fuese acurrucada por un extraño y desconocido sentimiento maternal. Baek comenzó a llorar sin explicación alguna.

—¿Q-Quién... quién er...?

—Mi... mi bello niño, tú... eres tú... —La mujer posó de forma gentil ambas manos en las mejillas del muchacho; comenzó a acariciarlas con suavidad.

—E-estás loca... —Un terrible nudo se anidó en su garganta—. ¡Me estás asustando!

—Yo sabía que aún seguías aquí... —sollozó de forma amarga, tomando un mechón de cabello del muchacho y posicionando este por detrás de su oreja.

Baek no pudo siquiera parpadear. Sus pupilas cristalizadas se hallaban completamente atónitas; su mente se tornaba endeble. Él, no podía explicar aquel sentimiento tan inusual que le invadía de forma repentina; una sensación de sorpresa, pero a la vez, un sentimiento de protección y amor sincero fueron extendidos hacia su alma.

—¿Qué te han hecho, mi niño? —musitó con tremenda tristeza—. Tu piel está tan pálida y enferma, tu cabello... —Entrelazó sus delgados dedos en las hebras del joven—. Está tan seco. Tus ojos, tus hermosos ojos...

Un leve sollozo arrancó de los labios de Baek. Su respiración empezó a tornarse agitada.

—Están llenos de odio y sufrimiento... —Comenzó a sollozar—. Aún recuerdo a aquel niño tan feliz e inocente, ¿qué te han hecho, mi pequeño? ¿Quién ha sido capaz de convertirte en esto, mi niño...?

La mujer empezó a sollozar de forma amarga. Baek sentía que su corazón salía del pecho. Ambos hicieron contacto visual directo, y entonces Baek, sintió que en algún momento de su vida, aquella mujer habría sido parte importante de él.

—N-no... no lo entiendo...

—Tú eres... mi pequeño. —Sonrió—. Tú eres mi pequeño...

Y Baek, sintió que su sangre heló por completo. Sus ojos abrieron del impacto y sus pupilas contrajeron, cuando...

Pudo escuchar claramente, como la mujer articulaba su verdadero nombre.

El mismo nombre que, le fue privado desde aquel día, y aquella mujer, lo había articulado claramente ante su presencia.

Y él, no pudo siquiera emitir palabra alguna ante ello.

Su corazón paralizó y, su impacto al oír su verdadero nombre, fue tan grande, que sintió desvanecer de a poco.

—Has sufrido tanto, ¿verdad? —De forma gentil limpió las lágrimas que deslizaban por el estático rostro del joven—. En tus ojos veo cuánto daño te han hecho, ven mi niño, vuelve a ser feliz...

Una pequeña sonrisa deslizó por la faz del joven; por primera vez, después de tantos años, él sintió un amor sincero hacia su persona.

—Vaya, buen trabajo anciana.

Oyó Baek tras de sí. Una fuerte mano se posó en el hombro del joven. La sonrisa en su rostro desapareció en un segundo, y con ello, una expresión inundada de perplejidad se extendió por su faz.

—¿Q-qué...?

Musitó apenas, volteando su rostro hacia el costado y reconociendo quien se situaba tras de él; dos guardias reales del palacio.

—¿Q-qué está pasando? ¿Quiénes son ustedes? —inquirió la anciana, inmortalizándose en su rostro una expresión hostil hacia los guardias.

—Déjese de chácharas, anciana. Ha hecho un buen trabajo deteniendo a esta rata inmunda —dijo el guardia que ahora sostenía a Baek con fuerza. Sin cuidado alguno dobló el brazo del muchacho; este lanzó un fuerte quejido.

—¡No le hagan daño a mi niño! —intentó defenderle, mas el otro guardia, le alejó de un manotazo; la anciana cayó al suelo fuertemente.

—Aléjate, anciana loca. Es muy seguro que ya estés delirando, es lo que siempre haces después de todo -escupió con soberbia—. La vieja herbolera del pueblo; no eres más que una loca desquiciada, aunque bueno, por ahora has sido útil y nos has ayudado a detener a este inmundo servidor —masculló, entrelazando sus dedos en las hebras del muchacho y lanzando su cabeza hacia atrás; Baek lanzó un desgarrador grito del dolor.

—¡No! —suplicó la anciana, aferrándose a la pierna del guardia real; este le alejó de una patada.

—¡Aléjate, loca! —exclamó iracundo—. Y tú Baek, vaya numerito que te mandaste en medio de la plaza, eh. —Tomó al muchacho del mentón; este desvió su rostro con molestia—. Sabes que siempre estamos rondando por el pueblo por ratas escurridizas como tú; no entiendo cómo has podido hacer algo tan arriesgado.

El muchacho solo atinó a agachar su cabeza; una terrible expresión de congoja era evidente en su semblante.

—¡Y vaya castigo que te espera en el palacio! —exclamó el otro guardia real—. Para tu mala suerte el príncipe Seung-Gil ha salido hace un rato del palacio junto a su servidor personal. Ahora allí solo está el rey, así que prepárate para recibir el castigo de tu vida.

—Si es que no te mata...

Remató el otro guardia, y ambos, se echaron a reír desbocados. De forma brusca amarraron las manos del muchacho por detrás, para luego, empujarle con dirección al palacio.

—¡Mi... mi niño!

Sollozó la anciana desde el suelo, alzando su tembloroso brazo hacia la silueta de Baek alejándose. El muchacho apenas volvió su rostro hacia ella, y entonces, un terrible sentimiento de incertidumbre cruzó por su pecho.

De un movimiento rápido agacha su rostro, cerrando con fuerza sus ojos. Baek quiso enterrar aquel encuentro revestido de incertidumbre en lo más profundo de sus recuerdos; su conciencia ya lo suficientemente perturbada redujo aquello como algo insignificante; de seguro esa anciana realmente estaba delirando y no sabía lo que decía.

O así lo creyó él.


El suave galope del caballo contrastaba por completo con el escenario que se presentaba en el otro extremo del pueblo. La concurrencia de gente era mínima por las cercanías de aquella santa edificación; tan solo ellos dos en el equino, y algunas personas dispersas se hallaban en los alrededores.

—¿Ya llegamos, majestad? ¿Puedo ya quitarme esta venda de mis ojos? —cuestionó Phichit, ladeando su cabeza hacia un costado, en un intento por hacer un contacto más cercano con el príncipe.

—Aún no, sé paciente —susurró de forma tenue—. Estamos ya prácticamente en el sitio. Ahora solo debo dirigir al caballo a un lugar seguro y listo; yo seré quien quite esa venda de tus ojos.

Una diminuta sonrisa esbozó en los labios Phichit. El príncipe, ante tal acción de su amado, no pudo evitar sonreír de igual forma.

Pasaron unos pocos minutos más de galope en el equino, y entonces ambos, se detuvieron en el lugar; Seung-Gil bajó primero, para acto seguido, ayudar a su servidor a descender del animal.

—¿Ya puedo...?

—Aún no —respondió el príncipe. Retiro del animal un bolso de tela que colgaba de su dorso; de un movimiento se lo cruzó y lo tapó con su larga túnica—. Bien, ahora podemos entrar.

Y dicho aquello, tomó de los hombros a Phichit y le encaminó hacia el lugar que le había prometido irían juntos. El moreno, seguía su camino con cierto temor pues, su vista estaba totalmente coartada por la venda en sus ojos.

Una vez que caminaron lo suficiente y subieron unos pocos escalones, Seung-Gil, entonces posó con suavidad sus manos por detrás de la nuca de su servidor, decidido a quitar la venda.

—Antes de quitar la venda, quiero que sepas que si te traje a este lugar, es por el inmenso amor que siento hacia ti, tanto que, deseo formalizar lo nuestro ante él.

Dicho aquello, la venda en los ojos del moreno fue retirada con suavidad. De forma lenta, Phichit abrió sus parpados, y entonces, ante él se hizo evidente el escenario.

La catedral.

Una leve expresión de sorpresa se deslizó por su rostro. Un tenue carmín pigmentó sus mejillas; Seung-Gil no pudo evitar sonreír ante ello.

—¿Te gusta? —preguntó el príncipe.

—Claro que sí... —Sonrió de forma tenue Phichit.

—¿Habías venido antes a este sitio?

—Hace unos cuatro días, si no mal recuerdo.

Y dicho aquello, una expresión de consternación se dibuja en el rostro de Seung-Gil; Phichit logra percatarse de forma inmediata de aquello.

—¿Hace cuatro días? —inquirió confuso.

—N-no, digo... me equivoqué... —Desvió la mirada con pesar; nuevamente mentir se le hacía difícil.

—Hace cuatro días eras ya parte de mi servidumbre, y es más. —En su voz era evidente el sentimiento de consternación—. Tú y yo ya teníamos algo, Phichit.

—Majestad, lo siento, me equivoqué... —Un ligero quiebre fue perceptible en su voz; el tener que mentir de esa forma a su amado generaba en él una desestabilidad inmediata.

—Phichit...

Susurró Seung-Gil. El moreno ladea su rostro hacia su amado, y entonces ambos, hacen un contacto visual directo; en el rostro de Seung-Gil era evidente la preocupación. Sus ojos cristalizados y una sonrisa triste, eran signo del infinito amor que sentía hacia su servidor; Phichit, sintió un aguijonazo cruzar por su pecho.

—Majestad... —susurró, con su voz pendiendo de un hilo.

—Phichit... —De forme suave, entrelazó sus manos con las de su amado—. ¿Qué pasa, Phichit?

El moreno agachó su rostro con pesar, en un intento por rehuir de la terrible expresión de Seung-Gil. Si su príncipe seguía viéndole por más tiempo de esa forma, él decaería y no podría seguir ocultando más sus mentiras.

—¿Acaso no confías en mí...? —susurró, siendo perceptible un ligero quiebre en su voz. Phichit guardó total silencio—. Phichit...

Un terrible nudo se formó en la garganta del menor. Sus ojos cristalizaron de forma leve. Un terrible dolor se hizo perceptible en su pecho, ante la dulce expresión en el rostro de su amado.

—Yo sé que... yo sé que en mis hombros cargo demasiados pecados —comenzó a decir—. Sé que para ti puedo seguir siendo quizás un monstruo, que no me veas como un ser humano al igual que tú, que te genere repugnanci...

—Basta —le interrumpió de forma súbita; su voz quebró al decir aquello—. Por favor no siga, majestad... se lo pido. —Una lágrima deslizó por su mejilla; el príncipe la secó con la manga de su túnica de forma inmediata.

—¿Entonces que ocurre, Phichit? —insistió—. Te noto extraño. Estás nervioso, agobiado y muy triste... —Una expresión de congoja se posó en su faz—. Yo sé que algo está pasando contigo, dímelo. —De forma tenue acarició la mejilla de su servidor; Phichit cerró sus ojos complacido ante tan dulce tacto—. ¿Acaso no recuerdas aquella tarde en la cabaña?

Una tenue sonrisa ensanchó los labios del moreno. Un leve carmín adornó sus mejillas.

—Jamás la olvidaría...

—Pensé que con mis besos, con mis abrazos y mis caricias... —Un suave beso fue depositado en las manos de su servidor—. Todo quedaría claro. Pensé que quedaría claro que jamás voy a dejarte a un lado, que si tú caes, yo siempre estaré a tu lado para ser tu pilar. Que si tus lágrimas quieren salir, yo seré el hombro que necesitas para buscar un consuelo. Que si sientes ganas de gritar, yo seré quien te contenga en un abrazo. Que si necesitas un apoyo, yo seré quien esté de forma incondicional para ti...

Y en aquellos momentos Phichit, se sintió indigno del príncipe Seung-Gil. El hecho de tener que ocultar aquella verdad a su más preciado anhelo, traía a él, un total sentimiento de desolación. Él sabía que las palabras de su amado eran sinceras, y aún así, no se sentía capaz de revelar la verdad al príncipe.

—Majestad...

Musitó, intentando soportar el terrible nudo que yacía en su garganta. De forma lenta, inhaló el suficiente aire como para proceder de forma correcta hacia su amado; cerró con fuerzas los ojos, en un intento por contener sus lágrimas, y luego, artículo hacia él;

—No pasa nada conmigo, es solo que, estando cautivo en el palacio, hay ciertas cosas que olvido. Además, el accidente con el cisne de cristal me ha hecho olvidar ciertas cuestiones. —Dedicó una tierna sonrisa a su amado—. Por favor confíe en mí.

—Phichit...

—Y-yo jamás...

Por un momento sintió quebrantar. Se detuvo por un instante para retomar valor y seguir.

—... Jamás sería capaz de mentirle a usted, porque lo amo.

Y dichas aquellas palabras, Seung-Gil se convenció por completo.

Una leve sonrisa ensanchó sus labios, y en sus ojos, fue evidente el amor que rebosaba hacia su servidor.

De forma tenue depósito un beso en los labios de su amado; Phichit sintió que su corazón partía en mil pedazos.

—Confío en ti, sé que me estás diciendo la verdad.

—Sí...

Una sonrisa triste deslizó por la faz del moreno. De forma suave agachó su mirada, en un intento por rehuir de la dulce expresión de su príncipe.

—¡¿Y esta sorpresa?!

Se oyó por una esquina de la catedral, desde los pasillos que daban a los salones interiores. Seung-Gil y Phichit dirigieron su vista de inmediato hacia el emisor de aquellas palabras; grande fue la sorpresa para el noble, cuando pudo percatarse de quien se trataba.

—¡Padre Celestino! —exclamó lleno de dicha—. ¡Mucho tiempo sin verle!

—¡Hace mucho tiempo que no viene por este sitio! —le regañó—. ¡¿Quiere acaso volverse un hijo del demonio?! ¡Recuerde que es usted un hombre de fe! —De un rápido movimiento se aferra a Seung-Gil en un abrazo; una tierna risita emana desde los labios de Phichit.

—Lo siento, padre. No he podido venir por asuntos que tratar en el palacio —intentó excusarse.

—Bien, bien... —Se separó del noble—. ¿Y qué le trae por aquí? ¿Quién es él? —Con una sonrisa plasmada en el rostro, apuntó con su mentón al moreno.

—¡Ah! Él es Phichit. —Tomó de los hombros al menor y le empujó levemente; el moreno dio un paso hacia adelante—. Es mi servidor personal, padre.

—Ho-hol...

—¡Un gusto muchacho! —De un movimiento fugaz, Celestino se aferró en un abrazo a Phichit, alzándolo del suelo. Seung-Gil sonrió agraciado ante ello.

—He venido con él, precisamente buscándole a usted, padre.

—¿En serio? —cuestionó, bajando a Phichit y soltándole; el menor se tambaleó un poco—. ¿Y eso? ¿Qué es lo que se le ofrece, majestad?

Una amplia sonrisa fue evidente en el semblante del príncipe. Un intenso brillo revistió sus pupilas, signo del gran entusiasmo que sentía por articular sus siguientes palabras.

—He venido hacia usted padre, porque quiero unirme con mi servidor personal mediante un ritual de Adelfopoiesis.

Dicho aquello, la expresión en Celestino fue de total sorpresa; sus cejas se alzaron y sus labios separaron de forma leve.

—Vaya, nunca creí que usted me pediría algo como eso, majestad —susurró, sin creer aún el requerimiento del príncipe.

—Quiero unirme a este hombre en virtud del gran amor y lealtad que siento hacia él, de la misma forma que él lo siente hacia mí. —Por primera vez en la vida, Celestino pudo sentir sinceridad en las palabras del noble; el brillo en sus ojos delataba el fervor de sus sentimientos.

—La Adelfopoiesis es un ritual sagrado, majestad —le recordó—. ¿Está usted seguro de confiar plenamente en su servidor, cómo para proceder a unirlos en un ritual de tal magnitud?

—Completamente, padre Celestino —dijo con decisión—. Él, es el hombre indicado, es con él con quien deseo hacer este juramento, para que nuestras vidas se unan en el sentido del amor espiritual y la lealtad incondicional; es a él a quien deseo confiar mi vida.

Phichit no pudo siquiera articular palabra alguna. Su rostro perplejo, se hallaba estático mirando hacia su amado; él no era capaz de creer las palabras dichas por el príncipe...

¿Realmente el amor que el príncipe sentía hacia él era tan grande que, se unirían ambos en un ritual sagrado?

—Bien —interrumpió el sacerdote, sacando a Phichit desde le inmersión de sus pensamientos—. ¿Entonces qué estamos esperando? Vamos adentro, los uniré a ambos en un ritual de Adelfopoiesis.

Una leve sonrisa ensanchó los labios de Celestino, para luego, girar sobre sí mismo y encaminarse a los salones interiores de la catedral. Con delicadeza Seung-Gil entrelazó su mano a la de Phichit, encaminándole de igual forma hacia la misma dirección.


Los tres ascendieron por unos escalones que daban a la parte superior de la catedral; ahora estaban todos situados en una sala de mediano tamaño.

Aquella habitación estaba rodeada de velas blancas; todas se hallaban encendidas y el suave crepitar del fuego tornaba apacible el ambiente por la extensa atmósfera.

Con suma calma, el padre Celestino caminó hacia el final de la habitación; allí se ubicaba una pequeña mesa de vidrio adornada con finos manteles de seda, dos velas encendidas y un gran libro abierto.

Phichit observaba a su alrededor con total admiración; las figuras celestiales inmortalizadas en las paredes, los pilares de mármol, las pinturas santificadas, las sublimes esculturas... todo ello, daba al ambiente, una dulce sensación de paz y sosiego.

—Bien, comencemos —susurró el sacerdote, tomando el libro con una de sus manos y acercando las velas hacia el noble y su servidor.

—¡Padre! —irrumpió Seung-Gil. Celestino alzó su mirada con curiosidad—. Antes de comenzar, quisiera poder hacer algo.

—¿Qué cosa, majestad?

Una leve sonrisa desliza por los labios del príncipe, para luego, abrir el bolso que yacía amarrado a su cintura. De forma lenta, saca de su interior una corona de tiernas gardenias.

Gardenias; aquellas que simbolizan la pureza y la dulzura. Que indican un amor secreto y la alegría transmitida. Aquellas que solo se obsequian, a quien ha encantado el corazón del emisor de forma definitiva.

Y Phichit, simbolizaba todo aquello para el príncipe Seung-Gil.

—Ma-majestad...

El moreno sintió una conmoción de dimensiones indecibles cruzar por su pecho; sus ojos grisáceos cristalizaron de inmediato. De forma tenue y con suma delicadeza, el noble posa la corona de gardenias en el lacio cabello de su servidor. Un brillo revestido de ternura inmortaliza en las pupilas del azabache.

Por varios segundos Phichit y Seung-Gil, no pudieron apartar la mirada del otro; ambos se hallaban hipnotizados por lo sublime del momento. Solo ellos existían en aquel instante; ellos y sus almas rebosantes de un frenético calor pasional, el que, ignoraba de cualquier acto de bestialidad o inhumanidad que ya pronto pondría en riesgo el lazo que ellos poseían.

—Muchachos —susurró Celestino, irrumpiendo de la forma más suave posible al príncipe y su servidor.

—Empecemos, padre —musitó Seung-Gil, no desviando su vista del rostro del moreno. Una tenue sonrisa se hallaba inmortalizada tanto en la faz de Phichit como en la del príncipe.

El sacerdote sacó desde el bolsillo de su túnica un manto blanco. De forma rápida procedió a enrollarlo, para luego, cruzar este alrededor del príncipe y su servidor; ambos quedaron más unidos por causa del amarre.

Y aquello, era el primer paso del ritual de adelfopoiesis.

—Cada uno tome una vela.

Dijo el padre, y entonces, ambos obedecieron. La tenue luz del fuego iluminó sus rostros invadidos de amor y esperanza; ambos se miraron de soslayo, y entonces, una sensación de paz desperdigó por cada recodo de sus almas.

Porque el amor que cada uno había encontrado en el otro, generaba paz en sus almas. Aquella misma que, pronto sería perturbada por el nocivo poder del ego y la venganza.

—Pongan sus manos sobre el evangelio —indicó Celestino, extendiendo este hacia los jóvenes; Seung-Gil y Phichit obedecieron de inmediato.

Y entonces Celestino, cerró sus ojos de forma tenue. Y una expresión inundada de sosiego, se plasmó en él. Y sintiendo como la paz revestía toda aquella dulce habitación, en medio de una época tan lúgubre y luctuosa, articuló;

«Primera carta a Corintios, 13:1; Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe; una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada.»

Artículó el padre Celestino. Y entonces por la mejilla de Seung-Gil, una lágrima cargada de congoja, deslizó.

Porque a pesar de que su vida había estado plagada de riquezas y poder, sin amor, él no fue nada.

«El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido...»

El amor no tiene en cuenta el mal recibido... y aquello, muy pronto ellos dos pondrían a prueba. Cuando el ego de ambos y las situaciones adversas, generaran una ruptura en la coraza del ferviente amor que ellos sentían. Daño. Ambos se dañarían mutuamente, pero aun así, la voraz llama de sus sentimientos, abrasaría las cicatrices y las volvería cenizas.

«El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, y todo... todo lo soporta.»

Y así ambos, pondrían a prueba la veracidad de su amor. Porque sí, el amor todo lo soporta, y ambos, deberían soportar tempestades, el terrible dolor de la pérdida, del nocivo ego y la distancia absoluta.

—Es hora de que compartan el vino. —El padre Celestino tomó una copa que yacía en un costado de la mesa; extendió esta al príncipe y su servidor.

Y ambos, empezaron a compartir el dulce vino de la misma copa. Con sorbos suaves y pausados, fueron turnando aquella parte del ritual sagrado. Mientras aquello acontecía, el sacerdote Celestino recitaba el padre nuestro.

Una vez concluida aquella parte de la ceremonia; Seung-Gil y Phichit no pudieron evitar mirarse con picardía; el compartir el vino de una misma copa, generaba en ellos cierto revuelo.

En sus miradas, era evidente el ferviente sentimiento que yacía en lo más profundo y recóndito de sus almas. El amor que cada uno sentía por el otro, era tan grande y osado, que inclusive cuando eran mirados por todos como seres indignos y no merecedores de nada, ellos persistían en amar con más fuerza y valentía.

Que aunque sus cuerpos fuesen lanzados en la hoguera y cremados en el fuego de la ignorancia, perseguidos por la ceguera del egoísmo, y martirizados por las manos del opresor, el lazo puro que les unía, no conocía del miedo o la angustia; cada uno era para el otro una pieza fundamental, y si uno de ellos caía, el otro le complementaba, y por ende, le sostenía cuando lo necesitase.

Cuando Celestino terminó de recitar la oración, levantó entonces su mirada, y grande fue su sorpresa, cuando pudo ser testigo presencial de la atmósfera que ante él se presentaba.

Y entonces él, lo supo de inmediato...

Aquello, no era una simple Adelfopoiesis...

Porque si bien era cierto que, el príncipe Seung-Gil y su servidor se unían por el amor fraternal y espiritual, por la lealtad incondicional y la pureza de su lazo, también era cierto que...

En sus miradas, no solo se veía un amor en el sentido fraternal, sino que...

Un amor en el sentido romántico y carnal.

Y el padre Celestino, no pudo evitar quedar estático ante ello. Por varios segundos, en aquella habitación, solo fue perceptible el crepitar de las llamas.

De un fugaz movimiento, Celestino sacudió su cabeza levemente; dio un gran suspiro y luego recitó;

«Dios todopoderoso, que fuiste antes que el tiempo y serás por todos los tiempos. Que se rebajó a visitar a los hombres a través del seno de la Madre de Dios y Virgen María, envía a tu santo ángel a estos tus servidores; Seung-Gil y Phichit, que se amen el uno al otro, así como tus santos apóstoles Pedro y Pablo se amaban, y Andrés y Jacobo, Juan y Tomás, y los santos mártires Sergio y Baco, no por amor carnal, sino que por la fe y el amor del espíritu santo, que todos los días de su vida permanezcan en el amor, en el profundo y leal amor que ellos sienten. Por Jesucristo, nuestro señor... amén.»

Y recitada aquella oración, típica del ritual de Adelfopoiesis, Celestino hizo resonar la copa vacía, para así, llamar la atención del príncipe y su servidor.

—Ahora solo queda un último paso para oficializar su unión.

Susurró, con una leve sonrisa ensanchando sus labios; ambos jóvenes le miraron con expectación.

—Han de intercambiar besos, el uno al otro.

Un intenso brillo fue perceptible en sus pupilas; ambos empezaron a reír despacio. Seung-Gil, de forma suave posa ambas manos en las mejillas de su servidor; empezó a repartir caricias con suma delicadeza, ante la dulce expresión en la faz del moreno.

Phichit no pudo evitar alterar su respiración. Tal era la conmoción que apretujaba su pecho, que el carmín de sus mejillas y el intenso brillo de sus ojos, terminaron por hacer evidente las fuertes emociones que le invadían.

Y Seung-Gil, fue acortando distancia hacia él, y de forma suave y lenta, depósito sus labios en la comisura de los labios de su servidor. Phichit, cerró sus ojos complacido; una pequeña lágrima deslizó por su mejilla.

Y sentir los cálidos y suaves labios de su amado en sus heridas, ocasionó en Phichit una profunda sensación de paz. Y en aquellos instantes, todo el dolor corporal para él desapareció, porque el contacto de la piel de su amado en la suya, era como un bálsamo que le hacía entrar en un éxtasis, cuyo principal efecto, era olvidar cualquier cuestión que no fuese la exquisita sensación de sus besos.

Y varias caricias y besos en las mejillas, extendió uno hacia el otro, y un tierno juego de miradas, revestido de dulzura e inocencia, se hizo de igual forma presente.

—Chicos.

Carraspeó su garganta Celestino, en un intento por hacer notar su presencia, mas el príncipe y su servidor, olvidaron por completo su existencia.

Como si estuviesen en otro lugar del universo; así se sentían ellos. Perdidos en la inmensidad que representaba la magia en el mirar del otro. Perdidos ambos en la infinidad de su sonrisa, de su tierna expresión, de sus azabaches cabellos. Fundidos en la magia de lo sublime, en las aguas de la utopía, en lo peligroso pero ferviente de sus sentimientos.

En un lugar distinto, allí, en donde nadie les dijera como deben proceder. En donde nadie les impusiera a quién debían amar. En un lugar en donde, ambos podrían despojarse de sus cadenas, y entonces, dejaran al desnudo su alma, y así, pudiesen unirse a quien fuese para ellos el gran y único amor de sus vidas.

Allí en donde amar a otro hombre, no fuese una aberración, sino que solo, un acto natural del alma humana.

—Chicos.

Volvió a interrumpir Celestino, y esta vez, ambos dieron un pequeño respingo de la sorpresa; dirigieron su mirada hacia el sacerdote.

—Disculpe, padre... —susurró el príncipe, dibujándose en su rostro una sonrisa con vergüenza.

—No importa. —Le restó importancia—. Ahora ambos están unidos en Adelfopoiesis. —Sonrió.

Ambos empezaron a reír agraciados. Un fuerte abrazo los unió por varios segundos.

—Majestad —dijo con fuerza Celestino. Ante ello, el príncipe se separa de Phichit, desviando la mirada hacia el sacerdote.

—¿Qué ocurre? —Ladeó su cabeza.

—Me preguntaba sí... —Se detuvo—. Si usted y yo podríamos tener una conversación...

—Sí, dígam...

—A solas.

Dijo en un tono serio. Ante ello, Phichit alzó ambas cejas y miró de soslayo al príncipe; una expresión de molestia se inmortalizó en la faz del noble.

—Padre, ¿por qué no puede Phichit oír lo que va a decirm...?

—Majestad —interrumpió el moreno. Ante ello, Seung-Gil desvía su mirada—. Está bien, yo puedo esperarle abajo en la sala principal. —Sonrió de forma tenue.

—¿E-estás seguro? —dijo con cierta tristeza—. ¿Estarás bien?

—¡Claro que sí! —Comenzó a desatar el manto blanco que les unía—. Estaré esperando abajo, no pasará nada malo.

—Bien.

Y dicho aquello, Seung-Gil depósito un último beso en la frente de su amado. Con los ojos vidriosos y un intenso carmín posado en sus pálidas mejillas, observó cómo la silueta de su más preciado anhelo descendía por las escaleras.

El padre Celestino, pudo percatarse de la expresión en el rostro de Seung-Gil.

Rebosaba de amor hacia aquel muchacho.

—Majestad —le irrumpió el mayor, una vez que Phichit abandonó la habitación. Seung-Gil giró su rostro hacia él.

—¿Por qué no podía él estar aquí? —preguntó de forma hostil.

—No quería incomodarle, majestad.

—¿Incomodarle?

Celestino posó una de sus manos en su rostro; una expresión de inquietud fue perceptible en él. Seung-Gil pudo percatarse de la preocupación en el mayor.

—Padre... —susurró tembloroso—. ¿Qué ocurre? Le siento angustiad...

—Seung-Gil.

Llamó al príncipe esta vez por su nombre. El joven abrió sus ojos de la perplejidad, al notar que, el sacerdote ahora le miraba con una clara perturbación en su semblante.

—Padre...

—¿Hay algo que no me has dicho y quieras hablar conmigo?

Retumbó con fuerza entre ellos. En aquel instante, el silencio se acentuó y, solo el suave crepitar de las velas, fue perceptible por la sala.

—N-no entiendo a qué se refier...

—Cedí a su petición, majestad —susurró—. Le uní a usted y a su servidor ante Dios nuestro señor, mediante un ritual sagrado de Adelfopoiesis.

—Lo sé.

—¿Y sabe usted también que, el ritual de Adelfopoiesis es para unir a dos hombres en virtud del amor fraternal y de la lealtad incondicional?

—¡Claro que lo sé! —exclamó con indignación—. De no saberlo, no se lo habría pedido. —Frunció el ceño.

—Entonces, majestad... ¿por qué me engañó?

—¡¿Qué?! —Una expresión de ira empezó a desplegar por la faz del príncipe; Celestino no dio importancia a ello.

—Majestad... —susurró con pesar—. Hace tantos años le conozco; fui yo quien le enseñó todos los valores que usted tiene. Fui yo quien le enseñó las artes, a diferenciar entre el bien y el mal, quien le trato como un hij...

—No entiendo a qué va todo esto.

—Está usted enamorado de su servidor personal, majestad.

Encaró sin tapujos, y ante ello, un silencio desollador se extiende de forma súbita por la habitación.

Con una expresión atónita en el rostro, Seung-Gil, baja su rostro con perturbación. Solo el suave crepitar de las llamas ameniza la incomodidad del momento.

—Y-yo... —balbuceó, siendo perceptible un evidente quiebre en su voz—. Pa-padre...

—El amor que usted rebosa hacia ese muchacho, es evidente en cada expresión de su rostro y en cada gesto que ejecuta, majestad —dijo con seriedad—. ¿En qué está usted pensando? ¿Se da cuenta de lo que está haciendo?

Otro silencio se acentúa entre ambos. Solo la respiración agitada de Seung-Gil es perceptible en el lugar.

—He cargado toda mi vida con los estragos de mi monstruosa crianza —comenzó—. Vi a mi madre ser asesinada frente a mis ojos, jamás recibí de mi padre el amor que necesité luego de su pérdida. Y, lo peor de todo... —se detuvo. Un gran nudo se aferró en su garganta—. Tengo mis manos manchadas de sangre. Soy un asesino, un monstruo y cargo en mis hombros miles de sueños rotos y sufrimiento de gente inocente. Padre, he conocido por primera vez en mi vida, alguien que hace de mí un humano digno, alguien que me ha hecho replantear mi forma de vida, alguien que ha hecho de mí un mejor ser humano...

—Seung-Gil, escuch...

—No, padre —interrumpió. Su rostro ya estaba siendo empapado por las lágrimas que deslizaban por sus mejillas—. No voy a amar a quien usted me diga, es mi vida la que está en juego, son mis sentimientos, mis experiencias y por lo tanto, mi propia existencia la que se ve influenciada por la existencia de mi servidor personal.

Celestino no pudo articular palabra alguna. La expresión en su rostro era de total sorpresa.

—Sí, padre —dijo con fuerza—. Le engañé. Le hice creer a usted que amo a mi servidor personal de forma fraternal, cuando no es así. Amo a un hombre, como lo hace comúnmente un hombre a una mujer. Lo amo en cuerpo y alma, de la misma manera en que José amo a María, y en que Jesús amo a María Magdalen...

—¡Calla, Seung-Gil! —bramó iracundo—. ¡No blasfem...!

—¡No me callo! —respondió con ira—. ¡El amor convencional que Dios me ha hecho creer no ha sanado mis heridas, jamás! —Rompió en llanto—. ¡Sin embargo él, con tan solo un abrazo sincero y una sonrisa, ha hecho más de lo que él ha hecho por mí! —Apuntó hacia la cruz en donde yacía Jesús.

—Seung-Gil... —susurró Celestino, siendo evidente en su faz una terrible expresión de congoja.

—Y-yo nu-nunca... —sollozó de forma amarga—. Nunca me he sentido amado de la forma en que ahora lo siento, padre...

Como un niño pequeño, Seung-Gil, comenzó a sollozar de forma desconsolada; Celestino sintió un aguijonazo cruzar por su pecho. A paso lento, el padre se acerca al príncipe, y de un movimiento fugaz, se aferra a él en un abrazo.

—No voy a juzgarte, hijo mío —musitó—. Es Dios, quien solo tiene el poder de hacerlo. —Sonrió de forma tenue.

—Padre... —Un intenso brillo revistió las negras pupilas del noble.

—Sin embargo, el miedo que me invade al saber de tus sentimientos, es tan angustiante, que no sé cómo poder sobrellevarlo...

Ante ello, Seung-Gil baja su mirada. Una expresión de total congoja se inmortaliza en él.

—La bestialidad de los hombres es grande, majestad. Yo no dudo de lo puro de vuestro amor hacia ese muchacho, pero el solo hecho de pensar que ustedes podrían ser destruidos de la peor forma posible, trae a mi conciencia un huracán de incertidumbre.

—Eso no pasará...

—Puede pasar, majestad. Más ahora que es muy posible que no esté yo siempre presente en esta catedral.

—¿Qué? —De un rápido movimiento, el príncipe levanta su mirada hacia el mayor; sus pupilas contraen y sus cejas son alzadas.

—Me ascenderán a obispo, majestad.

Al escuchar ello, Seung-Gil siente estremecer; una radiante sonrisa desliza por su faz. De un rápido movimiento, ambos se aferran en un abrazo, signo de la dicha ante tal noticia.

—¡Eso es maravilloso! —exclamó con alegría.

—Así es, majestad. Me alegra poder ir escalando en la pirámide eclesiástica; así tendré más posibilidades de prestar ayuda a las personas.

Y efectivamente, aquello, sería para el padre Celestino el inicio de su principal misión; arrebatar el mando a los injustos y dirigir la convivencia de los hombres hacia un camino más ameno y razonable para estos.

El ascenso de sacerdote a obispo, sería, una pieza clave dentro del desenlace de esta historia, pues, traería a los más desfavorecidos, un rayo de esperanza entre tanta calamidad e injusticia.


Mientras aquella platica se desarrollaba en la planta superior de la catedral, Phichit, esperaba sumiso en una banca de la sala central.

Tan solo su inofensiva presencia en medio de aquella extensa catedral, era visible justo al frente de la santa imagen de María, la que, yacía como de costumbre con aquella vista repleta de dulzura y un aura revestida de bondad.

Phichit mantenía su vista estática en el rostro de la santa mujer. Su gratitud y su devoción hacia ella, eran infinitas.

Él, no pudo evitar recordar aquel día en la catedral, luego de vivir el peor episodio de su existencia.

Allí María le acurrucó como a un hijo. A pesar de que tan solo era una figura representativa, él pudo sentir el calor de su manto y la bondad de su presencia.

El joven fundió sus manos y agachó su cabeza; con los párpados cerrados comenzó a orar en total silencio; una oportunidad a solas con María para agradecer el favor concedido, traía a él un cálido sentimiento de gratitud.

—Tu presencia frente a ella es una terrible ofensa.

Oyó Phichit a su lado.

Y de inmediato, él pudo reconocer al emisor de aquella voz. De forma súbita abrió sus ojos de la perplejidad, y lentamente, ladeó su rostro hacia el emisor de aquellas palabras.

Horror.

Cuando pudo verificar de quién se trataba, sus manos fundidas comenzaron a temblar de forma evidente. Sus grisáceas pupilas se contrajeron y sus labios separaron de la conmoción.

Y sintió como el pavor invadía cada fibra de su cuerpo y cada rincón de su alma; su mente quedó en blanco por varios segundos.

—Es increíble que aún sigas con vida. Pensé que debido a tus heridas morirías.

Retumbó su grave voz a través de la catedral. Phichit, sintió como su cuerpo paralizaba del miedo. Sus pupilas inundadas de pavor, se tornaron temblorosas. Leves jadeos de la conmoción rehuían de sus labios.

Y entonces, los tortuosos recuerdos de aquella vez, vinieron a su mente como un montón de cuchillas mortales, y el veneno del rencor, empezó a desperdigar dentro de él.

—Vaya, ¿qué pasa? ¿Estás mudo?

Inquirió con gracia Snyder Koch, al percatarse de la expresión de horror en la mirada del más joven; Phichit comenzó a hiperventilar.

El inquisidor empezó a reír con gracia ante el evidente sufrimiento del más pequeño. Una sonrisa soberbia ensanchó sus labios.

—¿Q-qué... ha-haces aquí...? —balbuceó apenas, siendo perceptible un tremendo quiebre en su voz. Su menudo cuerpo no paraba de temblar.

—Soy el hombre representante de la santa inquisición —susurró, acortando distancia hacia Phichit y sentándose justo a su lado—. Tengo todo el derecho de concurrir a este lugar, quien no tiene derecho de venir hasta aquí, eres tú... ¿lo recuerdas?

Con soberbia, pasó su brazo por detrás del menor; Phichit sintió que iba a desfallecer.

Y las imágenes cruzaron nuevamente por su mente, y entonces su corazón, paralizó por un instante.

Sus labios siendo ensanchados por la pera de metal. Las tenazas desgarrando su carne y arrancando sus muelas. La sangre y su sabor metálico inundando su cavidad y chorreando por su barbilla. Sus gritos de agonía y sus súplicas intentando apelar a la nula humanidad del hombre.

Él siendo reducido a miseria y a basura. Su humanidad siendo pisoteada y burlada. Siendo indigno, objeto de juego y despedazado por diversión.

Todo aquello, se asentó en su mente, y Phichit, comenzó a sollozar despacio por causa de la terrible frustración.

—Ah, no es para tanto —se burló el inquisidor—. ¿No estás acaso con vida? Eso es algo bastante inusual, ¿sabes? —Cruzó su pierna por debajo de la túnica—. Deberías estar muerto, muchacho; esto solo vuelve a re afirmar que no eres más que un brujo.

—Ba-basta... basta... —El moreno posó sus manos en su cabeza; empezó a sacudirla de forma leve, signo del horror que le invadía.

—No creas que he olvidado todo lo que me has dicho aquel día en el calabozo —masculló iracundo, tomando a Phichit por una de sus muñecas y obligándole a hacer contacto visual directo con él—. No deberías estar con vida después de tales ofensas... ¡deberías estar muerto!

Y ante aquel bramido, en la perturbada mente de Phichit, una última imagen de dibujó.

Su mandíbula siendo arrancada y su vista engorrosa, percibiendo por última vez como Snyder reía desbocado ante su indigno estado.

Y para Phichit, el terror fue definitivo.

De un rápido movimiento, el moreno se zafa del agarre del inquisidor, y de forma fugaz, entierra con fuerza sus uñas en la huesuda mano del hombre; este le mira con sorpresa.

—Vaya...

Musitó agraciado, al percatarse de la defensa ejecutada por el más pequeño; Phichit comenzó a temblar del ímpetu; gotas frías de sudor comenzaron a surcar por su sien.

—Hasta que te defiendes, asqueroso bruj...

—Y-ya basta... —masculló el moreno, no pudiendo controlar el severo temblor en su cuerpo—. Déjame en paz...

Snyder levanta su cabeza con soberbia; mira a Phichit por sobre su hombro.

—Después de todo no eres tan inocente y puro como sueles aparentar —escupió con ira—. Solo espero que el príncipe pueda darse cuenta de qué tipo de demonio se está enamorando.

Y ante ello, las pupilas de Phichit contrajeron. Un fuerte aguijonazo cruzó por su pecho.

—¿Piensas que no me he percatado? Es obvio que has seducido con tu magia negra a nuestro príncipe —masculló—. Él solo está siendo abducido por tu tierna apariencia, pero no creas que a mí me vas a engañar, asqueroso íncubo. —Desliza su mano restante por el muslo del más pequeño; comienza a ejecutar movimiento lascivos con ella. El cuerpo de Phichit se torna rígido y una terrible sensación de asco se extiende por la boca de su estómago.

—¿Q-qué... es-estás ha-haciend...?

—Inclusive intentaste seducirme a mí —dijo entre dientes, dedicando una mortífera mirada al moreno. Con fuerza, entierra sus uñas en el muslo del más pequeño; Phichit lanza un quejido del dolor ante ello.

Y así, ambos estuvieron con una alta tensión. Por su parte, Snyder mantenía su mortífera mirada estática en Phichit, enterrando sus uñas con fuerza en el muslo de éste. Phichit, mantenía de igual forma sus uñas enterradas en la mano del otro.

Y por varios segundos, ninguno de los dos pudo desligar su vista del otro; el ambiente se tornó tan denso que este podía ser atravesado por una flecha.

Y una terrible expresión de rencor, empezó a configurarse en el rostro de Phichit.

—Al fin comienzas a revelar tu verdadera naturaleza, asqueroso íncubo —dijo con gracia, al percatarse de la expresión de ira que iba invadiendo el rostro del más pequeño.

—No me pidas mostrar gratitud a un ser tan vil e inhumano como tú —masculló iracundo, dedicando una expresión hostil al inquisidor.

—¿Vil? —repitió—. Yo solo cumplo con la función que Dios me ha encomendado. El único vil ser acá, eres tú, tanto así, que serás el causante de la terrible nueva era que se avecina...

Ante ello, una expresión de incertidumbre inmortaliza en la faz de Phichit.

—¿Q-qué estás diciendo?

—Serás el causante de la más grande agonía del príncipe. Muy pronto sucesos terribles ocurrirán en todo el pueblo; todo por tu causa.

Y Phichit, sintió el terror invadir en su alma.

El causante de la agonía del príncipe —resonó en su mente aquella frase, y el miedo a que su amado fuese herido por el inquisidor, fue tan grande y desollador, que Phichit anuló su humanidad por un instante.

Y entonces, una expresión mortífera y totalmente sombría, se plasmó en su rostro; Phichit intensificó su agarre a Snyder.

—¡Uy! —exclamó con sorpresa y cierto miedo—. ¡Esa expresión en tu rostro! ¡Esa es tu verdadera naturaleza!

—No toques a mi príncipe —masculló, enterrando sus uñas a más no poder en la mano del inquisidor—. N-no toques a m-mí príncipe... —En sus pupilas revestidas de rabia y rencor, pudieron ser perceptibles las lágrimas siendo contenidas.

—¡Vaya! —Una fuerte carcajada fue lanzada por el hombre—. Y no solo tu príncipe... ¿tienes familia o amigos?

Y dicho aquello, Phichit se reincorporó de un salto. De forma fugaz, alza su brazo hacia atrás, en un intento por lanzar un puñetazo en la cara a Snyder; el último da un gran respingo del susto.

Mas Phichit, solo quedó en aquella posición; no fue capaz de asestar el puñetazo en la cara al hombre.

—C-cállate... —Las lágrimas empezaron a cubrir sus ojos. Un fuerte temblor, por causa del miedo y el ímpetu, empezó a revestir su menudo cuerpo—. N-ni mi príncipe, ni mis amigos, ni... ni mi familia...

Y en su rostro, fue evidente el rencor que le invadía. Y Snyder, pudo sentir el miedo acrecentar dentro de sí, para luego, mutar este en un rencor y rabia de dimensiones indecibles hacia aquel muchacho que lo burló por segunda vez.

—Sentirás la culpa como nunca jamás la has sentido. —Con fuerza, Snyder tomó del mentón al más pequeño. Ambos se miraron con odio—. Serás el causante de las más grandes tragedias, y entonces, sabrás lo que significa sentir la verdadera agonía. Tú, serás la causa de la desolación de todos quienes te rodean.

Y ante ello, Phichit no pudo evitar que las lágrimas rodaran por su rostro. Y, una expresión de total consternación, inmortalizó en su faz.

De pronto, el ruido de unas pisadas y el cuchicheo de una conversación, resuena desde los pasillos interiores a la catedral. Por causa de ello, Snyder Koch y Phichit, se separan de forma rápida.

Después de unos segundos, por la esquina aparece el príncipe Seung-Gil junto al padre Celestino.

—Phichit, siento mucho la demora —susurró con preocupación, para acto seguido, correr hacia su servidor.

—Está bien, majestad, no hay problema alguno. —Intentó fingir una sonrisa a su amado, mas el temblor en su cuerpo, fue delatador.

—¿Por qué estás temblando? —inquirió preocupado—. ¿Te ha pasado algo? ¿Te sientes bien?

Phichit intentó rehuir de la mirada del príncipe. Mordió su labio inferior, intentando amenizar los nervios que sentía.

—Tengo algo de frío, es todo.

Mintió. Y ante ello, el príncipe se deshace de su túnica, para luego, ponerla sobre el cuerpo de su servidor.

—Mucho mejor, así no temblarás. —Una tenue sonrisa deslizó por la faz del noble, el menor no pudo evitar sentir ternura ante ello—. ¡Ah! Señor Snyder, qué sorpresa verle por aquí —exclamó Seung-Gil, al percatarse de la presencia del inquisidor.

—Majestad. —El inquisidor ejecutó una pequeña reverencia hacia su autoridad—. Qué grato es verle por aquí.

—Igualmente, señor Snyder. Phichit, ¿ya lo conoces? —preguntó, mas Phichit, no volteó a mirarle y solo guardó silencio; un fuerte aguijonazo cruzó por su pecho.

—Hablamos durante un rato, majestad —irrumpió el inquisidor—. Es un muchacho de pocas palabras, pero muy agradable. —Sonrió hipócritamente.

Seung-Gil asintió con la cabeza, para acto seguido, calar la capucha de Phichit más hacia su rostro.

—Es hora de irnos —anunció—. Padre Celestino, muchas gracias por todo lo que ha hecho por nosotros. —Dedicó una sonrisa al sacerdote; Celestino levantó su mano en señal de gratitud.

—Recuerda lo que hablamos.

—Sí padre —contestó—. Phichit, ¿vamos?

—Sí, majestad.

Y tras aquella conversación, Seung-Gil y Phichit, se encaminaron hacia la salida de la catedral, y posteriormente, con destino al palacio.

Phichit jamás imaginó que aquellas palabras articuladas por Snyder, no tendrían siquiera un poco de ser vacías, pues, pronto en su nombre, se cometerían las peores atrocidades dentro de los grupos más desfavorecidos.

Y entonces el mundo, sería testigo de cómo la necedad y el orgullo, podrían causar tantos estragos en quiénes yacían abandonados por la justicia divina y de los hombres.

Y pronto Phichit, conocería la verdadera agonía, aquella, que iba más allá de la terrible tortura física. Aquella, que generaba una herida permanente, y con ello, el desollador sentimiento del remordimiento y la culpa.

Porque Phichit, sería el motivo de la agonía de muchos, pero no por su causa, sino que por causa, de quien buscaba una excusa para dejar al descubierto su asquerosa naturaleza...

Inculpando siempre, al joven de tiernos y pulcros sentimientos.


El suave crepitar de la llama que rebosaba al costado del calabozo, traía a él cierto entumecimiento a sus sentidos. Luego de un extenso rato de sueño y cansancio, Baek, abrió sus ojos con pesar; grande fue su sorpresa, cuando pudo ver quien se hallaba frente a él.

—Bienvenido a casa, Baek.

Retumbó con fuerza por el lugar. El más joven, dio un respingo del susto cuando, su vista antes engorrosa por causa del cansancio, pudo esclarecerse.

—¡¿Q-qué estoy haciendo aquí?! Y-yo... n-no es lo que parece... yo...

Una brutal bofetada cruzó el rostro de Baek. Un gran flujo de saliva salió disparado desde sus labios. Sus ojos abrieron de la perplejidad y una evidente herida se formó en su mejilla.

—¡¿Cómo has podido escapar hacia el pueblo?! —bramó Jeroen, iracundo. De forma brutal tomó del cuello al más joven, este empezó a asfixiarse—. ¡¿Eres consciente de lo que hiciste, maldita rata inmunda?! ¡¿Eres consciente de que alguien pudo haberte visto?!

A duras penas, el más joven podía respirar. La saliva escurría por sus labios, y su vista, se tornaba cada vez más engorrosa por causa del reciente golpe. Sus manos estaban atadas y estaba prácticamente inmovilizado; no había mucho que él pudiese hacer.

Con fuerza, Jeroen azotó el cuerpo del menor en el suelo, un gran quejido es emitido por el más joven. Una fuerte tos empieza a resonar por el calabozo.

—Per-perdóneme, perdó-perdón...

Balbuceó, con el miedo sobrepasando el umbral de lo tolerable. De un movimiento fugaz, Jeroen abre una caja a su costado; de allí saca una mediana estructura metálica.

Y entonces Baek, contrae de forma total sus pupilas. Una expresión de terror inunda su rostro; un aguijonazo cruza por su pecho.

—N-no, majestad, no, no, no...

—Sí —irrumpe con fuerza—. Sabes que no puedes huir de este palacio, jamás... —Se agachó con la estructura metálica a la altura de Baek—. Tu deuda jamás será saldada, jamás huirás de este palacio, porque me perteneces...

Con fuerza, toma del pie derecho a Baek y le despoja de su sandalia; el más joven empieza a resistirse.

—¡N-no, por favor majestad, por favor! —Empezó a sollozar de forma desgarradora—. ¡Estaba drogado, no sabía lo que hacía, por fav...!

—¡Debiste pensarlo dos veces antes de abandonar el palacio, Baek! —De un fuerte golpe en la zona del peroné, inmoviliza al menor—. ¡Esto es para que aprendas que no debes abandonar este sitio, tu asquerosa e insignificante existencia está condenada a desvanecerse en este palacio!

Y, sin tener la más mínima pizca de conmiseración por la terrible expresión en el rostro del muchacho, el rey Jeroen, ajusta la máquina en el dedo meñique del pie derecho.

Baek no pudo siquiera lanzar un último grito de la desesperación, cuando Jeroen, de forma súbita aplastó por completo el dedo del joven.

Y entonces, la sangre comenzó a salir a chorros, empapando la estructura y cayendo estás al sucio suelo del calabozo. Los trozos de uña machacada salieron disparados de forma grotesca. Un sonido similar a una sustancia viscosa resonó en el sitio.

—¡AAAAAAAAAAAAHHHHHHHHH!

El menor no pudo ni siquiera encogerse sobre sí mismo a causa de la inmovilización. Un severo temblor desperdigó por cada zona de su cuerpo. Sollozos y jadeos desgarradores comenzaron a arrancar de sus labios temblorosos. Sus ojos revestidos de lágrimas temblaban de la agonía y el sufrimiento.

—N-no... no... ma-mamá... mamá...

Comenzó Baek a sollozar. Y, en aquellos momentos, Baek añoró con fervor la protección de una madre; se sentía débil y su humanidad exigía a gritos el ser acurrucado por una persona.

Porque Baek, a pesar de mostrarse a veces inhumano, él tenía una muy buena razón para ello. Porque él, a pesar de mostrarse muchas veces frívolo, era un humano, y como todos, requería a veces de tan solo un poco de comprensión.

—M-me du-duele, duele... no... —Su respiración comenzó a agitar con fuerza. El volumen de su pecho ascendía y descendía de forma rápida.

—Desde un principio te dije que este es tu castigo, Baek. —Sonrió triunfante—. Tu castigo es estar cautivo aquí por la eternidad; no volverás a salir de este lugar.

De forma rápida, Jeroen abre la estructura metálica, y es entonces allí, cuando queda en evidencia la total destrucción en el cuerpo del menor; el dedo estaba completamente aplastado, pareciendo este, tan solo una masa amorfa de carne, empapada en sangre y con trozos de uña incrustado.

—S-Se...Seung...Seung-Gi...

—¡Él no vendrá a rescatarte! —bramó con furia—. ¡Porque él no te ama como tú a él! ¡Porque tu existencia no significa nada para él!

Y aquellas palabras, causaron en Baek una desolación nunca antes sentida. Su alma despedazó de forma brutal, y entonces, su humanidad fue pisoteada y burlada de la peor forma posible.

De forma rápida, Jeroen posa la estructura metálica en el otro pie de Baek, y entonces, las dos placas metálicas son unidas de forma súbita, y otro dedo, es aplastado por completo.

Y Baek, siente nuevamente el mismo dolor extender por su cuerpo. Sus piernas se inmovilizan y el aire se hace escaso. De forma lenta, comienza a perder el conocimiento ante tan traumática experiencia. Su vista se torna engorrosa y el aire empieza a cortarse con el pasar de los segundos. Solamente leves jadeos rehúyen de sus labios; las lágrimas se extienden por todo su rostro.

Y antes de que Baek pudiese perder por completo el conocimiento, Jeroen se acerca a él, le toma en sus brazos y articula;

—Extrañaba los viejos tiempos en que solía verte de esta forma —susurró, posando una de sus grandes manos en el rostro del joven.

El menor, con tan solo un poco de su lucidez mental, dirige la vista hacia el rostro del rey; un leve sollozo arranca de sus labios.

—¿Sabes por qué lo he hecho con los dedos de tus pies, y no con los de tus manos? —Comenzó a desatar el cuerpo de Baek—. Porque si lo hubiese hecho a los de tus manos...

Una vez desamarrado por completo, tendió nuevamente a Baek entre sus brazos. De forma lasciva, posa una de sus manos en la mejilla del más joven, para luego, introducir su dedo pulgar en la boca del menor.

—... Porque si lo hubiese hecho con tus manos, tu no habrías podido liberar el pecado que yace en tu interior, tal y como yo te lo enseñé, como cuando tú eras un niño.


A pesar de que era aún de tarde, la torrencial lluvia no parecía querer dar tregua. La gente del pueblo se refugiaba en sus humildes moradas, esperando a que las precipitaciones típicas del clima mediterráneo, pudiesen dar indicio de querer disminuir.

Aquella tarde, ni una sola alma había en las calles; solo algunos animales huyendo del gélido ambiente y los fuertes vientos, se deslizaban por los angostos callejones de la aldea.

Teodorico Borgognoni, aquella misma tarde, descansaba en su morada como le era de costumbre. El trabajar tantos años de su vida y el dedicar una labor humanitaria para los aldeanos más desfavorecidos, le hacían merecedor de poder disfrutar tranquilo su vejez.

En el calor de su hogar y en la tranquilidad de su habitación, Teodorico, dedicaba algunos minutos de su tiempo al estudio de su disciplina.

—Bien, es hora de un descanso —musitó, recostándose en su cama y posicionando sus anteojos sobre el puente de su nariz.

De pronto, un agresivo golpe es asestado en su puerta; Teodorico en un principio ignoró aquel llamado.

Sin embargo, la insistencia del emisor de aquellos golpes, fue mayor, y entonces, nuevamente otro agresivo golpe es asestado a la puerta.

Y Teodorico, entonces atendió al llamado.

Y aquello...

Se convirtió en el peor error de su vida.

—¿Quién es? —preguntó con cierta molestia, mas grande fue su sorpresa, cuando pudo verificar al momento de abrir la puerta, de quién se trataba—. ¿U-usted...?

—Señor Teodorico Borgognoni —resonó con fuerza hacia el interior de la morada—. Supongo que me ha de invitar a su casa; a nadie le gusta esperar bajo la lluvia.

Espetó Snyder Koch y sus dos hombres que le acompañaban; los tres entraron sin una pizca de cuidado o cortesía. Ya adentro, el último hombre en ingresar cerró la puerta, obstruyendo el paso.

—¡¿Q-qué quieren?! —exclamó Teodorico, completamente nervioso—. Les voy a pedir gentilmente que se vayan de mi casa. Ustedes no están invitados y estaba pronto a descans...

—Usted no es nadie para echar a la autoridad eclesiástica, señor Teodorico —espetó con seriedad. Los dos hombres de Snyder se echaron a reir divertidos—. Por favor tome asiento; prometemos irnos rápido si usted nos ayuda en lo que necesitamos. —Apuntó hacia la pequeña mesa que se encontraba en la sala de estar.

Teodorico miró la escena con el miedo atragantando en su garganta, y por ello, decidió obedecer a las órdenes de la autoridad eclesiástica. Seguramente si hacía lo que ellos pedían, le dejarían en paz de una buena vez por todas.

—Bien... —musitó, tomando asiento y apoyando sus codos en la mesa de la habitación—. ¿Qué puedo ofrecerles?

El inquisidor sacó una pequeña libreta del bolsillo de su túnica, para luego, posicionar sus anteojos en el puente de su nariz.

—Información, señor Teodorico.

—¿Información?

Ante ello, Snyder rodó los ojos con hastío.

—Le voy a introducir en el contexto, querido señor Borgognoni.

—Por favor.

—El príncipe Seung-Gil, ¿lo recuerda, verdad? —Una leve sonrisa ensanchó los labios del hombre; un pequeño escalofrío recorrió la espina de Teodorico—. Usted trabajo muchos años de su vida para la familia real, inclusive, usted fue el médico de cabecera también del príncipe hasta hace unos años atrás.

—S-sí... —Teodorico aún no comprendía del todo bien la razón de aquella pregunta—. ¿Qué pasa con su majestad?

—¿Sabe usted que el príncipe Seung-Gil está comprometido, verdad?

—Claro, está comprometido con la princesa del reino Crispino, así lo ha anunciado en su cumpleaños el propio Rey Jeroen.

—Bueno, es aquí en donde viene el problema. —Una expresión sombría recorrió la faz de Snyder; sus hombres se acercaron más hacia Teodorico—. Hay un fuerte rumor de que el príncipe Seung-Gil, está enamorado de otra persona que no es su prometida.

—¿Q-qué...?

—Como lo oye, señor Teodorico —reafirmó—. ¿Y sabe usted qué significa eso? ¡Es un peligro para el reino entero! El príncipe debe casarse con su prometida para oficializar la unión de alianzas y así fortalecer nuestra seguridad, ¿verdad?

Teodorico quedó pasmado ante ello. Una terrible incertidumbre empezó a carcomer su alma.

—Evidentemente esta persona que está causando un revuelo en los sentimientos del príncipe, es un gran peligro para la mantención de nuestro gran y próspero reino. Por su causa, se está debilitando el eslabón que ha de heredar y conducir este reino al más grande éxito y prosperidad.

Los recuerdos comenzaron a aparecer en la mente de Teodorico; una expresión revestida en nerviosismo empezó a inundar su rostro, y aquello, fue delatador para las intenciones del inquisidor.

—Señor Teodorico, yo sé que usted ha tenido últimamente contacto con el príncipe Seung-Gil —acusó sin titubeos. Una mirada lúgubre fue dedicada al médico.

—¡¿Quién se lo ha dicho?! ¡Eso es mentira! —intentó excusarse Teodorico, siendo conducido únicamente por su ímpetu.

—Sus vecinos le han visto venir hasta aquí con su servidor personal hace unos pocos días.

Y dicho aquello, Teodorico no pudo seguir ocultando sus fuertes sospechas y, de un movimiento fugaz, intenta tomar un jarrón y aventarlo hacia el inquisidor.

—¡Eh! —De forma rápida ambos hombres retienen a Teodorico; sus brazos son echados hacia atrás y su cabeza es tendido en la mesa—. ¡Tranquilo Teodorico! ¡Aún ni comenzamos el interrogatorio!

El cuerpo del médico comenzó a temblar de forma desenfrenada. Débiles jadeos del terror empezaron a rehuir de sus labios. Sus ojos se tornaron vidriosos.

—¡Váyanse, déjenme en paz! —exclamó horrorizado—. ¡Yo no sé nada, y aunque lo supiese, no cometería un acto tan vil como delatar a alguien!

—Señor Teodorico, por favor recapacite. Mi pregunta es clara y concisa —dijo, acercando su rostro hacia la cabeza gacha del médico—. ¿Ha visto usted al príncipe Seung-Gil en actitudes sospechosas?

Ante aquella pregunta, Teodorico no respondió nada; solo la agitación de su respiración y la lluvia en el exterior, fue perceptible entre ellos cuatro.

—Formularé mi pregunta de una manera distinta. —Suspiró con hastío—. ¿Cree usted que el príncipe Seung-Gil, está enamorado de su servidor personal?

Y entonces, la expresión en el rostro de Teodorico fue totalmente delatadora, y a su mente, vino una avalancha de recuerdos.

... Él es una persona importante para mí.

¿Casi tanto como su madre Eveline, majestad?

—... Igual de importante que ella.

Y los ojos de Teodorico cristalizaron, y a su mente, vino la imagen del príncipe con una expresión inundada de felicidad y dulzura, estando siempre junto a su servidor en todo momento.

Y Teodorico, comparó aquella expresión del noble con la que solía tener hace un tiempo atrás, cuando era reconocido por su bestialidad e inhumanidad, y entonces él, pudo percatarse...

De que Seung-Gil, ahora era feliz.

Y todo... gracias a su servidor.

Y entonces al alma de Teodorico, un fuerte dolor se enterró, y un aguijonazo cruzó por su pecho, y sintió, que no podría ser capaz de destruir la felicidad del príncipe.

—Señor Teodorico, no ha respondido a mi pregunt...

—No sé nada —irrumpió a secas. Una expresión de ira empezó a configurarse en la faz de Snyder.

—Yo sé que usted sab...

—Y aunque lo supiera no se lo diría.

Una rabia de proporciones indecibles terminó por asentarse en cada fibra de Snyder Koch. Con la mirada mortífera, se acercó al rostro de Teodorico y, decidido a darle una última oportunidad, articuló;

—Señor Teodorico... yo sé que usted sabe, dígamelo. Así usted podrá volver a descansar, y además, nos habrá ayudado en la misión que nos encomendó el rey Jeroen.

Tras aquello, un largo silencio se acentúa por varios segundos. Una sonrisa triunfante ensancha los labios del inquisidor, al creer, que Teodorico habría recapacitado y les diría la verdad.

O eso creyó él.

—Púdrase —espetó a secas—. Púdrase la santa inquisición y el rey Jeroen; la gente en este pueblo viviría mejor sin la existencia de ustedes.

Y dicho aquello, ya no hubo más que hacer. Snyder lanza un profundo suspiro de hastío y resignación; de forma lenta cierra la pequeña libreta que sostenía y guarda sus anteojos en la túnica.

Teodorico no pudo dilucidar nada con claridad; por su cuerpo se extendió un severo temblor y leves jadeos de la desesperación empezaron a rehuir de él.

Sentía miedo por lo que vendría.

—Bien, entonces no pasa nada —dijo Snyder con suma tranquilidad.

—Pero señor Snyder... ¿qué hacemos con él?

Preguntó uno de sus hombres. El inquisidor, con calma camina hacia la puerta y, antes de poder salir de la morada, articula a sus hombres;

—Córtenle los brazos y la lengua, y por favor que sea rápido, me estoy muriendo del frío.

Los gritos de Teodorico fueron desgarradores; ante él, los dos hombres sacaron grandes sables y tendieron sus brazos sobre la mesa.

Y en medio de la tranquila morada, un nido de sangre se formó.

Y los truenos intensificaron su ruido, y la torrencial lluvia se volvió frenética.

Y aquello, solo fue el preludio de la real masacre que se avecinaba.

La real masacre que desataría un montón de sucesos claves, sentimientos encontrados y que dejarían al descubierto las verdades ocultas.

El preludio que daría paso al más grande suceso que aplastaría por completo el alma de aquel muchacho de tan pulcros sentimientos. El preludio de tantos sueños rotos, de la distancia, del hijo muerto, de la verdad del enigma, del rechazo familiar y de la persecución religiosa.

Y aquello, ya había dado comienzo, y pronto...

El alma de aquel muchacho sería destruida, y con ello, la vida de muchas personas.


¡Hola! Espero que este capítulo haya sido de su agrado 3

1° Ya sé que me demoré muchísimo en la actualización, pero espero que entiendan que no estoy pasando por un momento muy bueno, y muchas veces, eso no coopera en que yo tenga inspiración. Prometo intentar hacer las actualizaciones más seguidas, dentro de lo que pueda.

2° El ritual de Adelfopoiesis que narré en la historia, trate de hacerlo lo más parecido posible. Obviamente no incluí todos sus elementos (porque de hacerlo, habría sido muy tedioso), así que traté de incluir la mayoría. :3

3° Sin más que decir, espero que esta actualización haya sido de su gusto. Nos veremos en una próxima ocasión, cuando tenga tiempito de subir otro capítulo. De ahora en adelante las cosas se vienen hardcore, así que muuucho ánimo para todas. 3 xD ¡Besos!